El abismo que somos y la cárcel de nuestra circunstancia

“Hoy miramos el mundo sobre la base del género policial, hoy vemos la realidad bajo la forma del crimen”

Bertolt Brecht

No hay certeza alguna de quien amamos; jamás podremos conocer a nuestros amantes plenamente. Tal imposibilidad nos confronta con la falta de certeza acerca de nosotros mismos; jamás nos conoceremos plenamente, siempre nos estamos encontrando con nosotros mismos porque siempre nos estamos conociendo, al grado de no dejar de descubrir ‒de la mejor y la peor manera‒ aquello de lo cual jamás nos creímos capaces. No podemos esperar nada de los demás porque puede ser difícil ‒sobre todo en las más importantes situaciones de la vida‒ tener certeza alguna de qué esperar de nosotros mismos; el amor implica una voluntad de suerte, un riesgo que confirma que vivir es estar en peligro.

            Amor Adulto es una película danesa del año pasado. Ésta última nos muestra la perversa manera en la que nuestras dinámicas de consumo ‒inextricablemente vinculadas con nuestro deseo‒ pueden manifestar la raíz más profunda y problemática de nuestra voluntad; la posibilidad de descubrir acciones de las cuales jamás creímos ser capaces; ejercicios de nuestra libertad que nos confrontan con nuestra angustia como sensación de la finitud de nuestro cuerpo y, por lo tanto, como fenómeno de nuestra conciencia. Una película que, nuevamente, nos demuestra que no hay crimen perfecto, además de ser capaz de evidenciar cómo podemos llegar a subestimar nuestra querencia, al grado de no advertir la inconmensurabilidad de nuestra pasión como parte de la incertidumbre de lo que puede un cuerpo, con toda la problematicidad que ello implica.

            La película se estructura a través de una conversación entre un padre, Holger, y su hija; un detective que le comparte sus solventes deducciones a un ser tan querido, en relación con un caso que no pudo cerrar por falta de pruebas. Como veremos, más que un acto de remordimiento profesional, la plática que vertebra buena parte de las imágenes del film tiene un sentido más íntimo, personal y profundo. Dicho policía, más que el responsable principal del caso que le da tema y materia al film, es un padre que piensa en el bienestar de su hija; intenta contribuir a la protección de esta última, a través de un diálogo capaz de una importante reflexión acerca del amor y el matrimonio.

Nuevamente estamos ante un film que trata de la relación entre padres e hijos, al igual que del vínculo entre quienes han decidido casarse, tener una pareja de manera institucional, poniendo especial énfasis en dicho tipo de acuerdos; la relación de tal clase de compromisos como fenómenos públicos de nuestra vida civil, al igual que sus implicaciones económicas y legales, cuando se formalizan ante la autoridad del Estado como dispositivo. Sin embargo, esto último es importante porque, nuevamente, se trata de una película que evidencia la compleja relevancia de nuestros afectos más íntimos en las decisiones trascendentales de nuestra vida como animales políticos y sociales que, por lo tanto, repercuten en nuestras formas de vida, evidenciando la manera tan problemática en la que podemos llegar a ejercer el poder ‒o incluso detentarlo‒, al igual que la manera en la cual podemos quedar sujetos al mismo, incluso ejerciéndolo o detentándolo a través del privilegio.

Nunca es superficial pensar en lo particular que puede ser la circunstancia de una familia, todo lo contrario, muchas veces obviamos lo especial que puede ser tal aspecto de nuestras vidas, precipitándonos al juicio fácil, acabando por constituir imágenes, imaginaciones e imaginarios correspondientes con nuestros prejuicios, ante la falta de conocimiento de causa. Sería sugerente pensar si ello se debe a la inercia de tender cada vez más a una vida supeditada a una contundente normalización y homologación de nuestros estadios del mundo, a través de nuestros hábitos de consumo y producción como fenómenos estructurantes de nuestras problemáticas formas de vida.

Estamos ante un padre, una madre y un hijo, ciudadanos legales de uno de los países más privilegiados del mundo: Dinamarca. Christian es un hombre del cual podemos inferir su origen extranjero ‒Dar Salim, el actor que interpreta a Christian, es de origen árabe. Ha logrado constituir un próspero negocio dedicado a la construcción, al lado de su amigo, Peter. Ello ha implicado la capacitación de Christian como factotum ‒una persona de la plena confianza de otra que, en nombre de esta última, administra sus principales negocios‒, además de también formarse como ingeniero. Con tales antecedentes, ambos socios se dieron a la búsqueda de oportunidades para lograr afianzar su empresa.

Leonora, esposa de Christian, es una antigua violinista sumamente talentosa; ganó varios concursos y fue admitida en la Real Academia Danesa de Música. Sin embargo, ha abandonado su carrera desde hace veinte años. La razón de tal renuncia está inextricablemente relacionada con el esfuerzo invertido por Christian para conseguir dicha prosperidad. Se trata de un hombre que tuvo que constituir un vocación para lograr sus objetivos, como fundamento para garantizar el bienestar de su familia; un nivel de vida correspondiente, no necesariamente con acceder a determinados lujos, sino con la satisfacción de las importantes y legítimas necesidades que le demanda su particular circunstancia.

Por la misma razón, Leonora tuvo que renunciar a su vocación para cuidar de su familia, la cual, como ya he advertido, requiere una atención especial. Ambos personajes están unidos por un mismo amor que los ha llevado a importantes riesgos y sacrificios; un amor único, probablemente uno de los más importantes que ‒en la mayoría de los casos‒ es el único amor incondicional del cual es capaz el ser humano: el amor por un hijo.

Johan, el hijo de ambos, desde niño ha tenido una trayectoria vital sumamente compleja por lo delicado de su estado de salud. Su frágil condición ha demandado un importante esfuerzo por parte de sus padres, angustia que también ha acompañado el padecimiento de la particular fragilidad del cuerpo del ahora adolescente. Tal situación lo ha llevado a sufrir significativas discapacidades motrices, además de estar asediado por un sensible riesgo de morir. Tal es la razón por la cual Leonora, desde el nacimiento del chico, no ha dejado de participar y estar al frente de todo momento y decisión necesarios para la protección y cuidado de su ser más amado, contando siempre con la presencia y respaldo de Christian. Dicha situación ha constituido un importante pacto entre la pareja; un acuerdo en el que Christian ofrece el soporte de las condiciones materiales necesarias para el cuidado y protección de Johan, mientras Leonora lo cuida y atiende.

Éste ha sido el motivo principal de la vida de ambos; algo tan obvio como cuidar de su hijo; el compromiso intrínseco a toda maternidad y paternidad, en este caso radicalizado por lo especial del terrible miedo de perder a ser tan querido. ¿Qué tan en serio se han tomado dicha responsabilidad aquellos que han decidido ser padres? o ¿qué tan conscientes han sido de tal decisión?; ¿en verdad quienes han optado por la paternidad o la maternidad pueden decir sin reparos que son padres responsables capaces de una misión tan importante?

Sólo hago estas preguntas porque me parecen importantes, no hay afán alguno de juzgar a nadie, mi interés es comprender. En mi caso, no soy padre y creo que estoy muy lejos de entender que clase de amor tiene un padre por un hijo, mucho menos qué clase de amor tiene una madre por sus hijos; apenas tales posibilidades me son inferibles a través de los actos de tales fenómenos, de los cuales no siempre el ser humano es capaz. También hay padres y madres terribles que ponen a los hijos, con toda la indefensión característica de la infancia, en medio del fuego cruzado que puede ser la compleja vida de los adultos.

Sin embargo, tratando de ser justo, lo que puedo inferir en más de un caso es que la posibilidad de ser el mejor padre posible está atravesada por una constante sucesión de errores de todo tipo, desde los más insignificantes hasta los más graves. No confundir a estos últimos con fenómenos deliberados de crueldad y violencia ilegítima. Una cosa es un error, otra llevar a cabo deliberadamente fenómenos de estupidez e injusticia ‒bastante problemáticos y constantes en el caso de los supuestos adultos‒, aquello identificable con lo que Kant llama: mal radical. Parafraseando a Nietzsche: podemos aspirar a una ética más allá del bien y el mal que apueste a la comprensión en contra del juicio fácil. Sin embargo, no hay ética más allá de lo bueno y de lo malo.

Christian ha trabajado todo este tiempo para ser más que un padre proveedor; un hombre capaz de asegurar las condiciones económicas necesarias para tener acceso a la infraestructura que salve la vida de su hijo; condiciones materiales sumamente costosas y especializadas que, para más de uno en el mundo, implicarían un importante sacrificio. Ello lo ha llevado a asumir un riesgo que ha constituido con Leonora una comunidad inconfesable; Christian, en su momento, tomó una decisión sumamente importante y con posibles terribles consecuencias para lograr tener siempre el dinero suficiente para que su hijo pudiera sobrevivir. Vemos en ello cómo nuestro deseo puede ser una trampa. Sin embargo, ¿cómo juzgar tan a la ligera dicha decisión si ese deseo corresponde con salvar y proteger a quienes más amamos, en especial si se trata de un fin en sí mismo como lo es un ser humano, especialmente tratándose de un ser único e inestimable como los es un hijo para la mayoría de los padres?

A lo largo del film, a partir de estos elementos, la charla entre el detective y su hija ‒entre un padre y su hija‒ a modo de ejercicio imaginario, proveerá muchas de las secuencias que veremos en el largometraje, al igual que el despliegue de sus potencias narrativas; inferencias y conjeturas de dos crímenes no resueltos, parte de un mismo caso.

Una de las primeras secuencias del film es de singular cotidianidad: Christian recibe mensajes en su teléfono a las tres cincuenta y cinco de la mañana. Trata de excusarse diciendo que son de su socio, Peter. Leonora no queda convencida de que su socio tenga que hablarle a su esposo a tan altas horas de la noche. Leonora le pide a Christian que le deje ver los mensajes de su celular, su esposo se niega a tal consentimiento. Christian considera que dicho acto es invasivo, además de una vulneración de la confianza opuesta a los principios que unen a un matrimonio. Sin embargo, ella insiste. Él se excusa afirmando que Peter le escribe tan tarde porque está en una relación secreta con una mujer que Leonora conoce y prometió guardar el secreto. A Leonora no le importa la lealtad que implica tal voluntad de parte de un amigo; le hace ver a Christian que acaba de traicionar dicha confianza, al hablarle de la aventura de Peter. Ante la insistencia de Leonora, Christian azota contra la pared su dispositivo, estropeándolo para proteger su confidencialidad.

Cómo ya se habrá advertido, hay momentos en que la reflexión que uno pueda llevar a cabo acerca de determinados fenómenos está rebasada por las materialidades concretas de su respectiva experiencia. En mi caso, me parece pertinente aclarar que nunca he estado casado y tampoco he vivido en pareja. Sin embargo, me parece importante poner sobre la mesa el tópico de nuestro derecho al secreto ‒fenómeno que constituye nuestra intimidad como cuerpos vivos ante lo intransferible de nuestra sensación; una posibilidad de construir un espacio de liberación en el que podemos encontrarnos en el territorio de nosotros mismos. Dicho tema adquiere principal relevancia en relación con aquellos vínculos, acuerdos y relaciones que se basan en compartir nuestra intimidad y buena parte de lo más importante de nosotros mismos. ¿Cuáles son los límites de tal posibilidad en un matrimonio?; ¿hasta qué punto podemos llegar a correr el peligro de destruirnos a nosotros mismos, al igual que a quienes queremos, por no saber poner límites a nuestra voluntad de compartir con quien amamos quiénes somos o creer que tenemos derecho a tener acceso único y privilegiado a todo el tiempo, espacio y mundo de los demás?; ¿no sería un acto de amor, de la generosidad que se supone significa dicho afecto, respetar tal límite como reconocimiento de que ello es un principio del cuidado de nosotros mismos? Estos últimos cuestionamientos los hago desde mi muy particular posicionamiento: hombre soltero, jamás casado y que nunca ha vivido en pareja.

Aparentemente, Leonora se ha dado cuenta de su error. A la mañana siguiente se ha ofrecido a llevar a reparar el celular de Christian, a lo cual este último se niega, afirmando que el celular ya era viejo, por lo cual decide cambiarlo. Es sugerente pensar en esta última afirmación como signo de consumo, ya que, como podemos inferir, efectivamente, Christian está resguardando un sensible y volátil fenómeno de sus intimidad, el cual está implicado en una relevante novedad en su vida. Esta última, marcada por el pacto y el acuerdo de un matrimonio unido por la misión angustiante de salvar la vida de su ser más querido. Christian va a cambiar algo más que su celular, probablemente igual de consumido por los años.

Christian se ha enamorado. Los mensajes que recibió aquella noche a las tres cincuenta y cinco de la mañana provenían de una joven arquitecta que trabaja para él, llamada Xenia. A la mañana siguiente de aquel episodio, cuando Christian llega a trabajar, su amante le pregunta por el contenido de los mensajes enviados. Él le explica la situación, le comenta a Xenia que no tuvo oportunidad de leerlos. En un acto de angustia, Xenia le pidió a Christian en dichos mensajes que se decidiera entre ella y Leonora. Christian le pide tiempo al advertir el enojo de su amante, quien creía que él había decidido quedarse a su lado. Xenia quiere todo de Christian, le dice la arquitecta, lo cual implica la satisfacción del deseo de la joven de ser madre. Él afirma también corresponder con tal expectativa. Pronto son capaces de reconciliarse, no sin antes permitirse un sutil juego sexual a escondidas ‒como siempre‒ en una casa en construcción ‒probable signo de las expectativas de Xenia en relación con Christian‒ con el cual se contiene la discusión entre ambos, prologando la disyuntiva.

A lo largo de este trabajo utilizaré la palabra: ‘amante’en su sentido más literal, tratando de ir más allá de la acepción más cotidiana que le solemos dar: una persona que constituye una relación secreta con alguien que integra una relación de manera pública con otra persona. En caso de tener que recurrir a esta acepción tradicional de dicho término, haré el señalamiento correspondiente.

Solemos creer que nuestras relaciones se legitiman por la aparente transparencia que supuestamente implica un reconocimiento público de las mismas y sus integrantes. Dicho reconocimiento nos sujeta a la mirada y atención de los demás. ¿Por qué hacemos públicos tal clase de acuerdos que sólo tendrían que incumbirle a los implicados?; ¿será una manera de proteger nuestra propiedad del otro ‒perversa ilusión‒ haciendo de los demás testigos vigilantes de la misma?

En el caso de Xenia, podemos inferir en tal circunstancia lo paradójico de nuestra libertad; podemos ser capaces de aceptar el acuerdo de relacionarnos con alguien más que ya tenga un compromiso previo con otro amante. Sin embargo, solemos ser incapaces de aceptar que el deseo de aquellos que amamos no nos sea exclusivo. No intento juzgar ni a Xenia ni a quien haya aceptado alguna vez en su vida dicha circunstancias ‒muchos hemos estado en tan compleja situación‒, tan sólo problematizo para comprender. Somos animales territoriales cuyos celos son fenómeno del cuerpo vivo. Esto último no es ninguna justificación para la crueldad derivada de dicha adolescencia, todo lo contrario, evidencia ante nosotros mismos lo responsables que somos de lo que sentimos; lo que nos pasa como fenómeno de nuestra sensibilidad, y, por lo tanto, más que juicio, requiere comprensión para asumir la responsabilidad de dicho fenómeno como elemento determinante ante nuestra libertad y su ejercicio.

La manifestación de la materialidad de nuestros cuerpos tiene su legitimidad. Sin embargo, ello no anula que, ante su determinación,dejemos de ser lo suficientemente libres como para posicionarnos de la mejor manera ante sus fenómenos, en el mejor de los casos, con el fin de comprenderlos más que de juzgarlos, insisto. Ello implica la posibilidad libertaria de habitar nuestros cuerpos,en lugar de hacer del cuerpo una cárcel a través de nuestra represión. Esta última postura puede implicar la irresponsable actitud de asumir como una anomalía la determinación de la finitud de nuestros cuerpos; la vibrante compulsión del mismo como cuestionable excusas de psicópatas, sociópatas y resentidos ‒llamados así coloquialmente‒ capaces de terribles ejercicios de apropiación de los cuerpos, lo cual puede llegar a distar bastante de ser equiparable con las legítimas y advertibles condiciones de una enfermedad, con todo lo problemático que puede ser un diagnóstico. Se trata de seres que ejercen de manera perversa su libertad y que excusan la conducta derivada de su malestar con la ostentación del padecimiento de una supuesta enfermedad de sus cuerpos. Una de tantas posibilidades perversas de nuestra capacidad de constituir racionalizaciones.

Sólo quiero poner sobre la mesa dicho extremo cotidiano como parte de mi reflexión. Como veremos, sería sumamente injusto considerar a Xenia de esa forma. Es clara la angustia que le provoca su deseo, sin embargo, desde la adolescencia de la finitud de su cuerpo implicada en su egoísmo, no es capaz de los actos terribles del cual sí será capaz otro personaje como ejercicio de egoísmo y propiedad.

