El Alma del Cosmos

Vendrá por tu alma en Love, Death & Robots

En esta ocasión la suite Love Death and Robots nos ofrece un contenido afín a los temas de su propuesta que, sin embargo, tiene propósitos más cercanos a la legítima misión de entretener, en este caso a través de un cortometraje de acción. Se trata de una pieza que posee una composición sumamente interesante, de la cual destaca el inicio de la misma a través de un flashforward. Un recurso poético que se yuxtapone al final tan inesperado de dicho trabajo como lo puede ser un final abierto, en la medida en que el corto parece apostar aparentemente por su continuidad. De tal forma, el discurso cinematográfico explota las posibilidades del juego de lo probable de toda ficción, en contra del uso habitual del flashback y flashforward que tienden a la consumación del sentido de una trama, al igual que a la composición del sentido final de la misma.

Este corto ‒como en varios momentos de la suite a la que pertenece, al igual que en otras propuestas y contenidos multipantalla recientes‒ manifiesta la influencia del horror cósmico ‒especialmente el de cepa Lovecraftiana‒ en su estructuración. Lo anterior resulta afortunado y enriquecedor, en la medida en que dicha trama tiene el acierto de también coincidir de manera virtuosa con otro referente sumamente arraigado a lo largo de la historia de la Industria Cultural, incluyendo a más de una tradición cinematográfica y literaria. Me refiero a la figura de Dracula, sin depender únicamente de la propuesta más popular de dicho personaje: la de Bram Stoker.

En el fondo de la estética del corto ‒pensando en las raíces del mismo que hemos advertido‒ se trasluce la influencia única y definitiva de Edgar Allan Poe ‒no podía ser de otra manera en tanto que influencia directa e indirecta de Lovecraft y Stoker. Ello lo emparenta con los géneros literarios y cinematográficos provenientes de tal simiente: desde la Novela Negra y el Relato de Aventuras, hasta géneros como: el Terror, el Horror y el Relato Fantástico, pasando por la Ciencia Ficción y el Relato de Viaje. Lo anterior fue trabajado primordialmente de manera visual, a través de la estilización de la animación llevada a cabo.

Después de haber señalado lo estrictamente formal, me parece importante advertir que el cortometraje nos habla de la inconmensurabilidad de la Naturaleza como fenómeno cósmico y la insignificancia implicada en la finitud del ser humano. Estamos ante un vampiro que chupa el alma humana de la manera más aparentemente rústica de la que es capaz un animal, según más de un tradición, especialmente aquellas que podrían considerarse más arcaicas. Sin embargo, también se trata de una de las maneras más simbólicas y materiales que podría haber para dicho propósito: destrozando el cuerpo de su presa como si se tratara de la cáscara de una nuez.

La carne de dicho ser absorbe la sangre de su víctima con el mero tacto, además de beberla directamente del cuerpo capturado. En ese sentido, en tanto que especie tendiente a la depredación, el corto nos confronta con la legitimidad de dicho fenómeno natural como un acto de cacería y sobrevivencia, a pesar de la crueldad manifiesta en la inteligencia de dicha especie, semejante a la del ser humano, el cual poco puede hacer ante dicho adversario, como le acaba sucediendo al científico y mercenarios que han invadió el territorio de dicho animal. Estamos ante un fenómeno posible de la Naturaleza que responde a la Ley de la misma, así como ante el hecho de que lo natural de nuestro caráctertambién nos permite llevar a cabo el artificio necesario para sobrevivir a través de nuestra razón y, por lo tanto, nuestra sensibilidad, incluso a pesar del fracaso que ello pueda acabar siendo.

En una de las primeras secuencia del film se evidencia tal contraste entre nuestra animalidad y nuestra capacidad de artificio. El doctor Wehunt ‒juego de palabras que podría traducirse como: “Nosotros cazamos”‒, le pide un poco de compromiso al jefe de los mercenarios que lo están ayudando en su expedición, ante la importancia de su hallazgo: la tumba de El empalador, el vampiro cuyos restos residen en dicho sitio descubierto. La respuesta de Flynn, el líder de los mercenarios en cuestión, es contundente: “Los mercenarios son como putas, Doctor. Fingir emoción exige un costo extra”. Tal indolencia se evidencia aparente ‒una máscara capaz de proteger a quien la posee de compromisos que puedan implicar un alto sacrificio ante determinadas circunstancias‒ cuando ambos personajes acaban por ser perseguidos por el vampiro descubierto. El dr. Wehunt cae durante la persecución. A pesar de ello y a costa de su propia vida, Flynn regresa por el doctor para recogerlo y escapar juntos. Me atrevo a inferir que ello sucedió porque el mercenario padeció la sublime experiencia de su propia finitud, de por sí exacerbada por tal adversidad, al grado de ser capaz de advertirla en la circunstancia y vulnerabilidad de su compañero de expedición. Se trata del padecimiento de las experiencia de los límites de nuestras potencias vitales ante la posibilidad de su agotamiento; nuestra propia finitud constitutiva como principio material de la habitación de nuestros cuerpos como fundamento posible de una Ética y sus acciones tendientes a la misma, una Ética de crisis.

Hay un momento en el que dicho contraste se evidencia como fenómeno más allá del bien y el mal. Si bien es cierto que nuestros artificios pueden responder a la legítima necesidad correspondiente con nuestra intención de querer sobrevivir, el hecho es que no podemos ni delimitar ni definir las potencias y objetivos de la Naturaleza porque esta última es inconmensurable. En ello se evidencia la inconsistencia de nuestro conocimiento; aunque pretendamos descifrar la profundidad del logos de la Naturaleza, jamás lo haremos y ésta nos acabará devorando, quizá, literalmente, como lo puede hacer un árbol que ha crecido encima de una tumba antigua o como lo han hecho las selvas y los bosques alrededor de las ruinas de varios de nuestros antiguos y abandonados templos.

Lo anterior lo podemos apreciar cuando la trama del corto nos da cuenta de que tan terrible especie le teme a otra en especial: los gatos. El doctor Wehunt le habla a sus guías y protectores acerca de la creencia popular en la región que dicta que si los vampiros se comen a un gato su piel y ellos mismos acabarán por arder en llamas. Tan poderosos seres ante el ser humano le temen a un animal que nuestra especie ha domesticado. Se antoja inferible que tal creencia, en tanto que artificio de nuestro pensamiento, haya acabado por influir a dichos organismos vivos por lo irrisorio que se antoja el miedo de tal especie a los felinos. Sin embargo, no necesariamente es así. Parece que dicho miedo se manifiesta como una advertencia de la biología de los vampiros, un peligro correspondiente con su organismo, de manera semejante en la cual seres tan pequeños como ciertos roedores, reptiles, insectos y virus pueden llegar a matar a un ser humano.

Otra evidencia de la profunda inconmensurabilidad de la Naturaleza que parece infinita ante nuestra finitud. Ello queda claro al final del cortometraje, cuando los exploradores se enteran de que aquel vampiro que aparentemente derrotaron no era el único en el sitio. Si bien el final del cortometraje se antoja abierto, es clara la contundencia en el mismo de lo probable. A pesar de lo anterior, resulta inevitable preguntarse: “¿Habrán sobrevivido?” Es entonces que surge el pensamiento de la improbable posibilidad del milagro, ante lo problemático que nunca deja de ser la pretensión de cerrar el sentido de cualquier fenómeno. Sin embargo, insisto, ¿qué es nuestra finitud ante la inconmensurabilidad del cosmos? Quizá tan sólo quede el consuelo material e hipotético de creer que no se acaba nuestra vida, tan “sólo” se transforma en parte de la continuidad del proceso cósmico de la Naturaleza que se manifiesta en lo concreto de cada una de las instancias de la diversidad de sus fenómenos.

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