“Busca un trabajo que ames
y no trabajarás ni un solo día de tu vida.”
Proverbio chino
Independientemente de las materialidades obvias que pueden advertir al cambio como manifestación del movimiento, no deja de serla comprensión del fenómeno del tiempo un problema de suma importancia. Spinoza advertía que la división del tiempo es un proceso imaginario que llevamos a cabo como un necesario acuerdo de nuestra cotidianidad. El anterior posicionamiento guarda cierta semejanza con el de Kant en relación con dicho tópico, si entendemos que el carácter trascendental del tiempo planteado por el filósofo prusiano no es incompatible con la emergencia de diversos imaginarios del mismo que implican su convención.
Tal semejanza en la comprensión del fenómeno del tiempo no implica que este último se reduzca a su convención. Sólo advierte la artificialidad a la que puede tender nuestra relación con él y, con ello, la posible poetización del mismo: su habitación manifiesta en nuestra capacidad constitutiva de generar densidades ontológicas estructurantes que constituyen nuestras habitaciones del mundo,en tanto que relación espacio-temporal.
Hay personas que trabajan y viven de noche y duermen de día. Hay gente que entra a trabajar en la tarde y que duerme por las mañanas. En mi caso, escribo estas líneas a las dos veinticinco de la mañana de un jueves. ¿Cuál será el tiempo de la satisfacción, la diversión, el juego y el placer? ¿Valdrá la pena contestar la pregunta si ello puede inhibir el acto libertario de aprovechar la oportunidad de su indeterminación?
Heinrich Böll es un escritor que demuestra su sabiduría a través de una economía de la palabra, especialmente si atendemos el significado etimológico de la palabra ‘economía’: “la ley de la casa”. Su escritura está dotada del equilibrio y sobriedad de la mesura, lo cual se refleja en la composición de sus imágenes. Este magnífico narrador posee un implacable oficio que le permite un sentido de la contundencia en la transmisión de sus mensajes.
Todo lo anterior son cualidades de uno de los cuentos de tan importante escritor que, por más obra menor que se le quiera considerar (así de grande es la literatura de Heinrich Böll), se trata de un ejemplo del magnífico fruto de la humildad, capaz de lograr al cosmos en una nuez. El resultado de una narrativa muy bien cuidada: pulcra, transparente y luminosa. Estas últimas, cualidades del paisaje que se proyecta en los espacios de dicho mundo.
El escritor logra la precisa musicalidad de la palabra cotidiana cuando está comprometida con la claridad de un pensamiento sublime. Fenómeno sumamente extraordinario que recuerda cuando Nietzsche criticaba a ciertos espíritus que oscurecen sus aguas para hacerlas parecer más profundas, Heinrich Böll es incapaz de dicha pirotecnia.
Algo va a pasar es un potente cuento breve que dice demasiado de nosotros mismos. Resulta imposible no encontramos en el protagonista aparentemente típico y simple que compone Böll: “Tiendo más, por naturaleza, al ocio y a la meditación que al trabajo, pero de vez en cuando los problemas económicos me obligan ‒pues la meditación proporciona tan pocos ingresos como el ocio‒ a aceptar lo que se llama un empleo.”
El narrador alemán nos ofrece un perfil muy especial del protagonista de su cuento. Se trata de un ser humano tendiente a los procesos imaginarios y, por lo tanto, estructurantes que implica el ocio como estadio atento a nosotros mismos. Una libertad sólo comprometida con nosotros capaz de propiciar la meditación como esfuerzo de contemplación. Una atención que implica una habitación del presente que, en su aparente transcurrir,suele constituir la habitación de nuestra sensación.
Esta última también manifiesta su discurrir. Se tratadel cuerpo que, para decirlo de manera analítica, se manifiesta en sus epifenómenos como signos de un lenguaje que sólo analíticamente podemos distinguir entre verbal y corporal: imágenes que se manifiestan en su actividad capaces de constituir imaginaciones e imaginarios. Lo anterior, por lo tanto, también implica comprender a nuestro pensamiento como posibilidad de tal clase de discurso y de lenguaje en tanto que habitación de nuestra sensación.
La meditación, en tanto que posicionamiento ante el mundo, contrasta en relación con el ritmo de los procesos instrumentales que solemos identificar con la relación: consumo-producción. Esta última suele estar comprometida con el futuro más que con el porvenir. Como más de una persona lo ha señalado, desde hace tiempo dicha relación ha encardinado la derrota del progreso. Sin embargo, creo que en ello no ha radicado la verdadera problematicidad de temas como la producción y el consumo, sino en la advertible pretensión del cierre de sentido que ha implicado como condicionante de la satisfacción de las necesidades vitales básicas a las que podemos acabar constreñidos, al grado de la reducción a las mismas de nuestros procesos vitales. Estos dejan de ser procesos constitutivos para acabar siendo procesos de consumo y producción. Es advertible cómo estamos ante un personaje cuya singularidad revela una oposición a la lógica de la identidad comprometida en designar al sujeto de una ciudad como un consumidor por ser capaz de producción.