Leonora oculta que no queda satisfecha con la reconciliación ante el exabrupto entre ella y su esposo. Se trata de una personalidad voluntariosa, lo cual queda claro en una secuencia del film en la que no está satisfecha por lo que considera el cobro excesivo de una tarjeta recargable, necesaria para satisfacer el servicio del lavado de su auto. Leonora considera que siempre queda un excedente no rembolsable que no puede ser utilizado para dicho consumo porque para hacer uso del crédito obtenido debe hacer la carga máxima de la tarjeta, generando una nueva cantidad sobrante, semejante a la supuestamente recuperada; una típica inducción al consumo a la que tienden los servicios electrónicos actuales que obligan a renovar el consumo como fenómeno de nuestro deseo, para quedar sujetos a una satisfacción del mismo que jamás acaba por realizarse. Vemos en ello un signo de lo que puede ser el matrimonio como fenómeno de consumo y producción de los cuerpos en las sociedades contemporáneas. En esto ahondaremos con mayor especificidad más adelante. Hay que advertir el papel del apego en dicha dinámica; vemos el apego de Leonora activando la estrategia del mercado actualizadora del consumo,cuyo principio es la insatisfacción del deseo.

Leonora trata de saber el contenido de los mensajes que su marido no quiso que viera. Usando la excusa de que Christian fue quien abrió la cuenta de su plan de telefonía, por lo cual es el titular de la misma, trata de ver la posibilidad de recuperar dicha conversación. Por la razón antes planteada, ve frustrado su plan. Mientras tanto, hace un poco de ingeniería social revisando las redes sociales de su esposo. En ellas encuentra fotos de momentos de singular alegría, tomadas en el contexto labora de Christian. Dichas capturas le parecen sospechosas a la protagonista; imágenes en las que él está sonriente al lado de Xenia, mientras trabajan en el montaje de una de las construcciones de la empresa que dirigen Christian y Peter. También accede al perfil de quien infiere es su rival, confirmando que es empleada de su esposo. Leonora empieza a hacer inferencias con el fin de atar cabos.

Vemos en la secuencia siguiente cómo Leonora intenta seducir a Christian, mientras ambos se preparan para salir a un compromiso. Sin embargo, las sospechas de ella se agudizan cuando él impone su prisa para no consentir el flirteo. “Ha pasado mucho tiempo, ¿no?”, le dice ella; una clara referencia a la constante falta de intimidad de la pareja.

El compromiso al que ambos asisten es una celebración. Christian festeja un aniversario más de su empresa. En el discurso que da en dicho encuentro, Christian celebra la sagacidad y carácter visionario de una arquitecta emprendedora como Xenia, capaz de contribuir al desarrollo de la constructora, al proponer el diseño inteligente de construcciones hechas con materiales biodegradables que no contaminan al planeta, por estar procesados a base de energía neutra en carbono. Christian reconoce la contribución de tal idea como parte de la generación de un mundo mejor. Leonora ve con suspicacia y angustia la centralidad de Xenia en dicha celebración y la manera en la cual convive con su esposo.

Recordemos que las imágenes que vemos son parte también de un ejercicio de imaginación por parte de Holger, el detective que habla con su hija acerca de los sospechosos del caso que nunca pudo resolver. Es aquí cuando vemos una imagen en la que se manifiesta la volatilidad de nuestra memoria o, mejor dicho, de nuestro recuerdo como proceso inextricablemente imaginario, en relación, por supuesto, con el proceso imaginario y estructurante implicado en toda inferencia, en este caso la del detective, en cuyo discurso nos enteramos tanto de estos personajes como de las opacidades de nuestra circunstancia; densidades ontológicas que confirman que, en más de un momento, la ficción completa los vacíos de nuestra existencia, siendo capaz de articularla para lograra cierta coherencia. En más de un sentido, ¿qué tanto ficcionamos la vida para sobrevivirla?

En el caso de Leonora, podemos advertir lo que parece ser el fruto de una imaginación que se fue por la mala deriva ‒diría Gaston Bachelard‒ en relación con su impresión de la convivencia entre Christian y Xenia; una exacerbación de lo que el film parece ofrecernos como un delirio de los celos de Leonora que, finalmente, acaba siendo un hecho confirmado por Christian. Leonora ve como Christian tiene relaciones sexuales en la oficina de su socio con Xenia. Tienen la puerta abierta y Leonora es vista a los ojos por Xenia, sin ningún pudor. Podría inferirse un acto fallido por parte de Christian que, ante su angustia, quizá buscaba el gesto liberador de la ira y decepción de su esposa al ser descubierto, para dejar de ocultar la relación que realmente quiere al lado de Xenia. Parece que la angustia de Christian derivó en una urgencia sexual que lo colocó en tal situación, lo cual nos habla de lo aprisionado que se siente ante su circunstancia. De lo fáctico y concreto de este aspecto no he hablado. Se trata de la parte medular del film que da motivo a esta reflexión, en más de un sentido.

Christian tiene un vecino, Kim, con el que ha trabado una amistad lo suficientemente sólida como para poder tener entre ambos momentos cercanos a la confidencia. Dicho hombre cercano al protagonista es divorciado. Christian le pregunta por la reacción de su exesposa, Anette, ante la noticia de querer separarse de manera definitiva. Kim plantea dicho evento como una liberación gozosa que puede advertirse en momentos tan cotidianos como el regreso a casa después del trabajo; un momento de lo libre que puede sentirse un hombre divorciado en casa, sin la compañía de la mujer de la cual se separó. Con entusiasmo, dicho personaje le muestra al protagonista del film lo liberador que resulta terminar una relación muerta, y cómo ello es mejor para ambas partes. Comparte con Christian lo bien que se siente, al igual que lo bien que parece estar Anette después de la separación.

Vemos en ello la posibilidad del amor como generosidad del desapego. ¿Será que amar no es sólo estar unido sino también separarse? Parece que el amor libera incluso cuando acaba, me parece inferir. ¿Se puede decir que se ama a alguien si la sujeción del mismo a nuestro apego lo lastima o lo destruye?; ¿no sería un bien para el amante la alegría de su amado? El amor, generalmente, nos hace crecer y, muchas veces, ello nos lleva a expandir nuestras alas para irnos con su vuelo.

Christian decide encarar a Leonora. Le revela lo exhausto que está de un matrimonio del cual no se siente parte; una relación que lo ha mantenido demasiado ocupado, al grado de sentir que se ha abandonado. Christian evade la pregunta de Leonora en relación con la presencia de alguien más en sus vidas, otra mujer. Sin embargo, la esposa de Christian le hace saber que lo vio con Xenia en la oficina de Peter. Es entonces que vemos cómo se precipita una angustiante dinámica de inducción a la culpa como principio de control de parte de ella; Leonora le recuerda a Christian cómo sacrificó su carrera para cuidar de su hijo y que dicha decisión es irreversible. Sin embargo, el elemento más sensible de tal discusión entre ambos se manifiesta cuando la protagonista le dice a su esposo que es capaz de revelar el fraude financiero que tuvo que hacer para obtener los recursos necesarios para operar a Johan en los Estados Unidos, aunque ello implique quedar sujeta al proceso legal correspondiente por estar involucrada en la administración del espurio patrimonio que Christian generó. Con ello, ambos pudieron salvar la vida de su hijo, además de que Christian pudo donarle células madres a Johan para evitar que quedara lisiado de por vida.

Al principio de la película, Peter le había comentado a Christian de una auditoría aleatoria y de rutina por parte de las instancias fiscales de su país a la empresa de ambos. Eso preocupaba un poco a Christian, sin embargo, Peter tranquilizó a su socio, asegurándole el respaldo de su contador en caso de emergencia. En su momento, ambos manipularon el tipo de cambio de la moneda danesa e hicieron una fortuna, afirma el propio Peter. Tal decisión fue vista por Christian como su única y más viable opción, ante la imposibilidad de pedir un préstamo lo suficientemente alto como para cubrir el considerable gasto de la atención necesaria para salvar la vida de Johan. Ahora Leonora tiene sujeto a Christian con la culpabilidad de su crimen ‒con el cual también Leonora podría sufrir importantes consecuencias legales‒, además de la culpabilidad implicada en el respeto al trato por el cual ella sacrificó lo que constituía una parte muy importante del sentido de su vida. Ella le dice a Christian: “Todos renunciamos a algo por ese trato. Una de las cosas a la que renunciamos fue la opción de irnos. Si te vas ahora, sólo pensaré en mí”. Ella, aparentemente, está dispuesta a denunciar a Christian, con lo cual él perdería todo aquello por lo cual ha trabajado, incluyendo a su familia. Además, tendría que pasar un mínimo de cinco años de cárcel. Este último dato es relevante por la estigmatización social que implica, al grado de que tal reputación probablemente separaría al protagonista de Xenia como la propia Leonora llega a decirle como parte de sus amenazas. Esto último, pensando en términos de la culpabilidad como fenómeno moral de una sociedad como la danesa, la cual tiene una bajísima taza delictiva, por lo cual sus sistemas de reinserción social suelen ser sumamente efectivos, además de que las condenas penales en dicho país, por lo mismo, suelen ser sumamente bajas, al igual que la reincidencia delictiva. Esto último no sólo guarda una relación con los privilegios materiales de muchos países del norte de Europa ‒siendo muy notable el caso de los países escandinavos‒ sino también por su baja densidad poblacional.

Ante la delicada situación, de manera velada Christian le platica a Kim acerca de las amenazas de Leonora. El amigo del protagonista le comenta que él también pasó por algo semejante con Anette. Le aconseja a Christian buscar a una persona cercana a Leonora que hable con ella y la acompañe en el proceso del duelo de su separación. Como vemos en la siguiente secuencia, Leonora está sumamente sola, todo su mundo ha girado exclusivamente alrededor de dos personas: Christian y Johan. Este último, vínculo profundo entre ambos, lo cual nos habla del tremendo lazo entre dos personas que puede ser un hijo. Leonora llora ante los retratos de las únicas personas que realmente le importan; ellos son su mundo. Desde que Johan se enfermó, Leonora cortó vínculo alguno con amistades y demás seres cercanos para hacer de los integrantes de su familia el centro de su vida, como si de ellos dependiera el sentido de la misma. Su angustia es palpable.

Vemos en ella lo problemático que puede ser abandonarnos; olvidarnos de nosotros mismos, al grado de renunciar al complejo mundo que somos en sí mismos; seres humanos vivos con inquietudes y afectos que pueden llegar a constituir una riqueza de posibilidades y contextos diversos. ¿Por qué sesgarnos de tal manera? Es comprensible que la situación de Leonora fue sumamente grave en su momento; la posibilidad de perder a un hijo, un ser tan amado como Johan. Sin embargo, ¿qué tanto su sacrificio no acabó siendo también un acto de egoísmo,al esperar que la recompensa por dicho acto fuera una amor y lealtad incondicionales, como si sus seres queridos no fueran también mundos complejos en sí mismos, con deseos en los que se manifiesta la posibilidad de su alegría?; ¿qué tan desinteresados son nuestros actos?; ¿qué tan desinteresado puede ser un acto tan radical como resulta un sacrificio?; ¿qué tan legítima puede ser dicha voluntad si implican un interés privado que, al imponerse, puede llegar a anular la libertad de quienes supuestamente amamos?

Vemos lo problemático que puede ser el fenómeno del sacrificio en sociedades semejantes a la nuestras ‒atravesadas por dinámicas de consumo análogamente semejantes‒, que conciben a los ejercicios de nuestra voluntad como fenómenos retribuibles. Por un lado, podemos entender la legitimidad del sacrificio ante circunstancias que, de alguna manera, lo evidencian inevitable como el acto de coraje de llevar a cabo la única solución ante una determinada circunstancia, lo cual implica la posibilidad de comprender el porqué de su ejercicio. Sin embargo, si dicho acto es susceptible de constituir culpa y, por lo tanto, puede ser un acto que dé pie a ejercicios de control, ¿no será que la legitimidad moral del sacrificio como ejercicio de una voluntad soberana también tendría que implicar la satisfacción de su acto por sí mismo, incluso más allá de su resultado, renunciando así a cualquier expectativa y, por lo tanto, sin esperar nada a cambio y sin que implique la imposición alguna de nuestros intereses privados?

Parece que un sacrifico legítimo sólo puede ser un acto de la generosidad liberadora implicada en el desapego; una posibilidad muy dolorosa para alguien tan aprehensivo como Leonora que, sin embargo, no deja de ser problemática por llegar a ser un referente capaz de inducir culpigenamente a la sujeción de los demás, lo cual acabaría constituyendo al sacrificio como un error capaz de trastornar la vida de quienes queden sujetos a la supuesta deuda que puede llegar a constituir. Esto último, por supuesto, siempre dependiente de contexto, peligro que puede desactivarse ante un posicionamiento autónomo ante dicho fenómeno y ante nuestras propias acciones.

Christian decide seguir el consejo de Kim, busca una persona que haya sido cercana a Leonora, lo suficiente como para ser referente de la intimidad particular que una estrecha cercanía puede estructurar. Decide viajar varios kilómetros, sin advertir que está siendo seguido por su esposa. Ello lo confirma Holger en la charla con su hija, quien tiene el registro de la trayectoria satelital de los autos y dispositivos móviles de Leonora y Christian, capturado por la infraestructura de la carretera que fue parte de su recorrido. Christian decide ir a ver a quien fuera la mejor amiga de Leonora, a quien no ve desde el bautismo de Johan hace dieciocho años: Kassandra. Un personaje con nombre oracular que, en más de un sentido, anuncia las condiciones primordiales del conflicto entre la pareja. La antigua amiga de las esposa de Christian confirma el carácter extremo y radical de la protagonista: “Con Leonora es todo o nada; o estás dentro o estás fuera”, le dice Kassandra a Christian. También le comenta algo que sin duda desconcierta al protagonista, tomando en cuenta su difícil situación: “Leonora no es una persona que puedas dejar”. Es entonces que nos enteramos de lo radical de las acciones que Leonora puede llegar a tomar si se confronta con una decepción como la que está pasando, a raíz de una separación tan grave como la que pretende Christian.

Kassandra le habla a Christian acerca de Mike, el novio de adolescencia de Leonora, también habitante del pequeño pueblo en el cual ambas crecieron. Dicho chico es el protagonista de una triste historia de la localidad: Mike cayó por un precipicio, lo cual le costó la vida. A raíz de esa desgracia, se especuló con la posibilidad de que Leonora haya arrojado al joven de dicha altura para matarlo, en represalia por serle infiel con otra chica de la misma edad: Sonja. Una historia que remite a la capacidad destructiva de la protagonista del film, según las malas lenguas de un pueblo, capaces de constituir mitos que estructuran nuestra relación con lo posible de las certezas lejanas de varios de nuestros más problemáticos, inconsistentes y pretéritos hechos; narraciones que velan lo que apenas podemos inferir del mundo, a través de la magnificación o minimización de sus detalles, para ser efectivos fenómenos de encuentro en la diversidad de nuestros lenguajes verbales y no verbales; fenómenos de nuestras apariencias que se antojan opacos; opacidad protectora de nuestras verdades, capaz de caracterizar al fenómeno de la transmisión oral. Esta última, correspondiente con el otro elemento de los mitos: la incertidumbre que implica el misterio de la explicación de aquellos hechos que dejan pocos elementos para su cabal comprensión. Estos suelen propiciar a dichas imágenes constitutivas; velos de una máscara social y colectiva de los acontecimientos de un grupo humano, detrás de los cuales está el inaccesible rostro de mucho de lo mejor y lo peor de lo que somos. Bien afirma Paul Ricoeur: “El mundo busca su relato”.

Christian no sabía nada de la muerte de Mike, se entera de ello a través de quien fuera la mejor amiga de su esposa. Como podemos advertir, Leonora también tiene secretos. La protagonista ejerce su derecho a tal confidencialidad que le resulta insoportable en el caso de Christian. Lo injusto, sin negar la obviedad de la gravedad irremediable de aquello que decide callar Leonora y de lo cual sólo se pueden afirmar suposiciones, es la manera en la que, en el caso de Leonora, saber de Christian constituye una posibilidad de control y escarnio, una manera de sujetar a su esposo a su mirada vigilante y controlarlo, de manera semejante en la que todos podemos quedar entrampados en dicha dinámica tan personal como social.

Kassandra es una mujer divorciada que vivió con un hombre que estuvo enamorado de otra mujer, también casada, durante doce años. Con dicha mujer, el exesposo de Kassandra formó una especie de matrimonio clandestino y paralelo ‒valga el oxímoron. Tras dicho desencuentro, Kassandra recibió un consejo que decide compartir con Christian, como si se tratará de la sentencia de una pitonisa, al advertir la angustia del protagonista: “El divorcio es una transacción comercial (dinero, casa, niños) y el otro lado del trato: las amenazas, las revelaciones; quién le dice qué a los niños, quien tiene la culpa. Es mejor tener algo con que negociar”, afirma la antigua mejor amiga de Leonora. Una situación que, lamentablemente, es muy común y en el que las víctimas frecuentes de tal comprensión de una separación de tal tipo suelen ser los hijos, especialmente cuando son niños en medio de la compleja vida de los adultos. Una experiencia que cuestiona nuestra manera de entender al amor ‒sin advertir que hemos hechos de él un fenómeno de consumo y producción‒ y que lega un referente para las futuras generaciones del entendimiento de las relaciones de pareja como ejercicios de lucro, explotación y dominación de los demás, en el peor de los casos, en lugar de constituir una experiencia libertaria.

Por ello, me parece importante seguir la afirmación de Kassandra como una importante intuición. ¿No será que, además del divorcio, también vemos al matrimonio como un acuerdo comercial, un negocio económico y, por lo tanto, como una transacción que busca satisfacer intereses privados, a través de nuestros amantes?; ¿no es ello reducir a quienes supuestamente amamos a meros medios para dicho objetivo? Esto último se agrava cuando pensamos que nuestros amantes deben satisfacer nuestras necesidades, lo cual sólo puede llevar a cabo uno mismo de manera autónoma. Sólo se puede amar en libertad siendo lo más libre posible, desde el mejor esfuerzo de nuestra autonomía.

La palabra economía proviene de dos raíces griegas: oikós que significa casa y nomos que significa ley; la ley que constituimos como artificio los seres humanos, que no es la misma ley de la Naturaleza: el logos. Vemos lo problemático que es entender a la economía como ley de nuestra casa desde nuestras dinámicas de consumo y producción,las cuales acaban por encardinar a dicha ley como fenómeno estratégico de dominación. Si bien dicha ley es importante, quizá valdría más la pena atender como principio de la misma al logos como ley de la Naturaleza, aquella que se manifiesta en la sensibilidad atenta y comprensiva de nuestros cuerpos; el logos como aquella ley que nos relaciona como cuerpos vivos, capaz de evitar el olvido de nosotros mismos: cuerpos que aman, sufren y pueden morir.

Intrigado por el caso de Mike, y quizá siguiendo el consejo de Kassandra de tener algo con que negociar, Christian decide contactar con Sonja, la chica con la que Mike sostuvo una infidelidad, poco tiempo antes de morir. Según el relato que el detective le hace a su hija, Sonja dijo todo lo que sabía, incluyendo el sentirse observada al lado de Mike mientras ambos tenían relaciones sexuales, buscando privacidad durante una fiesta con amigos en el bosque. Alguien los observaba, oculto en la vegetación. Mike se alejó de Sonja después de su encuentro, ese instante es el que aprovecho quien mató al joven para consumar dicho acto. Sonja tiene la sensación de haber visto a Leonora en aquella ocasión. Todo ello lo comparte la última amante de Mike a Christian, afirmando que ambos estaban sumamente enamorados. Christian, mientras recibe la llamada telefónica de Sonja, no advierte que es observado por Leonora desde la vegetación que los rodea. Ella lo ha vigilado durante todo su viaje hasta ese punto, justo ante un precipicio semejante al que fue arrojado el fallecido novio de la protagonista. Pareciera que esta última va a hacer con Christian lo mismo que hizo con Mike, ahora que sabe su secreto. El protagonista se siente observado, no ve a nadie desde la orilla del precipicio del paisaje que observaba. Aunque materialmente no le sucede lo mismo que a Mike, en más de un sentido Christian también acaba siendo arrojado a un abismo por Leonora, al abismo que somos.

Christian le había prometido a Xenia que iría a conocer a su madre y al novio de esta última, los cuales difícilmente tendrían otra ocasión para convivir con él y con ella. Christian accede como muestra de su compromiso y cumple con la cita pactada. Vemos nuevamente, oculta y resguardada, la mirada vigilante de Leonora, acechando su supuesta propiedad como si se tratara de una presa: Christian.

El anuncio de Kassandra en relación con lo que es un divorcio ‒al igual que el matrimonio‒ como si se tratara de la sentencia de un oráculo que muestra ocultando, acaba por cumplirse de manera profética. Vemos la tensa negociación final entre Christian y Leonora, en relación con la infidelidad del protagonista con Xenia. Leonora le pide a Christian que se vaya de casa, a menos que termine con su empleada. Christian usa su última carta; le comenta que habló con su antigua mejor amiga acerca de la muerte de Mike y de las sospechas alrededor de Leonora como supuesta asesina de su antiguo amante. Leonora acusa a Christian de demonizarla. Christian, siguiendo el consejo de Kassandra, intenta usar a su favor tal dato para evitar que Leonora lo denuncie. El protagonista afirma que no puede irse de casa sin la certeza de que no va a ser denunciado por su esposa. Leonora afirma que prefiere denunciarlo, antes de caer con él como consecuencia de su estafa. Leonora le pide que, justo en ese momento, le hable a Xenia para romper, quiere escuchar que así sea. Toma el teléfono de Christian, presiona el contacto de Xenia en el dispositivo móvil de su esposo y pone el altavoz. Se escucha la voz de Xenia, quien aprovecha para decirle a Christian que le ha caído muy bien a la madre de la arquitecta. Cuando Christian intenta hablar, su voz se debilita, al grado de que no es capaz de articular palabra alguna. Christian cuelga, no puede hacerlo, se resiste ante el fracaso de su negociación. Finalmente, Leonora echa a Christian de la casa de manera violenta. La protagonista le avienta a la cara a Christian la llaves de su auto compacto. Le advierte a su esposo que ahora el Mercedes de Christian, su casa y su hijo son de ella. Leonora amenaza al protagonista con que Johan jamás lo volverá a ver y que hará que este último esté de su lado porque será a Leonora a quien le crea. La negociación ha sido un rotundo fracaso, especialmente para él; la profecía de Kassandra se ha cumplido.

Vemos cómo ante la imagen de Leonora, detrás del cristal de la puerta de la casa que ha territorializado a través de la culpa, se yergue amenazante la figura imponente de Christian, con la temeridad e ira de un hombre que cree que ya no tiene nada que perder. Como lo infiere Holger en la charla con su hija, ahora Christian es un hombre que, para sobrevivir, ha suspendido todos sus sentimientos, excepto uno: el odio. Con esa frialdad llevará acabo un acto irremediable de terribles consecuencias. El detective, hace una interesante reflexión al respecto: “Los animales son iguales; cuando no hay otras opciones, cuando están acorralados, atacan”.

Resulta de suma relevancia pensar en la animalidad de nuestra especie como un fenómeno que participa de nuestra problematicidad. Nuestro cuerpo, por su carácter matérico, nos vincula con La Naturaleza, lo cual constituye un enigma ante nuestra capacidades de artificio y lo perversa que puede ser nuestra inteligencia como partícipe del ejercicio de nuestra libertad, sin negar que nuestra racionalidad también es capaz de fenómenos extraordinariamente estimables. A la relación entre ambas posibilidades, Kant le llama: dialéctica natural. Sin embargo, el ser humano, por el carácter matérico de nuestro cuerpo insisto, también posee vegetalidad, mineralidad y animalidad. Bien nos llega a advertir Giovanni Pico della Mirandola en El discurso sobre la dignidad del hombre cómo el ser humano puede ser una piedra,cuando es arrojado por la voluntad de alguien más a llevar a cabo una acción o cómo también puede ser una planta, cuando decide privilegiar un estadio inamovible en un lugar o circunstancia o en el lugar de una circunstancia. Vemos cómo, de cierta manera, Christian era una planta en su casa, un cuerpo vivo enraizado en lo particular de su circunstancia familiar y matrimonial, al lado de Leonora. Esta vez, Christian ha decidido moverse, al activarse su animalidad, con todo y lo inconmensurable y terrible que puede ser el instinto. La animalidad de un cuerpo puede ser tan problemática como nuestra humanidad y, en el caso de nuestra especie, todavía más problemática además de terrible, tanto como lo puede ser un animal fuera de su contexto, amenazado por la falta de correspondencia entre su presencia y la de un ámbito ajeno a su naturaleza; adversa circunstancia para su sobrevivencia y la territorialización que implica la misma. Christian ha entrado en tan problemático estadio de nosotros mismos.

Aprovecho para hacer una breve digresión en relación con dicho tópico: la animalidad. De un tiempo para acá, advierto una tendencia lejana a la comprensión de dicho fenómeno, que ha implicado la idealización y sobreestimación de las aptitudes de los animales al pretender identificarlas con capacidades de nuestra especie que aparentemente compartimos con ellos. Considero que ello implica nuevamente caer en el error de la antropomorfización de las demás especies, semejante a la estigmatización moral que durante siglos sufrieron otros animales, por ejemplo: creer que los gatos negros traen mala suerte por el color de su pelaje o idealizar la supuesta fidelidad de los lobos hacia la hembra con la que se han reproducido. Sospecho en tal actitud una franca aversión hacia nuestra propia especie que tiende a la misantropía. Consciente de lo problemática que puede ser nuestra especie y que, efectivamente, poco podemos disculparnos de mucho de lo terrible que seguimos siendo, creo que vale la pena dejar de juzgarnos como lobos de nosotros mismos o como corderos de la Naturaleza -ejemplos, nuevamente, de tal clase de estigmatización e idealización, respectivamente- para comprendernos; aprender a amar lo problemáticos y complejos que podemos llegar a ser porque también eso somos y, quizá, tener más recursos para vivir de la mejor manera posible. Quizá si nos permitiéramos tal esfuerzo, un día podríamos perdonarnos, en lugar de optar por una idealización antropomórfica, misantrópica y culpigena que constituya una moral potencialmente fascista. Ello, además, podría contribuir a comprender de mejor forma a las demás especies como parte del mundo y advertir que también son cuerpos vivos capaces de afectos; presencias necesarias como parte de la vida del mundo.

Christian toma una decisión extrema. Vemos cómo tiene la lucidez necesaria para orquestar la coartada de un crimen que cambiará su vida de manera radical. Lo vemos ir a su trabajo con el auto de Leonora, de éste toma la tarjeta recargable del autolavado que utiliza su esposa para su vehículo. En su trabajo recoge una camioneta blanca con la cual se dirige a la curva cerca de su casa, en la que su esposa diariamente sale a correr. Se esconde en uno de los recodos de dicha ruta para esperar a Leonora. Es entonces que cree reconocerla, se trata de una mujer que lleva un rompevientos rojo como el que usa cada noche Leonora para tal rutina. Esa noche llueve de manera habitual en el frío bosque nórdico, cercano al domicilio de la pareja. Christian, probablemente para darse coraje exclama: “¡Maldita perra!”, inmediatamente acelera la camioneta y arrolla a la mujer. Impactado por lo que es capaz de hacer, en su euforia circulan lágrimas por su ojos. Sin embargo, ve que la mujer sigue viva, además de sumamente malherida. Hace otro terrible y traumático esfuerzo para poner en reversa la camioneta y acaba asesinando a la causante de su rabia. Cuando lo logra y la mujer yace inerte en el pavimento, Christian huye del lugar. El protagonista regresa al trabajo para ser advertido por las empleadas de limpieza mientras se prepara un café, ya que ‒le dice a las empleadas‒ planea trabajar toda la noche. Con ello consuma su coartada, tratando de disipar cualquier sospecha en relación con la noche del terrible evento que le costó la vida a aquella mujer.

Es importante no dejar de advertir que la trama de la película gira en torno a las inferencias de Holger, compartidas con su hija. El detective le comparte a esta última todos los elementos que darían coherencia al crimen que cree que sucedió y que no pudo comprobar por falta de pruebas. La directora del film, Barbara Topsøe-Rothenborg, aprovecha la capacidad reproductiva de la imaginación para darnos cuenta de lo que vio Christian al cometer su crimen. Vemos a Sonja Richter ‒la actriz que interpreta a Leonora‒ participando de las secuencias del crimen. Por un lado, son las imágenes de Christian durante su crimen; la visión cegada por su angustia capaz de alejarlo de la comprensión, al grado de ser capaz de dicha atrocidad. Por otra parte, también se trata de las imágenes de las inferencias del detective, en relación con el exhaustivo agotamiento de las mismas que tuvo que llevar a cabo para tratar de dar explicación a un caso que lo obsesiona por sus implicaciones afectivas y de cómo las mismas fueron parte tanto de la posibilidad del crimen como de su carácter irresuelto.

Las lágrimas de remordimiento y culpa se evidencian en un Christian descompuesto que evidencia su malestar en su carácter errático. Cuando Johan le pregunta por su madre, Christian no contesta; inmediatamente una imagen brota en él: el recuerdo reciente de lo que ha hecho; ha matado a la madre de su hijo. Tal es su perturbación que resulta evidente para Johan: “¿Todo bien, papá?”, pregunta el chico. Christian se limita a decir que por lo demandante de su día está un poco alterado. El protagonista se va a bañar y en la regadera sigue llorando; un símbolo de enmascaramiento de las lágrimas y del deseo de limpieza y purificación del cuerpo ante la propia culpa, ante la vulnerabilidad de la propia desnudez.

Christian intenta anestesiarse con un trago cuando, de repente a sus espaldas, oye la voz de Leonora. El protagonista, al verla, suelta su vaso. El aturdimiento es tal que la voz y presencia de Leonora, en medio de la oscuridad nocturna de la casa, le da una singular espectralidad a la imagen de la protagonista; Christian ve un fantasma, no puede contestar a la advertencia de tal presencia por su desconcierto. Leonora primero pregunta por la presencia del protagonista en la casa: “¿Qué haces aquí?, ¿cambiaste de opinión?”, poniendo énfasis en relación con su rompimiento con Xenia. Después, la protagonista pregunta por el propio Christian: “¿Qué te pasa?, ¿estás bien?”. El protagonista apenas alcanza a asentir, turbado por su asombro.

Vemos cómo, nuevamente, la directora acude al recurso de generar una fantasmalidad que se antoja: la alucinación visual de Christian, derivada por la culpa que siente por su crimen; otro producto de la capacidad reproductiva de la imaginación. Sin embargo, no es así. Si bien es notable el abatimiento del protagonista, nos enteramos de que Leonora está viva cuando es saludada por Johan, al entrar a cuadro. Es entonces que nos enteramos que Leonora cambió de ruta para llevar a cabo su entrenamiento diario; ahora lo hace al interior del bosque cercano, en lugar de hacerlo a lo largo de la curva cercana a su casa. Christian ve el rompevientos rojo de Leonora y teme lo peor, es entonces que oye ruidos fuera de su casa. A lo lejos del paisaje que ve por su ventana, alcanza a advertir las luces de patrullas y probablemente una ambulancia, tan cerca de la casa del protagonista como del punto en el cual Christian llevó a cabo su terrible delito.

Como es mi costumbre, daré un salto cronológico en mi reflexión para advertir un detalle preambular e importante en relación con la película. Al principio del film, a la mañana siguiente de la discusión entre Christian y Leonora por los mensajes inoportunos que Christian recibió en su celular, Leonora lleva a la escuela a Johan. Este último le pide a su madre que recojan a Martha, una compañera de la escuela del muchacho. Podemos notar como Leonora aprecia a la pareja con una mezcla de ternura y aprensión. Si bien le llega a comentar a Christian dicha novedad y que ello le recuerda a ellos mismos cuando tenían la edad de ambos jóvenes, es advertible en la protagonista cierta actitud reflexiva y angustiada, como si, de alguna manera, Leonora empezara a advertir el vértigo en el cual su hijo está entrando, a través de sus primeras relaciones amorosas; el peligro del amor como lo es todo fenómeno de vida, con sus respectivas intensidades y pasiones. Probablemente, Leonora rememora también la intensidad de su sufrimiento al lado de parejas como Mike y el propio Christian; las adversidades de compartir la vida y su complejidad como parte del vínculo que generan nuestros compromisos. Johan también representa la gran adversidad que dos personas que se casan han decidido asumir como parte de su relación. Por ello también resulta tan doloroso para Leonora que, ante el triunfo de tener con vida a Johan ‒además de más sano‒, Christian quiera separarse como si lo único que uniera a dicho matrimonio sea la adversidad que los ha consumido, al grado de constituir en ellos una profunda miseria.

¿Qué significa estar unido en las buenas y las malas? Parece que en este caso sólo las malas constituían motivo de unión; la solidaridad que implica superar la adversidades, sobre todo si alguien tan importante como un hijo está en el centro de las mismas. Hay quien cree que solemos casarnos por los buenos momentos de la vida, por las buenas, lo cual me parece congruente e importante; uniones cuyo motivo sea el placer y la alegría de compartir el presente, la alegría de estar juntos, y no por la necesidad como en el caso de los protagonistas del film, lejanos al placer de compartirse, cómo lo demuestra la llegada de tiempos mejores para una familia que parece estar rebasando la adversidad del peligro de muerte y enfermedad de su hijo.

Parece que solemos olvidar que estar juntos por la alegría que nos causa compartir la vida también implica asumir que no siempre todo momento de la misma es bueno. Solemos olvidar que deseamos compartir nuestras vidas por lo importante de estar juntos, porque ello en sí mismo sería nuestra fortaleza, a pesar de todo. Es el compromiso de un amor profundo pero también el de un fenómeno tan problemático como el del sacrificio. ¿Realmente hay quien ame tanto como para asumir tal clase de vínculo profundo? Sé que hay muchas historias que lo confirman y muchas otras que demuestran todo lo contrario. ¿Qué tan posible es vislumbrar lo complejo que puede ser compartir la vida con alguien sin dicha experiencia de manera fehaciente? Por ello, hago estas preguntas sin juzgar, sólo para comprender, desde mi postura de hombre soltero que jamás ha vivió en pareja. Parece que, ante la incertidumbre de quienes amamos y la incertidumbre de nosotros mismos ‒como hasta ahora la película nos muestra‒ sólo nos queda nuestra voluntad de suerte, asumir el riesgo del peligro de amar como parte del peligro de estar vivo. Sin embargo, ¿no le daría ello algún sentido a la vida que vivimos? Hay temas para los cuales difícilmente habrá respuestas lo suficientemente claras como para no ser la respuesta de quien puede hablar por sí mismo.

La policía investiga el atroz atropellamiento de una madre de tres hijos que salió una noche a correr. Se entera del caso Leonora ante la presencia de Christian, cuando este último se dispone a llevar a Johan a la escuela, gracias a Kim, el amigo de Christian. Leonora también presencia cómo la policía acordona el lugar del crimen, la lluvia de anoche ha diluido toda posibilidad de recabar pruebas necesarias para los forenses, por lo cual se les ha pedido retirarse. Vemos como Holger tiene un primer contacto visual con Leonora. Después conocerá de manera más cercana a esta última junto con Christian, cuando va a su casa en un intento de hallar pistas, puerta por puerta del vecindario. Holger y su compañero, coinciden con ambos protagonistas durante la celebración de la graduación de Johan, quien ha terminado el bachillerato y acaba de cumplir dieciocho años.

Holger tiene otra importante inferencia que comparte con su hija: Leonora descubrió a Christian, no sabe exactamente cómo, sin embargo, considera que así fue. La película nos muestra a Leonora acudiendo al autoservicio de lavado de autos para hacer uso del mismo. Su tarjeta indica un déficit que no comprende. Leonora hace el reclamo por la falta de crédito al encargado de hacer dichas recargas. Éste último le hace saber que su tarjeta tuvo un uso reciente y posterior al último que Leonora llevó a cabo. Ella no reconoce dicho servicio. Sin embargo, se da cuenta de que la fecha del mismo coincide con el día en que echó a su esposo de casa y en el que supuestamente rompió su relación con Xenia. Como ella lo dirá secuencias adelante, su insistencia por confirmar el uso del servicio fue tal que obtuvo el video de las cámaras de seguridad que capturaron la actividad en el autolavado, correspondiente con la hora y fecha del mismo que marca la tarjeta de Leonora. En tal registro se ve a Christian, a punto de usar el autolavado para limpiar la camioneta blanca de la que hablan todas las noticias; el vehículo usado para matar a aquella madre de tres hijos.

En su momento, la culpa de Christian fue tal que no pudo dejar de volver a la escena del crimen. El protagonista llora ante los dibujos de los hijos de la víctima, en el memorial que se convirtió el lugar de la curva donde fue asesinada y hallada aquella mujer. Un fenómeno de las poéticas del duelo que manifiesta la posibilidad de comunidad de la sensibilidad de un cuerpo colectivo para llevar a cabo una arte del consuelo capaz de conjurar a la muerte y su terrible impacto. Es tal la conmoción del protagonista que va a la policía para responder por sus actos: “Vengo a entregar…”, alcanza a decir Christian sin acabar de decir: “Vengo a entregarme”; el policía que está en la recepción lo interrumpe. Este último está ocupado atendiendo unas diligencias, a través del teléfono de diadema que está usando: “Tendrá que esperar, estoy ocupado. Siéntese, por favor”, le dice el oficial al hombre angustiado. Christian se sienta a esperar. Es entonces que recibe un mensaje de Johan, en el que le agradece su fiesta de graduación. Podemos ver en el celular del protagonista una foto de él al lado de su hijo, compartiendo un día de pesca. Christian ve por el televisor de la recepción de la policía que el vehículo sospechoso, según las recientes investigaciones, tenía placas rumanas y que se teme que haya salido del país. Ante tal dato y ante el mensaje amoroso de su hijo, Christian se retracta y sale de la estación de policía para volver a la cárcel de su circunstancia, renunciando a asumir la responsabilidad que lo haría libre de su malestar, a pesar de las consecuencias de dicho acto.

A raíz del descubrimiento de Leonora de la culpabilidad de Christian, a esta última no se le complica inferir que el objetivo de su esposo era matarla mientras llevaba a cabo su rutina diría de ejercicio en la misma ruta en la que pereció dicha mujer. Leonora entra en pánico y huye de su marido, amenazando con denunciarlo a la policía. Christian intenta razonar con ella; trata de explicarle cómo lo rebasó la posibilidad de ser denunciado. Sin embargo, Leonora es incapaz de entrar en razón; huye de la casa, dejando a Christian angustiado. Leonora había iniciado una llamada telefónica a la policía para denunciar a su marido. Christian la interrumpió arrebatándole su celular para tomarlo y explicar a la policía que la llamada fuer para informarles que vio un vehículo sospechoso con matriculas de Rumania. Mientras tanto, Leonora abandona la casa. El protagonista, antes de que su esposa se fuera, le pide que piense en Johan, a lo cual Leonora contesta que eso mismo debió hacer él antes de intentar matarla.

Christian se queda en casa esperando lo inminente cuando llega la policía. Johan advierte la presencia de los oficiales, el protagonista abraza a su hijo en una especie de despedida y le pide que se vaya a su cuarto y que no salga de ahí, presintiendo que Leonora lo ha denunciado. Es entonces que, dispuesto a entregarse ‒una vez más‒ le pide a la policía que el encuentro sea fuera de su casa para no molestar a Johan. Sin embargo, se da cuenta de que están ahí para corroborar la información por la que supuestamente Leonora habló, a partir de lo cual Christian acabó por tratar de confirmar la pista falsa de una camioneta rumana como el arma homicida de la mujer aquella noche. Para Holger, Christian se veía sumamente culpable. Es evidente lo sospechoso que siempre resulta alguien que da una pista no concluyente; es fácil inferir tal voluntad como parte de la estrategia para desviar una investigación. En el caso de Christian, a lo anterior se suma la actitud de rendición y angustia del protagonista. Sin embargo, nuevamente, no había pruebas. Es entonces que Christian recibe un mensaje de su esposa; lo cita en un lujoso restaurante a las nueve de la noche. Es entonces que nos enteramos de lo mucho que puede escalar la perversidad de Leonora.

En el restaurante, Leonora le dice a Christian que sería incapaz de denunciarlo. No quería perderlo así, ni tampoco quería perderlo por una mujer como Xenia. Considera que si fuera así, acabaría por arruinar la vida de su hijo, aquella por la que tanto luchó y sacrificó todo. De igual manera piensa del hecho de que Christian acabara en la cárcel por haber asesinado a una inocente madre de tres hijos, al igual que por su fraude financiero. Considera que Christian ha olvidado lo importante: la familia. También afirma que no puede confiar del todo en él; ella siempre estará en peligro porque él fue capaz de atentar contra la madre de su hijo. El protagonista asegura que daría todo por cambiar lo que hizo, el error que lo transformó en un asesino, del cual reconoce Leonora una gran capacidad para urdir tal clase de planes.

Es entonces que Leonora le propone a su esposo una actualización de su pacto inconfesable; los dos compartirán la estrategia y la realización de un plan que, a los ojos de Leonora, redimirá a Christian; una prueba de la lealtad de su esposo a ella y su familia. Vemos con ello cómo Christian agudiza su sujeción y erige más paredes de su cárcel; el constructor, a través de sus errores y la evasión permisible de su responsabilidad, ha estructurado un laberinto a través de la incomprensión de sus afectos.

De acuerdo, el ‘hubiera’ no existe decimos en México. Sin embargo ¿Qué habría pasado si Christian le hubiera dejado a Leonora hacer la llamada en la cual pretendía denunciarlo?; ¿no habría acabado su sujeción a aquel matrimonio basado en el apego y la propiedad? Paradójicamente, Christian, probablemente, habría dejado de ser el prisionero de Leonora yendo a la cárcel.

Hay una secuencia posterior al momento en que Christian se entera de haber matado a una mujer inocente y madre de tres hijos, donde parece intentar encontrar paz y refugio de su propia culpa. El padre y esposo es practicante de Kayak. Lo vemos en medio de un lago, con lágrimas en los ojos, como si se tratara de una isla; una imagen de la soledad que puede llegar a constituir la cárcel y el control de la culpa de un ser humano, sujeto por su circunstancia, por la irresponsabilidad ante la misma y por el apego como un acto de nuestra voluntad que, paradójicamente, constituye la manera en la cual podemos ejercer nuestra libertad para esclavizarnos, al grado de perdernos a nosotros mismos.

Leonora le propone a Christian matar a Xenia como acto de redención y prueba de fidelidad. Por más que se resiste, acaba accediendo, a pesar de decirle a Leonora que ese crimen los uniría como autora intelectual y autor material del mismo, lo cual podría acabar por arruinar la vida de Johan. Ella vuelve a recordarle que eso no lo pensó cuando intentó matarla. Es entonces que Leonora le revela un secreto que, de alguna manera, compromete todavía más a Christian por la confidencialidad que implica.

Guardar el secreto de alguien más puede sujetarnos a su mirada vigilante; nos hace confidentes y, por lo tanto, nos ata a su confianza. Si llegáramos a atentar contra esta última, además de acabar siendo considerados traidores, también nos convertiría en objeto de traición. En este caso, ante lo que sabe Leonora, Christian agravó su situación; el protagonista, ahora más que nunca, realmente tiene demasiado que perder y está en las manos de su esposa mientras participe del ocultamiento de su responsabilidad; permitió ser chantajeado con un hecho cuya magnitud no calculó, sin dimensionar que su esposa no sería capaz de denunciarlo por el mismo motivo de su fraude: Johan, aunque, siendo justos, habría sido incalculable tal posibilidad, tomado en cuenta el carácter voluble de Leonora, de lo cual ésta última ya ha dado cuenta. Tal amenaza resulta haber sido tan sólo un absceso de angustia por parte de la esposa de Christian.

Vemos lo importante de poner límites y no dejarnos manipular por nadie. Christian agravó su circunstancia al ceder al chantaje, cayendo en la inercia de la pasión de su propia sujeción y sin advertir que incluso habría sido más liberador asumir sus responsabilidades como un acto de desapego. Christian, al igual que Xenia, lo quería todo, no quería perder su propiedad. Tal apego le costo su libertad. Sin embargo, ‒nuevamente, tratando de ser justo‒, también hay que comprender que estas consecuencias sólo son advertibles como resultados finales de las decisiones de Christian. Más allá de cualquier juicio fácil, no podemos olvidar que las acciones de los demás no dependen de nosotros y, muchas veces, son incalculables. Como ya he comentado, no podemos esperar nada de los demás. Además, resulta injusto imponerle a los demás nuestras expectativas porque estas últimas, como hemos visto en el caso de Xenia y de Leonora, suelen sujetar a los demás, son principio de culpa y, por lo tanto, de control, incluyendo aquél del cual podemos llegar a ser capaces en contra de los que más amamos.

Leonora le dice a Christian que sólo necesita una buena coartada. Fue el caso de ella cuando asesinó a Mike. La academia en la que se formó como violinista estaba cerca del acantilado donde Mike, Sonja y sus amigos se reunieron a convivir. Ella dejó un vinyl de las piezas de Bach que practicaba, para simular que había estado toda la tarde perfeccionando su ejecución. Leonora se escabulló por una ventana del salón de prácticas de su escuela para ir al acantilado donde los amigos se reunieron y confirmar sus sospechas sobre la infidelidad de su entonces novio. Oculta en la vegetación del bosque cercano, igual que lo hizo con Christian cuando se encontró con Kassandra y de la misma manera en la que Sonja sintió la presencia de Leonora, esta última se acercó a Mike para empujarlo al vacío.

Rápidamente, Leonora regresó a su escuela y, justo cuando acabó de reproducirse el LP, ella tomó su violín para ejecutarlo como si no hubiese dejado de tocarlo durante toda la tarde, haciéndose efectiva su coartada cuando la encargada del espacio de estudio entró para avisarle del cierre de las instalaciones, convirtiéndola en testigo favorable para su plan. Ahora que Christian sabe lo peligrosa que es la mujer con la cual se casó, se ha convertido en su cómplice, en más de un sentido, incluso aunque dicho crimen haya prescrito. Leonora logró matar a Mike, haciendo pasar dicha desgracia como el desafortunado accidente de un joven enfiestado y con unas copas de más. Ahora que Christian lo sabe, al igual que Leonora sabe de los crímenes de su esposo, el protagonista se ha convertido en una piedra que su esposa arrojará al vacío.

No dejemos de advertir que la narrativa de los hechos e imágenes del film están articulados y estructurados por la plática de Holger con su hija. Es aquí cuando vemos una estructuración a partir de la interrelación de los procesos imaginarios de Christian, Leonora, el detective y la hija de este último; la narración completando al mundo que busca con ella su coherencia como importante fenómeno de nuestra capacidad de artificio.

Leonora logra urdir una coartada. Para ello, Christian y ella pasan tiempo juntos en un lugar público: un hotel recreacional en el cual se aseguran de ser vistos; usan el spa hasta determinada hora, para que luego Christian se escabulla, discretamente y sin ser visto, por una de las ventanas de su habitación, saltando del techo del hotel y quedando fuera del terreno del mismo. Mientras tanto, Leonora emula la presencia de Christian para dejar supuestos datos de su presencia, durante el tiempo en el que el protagonista está en casa de Xenia asesinándola. Para ello, Leonora pide servicio a la habitación del hotel, finge consultar a Christian en relación con un cambio en su pedido y cuando un trabajador del hotel sube a la recámara de la pareja, la regadera de la pieza está funcionando para fingir que el protagonista se está bañando como parte de la simulación. Cuando la protagonista le va a dar una propina al trabajador del hotel, finge que le pide dinero a su esposo para llevar a cabo dicho gesto, usando una grabación de voz en su celular en la que Christian le indica que tiene dinero en el pantalón gris que está sobre su cama. Por último, Leonora le mandará a Xenia un mensaje a su celular, usando el dispositivo móvil de Christian, el cual dice: “Querida Xenia: No puedo hacerlo, lo siento. Mi familia lo es todo para mí”. Esa será la señal de Christian para matar a Xenia. El protagonista ya debe estar dentro de la casa de su amada para entonces. Tiene la instrucción de que haya suficiente desorden y destrucción en la casa como para que parezca un allanamiento.

Sin embargo, vemos como Christian llega a la casa, le pide permiso a Xenia para entrar y hablar con ella, a lo cual la chica se niega tras varios días de ausencia de su amado; no está dispuesta a seguir con esa clase de relación. Christian trata de explicarle que ha estado ocupado con la graduación de Johan, además de tener que atender un colapso nervioso de su esposa. Sin embargo, Xenia decide no acceder a su petición. Probablemente siguiendo el plan de Leonora, el protagonista rompe un cristal de la puerta de la casa de Xenia para entrar, la sujeta y, sin embargo, Christian empieza a acariciarla y besarla, mientras trata de acabar de explicar los motivos de su ausencia. Es en ese periodo que Xenia recibe el mensaje que le da la señal a Christian de matarla. Él trata de maniatarla, sin embargo, acaban haciendo el amor.

Juntos en la cama, él le dice a Xenia que jamás había amado a alguien de la manera en que la ama. Ella le dice que siente cómo él la ve. No es una mirada vigilante, es la mirada liberadora de un amante, una mirada enamorada y amorosa.

Xenia se levanta al sanitario, entra al mismo y advierte una ventana abierta que nos recuerda a la ventana por la que se escabulló Leonora para matar a Mike. Efectivamente, cuchillo en mano, Leonora mata a Xenia. Christian, al advertir la ausencia de su amada, acude al sanitario. Es demasiado tarde, Xenia yace ante Leonora, tirada en un charco de su propia sangre. La protagonista le dice a Christian: “Sabía que no podrías hacerlo”. Con ello, la esposa de Christian confirma lo implacable de los cálculos que puede llevar a cabo un perverso. Christian abraza el cadáver de Xenia, adoleciendo una terrible culpa que, podemos inferir, acrecienta la que ya lo sujeta. Es ineludible su profunda tristeza.

Holger investiga la desaparición de Xenia. En la casa de la chica hay huellas de allanamiento, además de que un vecino reportó haber oído estruendo la última noche que vio a la chica. Durante la secuencia en la que Christian rompe el cristal de la puerta de Xenia para abrirla, efectivamente, dicho vecino se acerca al domicilio de ella para ver si estaba bien. Ella, para ocultar la presencia de Christian quien se refugia de cualquier otra mirada, le dice a su vecino que dicho sonido lo provocó ella misma, al romper accidentalmente el vidrio de su puerta. Los signos de robo son claros: falta la computadora, la billetera y el celular de Xenia. La compañía telefónica del celular de la chica le ha proporcionado los últimos mensajes que recibió a la policía, incluyendo el último de todos: el mensaje de Christian en el cual supuestamente daba por terminada la relación entre ambos. Ello conduce a Holger y su compañero a visitar a Christian y Leonora para un breve interrogatorio de rutina. Después de hacerlo, queda dispuesto el andamiaje para confirmar los datos de su coartada, cuya efectividad comprobarán sus artífices.

Hay una pregunta ineludible para el detective: ¿dónde diablos está el cuerpo? La aparición de Xenia con vida se antoja sumamente remota después de veinte días de haber desaparecido, un tiempo demasiado largo y considerable para que ello sea posible, dadas las circunstancias. Holger y su compañero infieren que el cadáver fue desaparecido porque lleva al culpable del crimen. El detective infiere que Xenia tuvo sexo antes de ser asesinada, lo cual puede ser una de las razones por las cuales las sábanas y cobijas de la cama de la chica desparecida fueron cambiadas; dichos objetos pueden tener huellas de ADN, misma razón por la cual el detective infiere que se limpió la escena del crimen, lo cual haría más susceptible la posibilidad de la desaparición del cuerpo de Xenia. Holger decide revisar con perros policía los lagos, ríos y demás terrenos propicios para ocultar o encontrar un cadáver.

