Dionisio no está en casa. Karen le habla, su cuerpo deambula sin centro de un lado a otro, patea el refrigerador para sacarse de encima su angustia, sin lograrlo, pega un grito con tal gesto, su respiración es agitada. Dionisio está en la iglesia (que curiosa suena esta frase, pensando en la semejanza entre el nombre de Dionisio y el de Dioniso, sin duda no es casual tal decisión). Suena el celular del esposo de Karen, él contesta. “¡¿Dónde estás?!”, reclama Karen. “En el trabajo”, Dionisio miente fallidamente, Karen sabe bien que no es así. “¡Ah!, ¡¿sí?! ¡¿En el trabajo?! ¡¿A esta hora?!”, acusa Karen. “Ya sabes, horas extras”, sin saberlo Dionisio se “hunde” más. Dionisio, inquieto por la posibilidad de que ocurra algo, le pregunta a Karen “¿Por qué?”. Sin que lo deje terminar, Karen concluye el interrogatorio con un grito, de fuerza semejante a la que se escuchará (según los creyentes, claro) cuando suene la trompeta de Daniel, “¡¡¡Por nada!!!” Karen avienta el teléfono a la cama. Dionisio, a pesar de su desconcierto, se queda en la iglesia rezando.