Herida

No deja de sorprenderme la capacidad del cortometraje para decir mucho con tan poco. Sin duda, detrás de tal recurso es necesario el enorme talento de un cineasta capaz del dominio del lenguaje de su arte y del cuidado de su oficio. Me gusta el cortometraje porque demuestra que la vida cabe en una nuez. La complejidad del cosmos es descifrable en la atención a los pequeños detalles que obviamos por su aparente insignificancia. Cuando rebasamos tal prejuicio y hacemos a un lado la aparente grandeza de lo evidente y la grandilocuencia obsesiva de algunos discursos, nos damos cuenta de que lo que llamamos vacío no tiene dicha condición, impuesta por el nombre que lo define, porque el silencio que entraña también habla.

            Un profesor universitario, anciano, malhumorado, con tal malestar que evidencia en pocos gestos y expresiones su carácter hostil y pragmático -incluso hacia aquellos seres de su cercanía- se encuentra en la paz de su casa, habitada por la aparente estaticidad de las cosas. La vibración atómica de las mismas fluye de manera sutil en el aire, y ello hace de cualquier estremecimiento un estruendo. Nuestro personaje se ha dado cuenta de que hay sonidos semejantes a los anteriormente descritos que representan una novedad. De repente las paredes crujen, parecen agrietarse, transmiten algo a través de la soledad voluntaria de aquel hombre. Los sonidos, a lo largo del transcurso de los días, parecen hacerse más fuertes, intensos, explícitos.

Son llantos, gritos y amenazas atravesando la delgada superficie de una pared de cemento u hormigón, nombres dados al concreto según la zona geográfica en la que se halle. Algo tan impenetrable como dicho material es fisurado por la voz humana, mero aire, logrando filtrarse hasta otro cuerpo vibrante. Si pensamos en la escucha como un acto de consciencia, más que magnificarse los sonidos, ¿será que por fin se está dispuesto a advertirlos?, ¿acaso ahora son dignos de atención?

            Hago una breve digresión. Creo que la cercanía con nuestros vecinos inmediatos, inevitablemente, nos dispone a tener acceso, de distintos tipos, grados y niveles, a su vida privada. Me pasa seguido viviendo entre paredes de Tablaroca. He escuchado a mis vecinos gritarles a sus hijos, estoy al tanto de sus gustos musicales e incluso he llegado a escuchar cuando hacen el amor. Probablemente se dieron cuenta de ello porque no he vuelto a escucharlos. Seguramente cambiaron de habitación para ello, no sólo por el bien de su intimidad sino también tomando en cuenta la estabilidad emocional de sus cuatro hijos, todos menores de edad.

            El profesor escucha algo semejante a una tortura. Durante la misma se va la luz en su casa. Escucha el lamento de un hombre. Este último grita, suplica, llora. Sólo tenemos una imagen parcial de dicho evento contenida en la cabeza del profesor, pegada a la pared de la que provienen tales ruidos, transparentándose tal visión a través de la expresión de sus ojos.

Estando en el jardín de su casa, el profesor había oído una reprimenda de un superior a un subordinado, como si se tratara de un militar. Otro día, en el mismo espacio, escuchó forcejeos e insultos, al igual que algún disparo. Tal susto llevó al profesor a intentar resguardarse y, en dicho intento, rompió la maceta que contenía una hermosa orquídea, bien cuidada y madura. Es fácil inferir que se trata de su planta favorita. Inmediatamente la rescato del suelo y la puso en una pequeña cubeta de aluminio, maceta provisional que le permitió correr con ella en los brazos para entrar a casa y resguardarse de un probable daño a su integridad. Probablemente, un hombre que tiene tal consciencia de la vida puede tener la sensibilidad para comprender la importancia de otras formas de la misma plenitud.

            Nuestro personaje es un profesor universitario que lee el periódico y escucha las noticias, lo suficientemente informado de mucho de lo que pasa en su país. Ello me hace inferir lo importante del momento del cual quiero hablar, el que le da título a esta breve reflexión que aspira a la capacidad de síntesis de una nuez.

            El profesor tuvo un encuentro particular con el vecino que hace tanto ruido. Primero los ruidos eran normales, el de los preparativos de una mudanza o el del acondicionamiento de una casa. Los molestos ruidos del taladro, el martilleo o el serrucho sirviendo para darle habitabilidad a un espacio que renueva su sentido. Después llegaron ruidos más lejanos a la cotidianeidad de una casa, como aquellos de los que hemos hablado. Casi no hay diálogo, el personaje habla poco, prácticamente sólo lo hace para defender su soledad, como gato panza arriba. Ello sucede claramente ante la invitación de su hijo a comer, para celebrar el próximo ascenso laboral de este último. El hijo quiere llevar a su padre a un restaurante, el padre prefiere celebrar en casa. No quiere salir, le gusta su espacio y quiere ser guardián del mismo. Incluso acompañado prefiere estar sólo, de ahí el hostil trato del padre hacia el hijo.

 Volviendo al encuentro del que hablábamos, una tarde, del otro lado de la barda del jardín del profesor, éste fisgonea los ruidos, con la discreción de un oído que siempre tiene su propia dirección. Los oídos se encardinan ante el estruendo y son encardinados a su vez por este último, una danza atómica mutua, de algo que la conciencia debe atender, según ellos. El profesor advierte un juego de pin-pon, contrastante con la reprimenda de un superior a un subordinado que había oído. Todo ello antes del incidente del disparo en el jardín. De repente, sin poder advertirlo, nuestro personaje oye el percutir de la pelota de pin pon sobre el breve suelo del patio, un objeto ha invadido su soledad. Antes de siquiera haber volteado, el profesor ve ante sí un joven que atravesó su barda, alguien se arrogó el derecho de entrar al territorio de una propiedad privada que obviamente no le pertenece. El profesor tiene la pelota en la mano. El joven se acerca ante el ofrecimiento de dársela. Dicho nuevo personaje será el otro único que aparece en escena a lo largo del film, los demás sólo se oyen brevemente. Está bien vestido, su apariencia sugiere que pertenece a una clase social alta. El joven toma la pelota y el profesor toma su brazo. El joven parece a la defensiva ante un probable regaño del profesor. Sin embargo, este último no es tonto -recordemos que lee los diarios y da clases en la universidad-, sonríe para darle al joven una cortés lección de modales, lo acompaña a la puerta para salir de la casa, de las cuales hay que pedir permiso para entrar, al igual que de las cuales hay que ser despedidos con deferencia.

            Hay quien ve una victoria en haber superado el cine mudo porque gracias a ello disponemos de diálogos para los personajes. Nos olvidamos de que siempre ha habido diálogos en el cine, incluyendo en buena parte de la producción del cine mudo. La verdadera victoria tiene que ver con la posibilidad de que el sonido, al igual que la imagen, nos cuente una historia, como complemento de la materialidad generada por el realizador, aquella en la que frecuentemente nos pasan las cosas, sobre todo las más trascendentales e inesperadas. Es el sonido el que nos revela todo, el que evidencia, visibiliza y muestra todo, vertebrando el sentido de la imagen, a lo largo de esta propuesta.

            El momento insoportable es cuando el profesor, durante la noche, no puede con los sonidos de una violación, atravesando la pared de su alcoba. El desgarro del grito de un mujer violada y torturada, mezclado con el jadeo de su perpetrador, sacan a nuestro personaje de su pasividad, en uno de los únicos momentos en que se atreve a hacer ruido a través de la palabra: “¡¡¡Paren!!! ¡¡¡Paren!!!”, grita desesperado y repetidamente, mientras golpea su propia pared. La vibración de tales sonidos atraviesa su cuerpo, haciéndolo vibrar, al grado que dicho trémolo lo empuja a la acción. Es la herida de un cuerpo pleno, sensible y pensante, íntegro en la corporalidad de su sensación, habitado por su consciencia escindida, derrota de la compasión, debilidad de un cuerpo vulnerado y vulnerable que se dispone a su entrega, la de su coraje. La vida de aquello que llama Nietzsche “el héroe en el alma”. Facta Loquuntur, los hechos hablan. En tal esfuerzo, el profesor ha tirado sin querer la planta que había rescatado y que tanto quería. Vemos la imagen de la planta en el suelo, la vida de un ser que se ha fugado, después de oír un disparo al que le sucedió el silencio.

