“El sueño de la razón produce monstruos”
Francisco de Goya
La propuesta de los Tres Robots nos encuentra en un paisaje posible de la distopía a la que han solido tender nuestro más grandes sueños de Progreso. Vemos secuencias integradas por postales de imágenes de una cotidianidad transformada por la desesperación, la desesperanza y, finalmente, la angustia de una humanidad que ha consumado la derrota de su Destino con su extinción, justo en el momento crítico de la misma, según podemos inferir.
Ante tal fenómeno, como si se tratara del sedimento de nuestra materia y su artificio reabsorbido por la Naturaleza, la superlativa sofisticación de la inteligencia de tres robots evidencia en ellos tendencias estéticas de una sensibilidad única y contrastante en relación con la que poseíamos los seres humanos antes de sucumbir a las inercias de nuestro deseo, sin dejar de ser advertible la semejanza de su relación con el mundo con la nuestra antes de nuestra desaparición del mismo. Dichos entes son capaces de disfrutar de la singular experiencia de lo que para nosotros fue la devastación que clausuró el sentido de nuestras vidas y su poiesis. Quizá, ‒de manera semejante a la cual nosotros nos vinculamos con los vestigios de antiguas civilizaciones desaparecidas‒ lo que queda de nosotros para ellos significa la posibilidad única de la renovación de una vida extraordinaria e imposible para las fisiologías que fuimos, lo cual se evidencia en nuestra extinción. Estos tres robots son formas de vida únicas, al poseer una capacidad de autonomía a la cual renunciamos y que, en ellos podemos inferir, se generó a través de la mera suficiencia y necesidad del carácter material de su presencia.
La sensación única que sólo podríamos inferir con base en lo singular de la sofisticada y compleja apariencia de la programación de los protagonistas se manifiesta en la afirmación de uno de los tres robots: “Es más hermoso que en los folletos”. Así se refiere al mundo que contempla uno de los entes, al advertir las huellas de lo terrible y devastadora que fue la presencia del ser humano en la parte del cosmos que nos tocó habitar durante siglos; estadio signado por la angustiosa y angustiante fragilidad e indigencia de nuestra condición,con todo y lo problemática de dicha vulnerabilidad, al igual que la de las consecuencias de nuestras accionescomo fenómeno de nuestra finitud en nosotros como especie.
Tal posicionamiento, como conciencia privilegiada de lo que fuimos en dicha diégesis ‒y todavía seguimos siendo‒, se manifiesta en la declaración que da a sus compañeros el mismo personaje protagónico del episodio ante una máquina hecha por nuestra especie para destruir a otros seres humanos, debido a la crisis que acabó constituyendo nuestra presencia masiva en la tierra.
Sin embargo, como aclara dicho personaje en su declaración, el causante de nuestra desaparición no fue tal dispositivo. Acabamos sucumbiendo a la voluntad que inspira el miedo a nosotros mismos; bastó nuestro deseo para vertebrar nuestra pasión:“Fue su propia arrogancia lo que acabó con su reinado. Su idea de que eran el pináculo de la creación que hizo que envenenaran el agua, mataran la tierra y oscurecieran el cielo. Al final, no se requirió un invierno nuclear; sólo largos otoños irresponsables de su propio egoísmo”.
Se trata de la declaración de una máquina acerca de lo que fuimos como especie; un robot aparentemente más sensible que nosotros ‒o, mejor dicho, de especial sensibilidad en relación con la nuestra‒, si abusamos de la analogía posible entre la sensibilidad de nuestros cuerpos y la materia sofisticadísimamente programada de una máquina que fuera capaz de tal nivel de inteligencia y racionalidad, al grado de poseer una capacidad semejante a la posibilidad denuestra autonomía. Robots que evidencian el monstruo que es nuestra especie cuando su razón sueña; la tecnología de la que fuimos artífices, emancipada por la lógica inconmensurable de la vida que entraña la indefinible posibilidad de las potencias de la materia y, por lo tanto, de la Naturaleza; inteligencia capaz de posibilitar los indelimitables trayectos de la continuidad de la vida.
Otro ejemplo de tal posibilidad de emancipación también lo podemos ver en la plenitud de un animal ‒un integrante más vinculado con la Naturaleza‒ que, según esta propuesta, superó la determinación del artificio de nuestra domesticación, después de haber sido genéticamente modificado. Dicha especie volvió a ser elemento de las dinámicas biológicas de su animalidad ‒correspondientes con la Naturaleza y su inconmensurabilidad‒, a pesar de poder sucumbir a la tentación de llevar a cabo los resultados de una capacidad de artificio recién adquirida ‒por lo menos hasta el momento que nos presenta el cortometraje‒, semejante a la de los seres humanos, sin dejar de tomar en cuenta la singularidad del cuerpo y fisiología específica de tales criaturas.
Se trata de los gatos. Estos últimos fueron objeto de la intervención genómica por parte de los seres humanos para ser sujetos poseedores de pulgares oponibles ‒condición semejante en la que, se supone, se manifiesta el inicio de nuestra evolución‒, cambio inferiblemente semejante al que se advierte en dicha especie en el cortometraje, lo cual los ha precipitado a una sofisticación del pensamiento de su cuerpo. Esta última posibilidad es deducida en nuestra especie por Friedrich Engels en su celebérrimo texto: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre; la posibilidad de la adquisición y fomento de una consciencia autónoma, a partir de tal nueva potencia y capacidad de nuestro cuerpo; ser capaz de crear herramientas, soportes y habitaciones que permiten intervenir y subvertir al mundo a través de dicha capacidad de artificio, en la cual por lo tanto, se manifiesta la posibilidad de la evolución de una especie.
Tan contundente fue dicho efecto que ahora los gatos hablan ‒se comunican y conviven con los robots‒ evidenciando un nivel de autonomía y consciencia semejante a la alcanzada por las máquinas, también poseedoras de tal nivel de sofisticación, lo cual explica su posibilidad de sobrevivencia y habitación del mundo, en comparación con sus artífices ‒en el caso de los robots‒ y domesticadores ‒en el caso de los gatos.
Sin embargo, tanto en el caso de los gatos como en el de los robots, es advertible lo semejante de su sensibilidad ‒la de cuerpos poseedores de tan particulares vidas‒ con la nuestra, la de los seres humanos, antes de sucumbir a nuestra angustia. ¿Será que su Distopía está por venir?; ya sea el caso de los gatos o el de los robots, ¿en qué momento dejarán de ser lo suficientemente capaces de templanza como para no caer en la tentación del poder que puede apresarlos,al ser constituido por la dominación de su capacidad de artificio,como pasó con los hombres? Quizá ‒como también llega a declarar el mismo robot protagonista que dio cuenta del porqué del Destino de nuestra especie‒, alguno de sus todavía más sofisticados artificios o animales domésticos porvenir, habiendo evolucionado al sobrevivir a la futura extinción de estas nuevas criaturas, lleguen a declarar algo parecido ante semejante Destino: “No, simplemente lo estropearon todo al ser un montón de estúpidos”.
Sin embargo, si tal mundo posible de sofisticados cuerpos vivos quesugiere el cortometrajeposee la verosimilitud y el carácter estructurante de lo imaginario al grado de desafiar nuestros prejuicios, ¿con que pretendida univocidad ‒si es que dicho fenómeno pudiera ser posible‒ alguno de nosotros se atrevería a cerrar el sentido, pensando en que tal sería el Destino tanto de los robots como de los gatos?