“Es preciso encontrar una verdad,
y la verdad es para mí hallar la idea
por la que esté dispuesto a vivir y morir.”
“En la subjetividad está la verdad;
En la subjetividad está la mentira.”
Søren Kierkegaard
“Lo desconocido es el horizonte, es el mito, es lo sin fondo”
Cornelius Castoriadis
“El carácter de un hombre es su destino”
Heráclito de Éfeso
No sé qué tanto sea sólo una inquietud de mi parte o una impresión que más de uno comparte conmigo. Me refiero a la intuición en torno a la manera en la que el cine constituye imágenes compatibles entre el pasado y el futuro, prescindiendo aparentemente del supuesto orden lógico de tales estadios. Específicamente me refiero a los recursos del flashback y el flashforward, al igual que a la interrelación de los mismos. Un ejemplo de dicho fenómeno lo tenemos en la película que esta vez he decidido analizar: Cuervos de Jens Assur. Esta última comienza con un evento que tiene explicación después de ver el film íntegramente. En el caso de la secuencia correspondiente a dicho evento, ¿se trata de un flashforward o, más bien, del inicio del film y el resto del mismo sería un enorme flashback?
Otro ejemplo significativo y semejante de la complejidad del tiempo que evidencia el cine lo encontramos en una película tan popular como: Titanic. Hay quien cree que buena parte de dicha película es un enorme flashback, específicamente las secuencias correspondientes a la juventud de Rose, al igual que las de su encuentro y aventura con Jack.
Me parece importante empezar este trabajo con esta reflexión porque Cuervos es una película que nos habla de la relación entre el porvenir y el Destino. Este último entendido en las dos acepciones típicas del mismo: el destino como la meta alcanzada por una trayectoria que, por lo tanto, signa su sentido y El Destino como determinación de nuestra circunstancia; el Horizonte de nuestra libertad.
En una de las primeras secuencias del film, Agne, uno de los dos protagonistas de la película, evidencia su conocimiento en meteorología al dialogar con un colega granjero acerca de las muchas formas de pensar al Horizonte; está el horizonte civil, el que entendemos cotidianamente y que suele corresponder con nuestra comprensión del anochecer y del amanecer como conceptos definitorios de lo que cotidianamente entendemos como: lo temprano y lo tarde de un día; el horizonte astronómico, comprendido en relación con los movimientos del planeta como cuerpo cósmico y, por lo tanto, con el espacio exterior; el horizonte geológico sutilmente determinado por la manera en que los fenómenos de la Naturaleza emergen o se ocultan, cumpliendo con su correspondiente ritmo vital.“Parece que más bien habría que preguntarse, ¿qué es el horizonte?”, advierte en su charla el compañero de reflexión de Agne. Este último acaba por preguntarse: “¿El horizonte es un océano, una montaña, un bosque?”. Este film parece intentar responder a la pregunta por el horizonte del paisaje de lo humano.
Agne es un granjero dedicado al cultivo de papas y heno, al igual que a la ganadería. Parte de la infraestructura de su granja ‒correspondiente con los estándares de producción de la sociedad sueca, altamente industrializada y con un privilegiado nivel de vida‒ depende del respaldo de la industria alimentaria de dicho país; el granjero es arrendatario de las tierras que trabaja y tiene que cumplir con cuotas de producción para seguir siendo beneficiario de tales condiciones.
La película evidencia un momento de particular adversidad para dicho protagonista. Este último se siente acechado y vigilado por sus patrones, los cuales intentan hacer que venda su propiedad para dar pie a la planificación del desarrollo de una plantación agrícola que consideran potencialmente próspera, especialmente en comparación con los últimos resultados del trabajo de Agne. Este último, simultáneamente, es testigo de eventos que le resultan sospechosos y susceptibles de afrenta hacia él; parte de su ganado empieza a extraviarse momentáneamente para después ser encontrado muerto. Primero es el caso de una vaca que, al rebasar de manera improbable la cerca que evitaba su escape, acaba siendo arrollada por un tren. Después sucede algo semejante con dos vacas, cerca de otro alambrado, con la diferencia de que estas últimas parecen haber sido alcanzadas por un rayo.
