Los mundos posibles del cuerpo enamorado

«El amor engaña a los amantes,

ya que nunca alcanzarán

a perderse el uno en el otro,

 ni hacer de dos un mismo ser.»

Jorge Luís Borges

Nuestra sensibilidad posee materialidades que solemos obviar o no atender con la precisión y el compromiso con estadios más privilegiados fenoménicamente de nuestro cuerpo. Es más inmediata nuestra relación con todo aquello susceptible de visión por parte de quienes tenemos la fortuna de ver, por lo cual se convierte en un fenómeno que solemos privilegiar, a diferencia del tacto, la audición, el olfato e incluso el gusto. Estas últimas posibilidades de nuestro sensorio se antojan vínculos con lo invisible, a pesar de lo inextricable de tales potencias de nuestro cuerpo entre sí. Resulta sugerente pensar: ¿qué tanto realmente sentimos al mundo?, ¿qué tan plenamente lo vivimos? y en lo contrastante que sería nuestra relación con los fenómenos que nos rodean si careciéramos de alguno de los llamados cinco sentidos, cuya complejidad manifiesta que quizá sea más claro advertir la dinámica de su interrelación si nos pensáramos como sensorio, en lugar de parcelar nuestra sensibilidad.

Hablamos de la vida de un cuerpo que se complementa mutuamente. No deja de ser interesante cuestionarnos: ¿qué tanto ante la carencia de una de esta potencias de nuestro cuerpo las demás participan de la completud del mismo para sustentar dicha falta? o ¿qué tan viable es la superación de tal carencia?

            Sunny es una detective que ha decidido llevar a cabo un importante cambio de vida. Ha decidido aceptar un trabajo en una zona rural alemana rodeada por el bosque y, por lo tanto, con un vínculo más estrecho con la Naturaleza. Parte de la motivación de dicho cambio se debe a su enamoramiento de Juro, otro detective que ha conocido a la protagonista mientras ella buscaba casa para instalarse en dicho lugar. Al principio del film, Sunny declara su intención de que su relación con él sea más que una aventura, más que la aventura misma del cambio de vida que pretende. La protagonista viene de un contexto familiar signado por importantes carencias afectivas. Su madre fue una mujer a quien no le importaba su hija, desde que ambas fueron abandonadas por el padre de la detective. Cuando esta última padeció un feroz mal respiratorio, tal fue la negligencia de la madre que Sunny perdió el sentido del olfato y, por lo tanto, también del gusto. Tal circunstancia es vivida por la joven policía como un muro invisible entre ella y el mundo y, por lo tanto, entre ella y los demás.

            En su camino a su nueva residencia, nuevo lugar de trabajo y nueva vida, la protagonista conoce a una joven autoestopista. Esta última viene de la ciudad. En ella la huésped de Sunny ha padecido su propio descuido, el cual relaciona con los modos de vida de la urbe y la indolencia de sus integrantes. La detective le regala unos duraznos. Después de probarlos, la autoestopista declara: “Así deberían ser todos los días, como el olor de esta fruta”. En la primera secuencia del film, la joven detective afirma: “La historia comienza en la oscuridad”. Una historia que comienza a las orillas de la civilización, cerca de los llamados: “males del bosque” y, efectivamente, en la penumbra misma que puede ser nuestro cuerpo, invitándonos a nuestro enigmático descenso para, a través del mismo, llevar a cabo la misión del autoconocimiento.

            Estamos ante una película ligera y relativamente breve que tiene la virtud de fluir como una fragancia. El ritmo de la misma es el flujo constante de secuencias privilegiadas por una continuidad horizontal, que también se permite y enfatiza sutiles estilizaciones del tiempo vertical de la ensoñación, especialmente cuando vemos a Sunny entrando en contacto con el mundo, a pesar de su carencia de olfato ‒a pesar del muro invisible que padece entre ella y todo lo demás‒ o cuando, en dado momento de la película, intenta superar dicha barrera. También son notable tales imágenes, al ser capaces de constituir discursos visuales de la introspección de tan sutil personaje. Vemos en dichos detalles de la realización de la película un énfasis en advertir el centro que constituye la imagen y presencia de la propia Sunny ‒más allá de su protagonismo‒ para evidenciar lo particular de tal clase de soledad.

            Pronto empieza la acción en el film y el trabajo mismo de la joven detective. Se registra el asesinato de una chica hallada en una zanja, en medio de la lluvia. Para horror de la protagonista, se trata de la chica que había ayudado durante su trayecto a su nuevo hogar. La chica es encontrada desnuda, rapada y con las glándulas sudoríparas de sus axilas y pubis extirpadas. Se trata de un crimen que la protagonista rápidamente deduce vinculado a la piel, al cabello y, por lo tanto, al aroma del cuerpo generado por nuestras feromonas, sustancias vinculadas a la atracción por parte del mismo; el aroma natural de nuestros cuerpos capaz de vincularnos entre nosotros, dar cuenta de nuestra presencia y ser fuente de interés y deseo por parte de otros animales territoriales como nosotros. En tal clase de fenómeno se manifiesta nuestra animalidad constitutiva. Se trata de una materialidad volátil de nuestro cuerpo, que puede ser problemática al tener un papel constitutivo en nuestra instintividad animal, especialmentecuando entra en contacto con las dificultades propias de nuestra capacidad de artificio; lo compleja que puede ser nuestra inteligencia en relación con lo inconmensurable de la inteligencia misma del cuerpo y, por lo tanto, con la inconmensurable inteligencia de la materia.

En tal manifestación de nuestra naturaleza se evidencian los vínculos intrínsecos de la materialidad de la presencia de nuestras vidas de manera sutil o, como quizá diría Epicuro, los cuerpos sutiles de la presencia de nuestra vida. Es sugerente pensar en la manera en la que solemos ocultar, suprimir, velar y disimular nuestro aroma corporal, el cual, si su intensidad es considerable y concentrada, puede ser sumamente desagradable. Procesos de ocultamiento y velamiento; artificios que también permiten nuestra sociable insociabilidad. En mi caso, puedo pensar en los productos que uso para ello: desodorante, desodorante en spray, jabón, shampoo para el cabello, gel para cabello, crema de afeitar, pasta de dientes, enjuague bucal; productos que sirven para limpiar nuestro cuerpo, expuesto al contacto con el mundo y sus accidentes a través de nuestras dinámicas vitales, al igual que de nuestras dinámicas de consumo y producción. También son productos que ocultan e invisibilizan posibilidades del cuerpo comprometidas con nuestro gusto, placer y agrado; posibilidades de la presencia contundente y efectiva de sutiles positividades de nuestro carácter matérico, susceptible también de estilización a través del recurso de tales productos. Son parte de nuestra máscara social y de la invisibilización de nosotros mismos que tal careta permite; parte de un proceso de integración, pero también de cuidado y protección de los demás y de la reactividad de tales cuerpos ante las manifestaciones de nuestra intimidad,susceptibles de agrado o desagrado. Estas últimas, generalmente compartidas con quienes decidimos hacer parte de nuestra vida íntima y su particular familiaridad.

La constitución de dicha habitación de nuestra presencia en el mundo se evidencia como habilitación de la misma para integrarnos a las dinámicas de lo cotidiano y ser partícipes de las condiciones de nuestra insociable sociabilidad.Constituyen fenómenos de lo paradójica y problemática que puede ser nuestra libertad y su ejercicio como estadio y habitación del mundo y, por lo tanto, también de nosotros mismos. Se trata de materialidades en las que se manifiestan los acuerdos que constituyen principios básicos de la posibilidad de la moral,supeditados a nuestras dinámicas de consumo y producción.

            En una de las primeras secuencias del film, Sunny evidencia la confianza que su amor por Juro le inspira en este último. La protagonista le pide a su amante que le diga siempre si tiene mal olor, ya que ella no puede advertirlo, al igual que tampoco puede advertir el aroma de él. Si nos pusiéramos muy científicos y no obviáramos la relación entre la presencia de un cuerpo vivo y su aroma ‒el cual Sunny, desde su particular sensibilidad y circunstancia, identifica como el alma invisible de las cosas‒ ¿de qué manera amaría alguien que no tiene olfato? Es sugerente pensarlo porque, evidentemente, no sólo amamos con un sentido y la complejidad de nuestras sensaciones suele llevarnos a interpretaciones de nuestra sensación y su materialidad que evidencian nuestra capacidad simbólica, vinculada con nuestra trayectoria vital. Sin embargo, para aquellos que tenemos la fortuna de oler y degustar, ¿qué sería el mundo sin tales sensaciones?; ¿qué podríamos expresar o dejar de expresar sin ellas?

El otro protagonista de la película: Dorian, el perfumista, llega a elogiar la sazón de Sunny: “Está muy bien para alguien que no tiene olfato”, le comenta el protagonista a la joven detective, en relación con un guisado que prepara para él esta última. Un elogio semejante le dirá Juro a su amante, con la salvedad de que para él al guisado sólo le hace falta sal y pimienta, probablemente Sunny no use tan usuales condimentos para no equivocarse, debido a su condición. Probablemente Rosa, la esposa de Juro, sí utilice tales especias a las cuales el detective está acostumbrado como parte de su ingesta cotidiana.

Sunny posee una sensibilidad especial tendiente al cuidado, probablemente condicionada por su carencia de dicho trato en su vida ‒podemos inferir que en ello estribó, en su momento, su decisión de ser policía‒; una disposición a manifestar sus afectos a través del cuidado que ella no tuvo por parte de su madre, desde los límites de la atención que le permite el muro invisible que la separa del mundo.

Es sugerente pensar en ese viejo adagio que reza que la mejor sazón estriba en el amor con el que se preparan los alimentos. Si pensamos en nuestros hábitos de consumo, en la manera en la que hemos fragilizado y trivializado nuestra relación con la comida ‒incluyendo aquella que servimos, preparamos o compramos para quienes amamos y queremos‒, además de condicionar su consumo a la prisa con la que solemos alimentarnos, ¿qué consecuencias han tenido tales posicionamientos en nuestra relación con los demás y con nosotros mismos, en tanto que cuerpos vivos?

Me permito insistir en que el carácter especial de Sunny parece intentar ofrecer un cuidado que no tuvo por parte de quien, se supone, más debió haberla protegido; la persona que, se supone, más debería amar a un ser humano: su madre. Esta película también es una película acerca de la maternidad y de su importante papel ante otro relevante tema que aborda este film: la indefensión de los niños.

Pienso en otro posicionamiento tradicional muy importante: la sazón es única, no puede replicarse, tan sólo se puede transmitir la técnica para llegar a resultados semejantes de satisfacción y gusto que, si bien pueden implicar un acuerdo a partir de lo análogo de nuestras experiencias, se basa en lo intransferible de nuestra sensación que, paradójicamente, también pueden constituir comunidad, convivencia y encuentro; todo ello puede ofrecer el gesto de compartir los alimentos; comer juntos puede implicar ser cuerpo común. Hay quien dice que la comida sabe más rica cuando se comparte. Mucha gente no soporta la idea de comer sola, como si ello implicara una importante soledad o abandono, como si algo le faltara a la comida. Dicho fenómeno nos habla de lo vinculante entre la familiaridad de nuestros afectos y su relación con nuestro sensorio y, por lo tanto, con nuestra sensación. ¿Qué tanto lo particular de una sazón tiene que ver con el propio aroma y sabor de nuestros cuerpos y el contacto de los mismos con los alimentos que se preparan a través de la manipulación de los mismos?; ¿qué tanto la despersonalización e industrialización de tales procesos también nos ha enfermado?; ¿será que tales procesos estén determinados de manera problemática por la falta de afecto y cuidado que requieren? Es sugerente pensar en la preferencia de muchas personas por los alimentos recién servidos y recién preparados, los cuales conserven su calor temprano, al igual que aquellos hechos a mano. Si nos es importante dicha proximidad, la relación de tal clase de vínculo con nuestros alimentos, sus sabores y sus aromas, me parece importante pensar en Rousseau cuando nos advierte que estamos enfermos de cultura.

            La policía no tarda en tener un sospechoso. Se trata de una antigua paciente psiquiátrica que de niña fue una genio de las matemáticas, hasta que tuvo un accidente por el cual le fue colocada una placa de titanio en la cabeza. Su nombre: Karlotta König, apodada Rex. Esta última palabra significa: ‘Rey’ en latín. Podemos deducir que tal apodo se debe a la semejanza entre su apellido: König con la palabra ‘Köning’, que en alemán también significa: ‘Rey’. El dato de sus aptitudes para dicha disciplina no es menor, se trata de una capacidad de cálculo, proporción y estrategia privilegiada, también vinculada al dimensionamiento de los valores deducibles de la abstracción de la Naturaleza y sus fenómenos como posibles esencias y sustancias de los mismos. Talposibilidad de equivalencia es compatible con el pensamiento esencialista de Dorian, el perfumista protagonista del film, al igual que con una idea de perfección y pureza que guía los cálculos del mismo para llevar a cabo sus pociones, de manera semejante a los que llevaría a cabo un mago alquimista del Renacimiento.

            Karlotta, en más de un sentido, es el vínculo entre el mundo y Dorian. Por ello, también será el eslabón circunstancial que unirá al perfumista con Sunny. Esta última no se resiste en dejar sin vigilancia a la sospechosa, a pesar de la falta de pruebas contra la misma; para la protagonista es demasiada la coincidencia entre la presencia de Karlotta, sus lugares frecuentes y varias de las escenas del crimen. Sunny no deja de seguirla y de estar atenta a todos sus tránsitos cotidianos.

            Es en este lapso, Juro le declara a Sunny su intención de terminar la relación con ella. Él sigue casado, extraña a sus hijos y quiere volver con Rosa, su todavía esposa, de la cual sólo se ha separado. Para Sunny, la revelación es devastadora; su gran expectativa de tener una vida al lado de él, algo más que una aventura, una relación que incluyera compartir una casa con un jardín lleno de flores ‒una imagen femenina del anhelo de la protagonista por un paraíso perdido como imagen maternal de la familia que no tuvo‒ queda frustrada. El duelo de Sunny es intenso, se manifiesta en el mismo la profunda carencia afectiva de la joven detective, signada por el papel del abandono a lo largo de su vida.

Juro le dice que los meses a su lado fueron una locura, en el mejor sentido de la palabra ‒en la traducción de los subtítulos de la película se puede leer que él dice a Sunny: “estos meses a tu lado fueron increíbles”, sin embargo, Juro usa la palabra ‘Wahnsin’ que en alemán literalmente significa: ‘locura’, que en esa cultura podemos asociar a un maravilloso delirio; una densidad ontológica, lo suficientemente poderosa como para guiar a quien la vive a un estadio de particular vulnerabilidad del cuerpo que se puede antojar gozosa, semejante a la rendición que puede provocar en nosotros una deliciosa fragancia ‒posibilidad de la cual el cuerpo de Sunny está privado‒  o como la que también puede ocurrir en el caso del amor; un fenómeno del cuerpo que, a través de la posibilidad diversa de su cercanía y contacto, puede ser capaz de transfigurarlo todo; un fenómeno análogo al de la embriaguez que puede propiciar la deliciosa sazón de alguien que cocina con amor y con cuidado para otro cuerpo vivo como el del amado o un amante, sin la prisa del tiempo horizontal ‒como lo podemos inferir en el caso de Sunny‒, motivada por la atención que implica lo particular de su sensibilidad como determinación de su proxemia.

Esta película también trata de lo mutuo de todo cuidado; el mutualismo implicado en el mismo; la atención amable y amorosa que podemos llegar a llevar a cabo cuando cuidamos de nuestra sensación como cuidado de nosotros mismos; cuerpos vivos capaces de amar, a través del ejercicio estructurante de imaginar el goce y el placer de quienes amamos.

            Dorian es un joven perfumista dotado de una capacidad olfativa sumamente poderosa desde que nació. Cuando esto último sucedió, el pequeño bebé que fue Dorian tenía un olor horrible, comenta su padre, un pastor protestante del lugar al que llegó Sunny. El verdadero nombre del joven es: Noah, que podemos traducir como: ‘Noé’, el mítico personaje bíblico constructor de la famosa arca que albergó a animales para su reproducción; un signo fílmico que nos remite a dos tópicos y su interrelación en este discurso cinematográfico; la animalidad como fenómeno del cuerpo que, por su potencia reproductiva, lo vincula inextricablemente con la Naturaleza a través de su deseo,como manifestación íntima de su vida. Justamente, la supresión de la voluntad es el otro importante y segundo tópico que se relaciona con el anterior en la propuesta del film. El padre de Dorian recuerda que el repugnante aroma de su hijo era incluso insoportable para su madre. En la misma película se hace énfasis en que el aroma de un hijo es un elemento de comunicación química entre el cuerpo del recién nacido y su madre.

Dorian también posee una carencia semejante a la de Sunny: la falta del afecto de una madre como principio de desvinculación afectiva por la falta de cercanía de tal tipo, capaz de fragilizar la capacidad empática de alguien, lo cual determina al perfumista de manera opuesta a la de Sunny, en relación también con su proxemia; la joven detective no puede oler. En cambio, Dorian puede percibir cualquier aroma intensamente. Si Sunny vive su discapacidad como un muro invisible, el perfumista vive tal potencia de su cuerpo como un vínculo intenso e íntimo con el mundo que incluso, como veremos, es capaz de desafiar a la distancia como obstrucción del contacto de su sensorio con los fenómenos y lo particular de la vida de los mismos. Ello es una ventaja para Dorian: puede contactar con su olfato sin alterar a lo contactado con cualquier clase de tacto y la posibilidad de destrucción que este último pueda implicar. Eso le permite comprender la lógica de los aromas y, por lo tanto, entender las potencias invasivas, embriagantes y vulnerantes de los mismos como efecto de tales cuerpos sutiles en un organismo.

Estamos ante un protagonista que ha constituido una sensibilidad especial a partir de una potencia sobrehumana de su cuerpo y una protagonista que ha constituido también una sensibilidad especial a partir de su carencia. El tema primordial de la película es el amor. Encontramos de manera intempestiva en el film a Poros, la plenitud,y a Penia, la carencia, actualizados como protagonistas de uno de los relatos más importantes de un referente tan relevante como el Diálogo platónico de El banquete, los padres de Eros.

Resulta interesante pensar que quizá la discapacidadde Sunny manifiesta la renuncia de la madre de la protagonista a su hija, exacerbada por la dificultad de esta última de relacionarse con los demás ‒incluyendo a su propia madre‒ por su carencia de olfato. En el caso de Dorian, este último es rechazado por su mal olor desde niño, del cual el joven fue cobrando conciencia poco a poco. Dorian le llega a comentar a Sunny que los aromas son sentimientos. Estos últimos, en tanto que estímulos primigenios, se quedan gravados en el cerebro cuando somos niños, por lo que nadie nos los puede quitar. Se trata de la relación entre nuestros cuerpos ‒cuerpos vivos vinculados sensorial y matericamente‒ como principio de nuestra afectividad.

A ambos protagonistas los une ser rechazados. A Sunny tal carencia la llevó a la búsqueda de una afectividad que no tuvo, la cual constituyó una sensibilidad enfocada en la protección y el cuidado, mientras que a Dorian el rechazo lo llevó a la búsqueda de tal amor constitutivo ‒importante afecto capaz de propiciar consideración, empatía, cercanía y comprensión‒ a través de la destrucción indolente de otros cuerpos vivos, al verse incapaz de la compasión y empatía que tampoco tuvo desde que nació, y a lo largo del estadio de indefensión de su infancia, como sucede en la niñez de todo ser humano. Dorian le declara a Sunny que no conoce el amor, no sabe qué es y por ello lo busca y lo desea a través de una fragancia que ‒al constituir tal objetivo‒ sea más poderosa que la voluntad humana. Sunny se dará cuenta, primero que Dorian, que este último jamás será capaz de reconocer al amor porque nunca lo ha vivido. ¿Como conquistar dicha perla, si jamás se ha sido amado?

Dorian padeció la tortura de su propio padre, para hacer que el pequeño que fue el futuro perfumista dejara de obsesionarse con la captura del aroma humano, incluyendo el suyo propio; una vida temprana basada en el maltrato, cuyas consecuencias en la vida adulta de Dorian motivan a pensar en los niños cuando son sujetos a tales condiciones que, por lo tanto, pueden derivar en una tendencia a la naturalización de la crueldad. ¿Qué mundo adulto padecimos de niños los llamados “adultos”? ¿Qué tanto protegemos o despreciamos a los niños?

En relación con ambos protagonistas, retomando el contraste entre la empatía de Sunny y la indolencia de Dorian ‒ambas circunstancias vinculadas por el dolor al que se les sujetó durante sus primeros años‒, surge entonces otra inquietud: a pesar de la aparente plenitud de uno y la aparente carencia de la otra, ¿cuál de los dos buscadores del amor realmente carece y cuál de los dos es pleno?

Dorian también inició una aventura. Un cambio de vida a raíz de su búsqueda de la fragancia del amor, que el perfumista cree capaz de cambiar al mundo y hacer que todo mundo lo ame, promesa que también ha compartido con la única persona que lo ha procurado: Rex, Karlotta. Dorian dejó su empleo al lado de otro maquilador de fragancias, al cual le legó todas sus fórmulas en un trato que el protagonista considera justo, a pesar de la pérdida de su antiguo patrón, el cual considera a hombre tan talentoso: imprescindible, además de su mejor pupilo. A Dorian le entusiasma la fragancia que el mundo cobra a través de dicha aventura. Se ha puesto en contacto con Rex para anunciarle que regresa a casa y que la necesita para su nuevo proyecto. Ello entusiasma a la cómplice y entrañable amiga de infancia, con la cual Dorian comparte un endeble refugio en el bosque donde realizan parte de sus investigaciones y experimentos, el cual llaman: El Templo. En él hay diagramas, cálculos, en los que se basa el posible hallazgo de lo que el joven perfumista llama: la perla; la nota del corazón, capaz de generar tan poderosa fragancia, aquella capaz de generar el dominio contundente del amor.

