La raíz del recuerdo

He de admitir que me resulta muy complejo hablar de una propuesta cinematográfica y escénica que pretende un compromiso deliberado con el apego más fiel posible a los hechos de una vida. En este caso, se trata de una serie acerca de la vida del importante músico argentino Fito Páez. He de aclarar que no conozco a profundidad la música de dicho intérprete, mucho menos puedo considerarme fan del mismo. No conozco cabalmente su discografía, ni tampoco sus composiciones han representado una importante parte de mi vida. Sin embargo, sí disfruto varias de sus canciones ‒probablemente las más conocidas por el público más general‒ y puedo reconocer a un excelente intérprete, ejecutante y compositor en la figura del autor rosarino, capaz de piezas con una evidente y muy estimable calidad musical.

            La aclaración anterior la hago para dar cuenta de que mi punto de vista es la de un espectador más que se acerca por curiosidad a la vida de un artista a través de la ficción, sobre todo intrigado por uno de los tópicos que más me han fascinado a lo largo de mi vida: los procesos poéticos de los creadores de arte, en relación y más allá de su vida, sin negar la obvia e intrínseca relación de su trayectoria vital con dicho fenómeno. Se trata de una figura y referente sumamente importante del Rock Argentino ‒una tradición que ha constituido en más de un sentido una cultura por sí misma‒ rodeada y estimulado por otras grandes figuras de dicha escena, como es el caso notorio y destacado de Charly García ‒interpretado espléndidamente por Andy Chango‒ y de Luís Alberto Spinetta ‒interpretado magníficamente por Julián Kartun.

            Más allá del morbo en relación con el evento específico y significativamente trágico que ha sido tan mentado en relación con la biografía de Páez ‒el asesinato de su abuela, su tía abuela y la empleada doméstica embarazada que trabajaba en la casa familiar en la que vivían‒, la serie, con admirable sabiduría, hace inviable cualquier posibilidad de espectacularización de la violencia para permitirnos ahondar en la profunda capa emotiva que significó dicho evento en la vida del músico y evidenciarse con claridad la triste trascendencia de tal evento que, al poder ser remontado a través del arte, permitió al autor revertir el dolor y convertir su influencia en una potencia vital que nutriera al porvenir de su vida.

Ello me parece uno de los mensajes más bellos y generosos de esta propuesta sobria y equilibrada, rebosante de imágenes bien construidas, capaces de contener la densidad emotiva que quiere transmitir.

Ello se evidencia con suma fortuna en el penúltimo capítulo de la serie cuando un joven Fito Páez ‒interpretado por Iván Hochman‒ durante una fría noche madrileña, en medio de la calle y con un pequeño teclado eléctrico, interpreta: Y dale alegría a mi corazón, pieza de lo que sería su álbum Tercer mundo. A modo de flashforward vemos cómo, tiempo después de la adversidad de aquella fría noche en la calle ‒parte de un viaje de promoción fallido por Europa‒, dicha pieza acabó siendo un éxito en países de Latinoamérica como: Chile, Colombia, Brasil, Venezuela y México. Los momentos de una crisis pueden convertirse en el detonante nutritivo para el renacimiento de una vida, manifestándose su abundancia.

Este tema musical es parte de la apertura de la serie. Al advertirlo al inicio del primer capítulo, me pareció extraño que la canción elegida no fuera la célebre pieza que le da título a la obra en cuestión. Poco a poco, me fui percatando que había que llegar a la canción elegida como título: El amor después del amor. Esta última resulta la condensación del tema de la serie. Sin embargo, también me di cuenta de que la presencia de Y dale alegría a mi corazón ‒al igual que la pieza homónima al título de la serie‒ entraña el tema principal de esta propuesta: la posibilidad de remontar el dolor para abrir el provenir y darle pie a la oportunidad del amor como continuidad de la vida; ir más allá del dolor para llevar a cabo el principio de una nueva vida.

Es justo en este último propósito y mensaje en el que reside la importancia del personaje de Cecilia Roth en la serie; el amor que surge de las cenizas de la adversidad y la crisis. No es gratuito que a tan importante actriz se le considere la musa de tan exitoso trabajo de Fito Páez. Hay una secuencia de la serie que evidencia dicha relevancia. Fito le declara a Ceci que le gustaría que su abuela, quien también tocaba el piano, pudiera verlo en la próxima presentación de lo que sería el álbum más vendido de la historia del rock argentino. Ceci le dice: “Ella está contigo. Si tú lo quieres, ella está a tu lado”. Vemos en dicho gesto una importante comprensión; nuestro recuerdo también es presencia, nos habita al habitarlo a través de la materialidad de nuestra sensación, nuestro cuerpo.

En ese sentido El amor después del amor ‒la pieza que le da nombre a la serie‒ es el horizonte desde el cual Páez parece querer dar cuenta de la nueva vida que pudo; dar cuenta de la importancia del tránsito tan relevante que lo llevó hasta el hoy de su vida.

Ambas canciones (Y dale alegría a mi corazón y El amor después del amor) se antojan hermanas gemelas; dos momentos que constituyen dos tesis, dos posiciones ante el dolor y la salvación del mismo ‒a través del mismo‒ para encontrarse con el acto de generosidad hacia uno mismo que también es el amor. Entonces, ¿No resulta trivial la espectacularización de cualquier violencia o motivo de morbo ante el importante mensaje de lo invencibles que podemos ser cuando nos sintonizamos con la vida echando un cable a tierra?