En Dinamarca, al igual que en otros países ‒incluyendo a los nórdicos‒, se festeja La noche de San Juan, celebración decembrina que rememora a dicho personaje en vísperas de Navidad. Los daneses suelen hacer fogatas gigantes sobre balsas que navegan sobre los lagos, las cuales suelen encender al anochecer. Tal es un motivo de reunión que incluye la ingesta de alcohol y comida. Los policías investigan la orilla del lago en el cual Christian, Leonora y demás amigos y familiares llevan a cabo dicha celebración. Parece que uno de los perros ha olfateado algo y parece ubicarlo cerca de la fogata que ha armado Christian con ayuda de Kim y Johan. Leonora le pide ayuda a Kim para encender la fogata. El amigo del protagonista considera que es demasiado temprano para hacerlo. Leonora le insiste a Christian que lo haga, mientras la policía parece acercarse al objetivo que olfatea el perro policía. El protagonista se levanta a encender la fogata. Ante tal insistencia, Kim decide ayudarlo a sabiendas de que dicha labor es difícil y peligrosa para un sólo hombre. Al acercarse a la fogata, el amigo del protagonista advierte un hedor, infiere que algunos erizos han quedado atrapados en la estructura de madera. Christian vierte dos bidones de gasolina con celeridad en la fogata, apresurado por la presencia de la policía, especialmente por la particular vigilancia que nota de Holger y del perro policía que parece haber rastreado algo y que no para de ladrar en dirección a la fogata que Kim y el protagonista intentan encender. Después de varios intentos desesperados por conseguir dicho fuego, Christian logra encenderlo. La explosión de tal combustión empuja al protagonista hacia el bote con el cual él y Kim han llegado hasta la fogata. Los asistentes empiezan a cantar una canción que dice:

Amamos nuestro país

cuando la bendita Navidad

ilumina las estrella del árbol

con un brillo en cada ojo.

Cuando en primavera cada ave,

sobre campos y playas,

cambia su voz a un trino de bienvenida.

Tu palabra es nuestra canción

en cada camino y cada calle.

Si no dejamos de advertir que esta película nos habla de las implicaciones de nuestros afectos más importantes en nuestra vida civil ‒en este caso con mayor puntualidad: la familia y el matrimonio como instituciones‒ y de lo problemáticos que pueden ser sus compromisos con nuestras dinámicas de consumo y producción, la película dialoga también con su contexto local e inmediato. El film nos muestra una imagen problemática de una Dinamarca en la que algo apesta. Es franco el diálogo que quiere establecer la película con su país a través de los signos de sus tradiciones, problematizando el legado de una sociedad que educa a sus herederos a través de la creencia en un amor supeditado por cuestionables dinámicas de consumo y producción de los cuerpos vivos, cuando son convertidos en los medios para la satisfacción de nuestros intereses privados, a través de nuestras expectativas. Una imagen de lo local de una circunstancia que, por su carácter situado, evidencia las potencias de su poética por la capacidad de la misma de constituir un discurso cuya universalidad es inferible como fenómeno humano.

Alguna vez, en una clase, un maestro de Química nos comentó que la mejor manera de deshacerse de un cadáver era quemándolo. Una tarea que más de un criminólogo considera dificilísima, sumamente cara y tremendamente susceptible de producir y dejar rastros. Efectivamente, el cuerpo de Xenia ha sido incinerado en la fogata de San Juan que construyó Christian con ayuda de Johan y su amigo Kim. Cuando Leonora advierte la amenaza de una mujer viendo por sus binoculares la fogata, ante el riesgo de llegar a visualizar el cadáver de la chica desaparecida, le pide a su esposo que haga algo. Christian le pide permiso para ver la fogata con sus binoculares, a lo cual la mujer accede. El protagonista ve, con profundo dolor y lágrimas contenidas, el rostro de la mujer que más ha amado, calcinándose y lleno de cenizas. Leonora se acerca a su esposo para abrazarlo, mientras contemplan la fogata. Es clara la rigidez del esfuerzo de Christian por contener la repulsión que le provoca la cercanía de Leonora.

En la secuencia en la que Lenora lleva a Johan y Martha a la escuela, se escucha el radio encendido del auto de la protagonista. Se oye la voz de una locutora de noticias diciendo: “La víspera de San Juan se acerca y somos el único país que quema brujas en San Juan [Tal es el epíteto de las fogatas], ¿por qué tenemos esta tradición? […]” El anterior es un claro signo cinematográfico de lo que finalmente ocurre con Xenia; la imagen de un referente que constituye la crítica de los realizadores del film a un país que sacrifica al amor en nombre de la propiedad; una moral basada en una economía estructurada a través del privilegio; dinámicas de consumo y producción que imponen a nuestro interés privado como fin en sí mismo, haciendo de los cuerpos vivos un medio para tal sinsentido.

La hija de Holger advierte que la incineración de un cadáver no extingue totalmente los rastros del mismo. El detective coincide con su hija; sabe que los huesos de un cuerpo humano se desintegran a mil doscientos grados centígrados. Sin embargo, al desaparecer el resto, los criminales se quedan con algo que puede ponerse en una bolsa, señala el padre a su hija. La última secuencia en la que aparecen juntos los protagonista del film los muestra yéndose de casa, han vendido la propiedad. En la última secuencia en la que aparece Christian, lo vemos llevando un bolso ante un lago. En la penúltima secuencia de la película nos enteramos del porqué de la charla entre padre e hija. Esta última se va a casar, es el día de su boda. Por ello Holger le habla del caso, para invitarla a reflexionar acerca de la importante decisión que ha tomado; el último consejo de un padre a su hija, antes de que esta última deje de ser una mujer soltera; una reflexión acerca del amor y el matrimonio, después del cual “todo puede pasar”, afirma Holger. La última secuencia del film nos lo recuerda: en las profundidades de un lago yacen los huesos hundidos de Xenia.

El viaje del héroe y el camino perverso de la familiaridad de nuestro altruismo

“Para que triunfe el mal,

sólo es necesario que los buenos

no hagan nada”

Edmund Burke

Hace tiempo escuché la frase: “Hay ocasiones en que la lucha es un deber”. Es claro que quien la dijo lo decía en un sentido moral. No me parece desafortunad dicho posicionamiento. Tanto, que vale la pena problematizarlo para ver las complejas perspectivas y aristas del mismo para comprender en qué momento la lucha es un deber o, sencillamente, la lucha es el resultado del acecho a los límites de nuestra libertad y, por lo tanto, se elige porque ya no quedan opciones ante nuestra adversidad.

            “Yo estuve aquí” es una película británica que nos habla de la relación entre nuestros afectos y nuestras rebeldías. Después de verla, no deja de asaltarme la pregunta: ¿hasta qué punto aquellas manifestaciones que consideramos propias de nuestra protesta y transgresión han dejado de serlo, para acabar subsumidas por nuestras dinámicas de consumo y producción? Parece que tales posibilidades se han convertido en opciones de consumo y producción de la política, en un sentido aparentemente no institucional,pero capaz de manifestaciones supuestamente adversarias y, por lo tanto, normalizadas como fenómenos sociales que aparentan ser civiles.

Es fácil detectar múltiples ejemplos de una imagen del rebelde o de la rebelión en nuestra cultura. Sin embargo, probablemente serlo puede ser algo todavía más complejo y clandestino de lo que pensamos, al grado de que difícilmente seremos capaces de advertirlo; un fenómeno de una cotidianidad posible que, quizá, nos sea más que extraordinario. ¿Qué sería lo extraordinario de nuestra rebelión o posible transgresión?

Este matiz es importante porque la película no nos habla de una imagen típica de la rebelión como fenómeno transgresor. Se trata de una película acerca del heroísmo y, parafraseando a Hegel, de cómo el héroe es aquél que pone en peligro su vida y, en esa medida, obtiene la legitimidad de un reconocimiento intrínseco a su acto. La clandestinidad de tal clase de heroísmo hace de su visibilidad un peligro para la misma. Sin embargo, eso es parte de su carácter moral, si seguimos tanto al filósofo prusiano como al filósofo prusiano que es su antecedente directo, en más de un sentido: Kant.

            Toby es un chico de clase media que vive en Londres. Su madre es una psicoterapeuta que atiende a jóvenes de una edad cercana a la de su hijo. Tales jóvenes se caracterizan por circunstancias de importante adversidad, entre ellas la de estar condicionados por la vulnerabilidad que implica su status u origen migratorio. Liz es parte de un sector del Estado encargado de atender el llamado: problema migratorio, planteado por la figura institucional del Estado-Nación, desde un posicionamiento clínico del servicio público; ella es parte de la clínica, entendida también como parte del dispositivo del Estado; un agente que con su servicio es susceptible de llevar a cabo procesos de normalización, siempre susceptibles de ser pensados casuísticamente ante el posicionamiento del practicante de dicho ejercicio y servicio; sería injusto negar la vocación de servicio de muchos de sus practicantes, lo cual también sería negar la posibilidad del ejercicio de la autonomía de los mismos. En uno de los momentos de la película, vemos un folleto gubernamental en el escritorio de Liz que dice: “La familia, la primera institución social”.

            Toby viene del duelo por la pérdida de su padre. Es un chico al que se le dificulta permanecer en la escuela ‒al grado de acabar por abandonarla‒, al igual que conservar un empleo. Su pasión es el graffity, en dicho arte encuentra una posibilidad de transgresión que probablemente considera contracultural y parte de las potencias lúdicas de un poética en la que se manifiesta un posicionamiento consciente ante el mundo que compartimos.

El protagonista del film, con ayuda de su amigo Jay, entra a las casas de gente privilegiada para poner un mismo Graffity que dé cuenta de la posibilidad de la invasión de sus casas; un acto de territorialización que desafía la aparente seguridad e invulnerabilidad de quien ejerce o detenta el poder. El discurso de dicho Graffitty le da nombre al film: “Yo estuve aquí”. Una declaración de la presencia del vulnerable y no privilegiado, en uno de los ámbitos personales e íntimos de un poderoso y privilegiado. Se trata de la aparente transgresión por parte de un integrante del colectivo que, muy probablemente para más de un poderoso, sería un ser sujetables e inferior.

Al principio de la película, vemos la consumación de uno de sus actos subversivos. Toby y Jay han entrado a la casa de un banquero. Cuando este último ingresa a su domicilio junto a su pareja, adviertenque han sido invadidos. Babak Anvari, director de la película, tomo la muy aguda decisión de musicalizar ese momento con el pasaje de Beethoven que utilizó Kubrick en Naranja mecánica para presentar a Alex DeLarge en la primer secuencia de tan importante película. Una manera de hacer presente un referente de transgresión y clandestinidad que cuestiona al dispositivo de poder y su capacidad de control,como un fenómeno problemático de la libertad que permite, al igual que de los efectos de dicha restricción, que pueden derivar en marginalidades cuestionables y susceptibles de criminalización ante lo cuestionable de sus procesos de integración.

            El protagonista se entera de tales domicilios y de las condiciones de seguridad de los mismos gracias a Jay, su mejor amigo; cómplice de tal conspiración, que trabaja dando mantenimiento y reparación a las casas de la clase social más acomodada de Londres, lo cual le permite tener acceso a las mismas. Jay estuvo en la cárcel por vandalismo, fue criminalizado por su participación en una protesta, lo cual le costó seis meses de cárcel por tener antecedentes de ingreso a propiedad privada, un edificio abandonado. El amigo de Toby vive con Nas, su novia. Una chica de origen indio, apasionada por las ciencias sociales y el estudio legal del tema migratorio. Naz está en proceso de egreso de la Universidad. A ambos los une de diferente manera su preocupación por el mundo, a pesar de sus diferencias. Lo que los une se manifiesta especialmente en lo común de ser parte de un sector vulnerables por su origen y condición migrante.

En este contexto, Liz conoció a Jay y este último se hizo amigo de Toby. De esta forma podemos inferir los orígenes de las convicciones y sensibilidad del hijo de Liz. El autor de dicha conspiración está dispuesto a lograr su presencia en el mundo como potencia transgresora y subversiva en el mismo. De dicha sensibilidad el protagonista deja constancia en una de las primeras secuencias del film. Una indigente ‒probablemente del centro de europea‒ está pidiendo dinero en el Metro porque no tiene hogar ni recursos para sostenerse. Un altavoz anuncia en dicho recinto que está prohibida la vagancia y que no debe fomentarse tal comportamiento, como si se tratara de un ejercicio de elección el que lleva a cabo quien pide dinero para subsistir. Si bien es cierto que hay constancia de que también puede tratarse de un fenómeno de engaño o explotación ‒como sucede en varios países del mundo entre ellos el nuestro‒ también es innegable lo posible que puede ser dicho estadio de indefensión, al igual que su importante frecuencia en nuestra vida civil.  Es aquí cuando podemos advertir que hay acciones en las que nuestros actos pueden llegar a constituir una de las pocas opciones que tenemos ante nuestra adversidad.

La mujer ‒todo indica‒ no pide dinero porque quiera sino porque su circunstancia la obliga; los límites de nuestro cuerpo son ineludibles; la mortalidad y necesidad del mismo; nuestra finitud nos es constitutiva. Toby reconoce el deber de la lucha ante esa situación; se percata del desprecio de otro usuario del metro por dicha mujer, después de escuchar el señalamiento moral emitido por el altavoz de la estación en la que se encuentran. Dicho usuario, evidentemente, está mejor posicionado social y económicamente que la mujer que solicita ayuda. En una operación lúdica, Toby le pide a la mujer que sea discreta ante lo que va a hacer; el chico roba la cartera al hombre que ha despreciado a la mujer en estado vulnerable y finge haber encontrado dicho objeto, lo cual agradece el hombre. Toby pide una recompensa por su gesto y le es correspondido con un billete. El hombre aparenta no sorprenderse de la petición de tal compensación; todo en esta vida tiene un precio, nada es gratis ni se hace a cambio de nada. Tal es la moral que representa dicho personaje secundario, una moral en la que es difícil pensarse ajeno de la misma. Toby intenta desafiar dicha inercia; el billete con el que ha sido recompensado acaba en las manos de la indigente gracias al chico.

Lo interesante es pensar en la reacción de sorpresa del hombre engañado que, probablemente, si se hubiera dado cuenta antes del ardid lo habría pensado como una estafa. ¿Por qué no deja de desconcertarle que su gratitud ante el gesto de Toby hubiese sido suficiente para el chico?: “Me salvaste la vida”, le dijo el hombre a Toby. ¿Se tratará del asalto de su sensación, de su experiencia emotiva, capaz de referirnos a la consciencia de que tanto nosotros como los demás somos fines en sí mismos?

De esta manera, Toby desafía al dispositivo vigilante que vio a aquella mujer por una cámara para decirle por el altavoz que ella sobra por no ser parte productiva de la vida civilizada de una ciudad como Londres y de un mundo como el nuestro; un mundo capaz de grandes infraestructuras y privilegiados estilos de vida pero incapaz de reconocer la indigencia humana como un problema que merece comprensión en lugar de juicio.

            Nuestro protagonista tiene importantes conflictos con su madre por su indisciplinamiento: Toby no sigue las reglas en casa; no limpia su propio desorden y no respeta la autoridad de Liz. A esta última le ha escondido el control remoto de la Televisión para que deje de consumir contenidos de la misma que su hijo considera enajenantes. Toby trata de constituir su libertad. Sin embargo, quizá parte de su conflicto se deba en creer que ésta depende de las condiciones materiales que constituyen nuestros hábitos y estadios del mundo. Paradójicamente, justo ello lo podemos advertir en la subestimación de la libertad de su madre, en este caso como consumidora, sin negar la problematicidad de muchas de nuestras dinámicas de consumo y producción. Sin embargo, tratando de ser más justo con Toby, también puede tratarse de un mero gesto de rebeldía doméstica como muchos de los que hemos llegado a llevar a cabo cuando somos adolescentes. En este caso, motivado por la constante comparación que hace Liz entre Toby y los chicos que atiende; chicos con el propósito de salir adelante, dispuestos a superar adversidades verdaderamente graves; un esfuerzo que Liz no advierte en Toby.

            Me permito una breve digresión en relación con lo públicos que se vuelven los actos de transgresión de Toby hasta el momento. Si bien están sostenidos por la discreción implicada en la clandestinidad que resguarda la operatividad de dichas acciones, ¿en qué medida la notoriedad mediática que adquieren los convierte en un mero producto de consumo de tal tipo?; ¿no sería ello también una manera de captura de la subversión que acaba trivializándose, normalizándose, convertida en un objeto de intercambio y un producto de consumo más para las dinámicas del mercado? Es sugerente pensar que esta película también nos habla del mercado del arte.

Liz no advierte que su trabajo, por su carácter social y estatal, también puede implicar una forma de altruismo correspondiente a las políticas de integración que sostiene una moral que concibe al ser humano como un cuerpo productor y de consumo, como la que excluye e invisibiliza la adversidad de personas como la mujer que pedía dinero en el metro. La opción que ofrece el Estado es integrar a los migrantes y demás personas susceptibles de diversas formas de indigencia para convertirse en seres eficientes y productivos; una aparente hospitalidad que puede acabar por constituir servidumbre,a través de una aparente movilidad social.

Parece que Liz no ha advertido que su trabajo puede ser normalizador. ¿Qué sería atender a alguien y, en qué medida, ciertas atenciones develan lo problemático y perverso que pueden ser ciertas maneras de nuestro altruismo? Insisto, no obvio ni desestimo la posibilidad de que el servicio autónomo de un profesional de esta clase puede ser de gran ayuda para la vida de quienes atiende, especialmente si lo hace desde la consciencia de su vocación de servicio ‒resultado de un proceso de autoconocimiento profundo y atento‒y la legitima autonomía que puede implicar. Sin embargo, ¿qué sería desde tal perspectiva la integración si se trata de lograr que el integrado sea un miembro productivo y eficiente de nuestra sociedad?; ¿se trata, entonces, de constituir a un posible consumidor productivo que con su capacidad de consumo evidencia ser funcional y orgánico para el dispositivo del Estado?

