Tatis

Estoy frente a tu departamento, lo reconozco. No sé cómo he llegado, no recuerdo haber seguido el camino de siempre. No pasé frente a la caseta de vigilancia de la unidad habitacional. No caminé en línea recta hasta llegar a la esquina en la que atravesaba la calle para dar vuelta a la izquierda después. No giré a la derecha hacia el andador por el que caminaba entre edificios blancos de cuatro pisos con números pintados en color azul. Tampoco pasé frente a la tienda de Estelita y giré de nuevo a la derecha para caminar hasta llegar al portón negro del edificio y subir las escaleras hasta el cuarto piso. Pero tengo enfrente esta reja negra a través de la que puedo ver la puerta de madera con la mirilla, veo el número ocho pintado a un costado, en la pared, y sé que estoy frente a tu casa. Aparte de las hojas de algunos árboles, mecidas por un viento ligero, todo está en calma; entonces escucho un pregón que llega desde algún andador: «¡Los tlacoyos!», dice una voz femenina y aguda, que alarga «a» y la segunda «o». No hay duda, esta es tu casa.

¡Hace tanto que no vengo aquí! Volví una vez, movido por la nostalgia, pocos años después de tu partida, sólo para encontrar un paisaje familiar y ajeno a la vez, para salir lo más rápido que pude en cuanto me percaté de que algunas personas desconocidas me miraban con sospecha, seguramente preguntándose que hacía yo ahí. No había regresado desde entonces. Pero esta vez es distinto, algo me dice que estás aquí. Tal vez es el aire que me trae olores conocidos, quizá sean los sonidos familiares, puede que sean nada más las ganas que tengo de verte, el deseo de volver a encontrarme contigo, o mis recuerdos que llenan cada espacio con tu presencia. No sé que es, pero algo me lo dice ¡Sé que estás aquí!

Toco el timbre y espero un poco. Creo percibir el sonido de pasos que se acercan a la entrada, con suavidad. Observo atentamente la mirilla de la puerta y noto que el punto blanco en su centro se oscurece por unos instantes, respiro hondamente. Entonces gira la perilla de la puerta, ésta se abre suavemente y te muestras ante mí, veo que sonríes alegremente a la par que me dices «¡Quihubo!». Aprovecho el tiempo que tardas en abrir la reja para recorrer rápidamente tu figura delgada. Veo tu cabello cano, con algunos hilillos negros todavía, corto y peinado hacia atrás; tus ojos brillantes que parecen entrecerrarse un poco a causa de la sonrisa con la que me das la bienvenida; noto que llevas un suéter color miel sobre el vestido a rayas blancas, rojas y rosas, que calzas zapatos bajos. Entonces me invade una gran alegría, la del que vuelve con un ser amado al sitio en que ha sido feliz; no puedo más que sonreír también y responder: «Hola, Tatis».

Avanzo hacia ti en cuanto se abre la reja. Paso una mano por tu cabello, te beso la frente y me agacho para darte un beso en la mejilla mientras te abrazo a la par que exclamo «¡Abrazo de oso!». Me invade tu aroma y siento que tus brazos me rodean también, percibo unas palmadas en mi espalda; siento el calor de tu cuerpo, ese calor tan conocido que me hace sentir amado, tranquilo y seguro.

Escucho que me preguntas «¿Cómo estás, Peque?», mientras deshacemos el abrazo y te haces a un lado invitándome a pasar. «Bien, muy bien ¿Y tú?», contesto mientras caigo en la cuenta de que tuve que agacharme para poder abrazarte, de que bajo la mirada para poder encontrar la tuya. La última vez que nos vimos no había esta diferencia de estaturas, aunque yo estaba creciendo y ya era evidente que sería más alto que tú; ahora soy más alto que mi papá, que mis tías y mis tíos. ¿Cómo me has reconocido? Me has saludado como si nunca hubiéramos dejado de vernos, con la familiaridad de siempre, sin mostrar sorpresa o señal alguna de que te costara trabajo saber quién soy ¿Cómo es que a pesar del tiempo has reconocido a tu peque en este hombre de poco más de treinta años y cabello largo al que cada vez más personas llaman «señor»? ¡No importa! ¡Nada de eso importa en este momento! Eres tú y soy yo, ambos lo sabemos. Estamos juntos de nuevo en tu hogar, donde pasamos juntos tantos momentos de mi infancia. Eso es todo y no hay nada más importante en este momento. Estoy feliz de volver a verte, abuelita.

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