El anónimo personaje de Böll es un ser de especial particularidad que, podemos inferir, evita el trabajo o tiene una concepción especial del mismo opuesta a la sensibilidad de su carácter, aunque compatible con privilegiar lo constitutivo de su sensación a partir de su atención y advertencia. Quizá se trata de alguien que ha logrado vivir a partir de la satisfacción de su deseo, en la medida en que ello es compatible con la satisfacción de sus necesidades,aunque sólo pueda hacerlo de manera temporalo, quizá, se trate de alguien que halló una forma de evadir el trabajo, aunque ello sólo fuera de manera intermitente. Esa incógnita, paradójicamente, nutre al personaje de Böll al dotarlo de una condición intempestiva.
Se trata de un ser humano que, en más de un sentido, puede representar una dificultad para determinadas dinámicas cotidianas planteadas en la diégesis que podemos fácilmente relacionar con nuestra actualidad. Su particular presencia podría resultar disruptiva en su contexto por manifestar en sus condiciones la posibilidad de privilegiar la experiencia de lo lúdico y, por lo tanto, la creatividad que implica, en una diégesis tambiéncompuesta por la relevancia de la relación: consumo-producción. El protagonista del cuento entraña fenómenos que, generalmente, no son apreciados como un bien al desafiar una noción de utilidad correlativa a la relación recién señalada: consumo-producción.
Es sugerente pensar en tal parámetro y en la manera en la que entendemos a los bienes. Qué tanto estos últimos, desde dicha concepción, son comunes y, en tanto que no lo fueran, qué tanto se trataría, en lugar de bienes, de los satisfactores de intereses privados en los que se manifiesta una relación privada con nuestro deseo y nuestra necesidad. La clave que podría ayudarnos a comprender la complejidad del protagonista del cuento de Böll probablemente esté en la tensión entre nuestra necesidad y nuestro deseo.
Heinrich Böll propone un personaje capaz de la libertad de pensamiento que implica la claridad de la satisfacción de su deseo como fenómeno constitutivo de su carácter. Alguien capaz de la satisfacción de su placer al comprender a la mismacomo una necesidad. Estamos ante un ser que habita su sensación, el estadio de su cuerpo. El ocio y su subsecuente meditación implican una habitación del tiempo presente a la cual, de manera problemáticamente ordinaria, tendemos a renunciar. Hacemos de la importantísima habitación de nosotros mismos algo extraordinario y del abandono como olvido de nosotros mismos algo ordinario, a través de la renuncia al presente.Esta voluntad constituye la esclavitud de sujetarnos al ritmo de la prisa comprometida con el futuro, fantasma con las manos vacías advierte Wajdi Mouawad y promesa imposible del progreso. Tal es la escena cotidiana de mucha de nuestra angustia.
Sin embargo, la rebeldía del personaje del narrador alemán está velada en la clandestinidad de una máscara social. Eso le permite discernir en relación con su circunstancia y activar, a partir de la tensión entre su necesidad y deseo, una estrategia que posibilita y articula un arte de vivir que no abandona una poiesis de sí mismo, todo lo contrario, con esta última dicha labor está sumamente comprometida.
Nuestro personaje busca empleo en una fábrica que le resulta sumamente sospechosa por su pulcritud, además de la transparencia de su arquitectura por tratarse de una traslucida habitación formada por una estructura de cristal. En su primer encuentro con la empresa y como supuesta antesala a su prueba de ingreso laboral, se le ofrece un desayuno al igual que a los demás aspirantes al puesto solicitado. Sin embargo, el protagonista sospecha certeramente que aquello no es ningún preámbulo. El examen ya empezó y, en cada momento del encuentro con la institución a la que acude, él está siendo analizado.
El protagonista decide desayunar con mesura y frugalidad. Una contención que le permite aparentar una supuesta celeridad correspondiente con la prisa de ponerse en acción inmediatamente. La máscara de un hombre siempre listo, dispuesto y preparado.
