Se perdió la gallina. Karen se olvidó de ella cuando se olvidó de sí misma. Suena una voz aguda, molesta y desaforada al fondo de la casa. Se trata de la conductora de talk show. “No voy a hablar mal de las buenas mujeres, voy a hablar mal de las malas mujeres”.
¿Cuál es la virtud de hablar mal de alguien? ¿Qué significa hablar “mal” de alguien? ¿No se supone que es opuesto al bien hacer cosas “malas”? ¿Puede haber justicia en hablar “mal” de alguien? Quizá creemos que sí, en la medida en que exponemos los vicios de los demás como algo opuesto al bien. Sin embargo, en tal habladuría, recordando al buen Al-farabi, se tiende a mezclar de manera indiscriminada filias y fobias, pasiones, propias y muy personales que, en realidad, no alcanzamos a comprender. ¿Puede haber justicia en ello? Me parece más honesto, por lo menos, tomar la decisión de ser malo con alguien, con la plena conciencia del mal radica que ello implica, como bien habla de él el Kant de La religión dentro de los límites de la mera razón. ¿No es más claro ello que el extravío al que siempre tenderá la mera opinión, la doxa? Insisto, ¿no está ahí la soberbia actitud de creerse Dios, la ley y nuestro verdugo (verdugo de todos), ejecutantes de esa guillotina llamada moral? Qué clase de psico-socio-patía entraña esa voluntad. ¿Qué clase de enfermedad es la moral y qué tan enferma está la cultura, al grado de que, en su normalización y naturalización, es capaz de convertirse en la enfermedad misma de nuestras dinámicas de consumo? Parece caricaturesco de mi parte, pero, entre lo que podemos hacer nosotros con las palabras y lo que hacía Robespierre con la afilada hoja del derecho no hay gran diferencia.
“Hasta voz me dejaste, ¿verdad?”, le reclama Karen a la gallina ausente. “¿Qué te hiciste?”, le dice a la gallina en relación con su paradero, cuando en realidad la gallina no está, se lo está diciendo a sí misma. Mientras tanto, al fondo del espacio, se oye el griterío discursivo de la animadora del TalkShow acerca de aquellas mujeres que le hacen brujería a los hombres para tenerlos a su lado a la fuerza. Y, sin embargo, Karen desatiende la televisión, ahora está más preocupada por ella, la gallina. “Esas mujeres merecen que las metan en la cárcel, merecen que las escupan en la calle, son todas unas…”. Y antes de que la animadora acabe su decálogo, Karen apaga la televisión, probablemente harta de la perorata moral, del ruido, lo disonante aparentemente consonante, armonía aparente,siguiendo a Heráclito. Imposición de valores, moral, formas de consumo de la vida, de una “vida” privilegiada y sus privilegios. Probablemente tal decisión de Karen ante lo importante, su gallina y el amor a sí misma que ella representa, la lleve a darse cuenta, desde lo más profundo de sí, que, con base en lo último que ha hecho, ella sería “metida a la cárcel y escupida en la calle”. Sería sujeta a la crueldad del juicio, a la falta de comprensión de los prejuicios, de aquellos valores que constituyen la moral de la cual también fue verdugo.
Ni siquiera uno tiene derecho a ser juez de sí mismo. Merecemos la tierna comprensión de ser justos con nosotros mismos, la paciente y tierna escucha de nosotros, del logos de nuestras sensación, la comprensión. ¿Qué tiene de egoísta amarse a sí mismo? ¿No resulta irresponsable dejar de hacerlo?