El inhóspito paisaje al que tiende el territorio sueco ‒acentuada tal característica en el ámbito rural‒ propicia la soledad suficiente como para sospechar de cualquier presencia y hacerla susceptible de ser pensada como vigilante. Ante ello, es relevante resaltar una de las grandes virtudes de esta película: en vez de presentarnos a un padre de familia impositivo, arbitrario y, por lo tanto, cercano a un tirano, el film logra estructurar la imagen de un hombre legítimamente angustiado, determinadopor la cerrazón de su mirada ‒por la angostura de la misma‒ implicada en dicha pasión triste ante un futuro limitado; un porvenir al cual dicho personaje intuye con menos opciones, al grado de que dicho hombre parece vislumbrarse prescindible para los mundos posibles del mismo. En ello se manifiesta el estadio de la territorialidad de la subjetividad del protagonista; la topología del agotamiento de sus ya de por sí mermadas potencias vitales.
Vale la pena hacer una aclaración: cuando hablo de la legitimidad de la angustia de Agne, mi intención es hacer énfasis en que se trata de una pasión triste inextricablemente relacionada con nuestra finitud. Sin embargo, no niego la problematicidad de dicho afecto, en la medida en que promueve nuestra sujeción y exterminio. La angustia es una pasión triste que suele inducirnos a reducir nuestras posibilidades vitales; los mundos posibles de las potencias del cuerpo vivo, lo cual implica negarnos la posibilidad de comprender que cada etapa y edad de la vida ‒en relación con lo singular de su estadio‒ puede tener sus momentos especiales y particulares de plenitud, goce, placer y alegría. La estrechez de miras con la que Agne ha condicionado habitualmente su sensibilidad ‒también manifiesta en su rigidez física y moral y, por lo tanto, en la inflexibilidad de su voluntad‒ se evidencia en la sujeción de adolecer su circunstancia.
El granjero considera grave permitirse unos días en la playa al lado de su familia. También podemos ver cómo no es parte de una fiesta local a la cual su esposa e hijo mayor asisten, quedándose aislado en una habitación de la granja. Se trata de un cuerpo capturado por la rigidez de su coraza somática; la esclerotización de la angustia de Agne, manifiesta en dicha somatización,correspondiente con la rutina habitual de su trabajo. Es sugerente pensar, ¿qué tanto la alienación de un trabajo radica en hacer del mismo un fin en sí mismo en lugar de un medio que nos permita, no sólo subsistir, sino también disfrutar de la vida?; ¿qué tanto vivimos para trabajar en lugar de trabajar para vivir?
Agne lleva cuarenta años dedicado a su labor. Por ello, tal dinámica y rutina ha constituido una disciplina cotidiana. Se trata de un cuerpo vivo disciplinado por dichas dinámicas de consumo y producción, el cual se nota cada vez más fatigado y consumido por las mismas; un cuerpo exhausto que es incapaz de priorizar la posibilidad del descanso como horizonte de la recuperación de las fuerzas de un organismo demandado por tal labor, al que se le dificulta tener una relación lúdica de esparcimiento con su familia.
Dicho condicionamiento también repercute en la posibilidad del personaje de tener una vida íntima plena con su esposa. Su impotencia sexual evidencia el consumo de su cuerpo comprometido con su actividad laboral, aunado a la angustia que le produce la exigencia de satisfacer las demandas de su trabajo, al parecer acechado ‒según Agne‒ por sus propios patrones. De tal compromiso dependen las condiciones económicas implicadas en la subsistencia y el sostén de su familia. Pareciera que el bienestar de la mujer e hijos del granjero constituye el sentido de la vida de Agne. Sin embargo, parece ser que es más importante para él su trabajo en sí, como la razón del lugar de dicho hombre en el mundo y el legado de tal sentido de la vida por parte de su familia. Por ello mismo, podemos ver que, para dicho protagonista, tal propósito también constituye la herencia de los hijos de Agne. Vemos en tal opacidad la confusión del granjero como fenómeno de su angustia.
Agne es un cuerpo dispuesto al sacrificio. Como signo diegético y cinematográfico, vale la pena advertir queel nombre propio del granjero probablemente provenga del latín, específicamente de la palabra ‘Agnus’ que significa: cordero. Tal dato remite a la vida santa propuesta por cierto cristianismo; un cuerpo destinado al sacrificio, dispuesto voluntariamente al mismo. Agne es un cordero que, a través de su trabajo, lleva a cabo el consumo de su cuerpo. Vale la pena recordar que, según el discurso de tales cristianismos, la ejemplaridad de un animal como el cordero radica en que este último no protesta al ser sacrificado.