Hay que hacer una pertinente aclaración. Si bien Dorian no tiene problemas en asesinar a mujeres para constituir su fórmula, necesita de Rex porque, a diferencia de Dorian, Karlotta es capaz de la frialdad del cálculo necesario para asesinar y ejercer dominación sobre otros cuerpos. Ambos entienden que en la Naturaleza no hay bien ni mal. Sin embargo, si bien es posible una ética más allá del bien y el mal, correspondiente con la Naturaleza, la inconmensurabilidad de la misma nos confronta con nuestra finitud y falibilidad ‒en un primer momento de la filosofía de Paul Ricoeur, este último habla de finitud y culpabilidad. Ello evidencia la problematicidad de nuestra condición como especie. En la paráfrasis que llega a hacer de Nietzsche Gilles Deleuze en Spinoza: filosofía práctica, el autor francés intuye agudamente que puede haber una Ética más allá del bien y el mal pero no una Ética más allá de lo bueno y de lo malo. Esta última comprensión se evidencia ajena en el caso de ambos cómplices.

En uno de los seguimientos que Sunny hace de Karlotta, la detective se da cuenta del ingreso de esta última a una propiedad. La protagonista se da cuenta de que necesita refuerzos, por lo cual se asigna para dicha encomienda al mismo Juro. Se advierte la tensión romántica entre ambos personajes, recientemente separados. Intentan comportarse a la altura de la circunstancia.

Juro olfatea humo cerca de ellos y advierte que el mismo proviene de la propiedad a la que entró Rex. Esta última grita con frenesí. Se oye cómo le pide a alguien que no destruya algo, que no lo queme. Cuando ambos detectives logran entrar a la propiedad, Juro somete a Rex. Entre los resquicios del sitio, podemos advertir que alguien se esconde. Es claro inferir de quien se trata. Sin embargo, sólo podemos intuirlo, ya que logra escapar. Sunny encuentra una botella con perfume que le llama poderosamente la atención. Al tomarla, se derrama un poco de su contenido en su brazo. Una vez controlado el incendio, entra Juro a ver a Sunny. En el detective despierta de inmediato un intenso deseo por Sunny que ella logra contener. Vemos la perturbación de ambos, es notable la embriaguez de Juro. Sunny se da cuenta de que tal reacción tiene que ver con la sustancia que cayo en su brazo, la cual remueve con ayuda del agua de una botella. Sin embargo, Sunny no puede abandonar el frasco que contine a la misma; decide tomarlo y se lo lleva consigo. En la secuencia siguiente vemos como Sunny no ha logrado desactivar del todo la fragancia en su piel; Juro reacciona ante Sunny con pasión y ella, a pesar de intentar resistirse, acaba cediendo. Después de tal momento, Juro decide retractarse de volver con su esposa y permanece al lado de Sunny, quien no deja de usar dicha fragancia, a la cual la protagonista describe como: la gran mentira que los une y los separa. Aquella que, según la propia Sunny, “Hace tener cerca a Juro como si realmente la amara”.

Es interesante pensar en que tal efecto, semejante al amor que constituimos como un relato de nuestras vidas ‒un relato que busca el mundo para ser vivido, sobrevivido y comprendido parafraseando a Paul Ricoeur‒, tiene una importante presencia y papelen nuestra existencia; una contundencia que es estructurante como fenómeno simbólico e imaginario. Más que una mentira ‒pensando especialmente en su efecto matérico en la biología de los cuerpos vivos que es capaz de afectar‒ resulta una densidad ontológica particular, diferente a la que sucedería en las condiciones emergentes y contingentes de nuestra naturaleza,si ‒podemos deducir‒ no fuera intervenida por nuestra capacidad de artificio.¿Esto último es posible?; ¿no responde ello a un problemático esencialismo como el de Dorian?

Advertir esto último es oportuno para dar cuenta de la lógica y pertinencia de nuestras apariencias como parte de la construcción de nuestra máscara social. También resulta sumamente relevante tomar en cuenta este aspecto, para comprender una de las conclusiones más importantes a las que llega Sunny, a partir de su búsqueda del amor y el intento de hacer del mismo su propiedad ‒la propiedad de su amado‒: el amor no debe buscarse, simplemente debe suceder, como pasa con todo fenómeno de la Naturaleza ‒también vibrante en nuestros cuerpos‒, con toda la emergencia y contingencia del fenómeno natural que es el amor.

Juro parece corresponder con plenitud al amor de Sunny. Ambos amantes comparten la vida, sin que él descuide sus responsabilidades familiares. En ese periodo, Rex es interrogada y habla de su cómplice. Declara que Dorian ha logrado la fragancia del amor, dotada de una poderosísima sugestividad. Sin embargo, oculto, el perfumista no opina lo mismo. Frustrado, se da cuenta de que su fragancia es sólo sexo, sólo inspira al sexo, no al amor. El perfumista siente que ha fracasado y que debe continuar con su búsqueda, de ahí su intento de destruir dicha fórmula y el conflicto que tal intensión propicio con Karlotta. Podemos intuir que Dorian busca la fragancia del amor puro; la pureza del amor en una fragancia o, quizá, lo puro del amor, evidenciando su esencialismo comprometido con una noción de perfección que se antoja entre platónica y schopenhaueriana. Parece que Dorian busca la pureza del deseo que para él significa el amor o un amor absoluto que sea inmaculado, opuesto a las tensiones del deseo como fenómeno de propiedad y dominación que, paradójicamente, son semejantes a la sujeción irresistible que él mismo busca. Valdría la pena recordar el problema que advierte Spinoza cuando desvinculamos al amor del deseo; llevamos a cabo ideas inadecuadas acerca del amor.

Se tiene claridad de quienes han perpetrado el crimen y porqué. En este momento del film, Juro le propone a Sunny mudarse a una vieja casona que necesita reparaciones, para llevar a cabo el sueño de la protagonista; la imagen paradisiaca de una vida junto a su amado. Juro ha buscado y encontrado la casa, dando cuenta de la sujeción del detective a la fragancia que rescató su amante. Sunny también se da cuenta de que está embarazada. Al también enterarse la protagonista de la importancia del papel de la percepción aromática entre los cuerpos de una madre y su hijo en la estructuración de la relación entre ambos, la joven detective evidencia su miedo a repetir la historia de abandono e indolencia que tuvo con su madre. Es entonces que se da cuenta de que necesita aprender a oler. No duda en advertir quién puede ser su mejor maestro.

El peligro de llegar a ser una madre tan terrible como la que tuvo Sunny lo proyecta la protagonista en la relación entre su vecino, Stefan, y el padre de este último. El vecino de la detective es un adolescente que padece la violencia derivada del alcoholismo de su padre. Este último obliga al chico a buscar alcohol, llegando el joven a pedirle dicha sustancia a los vecinos, evidenciando las carencias económicas de la familia del joven. Aparentemente, esta última sólo está constituida por Stefan y su padre. Sunny se indigna por el maltrato que padece su vecino. La detective llega a confrontar al padre de Stefan, recordándole la única verdad absoluta que le queda a la humanidad: los niños son un precioso regalo; seres que hay que cuidar, amar y proteger. Congruente con su tendencia al cuidado y protección de los demás, Sunny le da refugio a Stefan.

En más de una tradición oriental, se habla de tres clases de maestro. El primero es el que, con humildad, declara que sólo puede enseñar lo que sabe con certeza ‒quien posee tal condición y no declara su ignorancia para pretender que sabe más de lo que sabe es un farsante‒; el segundo es aquél que sabe lo suficiente como para acercar al alumno a la orilla del abismo de sí mismo; el maestro definitivo es aquél que empuja al alumno al abismo de sí mismo.

Sunny encuentra a Dorian malherido, lo cura y decide protegerlo de la persecución de la policía en su contra, a cambio de que el perfumista le enseñe a oler. Dorian se da cuenta de que la detective está embarazada; puede oler su embarazo ‒literalmente‒ y dar cuenta de que Sunny tiene siete semanas de gestación. Él acepta el trato, entiende lo importante que para Sunny resulta poder oler. Para ello, el perfumista le pide una serie de ingredientes que deben estar puros y en estado perfecto. Entre ellos destaca: la sangre de un buey, tomillo y pimienta. Con ellos Dorian prepara los aromas básicos para que la protagonista los inhale en la mañana y en la noche, con el fin de rehabilitar el olfato de Sunny. Dorian también necesita saber cómo la protagonista perdió su olfato, nos enteramos así de la profunda raíz emotiva de la discapacidad de la detective. El perfumista le dice a Sunny: “De niños somos indefensos, nos hacen lo que quieren”.

Es evidente la identificación de Dorian con la detective, aunque ‒como veremos‒ ésta no necesariamente se caracterizará por alguna clase de empatía. “Lo que nos pasó de niños es imposible de cambiar”, también afirma el perfumista. Da cuenta de la tendencia indeleble de tal época de nuestras vidas, debida en buena medida a las potencias de nuestra sensibilidad, la de un cuerpo tan joven y tan poco condicionado por el mundo; un cuerpo abierto plenamente a la vida. Sin embargo, paradójicamente, ello también permite que nuestras primeras sensaciones se graven en nuestro cerebro, afirma Dorian, y que nadie nos las pueda quitar; el antídoto como cura y veneno, vinculado inextricablemente a tan importante sensibilidad de nuestro estadio y habitación primigenios del mundo. La vía de nuestro más grande dolor también puede ser aquella que hay que recorrer para salvarnos.

Sin embargo, a pesar del empeño de Sunny, esta última no ve resultados. Se entrena intensamente, cubriendo sus ojos y oídos para privilegiar los aromas. A partir de dicha técnica, inhala infusiones, huele y saborea el pan, al igual que es capaz de recostarse en una pila de pescados. Sin embargo, no logra recuperar su olfato.

Es entonces que ocurre algo decisivo: Dorian golpea a Sunny y la arroja a una fosa. Es fácil inferir una traición en dicho acto. Sin embargo, no es así; el maestro creó un vínculo y arrojó a su alumna al abismo; un trauma semejante al que sufrió Sunny con su madre; aquél fue el veneno que derivó en cura, un antídoto. Sunny despierta, dándose cuenta de que su embarazo está bien y que ha recobrado tanto el olfato como el gusto. Sunny no tarda en sacarle provecho a dicha condición; empieza a poner a prueba sus sentidos recuperados con toda clase de fragancias y sabores, incluyendo el gusto y aroma de Juro con quien hace el amor y al cual le comunica que está embarazada. En la siguiente secuencia vemos a ambos amantes empezando a vivir juntos en la casa que han decidido reconstruir, como si fuera la casa de la familia que Sunny jamás tuvo, como si se tratara de ella misma.