Come los alimentos justos para aparentar satisfacción. Prescinde del consumo de alimentos como el pan tostado que puedan propiciar y relacionarse con la gordura ‒en especial la lentitud de esta última‒, la tendencia al sueño y la falta de energía que suele adquirir un cuerpo incontinente y mal alimentado. Un cuerpo indisciplinado que se manifiesta insaciable y, por lo tanto, incapaz de sujetarse a su necesidad. Un cuerpo incapaz de orden por tender al exceso de comida que, aunque paradójicamente lo pueda constituir alimentos sanos, finalmente acaban por propiciar la ineficiencia e improductividad de su dueño. Cuerpos incapaces de producción por su consumo indisciplinado. Sería interesante preguntar: ¿Quién decide en qué consiste la salud de un cuerpo sano? ¿Será que se nos ha impuesto el identificar a un cuerpo sano con un cuerpo eficiente?
Por otra parte, también se trata de una prueba para el gusto. Los alimentos para un cuerpo eficiente, entendiendo que la eficiencia es el parámetro de salud que se ha impuesto, deben ser los de la evidente preferencia por parte del sujeto apto para dicho empleo. Ello implica una problemática normalización del gusto y, por lo tanto, una sujeción de nuestra experiencia estética.
El protagonista es el primero en acabar los alimentos y el primero en acceder a la sala de pruebas donde será evaluado a través de un cuestionario escrito. Demuestra ser un cuerpo listo, dispuesto y preparado, realmente interesado en el puesto de trabajo y dotado con la energía y fortaleza suficientes para cumplir con sus compromisos puntualmente y de manera eficiente. Ello le permite también demostrar que su máscara social incluye la iniciativa y la búsqueda de ventaja como manifestaciones de orden y prolijidad: “estaba tan seguro de ser observado, que me comporté como lo hace un hombre de acción cuando cree que no lo observa nadie: saqué impacientemente la pluma del bolsillo, la destapé, me senté a la mesa más próxima y atraje hacia mí el cuestionario, como lo hacen las personas coléricas con las cuentas de los mesones”. Antes de obtener el empleo, nuestro personaje ya ha comenzado a trabajar.
Vale la pena atender las preguntas del cuestionario que se le hacen al personaje, no sólo porque Böll pone particular empeño en dicho momento de la composición de su cuento sino también por lo interesante del posicionamiento ante las mismas del personaje a través de sus respuestas: “Primera pregunta: ¿Le parece bien que las personas sólo tengan dos brazos, dos piernas, ojos y oídos?”. No deja de antojarse esta pregunta, más que capciosa o psicométrica, sumamente absurda en un sentido llano del adjetivo. Se cuestionan condiciones más allá de la voluntad de un cuerpo que, a su vez, plantean una disposición y captura del organismo en cuestión. La pregunta nos remite a las funciones del cuerpo, sus partes y, por lo tanto, a las dinámicas que las mismas constituyen.
Ante esta pregunta resulta revelador el posicionamiento del personaje de Böll: «Ni siquiera cuatro brazos, piernas y oídos bastarían a mi actividad. La dotación, en este aspecto, del hombre, es mezquina.» Nuestro personaje se pone la máscara social de un hombre dispuesto a un nivel de eficiencia superior a la de su cuerpo y tendiente a la mecanicidad. Un cuerpo capaz de transformarse en una máquina a través de la dinámica laboral impuesta, con las potencias suficientes para tal metamorfosis. Por cierto, hablando de esta última, es claro lo kafkiano del planteamiento de Böll, cualidad que no me parece una coincidencia en su caso.
Justo parecería que Böll estaba pensando en las varias patas de una cucaracha que resultarían del peligro de convertirse en una: “Segunda pregunta: ¿Cuántos teléfonos puede usted usar al mismo tiempo?” Resulta sumamente advertible la disposición a la explotación que implica la pregunta anterior. Se trata de una pregunta por la disposición del aspirante a condiciones extraordinarias, más allá de las posibilidades cotidianas y ordinarias de los cuerpos y las herramientas que puedan entrar en contacto y relación con él, haciendo de la herramienta una prótesis en tanto que extensión del cuerpo convertido en herramienta. Se trata de una instrumentalización que desafía las condiciones naturales de una anatomía y desafían de manera abusiva la importantísima capacidad de artificio del cuerpo humano.
Sin embargo, el personaje está dispuesto a constituir una máscara de sujeción para obtener un empleo que le permita satisfacer sus necesidades y, con ello, también poder atender su deseo: «Cuando sólo tengo siete teléfonos […] me impaciento; únicamente con nueve me siento satisfecho.» El personaje relaciona al placer con la explotación, da cuenta de una importante disposición al consumo de sí mismo que, además, vincula con su satisfacción. Nuestro personaje se evidencia como un cuerpo, no sólo sujetable, sino sometible que, además, es capaz de mantener la contención de su disciplinamiento en momentos de suma tensión y constante presión.
