A todos y cada uno de los migrantes centroamericanos.
Sin importar a donde lleguen, bienvenidos a casa, ciudadanos del mundo.
“Yo ya sé cuál es mi camino
y sé dónde quiero estar.
Quiero estar abajo, ¿por qué abajo?
Porque abajo está la verdad”
Batato Barea
Con un formato cercano a la telenovela latinoamericana (lo cual se aprecia en su arte y diseño de visuales) y con una clarísima apuesta por el melodrama como referente, “Amor y Frijoles”, película hondureña del 2009, nos lleva a las profundidades del mar de lo humano por la transparencia de sus aguas. Tal estrategia manifiesta la sabía decisión de privilegiar la palabra coloquial y cotidiana, la espontaneidad de su comunicación, en el mejor de los sentidos de la palabra.
Los tránsitos entre la vida campesina, ligada a la vida de la tierra, vinculada con la naturaleza, y los vicios de la ciudad, enquistamiento de una existencia burocratizada característica de lo urbano, se encuentran atravesados vinculantemente por un Ethos barroco, manifiesto y patente en las activaciones y desactivaciones del mismo, ya sea por prudencia o naturalización, según sea el caso. Fenómeno opuesto a las imposiciones del progreso, cercano a la magia, sincretismo y paganismo de cierto “realismo”, con sus correspondientes tradiciones y virtualidades, conectado con los contrastes accidentales y afortunados de nuestro subdesarrollo, dislocaciones de los procesos de consumo y normalización. Surcos habitables para la paxis de una poiesis, capaz de gestar emancipación y soberanía, cuestionadora de una moral opuesta a la virtud mutualista de la comprensión, manifestación de sabiduría y, por lo tanto, de prudencia como amor a la vida. Una película, aparentemente menor, que no deja de recordarnos lo fácil que nos es olvidar que las apariencias suelen engañar, así como “la naturaleza suele ocultarse”, diría el abuelo efesio.