Karlotta ha logrado escapar de la cárcel. Un visitante de la misma ‒probablemente Dorian bien disfrazado‒ le ha dado una botella con una fragancia capaz de producir el desmayo y la indefensión provisional del cuerpo. Dorian es capaz de crear esencias aromáticas de ataque y de defensa, con las cuales se ha protegido durante toda su vida. Comparte una con su cómplice para que ésta pueda escapar. El perfumista necesita de Rex para proseguir con su búsqueda. En ese lapso, Sunny sigue con Juro, trata de llevar una vida con él, a pesar de dificultársele la convivencia de su amante con sus hijas y Rosa, la madre de las mismas. En una secuencia en la que Rosa visita a Juro, Sunny recurre a la fragancia que elaboró Dorian. Juro se evidencia imbuido en la embriaguez de dicho perfume, el cual activa frenéticamente una animalidad cuya violencia se manifiesta en el contacto sexual entre él y Sunny. Tal potencia desconcierta a ambos por la pérdida del centro de los amantes. Sunny parece no darse cuenta de que cree poder servirse de la inconmensurabilidad de las potencias de la Naturaleza,manifiestas en su cuerpo y el de Juro. Ambos personajes adolecen la pérdida de su libertad, a través de dicho estadio de manera dolorosa y angustiante.

Sunny parece darse cuenta de su error y decide seguir investigando a su maestro. Es entonces que, a través del padre de Dorian, se entera de la compleja vida de dicho personaje. Sunny se entera de El templo, el lugar en el bosque del encuentro frecuente entre Rex y el joven artífice, desde la infancia de este último y la adolescencia de Karlotta. Esta última también es descrita por el padre de Dorian como una chica antipática para la población local; una presencia incómoda que fue marginada, excluida y despreciada como Dorian. Estamos ante personajes que han tenido que hacer de la carencia un potencia vital, a través de sus cuerpos y sus facultades especiales.

Sunny decide ir al llamado: “Templo” para mandarle una señal al perfumista. La detective decide quemar el lugar. A pesar de la considerable distancia física entre Dorian y su refugio, al perfumista le basta su olfato para enterarse de que Sunny ha quemado tan importante sitio para él y Karlotta. El perfumista le pide a su cómplice que busque y elimine a Sunny, aprovechando el deseo todavía vivo en Rex de volver a sentir el aroma de la potente fragancia creada por su amigo. Dorian le dice a su cómplice que la protagonista tiene la misma en su poder.

El encuentro entre Sunny y Karlotta no puede ser sino violento. Rex quiere volver a vivir el éxtasis que sintió a través de la creación de Dorian. Amenaza a la protagonista con matarla para obtener la fragancia. En ese proceso, Sunny advierte lo peligrosa que puede ser una sobredosis de dicha esencia aromática; la detective tira la botella que la contiene al suelo, haciendo que Rex padezca de manera intensa su experiencia. Sunny cubre su nariz para no sucumbir a dicha sensación que se antoja neurotóxica. Vemos a Rex correr al exterior nocturno y boscoso de la casa, como si se tratara del descenso a la penumbra de uno mismo ‒a los males mismos del bosque‒, habitado por los fenómenos más profundos, desconcertantes y complejos de nosotros mismos. Podemos advertir en tal secuencia la materialización fílmica del delirio de Rex, lleno de imágenes yoicas que la poseen, la tocan y la acaban devorando hasta canibalizarla, como si se tratara de una psicosis que también incluye la disolución del cuerpo de Karlotta. Sunny acaba derrotada por la experiencia, tirada en el suelo de su casa.

Al día siguiente, llega la policía al domicilio de Sunny. Juro encuentra a su amante vulnerable. La protagonista ha despertado en su cama. Mientras tanto, los agentes de la ley encuentran las huellas de Rex por toda la casa, como si se hubiese tratado de la escena de un crimen más grave. Sin embargo, no encuentran prácticamente nada de Rex, con excepción de la placa de titanio que estaba alojada en su cabeza, además de un abundante rastro de sangre que lleva a dicho objeto invasivo.

Nuevamente, le basta a Dorian su olfato para enterarse que ha perdido a tan importante compañía; además de su amiga de toda la vida, la operadora imprescindible para llevar a cabo su objetivo. Podemos inferir que el duelo del perfumista es importante, tanto por la pérdida de la única persona en el mundo que estaba a su lado como por el alejamiento de la obtención de su objetivo primordial: encontrar el perfume del amor, la esencia del mismo.

Durante la inspección de la casa de Sunny para saber más de lo sucedido en ella a raíz de la presencia en la misma de Karlotta, la policía encargada del mismo ‒la jefa directa de Sunny y Juro‒ no puede dejar de sentirse atraída por el aroma que mana del lugar donde la protagonista estalló la botella que contenía la fragancia que la unió a Juro a través de la sujeción de su embriaguez, queda todavía vivo tal neuma. La encargada del caso también encuentra a Juro angustiado y confundido a la orilla de un árbol del jardín de su nueva casa. Es tal el desconcierto del detective que su Jefa cree que tanto él como Sunny están consumiendo drogas. De alguna manera es así o, por lo menos, se trata de la embriaguez de un veneno y antídoto semejante. Juro no sabe lo que le pasa, siente que ya no es el mismo, siente que es otro. El amante está alterado; adolece una alteridad que Sunny reconoce desde lejos, al ver a la distancia a su Jefa hablando con su amado.La protagonista es testigo de la dominación de la sustancia que ha utilizado para retener a su amante y que ahora lo está destruyendo. Vemos en Juro la imagen de un hombre que adolece la pérdida de su libertad. La conmoción de Sunny ante su amante es tal que, durante la cena de esa noche, la joven detective le pide a su amado que se vaya de casa y vuelva con su familia.

Sunny ha liberado a su amante como acto genuino de amor, a pesar del duelo que ello significa para la protagonista. Esta última ha comprendido que el más grande bien de un amante es la alegría de su amado y que ésta depende tanto de su libertad como de la posibilidad de su liberación. Tal es la forma en la que Sunny comprende que el amor es libre o no es y que, por lo tanto, como ella misma afirma, debe suceder, no buscarse, con emergencia y contingencia semejante a las de los fenómenos y accidentes de la vida, como si se tratara de la contingencia misma de La Naturaleza, en este caso, la naturaleza que yace en nuestros cuerpos. El amor es el querer que se quiere a sí mismo.

Vemos en otra secuencia como tal accidente le sucede a Stefan con una joven autoestopista que, al igual que él, también huye de casa; una hermosa mujer afrodescendiente llamada Jackie. Stefan deja un mensaje en el buzón de voz de Sunny para ver si él y Jackie se pueden quedar en la nueva casa de la protagonista.

Cuando Dorian golpeó a Sunny para después arrojarla a una zanja, le agradeció por la inspiración. La detective y su maestro no tardan en reencontrarse. Dorian quiere intentar una relación con Sunny; el perfumista pretende fundar una familia al lado de ella y su futuro hijo, ya que se ha dado cuenta de que la nota del corazón, la esencia del amor que tanto busca, la puede encontrar en el amor puro e incondicional de una madre como Sunny por su hijo, a través de lo que Dorian llama: el aroma más bello del mundo, el aroma de un bebé. Cree que el encuentro con Sunny manifiesta el destino de los tres: la nueva familia que imagina el protagonista. Queda claro que este último busca el amor incondicional de una madre que, al igual que Sunny, jamás tuvo. Sin embargo, a diferencia de Dorian, la protagonista, a lo largo de su vida, se ha permitido la voluntad de suerte del amor y ello la ha llevado a ser amada por varios de sus semejantes. Descubre en la indolencia de su maestro la impotencia del perfumistapara amar; Dorian no conoce el amor, jamás lo han amado y nunca ha amado. Dorian adolece el abandono de su alumna como parte de su enorme miseria.

Dorian, sin la ayuda de Rex, necesita recurrir a otro operador que le ayude a obtener las sustancias primigenias para producir su esencia. Para ello acude a otro prestigiado, talentoso y poderoso perfumista: Moritz de Vries, quien también busca la esencia del amor con otros fines; evidentemente dicho personaje quiere hacerse rico, “¿Qué tiene todo mundo con el amor?”, le dice de Vries al protagonista. El también empresario le ofrece su ayuda a Dorian, a cambio de que le revele qué es La perla. Sin embargo, Dorian sólo puede dar cuenta de que ello es una intuición, a penas una deducción, una inferencia: “Aprendí casi todo por mi cuenta. Tengo la cabeza llena de oscuridad”, afirma el protagonista. Podemos deducir que Rex no sólo era capaz de la brutalidad del homicidio sino también de la deducción y estrategia lógica con la que también colaboraba con Dorian. Recordemos que esta historia, como afirmó Sunny, comenzó en la oscuridad, la inconmensurabilidad de la materia en la que La Naturaleza se manifiesta en nuestros cuerpos y que Dorian ha habitado a través del descenso a sí mismo al que lo condujo su potente olfato, al grado de constreñirse a sí mismo de manera introspectiva-imaginaria-reflexiva. Moritz de Vries se da cuenta de tan rotundo ensimismamiento: “No debe temerle [a la oscuridad]. Lo que necesita es un poco de ligereza. Si la cabeza pesa, no puede volar”. Afirma el también empresario, ofreciéndole a Dorian mariguana ‒podemos inferir‒, cuya ingesta sólo intensifica la angustia del protagonista.

Dorian ha seguido su destino y el descenso del autoconocimiento que implica. Moritz es incapaz de entender la profundidad de la misión del protagonista. Dicho empresario pretende ayudar a Dorian prestándole una máquina capaz de capturar el aroma de los cuerpos sin tocarlos ni destruirlos, ya que esto último los altera como elementos y sustancias de una fragancia. A dicha máquina le llama de Vries: “La máquina del amor”. Sin embargo, de Vries, después de compartir con Dorian su hedonismo a través de la ingesta de drogas, vino, frutas, queso y demás viandas, parece dudar al advertir la confusión de Dorian y su falta de pragmatismo. Dorian sucumbe a su desesperada angustia, el protagonista está perdido en sí mismo.

El nombre completo de la protagonista es: Sunny Valentin, una clara alusión a San Valentín. También el nombre ‘Sunny’ nos remite a la luz solar; la inteligencia divina que todo lo ve y que, según la alquimia, adquiere concreción a través de dicha magia, al obtenerse oro a través de su proceso, la llamada “piedra filosofal”. Vemos en tal carácter la complejidad del vínculo mágico entre ambos protagonistas a través de sus cuerpos, incluyendo las potencias y las carencias de los mismos; sus diferencias y coincidencias comunes.

