En ocasiones anteriores me he valido de la discusión de David Theo Goldberg sobre el racismo y el concepto de raza para mostrar la pertinencia de un enfoque genealógico sobre el racismo en México. En la primera, presenté la definición mínima del concepto de raza propuesta por Goldberg. De acuerdo con esta definición, las razas son lo que sea que las personas conciban al usar el término, al presentarse a sí mismos como miembros de un grupo racial, o al presentar a otros como miembros de un grupo racial. Al adoptar esta tesis, se hace a un lado la pretensión de ofrecer una definición o teoría sobre las razas y el racismo que pretenda dar con algo así como la esencia del concepto y del fenómeno. Pero además, al quedar descalificada la pretensión de elaborar una teoría que pretenda dar cuenta de todo racismo, quedaba abierto el campo para un enfoque genealógico del fenómeno. Si las razas son lo que sea que las personas conciban al momento de usar el concepto de raza, entonces, las connotaciones específicas del concepto de raza en un contexto dado deben ser determinadas empírica y arqueológicamente, mediante el análisis de los usos del concepto. En lugar de elaborar una gran teoría general sobre el racismo, la tarea que nos queda es la de elaborar las genealogías de los diferentes racismos existentes.
Sin embargo, también presenté lo que a mi forma de ver era un problema de la propuesta de Godberg. Dado que de acuerdo con él no hay racismo sin discursos raciales y el racismo hace su aparición a la par que el concepto de raza, cuestioné si esto es así forzosamente. ¿Debemos asumir que no hay racismo en una sociedad, si no se usa en ella el término “raza” y otros asociados a él, incuso si existen prácticas de identificación de grupos que parecen estar configuradas de acuerdo con una de las maneras en que el racismo se ha expresado en algún momento histórico?
En otro momento, después de analizar el concepto de raza presente en un texto de Enrique Semo, volví a la propuesta de Goldberg y ofrecí una posible respuesta a esta cuestión. Hice allí una analogía entre el concepto de racismo y el de clases sociales, para argumentar a favor de la legitimidad del concepto de racismo como categoría de análisis de sociedades en las que el término “raza” no existiera. De esta manera, aseguré que incluso si el concepto de raza no estaba presente en un sociedad, podía ser útil para nosotros, que analizamos estas sociedades desde un punto de vista externo, utilizar el concepto de racismo o de relaciones sociales de raza para explicar fenómenos presentes en estas sociedades.
En esta ocasión regresaré a la propuesta de Goldberg y la tomaré comopunto de partida para trazar algunas líneas metodológicas más concretas sobre la elaboración de una genealogía del racismo. Para ello propondré enriquecer la tesis central de Goldbgerg con algunas tesis de la corriente historiográfica de la historia conceptual.
En mis textos anteriores, al expresar mis dudas sobre la propuesta de Goldberg, omití descuidadamente una distinción sumamente importante: la distinción entre un término o palabra y un concepto. Esta distinción que de buenas a primeras puede parecer caprichosa o bizantina en realidad es sumamente útil. Los conceptos se expresan a través de palabras, eso es claro, pero lo que se quiere decir es que no necesariamente a un concepto corresponde una palabra única que lo exprese. Quentin Skinner nos ofrece un ejemplo brillante para mostrar esto.1 Quien quiera saber si Milton poseía el concepto de originalidad, llegará a una respuesta negativa si se enfrasca en un búsqueda de la palabra “originality”, pues el poeta no la usa. Sin embargo, cuando el mismo Milton habla acerca de lo que aspiró a hacer en su Paraiso perdido, podemos ver que enfatiza bastante su decisión de encargarse de cosas no atendidas ni por la prosa ni por la poesía. De esta manera, descubrimos que Milton no sólo poseía el concepto de originalidad, sino que la cuestión de la originalidad era bastante importante para él. Esto hace evidente que para poseer un concepto no es condición necesaria poseer una palabra única que lo exprese.
Pero si no es condición necesaria, tener una palabra tampoco es condición suficiente para tener un concepto. Kant y Wittgenstein se han encargado de decirnos que es bien posible que creamos tener un concepto cuando en realidad no está claro a qué refieren nuestras palabras o cuál es su significado.
¿Cómo podemos saber, entonces, si estamos o no frente aun concepto? Inevitablemente tendremos que recurrir a los usos del lenguaje. Pero en lugar de fijar nuestra atención exclusivamente en qué palabras se usan o no, lo que tenemos que hacer es centrar nuestra atención en los significados que tienen las palabras en el contexto en que son usadas. La tesis de Skinner es que la señal de que una sociedad o grupo posee un concepto sería que se desarrolle un vocabulario que sea usado para expresar el concepto y discutirlo de manera más o menos consistente.
Una vez hecha la distinción entre conceptos y palabras, Skinner asevera que para comprender la manera en que alguien ve el mundo ―para lo cuál es muy importante saber, por ejemplo, qué distinciones hace y qué clasificaciones acepta― lo que necesitamos saber no es tanto qué palabras utiliza, sino qué conceptos posee.
La pertinencia de recuperar a Skinner para complementar la propuesta de Goldberg debería ser bastante clara ahora. Recuperar la distinción entre palabras o términos y conceptos nos permite mantener la tesis de que el racismo surge a la par que el concepto de raza; pero nos permite también contemplar la posibilidad de que existan el concepto de raza y el racismo incluso en sociedades en que no existe una palabra que exprese el concepto de raza. Es posible que en la España del siglo XV no se hablara de “razas”, pero un análisis de la discusión que llevó a la institución de las leyes de limpieza de sangre en Toledo en 1449 bien podría revelarnos la existencia de un vocabulario y usos del mismo que indiquen la presencia de un concepto de raza en ese contexto. Y mediante el análisis de los usos del concepto, podríamos también saber qué tipo de racismo es el que se configuró en ese momento histórico.
Otra tesis que deseo traer a colación proviene de la escuela de la Begriffsgeschichte de Koselleck. Koselleck enfatiza que los conceptos condensan experiencias históricas. En ellos se encuentran sedimentados diferentes sentidos, provenientes de épocas y circunstancias de enunciación diversas; sentidos que se ponen en juego en cada uno de sus usos efectivos.2 Al examinar los usos de los conceptos, pues, no sólo se debe tomar en cuenta el sentido que una persona puede haber querido darle al utilizarlo, sino también los otros sentidos que el concepto carga y que influyen en la manera en que las demás personas interpretan el discurso de quien utiliza el concepto en cuestión.
En el caso de la cuestión del racismo y e concepto de raza, esto quiere decir que, en el curso de la investigación no sólo se debe prestar atención a los usos del concepto de raza en un momento dado, sino también los usos que ha tenido anteriormente, de modo que se pueda apreciar el sentido que se le otorga y cómo es que se distingue de los sentidos que ha tenido en otros momentos históricos.
Si esto es importante, ello se debe a un supuesto importante de fondo: atender a la transformación de los sentidos del concepto es fundamental para poder dar cuenta de cómo es que las prácticas racistas se transforman. Y esto es así porque los conceptos de los que disponemos establecen horizontes y limites para la experiencia posible y la manera de asimilarla. Los conceptos proveen a los actores sociales de herramientas para comprender el sentido de sus actos y sus posibles vías de acción. De esta manera, los conceptos sirven como un indicativo de las variaciones sociales.
Ahora bien. Una vez echas las observaciones anteriores, se pueden indicar los siguientes lineamientos a seguir en el análisis de la historia del concepto de raza, con miras a la elaboración de una genealogía del racismo.
Se debe prestar atención al concepto de raza, a sus usos y a las redes de conceptos en que se articula o que contribuye a articular. No se puede tomar en cuenta sólo el concepto de raza sin tomar en cuenta también el de libertad y esclavitud en el siglo XVII, o el de nación en el siglo XIX, por ejemplo. Se debe tomar en cuenta cuáles eran las redes conceptuales en que el concepto se articulaba y los problemas que eran abordados a la luz de esas redes conceptuales. El problema de la construcción de una nación entendida como conjunto de personas que comparten una cultura, es bastante diferente del problema de construcción de una nación concebida sólo como conjunto de personas sometidas al mismo gobierno o leyes; el concepto de raza difícilmente se articulará de la misma manera con estas dos formas de concebir la nación.
Hay que prestar especial atención a las disputas alrededor de los desacuerdos sobre el uso del concepto de raza. Las discusiones acera de si un concepto es o no aplicable para describir una acción o fenómeno particular son un campo de estudio bastante rico para el análisis de los diversos usos y significados del uso del concepto sobre el que se debate. De acuerdo con Skinner hay por lo meno tres cuestiones posibles que pueden estar en juego en una discusión de este tipo.3
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El significado. Es decir, el rango de criterios de acuerdo con los cuales se usa un concepto, las “notas” asociadas a él.
