El cuerpo de Karen está atravesado por el calor que generan los celos. Algunos podemos dar cuenta del mismo como un ardor en nuestro centro, a la altura del esternón. Nos sentimos vulnerados y, por lo tanto, estamos inmersos en la sensación de nuestra vulnerabilidad. Karen se quita la ropa, no deja de llorar, se moja el rostro a palmadas angustiantes y se dice, “Tienes que ser fuerte, Karen”. No puede contenerlo, tiene que meterse a bañar. Aparentemente no advierte que lo está haciendo con la ventana abierta más cercana a la pared más próxima de la casa de sus vecinos. Por la ventana de la misma está viendo Erling, quizá desde hacía tiempo que esperaba una oportunidad como ésta.
A través del espejo del baño, Karen se da cuenta de que es observada. Erling disimula el sobresalto de haber sido descubierto y sonríe. Karen también decide disimular su sobresalto, se ven a través del espejo. Ella sonríe, permite a su cuerpo la exuberancia de arqueos y posiciones del mismo que, quizá, se liberan, que, quizá, parecen desconocidas. Erling no lo duda, fue invitado, una oportunidad que, probablemente, sentía imposible.
Mientras tanto, Nicole va de regreso a su casa con sus cosas y las de Karen, reclamando en la ausencia de la misma su paradero, al haberla dejado con el compromiso del cuidado de su puesto sin haber regresado al mismo. “Cómo le ven la cara a uno de pendeja”, se dice Nicole.
“Ya no llore, Karen”, dice Erling a espaldas del cuerpo desnudo y mojado de su vecina. “Una mujer tan bonita como usted no tiene que estar arrugando la cara tanto”, le dice a Karen su consolador. “Tranquila”, insiste Erling.
Karen y Erling parchan, cogen, culean, cachan, chapan, enchapan, follan, fornican (inserte aquí demás sinónimos del castellano en Iberoamérica). Nicole entra a la casa de su vecina con la intención de reclamarle su abandono. Ve a la gallina blanca sentada en el suelo e, inmediatamente, el llavero de su marido sobre el sofá, aquél chango de peluche amarillo, “testigo” mudo del primer toqueteo entre Erling y Karen. Va a la habitación de esta última y ¡¡¡Verga!!! (Sí, literal, ¡¡¡Verga!!!), encuentra a Karne, digo, Karen y Erwin parchando, cogiendo, culeando, cachando, chapando, enchapando, follando, fornicando (inserte aquí demás sinónimos, en gerundio, del castellano en Iberoamérica). Tal es la impresión de Nicole que suelta las bolsas ante tal imagen. Nicole respira agitadamente. Karen y Erling, interrumpidos, apenas si pueden disimular el asalto a su pudor. Nicole sale de aquella casa llorando.
Dicen que el Karma es una perra. En el Karma no hay venganza, es mera justicia y correspondencia lógica entre actos y consecuencias. Nietzsche advierte muy bien que el principio de causalidad probablemente fue el resultado de nuestra sensación de culpa. Sin embargo, no podemos negar los efectos y reacción de las causas y acciones. No como un mecanicismo burdo sino como posibilidad de lo probable, lo cual nos permite inferencias en relación con nuestras prácticas. La moral es la violencia ilegítima de la estupidez, en contra de todos y cada uno de nosotros, a través de asumir el ilegítimo posicionamiento, no solo de propietarios de la ley y la verdad, sino de ser y hasta encarnar tanto la ley como la verdad. Somos nuestros propios verdugos.