Cultura política y opinión pública

Cultura política y opinión pública

por Eduardo García

Revista Palabrijes. El placer de la lengua.  «Discurso,
poder, rebeldía», año 6, número 10 Universidad
 Autónoma de la Ciudad de México

Tengo la impresión de que recientemente (desde hace uno o dos años, quizá) los problemas políticos y sociales se han intensificado, y con éstos las reacciones que provocan. Claro que mi impresión está sesgada por mi vivencia, y puede ser que en realidad estos problemas hayan tenido la misma intensidad tiempo atrás. Pero desde donde yo puedo hablar, desde mi entorno, me ha tocado ver que recientemente la gente se ha interesado y ha buscado involucrarse cada vez más en cuestiones políticas y sociales. No obstante, eso me parece un panorama frágil, pues, desde mi punto de vista, este incremento de la participación descansa sobre una delgada línea que podría hacer volcar todo esto hacia una radicalización, o hacia un regreso al letargo.

Después de las elecciones del 1 de julio se llevaron a cabo marchas “contra la imposición”, plantones, acampadas, confrontaciones como las del 1 de diciembre en San Lázaro y otros puntos de la Ciudad de México. Antes de las acciones y reacciones derivadas de un esperado proceso electoral, ya había percibido la participación de distintos frentes y activistas, tales como el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y las movilizaciones del SME —en el caso de la desaparición de Luz y Fuerza del Centro— además de otras luchas sociales anteriores como las protestas contra las violaciones a los derechos humanos en San Salvador Atenco. Ahora la movilización social se llevaba a otros escenarios, pues además de la actividad presencial, es indudable la importancia de la nutrida participación de opiniones, convocatorias y denuncias en Facebook, Twitter, Youtube y demás redes sociales y foros a través de internet.Hace un año, aproximadamente, era de esperarse que se viera un incremento en el interés por los temas políticos, debido a las elecciones para diferentes cargos públicos en nuestro país; entre éstas la elección para presidente de la República. Eso no parecía algo sorprendente, cada seis años o cada tres (según el caso) pasa algo similar, todos hablamos del tema y parece que todos somos expertos en éste. Sin embargo, más allá de la curiosidad por la política electoral, me llamó la atención el interés por generar una reacción al protocolo electoral habitual. A muchos nos tocó ver con agrado que surgiera una respuesta que iba más allá de los escándalos y de los chismes sobre los candidatos y partidos políticos, como el caso del movimiento #Yosoy132, con el que algunos veíamos la posibilidad de conformar un movimiento social más organizado, movimiento que se fue desbordando en acciones y movilizaciones que rebasaron una organización concreta y delimitada, como la que convocaba en su inicio.

Lo que de primera impresión vale la pena rescatar de estas experiencias es el nivel de involucramiento e interacción política (más allá de lo electoral) que los ciudadanos han manifestado; involucramiento que ha encontrado nuevos canales a través de los medios electrónicos de comunicación, que han hecho más visible la participación de quienes se han interesado en estos temas.

Para comprender la manera en que las sociedades se integran a la actividad política y concretamente al sistema político al que pertenecen, es necesario comprender el concepto cultura política (civic cultur)1, que sirve para explicar las tendencias subyacentes y el comportamiento real de los ciudadanos, que de alguna manera forman parte de una comunidad. La cultura política consiste en un conjunto de creencias, valores y orientaciones (individuales) hacia lo político, comunes a un sector considerable de la población, del cual se pueden identificar tendencias, modelos, patrones e inclinaciones que derivan en actitudes y comportamientos en la actividad política de cada sujeto.2

 Dentro de este concepto podría sugerir tres categorías que nos hablan del nivel de involucramiento de los ciudadanos en la actividad política, éstas son: una cultura política parroquial, una de súbditos y una participante, de acuerdo con el grado de participación e involucramiento, los cuales van incrementándose en cada nivel. En el primer nivel están los individuos que presentan poca o nula conciencia e interés hacia los problemas políticos; en el segundo nivel están los ciudadanos que presentan cierto grado de conciencia y compromiso con su realidad social, pero que no tienen una participación significativa que altere la realidad social; y en el último nivel están los ciudadanos que se comprometen con el sistema político y se manifiestan en actividades influyentes en el proceso político, tomando posiciones y decisiones al respecto. Este último nivel tiene mayor oportunidad de gestar estructuras políticas democráticas.3

Sin embargo, resultaría complicado definir a una sociedad entera mediante las categorías expuestas, pues basta echar un vistazo para notar que, aunque en ciertos sectores de la sociedad (estudiantes universitarios, personas con acceso a internet, por ejemplo) es percibido un incremento en el nivel de participación, nuestra sociedad, con su tan incrustada desigualdad, no favorece que la información y las oportunidades de participación sean paritarias para todos los ciudadanos. Dado que el nivel de intensidad de la cultura política no es homogéneo, podemos hablar de una cultura mixta. Además las sociedades tampoco son homogéneas en cuanto a los valores que se promueven en una cultura política dominante: existen sectores minoritarios llamados subculturas que se identifican con una cultura que se desvía de la dominante en aspectos cruciales 4, y, de acuerdo con su nivel de intensidad en la acción política, buscarán influir en el sistema político y en la realidad social, ya sea para posicionarse como opositores a la cultura política dominante o para proponer vías alternas de acción política. Es por eso que en la realidad social, para explicar mejor a la sociedad, podemos hablar de culturas políticas mixtas en su intensidad, y culturas políticas híbridas en sus valores y orientaciones.

De estas voces disidentes —quiero rescatar uno de los ejemplos con los que empecé este texto— encuentro como la expresión de una subcultura al movimiento #Yosoy132, pues surgió como una respuesta a los medios masivos de comunicación, que habían tenido gran influencia sobre la política, principalmente por el apoyo brindado a la imagen del candidato Enrique Peña Nieto, que representaba el regreso de un gobierno que cargaba con los estigmas de la forma de gobernar que se había dejado atrás a poco más de una década, caracterizada por el autoritarismo y la corrupción. Como alternativa a la actuación mediática de las principales televisoras, la movilización encabezada por los universitarios dio uso a medios alternativos de comunicación, principalmente a internet. A través de las redes sociales #Yosoy132 logró difundir los valores de oposición, anunciando el riesgo de que el candidato a la presidencia por el PRI pudiera ganar las elecciones debido a la complicidad de medios de comunicación como Televisa y TV Azteca al favorecerlo en la promoción de su imagen, y a través de prácticas electorales ilícitas, como el clientelismo, la influencia directa sobre el voto y la coacción d

e éste.

A través de internet el #Yosoy132 logró convocar a mucha gente para movilizarse y protestar, consiguiendo que surgieran diferentes células del movimiento en distintos puntos de la República Mexicana y del extranjero bajo la misma consigna: democratizar los medios de comunicación. Además, se crearon lazos con otros movimientos sociales y organizaciones que hacían notar distintos descontentos contra el gobierno de entonces y contra el que se veía venir inminentemente.

Los medios de comunicación masivos han venido cobrando mayor fuerza en la influencia que ejercen sobre los ciudadanos, lo cual puede tener diferentes fines, unos de estos fines son políticos, es decir, que los medios pueden favorecer o atacar la imagen de un funcionario, de un partido, del gobierno en turno, de alguna asociación, de algún movimiento o de ciertos sectores de la sociedad. Estos fines son políticos en la medida en que la promoción de una imagen puede ejercer una influencia en la opinión, en la actitud y en la conducta de los individuos hacia dichos actores políticos.

La importancia que han cobrado los medios masivos de comunicación y, recientemente, los medios masivos alternativos en internet se debe a que representan un vínculo de comunicación entre gobernantes y gobernados, más aún con el auge que han tenido Facebook y Twitter, entre otros medios electrónicos. Estos medios representan un vínculo directo entre la sociedad civil y sus autoridades. En este caso, su relevancia radica en que han llegado a figurar dentro de los agentes de socialización 5 y, por tanto, forman parte del proceso de formación de cultura política, pues influyen en los valores y orientaciones políticas que el individuo va generando y, como mencioné anteriormente, esto determina su actuar en la sociedad. Uno de los elementos que forma de parte la cultura política y que es influido de una manera más directa por el papel que juegan los medios de comunicación es la opinión, entendiendo por opinión “la traducción verbal de una actitud política en un momento dado”. 6      

 Así como los valores y las percepciones se vuelven relevantes para la sociedad cuando se tornan en orientaciones compartidas y comunes a sectores mayoritarios o relevantes de la población, la opinión se vuelve influyente cuando se vuelve pública. La opinión pública remite necesariamente a un fenómeno colectivo y no es solamente la opinión unánime de la sociedad, pues de nada nos sirve considerar una opinión monolítica para comprender la realidad social.

No me refiero únicamente a la opinión mayoritaria, factor que se hace presente en la opinión pública, me refiero a “una determinada distribución de las opiniones individuales en el seno de una comunidad que —en su conjunto— adopta una inclinación determinada ante los mensajes recibidos de los medios de comunicación” 7, es decir, que la opinión colectiva sobre algún tema de interés público se ve reflejada en la influencia que ejerce sobre el comportamiento del individuo, y éste, a su vez, busca modificar la correlación que hay entre él como ciudadano y su sistema político. Por tanto, la opinión pública es más que la suma de opiniones o la media cuantificable de éstas, se compone al menos de dos elementos: del sistema de actitudes que predominan en una sociedad y del papel que juegan los medios de comunicación para hacerla pública y distribuirla.