Sunny se da cuenta de que Stefan y Jackie estuvieron en su casa y que han sido raptados por Dorian. La protagonista se aventura a la búsqueda de ambos, se trata de una trampa para capturar a Sunny. Para Dorian la protagonista es imprescindible para llevar a cabo su plan. Sunny se encuentra con Jackie y Stefan inconscientes y desnudos. El perfumista vuelve a hacerle la misma propuesta a Sunny: formar una familia juntos, al lado del futuro hijo de la detective.

La protagonista, desde que empezó a buscar a su maestro, consiguió una sustancia inodora y sumamente tóxica, capaz de destruir el olfato de quien entre en contacto directo con ella. Dorian, por la falta de aroma de dicho compuesto, no se da cuenta cuando Sunny, al tomar la mano del perfumista, le quiebra en la misma el frasco que contiene tal químico. Vemos a Dorian derrotado; el protagonista ha perdido su gran facultad y maldición para siempre.

El perfumista hace una declaración para sí mismo en la cárcel. En ella manifiesta la adolescencia de la profunda miseria que le causa la falta de amor en su vida: “Mis sueños jamás podrán ser encarcelados. Algún día, construiremos juntos un globo aerostático y esparciremos mi perfume sobre todos los países, las ciudades y las montañas, hasta que todo el odio se convierta en amor”. Pareciera que la aparente buena intención de Dorian sería el deseo más de uno. Sin embargo, más bien me parece la expresión de la megalomanía de un mesías comprometido con un esencialismo bastante problemático, capaz del cierre de sentido de un moralismo fascista,que ha idealizado al problemático conceptodel absoluto, al grado de imponer una noción de perfección. ¿No son semejantes esa clase de objetivos a los que siempre hemos deseado como humanidad, a través de nuestros proyectos civilizatorios? Si lo hemos querido probablemente lo hemos cumplido, al igual que sus terribles resultados. ¿En verdad queremos el supuesto bien que una postura de este tipo profesa y con el cual está comprometida?, ¿en verdad queremos el bien o sólo lo confundimos con nuestros intereses privados?

Esta historia se vertebra gracias al discurso de Sunny. La protagonista relata circunstancias que sólo ella conoce; lo entrañable de la historia de ella y de su hijo. Sunny le cuenta a su bebé su origen; el regalo del amor por un hijo, por el cual Sunny llevó a cabo el descenso de habitar la noche que es el cuerpo para encontrarse, rescatarse y salvarse a sí misma.

El salto al vacío de la poética del desapego

“Amar es dejar de ser

para ser más”

G.W.F. Hegel

Esta vez quiero hablar de una de las películas más importantes de mi vida; un episodio cinematográfico trascendental por las claridades que aporta su poética en relación conmigo mismo, además de ser capaz de evidenciar lo difícil que puede ser vivir la habitación de nuestros cuerpos plenamente, como un acto de amor a nosotros mismos; un tópico cuyo tratamiento ‒quizá‒ a más de uno logre tocar. Se trata de un trabajo cinematográfico acerca del territorio de nuestra sensación como inextricable simiente de nuestras vidas en el mundo; la manera en la que habitamos al mundo en nosotros mismos.

            Perdí mi cuerpo es la historia de Naoufel, un joven cuya vida cambia radicalmente a raíz de la importante pérdida de sus padres y el subsecuente duelo que implica. Nos encontramos con la orfandad de un niño ‒el protagonista mismo a temprana edad‒; el estadio agudo de una indefensión mayor a la que la infancia por sí misma ya implica. Dicha pérdida convirtió al protagonista en un cuerpo trashumante; Naoufel tuvo que vivir, en más de un sentido, su extranjería; la de la pérdida de una casa, un hogar, una familia y, finalmente, su país.

Los sueños de Naoufel parecen suspendidos por su entrada abrupta a lo compleja que puede ser la vida de los adultos, en medio de uno de los estadios más plenos de la vida de un ser humano como puede ser la infancia. En el caso del protagonista, ésta no está exenta de la ensoñación de una vida alegre y placentera; la vida misma cuando despertamos por su estímulo, descubriéndola a través del Juego como exploración de todo instante único e irrepetible, manifiesto en sus datos más pequeños; ecos de nuestra finitud.

El pequeño Naoufel se entretiene con la presencia de una mosca. Se pone el reto de atraparla; un juego propuesto por su padre, quien aconseja al chico orientar y dirigir su mano hacia el costado del insecto hacía el cual probablemente volará, porque dicho animal suele reaccionar al movimiento natural de la mano que se dirige hacia ella. Engañar a tal bichito implica no permitirle adivinar que uno ya sabe su probable trayectoria; la mosca puede prever más que nosotros, al estar dotada con la visión privilegiada de sus múltiples ojos, infieren padre e hijo.

Un claro signo de lo problemático que puede ser el camino obvio y cómo un desvío puede abrir el sentido de nuestras vidas, yendo en contra del destino que todo lo ve. La mosca tiene más probabilidades porque está en su centro: el horizonte de su territorio y de la movilidad de la que es capaz dicho cuerpo vivo en el mismo. Paradójicamente, la pequeñez de la mosca es una ventaja para no ser capturada. Ésta le permite agilidad, vuelo y, por lo tanto, desplazamiento ante una fuerza mayor y contundente, aunque es claro que tales ventajas no son infalibles, de manera semejante en la que nosotros no lo somos ante las magnitudes del mundo, al igual que no lo es un cuerpo tan vulnerable como el de un niño como Naoufel.

Los seres humanos solemos identificarnos con el espacio. Solemos creer que este último determina nuestro centro, sin advertir que el centro somos nosotros y que, a través de nuestro movimiento, podemos replantearlo, aunque, como le ocurre a Naoufel, la pérdida del centro también es parte de la posible accidentalidad de nuestro cuerpo y circunstancia debido a nuestra finitud;la influencia en esta última de todo aquello que no depende de nosotros, como sucede con la mosca que acaba por ser derrotada por una fuerza mayor a ella, además de contundente.

El pequeño Naoufel está fascinadocon el vuelo del insecto como fenómeno sonoro. El padre le sugiere que se oriente por dicha condición, al igual que por la relación del mismo con la indefensión de la mosca implicada en un estadio especial de la misma: el momento en el que frota sus patas. Cuando el insecto hace eso, éste no tiene el mismo centro, su cuerpo tiene otro apoyo, el que sólo cuenta con la fortaleza de sus dos patas traseras. Habitar al mundo es poner atención a nosotros mismos; atender a la relación entre las potencias vitales que manifiesta la vida con las nuestras.

El niño porta consigo una grabadora con micrófono para registrar los instantes a los que su atención lo convoque, incluyendo el zumbar del vuelo de la mosca. Naoufel graba todo lo que considera importante, incluyendo los momentos que comparte con sus padres, capaces de fomentar y atender con amabilidad la aguda sensibilidad de su hijo. A través de tal registro nos enteramos de dichos momentos. El protagonista acude a ellos con frecuencia como vestigio del mundo que ha perdido.

Vemos a su padre tocar la guitarra como parte de un momento humorístico en la vida de aquella familia; la madre del protagonista es cellista profesional, una concertista que vive de su vocación. La plenitud de la vida de un niño, la ávida sensibilidad del sensorio que es su cuerpo, puede ser tan grande como para hacer de toda su infancia el privilegio de los mejores y más alegres recuerdos. Por eso, los niños son sagrados y, por definición, lo sagrado no se toca.

En la casa de dicha familia hay un piano que Naoufel sabe tocar, gracias a la instrucción de su madre. La película no deja de evidenciar lo importante que siempre ha sido la audición para el ahora joven, es la guía misma del sensorio que es su cuerpo. A pesar de su miopía, Naoufel puede apreciar al mundo plenamente, desde la pequeñez magnificada por el registro de un micrófono; advierte la plenitud de cada fenómeno que lo rodea con la visión especial del vibrar invisible del cuerpo de los mismos; el mundo,cuando es atendido con dicha plenitud ‒con tal armonía‒,se convierte en nuestra sensación, la sensación de nosotros mismos como experiencia de lo poético; el contenido de la forma que puede ser el arte como música de los fenómenos de la vida del mundo. Es el ejemplo de cómo, en el mejor de los casos, la infancia puede ser esa época preciosa en la que todo puede ser bello y todo puede ser motivo de alegría.

 La pérdida de sus padres obliga al pequeño Naoufel a replantear sus anhelos; el pequeño quería ser pianista y astronauta, “¡Ese es mi hijo!”, exclamó su padre cuando se enteró de las vocaciones del pequeño; evidencia de una inmensa sensibilidad que entiende la sublime magnitud del mundo que, lamentablemente ‒de manera terrible‒, se le impone a este niño que, como todo ser humano a su edad, tendrá que vivir su indefensión de manera más solitaria e intensa; nuestro dolor puede darnos las más grandes e importantes lecciones, al igual que terribles experiencias de injusticia.

Naoufel está ante el inevitable fenómeno del dolor, la derrota de la finitud de nuestro cuerpo;su tránsito como sensación y habitación de nosotros mismos. ¿Qué tan justo puede ser un mundo que no advierta la probable injusticia de tal padecimiento en el caso de un niño? Platón lo advierte en La República: si entendemos al mundo como una Cosmópolis, una ciudad que no protege su porvenir está perdida.

Las ensoñaciones son los mundos posibles que pueden vertebrar el difuso sentido de nuestras vidas. En el caso de Naoufel, se han diluido en el recuerdo del mundo que los propiciaba y que nuestro protagonista ha perdido. Tan intenso dolor hace que nuestro protagonista se apegue a los vestigios sonoros de sus imágenes; los recuerdos como sensación de la plenitud que fue aquel chico, antes de tan terrible accidente. El pequeño Naoufel está subsumido por la novedad de una nueva vida, ajena y que no ha elegido. Vemos la confusa y paradójica situación para alguien tan joven: la fortuna de haber sobrevivido a tan inesperado accidente, para quedarse solo ante el horizonte de un mundo signado por tal carencia. Naoufel, sin embargo, tiene sus recuerdos; en nuestros recuerdos también podemos encontrarnos. El mundo que perdió, el del amor de sus seres más queridos, sigue vivo de alguna forma. Ello, sin embargo, no niega lo difícil de comprender, de manera tan abrupta y a tan corta edad, que se tiene una nueva vida.

Naoufel, en más de un sentido, es un sobreviviente. A pesar de su profunda pena, ha hecho todo lo posible por sí mismo y, con tales medios, ha crecido, a pesar del agotamiento que puede implicar la prisa de los demás. El protagonista sigue manifestando su voluntad de vida.