Esto último también puede ser un cuerpo deshabitado, un cuerpo capaz de abandonarse ante determinadas circunstancias: “Tercera pregunta: ¿Qué hace usted en sus días de asueto?” Esta pregunta parece tratar de detectar la tendencia al ocio y a la pereza del aspirante con el fin de advertir qué tan disciplinado y contenido es dicho cuerpo, al grado de ser un eficiente administrador de su tiempo capaz de sujetarse al mismo y ser productivo en tanto que consume su tiempo con dicho fin: «No conozco la palabra asueto. Después de cumplir los quince años, la borré de mi vocabulario, pues al principio fue la acción». Ésta última respuesta ‒cuya afirmación final es una clara referencia al inicio del Fausto de Goethe y a su abandonado protagonista consumido por la avidez de su ambición de erudición y el olvido de sí mismo que es el olvido del amor‒ consuma la máscara social: un cuerpo lo suficientemente abandonado, dócil y sujetable que es capaz de renunciar a la necesidad de su descanso y, por lo tanto, será sometido al cumplimiento de las expectativas de la producción de la fábrica que lo consumirá.
Con total estrategia y desde la soberanía de su libertad, el personaje de Böll ha generado la integración de una máscara social: un trabajador alienado, entendido como una máquina eficiente y productiva, dispuesta a su consumo por parte de la institución y, por lo tanto, totalmente desechable y sustituible en la medida en que lo deje de ser.
En cambio, desde la honestidad de quien habita su sensación,el protagonista del cuento es una máquina de guerra capaz de la libertad soberana de permitir su captura para satisfacer su deseo y no depender de su necesidad. Un cuerpo vivo comprometido con la satisfacción de su placer y, por lo tanto, con la habitación de su sensación: “Obtuve el puesto. Realmente ni siquiera los nueve teléfonos me resultaban suficientes. Gritaba por el micrófono: «Actúe usted inmediatamente» o «Haga usted algo». «Tiene que pasar algo.» «Ha pasado algo.» «Debería pasar algo.» Pero lo que más empleaba era la forma imperativa, pues parecía que le iba mejor al ambiente”.
El personaje sigue dando cuenta de cómo articula un lenguaje verbal como parte de su máscara, correspondiente con el disciplinamiento con el que ha permitido la aparente captura de su cuerpo para habitar a la institución, aunque, más que habitarla, la ha invadido. La conciencia que implica la claridad de su estrategia le permite preservar la propiedad de su pensamiento, entendido como habitación de su sensación,para seguir articulando su estadio de la convención social sin comprometer su sensación. Nuestro personajeestá atento al peligro de perder su cuerpo.
Nadie puede quitarnos nuestra sensación por su carácter intransferible. Sin embargo, tanto lo demás como los demás pueden influir para que nosotros les cedamos la habitación de nosotros mismos y sean capaces de colonizarnos, habitando espuriamente nuestra sensación por haberla abandonado a través de la escisión de fenómenos como el miedo, en los cuales se manifiesta la sublime experiencia de nuestra finitud. Tal es el peligro en estadios de indefensión tan importantes como el de la infancia: propiciar la fantasmal presencia de invasores que se manifiesten en nuestro posicionamiento como cuerpos vivos ante nuestra circunstancia y, por lo tanto, ante el mundo. Una dominación reflejada en materialidades concretas como nuestra postura corporal.
Se trata de condicionamientos invasivos generados heterónomamente que han propiciado el abandono de nuestro cuerpo, nuestra sensación, al haber sido inducidos a dicha voluntad por parte de los otros que, a través de tal abandono,consuman su dominación. Acabamos haciendo de estos últimos los fantasmas de nuestra casa al renunciar a nuestro hogar, motivados por la incomprensión de nosotros mismos.
El cuidado de sí mismo ante dicha posibilidad es el que lleva a cabo el personaje de Böll, a través de la máscara social que ha constituido.