Por otra parte, tratando de ver lo problemático de nuestros personajes de manera más profunda, en el caso de Toby, ¿qué tanto enmascara su circunstancia familiar con lo que considera la misión que vertebra su vida? Es constante el reclamo hacia su madre en relación con su posicionamiento social y sus hábitos de consumo, además de la constante discusión entre ellos por el acceso de Toby a la herencia que le dejó su padre. ¿Qué tanto podemos alejarnos de la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos por comprometernos con salvar al mundo o la vida de los demás? No pretendo juzgar a Toby, me parece admirable su sensibilidad, dotada de una profunda empatía. Me parece importante, a través de nuestro protagonista, señalar lo sutil que puede ser la trampa de nuestro ego como principio de la búsqueda de una satisfacción depositada en los demás o lo demás, no olvidemos el impacto público de la obra de Toby. Tampoco olvidemos que se trata de un chico caucásico, de clase media y ciudadano legal del país en el que vive. Una circunstancia, no necesariamente privilegiada pero sí con privilegios, especialmente en relación con la circunstancia de personajes como su amigo Jay y su novia.

En la vida de Jay sucede algo trascendental: Naz está embarazada, Jay va a ser padre. Ello le hace redefinir sus prioridades e intentar no volver a meterse en problemas, con el fin de proteger y cuidar de su familia. Tanto Jay como su novia vienen de contextos familiares complicados, circunstancia que se agudizó cuando ella es despreciada por su familia por estar embarazada de Jay, con quien acaba viviendo. Vemos en una secuencia como ella es prácticamente echada por sus padres cuando intenta comunicarles que espera un hijo de Jay. Ante tal situación, el joven decide decirle a Toby que renuncia a su conspiración; ya no entrará a la casa de privilegiados para transgredirlas. Jay se mantiene firme, a pesar del reclamo de su amigo. “¿Quién quiere tener un hijo a los veintitrés años?”, le dice Toby a Jay. Este último le recuerda que tal fue el caso de Liz, que, por lo tanto, le dobla la edad a Toby. “Ella no cuenta”, contesta Toby. No es una respuesta menor porque, como veremos, esta película también es acerca de la paternidad y la enorme responsabilidad que implica, la cual solemos obviar.

Esta película también es un film acerca de la familiaridad y la familia, al igual que es la historia de dos hijos enojados con sus padres que toman caminos distintos. ¿Hasta qué punto el mundo actual y todos sus problemas tendrían que ver con la poca consciencia con la que se ha elegido ser padre, formar y educar a los demás? y ¿en qué medida nuestros problemas con el mundo y sus instituciones reflejan nuestros problemas con nuestro padres? Estamos ante un núcleo que vertebra y repercute muchos de los aspectos más importantes de nuestra vida, porque la familia es uno de los primeros horizontes ‒además del fundamental‒ de nuestros afectos. En ese sentido, recordemos el folleto en el escritorio de Liz: “La familia, la primera institución social”. En un sentido es advertible que así sea. Sin embargo, lo grave es que la misma quede supeditada a una sola manera de comprenderla: La familia como una institución de consumo y producción supeditada a las condiciones impuestas por poderes fácticos representados principalmente por el Estado.

La última casa en la que Jay trabajó fue la de una alta autoridad del sistema legal británico, un destacado exjuez, Hector Blake, que adquirió reconocimiento por su ayuda gratuita a la causa migratoria y a contribuir a favor de la justicia de las condiciones para la atención de dicho sector vulnerable, lo cual incluye mejorar las leyes que procesan tal circunstancia y todas las situaciones alrededor de las mismas, especialmente aquellas que constituyen una adversidad. Tal posicionamiento lo llevó a su renuncia como juez, al considerar dicho puesto como la ostentación de un privilegio con bases económicas y raciales. Habría que pensar si la atención al llamado: “problema migratorio” se trata de la atención de lo que constituye una adversidad para el Estado o la atención de la adversidad de los migrantes, especialmente aquellos que, como escucharemos en palabras de otro personaje: “Son pobres y no tienen a donde ir”.

Hector Blake es un personaje que más de uno consideraría progresista. Viene de una familia colonialista y tremendamente conservadora. Pareciera que trata de revertir la imagen social que constituye la que hoy resulta la problemática herencia de su ascendencia; un legado que décadas atrás sería parte de la arraigada normalidad de la vida civil de los británicos.

Jay consigue tomar fotografías del artefacto principal del sistema de seguridad de la casa de dicho personaje. Tales capturas son enviadas a Toby, consiguiendo así la información necesaria para un nuevo acto de transgresión. También manda una foto del exjuez, en ella Toby advierte lo que considera signos de las fisuras de la máscara social de Blake: marfil y demás materiales exclusivos son parte del decorado de la foto, los cuales hacen resonancia con toda una tradición de dominación; símbolos de simpatía con el esclavismo y el colonialismo; una evidencia para Toby de lo que oculta la supuesta consciencia del antiguo magistrado.

Me parece importante atender la presencia de las fotos de la sala de dicho hombre privilegiado. Éstas aparecen durante la secuencia en la que Jay explora la casa del juez. En ellas el exjuez comparte un evento con celebridades tan reputadas como: El Rey Carlos III ‒cuando tan sólo era el Príncipe Carlos‒, Tony Blair y Richard Branson, fundador de Virgin, alguna vez editor de uno de los fenómenos más importantes de la llamada contracultura y de la historia de la música pop: el disco Nevermind The Bollocks de los Sex Pistols. Un producto de consumo de cierta imagen de la rebelión. No quiero desestimar dicha obra musical, de hecho, además de ser de mi gusto, me parece un importante fenómeno de lla llamada: “cultura pop”. Sólo me parece importante abrir nuevamente una pregunta en relación con dicho signo: ¿de qué manera ciertas imágenes de la rebelión también son productos de consumo y producción?; ¿hasta qué punto nuestras rebeldías son capturables?; ¿en qué medida la captura de las mismas puede ser parte de la estrategia de tales procesos?  

Sin embargo, a pesar del surgimiento de un nuevo ejercicio transgresor, Jay decide renunciar; inmediatamente después de su exploración de la casa del exjuez, Jay se entera de que va a ser padre y eso lo cambia todo. Sin duda, la paternidad es un fenómeno de tan incuestionable magnitud.

Toby decide no desistir de lo que, podemos inferir, ha asumido como el sentido de su vida. Nuestro protagonista se ha vuelto a pelear con su madre. Ha decidido irse de casa y no volver jamás. Lanza contra una pared el control remoto que le había ocultado a Liz para destrozarlo; un claro signo de rabia y enojo que, quizá, sublima una violencia contra su Madre.

Después de ello, ya sin Jay, Toby lleva a cabo su invasión del territorio íntimo de un privilegiado; la prueba de fuego de un nuevo comienzo totalmente solo que lo pondrá en una circunstancia que evidenciará el coraje de este chico y lo honesta que resulta su consciencia libertaria, con toda la falibilidad de un hombre rebelde capaz de equivocarse pero también capaz de no dudar de la guía de su sensación.

Toby logra entrar a la casa del exjuez. Elige el espacio central y principal de la sala de la casa; justo detrás del imponente retrato del severo padre de Blake. El joven quita el retrato y, justo cuando se disponía a hacer su acto poético de transgresión, escucha un ruido en el sótano. Toby baja a ver qué hay, descubre que el sonido viene del acceso al sótano de la casa. Después de explorarlo, detrás de una puerta obstaculizada por un mueble, encuentra el origen principal del ruido que escuchó desde aquella habitación que parece vacía. Al retirar el mueble, ve por la mirilla de la puerta; se encuentra con el horror. Justo en ese momento suena la alarma del reloj de Toby, ésta le indica que ha acabado el tiempo necesario que había cronometrado para llevar a cabo el plan original que lo había llevado hasta aquella casa.

El día que Jay fue a trabajar a la propiedad del exjuez, este último estaba en ese mismo sótano ante un ventilador, sentado en una rústica mesa de taller. Cuando entró Toby, ese mismo ventilador estaba funcionando, además de una lámpara cuya luz se desviaba por la sombra que provocaba el movimiento giratorio del artefacto antes mencionado, generando el efecto de una especie de faro en la penumbra; un ojo vigilante que circulaba por el lugar. Podemos inferir que se trataba de un fenómeno de intimidación ante una posible circunstancia que, como ya podemos inferir, estaba invisibilizada.

Toby trata de decirle a Jay qué es lo que vio. Este último no quiere escucharlo para no seguir siendo cómplice de las actividades de su amigo. Jay y Naz vienen de confrontarse con la familia de esta última, lo cual afirma la convicción de Jay de proteger a su familia como lo más importante de su vida. Podemos advertir la tremenda angustia de Toby, sin embargo, Jay decide no involucrarse con la gravedad de aquello de lo cual Toby fue testigo. Es fácil advertir lo importante de las razones de Jay. Este último le comenta a Toby la vulnerable situación en la que quedaría su familia si se metiera nuevamente en problemas con la ley, por tratarse de un joven expresidiario de raza negra y, además, con ascendencia migratoria. El conflicto es profundo, Jay y Toby se conocen desde niños y, como la propia Liz afirma, son como hermanos; hay una foto en la que conviven como tales en la casa de Liz, la cual aparece en una de las primeras secuencias de la película.

En la pared principal de la habitación de Toby, justo en aquella en la que se apoya la cama del joven, se puede leer un Garffity de su autoría: “Nada es verdad, todo está permitido”. Una declaración de subversión ‒proveniente de un producto de consumo como lo es el videojuego Assasins creed‒ que adquiere una resignificación social que le otorga Toby en relación con su misión. Nuestro protagonista, recostado en la cama, ve desde tal posición la frase invertida, volteada, de cabeza; la frase adquiere un nuevo significado, poéticamente se ha subvertido para adquirir una nueva lectura,a raíz de lo sucedido en la casa del exjuez.

El joven se confronta ante una circunstancia que desafía su coraje. Se confronta con la magnitud de los problemas de la vida en el mundo que pueden llegar a exigirnos todo de nosotros mismos, incluso nuestro sacrificio; un actodel cual muy pocos son capaces.Ante la legitimidad de su sentimiento de impotencia, el protagonista había intentado solucionar la terrible situación que vio en casa de Blake. Toby, consciente del peligro de una denuncia de tal magnitud, intento hacerlo anónimamente a través de una llamada telefónica a la policía, dando cuenta de la adversidad que puede constituir una institución.

El día que Toby entró a la casa del exjuez, éste último estaba jugando squatch con el jefe de la policía, amigo de Blake y superior de los oficiales que visitan la casa del exjuez, atendiendo la denuncia de Toby. Los policías deben quitarse los zapatos para entrar a la casa de Blake, por orden de este último; una imposición vulnerante; un gesto de poder y territorialización. Los policías hacen una revisión muy somera, no encuentran nada y Toby ve con angustia cómo los oficiales se van de la casa del exjuez, quien, además de ofrecerles café a los mismos, les recuerda que es amigo de su jefe. Una de las oficiales ni siquiera acaba de entrar al sótano. “Casualmente”, al abrir la puerta, se encuentra con una vieja lavadora funcionando ‒una lavadora demasiado vieja y obsoleta para alguien con los recurso de un magistrado como Hector Blake. Dicha máquina, evidentemente, funciona como sordina para cualquier clase de ruido proveniente de dicho espacio. Un dato sumamente sospechoso que la policía, quizá por protocolo o por prisa, decide obviar.

Blake advirtió que alguien había entrado a su casa; mientras jugaba squatch con el jefe de la policía, recibió en su teléfono móvil la notificación de la aplicación vinculada al sistema de seguridad de su domicilio, la cual le avisó de una probable invasión de su propiedad. Incluso el exjuez, de cierta manera, está sujeto al dispositivo de vigilancia. Su amigo y contrincante en el squatch le dice que puede enviar a oficiales para atender su urgencia. El exjuez rechaza la oferta, afirma que se trata de una alarma de incendio, por lo cual decide atender personalmente el percance. La propuesta de su amigo evidencia el privilegio de ambos. Sin embargo, el exjuez no quiere que la policía esté en su casa.

El exjuez llega a su domicilio. Telefónicamente le confirma a su amigo que se trató de una falsa alarma. Sin embargo, el juez no tarda en darse cuenta de que el cuadro en el que aparece su padre está mal colocado. Inmediatamente escucha el cerrar de la puerta principal, va a revisar y, sin embargo, no encuentra a nadie. Toby se refugia en las escaleras del acceso principal de aquel sitio. Estos últimos detalles no se los comunica Blake a su poderosoamigo, quien también es siervo del exjuez al procurar las ventajas sociales del mismo.

El joven decide volver a entrar a la casa del exjuez. En esta nueva misión ‒más que un mero acto de transgresión o un proyecto más de subversión poética‒ Toby intenta solucionar la terrible situación de la cual fue testigo. Es entonces que nos enteramos de lo que el chico vio por la mirilla: un joven cautivo, semidesnudo y con claras señales de tortura y debilitamiento físico. Toby se ha propuesto rescatarlo. Sin embargo, un error de cálculo ‒especialmente ante la gravedad de las circunstancias‒ hace fracasar de manera terrible el plan de Toby.

Ante sus propias sospechas, el exjuez previó la probabilidad de una nueva invasión de su domicilio. Cuando nuestro protagonista la llevó a cabo, el exjuez no tardó en ir a su casa para acabar con el invasor; Blake le ha puesto una trampa al intruso. Toby ve frustrado su mejor esfuerzo por ayudar a aquel chico y se esconde en la misma casa para intentar seguir con su rescate. En ese momento, aunque con importantes dificultades, Toby pudo abandonar su objetivo. Sin embargo, a pesar de todo, decide salvar al chico. Ataca al juez con un martillo, sin embargo, su heroísmo nuevamente queda frustrado de manera fatal; Toby, en una escena más de lo absurda que puede ser nuestra vida, resbala con un charco de orina del joven capturado. El juez no duda en acabar con el héroe, usando una pala de cricket, deporte británico que suele representar un cierto privilegio y status social.

En la secuencia siguiente vemos como el juez se deshace de toda prueba incriminatoria, incluyendo la pala de cricket que ha cortado con una sierra de su taller y que ha quemado en un horno de cerámica que tiene en el mismo, al igual que su propia ropa. Si fue capaz de hacer eso con tan mínimas pruebas, podemos inferir que las cenizas que acaba echando al escusado no son sólo de la pala de cricket que serró e incineró.

Toby actuó ante la inoperancia de las autoridades, la de aquellos que garantizan seguridad y que, sin embargo, son parte del dispositivo de control; un gesto que, a lo largo de nuestra historia, le ha costado muchísimo, incluyendo su propia vida y la de sus seres queridos, a los dueños de tales voluntades. ¿Será que la vulneración de aquellos que tienen tal coraje sea parte del propósito del ejercicio de dicha indolencia como parte del control de quienes representan una amenaza para el poder del dispositivo, por ser capaces de una voluntad de justicia, un heroísmo, que para las instituciones del dispositivo representa un obstáculo a sus intereses? Quizá se trate de un fenómeno de control sobre los menos privilegiados para mantener la ventaja de los propietarios que pueden servirse de las instituciones que mantienen el control que lleva a cabo el Estado.

El Juez representa en la película la autoridad invisibilizadora ‒a través del consumo y producción de lo político‒ capaz de llevar a cabo la operatividad de las funciones del Estado: la administración de los cuerpos y los restos de los mismos. El juez posee la infraestructura necesaria en su propia casa para hacer algo tan difícil como deshacerse de un cadáver; artefactos para dividir los cuerpos, incinerarlos y, finalmente, tratarlos como detritos. Todo ello detrás de una poderosa máscara social, legitimada por corresponder con las apariencias de la moral de lo políticamente correcto como forma de consumo, en lo cual ahondaremos en otro momento del film.

Liz recibe por correspondencia un control remoto nuevo. Al parecer, ella asume que la decisión de Toby es sólo un arrebato que pronto terminará y que él y su hijo volverán a vivir bajo el mismo techo. Sin embargo, pasan más de setenta y dos horas, la madre de Toby empieza a inquietarse. El control remoto que aparece a cuadro propicia la reflexión acerca de lo fútil y remplazable; un signo de los detonantes cotidianos de las peleas con Toby que, dadas las circunstancias de este último en las secuencias recientes, contrastan con lo irremediable de la pérdida y ausencia de quienes nos importan.

Liz empieza a padecer la ausencia de su hijo, presiente que algo importante pasa con él. Su angustia se incrementa ante el hecho de percatarse de que el teléfono de Toby lleva apagado un periodo considerable. Finalmente, Liz decide reportar a la policía la ausencia de su hijo. Ante tal panorama, busca a Jay quien considera que se trata de uno más de los extravíos del joven. Cuando Liz le comenta que ha contactado con sus amigos para saber algo de él, en broma el chico le dice inoportunamente: “No sabía que Toby tiene amigos”, ante lo cual se disculpa. Ante las preguntas de la policía y de Liz, Jay mantiene la confidencialidad del proyecto de subversión en el que estaba involucrado como cómplice de su amigo. Un gesto de lealtad, aunque seguramente también de seguridad ante su nueva circunstancia. Jay le dice a la policía encargada que hacía meses que no lo veía, lo cual le resulta sospechoso a la detective encargada del caso, tratándose de un chico que se considera y es considerado un hermano del muchacho desaparecido. Jay se excusa por estar distraído, atendiendo los menesteres de su paternidad. Liz cree que él sabe algo, efectivamente, así es. Sin embargo, Jay logra disimular.

Jay intenta contactarse con su amigo a través de sus medios, sin embargo, no lo consigue. Es entonces que asume el hecho de que su desaparición quizá haya tenido que ver con su plan más reciente: entrar a la casa del exjuez para llevar a cabo su intervención poética del espacio privado de un privilegiado. Es interesante pensarlo: algo salió mal en el territorio de una persona sumamente poderosa y con los medios suficientes para tomar alguna clase de represalia por su privilegio. ¿Cuál sería la magnitud de ésta y que consecuencias podría tener?; ¿de qué manera hemos alimentado desde una cultura del privilegio una cultura del abuso del poder, la impunidad y, por lo tanto, una cultura de la injusticia normalizada, al grado de la normalización de la misma como fenómeno de nuestra indolencia?

El exjuez vive en Pitt Road, calle que lleva el nombre de un célebre y destacado Primer Ministro de Inglaterra, el cual pasó a la historia conocido como: “Pitt, el sabio”. Efectivamente, el que junto con Lord Palmerstone se hizo famoso gracias a un capítulo clásico de Los Simpson. Jay busca pistas, en la medida en la cual evite meterse en problemas. Decide ir al domicilio del exjuez para saber más del mismo, parece buscar un resquicio que le permita obtener alguna pista del paradero de su amigo. Decide robar el correo del exjuez para saber más de este último. Sin embargo, es arrestado. Llega la policía; Jay fue denunciado por Blake, a quien Jay logra advertir oculto detrás de una de las ventanas de su casa; obviamente el exjuez está en guardia a raíz de los recientes acontecimientos. Se trata de una manifestación del ojo vigilante de la denuncia de un vecindario privilegiado cuyos integrantes fungen como activadores del dispositivo policiaco. En este caso, se denuncia la supuesta amenaza de un colonizado, sujeto por la hospitalidad del país que ha subsumido a su país de origen, sospechoso invasor del territorio cotidiano de un colonizador.

Jay cometió el error de llevar consigo una colilla de mariguana. Tal situación incrementa su adversidad por sus antecedentes penales. En una especie de licencia poética bastante desconcertante, Jay es liberado cuando le explica al policía que lo interroga que tan sólo es un futuro nuevo padre que intenta despejarse de lo avasallante que le resulta su nueva vida. Jay apela a la comprensión del policía, hombre casado y padre de familia ‒infiere Jay‒ al ver la sortija del hombre en su dedo anular izquierdo. La comprensión de dicha situación por parte del oficial encargado me resulta demasiado compasiva, no imposible pero sí improbable, aunque también hay una falta de pruebas de delito mayor alguno contra Jay. Este último es liberado.

Cabe destacar que entre los oficiales que lo arrestaron se encuentra una mujer afrodescendiente, a la cual Jay le dice en el momento de su arresto: “No es común ver hombres negros en este vecindario”. Un signo por parte del director que remite a la captura del dispositivo; ser parte del poder ejecutor de una violencia legitimada para no ser víctima de la misma. Esto lo planteo como una mera inferencia porque también podemos interpretar de dicha forma a este elemento del film, sin ser tajante o sin excluir otra lectura posible. Lo sugerente es pensar tal voluntad como parte de una estrategia de sobrevivencia ante una violencia institucionalizada, especialmente ante circunstancias particularmente adversas, con el fin de comprenderlas más que de juzgarlas.Resulta interesante comprender cuantas veces en nuestra vida nos hemos dejado sujetar a un poder geométricamente superior para no sucumbir a él, en ocasiones como parte de una estrategia de sobrevivencia o, en el peor de los casos, en medio de una inercia motivada por la angustia. En esta clase de casos vemos lo problemático de moralizar sin comprensión nuestra circunstancia y especialmente la de los demás, porque ello puede trivializar o invisibilizar nuestra relación con un fenómeno tan problemático como el poder y, por lo tanto, su inextricable relación con lo político, especialmente como fenómeno civil.

Jay recupera casi todas sus pertenencias, incluyendo el sobre que robó del buzón del Juez, su pista. Jay siembra tal pista en la habitación de Toby, justo en el escondite secreto del joven desaparecido. En éste hay mariguana y drogas de diseño. Jay le muestra el escondite a Liz y le hace creer que esa fue la razón por la cual fue tan hermético con la policía. El amigo de Toby pudo acceder a la casa porque tiene llaves de la misma en un gesto de hospitalidad hacia él. Liz se despierta ante el ruido del joven, creyendo que su hijo había regresado. En el escondite Liz encuentra el sobre dirigido a Blake que robó Jay. Liz acude con el documento a la policía. La detective encargada ata cabos: el último lugar donde el celular de Toby tuvo señal fue justo en Pitt road, muy cerca de la casa del exjuez. Por esas horas se hizo una llamada desde una cabina, denunciando la retención de una persona en casa de Hector Blake.

Es entonces que se encuentran elementos suficientes para catear nuevamente la casa del exjuez. En esta ocasión, los oficiales hacen caso omiso a la petición de Blake de descalzarse para entrar a su casa. Se hace una revisión sumamente exhaustiva. Sin embargo, para entonces, Blake se ha deshecho de cualquier prueba incriminatoria y no tiene a alguien en su casa, retenido en contra de su voluntad. Revisan el sótano, la policía encuentra la puerta detrás del mueble que la oculta. Resulta tan sólo una habitación del pánico; el refugio de una casa con cierto privilegio y condiciones sociales, utilizado como fortaleza ante una situación de grave inseguridad dentro de la misma, especialmente si el domicilio ha sido invadido por uno o más extraños potencialmente peligrosos. El espacio asemeja más a uno de esos antiguos subterráneos que servían para protegerse de la caída de las bombas durante los ataques que marcaron a Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Ello nos habla de la antigüedad y privilegio de dicha residencia, la cual bien podría corresponder con dicha época; un momento en el que las casa tenían que tener dichas condiciones de sobrevivencia, fenómeno que se replicaría de manera semejante en Estados Unidos durante la “Guerra fría”; sótanos y refugios antibombas en las casas, que pudieran servir como refugio ante la caída de una bomba atómica durante la también llamada: “Era nuclear” y “Era atómica”.

Durante el cateo, la policía encuentra un defecto en dicho espacio: la mirilla de la puerta, en lugar de proveer de visión al exterior de la habitación, lo hace hacia el interior de la misma, de esa manera Toby se da cuenta de la captura del chico cautivo que intentó ayudar. Blake considera que es un defecto de fabricación del cual no se había percatado. Sin embargo, en ese momento sucumbe a un absceso de angustia; hace un gesto de denostación bastante agresivo y evidente contra la encargada del caso, lo cual lo lleva a ser arrestado por obstaculizar la investigación.

Es importante inferir que Blake habría pedido que la puerta tuviera dicha condición especial. Ésta implica ser un ojo vigilante de los cuerpos cautivos, semejante a la cual puede constituir el poder y privilegio del Estado, sus leyes, sus organismos de seguridad y de control, al igual que la de aquellos poderes fácticos capaces de constituirlo. En este caso, la puerta era parte del dispositivo de vigilancia de un cuerpo cautivo que no podría ver a su captor tras su cárcel. Si se tratara de una habitación del pánico, la falta de visión de un invasor resguardaría al guarecido del ojo vigilante y acechante del primero, además de constituir la defensa del ojo vigilante del resguardado. En este caso, se trata de una cárcel que también funciona como dispositivo de tortura, al privilegiar la visión del verdugo y negar la del capturado.

Finalmente, se considera que no hay elementos suficientes para procesar al exjuez y es dejado en libertad, a pesar de las pistas obtenidas. Liz, al ser comunicada de lo anterior, estalla en impotencia. En un arrebato de ira, la madre de Toby golpea el escritorio de su hijo. Al romper un cajón, encuentra una USB propiedad de Toby a la que no puede acceder por la falta de su contraseña. Nuevamente le pide ayuda a Jay, quien se ofrece a intentar desencriptar el dispositivo.

Liz trata de analizar, estudiar e investigar a la figura de Blake. Se encuentra con su máscara social; un benefactor dispuesto a ayudar a los más vulnerables. Mientras lleva a cabo una de sus indagaciones, vuelve a entra Jay a la casa de Liz con su llave, asustando a la misma por tener los audífonos puestos de su hijo para escuchar un testimonio en video del propio Hector Blake, acerca de la causa migratoria y tópicos relacionados con situaciones más contemporáneas que se inscriben en este contexto como la condición transgenérica de algunos refugiados de otras latitudes. Este motivo de intrusión se repite nuevamente y pone sobre la mesa el problema de la hospitalidad. Jay parece no dejar de ser un refugiado que, de alguna u otra forma, no deja de ser un desconocido para Liz, a pesar de tener llaves de su casa. Esto que puede ser un juicio muy severo contra Liz, en realidad parece un señalamiento y una metáfora de la manera en la cual no se deja de padecer la extranjería, en el caso de aquellos que en situaciones importantes de vulnerabilidad han recibido el supuesto beneficio de la hospitalidad de un Estado y sus instituciones. También podemos ver cómo en el film la audición y sus fenómenos nos remiten a un problema de relación, intercambio y comunicación entre semejantes. En la primera secuencia en la que Liz aparece, ésta llega a casa y saluda a Toby. Sin embargo, este último tiene puestos unos audífonos en los que escucha una transmisión en YouTube, a pesar de que su habitación está saturada por la reproducción estridente de Death Metal. Liz saluda al llegar a casa, sin embargo, Toby ‒por obvias razones‒ no escucha a Liz, al igual que la llegada de esta última.

El contraste de la alcoba del chico ‒su mundo, su habitación del mundo‒ es evidente, en relación con el decorado del resto de la casa; Toby vive en un cuarto poco iluminado, con paredes llenas de Graffity. Se trata del contraste entre la exterioridad de un mudo privilegiado y perfecto ‒que Toby no puede soportar‒ con su propio mundo, en el que la penumbra es tan importante como el arte y el discurso del mismo. Probablemente, desde tal polaridad, su habitación del mundo nos habla de la verdad que él ve en aquella luz agotada ante un mundo que invisibiliza dicha verdad, al velarla y devorarla con la supuesta luz de sus apariencias.

La estridencia de la música de la alcoba de Toby parece ser una barrera para anular la invasión del mundo que detesta, incluyendo la voz y presencia de su madre ‒de la cual Toby rehúye constantemente‒ como vínculo íntimo y profundo con dicha realidad. Por ello la presencia de su madre ‒tan importante afecto‒ lo hace sentir angustiado y vulnerable. Esta película también nos habla de cómo, a partir de nuestros afectos, hacemos de nuestra casa un mundo y del mundo nuestra casa.

Jay le anuncia a Liz que pudo acceder al contenido de la USB. Sin embargo, respetando la intimidad que representa, no vio el contenido de la misma. También le comenta que su hijo ha nacido, adelantándose este último a la fecha de su nacimiento. “Vas a ser lo más cercano a una abuela”, le dice Jay a Liz. Esta última visita a Jay, Naz y al pequeño Aydan, el nuevo integrante de la familia. Nuestros afectos pueden constituir una familia más importante y más legítima que nuestras familias de origen, a través de la comprensión y solidaridad. La película nos presenta la imagen singular de una nueva familia.

Es entonces que Liz confronta a Jay, ella también ha atado cabos: descubre que el material de la USB contiene las fotos de registro del proceso del proyecto de Toby: “Yo estuve aquí”, en las que Liz ha reconocido el tatuaje de la inicial de Naz en el dorso de una de las manos de Jay. Liz infiere que Toby quiso entrar a la casa del exjuez y que algo salió mal. Jay le explica que abandonó el proyecto para cuidar de Naz y su hijo, a pesar de que él también compartía el proyecto de cambiar el mundo a través del Garffity, el propio Toby se lo echó en cara cuando Jay decidió abandonar el proceso, señalándole que la idea original había sido de él. Liz le pide ayuda a Jay para entrar a la casa de Blake, a lo cual, por las mismas razones, Jay se niega. Es entonces que Liz se decepciona profundamente de Jay y le hace un reclamo digno de análisis.

Jay fue protegido por Liz cuando los exnovios de la madre del chico golpeaban a esta última y cada vez que ello desencadenaba conflictos familiares inmediatos en el núcleo familiar de origen del muchacho. Si bien es comprensible la angustia y soledad de Liz, tal posicionamiento me lleva a preguntar: ¿cuáles son los límites entre nuestra gratitud, nuestra solidaridad y el compromiso que supuestamente implican?; ¿por qué Jay tendría que estar lo suficientemente agradecido con Liz como para poner en riesgo a él y a su nueva familia?

Si recordamos la secuencia en la que aparentemente un hombre recuperó su cartera a manos de Toby, dicho personaje secundario se desconcierta por no ser suficiente su gratitud y tener que dar algo a cambio de dicho gesto. Liz parece estar haciendo una coerción semejante con Jay. Parece que solemos buscar una respuesta semejante, una reciprocidad, ante los actos y gestos que llevamos a cabo para los demás. Cuándo supuestamente hacemos algo por alguien, ¿en realidad lo hacemos para nosotros mismos? ¿No es la trampa de esa expectativa la que pone en cuestión la moral imperante de que todo se hace por algo y que para recibir algo hay que dar algo a cambio? Parece que la generosidad más legítima no espera nada a cambio porque no sujeta a los demás a nuestras expectativas y, de hecho, comprende lo que se puede y no se puede por parte de los demás. ¿Qué recibió a cambio Toby por la generosidad de su sacrificio? Parece que la legitimidad del heroísmo no puede ser algo sujetable a la coerción de nuestras expectativas porque ello esclaviza a los demás, se trata de un ejercicio autónomo de nuestra libertad y en ello radica su carácter extraordinario.

Dicha secuencia pone en tela de juicio la legitimidad de muchos de nuestros altruismos, al evidenciarse como ejercicios de control, dominación y de coerción sumamente normalizados, como puede serlo en el caso de la hospitalidad que ofrece un Estado a los refugiados migrantes que llegan a su territorio. Este último fenómeno está personificado en la figura de Blake como máscara social.

Como ya se habrá advertido, este trabajo no sigue un orden cronológico estricto del film a analizar. La guía del mismo se basa en la pertinencia del desarrollo de determinados tópicos que vertebran el film. Por ello, daremos el siguiente paso atrás. La obsesión de Liz por Blake la lleva a vigilarlo, lo cual comparte con Jay en su momento, antes de saber que este último y su hijo compartían una misma conspiración poética. En medio de esa vigilancia, ocurre algo significativo que nos permite comprender mejor al personaje de Hector Blake, para también dar cuenta de lo profundo y complejo que resulta tan relevante film.

Después de que queda desestimada la causa legal por la que Blake fue sospechoso, en la siguiente secuencia se ve al exjuez yendo a un lujoso spa en el cual nada y recibe masaje de parte de un atractivo joven iraní llamado: Omid. Este último le comparte su historia a Blake: ha perdido contacto con sus padres, quienes lo han desheredado por su homosexualidad, una situación sumamente adversa en dicho país que ha obligado a las personas con tal condición a someterse a un forzado y polémico proceso de reasignación sexual. Tal aversión, además del rechazo de su familia, ha hecho huir al joven de su país que, además, históricamente ha tenido procesos políticos muy convulsos. El joven sólo tiene contacto con su hermana, la cual vive en Teherán, capital de dicho país. Inmediatamente Blake detecta la ventaja que ello representa para él; la vulnerabilidad del chico por su falta de relaciones familiares y gubernamentales. El exjuez le pregunta a Omid por su status laboral y migratorio. El chico le hace saber que su residencia está en proceso y que su situación es complicada por la incredulidad de los funcionarios correspondientes, en relación con su orientación sexual. Blake le ofrece su ayuda y lo invita a su casa esa misma tarde.

Es notable el auge actual que hay por el tema del Truecrime, un género que también ha sido de mi interés desde niño, por la fascinación que provocan las posibilidades de la condición humana que causan tal clase de historias. Crecí viendo programas como: Misterios sin resolver, además de programas relacionados con el fenómeno OVNI y paranormal. El auge se evidencia con mayor contundencia con el arrollador éxito de la serie: Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer, la cual disfruté muchísimo y también recomiendo ampliamente.

Lo anterior lo comento porque es advertible la influencia de la figura de John Wayne Gacy en el personaje de Hector Blake. Por otra parte, en la secuencia en la que el exjuez recibe al joven iraní, se ve cómo Blake adultera el gin tonic que le ofrece, recordándome dicha estrategia a la que Jeffrey Dahmer empleaba con sus víctimas. El exjuez estuvo casado, su mujer, ceramista de oficio, acabó en un hospital psiquiátrico ‒de lo cual nos enteramos por boca de Blake durante la secuencia del cateo‒, lo cual es un dato que nos revela la difícil vida al lado de su marido quien, podemos inferir, según el planteamiento de la película, representa a una persona que podría ser diagnosticada con: trastorno antisocial de la personalidad, lo que coloquialmente llamamos psicópata, aunque también podría tratarse de un sociópata, también tomando en cuenta la historia de abusos y maltratos que Blake recibió por parte de su Padre, en su contexto familiar inmediato. Un periodo también caracterizado por importantes eventos traumáticos que probablemente influyeron en las tendencias destructivas del exjuez. Justo en esta parte de la trama nos acabamos enterando de tan cruciales eventos.