¿Cómo juzgar la difícil decisión de no rendirse, al igual que lo complicado de vivir una vida tan condicionada a una constante sujeción?; ¿cómo dejar de ser un niño cuándo se ha solido elegir por ti y el mundo te obligó a crecer a través de sus accidentes y las decisiones de los demás? Naoufel también ha elegido y ello lo hace responsable, es consciente de ello. Sin embargo, también ha elegido en la medida en que ha podido y su circunstancia lo ha permitido.

 Como veremos, a pesar de sus errores, el protagonista tiene una respuesta para sí mismo, desde la particular sabiduría que sólo se obtiene viviendo; nuestra sensibilidad como maestra, de la que sólo podemos aprender sobre la marcha, incluyendo al error y su comprensión como amor hacia nosotros mismos; la sabiduría de la sensación de nuestros cuerpos,de los cuales no sabemos realmente lo que pueden.

Esta es también la historia de un encuentro, la historia de un encuentro con nosotros mismos, en un sentido más literal de lo que podemos creer. Se advierte la importante influencia de la narrativa de Guy de Maupassant en la película. Se hace un homenaje a dicho autor en una de las secuencias del film; la biblioteca en la que trabaja Gabrielle, la protagonista femenina del largometraje, lleva el nombre de tan célebre discípulo de Gustave Flaubert, contemporáneo de Émile Zola e influencia de Howard Phillip Lovecraft.

Vemos en las primeras secuencias de la película cómo una mano mutilada escapa de una especie de pequeño almacén que se antoja insuficiente y provisional. La mano de manera autosuficiente, sin el resto del cuerpo al que podemos inferir que perteneció, tiene vida por sí misma. A lo largo del film, vemos su recorrido por una ciudad convulsa ‒como muchas ciudades actuales, correspondiente con la manera en que solemos entender la imagen y noción de una gran urbe.

La mano logra no sucumbir al asecho de una paloma en su nido que ‒por la vulnerabilidad de ambos cuerpos y sus respectivas fuerzas‒ acaba matada en un fatal accidente; logra escapar de la persecución de las ratas del metro, al igual que de la amenaza de ser aplastada en las vías del mismo por uno de sus trenes; consigue su fuga de la casa de un ciego, después de haber sido recogida por el perro guía del mismo, para después ser confundida probablemente con otra rata, siendo perseguida por dicho hombre y su guía.

A lo largo del film, vemos como esa mano ‒a través de momentos específicos‒ empieza a tener recuerdos de su origen: su tacto sobre la arena de la playa y su emerger del agua del mar, después de estar cerca de un bebé siendo bañado, por poner dos ejemplos. También recuerda cuando alguien tocaba el piano en su presencia y también que ella, la mano, llegó a tocar el piano. La audición de la ejecución de dicho instrumento por parte del hombre invidente la llevó a esa memoria. La mano busca algo, sigue la ruta de su sensación. Parece dirigirse a su destino.

Naoufel vive en una pensión en un cuarto que comparte con su primo, con el cual no se lleva bien. Tiene que dar una cuota diaria por dicho alojamiento a su casero. Para mantenerse debe trabajar como repartidor de pizza, labor en la cual es sumamente ineficiente, lo cual también asegurará la protagonista de la película: “Evidentemente esto no es lo tuyo, deberías cambiar de trabajo”, le dice al chico. La prisa de los demás constriñe a dicho cuerpo, en medio de una ciudad convulsa e indolente que, en esa época, acentúa la complejidad de su frenesí, por la adversidad cotidiana de la lluvia. El protagonista es reprendido constantemente por su jefe, debido a la impuntualidad de sus entregas; Naoufel en una misma semana ha tenido que entregar de manera gratuita seis servicios por llegar más de veinte minutos tarde, la garantía de atención de la pizzería en que trabaja.

Un signo de la indolencia de la ciudad se hace evidente cuando Naoufel es impactado por un auto, con la suficiente fuerza como para averiar su motocicleta: “¿Estás bien?”, preguntó el automovilista que chocó a Naoufel. Éste último confirma que no está herido, sin embargo, el automovilista se da a la fuga para no hacerse responsable del vehículo que descompuso con el impacto de su auto. Es aquí cuando vemos también que nuestros modos de vida, nuestra prisa por ejemplo, determina nuestra circunstancia más concreta y material, entrando en juego nuestra economía como principio de acción ante la adversidad. Quizá, aquel hombre no podía hacerse cargo de la reparación de la moto de Naoufel. Sin embargo, entendía la gravedad de que este último estuviera herido. Advertimos cierta consciencia de lo importante del bienestar de un ser humano, un cuerpo vivo. Quizá, aquel hombre, más que no importarle la gravedad de la situación de Naoufel ante dicho estropicio, no podía costear la reparación correspondiente. Es obvia la responsabilidad de dicho conductor. Sin embargo, es sugerente pensarlo en relación con nuestra necesidad; ser más justo y comprensivo, en lugar de sólo verlo como un acto negligente. Sin embargo, lo que realmente me parece grave es que dicho hombre se haya dado a la fuga sin intentar llegar a algún acuerdo con Naoufel para no dejarlo tan afectado. ¿Hemos perdido nuestra capacidad de llegar a acuerdos por la rigidez de nuestras formas de vida? Si es así, ¿cómo no esperara el privilegio de nuestras necesidades al grado de confundirlas con nuestros intereses privados, por encima de los demás? En ello se manifiesta también la indolencia de una falta de empatía, como parte de la vida normalizada de una llamada: “gran ciudad”.

Al igual que en Lluvia de Paula Hernández, que en El mismo amor, la misma lluvia de Juan José Campanellay que en Un día de lluvia de Alicia Zárate y Julio Godefroy, la película nos muestra el importante encuentro entre dos soledades, en medio y a través del gran símbolo de la adversidad que es la lluvia. Igual que en tales referentes, nos encontramos con una historia de amor en medio de la lluvia. Un motivo cinematográfico muy recurrente: el amor como triunfo ante el mundoque hemos construido, opuesto al placer y al goce como satisfacción de nuestros deseos más importantes.

En una de tantas entregas fallidas de nuestro protagonista, este último conoce a Gabrielle a través del interfón del edificio en el que esta última vive. Ella está en el piso treinta y cinco. Le gusta vivir a dicha altura porque sólo se oye el viento cuando cae la lluvia. Para ella, es como vivir en una especie de bruma protectora; la experiencia solitaria y celeste de estar en medio de un blanco y diáfano vacío como el de un paisaje nevado. Cuando el viento es muy fuerte, Gabrielle disfruta del mecer de su edificio; una imagen de la aparente soledad de la autosuficiencia que puede implicar estar con uno mismo.

Tal es lo que sabemos de ella, a través del encuentro fallido entre ambos personajes ‒la entrega de una Pizza Napolitana con cebollas extra‒; él no puede abrir la puerta del edificio, a pesar de que sigue las instrucciones de Gabrielle. Por otra parte, debido al accidente de tráfico sufrido por Naoufel, tanto su moto como la pizza quedaron igual de estropeados. Ambos chicos se ponen a conversar, mientras él come la pizza y bebe la cerveza que también Gabrielle había pedido ‒Naoufel le dice que las cebollas extras fueron una mala idea.

Vemos la conmoción de él, cuando aquella chica con nombre de ángel le pregunta si está bien después de haber sido chocado por un auto. Se evidencia la soledad del protagonista, alguien que no es tomado en cuenta y que, a su vez, generalmente es ignorado y sólo es usado cuando es necesario. Ello se evidencia en el film, a través de la breve interacción entre Naoufel y su jefe, al igual que entre Naoufel y su casero; imágenes fugaces pero contundentes de la indolencia que implica nuestra normalización como distanciamiento y falta de atención al mundo, incluyendo a los demás.

Podemos advertir en el impacto de la atención de Gabrielle en el protagonista un resabio de la profunda carencia de Naoufel; el duelo por la pérdida de sus padres; la falta de lo especial de su atención; un amor y cuidado únicos.

Es sugerente pensar en el porqué del que el protagonista esté llevando a cabo un trabajo que lo puede poner en un peligro semejante al que le arrebató la vida a sus padres; usar una motocicleta, a sabiendas de la posibilidad de tener que dar servicio mientras llueve. Si bien es probable que sus opciones laborales no sean muchas, podemos inferir tal posicionamiento como una disposición al riesgo que tenga que ver con la culpa por haber sobrevivido. Más adelante, veremos que dicho apego es todavía más complejo.

La mano sigue su búsqueda. Ha llegado a la azotea de un edificio, hasta ahí la ha llevado su sensación. Dicho apéndice aparente ha acudido a su sensación como rastro de lo que fue: parte de un cuerpo vivo más complejo. Coincide en dicho espacio con un grafitero con máscara de paloma. Este último parece intervenir edificios altos. Podemos inferirlo por la facilidad con la que habita dichos sitios, además del signo de su máscara. Dicho personaje y la mano no se encuentran. Esta última ‒de alguna manera‒ entiende la importancia de permanecer oculta de los demás. El grafitero, en el frente de dicho edificio, pinta: “Estoy aquí”, como si se tratara de un avatar de la paloma que mató accidentalmente la mano ‒recordemos que las aves son un símbolo de la relación entre el cielo y la tierra‒ señalando el edificio en el cual esta última se encuentra. Dicho signo, por supuesto, me recuerda a una película también comentada en este espacio. Probablemente se traten de los signos de nuestro tiempo; los signos del discurso de la urgencia de nuestro mundo.

La mano, a través de un paraguas, consigue continuar su odisea en el vuelo de los vientos de la ciudad, en medio del tráfico de la urbe. Para llevar a cabo dicha aventura, vemos dos ensoñaciones presentes. Una se apareció ante la mano al oír el piano del hombre ciego en su casa: Naoufel, pianista concertista. En este caso, ante la mano, como si le estuviera dando instrucciones a la misma, está la ensoñación del Astronauta. La mano prosigue la búsqueda del cuerpo que ha perdido.

Tales imágenes, dichas ensoñaciones,poseen un tiempo que Gaston Bachelard llama: “tiempo vertical”; el tiempo de la ensoñación como estadio intermedio entre la vigilia y el sueño. Ambas ensoñaciones, como parte de los anhelos de toda vida humana, se manifiestan de manera explícita en el film durante el funeral de los padres de Naoufel. Ante las tumbas de seres tan queridos por el protagonista, el pequeño Naoufel tiene a su lado la figura respectiva de sus dos sueños; el anhelo de dos vocaciones como sentido de la vida de los mundos posibles de nuestro deseo: Naoufel, el pianista y el astronauta. Ambos acompañan al chico; habitan su cuerpo como habitan la mano capaz de verlos y ser guiada por los mismos; los sueños como densidades ontológicas de la vida posible que un niño sueña porque puede imaginarla; la imagen de la vida de un mundo posible convertida en un deseo. Ambos sueños acompañan al pequeño en su duelo, evidencia de que no está solo; está en compañía de sí mismo.