Me parece importante detenerme en un punto que toqué de manera muy rápida anteriormente. La captura del dispositivo también es una captura del lenguaje, tanto como fenómeno verbal como fenómeno corporal. Como lo advierte el propio protagonista del cuento desde el refugio de su máscara social, decide adoptar una manera de hablar. Una forma de posicionar su lenguaje verbal correspondiente con el posicionamiento de sí mismo que implica su lenguaje corporal,para generar un estadio en la institución que le permita habitarla e infiltrase en ella. Dicha máscara sería la de un cuerpo capturado que, por lo tanto, también habría sido condicionado heterónomamente para enunciar y hablar de su experiencia, su sensación, de determinada manera que establezca una relación específica con las materialidades concretas comprometidas con la eficiencia, consumo y producción de la institución entendida como dispositivo. La manera en la cual hablamos, verbal y corporalmente, y, por lo tanto, nos referimos al mundo genera una habitación o abandono del mismo, en tanto que habitación y abandono de nosotros mismos, porque es a través de la mediación de lenguaje, verbal y corporal, que establecemos la comprensión de nuestra relación como cuerpos vivos con las materialidades concretas que constituyen al mundo.
La oscuridad del mundo es la entraña de lo aparente.Un espejo de lo invisible porque en ella no cabe mentira, vertebra las máscaras a través de su fuga de las mismas. Un cuerpo sutil, expansivo, amorfo, tendiente a la volatilidad. Es incapaz de contener, se trata de la inteligibilidad incapaz de signo. En ello radica su soberanía.
El protagonista del cuento de Böll se confronta con la armonía aparente de un cuerpo disciplinado y eficiente. Un ser vivo y finito que ha comprometido sus potencias con el consumo-producción de la fábrica, al cual ha asumido como sentido de su vida. Podemos advertirlo en su esfuerzo por sustituir su ritmo vital por el de la normalizante cotidianidad de la institución a la que ha sujetado su cuerpo. Dicho sujeto ha desplazado su sensibilidad, su sensación, al deshabitarla y permitir con tal abandono la ocupación de su cuerpo por parte de los fantasmas de los demás, identificables con las expectativas e intereses de estos últimos. Un ser alienado, probablemente por la falta de una máscara protectora para su libertad:
El propio Wunsiedel era una de esas personas que en cuanto se despiertan, están dispuestas a hacer cosas: «Tengo que actuar», piensan, mientras se anudan enérgicamente el cinturón del albornoz. «Tengo que actuar», piensan mientras se afeitan y miran triunfalmente los pelos de la barba que quitan, juntamente con la espuma de jabón, de su maquinilla de afeitar: esos restos pilosos son las primeras víctimas de su afán de acción. Aun los actos más íntimos producen satisfacción a esa gente: el agua corre, se usa papel. Ha pasado algo. Se come pan, se rompe la cáscara del huevo.
A diferencia del protagonista del cuento, Wunsiedel tiene un nombre. El conocimiento de este último, el cual además es su apellido, manifiesta su vulnerabilidad. Contrasta con nuestro protagonista por la capacidad de secreto de este último, al grado de constituir una clandestinidad que lo convierte en una especie de ignoto para la misma diégesis. Así de efectiva es la máscara del protagonista: una máscara invisible, probablemente construida de la transparencia del ejercicio de su libertad, al grado de no ser advertible ni siquiera de manera aparente para el propio escritor del cuento, mucho menos para los personajes del mismo. Es notable la agudeza y alta capacidad creativa de Böll. Ha escrito la breve historia de una máscara invisible y su contraste con la finitud, indigencia y vulnerabilidad de un cuerpo capturado.
Un cuerpo que ha caído en la ilusión de creer que es libre por llevar a cabo su propia esclavitud. Un ser determinado por su acción como ejercicio de su libertad, lo cual se manifiesta en la constancia de su avidez,que no deja de antojarse convulsión generada por la inhibición que implica la contención de un disciplinamiento. Se trata de un ser humano que con la desnudez de su nombre ha sujetado sus potencias vitales al dispositivo.
Hay quien diría que dicho personaje vende su alma al consumo de la producción: “Cuando entraba en su despacho, saludaba a su secretaria exclamando: «Tiene que pasar algo.» Y ella contestaba con buen humor: «Algo va a pasar.» Después iba Wunsiedel de sección en sección lanzando su alegre: «Algo va a pasar.» Y yo también exclamaba gozosamente cuando entraba en mi oficina: «Algo va a pasar.»”
El gesto de Wunsiedel manifiesta la compulsión del consumo, el consumo de sus potencias vitales y, por lo tanto, dicho gasto tiene el sentido de llevar a cabo la producción. Siempre “tiene que pasar algo” y eso que pasa es el consumo del propio Wunsiedel para llevar a cabo la producción. Tal es la dinámica de la avidez que, al servir para algo por la sujeción a un aparente sentido, hace de Wunsiedel un órgano eficiente y productivo capaz de consumir. Un órgano del cuerpo de la institución. Dicha dinámica, por la apariencia de su sentido, jamás tiene fin o, por lo menos, un fin aparente o, en todo caso, un interés privado último. Se trata de un sinsentido, un absurdo que es peor que la falta de sentido porque esta última, por lo menos, puede abrir al mismo.
