Después de su jornada, Karen ve por la noche los programas televisivos provenientes de Miami. La humilde rusticidad de su casa, iluminada por el destello televisivo, contrasta con los paneles y decorados, iluminados y coloridos, correspondiente con la arquitectura urbana. En este caso, la de una ciudad como Miami. Karen ve un típico talk show conducido por la típica presentadora latinoamericana, teñida de rubio y de ademanes desproporcionados y eufóricos. Cualquier semejanza con alguna figura mediática de tal tipo, no sólo no es mera coincidencia, sino que también nos habla de la normalización de una imagen. En este caso, la imagen imperante de un proceso “civilizatorio”, encarnado en una persona y en un contexto aparentemente ajeno, que pasa por la barbarie de su imposición, y la reproducción de la misma, a través de su transmisión. Es sugerente pensar como el estereotipo también es reproducido fuera de su contexto de imposición por parte del estereotipado, en su propio contexto. Me refiero a la ya antiarquetípica presentadora impresentable Laura Bozzo, antes de poder si quiera hacer un recuento de cuánta conductora de talk show hemos tenido en territorio latinoamericano. Por lo pronto, lo pongo sobre la mesa.
El tema de esta noche es la infidelidad (las “coincidencias” son invento del diablo). Problema que la presentadora del talk show adjudica a la falta de erradicación del machismo en América Latina. Por supuesto, no olvidemos que, probablemente desde que llegó a Miami, hace años que dicha conductora no pisa América Latina. Sin embargo, se permite enviar, “mucho cariño, todo nuestro amor a todas aquellas personas que nos miran en cualquier punto estratégico a nivel internacional, en cualquier país latinoamericano, hermano, que cómo los extrañamos nosotros. Extrañamos, de hecho, también cada uno de nuestros países, en los que tenemos tal vez nuestra familia, no abandonada, sino que con aquella esperanza de poder traerlos. Acá los estamos esperando en esta bellísima Miami, y con este calor, con este calor humano”. Por ello, también dice al aire, “que tienen corazón mío, que ya saben cómo amo a mi público latinoamericano”.
“La infidelidad es una enfermedad que ésa sí es difícil de tratar”, afirma la animadora a través de la pantalla, dirigiéndose a una de sus panelistas. La conductora acuña el concepto de “hombresuelo” para referirse a los hombres infieles.
Ante tal panorama, Karen le dice a su gallina (única compañía durante ese rato de ocio), “¿Ya ves la hora qué es?, y no llega el maldito. Todos los hombres son iguales”. Karen le da de comer a su gallina, mientras la animadora afirma tener su propio diccionario, en el que la definición de “cochino” corresponde a los hombres infieles y borrachos y “cochina” a las mujeres que se prestan para consumar la infidelidad de los primeros.
Dionisio llega a casa tarde en su bicicleta, “horas extras”, contesta al cuestionamiento de Karen. Ella le ha preparado unas baleadas, cuyo gusto resulta demasiado salado para Dionisio, cosa que no le dice a su esposa. Últimamente se le pasa de sal en la comida a Karen, imagen lograda por los directores de la película (Mathew Kodath, Hernán Pereira), al mostrar a Karen terminando de guisar los frijoles para su labor del día siguiente.
Karen y Dionisio se van a dormir. Ella sólo lo intenta por la incertidumbre, más poderosa que el potente ronquido de Dionisio.