Es ahí cuando el gaucho despiadado entra en la confusión antes descrita como si se tratara de una nueva sensación o, quizá, alguna sensación perdida ante el olvido de su experiencia. Ya sea la novedad o el recuerdo, el quiebre del protagonista evidencia el desconcierto de ambos tipos de sorpresa, semejantes entre sí. Un aturdimiento que lo debilita, volviéndolo lábil ante la voluntad de sus propios compañeros y subordinados, entre ellos El Muerto, quien ya está harto de la dirección del antes implacable e indolente gaucho. En este último podemos inferir una disposición al sacrifico subsecuente, demandado por un cuerpo dispuesto a la dominación de la debilidad de su propia compasión. La disposición de un cuerpo a morir para renacer, después de cargar sobre sí una historia ahora insostenible que se quiebra a través de la angustia de su protagonista, territorio y paisaje de la escena de su propia finitud. Aballay es el hombre sediento en medio del desierto de su cuerpo atravesado por la sensación, la náusea, el vértigo.