al-Mawardi revisitado (parte 3-la deposición del imam)

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Se han visto ya las condiciones que al-Mawardi postula en al-Ahkam al-Sultaniyyah para que alguien pueda aspirar a ser imam, las que se deben cumplir para su designación y cuáles son sus deberes. Corresponde ahora examinar razones por las que un imam podría ser apartado del cargo.

Éstas razones son englobadas en dos grandes grupos: 1) faltas a la decencia; y 2) deficiencias físicas. Las primeras son definidas como desviaciones moral que pueden constituir tanto en la realización de acciones reprobables,producto del deseo, como en una desviación en la interpretación del credo, de modo que sea contraria a la verdad.1 Las segundas pueden tratarse de una deficiencia mental o física: una pérdida de capacidades intelectuales que impida a la persona seguir ejerciendo el imamato o alguna deficiencia física que le impida realizar plenamente las actividades propias del mismo.2

Hay otras dos cosas que al-Mawardi considera como impedimentos o deficiencias en la capacidad de acción del imam, por las cuales podría ser depuesto de manera legitima y merecen un interés mayor: el control y la coerción por parte de otros.

El primero se da cuando alguien del mismo séquito del gobernante adquiere mayor autoridad que él y gobierna sin aceptar desobediencias ni actos de oposición. Sorprendentemente, en principio esto no se considerará como razón suficiente para revocar del imamato a la persona que lo ocupa, y se afirma además que no perjudica la validez de su gobierno.3 En estos casos las acciones de la persona que ha tomado el control tienen que ser investigadas: si son acordes con la religión y sus mandatos, así como con los requerimientos de la justicia, entonces se puede permitir que la situación continúe; si estos mandatos no se observan y la umma se corrompe, el imam debe buscar la ayuda de alguien más con el fin de poner fin al control que lo sujeta.4

El caso de la coerción es parecido. Se trata del caso en que el imam se vuelve cautivo de una fuerza enemiga de la que no puede liberarse. Cuando esto sucede e imam no puede encargarse de examinar y guiar los asuntos de los musulmanes, entonces el contrato por el que accedió al imamato queda anulado y la comunidad tiene que buscar a otra persona que ocupe el puesto. Pero esto no se puede hacer sin que la comunidad intente rescatarlo previamente y mientras haya esperanzas de que sea liberado. Esto aplica tanto si los enemigos que lo han capturado son enemigos del islam o musulmanes rebeldes.5

Sólo hay un caso en que a pesar de estar cautivo y sin esperanza de liberación, un hombre puede conservar el imamato: cuando es capturado por musulmanes rebeldes que no tienen un imam, de modo que reina el caos. Esto se debe a que el juramento de lealtad obliga también a los musulmanes rebeldes. Se puede decir que aunque impedido y apresado por ellos de facto, sin embargo conserva su autoridad sobre ellos de iure. 6

Pero si los rebeldes han elegido a un imam por su cuenta y han jurado lealtad a él, entonces el capturado queda excluido del imamato en cuanto no quedan esperanzas de liberarlo, pues los rebeldes han abandonado toda obediencia a él y en el territorio ocupado por ellos rigen reglas diferentes a las de la comunidad. Las personas leales al capturado no pueden esperar que él los asista, ya no tiene poder alguno de modo que deben elegir un nuevo gobernante.

Todos estos planteamientos parecen preparar el camino para la distinción que será llevada a cabo más adelante entre el emirato general libremente asignado y el emirato de conquista. Y también es posible asociar algunos de ellos con la situación particular del momento. El caso del califa controlado puede verse por un lado como un reconocimiento de situaciones que se habían presentado ya en la historia de la dinastía abbasí en que algún miembro de la familia o de la corte y no el califa era el que en realidad ejercía el control del imperio.7

El postulado de que el califa debe buscar a quien le ayude a oponerse a quien lo controla, cuando la ley es infringida, se puede ver como una justificación de las posibles negociaciones de los abbasíes con los selyúcidas para buscar su apoyo en contra de los buyíes que, musulmanes y todo, eran sííes.

Además, el último caso contemplado cuando se trata el asunto de la coerción, también parece estar formulado de manera en que se pueda aplicar al caso de la toma del control imperial por parte de los buyíes. Sería un tanto aventurado asegurar que efectivamente no tenían un líder bien definido al que fueran leales al momento de tomar Bagdag, de modo que el caos amenazara el imperio debido a ello. Pero es indudable que la posibilidad de afirmar que esto era así, de manipular la visión sobre lo que había ocurrido y cómo en ese momento, para hacer que así pareciera, era indudablemente útil para las pretensiones de reafirmar la necesidad de mantener al califa abbasí en su sitio y de reafirmar su supremacía.

Aunque tal vez lo más importante en estos puntos es el hecho de que se hace evidente que no se exige una lealtad a ultranza de la comunidad al imam. Lo más importante, lo que tiene prioridad, sin importar quién ejerce realmente el poder o tiene la capacidad para hacerlo es el cumplimiento de la ley revelada. Ante el poder de las personas se distingue el poder político-moral de la religión, único irrenunciable. Esta idea que está de fondo se reafirmará con mayor fuerza cuando se trate el caso de los emiratos. Al que conviene dirigirnos ahora.

1 al-Ahkam al-Sultaniyyah, p. 30

2Pérdida de la vista, del oído, del habla, pérdida de las manos o de las piernas o una pérdida de movilidad que le impida actuar. Íbid., p. 31-33

3Aunque esto resulta comprensible si se considera que, a fin de cuentas, el imamato es considerado aquí como una institución que se impone para garantizar e cumplimiento de la ley revelada.

4Íbid., p. 34

5Ídem.

6Íbid., p. 35

7 Durante el califato de Mutamid (870-892), por ejemplo, quien realmente ejerció el poder durante la mayor parte de su periodo de gobierno fue su hermano Muwaffaq

Se han visto ya las condiciones que al-Mawardi postula en al-Ahkam al-Sultaniyyah sobre par que alguien pueda aspirar a ser imam, las que se deben cumplir para su designación y cuáles son sus deberes. Corresponde ahora examinar razones por las que un imam podría ser apartado del cargo.

Éstas razones son englobadas en dos grandes grupos: 1) faltasa la decencia; y 2) deficiencias físicas. Las primerasson definidas como desviaciones moral que pueden constituir tanto en la realización de acciones reprobables,producto del deseo, como en una desviación en la interpretación del credo, de modo que sea contraria a la verdad.1 Las segundas pueden tratarse de una deficiencia mental o física: una pérdida de capacidades intelectuales que impida a la persona seguir ejerciendo el imamato o alguna deficiencia física que le impida realizar plenamente las actividades propias del mismo.2

Hay otras dos cosas que al-Mawardi considera como impedimentos o deficiencias en la capacidad de acción del imam, por las cuales podría ser depuesto de manera legitima y merecen un interés mayor:el control y la coerción por parte de otros.

El primero se da cuando alguien del mismo séquito del gobernante adquiere mayor autoridad que él y gobierna sin aceptar desobediencias ni actos de oposición. Sorprendentemente,en principio esto no se considerará como razón suficiente para revocar del imamato a la persona que lo ocupa, y se afirma además que no perjudica la validez de su gobierno.3 En estos casos las acciones de la persona que ha tomado el control tienen que ser investigadas: si son acordes con la religión y sus mandatos, así como con los requerimientos de la justicia, entonces se puede permitir que la situación continúe; si estos mandatos no se observan y la umma se corrompe, el imam debe buscar la ayuda de alguien más con el fin de poner fin al control que lo sujeta.4

El caso de la coerción es parecido. Se trata del caso en que el imam se vuelve cautivo de una fuerza enemiga de la que no puede liberarse. Cuando esto sucede e imam no puede encargarse de examinar y guiar los asuntos de los musulmanes, entonces el contrato por el que accedió al imamato queda anulado y la comunidad tiene que buscar a otra persona que ocupe el puesto. Pero esto no se puede hacer sin que la comunidad intente rescatarlo previamente y mientras haya esperanzas de que sea liberado. Esto aplica tanto si los enemigos que lo han capturado son enemigos del islam o musulmanes rebeldes.5

Sólo hay un caso en que a pesar de estar cautivo y sin esperanza de liberación, un hombre puede conservar el imamato: cuando es capturado por musulmanes rebeldes que no tienen un imam, de modo que reina el caos. Esto se debe a que el juramento de lealtad obliga también a los musulmanes rebeldes. Se puede decir que aunque impedido y apresado por ellos de facto, sin embargo conserva su autoridad sobre ellos de iure. 6

Pero si los rebeldes han elegido a un imam por su cuenta y han jurado lealtad a él, entonces el capturado queda excluido del imamato en cuanto no quedan esperanzas de liberarlo, pues los rebeldes han abandonado toda obediencia a él y en el territorio ocupado por ellos rigen reglas diferentes a las de la comunidad. Las personas leales al capturado no pueden esperar que él los asista, ya no tiene poder alguno de modo que deben elegir un nuevo gobernante.

Todos estos planteamientos parecen preparar el camino para la distinción que será llevada a cabo más adelante entre el emirato general libremente asignado y el emirato de conquista. Y también es posible asociar algunos de ellos con la situación particular del momento. El caso del califa controlado puede verse por un lado como un reconocimiento de situaciones que se habían presentado ya en la historia de la dinastía abbasí en que algún miembro de la familia o de la corte y no el califa era el que en realidad ejercía el control del imperio.7

El postulado de que el califa debe buscar a quien le ayude a oponerse a quien lo controla, cuando la ley es infringida, se puede ver como una justificación de las posibles negociaciones de los abbasíes con los selyúcidas para buscar su apoyo en contra de los buyíes que, musulmanes y todo, eran sííes.

Además, el último caso contemplado cuando se trata el asunto de la coerción, también parece estar formulado de manera en que se pueda aplicar al caso de la toma del control imperial por parte de los buyíes. Sería un tanto aventurado asegurar que efectivamente no tenían un líder bien definido al que fueran leales al momento de tomar Bagdag, de modo que el caos amenazara el imperio debido a ello. Pero es indudable que la posibilidad de afirmar que esto era así, de manipular la visión sobre lo que había ocurrido y cómo en ese momento, para hacer que así pareciera, era indudablemente útil para las pretensiones de reafirmar la necesidad de mantener al califa abbasí en su sitio y de reafirmar su supremacía.

Aunque tal vez lo más importante en estos puntos es el hecho de que se hace evidente que no se exige una lealtad a ultranza de la comunidad al imam. Lo más importante, lo que tiene prioridad, sin importar quién ejerce realmente el poder o tiene la capacidad para hacerlo es el cumplimiento de la ley revelada. Ante el poder de las personas se distingue el poder político-moral de la religión, único irrenunciable. Esta idea que está de fondo se reafirmará con mayor fuerza cuando se trate el caso de los emiratos. Al que conviene dirigirnos ahora.

1Íbid., p. 30

2Pérdida de la vista, del oído, del habla, pérdida de las manos o de las piernas o una pérdida de movilidad que le impida actuar. Íbid., p. 31-33

3Aunque esto resulta comprensible si se considera que, a fin de cuentas, el imamato es considerado aquí como una institución que se impone para garantizar e cumplimiento de la ley revelada.

4Íbid., p. 34

5Ídem.

6Íbid., p. 35

7 Durante el califato de Mutamid (870-892), por ejemplo, quien realmente ejerció el poder durante la mayor parte de su periodo de gobierno fue su hermano Muwaffaq

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