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La cuestión de la referencia. En este caso, las discusiones gran no tato sobre el significado de los conceptos, sino sobre si es adecuado o no aplicarlos a determinados casos. En líneas generales la pregunta central de estas disputas se podría ejemplificar de la siguiente manera: “Dado que por raza, entendemos x, y, y z ¿es este grupo humano una raza?.
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Lo que se pretende al aplicar un concepto dado a una situación determinada. Austin ha llamado nuestra atención sobre el hecho de que no usamos el lenguaje sólo para describir el mundo, sino que también hacemos cosas con él. ¿qué pretendemos al decir que x grupo es una raza o que la persona z pertenece a la raza y? ¿pretendemos hacer una descripción? ¿estamos intentando desacreditar a la persona? ¿intentamos conferir cierta dignidad al grupo en cuestión?…
Si bien estas indicaciones son bastante útiles para el propósito de la elaboración de una genealogía del racismo, no son suficientes. A mi modo de ver, la genealogía del racismo no se identifica con la historia del concepto de raza, ni se agota con ella, aunque el análisis histórico del concepto de raza es fundamental para ella.
Marx aseguró alguna vez que no podemos juzgar a una sociedad sólo por las formas ideológicas (jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, o filosóficas) mediante las cuales adquiere conciencia de sí y de sus conflictos, y recalcó la necesidad de explicarse esta conciencia por las contradicciones en la vida material.4 Esto no quiere decir, desde mi punto de vista, que se deba abandonar el esfuerzo por reconstruir y examinar las formas en que las personas se han pensado a sí mismas y a sus sociedades a lo largo de la historia. Quiere indicar más bien que no debemos olvidar que la historia social, rebasa a la historia conceptual, en la medida en que los hechos y acciones no son reducibles a la interpretación o enunciación lingüístico-simbólica de las personas que los viven o se enfrentan a ellos.
A mi modo de ver, una genealogía del racismo, estará incompleta si no intenta dar cuenta de las situaciones materiales, sociales, ante las que algunos grupos respondieron mediante la conceptualización de sí mismos y de otros como diferentes grupos raciales, y de cómo la puesta en marcha de prácticas coherentes con dicha conceptualización fue funcional para ellos al momento de hacer frente a dichas situaciones.
La genealogía del racismo deberá echar mano, pues, de la historia social, económica y política, que permita comprender la manera en que las transformaciones del concepto de raza se fueron articulando con diferentes problemas y prácticas. Así como debe echar mano de la historia conceptual para reconstruir la manera en que los diferentes grupos humanos se vieron a sí mismos, qué era lo que consideraban un problema y qué soluciones ofrecieron.
Aquí es donde deben entrar en juego otro tipo de conceptos. Además de aquellos que debemos examinar y cuya historia debemos trazar, debemos tener conciencia lo más cerca posible de cuáles son nuestras categorías de análisis. Debemos tener bien presente la diferencia entre ellas y los conceptos cuyo desarrollo histórico analizamos por un lado para evitar caer en anacronismos, para no atribuir a las personas del pasado palabras que no usaron o intenciones que simplemente no pudieron tener porque no e encontraban dentro de su horizonte de expectativas posibles. Por el otro, porque son las que nos pueden permitir llegar a un grado de abstracción y análisis más sólido que si nos quedamos solamente con las narrativas sobre cómo evolucionaron ciertos conceptos en el tiempo. Sería sin duda insensato afirmar que los liberales del grupo de José María Luis Mora intentaron imponer un “proyecto civilizatorio”, puesto que no disponían de este concepto. Pero nosotros poseemos este concepto y, después de examinar las propuestas económicas y políticas de diferentes grupos políticos del siglo XIX podemos decidir que de acuerdo con su concepto de nación, ciudadanía, gobierno, etc., el del grupo de Mora es un proyecto civilizatorio en pugna con otros, así como especificar en qué se distingue de ellos y qué aspectos comparten.
Queda entonces abierta la cuestión de qué categorías de análisis son las más adecuadas para llevar cabo una genealogía del racismo como la que me propongo. En otra ocasión intentaré ocuparme de esta cuestión.
1Skinner, Quentin. “Language and political change” en Terence Ball, James Far y Russell L. Hanson. Political innovation and conceptual change. pp. 7-8
2Palti, Elías. “De la historia de las ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’. Las escuelas recientes de análisis conceptual. El panorama latinoamericano” en Anales, 7-8, 2004-2005, p. 72
3Skinner, Quentin. “Language and political change”, pp. 9-11
4En el “Prólogo” a la Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859.