En contraste con la angustia de Agne, su hijo mayor, Klas, es un chico tendiente a la introversión y a la calma. Su serenidad manifiesta un carácter contemplativo y vinculado a los datos del mundo; una sensibilidad capaz de disponerse a la flor de piel de su introspección, comprometida con su habitación del mundo. Por ello, esta última resulta también una habitación de sí mismo que corresponde con su relación con el paisaje. Su fascinación por este último constituye una consonancia entre el territorio de la subjetividad del joven protagonista y su ámbito vital inmediato como dominio de La Naturaleza y dominio de sí mismo. Klas, a través del encuentro consigo mismo que implica su habitación del mundo, es señor de su dominio.
El chico se evidencia fascinado por La Naturaleza, de la cual ‒podemos inferir‒ se siente parte vinculada y comunicada. El fenómeno que tiene la preminencia de su atención son las aves. Se puede deducir que buena parte del gusto del joven radica en su aprecio por la singular libertad implicada en el vuelo de dichos animales; el ancestral símbolo de la relación entre el cielo y la tierra. Esta película pone un sutil énfasis en la complejidad de este último vínculo. El largometraje también trata sobre nuestra herencia como presencia a través de un legado, el de aquellos que amamos ‒o aquellos que amaron quienes amamos‒ y se han ido; la relación constitutiva con nuestros muertos y los ecos de los mismos en nuestras más inmediatas relaciones, capaces de determinar incluso a aquellos descendientes que ni siquiera conocieron, a través de sus hijos y nietos que ahora son nuestros abuelos y padres.
Klas observa las trayectorias celestes de tan diversos animales, las cuales ‒hablando del Destino‒ se presenta en varias secuencias a lo largo del film de manera mántica; un antiquísimo signo que vertebró buena parte de periodos específicos de la vida y cotidiano de culturas tan antiguas e importantes como la griega. El adolescente aprecia cautivado los hábitos y condiciones de vida de dichos animales; cuida de los huevos silvestres que encuentra y considera susceptibles de acecho por su vulnerabilidad, además de dignos de atención y estudio. Klas les proporciona condiciones para fomentar su desarrollo natural ‒en la medida de lo posible‒; investiga con sumo cuidado y atención a dichos cuerpos. En tal labor se manifiesta el importantísimo acto de comunidad que puede implicar nuestra relación con nosotros mismos a través de los fenómenos de la tierra. Por tal razón, la clara vocación ornitológica del chico me resulta entrañable.
En contraste con su padre, la juventud del joven se manifiesta más allá del dato mismo de su apariencia; la mocedad de Klasyace en su profunda vitalidad, en su vínculo con los fenómenos del Paisaje de La Vida del Mundo. Se trata de un cuerpo pleno e íntegro por dicha armonía; un animal vibrante de la fisis, en plena sintonía con el cosmos, semejante a los eremitas y a los filósofos antiguos.
Parte de lo hermosa que resulta esta película yace en estar dotada de una potente y diáfana comprensión del paisaje como horizonte de La Vida, más allá de la literalidad de esta afirmación; sin excluir lo evidente, concreto y material de dicho fenómeno constitutivo de nuestra sensibilidad. El discurso cinematográfico del film propone al horizonte como la imagen de lo dado; en esta película la imagen y sus signos están comprometidos con el énfasis en tal determinación: la condición de lo probable ‒incluso aparentemente más que la de lo posible‒, al grado de ser capaz de implicar al territorio subjetivo de la angustia de Agne, en tanto que cuerpo condicionado; la angustia como una pasión triste que suele comprometerse con lo aparentemente probable de lo definitivo que solemos creer determinante.
Lo anterior, paradójicamente, convive de manera simultánea con la liberación de la alegría de los fenómenos de lo posible ‒manifiesta en el territorio de la subjetividad de Klas‒ constituida a través de la contemplación del hijo mayor de Agne.
Jens Assur, director de la película, es un cineasta dotado de una mirada privilegiada y construida después de años dedicados al foto-periodismo en zonas de conflicto como Ruanda. Su impecable comprensión del espacio ‒dotada de la claridad de que el paisaje se define vitalmente por el transcurso del tiempo‒ se evidencia en la composición de una sobria y vibrante fotografía, caracterizada por la armonía primordial del silencio como fenómeno visual y emotivo de lo invisible; el realizador acentúa al plano como mirada del espectador ‒la ausencia diegética de la misma‒; el fenómeno de lo presentado por la fotografía. A través de esta última podemos advertir cómo el movimiento sutil de las cosas desafía a las apariencias, a través de la presencia de la luz como principal vínculo habitante en el mundo.
