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Ali ibn Muhammad al-Mawardi, personaje del siglo XI, suele ser considerado el primer jurista sunní que construyó una teoría completa sobre el califato. Esto no significa que el tema haya estado ausente en las reflexiones de juristas anteriores; en las obras de los teólogos más importantes aparecen algunas ideas dispersas sobre el imamato e incluso se llega a dedicar un apartado especial a este tópico. El mérito de éste erudito radica en ser el primero que elaboró una teoría legal sistemática sobre el poder.1 En su obra al-Ahkam al-Sultaniyyah Mawardi, expone cuáles son los fundamentos del ejercicio del poder en el interior de la comunidad islámica desde un punto de vista jurídico o legal. Como consecuencia todo ejercicio del poder que no sea acorde con las bases presentadas por él carecería de legitimidad. Como se puede ver, los alcances e implicaciones que pretendía su obra eran de suma importancia.
Si se examinan algunos aspectos de su contexto, el esfuerzo de Mawardi resulta sumamente interesante. El mundo en que le tocó vivir era complicado políticamente. En el año 946, el grupo sií de los buyíes, tomó Bagdag y puso un punto final al que hoy se considera como el primer periodo del califato abbasí. A partir de la llegada de los buyiés, los califas, hasta entonces poderosos y reconocidos gobernantes del imperio, se vieron reducidos casi al papel de simples títeres de los señores de la guerra. Continuaban siendo los gobernantes nominales del imperio, pero eran otros quienes realmente ostentaban el poder.2 Con la llegada de este grupo surgió una institución que después se haría muy célebre: el sultanato. Mientras el califa era el gobernante nominal, era en manos del sultán donde recaía el poder en la práctica. Para el momento en que al-Mawardi nació habían transcurrido ya casi 30 años desde la llegada de los buyíes y su posición se había consolidado.
Nuestro jurista llegó al mundo en el año 974. Se sabe que estudió en Basra, su lugar de origen, y después en Bagdag. Una vez terminados sus estudios se volvió maestro de leyes. Al parecer, el renombre que adquirió debido a la profundidad y amplitud de sus conocimientos llamó la atención de las autoridades, pues fue nombrado Kadi (juez) en algunas ciudades de provincia cerca de Nishapur y, finalmente, en Bagdag.
Si bien en la teoría el puesto de kadi o juez era importante y tenía una gran influencia, en la práctica se encontraba muy limitado. El kadi era una persona en que el califa (directa o indirectamente, a través de representantes suyos) delegaba el poder de hacer justicia. Esto no quiere decir que pudiera juzgar de acuerdo con su libre criterio, el objetivo de la institución era verificar la aplicación y observación de la ley religiosa, de modo que el juez debía examinar los casos que se le presentaran a la luz de esta ley. Pero aunque en teoría el ocupante del puesto podía juzgar tanto casos “civiles” como “penales”, su competencia estaba especialmente limitada en el cso de estos últimos, pues la facultad de reprimir y juzgar estos delitos recaía en la shurta, institución encargada de mantener el orden público.3 Con todo, es un hecho que el kadi era considerado una autoridad en materia de ley religiosa y un guía para los demás en lo que respecta a la observación de las mismas.
Además de su prestigio como hombre de leyes, parece que sus habilidades como negociador eran también buenas, el califa al-Kadir, que ocupó el caro entre 991 y 1031, recurrió a él en sus negociaciones con los buyíes. En la ocasión en que el gobernante buyí Djalal al-Dawla solicitó al califa que le concediera el título de shāhanshā o rey de reyes, al-Mawardi, en su calidad de kadi de Bagdag emitió un dictamen jurídico que declaraba la ilegitimidad del otorgamiento de semejante título.4 Parece también que el mismo califa quiso apoyarse en Mawardi para impulsar el sunnismo y le encargó la elaboración de varios tratados de leyes. Semejante intención por parte del califa no dejaba de ser un tanto subversiva dado que los buyíes eran de filiación sií.
El sucesor de al-Kadir, el califa al-Kâ’im, que ocupó el cargo entre 1031 y 1074, también apreció las habilidades diplomáticas del jurista y lo eligió como representante en cuatro ocasiones para realizar misiones diplomáticas. Las primeras dos misiones fueron llevadas a cabo en 1031 y 1037. Al parecer el caifa quedó muy satisfecho con el desempeño de al-Mawardi, puesto que en 1038 lo nombró Kūdāt Kādī, “juez de jueces”, a pesar de la oposición de otros juristas eminentes que negaban la legitimidad de este título.5 Esto no indica en parte la estima de la que gozó nuestro personaje por parte de las autoridades, especialmente del califa, y, por otro, de la autoridad jurídica que estas personas deseaban que al-Mawardi ostentara. Me parece que es del todo válido preguntarse qué interés podían tener el califa y otros en que al-Mawardi gozara de este prestigio y de semejante autoridad. En primer lugar esto implicaba dar preeminencia a sus elaboraciones jurídicas por encima de las que hicieran otros juristas, aunque versaran sobre los mismos temas. No se puede dejar de ver un intento de hegemonización en este tipo de decisiones. En cualquier caso, se sabe que las otras dos misiones diplomáticas realizadas por el ahora “juez de jueces” se llevaron a cabo en 1042-43 y 1043-44.