A pesar de que el término opinión pública se empezó a utilizar desde la revolución francesa para designar la voluntad general sobre temas que competían a la población, el término cobró fuerza en la medida en que los medios de comunicación se fueron expandiendo y complejizando, llegando al punto de que, en la actualidad —con el crecimiento del número de personas que tiene acceso a distintos tipos de medios de comunicación, y dado que éstos no se ven limitados por la distancia y la cobertura—, la relación medios de comunicación-opinión pública es indisoluble. Otro aspecto considerable de la opinión pública es que, si bien se puede remitir a diversas dimensiones de la sociedad, su naturaleza es política, ya que una de las actitudes primordiales del hombre en sociedad es la que tiene como gobernado frente a sus gobernantes.

Es indudable que la práctica (sobre todo la práctica social) va determinando nuestros conocimientos, así como el conocimiento teórico determina el rumbo, la intensidad y la selección de nuestras acciones sociales. Este bucle teoría—práctica (práctica-teoría), resulta importante en el sentido de que, en la medida en la que se tenga mayor interés y mayor información, la acción social y política de cada sujeto se verá mejor encaminada desde su discursividad hasta la vivencia física presencial, de acuerdo con los fines perseguidos.

Como ejemplo de lo anterior retomemos al movimiento #Yosoy132, que, a través de su manifestación constante en las redes sociales y en los medios de comunicación independientes, logró ejercer tanta presión en las campañas políticas del proceso electoral de 2012 (principalmente en la elección presidencial), que materializó la inconformidad de la sociedad en marchas multitudinarias previas a las elecciones, y sentó a la mesa a tres de los cuatro candidatos a la presidencia de la república, en un debate alternativo a los dos debates oficiales contemplados en ese periodo electoral.8

 Otro ejemplo de un logro concreto es el generado por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que, tras las caravanas con las que había atravesado varias zonas del país, atrajo a los medios de comunicación y movilizó a los afectados por la ola de violencia derivada de la “guerra contra el narcotráfico” declarada por el ex-presidente Felipe Calderón. Este movimiento concientizó a mucha gente y recibió el apoyo y aceptación para su causa por parte de personajes públicos y sobre todo de la sociedad civil y, como uno de sus alcances más concretos de injerencia política, logró sentar a la mesa al entonces presidente de la república para denunciar públicamente los daños que habían sufrido y discutir directamente con las autoridades los lineamientos de una Ley de Víctimas que atendiera esta problemática.9 En ambos casos se vuelve visible el poder que ejerce la opinión pública en la sociedad y en las estructuras políticas cuando la cultura política se muestra participante.

Los medios de comunicación a través de la opinión pública van volviéndose herramientas para que el sujeto en sociedad pueda no sólo ser influido en sus valoraciones, perspectivas y orientaciones, sino también para que tenga herramientas que encaminen su actuar político. La importancia de la cultura política reside en que para la democracia, la participación es uno de los valores más importantes, pues no puede ejercerse el gobierno de los más en una sociedad que se abstiene de ejercer una actividad política; en la medida en que la participación sea promovida y ejercida, los criterios políticos con los que cada individuo cuenta se irán viendo realizados y modificados al confrontarse con su realidad social, permitiéndole una perspectiva clara de la forma y la intensidad con la que le es posible participar. Todo esto no puede ser posible sin la utilización de los medios masivos de comunicación, sobre todo en estos tiempos en que, debido a la dimensión y la complejidad de las sociedades contemporáneas, las posibilidades de ejercer una democracia directa se han desdibujado. En estas condiciones, los medios de comunicación se vuelven una herramienta indispensable de la democracia representativa para acortar las distancias entre las personas y para hacer conocer la parte política que corresponde a los ciudadanos, fuera de las estructuras institucionales, principalmente mediante su opinión como forma de participación.

Si tomamos en cuenta conceptos como el de cultura política y el de opinión pública y los confrontamos  con ejemplos como los que comparto, podremos afirmar (a ojo de buen cubero) que es visible un crecimiento tanto en la participación ciudadana como en su intensidad, debido en gran parte a la implementación de nuevas herramientas. Sin la difusión masiva a través de internet, no se habría convocado, quizá, a tanta gente, y sin la premisa del involucramiento, es probable que el gobierno y las instituciones estatales no hubieran hecho caso (al menos en apariencia) a estas demandas. Sin embargo, una vez logrado lo anterior, ¿qué sigue?, ¿es suficiente? A más de un año de las expresiones más relevantes de los dos ejemplos presentados, dicha participación, y nivel de cultura política llevada por la opinión pública a través de los medios electrónicos de comunicación, queda el sinsabor de saber concretamente para qué nos ha servido.

Es innegable que la difusión y el contagio por determinado actuar político ayuda a generar conciencia y cultura social, y a hacer escuchar a sectores desposeídos que han sido ignorados, pero si en un corto plazo dichas expresiones subculturales se desdibujan del mapa socio-político, o se vuelcan por otros tipos de acción, sin llegar necesariamente a cumplir los objetivos iniciales, vale la pena ver que el incremento del interés y del grado de compenetración de los ciudadanos es sólo un paso, quizá el más importante, pero el más frágil de mantener, pues una vez que se involucran las personas, se hace necesario pensar en cómo mantenerlas activas en los movimientos o causas que atrajeron su atención. No se trata sólo de opinar y regresar al ensimismamiento habitual, tampoco de desesperarse y radicalizarse en expresiones que terminan contraviniendo la imagen pública de un movimiento social, sino de crear planes de acción (de acuerdo con los movimientos y las causas), que permitan vislumbrar qué hacer una vez que se logró rescatar del letargo a los ciudadanos, y que sirvan para mantener una participación política y social que rebase los momentos coyunturales.

Es probable que la cultura política nos indique, a través de los ciudadanos, que se vive en una sociedad más democrática, pero nada nos asegura —ni el permanente activismo facebookero— que las personas mantendrán el interés y su participación política. Si el nivel de cultura política de una sociedad es tomado en cuenta, no sólo como un termómetro que permite medir las actitudes de la sociedad en un momento dado, sino también como una radiografía de los avances y, sobre todo, de las carencias en el actuar político de los ciudadanos frente a sus gobernantes, se pueden ir generando planes a largo plazo en los que se vayan cubriendo las demandas sociales, y se puede intentar hacer trascender los valores de una subcultura política participante, para que éstos sean los que encaminen la acción de la cultura dominante de la sociedad. Lo más interesante y más difícil de llevar a cabo por una propuesta de este tipo es que le toca a la misma sociedad generar estos mecanismos de evaluación y proyección, sobre todo si de inicio no se ha transitado por las complejas veredas de la conciencia política y social.

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1 Dicho concepto fue propuesto por Gabriel Almond y Sindey Verba en 1970 para explicar el sistema político más allá de las instituciones estatales, ya que no bastaba con el aspecto burocrático y económico para explicar el funcionamiento de la democracia, sino que hacía falta explicar el comportamiento humano, tomando a la sociedad como elemento central del sistema.

2 Almond, G. y Powell. D. (1978) Política comparada. Buenos Aires, Paidós, p. 29.

3 Cot, J-M. y Mounier J-M. (1978), Sociología política. Barcelona, Editorial Blume, p. 254.

4 Sodaro, Michael (2004), Política y ciencia política: Una introducción. Madrid, McGraw-Hill/ interamericana de España, S. A. U., p. 211.

5 Los agentes de socialización son los elementos y/o etapas de un proceso social llamado proceso de socialización, en el que se van inculcando e interiorizando los valores de la cultura política y la importancia de la estructura política del sistema en el que nace y se desarrolla el individuo. Este proceso es inherente a la vida del individuo, no es voluntario y se renueva continuamente. Con esta socialización, el sujeto puede llegar a tomar una postura, tanto manifiesta como latente, ante los problemas del sistema. Los agentes de socialización son: primero, la familia; en segundo lugar, las instituciones de educación; una tercera estructura corresponde al lugar de trabajo; y, a partir de su surgimiento, se integran como agentes de socialización los medios de comunicación.

6 Vallès, Josep M. (2000), Ciencia política: Una introducción. Barcelona, Editorial Ariel, p. 296.

7 Ibid, p. 297.

8 En el proceso electoral presidencial de 2012 tuvieron lugar dos debates programados por el Instituto Federal Electoral. Dichos debates se llevaron a cabo el 6 de mayo y el 10 de junio. Un tercer debate, alternativo, tuvo lugar el 19 de junio en la sede de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, promovido por el movimiento #Yosoy132, al cual asistieron: Josefina Vázquez Mota (PAN), Andrés Manuel López Obrador (PRD) y Gabriel Quadri (PANAL). El gran ausente fue Enrique Peña Nieto (PRI).

9 Producto de la presión social mediante marchas, caravanas y a través de los medios de comunicación, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por Javier Sicilia y Emilio Álvarez Icaza, convocó al entonces presidente de la república, Felipe Calderón, a discutir la problemática de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Dicha reunión se dio en el Alcázar del Castillo de Chapultepec el día 23 de junio de 2011.

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Acerca de Eduardo García Vázquez

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2 respuestas a Cultura política y opinión pública

  1. Rafael Ángel Gómez Choreño dijo:

    ¡Felicidades! Es un artículo muy estimulante. Sobre todo por el modo como articulas los conceptos de «cultura política» y «opinión pública», generando un marco conceptual apropiado para reflexionar teóricamente sobre diversos temas de actualidad desde una perspectiva problemática que resulta bastante pertinente.

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