La libertad de esta apertura que, además, sería una apertura del porvenir, es opuesta al cierre de sentido del ritmo que a Wunsiedel lo ha capturado al permitirlo, porque se trata de un ritmo rígido que constituye a través de su disciplinada constancia una estaticidad monolítica que implica la esclerotización del cuerpo de Wunsidel por su tendencia a la inercia. Se trata de un cuerpo tendiente a su consumo por estar comprometido con el fin aparente y absurdo del sinsentido del futuro, propuesto por la rigidez de la lógica del progreso.
En contraste, el protagonista continúa habitando su máscara de la mejor forma posible: a través del juego:
Durante la primera semana, elevé a once el número de teléfonos empleados; durante la segunda, a trece y me entretenía mucho, cuando iba por la mañana en el tranvía, inventando nuevas formas de imperativo o en conjugar el verbo «pasar» en todos los tiempos, en todos los géneros, en el subjuntivo y en el indicativo; me pasé dos días repitiendo la misma frase, porque la encontré preciosa: «Tendría que haber pasado algo», y todos los días esta otra: «Esto no debería haber pasado.»
El anónimo personaje aprovecha el juego como principio creativo. La invención desactiva la sujeción al ser parte de la habitación de nuestra sensación que es nuestra máscara. A través de la invención como principio creativo estimula su ludismo y libera de su captura al lenguaje verbal normalizado y disciplinado ‒el cual además es habitación de nuestro cuerpo‒que se le intenta imponer como parte del condicionamiento del orden del dispositivo. El protagonista hace poesía con su libertad a través de la palabra. Subvierte el lenguaje verbal a través de su inventiva y se encuentra consigo mismo al advertir lo precioso de su composición. Un hombre autor de su liberación es un poeta.
Sólo el hombre libre, tan libre que es capaz de la autonomía que implica el ocio y la meditación, puede ser capaz de la liberación que implica la poiesis de sí mismo. Alguien así para la institución del dispositivo puede ser por sí mismo un peligro. Por ello tal hombre necesita una máscara tan transparente, traslucida, casi invisible, que nadie la note. A veces la mejor estrategia es velar develando y no hay nada que pueda llegar a engañar más que la aparente evidencia de nuestras acciones y sus hechos aparentes.
Sin embargo, también como posibilidad de nuestra autonomía aliada al entendimiento de la lógica de la apariencia, a través de tal recurso se puede disfrazar el perverso. Es el caso del fascista vestido de santo: el políticamente correcto.
En De verdad y mentira, en sentido extramoral Friedrich Nietzsche afirma que las palabras más importantes del Evangelio las pronunció Poncio Pilato cuando se preguntó por la Verdad. Ante el juego de máscaras de la vida que presenta el cuento de Böll, la pregunta no deja de ser la misma diegética y extradiegéticamente: ¿Qué es la verdad? Y, sin embargo, el protagonista se atreve a ostentar tal articulo de lujo a partir de la contundencia de un hecho. Sin embargo, siendo justos, no se trata de cualquier hecho:
Empezaba a encontrarme realmente satisfecho, cuando pasó una cosa de verdad. Un martes por la mañana ‒aún no había acabado de sentarme‒ entró Wunsiedel violentamente en mi despacho y me lanzó su «Tiene que pasar algo». Pero algo indefinible que vi en su cara me hizo dudar de que fuera oportuno contestar, con alegría y vivacidad, como está prescrito: «Algo va a pasar.» Dudé demasiado tiempo, pues Wunsiedel, que no solía gritar, rugió: «Conteste usted. Conteste usted como está prescrito.» Y yo contesté, en voz baja y de mala gana, como un niño malo. Haciendo un gran esfuerzo, conseguí pronunciar la frase: «Algo va a pasar», y a penas la había dicho, ocurrió realmente algo: Wunsiedel cayó al suelo, rodó sobre sí mismo y quedó tendido ante la puerta. Me di cuenta en seguida de lo que había ocurrido ante mis ojos, mientras me dirigía, rodeando la mesa, hacia el hombre allí tendido: estaba muerto.
¿Será que la muerte, en tanto que única certeza y a pesar de su incomprensión, es lo único verdadero o identificable con la Verdad? ¿De qué manera la muerte no podría ser tan sólo una apariencia más?