Tal sutileza propicia secuencias vivas que evocan a la psicología de las profundidades y sus ensoñaciones, a través del foco y del centro que el cineasta constituye sobre los fenómenos del paisaje y sus alrededores; un preciosismo al que le bastan las potencias de La Naturaleza; el núcleo de lo que sucede a través de su calma y la apariencia de la misma, sólo atendible a través del artificio de nuestra interioridad, nuestra introspección como habitación profunda de nosotros mismos; el trazo del tiempo y sus accidentes.
Tan impecable dominio de la luz, a través de una solvente técnica capaz de mantener el flujo de la contingencia de los cuerpos, remite a la obra de autores como: Rubens o Van Eyck. Predomina en la paleta de colores ‒al igual que en su sabio recurso a la corrección de color‒ los tonos sepia y turquesa, además de sus variantes, incluyendo sus lucideces y opacidades. Estos últimos fenómenos cromáticos, por su carácter terroso, dotan al discurso fotográfico de una materialidad telúrica que remite a las potencias del animal vivo que es nuestro planeta.
La trama se desarrolla en una zona rural entre los años de mil novecientos setenta y ocho y mil novecientos setenta y nueve. En el paisaje predomina el ritmo de la vastedad del territorio, tendiente a lo inhóspito. Tales condiciones son suficientes para evidenciar la pertinencia y el carácter naturalizado del trabajo vivo en dicho lugar. Agne ha aprendido su oficio, la técnica de la que depende el bienestar de su familia. El granjero parece tener la creencia de que la cotidianidad de su labor lleva a cabo su conformidad con La Naturaleza ‒el sentido de su vida en conformidad con el sentido intrínseco a la lógica manifiesta en La Naturaleza‒, entendida por dicho personaje como la coincidencia de los fenómenos de su voluntad con las aparentes inercias de los fenómenos del mundo, su aparente causalidad ‒invisibilizándose la contingencia de su emergencia‒ y, por lo tanto, su aparente necesidad ‒negándose la suficiencia y autosuficiencia de sus fenómenos.
Agne advierte lo singular y contrastante del carácter de Klas en relación con el suyo y, por lo tanto, en relación con su vocación de granjero. Ante la insistencia de los patrones de Agne para que este último venda la granja a la plantación de papas que quieren fundar, el granjero vive preocupado por su legado, por la herencia de sus hijos, su familia y la continuidad de la misma. A Agne le preocupa sentir que todo aquello por lo que ha luchado durante cuarenta años está en peligro, no sólo ante los intereses de las instancias correspondientes de la industria alimentaria de su país que lo ha beneficiado, sino también por la indiferencia de su hijo mayor ante la posibilidad de continuar con el trabajo de su padre; la misión por la cual Agne se ha sacrificado. El granjero nota dicha actitud por parte de Klas en su resistencia a colaborar de manera más constante en los quehaceres de la granja. Agne no desaprovecha cualquier oportunidad para involucrar a su hijo mayor en las labores relacionadas con el oficio de toda su vida.
En una de esa ocasiones, Agne parece mostrarle una faceta lúdica de su oficio a su hijo. Es necesaria la participación de Klas para restaurar las cercas vencidas por las que el ganado recientemente ha escapado. Agne le pregunta a Klas: “¿Alguna vez te has parado sobre los postes de la entrada? Tus brazos se elevan solos cuando te alejas. Es bastante divertido […] empujas el poste lo más que puedes y cuentas hasta cuarenta y nueve. [Los brazos] te pasan por la cabeza. Si los bajas, se suben de nuevo; es como una fuerza invisible […] Nunca es muy tarde y siempre es tan simpático”.
Parece que Agne intenta que Klas note que en el oficio de granjero también se puede volar; un momento en el que el cielo y la tierra se vinculan y es posible el despliegue lúdico de la alegría. Sin embargo ‒sin negar del todo dicha posibilidad‒, es más evidente la angustia de Agne; un peso contundente que lo está hundiendo; una impresión opuesta a la imagen que el granjero intenta inspirar en su hijo. Parece poco creíble la sensación en Agne de tal fuerza que vence a la gravedad. En cambio, en el también padre de familia se evidencia que la angustia puede ser capaz de derrotar a los cuerpos que la adolecen. La promesa de vuelo que hace el protagonista a su hijo no se compara a la que Klas cuida y procura todos los días, a través de su atenta observación del vuelo de los pájaros que, para Agne, llenan la cabeza del joven.