¿Qué tipo de misiones fueron las que realizó al-Mawardi? ¿cuáles eran sus objetivos?. Se sabe que en una de ellas se encontró con Togril, líder de los turcos selyúcidas para protestar por actos de pillaje y depredación cometidos por su gente en territorios del imperio abbasí.6 Es posible que en otras misiones fuera también encargado de negociar con los mismos turcos y, además, es posible que las intenciones de éstas no fueran precisamente las que se declaraban abiertamente.
Los selyúcidas habían adquirido una presencia importante desde aproximadamente 1030 en la zona del Jorasán y su poder militar iba en claro aumento desde entonces. Además, los selyúcidas eran de filiación sunní lo cual pudo haber llamado poderosamente la atención de los califas hacia ellos. En un momento en que el califato recaía en la familia abbasí de filiación sunní, pero el imperio era realmente controlado por los buyíes siís y además las principales potencias opositoras al imperio eran también siís (como el califato fatimí de Egipto, o el gobierno hamdaní de Siria), los selyúcidas podían ser vistos como posibles aliados para recuperar el control del imperio y oponerse a los gobiernos siís de los alrededores. Además, los selyúcidas entraron en conflicto con algunos de los opositores al califato abbasí: atacaron algunas dinastías kurdas y daylamíes, en la región de Fars y del Caspio, llegaron a ocupar Nishapur en 1038 y arrebataron una porción de territorio a os gaznávidas en 1041.7 Es posible que, más allá de las intenciones declaradas, uno de los objetivos de las misiones encomendadas a al-Mawardi haya sido evaluar las posibilidades de establecer una alianza estratégica entre los abbasíes y los selyúcidas o incluso encargarse de establecer dicha alianza. J. S. Nielsen parece pensar algo así cuando afirma que el objetivo del al-Mawardi, era restaurar la autoridad de los califas como preparación para la llegada de los selyúcidas.8 Lo cual indicaría que los califas abbasíes tenían la intención de utilizar a los selyúcidas para poder quitar de la escena a los buyíes y recobrar el control del imperio.
Si estas eran las expectativas de los abbasíes, se cumplieron pobremente. Los selyúcidas sí sacaron de la escena a los buyíes, pues tomaron Bagdag en el año 1055 y pusieron fin a su dinastía. Y también se enfrentaron a otras dinastías siís, pero no sólo por su fervor sunní, pronto se reveló su intención de desplazar los poderes fácticos sin renunciar ellos mismos a los frutos de la conquista militar o a los que ya gozaban antes las dinastías imperantes. No pretendían acabar con los gobiernos siíes para devolver el control de las regiones controladas por ellos al califa abbasí. No estaban dispuestos a renunciar al poder imperial y mostraron su capacidad para hacer uso de las estructuras administrativas y de poder existentes antes de su llegada.9
Es posible que al-Mawardi intuyera que algo así sucedería, puesto que en sus textos, como se verá, si bien se puede encontrar una estrategia que pretende reivindicar la autoridad del califa y mostrar su preeminencia sobre las demás, no afirma que sea la única posible o que no se puedan reconocer otras y desarrollará una importante distinción entre el emirato de derecho y el de conquista. Pero además, como se verá, su teoría tiene la capacidad de hacer frente tanto al éxito de los selyúcidas, como a su fracaso y, con él, a la permanencia de los buyíes a la cabeza del imperio. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible intentar empoderar al califa y, al mismo tiempo, reconocer la autoridad de quienes por medio de la conquista sumen el poder de modo que la respeten?. Es momento de examinar los planteamientos de al-Mawardi.
1Véase Crone, Patricia. God’s rule. Government and islam, p. 222 y Campanini Máximo. Islam y política, p. 117
2Véase Bloom M. Jonathan y Blair, Shaila S. Islam. Mil años de ciencia y poder, p. 72
3Tyan, E. “Kādī” en The Encyclopaedia of Islam Vol. IV, p. 373
4Brockelman, C. “al-Mawardi” en The Encyclopaedia of Islam Vol. VI, p. 869
5Ídem.
6“Saldjūkids” en The Encyclopaedia of Islam Vol. VIII, p. 939
7Íbid., pp. 938-939
8Nielsen, J. S. “Māzalim” en The Encyclopaedia of IslamVol. VI, p. 934
9Íbid., p. 936
2 comentarios sobre “al-Mawardi revisitado (parte 1- el contexto)”