Parece que nuestro protagonista se confrontó con el colapso de un ser vivo incapaz de la estática de un cuerpo comprometido con su esclerotización a través del condicionamiento y cierre del sentido del hábito. Se trata de la normalización a la quetiende un cuerpo disciplinado. Wunsiedel murió por haber obedecido,como si el resultado de su obediencia se tratara de la muerte de cualquier hombre: la muerte de un hombre que, tarde o temprano, habría de morir por cumplir con el ineludible deber de trabajar para satisfacer las necesidades inextricables a su finitud. Sin embargo, a pesar de que la muerte sería una aparente evidencia del anterior posicionamiento, ¿no estaría este último también comprometido con las apariencias de nuestras vidas, la lógica de las mismas y, por lo tanto, con nuestras máscaras? ¿Hasta qué punto la aparente verdad de una máscara constituye una densidad ontológica que nos permite sobrevivir y hasta qué punto nos constriñe para convertirse en una cárcel, una prisión de nuestra sensación?
Nuestro personaje no se abandona. Habita la inconmensurabilidad de su cuerpo vivo como fenómeno de la Naturaleza manifiesto en nuestra sensación:
Cuidadosamente volví a Wunsiedel de espaldas, le cerré los ojos y me quedé mirándolo pensativamente.
Casi sentí ternura por él, y por primera vez me di cuenta de que no le había odiado nunca. En su cara había algo que tienen los niños cuando se niegan tercamente a dejar de creer en Papá Noel, aunque los argumentos de sus compañeros suenen tan convenientes.
El protagonista del cuento es capaz de sentir empatía por Wunsiedel, un duelo constituido por la compasión como imaginación del dolor de los demás. Es capaz de habitarse al habitar su sensación, lo cual se manifiesta en el discurso de su lenguaje corporal: busca paz para sí mismo en el acto de homenajear la vida consumida de Wunsiedel al ponerlo de espaldas, cerrarle los ojos y pensar en él. En esto último se constituye la habitación de nosotros mismos que puede ser el duelo como experiencia sublime de nuestra propia finitud. Nuestro personaje se habita a través de la sensación de su duelo como habitación de su cuerpo.
El duelo no es un habitante de nuestro cuerpo, mucho menos un huésped o un invasor, porque surge en nosotros, aunque parezca causado por una influencia externa. Esta última idea inadecuada radica en la confusión de creer que lo que sentimos es independiente de nosotros y responsabilidad de los demás. Podemos hacernos responsables de lo que sentimos porque nos es constitutivo. Se trata de nuestra sensación y ésta, en cierto nivel de la posibilidad de nuestra consciencia, nos pertenece.
Negar lo anterior implica una abstracción de nuestros fenómenos sensibles. Una negación de las posibilidades de las potencias del cuerpo, a pesar de lo intransferible de la pasión de fenómenos como el duelo, sin mencionar la diversidad de posibilidades de nuestra sensibilidad de la cual son capaces las potencias inconmensurables de nuestro cuerpo. El duelo es un estadio que, por más doloroso que sea, implica la responsabilidad del acto de justicia de amarnos a nosotros mismos. Merece la poiesis de nuestra comprensión como poiesis de nosotros mismos.
El protagonista del cuento de Böll advierte en el gesto de Wunsiedel, como signo de su lenguaje corporal, resabios de la certeza que encardinó su vida. La rigidez (quizá un rictus) de la convicción de estar llevando a cabo el sentido de la vida, a través de tan absurda mecanicidad. Advierte en ello una terquedad que en el caso de los niños es santa inocencia y bendita ingenuidad, mientras que en el caso de un adulto: problemática necedad. La voluntad de un adulto que ha permitido ser tratado como un niño, al renunciar al discernimiento que implica su autonomía. Quizá, si no hubiese renunciado a esta última, Wunsiedel se habría salvado a través del cuidado de sí mismo.
Ante la conmoción de tan sólo pensarlo, acontece la lógica de la ternura en nuestro personaje. Se manifiesta en la compasión y empatía de este último, en contra de la lógica del consumo-producción que mató a su compañero. Esta última,además, invisibilizó la humanidad de Wunsiedel, al grado de que el protagonista del cuento a penas advierte que jamás lo odio. Un hombre derrotado por la heteronomía que suscitó al abandonarse y olvidarse de sí mismo.