Es inferible que entre Blake y Omid se da una situación que tiende a cierto homoerotismo. El joven, quizá, está conciente de que el favor por la ayuda recibida tendrá que ser compensada a través de favores sexuales, recordemos que la moral imperante nos ensaña que nada se hace a cambio de nada y que todo tiene un precio ‒especialmente nosotros‒, además de que por todo gesto otorgado uno debe recibir algo a cambio o por todo lo que se nos ha dado uno debe estar dispuesto a otorgar lo nuestro ‒incluso a nosotros mismos‒ a nuestro supuesto benefactor, según la problemática moral con la que solemos entender la gratitud. Valdría la pena recordar al Kant de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres cuando afirma que la acción supeditada a nuestras inclinaciones e intereses no tiene valor moral alguno.

Lejos de juzgar al Joven, si pensamos en lo adverso de su circunstancia, probablemente sólo aprovecha las condiciones que le ha dado su trayectoria vital para sobrevivir. Tal comprensión es importante porque problematiza nuestra moral y nos confronta con lo tremendamente difícil que es el fenómeno de nuestra libertad, al grado de también considerarse un problema por más de uno. Sobre todo, si pensamos a nuestra libertad en relación con una determinación tan grave como la finitud del cuerpo.

Finalmente, el exjuez le comparte a Omid un aspecto muy íntimo y relevante de su vida; de dónde viene y, en cierta forma, quien es. Toby había encontrado unas fotos del exjuez en el sótano, la primera vez que entró y se confrontó con la imagen del chico cautivo que después intentaría ayudar. En una de las fotos vemos a un niño (Hector, a temprana edad), un adolescente (Ravi, sirviente de la familia Blake), y un hombre mayor (El padre de Hector). En la siguiente foto vemos a Ravi al lado de Hector, en su época de infancia. En la última foto sólo está Ravi desnudo, posando en una pose sugerente.

Blake le cuenta a Omid acerca de Ravi, un joven parsi de la India que sirvió a su familia. El juez le cuenta al joven iraní que se trató de un chico migrante que primero trabajó en una fábrica propiedad de su padre para acabar llegando a la casa de los Blake. Sin embargo, al poco tiempo, el padre de Blake, el severo hombre del retrato en la sala de la casa del exjuez, hizo de Ravi su amante, desplazando de sus vidas a su hijo y a su esposa. Esta última acabó suicidándose. Fue hallada por Héctor cuando era niño, desangrándose en la bañera de su casa.

Minutos antes, el joven Iraní había sugerido que el cuadro era una especie de memoria feliz del padre de Hector. No es así sino algo más complejo, según el propio exjuez al tratar de explicarle a Omid la presencia de dicha imagen en su casa. “Entonces, también lo tiene ahí para mostrarle cada vez que quiera su dedo medio”, le dijo en tono alegre el chico a Blake, lo cual este último, riendo, no negó del todo. Omid también había sido conducido ahí para escuchar la historia de Blake, probablemente como parte de un ritual previo para la posterior captura y exterminio por parte del depredador. “¿Sabes qué le pasó a Ravi?”, le preguntó Hector al Joven. Este último empieza a evidenciar angustia, pide permiso para ir al baño y es entonces que siente los primeros efectos de la sustancia que puso Blake en el trago del chico. Omid, como varias personas ajenas a la casa de Blake a lo largo del film, tuvo que descalzarse. También podría pensarse dicha imposición como un intento de eliminar el mayor rastro posible de sus presencias en casa del exmagistrado. El chico no encuentra sus zapatos, claramente dicho gesto de territorialización también es un acto de vulneración por parte del privilegiado; un gesto de coerción para propiciar un tipo de desnudez. Blake invita a Omid a que se calme, según el antiguo magistrado, probablemente la bebida había sido demasiado para el Joven. Blake lo deja nuevamente en el sofá de su sala.

Justo cuando el juez acaba de contarle a Omid qué le pasó a Ravi y le dice que cree haberlo matado durante una visita a la casa familiar, el chico aprovecha para escapar por una ventana. Tal imagen resonará en varios de nosotros con la imagen viral de un joven desnudo huyendo por una de las ventanas del palacio de Buckingham, por medio de unas sábanas amarradas. La huida de Omid coincide con una de las vigilancias de Liz a la casa de Blake. Ella salva al chico, metiéndolo a su auto. Blake, frustrado, arroja su trago contra el retrato de su padre; un claro gesto del sentimiento que le provoca la imagen de su padre como origen del mundo de Hector; una pasión que adolece como raíz de su miseria.

Blake, antes del escape de Omid, le hizo saber a este último que su resentimiento hacia Ravi tenía que ver con su decisión de quedarse al lado de su padre. El joven iraní le señaló que, quizá, Ravi no tenía opción, no podía elegir. Blake afirma desde su privilegio: “Siempre tenemos opción”. En cambio, el joven iraní le dice: “No, si eres pobre y no tienes a dónde ir”. Es revelador pensar en los límites de nuestra libertad y la relación de los mismos con la inextricable finitud de nuestros cuerpos, la cual, podemos inferir, también constituye nuestro destino, incluyendo la definitividad de una muerte inevitable; la muerte de seres humanos que, generalmente, quieren vivir.

Vemos nuevamente a un hijo enojado con su padre; un personaje atravesado por lo terrible de un contexto familiar tan adverso y comprometido con las apariencias y el poder, como germen de la profundidad de los afectos de dicho personaje. Nuevamente vemos la relevancia que puede tener nuestra familia en nuestra vida. No trato de justificar a Blake porque no llevo a cabo juicio alguno, intento comprender; poner sobre la mesa la complejidad de un paisaje de lo humano que también posee elementos de lo común de nuestras vidas, a pesar de que ello acabe confrontando, paradójicamente, a Toby Nealey con un personaje tan diferente a él como Hector Blake.

Me parece importante advertir una decisión sumamente acertada por parte de los realizadores del film: elegir al excelente actor Hugh Bonneville para interpretar a Hector Blake. Dicho actor se hizo célebre por la aclamada serie Downtown Abbey, en la cual interpreta a un aristócrata benévolo y bonachón, capaz incluso de admitir el matrimonio entre una de sus hijas y uno de sus sirvientes; una nobleza que, francamente, me parece desproporcionada, al grado de rayar en lo inverosímil, en el caso de un aristócrata británico de principios del siglo XX. La imagen pulcra de tal antecedente laboral de Bonnevil contrasta notablemente con la imagen perversa que logra el actor británico al interpretar a Blake, al grado de que me resultó difícil reconocer que se trataba del mismo actor. En Downtown Abbey tenemos una visión edulcorada y melodramática de la aristocracia británica. En cambio, en un radical giro de intenciones, en Yo estuve aquí tenemos una imagen de la perversión a la que tiende el poder, velada por el lujo y el privilegio que la hacen posible. Un referente dramático tan popular como Downtown Abbey es aprovechado en ese sentido extradiegético de manera notable, además de que el excelente trabajo de Bonneville corresponde con dicha intención de manera sumamente notable y comprometida. De esa manera Yo estuve aquí también logra un discurso que dialoga con la sensibilidad de su público inmediato, además de una interlocución con aquellos que vivimos, a nivel mundial, los fenómenos comunes y cercanos a una experiencia de lo civil y, por lo tanto, de lo político, normalizadas por dinámicas semejantes de consumo y producción. Otro brillante aspecto de esta magnífica e importantísima película.

Liz intenta que el chico que ha rescatado denuncie y dé testimonio de lo sucedido, con el fin de saber de Toby y detener a Blake. Sin embargo, no lo consigue. El joven sabe que su condición es de importante indefensión y vulnerabilidad. Una denuncia en contra de Blake, efectivamente, lo dejaría expuesto a una adversidad importante que, incluso, probablemente le costaría la vida. La desestimación del caso, por falta de denuncia y testimonio, hace que Liz le pida ayuda a Jay para entrar a casa de Hector Blake.

Blake sabe de la amenaza a sus privilegios que significa la presencia de Omid en la ciudad. Lo contacta nuevamente en su trabajo para amenazarlo con revocar su permiso de estancia en el país, conseguido por el propio Blake. Nuevamente, el joven cae en la trampa para acabar por ser capturado. A través del de celular de Omid, Blake se entera de que Liz es la madre del joven que asesinó cuando este último intentó rescatar a una de las víctimas del exjuez; busca a Liz través de redes sociales, a partir de la revisión de los mensajes entre ella y Omid.

El juez sale una mañana a correr. Olvida algo en su casa y saca de un escondite de la misma una llave para volver a entrar. Liz, quien no ha interrumpido su vigilancia, observa dicho gesto. Sin embargo, es el montaje de una trampa; queda claro para el exjuez que dicha mujer no ha dejado de estar al tanto de sus movimientos cotidianos.

Es de esta forma que Liz entra a la casa de Blake para buscar alguna pista. Sin embargo, el exjuez, también verdugo de su miseria, atrapa a Liz. A pesar de que Liz intenta salir por una puerta, ella es forzada a entrar a casa, ante el trayecto de una corredora que pasa frente al domicilio de Blake. Dicha mujer lleva auriculares, lo cual limita su atención al mundo. Un claro signo de la cotidiana normalización de nuestra indolencia.

Liz está herida y maniatada ante el cadáver de Omid. “Esto es obra tuya”, le dice Blake a Liz. La madre de Toby tiene que presenciar como Blake descuartiza e incinera el cadáver del joven, mientras el exjuez le confiesa, conciente de su impunidad, que ha hecho lo mismo con Toby. Vemos en la siguiente secuencia como también es incinerada una identificación de Liz, registro de la serialización de su cuerpo, a través de la identidad que nos impone el dispositivo como registro de nuestra estadio en el mundo, al cual el poder suele abstarernos para llevar a cabo el dominio, control y manejo de nuestros cuerpos y sus restos.

Antes de que Liz pidiera una licencia en su trabajo por la dificultad emocional que representaba la situación que estaba pasando, vemos cómo atendía a Faisal, un joven estudiante de medicina de padres indios que sentía una gran culpa por decepcionar a sus progenitores: dos migrantes que habían trabajado muy duro y hecho todo porque su único hijo fuera médico. Él, sin embargo, quería dedicarse al mundo de la computación. En un acto fallido, Faisal intenta suicidarse, fallando en la dosis de alcohol y somníferos para lograrlo, algo que a Liz desconcierta, tratándose de un estudiante de medicina que sabe muy bien cual sería la dosis exacta para lograr su objetivo. Liz le dice a Faisal que eso demuestra que él quiere vivir y que su intento le dice lo mucho que quiere vivir. Él lo niega, él quería decirle a sus padres que le han fallado. Liz se desmorona,

Algo semejante pasa con Blake, este último, a pesar de la importante condición de privilegio que acabó constituyendo, no cumple con las expectativas de su padre. El exjuez habla del enojo de este último por haber renunciado a ser juez, además de que su padre deseaba que fuera, nada más y nada menos, Primer Ministro, el puesto más alto del poder político en Inglaterra. Es entonces que nuevamente nos confrontamos con la moral del sacrificio de uno mismo como acto de gratitud ante los favores recibidos, evidente muchas veces en la relación que solemos llevar a cabo con nuestros padres a través de sus expectativas. Más allá del evidente papel de la culpa en estos procesos y de lo problemático de entender al sacrificio como un acto de gratitud, habría que pensar si nuestra moral o, por lo menos una moral de este tipo, no nos está cosificando al convertirnos en objetos eficientes de consumo del deseo de los demás, además de una fuente de producción del mismo. ¿No es ello convertirnos en los medios para la satisfacción de los intereses privados de los demás?. Vemos la agudeza del discurso del film; una sociedad perversa que se ha constituido desde dicha lógica, a través de las relaciones que llevamos a cabo desde el ámbito más íntimo en el que se enraízan nuestros más profundo afectos: nuestra familia de origen.

Liz ha desaparecido. Jay se siente responsable por la desaparición de ella y de su amigo. Ello sucede en medio de un momento complicado en el que Naz se siente excluida de la vida de Jay. Este último, claramente, tiene importantes secretos que no quiere compartir con ella para protegerla junto con su hijo, Aydan. Ella le cuestiona si tal falta de confianza puede ser compatible con la reciprocidad y solidaridad de una familia. Es importante preguntarse por lo que compartimos y que, efectivamente, nos une y nos hace familia, con todo y lo complejo de tales lealtades que hacen unión y núcleo. Naz no soporta la discrecionalidad de su pareja y decide irse de casa en los mejores términos posibles.

Vemos aquí la complejidad de nuestra intimidad cuando hay vínculos que se basan en compartirla; lo susceptible de dicha habitación de nosotros mismos, que también implica el legítimo derecho que todos tenemos al secreto como parte del cuidado de nosotros mismos. Difícilmente alguien que no es capaz de cuidar de su intimidad podrá cuidar de alguien más. Jay es una persona que hace lo que puede, desde las adversidades que ponen en peligro su libertad ‒en más de un sentido‒; alguien que se confronta con los límites de su libertad para lograr la compleja y dificilísima labor de cumplir con sus responsabilidades más importantes. Jay no sólo tiene la responsabilidad de sostener económicamente a su familia ‒eso no basta para ser un buen padre‒ tiene la importante misión de ser el mejor padre posible para Aydan y, quizá, ‒si Naz decide volver con él‒ ser la mejor pareja posible para la madre de su hijo. Lo anterior, como parte del acuerdo que Naz no siente correspondido.

Vemos cómo el joven trata de ayudar, en la medida de sus posibilidades,a la familia que ha constituido con Toby y Liz, sin fragilizar a Naz y a Aydan, este último lo necesita, le dice Naz a Jay. Una necesidad manifiesta en la misión de ser padre, que en más de un momento de la película se ve problematizada. Los ejemplos van desde la relación entre Toby y Liz, pasando por la relación entre Omid y sus padres que lo han desheredado, al igual que los padres de Naz que la han expulsado de la familia, hasta la terrible relación entre Hector Blake y su padre. Este último, por cierto, ‒al igual que Hector‒ acabó contribuyendo a la destrucción de su pareja. Así de complejo puede ser querer, un ejercicio de nuestra libertad que no necesariamente es sinónimo de amar.

Jay, arrepentido, ingresa a la casa del exjuez. Sin saberlo, parece que intenta acabar con Blake con una pala de cricket semejante a la que mató a su amigo. Sin embargo, el juez se defiende. Tras una ardua batalla, Jay logra someter al juez para repetir una sóla pregunta: “¿Qué les has hecho?”. En ese momento, la cámara hace un close up a una foto sobre la pared en la que está Hector cuando era niño. La foto enmarcada ha quedado con el cristal roto, al chocar la cabeza del juez ‒signo de su conciencia‒ con dicha imagen, durante el forcejeo con Jay. Estamos ante el signo de una herida; el abismo que constituye el olvido del niño que fue Hector Blake, desde el momento en que la compleja vida de los adultos lo lastimó lo suficiente como para decidir convertirse en lo que es.

Jay, nuevamente, hace lo que puede; ha llamado a la policía, no sin antes rescatar del sótano a otra víctima de Blake. Jay mantiene su anonimato escapando del lugar, recibe una llamada de Naz para saber cómo está. Vemos en el rostro de Jay todo su duelo y remordimiento; una consciencia que no debemos confundir con la culpa como inducción al control; la culpa como carga del peso muerto que los demás suelen poner sobre nuestra espalda para dominarnos a través de la negación de la legitimidad de nuestros errores; los equívocos de seres finitos y falibles.

Me parecería injusto decir que Jay se equivocó y su acto lo redime. Jay siempre hizo lo que pudo para proteger a su familia, manifestando la autonomía de su consciencia. Ello no demerita de manera alguna el coraje de su heroísmo, llevando a cabo un acto que pudo haber constituido el riesgo de un sacrificio semejante al de Toby, también a cambio de nada, incluso a pesar de la aportación que las consecuencias de sus actos constituyan para su conciencia; algo muy relativo cuando se ha perdido tanto. Estamos ante un anónimo y humilde joven negro de ascendencia migrante que, sin embargo, ha sido capaz de convertirse en héroe.

Jay se enteró gracias a Naz de la participación de Hector Blake en el tricentenario de la escuela en la cual estudió el exjuez. Uno de los compañeros del exjuez es asesor del proceso de titulación de Naz, quien llevó a cabo un trabajo sobre la circunstancia legal de los migrantes en Reino Unido. A Blake se le ofrece el documento en cuestión para obtener su réplica. Su gesto lo dice todo: lejos de la mirada de los demás, el exjuez desecha la tesis en un bote de basura. Es sugerente pensar que, ante los cambios ideológicos de la historia reciente de Gran Bretaña, orientados al seguimiento de una política más progresista y menos conservadora, Blake, a favor de sus privilegios e intereses, haya constituido una máscara social más favorable con la producción y consumo de la política en su país como fenómeno económico. Queda claro que el exjuez está lejos de no ser tan conservador y racista como lo fueron sus antepasados, algo que Toby había inferido. Tan sólo se adaptó a los nuevos tiempos; la moral imperante que se sostiene con el truco más viejo del mundo: declararse como alguien que está del lado de los “buenos”.

Finalmente, vemos que Jay, además de capturar a Blake, le rinde homenaje a su amigo, preservando su memoria con un gesto fraternal, el de la misión que también los unía: contribuir a lo mejor de un mundo lacerado por la injustica del privilegio. En la pared sobre la que se encontró sometido al juez se puede leer: “Yo estuve aquí”; la declaración de la presencia de todos aquellos que han sido víctimas de la injusticia del privilegio como lo fueron Toby, Liz y las demás víctimas de Hector Blake. Bien decía San Agustín: “Aquellos que amamos y perdimos ya no están donde estaban, ahora están donde estamos nosotros”.