También quisiera hablar de algunas secuencias que me parecieron importantes ejemplos de la manera en la cual el recuerdo vertebró la poética de esta propuesta; momentos cinematográficos que remiten primordialmente a la primera infancia del músico; eventos que constituyeron ecos y capas emotivas que tuvieron resonancia en los duelos posteriores del autor, incluyendo los implicados en sus relaciones amorosas al lado de Fabiana Cantilo y Cecilia Roth respectivamente, además de los correspondientes a la pérdida de la madre, el padre, la abuela y la tía abuela del músico. En dichas secuencias vemos la repercusión en el músico de la sensación de orfandad que, hasta cierto punto, puede llegar a ser semejante a la del abandono.

Vemos la secuencia del funeral de la madre del compositor rosarino, estructurada como una opacidad esmerilada por una vaporosa y sombría fotografía, además de una densa corrección de color. También cabe destacar el sumo cuidado de la dirección de arte. Tal penumbra compone la experiencia de un recién nacido: Páez que no puede sino reaccionar a las vibraciones de voces ininteligibles y en disputa ante lo terrible del momento; el retrato de la angustia de una familia atravesada por la culpa y el resentimiento.

También podemos apreciar secuencias del parto de una hija nonata, malograda hermana del compositor rosarino; una memoria ajena y narrada que remite a la sensación de orfandad, semejante y familiar por parte del músico, correspondiente con la intensidad de las imágenes en las que vemos a un Fito Páez abatido por la incertidumbre y distancia del afecto femenino que intenta hacer parte de su vida. Una imagen crucial de lo que también fue ‒según la serie‒ la relación entre el autor y Fabiana Cantilo. Ambos personajes signados por sus respectivas crisis, fantasmas y fantasmalidades. Lo anterior, sin obviar el cuidado implicado en no dejar de atender que la centralidad de tal circunstancia sólo puede constituirse a partir del testimonio primordialmente atendido, al igual que al eje de su perspectiva: la de Páez.

También considero muy afortunada la secuencia en la que Páez recuerda el rescate llevado a cabo por su padre, al envenenarse el protagonista durante una excursión con una flor de la cual el futuro músico resultó letalmente alérgico. Dicha secuencia se vinculó con las secuencias correspondientes a la convalecencia y muerte del padre del músico. Tales momentos cinematográficos fueron sumamente bien estructurados a través de un sabio y bien equilibrado uso del flashback. Ello, además, fue congruente con el hecho de que la serie es un gran flashback, estructurándose finalmente como una diégesis cíclica muy bien lograda.

Hay una secuencia clave que nos da cuenta de cómo el recuerdo como habitación de nosotros mismos constituye y configura nuestra sensibilidad. Estamos ante una obra cuya trama es la de la narración de la estructuración de una sensibilidad; la habitación de un cuerpo como habitación del mundo. Vemos a Páez niño ‒interpretado por Gaspar Offenhenden‒ impactado al presenciar un recital de La máquina de hacer pájaros ‒importantísimo proyecto de un joven Charly García. Dicha secuencia se vincula con otra: la correspondiente a la de la imaginación implicada en la reconstrucción del crimen en el que perdieron la vida la abuela y la tía abuela del compositor, al igual que la empleada doméstica que trabajaba en casa de estas últimas. Se trata de un muy joven Fito Páez que empezaba a usar gafas ‒con la particular visión yampliación de horizonte que ello implica‒, experimentando la innovadora vibración de la nueva banda de uno de los músicos que más admira. Podemos inferir su sensación de vulnerabilidad ante tal intensidad, en relación con el padecimiento de la finitud de un cuerpo ante un evento tan terrible como el de la otra secuencia referida, al igual que la sensación de vulnerabilidad e indigencia que puede propiciar en muchos de nosotros su mera imaginación.

Sin embargo, tal clase de resonancia del recuerdo también ocurre con la alegría, también habitación plena de nosotros mismos. Vemos a un Paez niño fascinado por el rock de su época, bailando por las habitaciones de su casa, compartiendo su gozo con sus abuelas y padre todavía vivos, participando tal flashback de la euforia de la presentación del disco Tercer mundo del músico, en la misma secuencia. Un ejemplo de que los recuerdos nos habitan, nutren nuestros sueños y en ellos nos encontramos con aquellos con quienes compartimos su dicha. Nuestro recuerdo se concreta en más de una manera, en tanto que plenitud de nosotros mismos. En más de un sentido, esta serie es acerca del nacimiento de un poeta a través de la flor de su entraña y el vuelo que lo salvó al habitar el mundo de su sensación.

Desde mi humilde punto de vista, todas las versiones son importantes y legítimas. Aunque esta serie sólo sea una más, vemos lo relevante que puede ser tener la mejor y más comprensiva relación con nosotros mismos. Vale la pena recordar que, aunque nos cueste trabajo aceptarlo y por más legítimas evidencias que haya de determinados datos en relación con nuestros hechos, toda memoria es selectiva. Si no fuera así, nuestro recuerdo ni siquiera sería susceptible de evidencia o dato que dé cuenta de su condición reconstruíble e indigente; nuestro recuerdo tiende a la necesidad del soporte de un artificio que permita su mejor comprensión y, por lo tanto, su mejor inteligibilidad posible. Todos somos lo probable de nuestros mundos posibles.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *