“Para que triunfe el mal,
sólo es necesario que los buenos
no hagan nada”
Edmund Burke
Hace tiempo escuché la frase: “Hay ocasiones en que la lucha es un deber”. Es claro que quien la dijo lo decía en un sentido moral. No me parece desafortunad dicho posicionamiento. Tanto, que vale la pena problematizarlo para ver las complejas perspectivas y aristas del mismo para comprender en qué momento la lucha es un deber o, sencillamente, la lucha es el resultado del acecho a los límites de nuestra libertad y, por lo tanto, se elige porque ya no quedan opciones ante nuestra adversidad.
“Yo estuve aquí” es una película británica que nos habla de la relación entre nuestros afectos y nuestras rebeldías. Después de verla, no deja de asaltarme la pregunta: ¿hasta qué punto aquellas manifestaciones que consideramos propias de nuestra protesta y transgresión han dejado de serlo, para acabar subsumidas por nuestras dinámicas de consumo y producción? Parece que tales posibilidades se han convertido en opciones de consumo y producción de la política, en un sentido aparentemente no institucional,pero capaz de manifestaciones supuestamente adversarias y, por lo tanto, normalizadas como fenómenos sociales que aparentan ser civiles.
Es fácil detectar múltiples ejemplos de una imagen del rebelde o de la rebelión en nuestra cultura. Sin embargo, probablemente serlo puede ser algo todavía más complejo y clandestino de lo que pensamos, al grado de que difícilmente seremos capaces de advertirlo; un fenómeno de una cotidianidad posible que, quizá, nos sea más que extraordinario. ¿Qué sería lo extraordinario de nuestra rebelión o posible transgresión?
Este matiz es importante porque la película no nos habla de una imagen típica de la rebelión como fenómeno transgresor. Se trata de una película acerca del heroísmo y, parafraseando a Hegel, de cómo el héroe es aquél que pone en peligro su vida y, en esa medida, obtiene la legitimidad de un reconocimiento intrínseco a su acto. La clandestinidad de tal clase de heroísmo hace de su visibilidad un peligro para la misma. Sin embargo, eso es parte de su carácter moral, si seguimos tanto al filósofo prusiano como al filósofo prusiano que es su antecedente directo, en más de un sentido: Kant.
Toby es un chico de clase media que vive en Londres. Su madre es una psicoterapeuta que atiende a jóvenes de una edad cercana a la de su hijo. Tales jóvenes se caracterizan por circunstancias de importante adversidad, entre ellas la de estar condicionados por la vulnerabilidad que implica su status u origen migratorio. Liz es parte de un sector del Estado encargado de atender el llamado: problema migratorio, planteado por la figura institucional del Estado-Nación, desde un posicionamiento clínico del servicio público; ella es parte de la clínica, entendida también como parte del dispositivo del Estado; un agente que con su servicio es susceptible de llevar a cabo procesos de normalización, siempre susceptibles de ser pensados casuísticamente ante el posicionamiento del practicante de dicho ejercicio y servicio; sería injusto negar la vocación de servicio de muchos de sus practicantes, lo cual también sería negar la posibilidad del ejercicio de la autonomía de los mismos. En uno de los momentos de la película, vemos un folleto gubernamental en el escritorio de Liz que dice: “La familia, la primera institución social”.
Toby viene del duelo por la pérdida de su padre. Es un chico al que se le dificulta permanecer en la escuela ‒al grado de acabar por abandonarla‒, al igual que conservar un empleo. Su pasión es el graffity, en dicho arte encuentra una posibilidad de transgresión que probablemente considera contracultural y parte de las potencias lúdicas de un poética en la que se manifiesta un posicionamiento consciente ante el mundo que compartimos.
El protagonista del film, con ayuda de su amigo Jay, entra a las casas de gente privilegiada para poner un mismo Graffity que dé cuenta de la posibilidad de la invasión de sus casas; un acto de territorialización que desafía la aparente seguridad e invulnerabilidad de quien ejerce o detenta el poder. El discurso de dicho Graffitty le da nombre al film: “Yo estuve aquí”. Una declaración de la presencia del vulnerable y no privilegiado, en uno de los ámbitos personales e íntimos de un poderoso y privilegiado. Se trata de la aparente transgresión por parte de un integrante del colectivo que, muy probablemente para más de un poderoso, sería un ser sujetables e inferior.
Al principio de la película, vemos la consumación de uno de sus actos subversivos. Toby y Jay han entrado a la casa de un banquero. Cuando este último ingresa a su domicilio junto a su pareja, adviertenque han sido invadidos. Babak Anvari, director de la película, tomo la muy aguda decisión de musicalizar ese momento con el pasaje de Beethoven que utilizó Kubrick en Naranja mecánica para presentar a Alex DeLarge en la primer secuencia de tan importante película. Una manera de hacer presente un referente de transgresión y clandestinidad que cuestiona al dispositivo de poder y su capacidad de control,como un fenómeno problemático de la libertad que permite, al igual que de los efectos de dicha restricción, que pueden derivar en marginalidades cuestionables y susceptibles de criminalización ante lo cuestionable de sus procesos de integración.
El protagonista se entera de tales domicilios y de las condiciones de seguridad de los mismos gracias a Jay, su mejor amigo; cómplice de tal conspiración, que trabaja dando mantenimiento y reparación a las casas de la clase social más acomodada de Londres, lo cual le permite tener acceso a las mismas. Jay estuvo en la cárcel por vandalismo, fue criminalizado por su participación en una protesta, lo cual le costó seis meses de cárcel por tener antecedentes de ingreso a propiedad privada, un edificio abandonado. El amigo de Toby vive con Nas, su novia. Una chica de origen indio, apasionada por las ciencias sociales y el estudio legal del tema migratorio. Naz está en proceso de egreso de la Universidad. A ambos los une de diferente manera su preocupación por el mundo, a pesar de sus diferencias. Lo que los une se manifiesta especialmente en lo común de ser parte de un sector vulnerables por su origen y condición migrante.
En este contexto, Liz conoció a Jay y este último se hizo amigo de Toby. De esta forma podemos inferir los orígenes de las convicciones y sensibilidad del hijo de Liz. El autor de dicha conspiración está dispuesto a lograr su presencia en el mundo como potencia transgresora y subversiva en el mismo. De dicha sensibilidad el protagonista deja constancia en una de las primeras secuencias del film. Una indigente ‒probablemente del centro de europea‒ está pidiendo dinero en el Metro porque no tiene hogar ni recursos para sostenerse. Un altavoz anuncia en dicho recinto que está prohibida la vagancia y que no debe fomentarse tal comportamiento, como si se tratara de un ejercicio de elección el que lleva a cabo quien pide dinero para subsistir. Si bien es cierto que hay constancia de que también puede tratarse de un fenómeno de engaño o explotación ‒como sucede en varios países del mundo entre ellos el nuestro‒ también es innegable lo posible que puede ser dicho estadio de indefensión, al igual que su importante frecuencia en nuestra vida civil. Es aquí cuando podemos advertir que hay acciones en las que nuestros actos pueden llegar a constituir una de las pocas opciones que tenemos ante nuestra adversidad.
La mujer ‒todo indica‒ no pide dinero porque quiera sino porque su circunstancia la obliga; los límites de nuestro cuerpo son ineludibles; la mortalidad y necesidad del mismo; nuestra finitud nos es constitutiva. Toby reconoce el deber de la lucha ante esa situación; se percata del desprecio de otro usuario del metro por dicha mujer, después de escuchar el señalamiento moral emitido por el altavoz de la estación en la que se encuentran. Dicho usuario, evidentemente, está mejor posicionado social y económicamente que la mujer que solicita ayuda. En una operación lúdica, Toby le pide a la mujer que sea discreta ante lo que va a hacer; el chico roba la cartera al hombre que ha despreciado a la mujer en estado vulnerable y finge haber encontrado dicho objeto, lo cual agradece el hombre. Toby pide una recompensa por su gesto y le es correspondido con un billete. El hombre aparenta no sorprenderse de la petición de tal compensación; todo en esta vida tiene un precio, nada es gratis ni se hace a cambio de nada. Tal es la moral que representa dicho personaje secundario, una moral en la que es difícil pensarse ajeno de la misma. Toby intenta desafiar dicha inercia; el billete con el que ha sido recompensado acaba en las manos de la indigente gracias al chico.
Lo interesante es pensar en la reacción de sorpresa del hombre engañado que, probablemente, si se hubiera dado cuenta antes del ardid lo habría pensado como una estafa. ¿Por qué no deja de desconcertarle que su gratitud ante el gesto de Toby hubiese sido suficiente para el chico?: “Me salvaste la vida”, le dijo el hombre a Toby. ¿Se tratará del asalto de su sensación, de su experiencia emotiva, capaz de referirnos a la consciencia de que tanto nosotros como los demás somos fines en sí mismos?
De esta manera, Toby desafía al dispositivo vigilante que vio a aquella mujer por una cámara para decirle por el altavoz que ella sobra por no ser parte productiva de la vida civilizada de una ciudad como Londres y de un mundo como el nuestro; un mundo capaz de grandes infraestructuras y privilegiados estilos de vida pero incapaz de reconocer la indigencia humana como un problema que merece comprensión en lugar de juicio.
Nuestro protagonista tiene importantes conflictos con su madre por su indisciplinamiento: Toby no sigue las reglas en casa; no limpia su propio desorden y no respeta la autoridad de Liz. A esta última le ha escondido el control remoto de la Televisión para que deje de consumir contenidos de la misma que su hijo considera enajenantes. Toby trata de constituir su libertad. Sin embargo, quizá parte de su conflicto se deba en creer que ésta depende de las condiciones materiales que constituyen nuestros hábitos y estadios del mundo. Paradójicamente, justo ello lo podemos advertir en la subestimación de la libertad de su madre, en este caso como consumidora, sin negar la problematicidad de muchas de nuestras dinámicas de consumo y producción. Sin embargo, tratando de ser más justo con Toby, también puede tratarse de un mero gesto de rebeldía doméstica como muchos de los que hemos llegado a llevar a cabo cuando somos adolescentes. En este caso, motivado por la constante comparación que hace Liz entre Toby y los chicos que atiende; chicos con el propósito de salir adelante, dispuestos a superar adversidades verdaderamente graves; un esfuerzo que Liz no advierte en Toby.
Me permito una breve digresión en relación con lo públicos que se vuelven los actos de transgresión de Toby hasta el momento. Si bien están sostenidos por la discreción implicada en la clandestinidad que resguarda la operatividad de dichas acciones, ¿en qué medida la notoriedad mediática que adquieren los convierte en un mero producto de consumo de tal tipo?; ¿no sería ello también una manera de captura de la subversión que acaba trivializándose, normalizándose, convertida en un objeto de intercambio y un producto de consumo más para las dinámicas del mercado? Es sugerente pensar que esta película también nos habla del mercado del arte.
Liz no advierte que su trabajo, por su carácter social y estatal, también puede implicar una forma de altruismo correspondiente a las políticas de integración que sostiene una moral que concibe al ser humano como un cuerpo productor y de consumo, como la que excluye e invisibiliza la adversidad de personas como la mujer que pedía dinero en el metro. La opción que ofrece el Estado es integrar a los migrantes y demás personas susceptibles de diversas formas de indigencia para convertirse en seres eficientes y productivos; una aparente hospitalidad que puede acabar por constituir servidumbre,a través de una aparente movilidad social.
Parece que Liz no ha advertido que su trabajo puede ser normalizador. ¿Qué sería atender a alguien y, en qué medida, ciertas atenciones develan lo problemático y perverso que pueden ser ciertas maneras de nuestro altruismo? Insisto, no obvio ni desestimo la posibilidad de que el servicio autónomo de un profesional de esta clase puede ser de gran ayuda para la vida de quienes atiende, especialmente si lo hace desde la consciencia de su vocación de servicio ‒resultado de un proceso de autoconocimiento profundo y atento‒y la legitima autonomía que puede implicar. Sin embargo, ¿qué sería desde tal perspectiva la integración si se trata de lograr que el integrado sea un miembro productivo y eficiente de nuestra sociedad?; ¿se trata, entonces, de constituir a un posible consumidor productivo que con su capacidad de consumo evidencia ser funcional y orgánico para el dispositivo del Estado?
Por otra parte, tratando de ver lo problemático de nuestros personajes de manera más profunda, en el caso de Toby, ¿qué tanto enmascara su circunstancia familiar con lo que considera la misión que vertebra su vida? Es constante el reclamo hacia su madre en relación con su posicionamiento social y sus hábitos de consumo, además de la constante discusión entre ellos por el acceso de Toby a la herencia que le dejó su padre. ¿Qué tanto podemos alejarnos de la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos por comprometernos con salvar al mundo o la vida de los demás? No pretendo juzgar a Toby, me parece admirable su sensibilidad, dotada de una profunda empatía. Me parece importante, a través de nuestro protagonista, señalar lo sutil que puede ser la trampa de nuestro ego como principio de la búsqueda de una satisfacción depositada en los demás o lo demás, no olvidemos el impacto público de la obra de Toby. Tampoco olvidemos que se trata de un chico caucásico, de clase media y ciudadano legal del país en el que vive. Una circunstancia, no necesariamente privilegiada pero sí con privilegios, especialmente en relación con la circunstancia de personajes como su amigo Jay y su novia.
En la vida de Jay sucede algo trascendental: Naz está embarazada, Jay va a ser padre. Ello le hace redefinir sus prioridades e intentar no volver a meterse en problemas, con el fin de proteger y cuidar de su familia. Tanto Jay como su novia vienen de contextos familiares complicados, circunstancia que se agudizó cuando ella es despreciada por su familia por estar embarazada de Jay, con quien acaba viviendo. Vemos en una secuencia como ella es prácticamente echada por sus padres cuando intenta comunicarles que espera un hijo de Jay. Ante tal situación, el joven decide decirle a Toby que renuncia a su conspiración; ya no entrará a la casa de privilegiados para transgredirlas. Jay se mantiene firme, a pesar del reclamo de su amigo. “¿Quién quiere tener un hijo a los veintitrés años?”, le dice Toby a Jay. Este último le recuerda que tal fue el caso de Liz, que, por lo tanto, le dobla la edad a Toby. “Ella no cuenta”, contesta Toby. No es una respuesta menor porque, como veremos, esta película también es acerca de la paternidad y la enorme responsabilidad que implica, la cual solemos obviar.
Esta película también es un film acerca de la familiaridad y la familia, al igual que es la historia de dos hijos enojados con sus padres que toman caminos distintos. ¿Hasta qué punto el mundo actual y todos sus problemas tendrían que ver con la poca consciencia con la que se ha elegido ser padre, formar y educar a los demás? y ¿en qué medida nuestros problemas con el mundo y sus instituciones reflejan nuestros problemas con nuestro padres? Estamos ante un núcleo que vertebra y repercute muchos de los aspectos más importantes de nuestra vida, porque la familia es uno de los primeros horizontes ‒además del fundamental‒ de nuestros afectos. En ese sentido, recordemos el folleto en el escritorio de Liz: “La familia, la primera institución social”. En un sentido es advertible que así sea. Sin embargo, lo grave es que la misma quede supeditada a una sola manera de comprenderla: La familia como una institución de consumo y producción supeditada a las condiciones impuestas por poderes fácticos representados principalmente por el Estado.
La última casa en la que Jay trabajó fue la de una alta autoridad del sistema legal británico, un destacado exjuez, Hector Blake, que adquirió reconocimiento por su ayuda gratuita a la causa migratoria y a contribuir a favor de la justicia de las condiciones para la atención de dicho sector vulnerable, lo cual incluye mejorar las leyes que procesan tal circunstancia y todas las situaciones alrededor de las mismas, especialmente aquellas que constituyen una adversidad. Tal posicionamiento lo llevó a su renuncia como juez, al considerar dicho puesto como la ostentación de un privilegio con bases económicas y raciales. Habría que pensar si la atención al llamado: “problema migratorio” se trata de la atención de lo que constituye una adversidad para el Estado o la atención de la adversidad de los migrantes, especialmente aquellos que, como escucharemos en palabras de otro personaje: “Son pobres y no tienen a donde ir”.
Hector Blake es un personaje que más de uno consideraría progresista. Viene de una familia colonialista y tremendamente conservadora. Pareciera que trata de revertir la imagen social que constituye la que hoy resulta la problemática herencia de su ascendencia; un legado que décadas atrás sería parte de la arraigada normalidad de la vida civil de los británicos.
Jay consigue tomar fotografías del artefacto principal del sistema de seguridad de la casa de dicho personaje. Tales capturas son enviadas a Toby, consiguiendo así la información necesaria para un nuevo acto de transgresión. También manda una foto del exjuez, en ella Toby advierte lo que considera signos de las fisuras de la máscara social de Blake: marfil y demás materiales exclusivos son parte del decorado de la foto, los cuales hacen resonancia con toda una tradición de dominación; símbolos de simpatía con el esclavismo y el colonialismo; una evidencia para Toby de lo que oculta la supuesta consciencia del antiguo magistrado.
Me parece importante atender la presencia de las fotos de la sala de dicho hombre privilegiado. Éstas aparecen durante la secuencia en la que Jay explora la casa del juez. En ellas el exjuez comparte un evento con celebridades tan reputadas como: El Rey Carlos III ‒cuando tan sólo era el Príncipe Carlos‒, Tony Blair y Richard Branson, fundador de Virgin, alguna vez editor de uno de los fenómenos más importantes de la llamada contracultura y de la historia de la música pop: el disco Nevermind The Bollocks de los Sex Pistols. Un producto de consumo de cierta imagen de la rebelión. No quiero desestimar dicha obra musical, de hecho, además de ser de mi gusto, me parece un importante fenómeno de lla llamada: “cultura pop”. Sólo me parece importante abrir nuevamente una pregunta en relación con dicho signo: ¿de qué manera ciertas imágenes de la rebelión también son productos de consumo y producción?; ¿hasta qué punto nuestras rebeldías son capturables?; ¿en qué medida la captura de las mismas puede ser parte de la estrategia de tales procesos?
Sin embargo, a pesar del surgimiento de un nuevo ejercicio transgresor, Jay decide renunciar; inmediatamente después de su exploración de la casa del exjuez, Jay se entera de que va a ser padre y eso lo cambia todo. Sin duda, la paternidad es un fenómeno de tan incuestionable magnitud.
Toby decide no desistir de lo que, podemos inferir, ha asumido como el sentido de su vida. Nuestro protagonista se ha vuelto a pelear con su madre. Ha decidido irse de casa y no volver jamás. Lanza contra una pared el control remoto que le había ocultado a Liz para destrozarlo; un claro signo de rabia y enojo que, quizá, sublima una violencia contra su Madre.
Después de ello, ya sin Jay, Toby lleva a cabo su invasión del territorio íntimo de un privilegiado; la prueba de fuego de un nuevo comienzo totalmente solo que lo pondrá en una circunstancia que evidenciará el coraje de este chico y lo honesta que resulta su consciencia libertaria, con toda la falibilidad de un hombre rebelde capaz de equivocarse pero también capaz de no dudar de la guía de su sensación.
Toby logra entrar a la casa del exjuez. Elige el espacio central y principal de la sala de la casa; justo detrás del imponente retrato del severo padre de Blake. El joven quita el retrato y, justo cuando se disponía a hacer su acto poético de transgresión, escucha un ruido en el sótano. Toby baja a ver qué hay, descubre que el sonido viene del acceso al sótano de la casa. Después de explorarlo, detrás de una puerta obstaculizada por un mueble, encuentra el origen principal del ruido que escuchó desde aquella habitación que parece vacía. Al retirar el mueble, ve por la mirilla de la puerta; se encuentra con el horror. Justo en ese momento suena la alarma del reloj de Toby, ésta le indica que ha acabado el tiempo necesario que había cronometrado para llevar a cabo el plan original que lo había llevado hasta aquella casa.
El día que Jay fue a trabajar a la propiedad del exjuez, este último estaba en ese mismo sótano ante un ventilador, sentado en una rústica mesa de taller. Cuando entró Toby, ese mismo ventilador estaba funcionando, además de una lámpara cuya luz se desviaba por la sombra que provocaba el movimiento giratorio del artefacto antes mencionado, generando el efecto de una especie de faro en la penumbra; un ojo vigilante que circulaba por el lugar. Podemos inferir que se trataba de un fenómeno de intimidación ante una posible circunstancia que, como ya podemos inferir, estaba invisibilizada.
Toby trata de decirle a Jay qué es lo que vio. Este último no quiere escucharlo para no seguir siendo cómplice de las actividades de su amigo. Jay y Naz vienen de confrontarse con la familia de esta última, lo cual afirma la convicción de Jay de proteger a su familia como lo más importante de su vida. Podemos advertir la tremenda angustia de Toby, sin embargo, Jay decide no involucrarse con la gravedad de aquello de lo cual Toby fue testigo. Es fácil advertir lo importante de las razones de Jay. Este último le comenta a Toby la vulnerable situación en la que quedaría su familia si se metiera nuevamente en problemas con la ley, por tratarse de un joven expresidiario de raza negra y, además, con ascendencia migratoria. El conflicto es profundo, Jay y Toby se conocen desde niños y, como la propia Liz afirma, son como hermanos; hay una foto en la que conviven como tales en la casa de Liz, la cual aparece en una de las primeras secuencias de la película.
En la pared principal de la habitación de Toby, justo en aquella en la que se apoya la cama del joven, se puede leer un Garffity de su autoría: “Nada es verdad, todo está permitido”. Una declaración de subversión ‒proveniente de un producto de consumo como lo es el videojuego Assasins creed‒ que adquiere una resignificación social que le otorga Toby en relación con su misión. Nuestro protagonista, recostado en la cama, ve desde tal posición la frase invertida, volteada, de cabeza; la frase adquiere un nuevo significado, poéticamente se ha subvertido para adquirir una nueva lectura,a raíz de lo sucedido en la casa del exjuez.
El joven se confronta ante una circunstancia que desafía su coraje. Se confronta con la magnitud de los problemas de la vida en el mundo que pueden llegar a exigirnos todo de nosotros mismos, incluso nuestro sacrificio; un actodel cual muy pocos son capaces.Ante la legitimidad de su sentimiento de impotencia, el protagonista había intentado solucionar la terrible situación que vio en casa de Blake. Toby, consciente del peligro de una denuncia de tal magnitud, intento hacerlo anónimamente a través de una llamada telefónica a la policía, dando cuenta de la adversidad que puede constituir una institución.
El día que Toby entró a la casa del exjuez, éste último estaba jugando squatch con el jefe de la policía, amigo de Blake y superior de los oficiales que visitan la casa del exjuez, atendiendo la denuncia de Toby. Los policías deben quitarse los zapatos para entrar a la casa de Blake, por orden de este último; una imposición vulnerante; un gesto de poder y territorialización. Los policías hacen una revisión muy somera, no encuentran nada y Toby ve con angustia cómo los oficiales se van de la casa del exjuez, quien, además de ofrecerles café a los mismos, les recuerda que es amigo de su jefe. Una de las oficiales ni siquiera acaba de entrar al sótano. “Casualmente”, al abrir la puerta, se encuentra con una vieja lavadora funcionando ‒una lavadora demasiado vieja y obsoleta para alguien con los recurso de un magistrado como Hector Blake. Dicha máquina, evidentemente, funciona como sordina para cualquier clase de ruido proveniente de dicho espacio. Un dato sumamente sospechoso que la policía, quizá por protocolo o por prisa, decide obviar.
Blake advirtió que alguien había entrado a su casa; mientras jugaba squatch con el jefe de la policía, recibió en su teléfono móvil la notificación de la aplicación vinculada al sistema de seguridad de su domicilio, la cual le avisó de una probable invasión de su propiedad. Incluso el exjuez, de cierta manera, está sujeto al dispositivo de vigilancia. Su amigo y contrincante en el squatch le dice que puede enviar a oficiales para atender su urgencia. El exjuez rechaza la oferta, afirma que se trata de una alarma de incendio, por lo cual decide atender personalmente el percance. La propuesta de su amigo evidencia el privilegio de ambos. Sin embargo, el exjuez no quiere que la policía esté en su casa.
El exjuez llega a su domicilio. Telefónicamente le confirma a su amigo que se trató de una falsa alarma. Sin embargo, el juez no tarda en darse cuenta de que el cuadro en el que aparece su padre está mal colocado. Inmediatamente escucha el cerrar de la puerta principal, va a revisar y, sin embargo, no encuentra a nadie. Toby se refugia en las escaleras del acceso principal de aquel sitio. Estos últimos detalles no se los comunica Blake a su poderosoamigo, quien también es siervo del exjuez al procurar las ventajas sociales del mismo.
El joven decide volver a entrar a la casa del exjuez. En esta nueva misión ‒más que un mero acto de transgresión o un proyecto más de subversión poética‒ Toby intenta solucionar la terrible situación de la cual fue testigo. Es entonces que nos enteramos de lo que el chico vio por la mirilla: un joven cautivo, semidesnudo y con claras señales de tortura y debilitamiento físico. Toby se ha propuesto rescatarlo. Sin embargo, un error de cálculo ‒especialmente ante la gravedad de las circunstancias‒ hace fracasar de manera terrible el plan de Toby.
Ante sus propias sospechas, el exjuez previó la probabilidad de una nueva invasión de su domicilio. Cuando nuestro protagonista la llevó a cabo, el exjuez no tardó en ir a su casa para acabar con el invasor; Blake le ha puesto una trampa al intruso. Toby ve frustrado su mejor esfuerzo por ayudar a aquel chico y se esconde en la misma casa para intentar seguir con su rescate. En ese momento, aunque con importantes dificultades, Toby pudo abandonar su objetivo. Sin embargo, a pesar de todo, decide salvar al chico. Ataca al juez con un martillo, sin embargo, su heroísmo nuevamente queda frustrado de manera fatal; Toby, en una escena más de lo absurda que puede ser nuestra vida, resbala con un charco de orina del joven capturado. El juez no duda en acabar con el héroe, usando una pala de cricket, deporte británico que suele representar un cierto privilegio y status social.
En la secuencia siguiente vemos como el juez se deshace de toda prueba incriminatoria, incluyendo la pala de cricket que ha cortado con una sierra de su taller y que ha quemado en un horno de cerámica que tiene en el mismo, al igual que su propia ropa. Si fue capaz de hacer eso con tan mínimas pruebas, podemos inferir que las cenizas que acaba echando al escusado no son sólo de la pala de cricket que serró e incineró.
Toby actuó ante la inoperancia de las autoridades, la de aquellos que garantizan seguridad y que, sin embargo, son parte del dispositivo de control; un gesto que, a lo largo de nuestra historia, le ha costado muchísimo, incluyendo su propia vida y la de sus seres queridos, a los dueños de tales voluntades. ¿Será que la vulneración de aquellos que tienen tal coraje sea parte del propósito del ejercicio de dicha indolencia como parte del control de quienes representan una amenaza para el poder del dispositivo, por ser capaces de una voluntad de justicia, un heroísmo, que para las instituciones del dispositivo representa un obstáculo a sus intereses? Quizá se trate de un fenómeno de control sobre los menos privilegiados para mantener la ventaja de los propietarios que pueden servirse de las instituciones que mantienen el control que lleva a cabo el Estado.
El Juez representa en la película la autoridad invisibilizadora ‒a través del consumo y producción de lo político‒ capaz de llevar a cabo la operatividad de las funciones del Estado: la administración de los cuerpos y los restos de los mismos. El juez posee la infraestructura necesaria en su propia casa para hacer algo tan difícil como deshacerse de un cadáver; artefactos para dividir los cuerpos, incinerarlos y, finalmente, tratarlos como detritos. Todo ello detrás de una poderosa máscara social, legitimada por corresponder con las apariencias de la moral de lo políticamente correcto como forma de consumo, en lo cual ahondaremos en otro momento del film.
Liz recibe por correspondencia un control remoto nuevo. Al parecer, ella asume que la decisión de Toby es sólo un arrebato que pronto terminará y que él y su hijo volverán a vivir bajo el mismo techo. Sin embargo, pasan más de setenta y dos horas, la madre de Toby empieza a inquietarse. El control remoto que aparece a cuadro propicia la reflexión acerca de lo fútil y remplazable; un signo de los detonantes cotidianos de las peleas con Toby que, dadas las circunstancias de este último en las secuencias recientes, contrastan con lo irremediable de la pérdida y ausencia de quienes nos importan.
Liz empieza a padecer la ausencia de su hijo, presiente que algo importante pasa con él. Su angustia se incrementa ante el hecho de percatarse de que el teléfono de Toby lleva apagado un periodo considerable. Finalmente, Liz decide reportar a la policía la ausencia de su hijo. Ante tal panorama, busca a Jay quien considera que se trata de uno más de los extravíos del joven. Cuando Liz le comenta que ha contactado con sus amigos para saber algo de él, en broma el chico le dice inoportunamente: “No sabía que Toby tiene amigos”, ante lo cual se disculpa. Ante las preguntas de la policía y de Liz, Jay mantiene la confidencialidad del proyecto de subversión en el que estaba involucrado como cómplice de su amigo. Un gesto de lealtad, aunque seguramente también de seguridad ante su nueva circunstancia. Jay le dice a la policía encargada que hacía meses que no lo veía, lo cual le resulta sospechoso a la detective encargada del caso, tratándose de un chico que se considera y es considerado un hermano del muchacho desaparecido. Jay se excusa por estar distraído, atendiendo los menesteres de su paternidad. Liz cree que él sabe algo, efectivamente, así es. Sin embargo, Jay logra disimular.
Jay intenta contactarse con su amigo a través de sus medios, sin embargo, no lo consigue. Es entonces que asume el hecho de que su desaparición quizá haya tenido que ver con su plan más reciente: entrar a la casa del exjuez para llevar a cabo su intervención poética del espacio privado de un privilegiado. Es interesante pensarlo: algo salió mal en el territorio de una persona sumamente poderosa y con los medios suficientes para tomar alguna clase de represalia por su privilegio. ¿Cuál sería la magnitud de ésta y que consecuencias podría tener?; ¿de qué manera hemos alimentado desde una cultura del privilegio una cultura del abuso del poder, la impunidad y, por lo tanto, una cultura de la injusticia normalizada, al grado de la normalización de la misma como fenómeno de nuestra indolencia?
El exjuez vive en Pitt Road, calle que lleva el nombre de un célebre y destacado Primer Ministro de Inglaterra, el cual pasó a la historia conocido como: “Pitt, el sabio”. Efectivamente, el que junto con Lord Palmerstone se hizo famoso gracias a un capítulo clásico de Los Simpson. Jay busca pistas, en la medida en la cual evite meterse en problemas. Decide ir al domicilio del exjuez para saber más del mismo, parece buscar un resquicio que le permita obtener alguna pista del paradero de su amigo. Decide robar el correo del exjuez para saber más de este último. Sin embargo, es arrestado. Llega la policía; Jay fue denunciado por Blake, a quien Jay logra advertir oculto detrás de una de las ventanas de su casa; obviamente el exjuez está en guardia a raíz de los recientes acontecimientos. Se trata de una manifestación del ojo vigilante de la denuncia de un vecindario privilegiado cuyos integrantes fungen como activadores del dispositivo policiaco. En este caso, se denuncia la supuesta amenaza de un colonizado, sujeto por la hospitalidad del país que ha subsumido a su país de origen, sospechoso invasor del territorio cotidiano de un colonizador.
Jay cometió el error de llevar consigo una colilla de mariguana. Tal situación incrementa su adversidad por sus antecedentes penales. En una especie de licencia poética bastante desconcertante, Jay es liberado cuando le explica al policía que lo interroga que tan sólo es un futuro nuevo padre que intenta despejarse de lo avasallante que le resulta su nueva vida. Jay apela a la comprensión del policía, hombre casado y padre de familia ‒infiere Jay‒ al ver la sortija del hombre en su dedo anular izquierdo. La comprensión de dicha situación por parte del oficial encargado me resulta demasiado compasiva, no imposible pero sí improbable, aunque también hay una falta de pruebas de delito mayor alguno contra Jay. Este último es liberado.
Cabe destacar que entre los oficiales que lo arrestaron se encuentra una mujer afrodescendiente, a la cual Jay le dice en el momento de su arresto: “No es común ver hombres negros en este vecindario”. Un signo por parte del director que remite a la captura del dispositivo; ser parte del poder ejecutor de una violencia legitimada para no ser víctima de la misma. Esto lo planteo como una mera inferencia porque también podemos interpretar de dicha forma a este elemento del film, sin ser tajante o sin excluir otra lectura posible. Lo sugerente es pensar tal voluntad como parte de una estrategia de sobrevivencia ante una violencia institucionalizada, especialmente ante circunstancias particularmente adversas, con el fin de comprenderlas más que de juzgarlas.Resulta interesante comprender cuantas veces en nuestra vida nos hemos dejado sujetar a un poder geométricamente superior para no sucumbir a él, en ocasiones como parte de una estrategia de sobrevivencia o, en el peor de los casos, en medio de una inercia motivada por la angustia. En esta clase de casos vemos lo problemático de moralizar sin comprensión nuestra circunstancia y especialmente la de los demás, porque ello puede trivializar o invisibilizar nuestra relación con un fenómeno tan problemático como el poder y, por lo tanto, su inextricable relación con lo político, especialmente como fenómeno civil.
Jay recupera casi todas sus pertenencias, incluyendo el sobre que robó del buzón del Juez, su pista. Jay siembra tal pista en la habitación de Toby, justo en el escondite secreto del joven desaparecido. En éste hay mariguana y drogas de diseño. Jay le muestra el escondite a Liz y le hace creer que esa fue la razón por la cual fue tan hermético con la policía. El amigo de Toby pudo acceder a la casa porque tiene llaves de la misma en un gesto de hospitalidad hacia él. Liz se despierta ante el ruido del joven, creyendo que su hijo había regresado. En el escondite Liz encuentra el sobre dirigido a Blake que robó Jay. Liz acude con el documento a la policía. La detective encargada ata cabos: el último lugar donde el celular de Toby tuvo señal fue justo en Pitt road, muy cerca de la casa del exjuez. Por esas horas se hizo una llamada desde una cabina, denunciando la retención de una persona en casa de Hector Blake.
Es entonces que se encuentran elementos suficientes para catear nuevamente la casa del exjuez. En esta ocasión, los oficiales hacen caso omiso a la petición de Blake de descalzarse para entrar a su casa. Se hace una revisión sumamente exhaustiva. Sin embargo, para entonces, Blake se ha deshecho de cualquier prueba incriminatoria y no tiene a alguien en su casa, retenido en contra de su voluntad. Revisan el sótano, la policía encuentra la puerta detrás del mueble que la oculta. Resulta tan sólo una habitación del pánico; el refugio de una casa con cierto privilegio y condiciones sociales, utilizado como fortaleza ante una situación de grave inseguridad dentro de la misma, especialmente si el domicilio ha sido invadido por uno o más extraños potencialmente peligrosos. El espacio asemeja más a uno de esos antiguos subterráneos que servían para protegerse de la caída de las bombas durante los ataques que marcaron a Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Ello nos habla de la antigüedad y privilegio de dicha residencia, la cual bien podría corresponder con dicha época; un momento en el que las casa tenían que tener dichas condiciones de sobrevivencia, fenómeno que se replicaría de manera semejante en Estados Unidos durante la “Guerra fría”; sótanos y refugios antibombas en las casas, que pudieran servir como refugio ante la caída de una bomba atómica durante la también llamada: “Era nuclear” y “Era atómica”.
Durante el cateo, la policía encuentra un defecto en dicho espacio: la mirilla de la puerta, en lugar de proveer de visión al exterior de la habitación, lo hace hacia el interior de la misma, de esa manera Toby se da cuenta de la captura del chico cautivo que intentó ayudar. Blake considera que es un defecto de fabricación del cual no se había percatado. Sin embargo, en ese momento sucumbe a un absceso de angustia; hace un gesto de denostación bastante agresivo y evidente contra la encargada del caso, lo cual lo lleva a ser arrestado por obstaculizar la investigación.
Es importante inferir que Blake habría pedido que la puerta tuviera dicha condición especial. Ésta implica ser un ojo vigilante de los cuerpos cautivos, semejante a la cual puede constituir el poder y privilegio del Estado, sus leyes, sus organismos de seguridad y de control, al igual que la de aquellos poderes fácticos capaces de constituirlo. En este caso, la puerta era parte del dispositivo de vigilancia de un cuerpo cautivo que no podría ver a su captor tras su cárcel. Si se tratara de una habitación del pánico, la falta de visión de un invasor resguardaría al guarecido del ojo vigilante y acechante del primero, además de constituir la defensa del ojo vigilante del resguardado. En este caso, se trata de una cárcel que también funciona como dispositivo de tortura, al privilegiar la visión del verdugo y negar la del capturado.
Finalmente, se considera que no hay elementos suficientes para procesar al exjuez y es dejado en libertad, a pesar de las pistas obtenidas. Liz, al ser comunicada de lo anterior, estalla en impotencia. En un arrebato de ira, la madre de Toby golpea el escritorio de su hijo. Al romper un cajón, encuentra una USB propiedad de Toby a la que no puede acceder por la falta de su contraseña. Nuevamente le pide ayuda a Jay, quien se ofrece a intentar desencriptar el dispositivo.
Liz trata de analizar, estudiar e investigar a la figura de Blake. Se encuentra con su máscara social; un benefactor dispuesto a ayudar a los más vulnerables. Mientras lleva a cabo una de sus indagaciones, vuelve a entra Jay a la casa de Liz con su llave, asustando a la misma por tener los audífonos puestos de su hijo para escuchar un testimonio en video del propio Hector Blake, acerca de la causa migratoria y tópicos relacionados con situaciones más contemporáneas que se inscriben en este contexto como la condición transgenérica de algunos refugiados de otras latitudes. Este motivo de intrusión se repite nuevamente y pone sobre la mesa el problema de la hospitalidad. Jay parece no dejar de ser un refugiado que, de alguna u otra forma, no deja de ser un desconocido para Liz, a pesar de tener llaves de su casa. Esto que puede ser un juicio muy severo contra Liz, en realidad parece un señalamiento y una metáfora de la manera en la cual no se deja de padecer la extranjería, en el caso de aquellos que en situaciones importantes de vulnerabilidad han recibido el supuesto beneficio de la hospitalidad de un Estado y sus instituciones. También podemos ver cómo en el film la audición y sus fenómenos nos remiten a un problema de relación, intercambio y comunicación entre semejantes. En la primera secuencia en la que Liz aparece, ésta llega a casa y saluda a Toby. Sin embargo, este último tiene puestos unos audífonos en los que escucha una transmisión en YouTube, a pesar de que su habitación está saturada por la reproducción estridente de Death Metal. Liz saluda al llegar a casa, sin embargo, Toby ‒por obvias razones‒ no escucha a Liz, al igual que la llegada de esta última.
El contraste de la alcoba del chico ‒su mundo, su habitación del mundo‒ es evidente, en relación con el decorado del resto de la casa; Toby vive en un cuarto poco iluminado, con paredes llenas de Graffity. Se trata del contraste entre la exterioridad de un mudo privilegiado y perfecto ‒que Toby no puede soportar‒ con su propio mundo, en el que la penumbra es tan importante como el arte y el discurso del mismo. Probablemente, desde tal polaridad, su habitación del mundo nos habla de la verdad que él ve en aquella luz agotada ante un mundo que invisibiliza dicha verdad, al velarla y devorarla con la supuesta luz de sus apariencias.
La estridencia de la música de la alcoba de Toby parece ser una barrera para anular la invasión del mundo que detesta, incluyendo la voz y presencia de su madre ‒de la cual Toby rehúye constantemente‒ como vínculo íntimo y profundo con dicha realidad. Por ello la presencia de su madre ‒tan importante afecto‒ lo hace sentir angustiado y vulnerable. Esta película también nos habla de cómo, a partir de nuestros afectos, hacemos de nuestra casa un mundo y del mundo nuestra casa.
Jay le anuncia a Liz que pudo acceder al contenido de la USB. Sin embargo, respetando la intimidad que representa, no vio el contenido de la misma. También le comenta que su hijo ha nacido, adelantándose este último a la fecha de su nacimiento. “Vas a ser lo más cercano a una abuela”, le dice Jay a Liz. Esta última visita a Jay, Naz y al pequeño Aydan, el nuevo integrante de la familia. Nuestros afectos pueden constituir una familia más importante y más legítima que nuestras familias de origen, a través de la comprensión y solidaridad. La película nos presenta la imagen singular de una nueva familia.
Es entonces que Liz confronta a Jay, ella también ha atado cabos: descubre que el material de la USB contiene las fotos de registro del proceso del proyecto de Toby: “Yo estuve aquí”, en las que Liz ha reconocido el tatuaje de la inicial de Naz en el dorso de una de las manos de Jay. Liz infiere que Toby quiso entrar a la casa del exjuez y que algo salió mal. Jay le explica que abandonó el proyecto para cuidar de Naz y su hijo, a pesar de que él también compartía el proyecto de cambiar el mundo a través del Garffity, el propio Toby se lo echó en cara cuando Jay decidió abandonar el proceso, señalándole que la idea original había sido de él. Liz le pide ayuda a Jay para entrar a la casa de Blake, a lo cual, por las mismas razones, Jay se niega. Es entonces que Liz se decepciona profundamente de Jay y le hace un reclamo digno de análisis.
Jay fue protegido por Liz cuando los exnovios de la madre del chico golpeaban a esta última y cada vez que ello desencadenaba conflictos familiares inmediatos en el núcleo familiar de origen del muchacho. Si bien es comprensible la angustia y soledad de Liz, tal posicionamiento me lleva a preguntar: ¿cuáles son los límites entre nuestra gratitud, nuestra solidaridad y el compromiso que supuestamente implican?; ¿por qué Jay tendría que estar lo suficientemente agradecido con Liz como para poner en riesgo a él y a su nueva familia?
Si recordamos la secuencia en la que aparentemente un hombre recuperó su cartera a manos de Toby, dicho personaje secundario se desconcierta por no ser suficiente su gratitud y tener que dar algo a cambio de dicho gesto. Liz parece estar haciendo una coerción semejante con Jay. Parece que solemos buscar una respuesta semejante, una reciprocidad, ante los actos y gestos que llevamos a cabo para los demás. Cuándo supuestamente hacemos algo por alguien, ¿en realidad lo hacemos para nosotros mismos? ¿No es la trampa de esa expectativa la que pone en cuestión la moral imperante de que todo se hace por algo y que para recibir algo hay que dar algo a cambio? Parece que la generosidad más legítima no espera nada a cambio porque no sujeta a los demás a nuestras expectativas y, de hecho, comprende lo que se puede y no se puede por parte de los demás. ¿Qué recibió a cambio Toby por la generosidad de su sacrificio? Parece que la legitimidad del heroísmo no puede ser algo sujetable a la coerción de nuestras expectativas porque ello esclaviza a los demás, se trata de un ejercicio autónomo de nuestra libertad y en ello radica su carácter extraordinario.
Dicha secuencia pone en tela de juicio la legitimidad de muchos de nuestros altruismos, al evidenciarse como ejercicios de control, dominación y de coerción sumamente normalizados, como puede serlo en el caso de la hospitalidad que ofrece un Estado a los refugiados migrantes que llegan a su territorio. Este último fenómeno está personificado en la figura de Blake como máscara social.
Como ya se habrá advertido, este trabajo no sigue un orden cronológico estricto del film a analizar. La guía del mismo se basa en la pertinencia del desarrollo de determinados tópicos que vertebran el film. Por ello, daremos el siguiente paso atrás. La obsesión de Liz por Blake la lleva a vigilarlo, lo cual comparte con Jay en su momento, antes de saber que este último y su hijo compartían una misma conspiración poética. En medio de esa vigilancia, ocurre algo significativo que nos permite comprender mejor al personaje de Hector Blake, para también dar cuenta de lo profundo y complejo que resulta tan relevante film.
Después de que queda desestimada la causa legal por la que Blake fue sospechoso, en la siguiente secuencia se ve al exjuez yendo a un lujoso spa en el cual nada y recibe masaje de parte de un atractivo joven iraní llamado: Omid. Este último le comparte su historia a Blake: ha perdido contacto con sus padres, quienes lo han desheredado por su homosexualidad, una situación sumamente adversa en dicho país que ha obligado a las personas con tal condición a someterse a un forzado y polémico proceso de reasignación sexual. Tal aversión, además del rechazo de su familia, ha hecho huir al joven de su país que, además, históricamente ha tenido procesos políticos muy convulsos. El joven sólo tiene contacto con su hermana, la cual vive en Teherán, capital de dicho país. Inmediatamente Blake detecta la ventaja que ello representa para él; la vulnerabilidad del chico por su falta de relaciones familiares y gubernamentales. El exjuez le pregunta a Omid por su status laboral y migratorio. El chico le hace saber que su residencia está en proceso y que su situación es complicada por la incredulidad de los funcionarios correspondientes, en relación con su orientación sexual. Blake le ofrece su ayuda y lo invita a su casa esa misma tarde.
Es notable el auge actual que hay por el tema del Truecrime, un género que también ha sido de mi interés desde niño, por la fascinación que provocan las posibilidades de la condición humana que causan tal clase de historias. Crecí viendo programas como: Misterios sin resolver, además de programas relacionados con el fenómeno OVNI y paranormal. El auge se evidencia con mayor contundencia con el arrollador éxito de la serie: Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer, la cual disfruté muchísimo y también recomiendo ampliamente.
Lo anterior lo comento porque es advertible la influencia de la figura de John Wayne Gacy en el personaje de Hector Blake. Por otra parte, en la secuencia en la que el exjuez recibe al joven iraní, se ve cómo Blake adultera el gin tonic que le ofrece, recordándome dicha estrategia a la que Jeffrey Dahmer empleaba con sus víctimas. El exjuez estuvo casado, su mujer, ceramista de oficio, acabó en un hospital psiquiátrico ‒de lo cual nos enteramos por boca de Blake durante la secuencia del cateo‒, lo cual es un dato que nos revela la difícil vida al lado de su marido quien, podemos inferir, según el planteamiento de la película, representa a una persona que podría ser diagnosticada con: trastorno antisocial de la personalidad, lo que coloquialmente llamamos psicópata, aunque también podría tratarse de un sociópata, también tomando en cuenta la historia de abusos y maltratos que Blake recibió por parte de su Padre, en su contexto familiar inmediato. Un periodo también caracterizado por importantes eventos traumáticos que probablemente influyeron en las tendencias destructivas del exjuez. Justo en esta parte de la trama nos acabamos enterando de tan cruciales eventos.
Es inferible que entre Blake y Omid se da una situación que tiende a cierto homoerotismo. El joven, quizá, está conciente de que el favor por la ayuda recibida tendrá que ser compensada a través de favores sexuales, recordemos que la moral imperante nos ensaña que nada se hace a cambio de nada y que todo tiene un precio ‒especialmente nosotros‒, además de que por todo gesto otorgado uno debe recibir algo a cambio o por todo lo que se nos ha dado uno debe estar dispuesto a otorgar lo nuestro ‒incluso a nosotros mismos‒ a nuestro supuesto benefactor, según la problemática moral con la que solemos entender la gratitud. Valdría la pena recordar al Kant de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres cuando afirma que la acción supeditada a nuestras inclinaciones e intereses no tiene valor moral alguno.
Lejos de juzgar al Joven, si pensamos en lo adverso de su circunstancia, probablemente sólo aprovecha las condiciones que le ha dado su trayectoria vital para sobrevivir. Tal comprensión es importante porque problematiza nuestra moral y nos confronta con lo tremendamente difícil que es el fenómeno de nuestra libertad, al grado de también considerarse un problema por más de uno. Sobre todo, si pensamos a nuestra libertad en relación con una determinación tan grave como la finitud del cuerpo.
Finalmente, el exjuez le comparte a Omid un aspecto muy íntimo y relevante de su vida; de dónde viene y, en cierta forma, quien es. Toby había encontrado unas fotos del exjuez en el sótano, la primera vez que entró y se confrontó con la imagen del chico cautivo que después intentaría ayudar. En una de las fotos vemos a un niño (Hector, a temprana edad), un adolescente (Ravi, sirviente de la familia Blake), y un hombre mayor (El padre de Hector). En la siguiente foto vemos a Ravi al lado de Hector, en su época de infancia. En la última foto sólo está Ravi desnudo, posando en una pose sugerente.
Blake le cuenta a Omid acerca de Ravi, un joven parsi de la India que sirvió a su familia. El juez le cuenta al joven iraní que se trató de un chico migrante que primero trabajó en una fábrica propiedad de su padre para acabar llegando a la casa de los Blake. Sin embargo, al poco tiempo, el padre de Blake, el severo hombre del retrato en la sala de la casa del exjuez, hizo de Ravi su amante, desplazando de sus vidas a su hijo y a su esposa. Esta última acabó suicidándose. Fue hallada por Héctor cuando era niño, desangrándose en la bañera de su casa.
Minutos antes, el joven Iraní había sugerido que el cuadro era una especie de memoria feliz del padre de Hector. No es así sino algo más complejo, según el propio exjuez al tratar de explicarle a Omid la presencia de dicha imagen en su casa. “Entonces, también lo tiene ahí para mostrarle cada vez que quiera su dedo medio”, le dijo en tono alegre el chico a Blake, lo cual este último, riendo, no negó del todo. Omid también había sido conducido ahí para escuchar la historia de Blake, probablemente como parte de un ritual previo para la posterior captura y exterminio por parte del depredador. “¿Sabes qué le pasó a Ravi?”, le preguntó Hector al Joven. Este último empieza a evidenciar angustia, pide permiso para ir al baño y es entonces que siente los primeros efectos de la sustancia que puso Blake en el trago del chico. Omid, como varias personas ajenas a la casa de Blake a lo largo del film, tuvo que descalzarse. También podría pensarse dicha imposición como un intento de eliminar el mayor rastro posible de sus presencias en casa del exmagistrado. El chico no encuentra sus zapatos, claramente dicho gesto de territorialización también es un acto de vulneración por parte del privilegiado; un gesto de coerción para propiciar un tipo de desnudez. Blake invita a Omid a que se calme, según el antiguo magistrado, probablemente la bebida había sido demasiado para el Joven. Blake lo deja nuevamente en el sofá de su sala.
Justo cuando el juez acaba de contarle a Omid qué le pasó a Ravi y le dice que cree haberlo matado durante una visita a la casa familiar, el chico aprovecha para escapar por una ventana. Tal imagen resonará en varios de nosotros con la imagen viral de un joven desnudo huyendo por una de las ventanas del palacio de Buckingham, por medio de unas sábanas amarradas. La huida de Omid coincide con una de las vigilancias de Liz a la casa de Blake. Ella salva al chico, metiéndolo a su auto. Blake, frustrado, arroja su trago contra el retrato de su padre; un claro gesto del sentimiento que le provoca la imagen de su padre como origen del mundo de Hector; una pasión que adolece como raíz de su miseria.
Blake, antes del escape de Omid, le hizo saber a este último que su resentimiento hacia Ravi tenía que ver con su decisión de quedarse al lado de su padre. El joven iraní le señaló que, quizá, Ravi no tenía opción, no podía elegir. Blake afirma desde su privilegio: “Siempre tenemos opción”. En cambio, el joven iraní le dice: “No, si eres pobre y no tienes a dónde ir”. Es revelador pensar en los límites de nuestra libertad y la relación de los mismos con la inextricable finitud de nuestros cuerpos, la cual, podemos inferir, también constituye nuestro destino, incluyendo la definitividad de una muerte inevitable; la muerte de seres humanos que, generalmente, quieren vivir.
Vemos nuevamente a un hijo enojado con su padre; un personaje atravesado por lo terrible de un contexto familiar tan adverso y comprometido con las apariencias y el poder, como germen de la profundidad de los afectos de dicho personaje. Nuevamente vemos la relevancia que puede tener nuestra familia en nuestra vida. No trato de justificar a Blake porque no llevo a cabo juicio alguno, intento comprender; poner sobre la mesa la complejidad de un paisaje de lo humano que también posee elementos de lo común de nuestras vidas, a pesar de que ello acabe confrontando, paradójicamente, a Toby Nealey con un personaje tan diferente a él como Hector Blake.
Me parece importante advertir una decisión sumamente acertada por parte de los realizadores del film: elegir al excelente actor Hugh Bonneville para interpretar a Hector Blake. Dicho actor se hizo célebre por la aclamada serie Downtown Abbey, en la cual interpreta a un aristócrata benévolo y bonachón, capaz incluso de admitir el matrimonio entre una de sus hijas y uno de sus sirvientes; una nobleza que, francamente, me parece desproporcionada, al grado de rayar en lo inverosímil, en el caso de un aristócrata británico de principios del siglo XX. La imagen pulcra de tal antecedente laboral de Bonnevil contrasta notablemente con la imagen perversa que logra el actor británico al interpretar a Blake, al grado de que me resultó difícil reconocer que se trataba del mismo actor. En Downtown Abbey tenemos una visión edulcorada y melodramática de la aristocracia británica. En cambio, en un radical giro de intenciones, en Yo estuve aquí tenemos una imagen de la perversión a la que tiende el poder, velada por el lujo y el privilegio que la hacen posible. Un referente dramático tan popular como Downtown Abbey es aprovechado en ese sentido extradiegético de manera notable, además de que el excelente trabajo de Bonneville corresponde con dicha intención de manera sumamente notable y comprometida. De esa manera Yo estuve aquí también logra un discurso que dialoga con la sensibilidad de su público inmediato, además de una interlocución con aquellos que vivimos, a nivel mundial, los fenómenos comunes y cercanos a una experiencia de lo civil y, por lo tanto, de lo político, normalizadas por dinámicas semejantes de consumo y producción. Otro brillante aspecto de esta magnífica e importantísima película.
Liz intenta que el chico que ha rescatado denuncie y dé testimonio de lo sucedido, con el fin de saber de Toby y detener a Blake. Sin embargo, no lo consigue. El joven sabe que su condición es de importante indefensión y vulnerabilidad. Una denuncia en contra de Blake, efectivamente, lo dejaría expuesto a una adversidad importante que, incluso, probablemente le costaría la vida. La desestimación del caso, por falta de denuncia y testimonio, hace que Liz le pida ayuda a Jay para entrar a casa de Hector Blake.
Blake sabe de la amenaza a sus privilegios que significa la presencia de Omid en la ciudad. Lo contacta nuevamente en su trabajo para amenazarlo con revocar su permiso de estancia en el país, conseguido por el propio Blake. Nuevamente, el joven cae en la trampa para acabar por ser capturado. A través del de celular de Omid, Blake se entera de que Liz es la madre del joven que asesinó cuando este último intentó rescatar a una de las víctimas del exjuez; busca a Liz través de redes sociales, a partir de la revisión de los mensajes entre ella y Omid.
El juez sale una mañana a correr. Olvida algo en su casa y saca de un escondite de la misma una llave para volver a entrar. Liz, quien no ha interrumpido su vigilancia, observa dicho gesto. Sin embargo, es el montaje de una trampa; queda claro para el exjuez que dicha mujer no ha dejado de estar al tanto de sus movimientos cotidianos.
Es de esta forma que Liz entra a la casa de Blake para buscar alguna pista. Sin embargo, el exjuez, también verdugo de su miseria, atrapa a Liz. A pesar de que Liz intenta salir por una puerta, ella es forzada a entrar a casa, ante el trayecto de una corredora que pasa frente al domicilio de Blake. Dicha mujer lleva auriculares, lo cual limita su atención al mundo. Un claro signo de la cotidiana normalización de nuestra indolencia.
Liz está herida y maniatada ante el cadáver de Omid. “Esto es obra tuya”, le dice Blake a Liz. La madre de Toby tiene que presenciar como Blake descuartiza e incinera el cadáver del joven, mientras el exjuez le confiesa, conciente de su impunidad, que ha hecho lo mismo con Toby. Vemos en la siguiente secuencia como también es incinerada una identificación de Liz, registro de la serialización de su cuerpo, a través de la identidad que nos impone el dispositivo como registro de nuestra estadio en el mundo, al cual el poder suele abstarernos para llevar a cabo el dominio, control y manejo de nuestros cuerpos y sus restos.
Antes de que Liz pidiera una licencia en su trabajo por la dificultad emocional que representaba la situación que estaba pasando, vemos cómo atendía a Faisal, un joven estudiante de medicina de padres indios que sentía una gran culpa por decepcionar a sus progenitores: dos migrantes que habían trabajado muy duro y hecho todo porque su único hijo fuera médico. Él, sin embargo, quería dedicarse al mundo de la computación. En un acto fallido, Faisal intenta suicidarse, fallando en la dosis de alcohol y somníferos para lograrlo, algo que a Liz desconcierta, tratándose de un estudiante de medicina que sabe muy bien cual sería la dosis exacta para lograr su objetivo. Liz le dice a Faisal que eso demuestra que él quiere vivir y que su intento le dice lo mucho que quiere vivir. Él lo niega, él quería decirle a sus padres que le han fallado. Liz se desmorona,
Algo semejante pasa con Blake, este último, a pesar de la importante condición de privilegio que acabó constituyendo, no cumple con las expectativas de su padre. El exjuez habla del enojo de este último por haber renunciado a ser juez, además de que su padre deseaba que fuera, nada más y nada menos, Primer Ministro, el puesto más alto del poder político en Inglaterra. Es entonces que nuevamente nos confrontamos con la moral del sacrificio de uno mismo como acto de gratitud ante los favores recibidos, evidente muchas veces en la relación que solemos llevar a cabo con nuestros padres a través de sus expectativas. Más allá del evidente papel de la culpa en estos procesos y de lo problemático de entender al sacrificio como un acto de gratitud, habría que pensar si nuestra moral o, por lo menos una moral de este tipo, no nos está cosificando al convertirnos en objetos eficientes de consumo del deseo de los demás, además de una fuente de producción del mismo. ¿No es ello convertirnos en los medios para la satisfacción de los intereses privados de los demás?. Vemos la agudeza del discurso del film; una sociedad perversa que se ha constituido desde dicha lógica, a través de las relaciones que llevamos a cabo desde el ámbito más íntimo en el que se enraízan nuestros más profundo afectos: nuestra familia de origen.
Liz ha desaparecido. Jay se siente responsable por la desaparición de ella y de su amigo. Ello sucede en medio de un momento complicado en el que Naz se siente excluida de la vida de Jay. Este último, claramente, tiene importantes secretos que no quiere compartir con ella para protegerla junto con su hijo, Aydan. Ella le cuestiona si tal falta de confianza puede ser compatible con la reciprocidad y solidaridad de una familia. Es importante preguntarse por lo que compartimos y que, efectivamente, nos une y nos hace familia, con todo y lo complejo de tales lealtades que hacen unión y núcleo. Naz no soporta la discrecionalidad de su pareja y decide irse de casa en los mejores términos posibles.
Vemos aquí la complejidad de nuestra intimidad cuando hay vínculos que se basan en compartirla; lo susceptible de dicha habitación de nosotros mismos, que también implica el legítimo derecho que todos tenemos al secreto como parte del cuidado de nosotros mismos. Difícilmente alguien que no es capaz de cuidar de su intimidad podrá cuidar de alguien más. Jay es una persona que hace lo que puede, desde las adversidades que ponen en peligro su libertad ‒en más de un sentido‒; alguien que se confronta con los límites de su libertad para lograr la compleja y dificilísima labor de cumplir con sus responsabilidades más importantes. Jay no sólo tiene la responsabilidad de sostener económicamente a su familia ‒eso no basta para ser un buen padre‒ tiene la importante misión de ser el mejor padre posible para Aydan y, quizá, ‒si Naz decide volver con él‒ ser la mejor pareja posible para la madre de su hijo. Lo anterior, como parte del acuerdo que Naz no siente correspondido.
Vemos cómo el joven trata de ayudar, en la medida de sus posibilidades,a la familia que ha constituido con Toby y Liz, sin fragilizar a Naz y a Aydan, este último lo necesita, le dice Naz a Jay. Una necesidad manifiesta en la misión de ser padre, que en más de un momento de la película se ve problematizada. Los ejemplos van desde la relación entre Toby y Liz, pasando por la relación entre Omid y sus padres que lo han desheredado, al igual que los padres de Naz que la han expulsado de la familia, hasta la terrible relación entre Hector Blake y su padre. Este último, por cierto, ‒al igual que Hector‒ acabó contribuyendo a la destrucción de su pareja. Así de complejo puede ser querer, un ejercicio de nuestra libertad que no necesariamente es sinónimo de amar.
Jay, arrepentido, ingresa a la casa del exjuez. Sin saberlo, parece que intenta acabar con Blake con una pala de cricket semejante a la que mató a su amigo. Sin embargo, el juez se defiende. Tras una ardua batalla, Jay logra someter al juez para repetir una sóla pregunta: “¿Qué les has hecho?”. En ese momento, la cámara hace un close up a una foto sobre la pared en la que está Hector cuando era niño. La foto enmarcada ha quedado con el cristal roto, al chocar la cabeza del juez ‒signo de su conciencia‒ con dicha imagen, durante el forcejeo con Jay. Estamos ante el signo de una herida; el abismo que constituye el olvido del niño que fue Hector Blake, desde el momento en que la compleja vida de los adultos lo lastimó lo suficiente como para decidir convertirse en lo que es.
Jay, nuevamente, hace lo que puede; ha llamado a la policía, no sin antes rescatar del sótano a otra víctima de Blake. Jay mantiene su anonimato escapando del lugar, recibe una llamada de Naz para saber cómo está. Vemos en el rostro de Jay todo su duelo y remordimiento; una consciencia que no debemos confundir con la culpa como inducción al control; la culpa como carga del peso muerto que los demás suelen poner sobre nuestra espalda para dominarnos a través de la negación de la legitimidad de nuestros errores; los equívocos de seres finitos y falibles.
Me parecería injusto decir que Jay se equivocó y su acto lo redime. Jay siempre hizo lo que pudo para proteger a su familia, manifestando la autonomía de su consciencia. Ello no demerita de manera alguna el coraje de su heroísmo, llevando a cabo un acto que pudo haber constituido el riesgo de un sacrificio semejante al de Toby, también a cambio de nada, incluso a pesar de la aportación que las consecuencias de sus actos constituyan para su conciencia; algo muy relativo cuando se ha perdido tanto. Estamos ante un anónimo y humilde joven negro de ascendencia migrante que, sin embargo, ha sido capaz de convertirse en héroe.
Jay se enteró gracias a Naz de la participación de Hector Blake en el tricentenario de la escuela en la cual estudió el exjuez. Uno de los compañeros del exjuez es asesor del proceso de titulación de Naz, quien llevó a cabo un trabajo sobre la circunstancia legal de los migrantes en Reino Unido. A Blake se le ofrece el documento en cuestión para obtener su réplica. Su gesto lo dice todo: lejos de la mirada de los demás, el exjuez desecha la tesis en un bote de basura. Es sugerente pensar que, ante los cambios ideológicos de la historia reciente de Gran Bretaña, orientados al seguimiento de una política más progresista y menos conservadora, Blake, a favor de sus privilegios e intereses, haya constituido una máscara social más favorable con la producción y consumo de la política en su país como fenómeno económico. Queda claro que el exjuez está lejos de no ser tan conservador y racista como lo fueron sus antepasados, algo que Toby había inferido. Tan sólo se adaptó a los nuevos tiempos; la moral imperante que se sostiene con el truco más viejo del mundo: declararse como alguien que está del lado de los “buenos”.
Finalmente, vemos que Jay, además de capturar a Blake, le rinde homenaje a su amigo, preservando su memoria con un gesto fraternal, el de la misión que también los unía: contribuir a lo mejor de un mundo lacerado por la injustica del privilegio. En la pared sobre la que se encontró sometido al juez se puede leer: “Yo estuve aquí”; la declaración de la presencia de todos aquellos que han sido víctimas de la injusticia del privilegio como lo fueron Toby, Liz y las demás víctimas de Hector Blake. Bien decía San Agustín: “Aquellos que amamos y perdimos ya no están donde estaban, ahora están donde estamos nosotros”.