La resurrección o nueva vida del reencuentro

Karen le hace un último reproche a Dionisio, “¿Cómo está tu Suyapa?, ¿ya te cumplió todos tus deseos?” Obviamente Karen sigue pensando en la mujer de karaoke. “Ya quisiera, se ve difícil”, para Dionisio no hay más Suyapa que la virgen con dicha advocación. “¡No te quiere dar hijos!”, sentencia Karen para desazón de ambos, ella por la relación de Dionisio con otra mujer, él por la pérdida de la gracia de su madre santísima.

            A pesar de la angustia de Karen, su cuerpo despertó a la sensación a través de su relación con Ramiro. Se habita en la certeza del cuerpo que es la misma. Permite que la lleve a casa en cada encuentro, al grado de quedar de verse regularmente, para hacer ese mismo viaje de velocidad y vibración cada vez que sea necesario. Ramiro ya no sólo acompaña los trayectos de Karen de su casa al trabajo, también entra a su casa durante considerables lapsos y estadios. Ha entrado un extranjero a la polis y se ha logrado coronar bajo los techos del templo.

            Nicole lo advierte y se da cuenta que la hoja afilada de la moral y la enfermedad de la culpa no le hacen nada a Karen, es inmune. En la amargura de su derrota, se da cuenta que nada puede hacer contra una mujer que se desujeta de las miradas de los otros, asumiendo la vida que quiere llevar a favor de su deseo, llevando a cabo la habitación de sí misma que es su sensación, al igual que las decisiones que ello implica. Un acto de honestidad que exige tanto coraje que resulta tan invencible como el verano de Camus. Tan invencible que no se le pueden pedir ni siquiera justificación o explicación alguna, un adulto no da explicaciones. Por ello, Nicole le devuelve a Karen la gallina, hacía tiempo que la tenía secuestrada, queriendo ejercer dominación sobreuna persona invencible porque es capaz de ser sujeto de dominación, en la medida en que parte de su fortaleza es saberse vulnerable y permitírselo, desmantelando la coraza defensiva que la hacía impenetrable ante los ojos de los demás y que no le permitía manifestar la plenitud de su sensación, la realización de su deseo. Karen se asume herida y por eso no pueden lastimarla.

Nicole, como buena moralista, cae en la comodidad de la ambigüedad. No cumple del todo de lo que tanto se jactaba, echar a su marido si le era infiel y cobrarle la afrenta con la misma moneda. Es la debilidad del que tiene que demostrar a los demás una aparente fortaleza para adquirir su reconocimiento, una manera de protegerse y no parecer vulnerable. Así, aparentemente, no te hacen daño. Sin embargo, el daño está más que hecho, quedas sujeto a la moral y, por lo tanto, a la mirada de los demás, en este mundo de máscaras, en su mayoría, bastante torpes y poco conscientes de sí mismas. Nicole “perdonó” a su marido y no le fue infiel. Su venganza quedó desactivada y, probablemente, arrastre la culpa de haber sido el catalizador para que Karen acabara acostándose con su marido. Insisto, la moral es la vía más sofisticada para distintas y diversas maneras y formas del suicidio, desde la comprensión más distinta y diversa de la vida. ¿De qué tantas formas nos matamos? o ¿Qué tanto y cuanto de nosotros mismos hemos matado? Toda una enfermedad de perverso diseño intelectual y pasional que los seres humanos llevamos siglos practicando.

            Sin embargo, Nicole libera a Karen (y quizá también una parte de sí misma) al desactivarse su venganza por el ejercicio soberano de la voluntad de Karen. Hablando de la necesidad de confesar por parte del que está atravesado por la culpa y de los dolorosos tránsitos de la comprensión, Nicole revela qué pasa con “Suyapa” y da cuenta del tremendo poder estructurante de la imaginación. De ahí la necesidad de atención a nuestros sentimientos, emociones, deseos, pasiones y aquello en donde todas conviven, nuestra sensación, un cuidado de nosotros mismos. “¿No te das cuenta, Karen, lo inocente que sos?! ¡Que la famosa Suyapa sólo está en tu cabezota! ¡Dionisio no se esconde de nada! [tampoco Dioniso, quizá por eso Platón le tenía tantas reservas], porque no tiene nada con nadie! […] ¡Él mismo te lo dijo y no quisiste escucharlo! ¡Su famosa Suyapita no es más que la virgen de Suyapa! […] ¡A ésa la pague yo para que te hiciera la vida imposible y te diera una buena lección! [Se refiere Nicole a la mujer del karaoke que le dedicó una canción a Dionisio] […] ¡Como no tenés ojos más que para tus celos, no te diste cuenta de que la llamada era desde mi celular! [se refiere a las llamadas que recibió Dionisio después de la fiesta en el Karaoke].”

            Claro que Karen comprende y pasa por el dolor de comprender. Le dieron una buena lección y esa lección fue el extravío que la regresó a Ítaca, su sensación. El hogar de la comprensión, la cuna de la autonomía de la que habla Kant. Sólo es posible esta última si su raíz es la sensación, imantando radiantemente cada célula de sus flores y frutos.

Reflexiva, Karen acaricia la gallina que ha recuperado, a ella la ha recuperado.

            Dioniso regresa a casa, nota el desconsuelo de Karen. “¿Querés ir al doctor?”, le pregunta Dioniso a su esposa. Ella soltó la gallina cuando él llego para estar entre sus brazos, “No Dionisio, sólo abrázame”. Dionisio sonríe.

Un año después, Ramiro pasea con su novia en motocicleta. Karen, quien lleva en brazos a su hija, y Dionisio pasean, al lado de Erling, Nicole y su hijo Pablito, en la camioneta Pickup de estos últimos. La niña se llama Suyapa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *