El día 2 de Junio de 2001, el reconocido artista mexicano Juan Soriano, conocido en algunos círculos como “el Mozart de la pintura”, declaraba al periódico Reforma:
A Orozco, Rivera y Siqueiros los mencionan dondequiera por razones políticas, las mismas razones por las que tiene éxito el movimiento indígena en Chiapas, por la cosa tan rara de quienes tienen la idea de que son indios en un país en donde toda la gente es mestiza […] Por tercos siguen siendo indios, y no pueden revivir sus tradiciones porque no las conocen, no saben escribir; ni se entienden entre ellos porque hablan diferentes idiomas, y los hablan muy mal. No hacen más que emborracharse, pegarle a las mujeres y protestar. No aprenden a trabajar la tierra, no aprenden a ser ciudadanos del lugar donde viven. Es absurdo. Llevan más de 300 años de hacer eso y ahí siguen; pero son muy poquitos.
Las palabras de Soriano, más allá de la condena al EZLN, merecen atención porque ponen en evidencia algunos aspectos sobre una idea que fue ampliamente aceptada a lo largo del siglo XX y no pierde todavía su vigencia: México es una nación mestiza. Con seguridad no todos llegarían al grado de afirmar, como Soriano, que todos en México son mestizos y reconocerían la existencia de grupos indígenas, pero difícilmente alguien rechazaría la idea de que los mestizos conforman la gran mayoría de la población nacional. He aquí la primera nota importante.
El segundo aspecto a resaltar en las declaraciones del artista plástico se encuentra en su concepción y valoración de las formas de vida de las comunidades indígenas. Al decir que estas personas son incapaces de revivir sus tradiciones y que hablan mal los distintos idiomas que existen, Soriano no hace más que hacer explícita una concepción también muy arraigada en el imaginario nacional: se asume que lo auténticamente indígena es cosa del pasado mientras que lo que existe hoy son sólo los restos, que se resisten a morir, de lo que fue la verdadera cultura indígena. La cultura de las comunidades indígenas de la actualidad es vista, en el mejor de los casos como lo que ha logrado sobrevivir de la antigua gloria de las civilizaciones prehispánicas; en el peor, como una necia resistencia a integrarse a la nación mestiza moderna, que debe ser vencida.
Por oposición a la manera en que se concibe al indígena se puede construir la forma en que se valora al mestizo. Mientras el indígena se resiste al cambio, el mestizo lo acepta y se moderniza; mientras el indígena no sabe leer ni escribir, el mestizo se alfabetiza; mientras los indígenas hablan diferentes idiomas, lo que no permite que se entiendan entre ellos, los mestizos tienen un idioma único común a todos; mientras los indígenas no aprenden a ser ciudadanos, los mestizos son ciudadanos plenos.
No cabe duda de que hay aspectos problemáticos propios de estas ideas, resaltemos, por hora, sólo uno. Como señala Federico Navarrete (Las relaciones interétnicas en México, p. 14-15), el hecho de que la concepción de las culturas indígenas de la actualidad como los restos del glorioso pasado prehispánico implican de manera implícita una visión a-histórica de estas culturas. Al concebir los cambios que se han operado en estas culturas como una pérdida de autenticidad, se niega a estos grupos la posibilidad de cambiar sin perder su identidad, se equipara el cambio con una paulatina desaparición de lo indígena. Pero ¿es posible sostener semejante visión de la cultura? ¿es posible defender que la cultura es algo que debe permanecer estático para no perderse o desaparecer?
Sin embargo, no es mi intención en este momento detenerme en una crítica minuciosa de estas ideas. Lo que me interesa en este momento es trabajar el terreno para poder sembrar las siguientes cuestiones ¿Cómo se forjó la idea de que México es una nación mestiza y cómo se impuso en el imaginario popular?
Inicialmente podría parecer un sin sentido para muchos plantear semejantes preguntas. Las narrativas históricas con las que hemos crecido y nos han sido inculcadas nos han dado a entender de una manera u otra que México ha sido una nación mestiza prácticamente desde la etapa colonial y que ha sido concebido así desde entonces. En la Nueva Historia Mínima de México Ilustrada, por ejemplo se habla del mestizaje como parte del proceso de consolidación de la conquista y se describe de la siguiente manera:
Concomitante con lo anterior fue el surgimiento del mestizaje tanto en su expresión biológica como en la cultural. Aunque por parte de algunos (especialmente los frailes) hubo oposición al contacto entre indios y españoles, y aunque la legislación recalcó siempre la diferencia entre unos y otros, el hecho fue que las dos poblaciones establecieron pronto una estrecha relación. Las relaciones sexuales informales fueron mayoría, pero también hubo matrimonios reconocidos, sobre todo entre españoles e indias de buena posición. Ya para 1550 el náhuatl y otras lenguas se daban con fluidez entre muchos pobladores españoles. En contrapartida, no pocos caciques y nobles se hispanizaron prontamente, y algunas escuelas religiosas pusieron aspectos sofisticados de la cultura europea, como la retórica latina, al alcance de las elites indígenas (si bien sólo por un breve tiempo). Además, debe añadirse a esto la incorporación de un numeroso contingente de africanos (unos 15 000 a mediados del siglo) traídos a Nueva España como esclavos. En su gran mayoría eran varones y su mezcla con las indias fue inmediata. (p. 135)
Más adelante (p. 140) se habla de los mestizos como personas con una flexibilidad cultural innata que les permitía acomodarse casi en cualquier lugar, por lo cual pudieron aprovechar las oportunidades de movilidad social que surgieron con el dinamismo y crecimiento del país. Y se dice también (p. 168-170) que los procesos de mestizaje cultural operaron en el surgimiento de elementos constitutivos de la identidad novohispana como la comida, el vestido, el mobiliario, el lenguaje, la música, la danza y otros.
Hacia el final del apartado sobre la época colonial, se afirma que para mediados del siglo XVIII ya se encontraban en Nueva España muchos elementos de identidad que habrían de expresarse en la etapa independiente. Además, se asegura que:
La consolidación de una identidad nacional o, en términos más generales, “americana”, fue una preocupación fundamental de la cultura criolla y mestiza. Historiadores que recogieron los enfoques indigenistas sembrados en el siglo anterior, como José Joaquín Granados Gálvez, revivieron, y en gran medida crearon, la idea de la gran nación tolteca –inicio de la historia de la “tierra de Anáhuac”– y de la legítima monarquía o “Imperio Mexicano”. De aquí sólo faltaría un paso para definir como “mexicana” a la nacionalidad que cobraba forma en Nueva España (p. 190)
De esta manera se nos dice no sólo que México fue prácticamente desde sus orígenes una nación mestiza, sino también que además había conciencia de ello, que los novohipanos sabían que se trataba de una nación mestiza. Además de esto, la visión que se presenta del mestizo es, sin lugar a dudas, positiva: bien dispuesto al cambio debido a su capacidad de adaptarse, sabedor de cómo aprovechar las oportunidades, elemento fundamental en la formación de la cultura e identidad nacional
Sin embargo, al revisar los textos de algunos personajes importantes en el ambiente político-intelectual de la primera mitad del siglo XIX, se puede ver que la concepción que se tiene del país y de la identidad del mismo no concuerda del todo con esta narración.
En el primer capítulo de su Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830 (consultado en Lira, Andrés. Espejo de discordias. Lorenzo de Zavala, José Ma. Luis Mora, Lucas Alamán, p. 45-51), Lorenzo de Zavala estima que la gran mayoría de la población novohispana estaba constituida por indígenas, asegura que otra quinta parte estaba formada por los españoles privilegiados y la restante quinta parte estaba formada por las castas (en donde incluye a todos los grupos de «sangre mezclada») y los blancos pobres. Por lo que respecta a la cuestión cultural, Zavala se limita a lamentar el estado de ignorancia en que se encuentra sumida la mayoría de la población.
Lucas Alamán, por su parte estimaba, al igual que Lorenzo de Zavala que la población blanca no llegaba a ser más de la quinta parte de la población, ni en la época novohispana ni en el periodo independiente hasta la década de 1840. Pero asegra que los otros cuatro quintos de la población se pueden considerar distribuidos por mitad entre los indios y las castas (en principio distingue a los mestizos de las castas, pero asegura que se confundían con ellas). A estas últimas las describe como infamadas por las leyes y condenadas por las preocupaciones, además de que presenta una visión de ellas que dista de ser positiva. De acuerdo con él estas clases tenían todos os vicios propios de la ignorancia y el abatimiento. Reconoce en los mulatos los mismos vicios que en los indios, pero investidos de un carácter diferente debido a la mayor energía de su alma y vigor de su cuerpo:
lo que en el indio era falsedad, en el mulato venía a ser audacia y atrevimiento; el robo, que el primero ejercía oculta y solapadamente, lo practicaba el segundo en cuadrillas y atacando a mano armada al comerciante en el camino; la venganza, que en aquél solía ser un asesinato atroz y alevoso, era en éste un combate en que más de una vez perecían los dos contendientes (Alamán, Lucas. Historia de México, capítulo I. en Lira, Andrés. Espejo de discordias. Lorenzo de Zavala, José Ma. Luis Mora, Lucas Alamán, p.163-164)
Como se puede apreciar, la manera en que se concibe tanto la composición de la población de la Nueva España como la valoración que se hace de los mestizos (en sentido amplio aquí, para incluir también a las castas), es muy diferente a la presentada en la Nueva Historia… De esta manera, se hace evidente que las ideas que mencionamos a principio, al analizar los supuestos sobre los que se erigían las declaraciones de Soriano, no han estado presentes en todas las etapas de la historia nacional. Frente a la idea de que México es mayoritariamente mestizo y minoritariamente indígena, están los testimonios de personas que ven un México con una mayoría de población indígena; ante una valoración positiva de los mestizos, como estas personas dispuestas al cambio y a la modernización, portadoras de una cultura moderna, se encuentra una valoración más bien negativa que los ve como portadores de la ignorancia y de vicios exacerbados.
No hay que dejar de notar, sin embargo, que la valoración que se hace de los grupos indígenas parece no cambiar.
¿Qué es lo que ha cambiado en el espacio de tiempo que separa a Soriano y los autores de la Nueva Historia Mínima… de Lucas Alamán y Lorenzo de Zavala, que origina el cambio en esa concepción de México y la composición de su población? ¿A qué se debe el cambio que se puede apreciar en la forma de concebir y valorar a los mestizos? En otras palabras ¿Qué circunstancias materiales, políticas y culturales están ligadas al surgimiento de nuestra idea contemporánea de México como nación fundamentalmente mestiza? y junto con ello ¿por qué la imagen que se tiene de os grupos y culturas indígenas parece no cambiar? Estas cuestiones, que son las que deseaba poner en la mesa, requieren un análisis cuidadoso que intentaré llevar a cabo paulatinamente.