Naoufel vive la tensión de no abandonarse; no abandonar su deseo manifiesto en sus sueños y, por lo tanto, no abandonar a estos últimos, a pesar de la contundencia de los hechos del mundo y la áspera imposición de los mismos como: lo posible, lo verdadero, lo real, lo que debe ser, ante todo aquello que tal creencia y sus enunciaciones niegan y ostentan como: lo imposible.

Esa misión se vuelve compleja cuando se nos suele instar a renunciar a lo que realmente queremos: nuestros sueños, cuya vida suele oponerse a la prisa del mundo porque ésta última es contraria a la serenidad del tiempo vertical de la contemplación que requiere soñar e imaginar; tendemos a privilegiar el tiempo horizontal de la prisa de lo demás y los demás, la prisa del mundo. No abandonar nuestros sueños es estar en compañía de nosotros mismos; habitar nuestro deseo y, por lo tanto, no abandonarnos; mantener vivo al héroe que vive en nuestra alma, el niño que siempre le dice: “sí” a la vida.

Por su parte, Naoufel busca a Gabrielle en el directorio telefónico. Debido a las carencias del joven, se puede inferir su escaso acceso a la tecnología, a pesar de tratarse de una película de hace casi cuatro años. El protagonista logra dar con ella, sin embargo, ve interrumpido su esfuerzo por su primo, quien desconecta el teléfono ante la urgencia de entrar al baño, donde el protagonista estaba refugiado. El lugar donde vive el protagonista, además de compartirlo, carece de privacidad. Podemos inferir con ello toda clase de dificultades que el joven ha pasado desde su orfandad, contrastante con la vida que llevaba al lado de sus padres.

Naoufel logra dar con la biblioteca en la que trabaja Gabrielle. Pregunta por ella y confirma que dicho lugar es el ámbito laboral de la joven. Sin embargo, prefiere ser discreto ante ella. Inferimos que trata de llevar a cabo una estrategia para conocerla, sin que ello resulte demasiado invasivo. Sigue a Gabrielle y encuentra que parte de su recorrido incluye su paso por un taller de carpintería, al cual el protagonista acude al día siguiente. Dicho negocio es atendido por el tío de Gabrielle: Gigi. En una de las ventanas del lugar, Naoufel ve un anuncio en el que el taller solicita aprendices. “Ese anuncio es de hace diez años, ya no busco aprendices”, Le dice Gigi al joven. Naoufel insiste y, finalmente, es puesto a prueba.

Hay un gesto de Gigi que evidencia su carácter sabio y comprensivo. Naoufel toca una mesa que está recién pintada y arruina el acabado de la misma. Gigi no le da importancia, es un error que se arregla con un brochazo. Un gesto de desapego que corresponde con la oportunidad que le da al joven.

Es contrastante tal actitud de Gigi con la lógica de la crueldad de los modos de vida de la ciudad que retrata la película, muy semejante a la de aquellas en las que la mayoría de nosotros vivimos. Naoufel va a una fiesta en la que alguien le quita su lugar en la barra de la misma. Dicho hombre reacciona de manera hostil y agresiva ante el reclamo, diciéndole a Naoufel que se vaya a otra parte. El protagonista le indica que está ahí su bebida, “Lo hubieras dicho antes”, dice dicho personaje, para después escupir en la bebida del protagonista. Tal conflicto acaba en una pelea a golpes entre ambos. Se trata de una secuencia que expone tres fenómenos: el hostil transplante de Naoufel a dicha ciudad, desde que quedó huérfano; la tendencia de Naoufel a privilegiar ‒en la medida de sus posibilidades‒ su estadio en contextos hostiles ‒quizá una especie de autocastigo por la culpa de haber sobrevivido‒; la indolencia normalizante y tendiente al egoísmo en la que solemos vivir de manera reactiva como manifestación de nuestro malestar.

En una de las secuencias inmediatas a la muerte de los padres de Naoufel, vemos como él, todavía siendo un niño, llega al aeropuerto para irse a dicha ciudad. Dos trabajadores del aeropuerto se hacen responsables de Naoufel porque viaja solo, como lo indica el gafete que el chico trae puesto. El pequeño sonríe y extiende la mano para saludar. Sin embargo, ninguno de los dos adultos corresponde con el gesto, mientras lo ven con indiferencia.

Uno no siempre sabe qué trago amargo los demás han bebido, al grado de ser sedimento para su miseria o su tristeza. Tampoco los demás saben del dolor que solemos llevar a cuestas. ¿No será importante pensar en lo generoso que, al respecto, puede ser la consideración de nuestra amabilidad?

Ante circunstancias como la anteriormente planteada, es difícil no reflexionar acerca de cómo hemos normalizado ‒quizá por las aparentes razones de un llano instrumentalismo a favor de la eficiencia como aptitud y cualidad; condiciones que dirigen nuestra prisa cotidiana‒ una hostilidad reactiva que solemos fomentar a través de una aparente protección, una defensa entre nosotros; violencias irracionales e ilegítimas, condicionados por la creencia de concebir al mundo como una adversidad, renunciando así a la responsabilidad de atender nuestro malestar, en el cual se manifiesta lo que nos pasa y, sobre todo, lo que sentimos.

Naoufel empieza a trabajar con Gigi. Es entonces que ocurre el primer encuentro directo entre el protagonista y Gabrielle. Esta última no está muy de acuerdo en la presencia del chico en la carpintería. Gigi está enfermo y Gabrielle siente que su decaimiento se agravará si deja de trabajar, por lo cual siente inoportuna la presencia de Naoufel en el lugar. El joven evidencia que le va a costar trabajo aprender el oficio; su primer día tira una tablas y se astilla un dedo con las mismas, acaba siendo atendido por Gabrielle. Sin embargo, con el paso del tiempo, Naoufel logra, no sólo desempeñarse con virtud en el oficio que ha aprendido sino también llega a amar al mismo, al encontrar a través de su ejercicio sus posibilidades creativas; las potencias poéticas de un oficio tan noble como la carpintería, el cual todavía tiene un vínculo importante con la naturaleza a través de un material como lo es la madera; el cuerpo de un árbol capaz de conservar y ser estadio del calor. El chico parece recordar que es un poeta; nuestra vocación como habitación de nuestra sensación de cuerpos vivos.

Bajo el lluvioso y gris cielo de la ciudad, en uno de los techos del edificio en el que se encuentra el taller de Gigi, Naoufel construye un refugio para el encuentro; un lugar acogedor para aquellas soledades que se encontraron bajo la lluvia de una noche en la ciudad; dos cuerpos que viven el frío de la indolencia de la urbe.

Naoufel se entera del gusto de Gabrielle por la Antártida y los osos polares; la imagen de un paisaje semejante al que le evocan a la chica las fuertes lluvias en el departamento en el que vive, como le llegó a comentar al joven repartidor que fue el protagonista. Este último ya le había regalado un llavero de madera con forma de oso polar que él mismo hizo. Esta vez, Naoufel ha construido en dicho techo un iglú de madera.

En la visita en la que el chico le regala el llavero, el protagonista invita a Gabrielle a emular el paisaje que a la chica le evoca el edificio en el que ella vive, al ser balanceado por una intensa lluvia: “Si te tapas bien los oídos y los golpeas uno a uno suavemente, probablemente sea semejante a caminar sobre la nieve”, le dice Naoufel a la chica, acudiendo a su sensación, a la habitación de su cuerpo, manifiesta en la relevancia que ha tenido la audición en la vida del joven como habitación de su sensación. De tal forma, coincide con el referente visual de Gabrielle como habitación de la sensación de esta última, logrando provocarle una sonrisa. Tanto la risa como la sonrisa son encuentro. Hay quien dice que la risa ‒incluyendo a la sonrisa que implica‒ es la distancia más corta entre dos seres humanos. También podría serlo ‒me atrevo a sugerir‒ entre dos seres vivos.

El protagonista llegaba al taller de Gigi cuando vio que su primo conversaba con Gabrielle. Naoufel había dejado la pensión, ya que Gigi tenía un espacio para que él viviera en el edificio sobre el que construyó el Iglú de madera para Gabrielle. El primo de Naoufel dio con él e invitó a Gabrielle y al protagonista a la fiesta en la que acabó a golpes con el tipo que escupió en su bebida. Ambos protagonistas decidieron ir juntos, Gabrielle quedó en pasar por Naoufel al taller de Gigi. Esa noche el protagonista decidió mostrarle su regalo a la chica.

Fue entonces que Naoufel pidió a su antiguo empleo una pizza Napolitana con cebollas extra para la señora Matínez, el nombre del interfón que correspondía con el departamento de Gabrielle ‒el encargado de mantenimiento no había cambiado los rótulos de dicho dispositivo. El protagonista también pidió la misma bebida que Gabrielle había solicitado aquella noche de lluvia, para ambos. La comida estaba dentro del Iglú. Gabrielle admiró el esfuerzo del protagonista, al ver el diseño tan logrado que había conseguido. Sin embargo, cuando se enteró de que se trataba del repartidor de aquella noche, lo consideró un engaño, un ardid para acostarse con ella y un abuso de confianza, aunado el hecho de que Gigi se había entusiasmado con la presencia del joven en su taller. Gabrielle le reclamó su falta de consideración al protagonista; Gigi está enfermo, a Gabrielle no le parece justo exponer a su tío a tal clase de disgusto, a pesar de que Naoufel, con su presente, evidencia amar el oficio que ha aprendido y del intento del chico de explicarle que, dadas las circunstancias, no sabía cómo encararla. El joven evidencia su inseguridad; “¿Qué querías que te dihera? ‘Soy el repartidor, el que no puede ni abrir una puerta’”, intenta explicar Naoufel. Ella se va y deja solo al chico.

Es doloroso ver cómo Naoufel intenta destruir lo que con tanto esfuerzo construyó; intenta romper el iglú de madera, golpeando su obra como si fuera parte de sí mismo, una extensión de su cuerpo.

Antes del desencuentro entre ambos protagonistas, sucede una de las secuencias más bellas del film; un diálogo entre ellos acerca de la vida y el destino. Naoufel afirma que no se puede escapar del destino, lo entiende como todas aquellas cosas que no dependen de nosotros y que simplemente nos tocan como parte de nuestra trayectoria vital. Podemos identificar dicha postura como todo el dolor posible e inevitable que nos puede tocar como parte de nuestras vidas, las vidas de cuerpos vivos. Ningún cuerpo vivo está exento de dolor, a todos nos pasanos toca‒ y todos lo sentimos de diversas maneras y en distintas intensidades.

Ello no legitima derecho alguno a la crueldad ‒supuesto y muy cuestionable derecho a una posibilidad de nuestra libertad sumamente problemática‒, la inevitabilidad del dolor evidencia que, en más de una ocasión, nuestras vidas atraviesan dicha posibilidad, lo cual hace ilegítimo todo ejercicio gratuito de crueldad como manifestación de nuestra miseria o resentimiento; el malestar implicado en no hacernos cargo de lo que sentimos; nuestras emociones y nuestros sentimientos; no hacernos cargo del dolor que a todos nos pasa y a todos nos toca.