            Nuestro personaje logra que paren. Sin embargo, se escucha el golpeteo de la puerta del profesor, seguido de una voz. Pocas veces la voz ha sido tan clara a lo largo del corto: “Profesor, ocúpese de usted nomás. ¡Ah! Y oiga, yo que usted escogería el restaurant. Felicite a su hijo de mi parte, pues”, dice la voz anónima. El profesor, en la oscuridad de su habitación, se refugia agazapado contra la misma pared. Logró que pararan, sin embargo, no duró mucho la victoria. El disparo parece no haber sido para nadie, sólo una advertencia. Se reinician los gritos de aquella mujer y las exclamaciones de su torturador.

            Esta es una reflexión acerca de lo que puede el cine porque es una reflexión acerca de lo que puede el cuerpo. Difícil el juicio del mismo ante la escisión que nuestra cultura ha propiciado de nosotros mismos y que, aun así, no anula la posibilidad de la habitación de nuestra sensación y su carácter libertario. La indeterminabilidad de nuestra naturaleza que nos confronta con la fortaleza de ser vulnerables, ante la impotencia que significa el ejercicio del poder o la posibilidad de detentarlo. ¿Serán sólo advertencia las palabras de aquel hombre anónimo hacia el profesor -un acto de ostentación, la aparente confianza del poderoso capaz de tal dominación- o se trata del reconocimiento implícito del coraje de nuestro personaje, desde un fuero interno y primitivo? La manifestación del miedo ante la amenaza que significa el coraje como liberación de la conciencia y su comprensión intrínseca.

Parece mucho esperar tanto de un ser de tal naturaleza. Sin embargo, nunca lo sabremos.

Al día siguiente, el hijo de nuestro protagonista habla a su padre, preocupado porque el mismo no fue a trabajar y no contestaba el teléfono a lo largo del día. El padre pone como excusa una fuerte fiebre, después de tomarse su tiempo en el teléfono para inventar la mentira. El profesor aprovecha para “cambiar de idea”, le dice a su hijo que prefiere la sugerencia de ir a un restaurante y el hijo acepta. El miedo (también posibilidad del cuerpo) desterritorializa al animal de hábitos que somos. Sin embargo, evitando la grosería del prejuicio, el miedo también puede ser (como parece en este caso) una oportunidad para la prudencia, la de los cuerpos que todavía no han sido derrotados.

Los Vecinos. Chile, 2015. Dirección: Diego Figueroa. Producción: Andrea Vergara. Fotografía: Pablo Poulain. Dirección de arte: María José González. Sonido: Francisca Aldunate. Diseño sonoro: Diego de la Fuente Curaqueo. Montaje: Cheryl Marambio. Con: Eduardo Burlé y Stephan Eitener. Selección oficial, 13o Shnit International Film Festival (Suiza); 4º Festival Internacional de Concepción BIOBIO CINE (Chile); 38 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano La Habana (Cuba); 27o Festival Internacional de Cine de Viña del Mar FICVIÑA (Chile); 15o Festival Internacional de Escuelas de Cine (Uruguay); Mención Honrosa del Jurado en 5o FICUABC (México); Premio Jurado Joven en 8o Festival de Cine Chileno de Quilpué (Chile); 2º Festival Universitario de Cortometrajes FUC (Chile); 3o Festival Nacional de Cine de la Calera (Chile); 13o Festival Internacional de Cine de Oruro (Bolivia); 3o Festival de Cine Emergente (Chile); 2o Festival Latinoamericano de Cine del Barrio Mapocho (Chile); 2o Festival Internacional de Cine de Caracas (Venezuela); 13o Festival Internacional de Cine de Martil (Marruecos); 4o Changing Perspectives Shortfilm Festival (Turquía).