Volvió a pasar algo y nuestro personaje lo subraya por tratarse de algo extraordinario, en tanto que no necesariamente corresponde con la normalizante cotidianidad de la institución. Un acto disruptivo, potencialmente subversivo, en tanto que puede dar pie al proceso creativo de la invención. Una posibilidad de la poesía por su potencial poético. En este caso, un evento que invita a la poiesis que es la reinvención de nosotros mismos:
Pasó algo: Wunsiedel fue enterrado y yo fui designado para ir, con una corona de rosas artificiales, detrás de su féretro, pues estoy dotado no sólo de una tendencia al ocio y a la meditación, sino también de un tipo y una cara que van muy bien con los trajes negros. Debí de hacer ‒andando tras el féretro de Wunsiedel con la corona de rosas artificiales en la mano‒ un efecto estupendo. Una elegante compañía de pompas fúnebres me propuso que formara parte de ella. «Usted es un funerario nato», me dijo el director de la compañía. «El vestuario corre de nuestra cuenta. Su cara es definitivamente magnífica.»
Si bien el protagonista de Böll había logrado infiltrarse en la institución como fenómeno del dispositivo (aunque siempre será problemático distinguir al dispositivo de sus fenómenos e instituciones), a partir de la aparente casualidad de la muerte de Wunsiedelsucede el aparentemente fortuito acontecimiento y aparente serendipia del encuentro de dicho personaje con su vocación. Habría que pensar que, probablemente, una vocación sea tanto el hallazgo como el encuentro conmigo mismo. ¿Puede ser realmente lejana tal posibilidad si nos habitamos al habitar nuestra sensación?
Después de una amable renuncia al puesto que tenía en la fábrica, argumentando que sus capacidades y talentos se estaban desperdiciando y quedando insatisfechos ‒lo cual es claro en más de un sentido aparente ‒, el protagonista continúa con su trayecto vital en una especie de renuncia a la posibilidad del sedentarismo y una afirmación de la posibilidad libertaria del nomadismo como movimiento de un cuerpo vivo: “En cuanto presté mi primer servicio como funerario, lo supe: «Esto es lo tuyo, éste es el puesto que te estaba destinado»”.
Más allá del deber supuesto del trabajo, especialmente cuando el trabajo es constitutivo de nuestro placer y, por lo tanto, de nosotros mismos, el personaje cultiva dicha satisfacción a través de lo lúdico que en sí mismo es el placer como sensación y habitación de nosotros mismos. Se trata de un juego, el protagonista ha hecho de su trabajo un juego de su placer:
[…] algunas veces voy detrás de entierros con los cuales no tengo ninguna obligación, compro de mi dinero un ramo de flores y me uno al empleado de la beneficencia que va tras el féretro de algún desterrado. De cuando en cuando visito también la tumba de Wunsiedel, pues en definitiva debo a él el haber hallado mi verdadera profesión para la cual es conveniente la meditación y una obligación: el ocio.
Bastante tiempo después, me di cuenta de que nunca me interesé por el artículo que se producía en la fábrica de Wunsiedel. Debía de tratarse de jabón.
Se trata de una actividad que implica la movilidad del cuerpo, la posibilidad de caminar como imagen de la vida de un cuerpo vivo y potencia del mismo, en contra de la estaticidad del sedentarismo de un espacio constreñido y cerrado, lo cual se opone a la posibilidad del paisaje como vista al aire libre del horizonte.
El agradecimiento que manifiesta el protagonista a su compañero muerto es un homenaje tanto a su vida como a la Vida. A pesar de la desgracia, tal evento le permitió encontrar su vocación: un trabajo correspondiente a su carácter lúdico y, por lo tanto, poético y subversivo, al ser cualidades a las que tiende el ocio y la meditación. Hay que homenajear al hallazgo del sentido de nuestras vidas y, especialmente, a aquellos que, de la manera que haya sido, fueron parte de la posibilidad de llegar a él, a nuestro encuentro. Habría que vocarnos a la satisfacción de nuestras cualidades, en lugar de comprometernos con la insatisfacción del consumo-producción.
Hay un referente aparentemente velado propuesto por Böll de manera sumamente importante y sugerente. Advierte el personaje que jamás supo con certeza cuál era el producto realizado por la fábrica en la cual trabajó. Hasta el final del cuento advierte la probabilidad de que se tratara de una fábrica de jabón. Recordemos que este producto era uno de los realizados con la grasa humana de los cadáveres de los campos de concentración nazis. Un fenómeno de la problemática relación consumo-producción, con su inextricable lógica, que confronta al progreso con su capacidad de hacer posible la presencia de fábricas de muerte, instituciones del fascismo y de radical, injusta y punitiva captura de los cuerpos.
Por ahora, parece que nuestro protagonista venció al fascismo al conseguir un trabajo que lo satisface porque ello es una habitación de nuestra vida, de nuestra sensación. No deja de resultar sugerente pensar que eso es lo que conseguimos cuando nos acaban pagando por hacer lo que nos gusta.