Sin embargo, lo que sí depende de nosotros es cómo nos posicionamos ante el dolor; si hacemos que el mismo alimente nuestra miseria o si tratamos de comprender dicha experiencia para hacernos cargo de la misma y ser más responsables de nosotros mismos y, por lo tanto, de nuestras acciones. De esa manera es comprensible cuando el budismo nos dice: “el dolor es inevitable, sin embargo, el sufrimiento se elige”. ¿Qué tanto elegimos vivir con sufrimiento como adolescencia de nuestra miseria?; ¿no sería la advertencia de tal peligro la evidencia de la importante necesidad de ser responsables de nosotros mismos?

En relación con esto último, Naoufel nos da una respuesta muy interesante a raíz de una pregunta de Gabrielle: “¿Y qué haces con el destino?”, a lo cual Naoufel responde: “Te alejas lo más que puedes de él”. Igual que para atrapar a la mosca ‒entrampar al destino‒, te alejas de la trayectoria obvia; te desvías para abrir el sentido que el destino intenta cerrar; te descolocas para convertirte en tu centro; te pierdes para encontrarte, aunque ello implique tener que perder y renunciar a elementos de nuestra vida sumamente relevantes y queridos por nosotros.

El destino parece haber desviado con su determinación a Naoufel. Sin embargo, el destino también es el mundo posible en el que se manifiesta su determinación. En cambio, la libertad es el desvío que hacemos de dicha trayectoria. Naoufel nos demostrará que sabe qué es perder porque lucha por encontrarse.

Sin embargo, el protagonista tiene otra prueba más para su coraje, con la cual comprenderá con más claridad la dolorosa e importante lección del desapego; el dolor, como siempre, será inevitable. Sin embargo, Naoufel seguirá eligiendo; es claro que no opta por el sufrimiento;por amor, Naoufel se aventó al vacío y perdió a Gabrielle. La siguiente prueba del destino constituirá la comprensión que vertebra al amor por uno mismo.

Después de aquella fiesta malograda en la que Naoufel acabó con resaca y un ojo morado, aquella noche en la que Gabrielle se disgustó con él por su ardid, el aprendiz llega al taller para cumplir con un encargo que Gigi le deja indicado, además de un antiácido con un vaso de agua para su malestar.

Aquella mañana, el chico sacó de una caja donde guarda los vestigios de su vida pasada ‒entre ellos, las grabaciones que hacía de niño‒ un reloj que pertenecía a su padre y que le recuerda al juego de atrapar a la mosca, el reto que unía a padre e hijo. Naoufel debe cortar unas piezas que son parte del patrón de un encargo para el taller. Sin embargo, el chico está descentrado por su malestar, juega con una mosca cercana a atraparla. La sierra eléctrica de mesa que utiliza está funcionando. De manera imprudente sigue tratando de atrapar la mosca con su mano, provocando que el reloj de su padre se atore con el mecanismo de la sierra. El protagonista, después de pegar un grito estremecedor, cae al suelo desmayado. Vemos cómo ha perdido la mano izquierda, al haber perdido el centro de sí mismo; la atención de la habitación de su sensación como habitación de sí mismo. Naoufel, deshabitado, acabó por perder parte de su cuerpo, además del que en ese momento ya había abandonado. Tal deshabitación, motivada por su apego; el afecto al pasado de un mundo que ha muerto con sus padres.

Este último posicionamiento de mi parte tan sólo es una descripción lógica de los hechos correspondientes de una secuencia de la película que estamos pensando, no pretendo llevar a cabo juicio moral alguno. Todos hemos tenido momentos semejantes, a pesar de la diversidad de los mismos y de la gravedad de sus consecuencias. Son accidentes que, en lugar de juzgar culpigenamente para castigarnos, habría que comprenderlos con amabilidad para hacernos responsables de nuestros actos y liberarnos del control y el apego que constituyen a la inercia de la culpa, al igual que a su miseria.

Es fácil de imaginar que no es sencillo superar un duelo tan terrible. Sin embargo, tal acto de amor por nosotros mismos nos es constitutivo y es parte de hacernos responsables de nuestra sensación, de lo que sentimos, es parte de habitarnos para no elegir el sufrimiento del dolor que es inevitable; ser comprensivos con nosotros mismos como una acto de amor y generosidad hacia nosotros mismos que pueda implicar nuestro perdón para nosotros, una reconciliación con lo complejos e inconmensurables que podemos ser.

En una de las audiciones de las cintas de Naoufel, nos enteramos de que uno de los momentos que quedaron registrados en las mismas fue el instante del accidente que le costó la vida a sus padres. El protagonista escucha el registro de tal instante ‒quizá como parte del autocastigo al que parece tender el chico‒, evidenciándose que el padre de Naoufel distrae su vista del camino para decirle a su hijo que no saque el cuerpo del auto; el pequeño quería gravar el exterior, la ráfaga de viento del auto en movimiento, y para ello sacó la mitad del cuerpo del vehículo. Ello hizo que el padre del muchacho no advirtiera un siervo con el que acabó chocando ‒probable signo de la inocencia de Naoufel‒ haciendo que el conductor perdiera el control del coche, precipitándolo a una aparatosa volcadura.

Es inferible que Naoufel se sienta culpable por aquel instante, además de sentirse culpable por haber sobrevivido. Lo anterior, sin permitirse comprender ‒sin ser más justo consigo mismo‒ que él era demasiado pequeño para poder hacer cualquier cosa ante dicho evento, tan sólo fue un accidente, una de tantas posibilidades de lo que nos toca; el destino del dolor y de la muerte,del cual todo ser vivo es susceptible desde que nace. Vemos en ello la profunda y dolorosa raíz del apego del ahora joven al mundo que perdió; el dolor profundo de su nueva vida.

La mano ha encontrado a su dueño. Finalmente, a través de un magnífico uso del recurso del flashback, nos enteramos de que se trata de la mano mutilada de Naoufel. Ésta busca su lugar, trata de ubicarse en el muñón del chico, mientras recuerda su sensación como memoria de sí misma; nuevamente, está muy presente el recuerdo de su tacto de la arena y del agua de la playa. También llegan momentos de alegría tocando del piano, al lado de la madre del protagonista. La mano se encuentra con Naoufel; un encuentro con uno mismo a través de la pérdida, la carencia que ésta implica. La mano reconoce su casa en aquel cuerpo: su hogar.

Gigi trata de hablar con Naoufel. El carpintero se encuentra con una puerta cerrada ante la que asegura al protagonista que ha firmado los papeles del seguro para que el joven reciba la atención necesaria ante su discapacidad. Sin embargo, no recibe respuesta y Gigi se resigna. Naoufel deja el taller; acomoda su antigua habitación y pone sobre sus sábanas un libro que le había prestado Gabrielle: El mundo según Garp de John Irving. Vemos cómo Gabrielle recoge el libro y explora el lugar. Parece sentir la ausencia como fuerte impronta de Naoufel en su vida.

En dicha alcoba se encuentra la mano. Dotada de la sensibilidad de su antiguo dueño, ha decidido dejar de seguirlo como si hubiese elegido ser independiente, después de toda su odisea por encontrarlo. En la alacena de la alcoba, dicho antiguo apéndice de Naoufel también ha construido un iglú. El suyo ‒signo de una sensibilidad que todavía comparte con su antiguo dueño‒ lo hizo con cubos de azúcar. Gabrielle descubre dicho émulo de una parte de la presencia de Naoufel. La chica se queda un rato en la alcoba, recostada en la cama que usó el protagonista; un claro signo de nostalgia. En ese momento, empieza a nevar.

Gabrielle sale a la azotea a ver el iglú que construyó Naoufel lleno de nieve. Encuentra una tabla posicionada en una orilla de dicho techo como si fuera un trampolín, para dar un salto hacia la plataforma de una grúa frente al edificio en el que está el iglú. En la plática en la que Naoufel le habló a la chica de cómo alejarse del destino, el chico le puso como ejemplo de tal distanciamiento el salto de dicha azotea hacia la plataforma de aquella grúa frente a su edificio; un reposicionamiento del cuerpo para recuperar su centro, un cambio de dirección y trayectoria que desafía la obviedad del sentido que supuestamente indicaría nuestro destino. Naoufel le pidió a Gabrielle que se imaginara tomando el impulso necesario para después, en el momento justo, saltar al vacío, llegar a aquella plataforma y gritar eufórica por haberlo conseguido.

Ese es el precioso final de esta película. Gabrielle encuentra cubierta de nieve la vieja grabadora con micrófono de Naoufel. Esta última está abandonada detrás del tablón que sirvió como trampolín para dicho salto. En dicha grabadora quedó registrado tal instante, antecedido por otro momento sumamente importante de la vida del protagonista. Gabrielle oye también la charla anterior al accidente en el que perecieron los padres de Naoufel. Sin embargo, la chica no llegó a escuchar el momento del fatal impacto; justo donde se había registrado tan terrible instante, el protagonista grabó su salto, encima de aquel momento del destino que cambió su vida para siempre, para por fin dejarlo ir, renunciar a él y desapegarse de dicho evento, al igual que del dolor del mismo; el acto inaugural de una nueva vida; la elección de un adulto, dejando Naoufel de ser el niño indefenso, sujeto al destino,que lo conminó. Tal decisión de Naoufel evidencia lo difícil que es cerrar un duelo y el tremendo coraje que se necesita para hacerlo.

 Gabrielle oye con sus auriculares el renacer de una vida. Ella está ante el escenario de tal evento, tal como fue. Mientras escucha la grabación, Gabrielle puede ver ante sí ‒a través de tal montaje‒ el cuerpo sonoro e invisible de Naoufel corriendo hacia el tablón para impulsarse hacia el vacío; Naoufel, con el registro de su acción, se hace presente ante Gabrielle. Se escucha la caída del chico en la plataforma de la grúa y, finalmente, el grito eufórico que le produce su victoria: la conquista y el dominio del territorio de sí mismo. Naoufel perdió una mano por su apego, sin embargo, a través de la comprensión de su duelo, logró desapegarse de la culpa que lo sujetaba; renunció al pasado, dejando ir al mundo que perdió para elegir su nueva vida, tomando otra ruta; el desvío de alejarse del destino para encontrase consigo mismos. Naoufel perdió una mano y se ganó a sí mismo.

Podemos inferir que el protagonista también renunció a los vestigios de aquel tiempo pretérito; la grabadora, el reloj y demás objetos personales, al igual que sus grabaciones. A pesar de perder una mano, Naoufel recuperó su cuerpo a través del encuentro consigo mismo que también es el amor. Esta historia también es la de un niño que se convirtió en hombre a través del amor. Gabrielle es testigo de dicho triunfo; mira a Naoufel, a través de su audición, con los ojos del corazón, capaces de ver lo esencial, más allá de las apariencias.