El ser humano angustiado puede ser la criatura más peligrosa del mundo. Su capacidad de destrucción y autodestrucción se antoja inconmensurable. En este caso, un individuo como Agne, tan tendiente al sacrificio, lo demuestra con creces.
El granjero busca la forma en que Klas asuma ineludiblemente las responsabilidades de la granja; una aparente razón que se imponga de manera imponderable y determinante; un motivo que suponga una necesidad. Agne ‒deliberadamente y después de una larga y comprensiva dubitación‒ mete la mano en la sierra encendida con la que corta troncos destinados a la producción de madera para el mantenimiento de la granja. El hombre angustiado supera la clara resistencia de su cuerpo al peligro evidente. Esta última sensación, fenómeno natural y material de nuestro cuerpo en relación con el cuidado y resguardo del mismo que más de uno llamaría: instinto de supervivencia. ¿De qué puede ser capaz el hombre angustiado en relación con los demás si es capaz de tal daño a sí mismo? Vemos lo terrible de un malestar como el de Agne; un hombre que, al parecer, es capaz de todo cuando lo domina la adolescencia de su pasión, unatan triste como la angustia.
La siguiente secuencia es la de un momento de la cotidianidad escolar de Klas. La lección de humildad de la vida es que, a pesar de lo terrible de nuestro dolor y nuestras pérdidas ‒sin subestimar a las mismas como fenómenos legítimos e importantes de nuestras vidas, pero de los cuales sólo nosotros podemos ser responsables en relación con nuestra sensación de los mismos‒ el mundo sigue girando y la vida continúa. Klas es integrante en dicha secuencia de un coro escolar que entona un himno a la llegada del verano. La letra de dicho canto posee los siguientes versos:
Hay belleza en todos lados.
Ahora llega el verano,
cuando el pasto y el grano abundan.
Luz del sol rejuvenecedora;
despierta un mundo ya muerto.
Los rayos del sol se acercan
y todo renace.
Un canto que remite a la finitud, la subsistencia y los ciclos de la vida; a la vida misma y su sobrevivencia a través de nuestra comprensión de las potencias vitales del mundo, para llevar a cabo la habitación de este último. Se trata, por lo tanto, también de un canto rural y agrícola; un humilde homenaje a la tierra, por ser un pequeño tributo de seres finitos, los hombres y su tribu, a la sublime magnitud del mundo.
Incluso, a pesar de nuestro sacrificio y muerte, la vida se renueva; la vida del mundo continúa, renace, a pesar de nosotros mismos, demostrando su carácter invencible. Ahí está la vida plena, la juventud de Klas, cantando al mundo que ha vuelto a abrir los ojos después del sueño de su descanso, incluso a pesar del consumo y sacrificio del cuerpo de Agne, exacerbado de manera extrema por este último. Agne ‒debido a su angustia‒ es ese mundo ya muerto que se niega a despertar ante la luz rejuvenecedora del sol que es Klas, su hijo mayor.
Inmediatamente después de este momento del presente en el cual se homenajea a la vida, podemos ver un suceso de importante tensión dramática. Klas, como cualquier chico de su edad, toma la merienda en su casa mientras hace tarea en el comedor de la misma. Agne le advierte que, debido al accidente que tuvo el granjero, el joven ya no tiene excusa alguna para evadirse de las responsabilidades de la granja. Dicho cambio incluso afectará a las vacaciones de verano del hijo mayor del granjero. Agne ostenta su herida, la de su mano parcialmente amputada. Por supuesto ‒por lo menos en la medida en la cual el largometraje nos lo hace saber‒, el granjero no revela a nadie que su herida no fue producto de un accidente sino que se trata de una lesión autoinfligida.
Sin embargo, a pesar de la aspereza de momento tan impositivo, el padre de Klas tiene un detalle para este último. Sin perder cierto tono amenazante, Agne pone su puño cerrado al lado del rostro de su hijo. Le pide que adivine que hay en él. Klas no se anima a hacerlo ni tampoco recoge de la mano de su padre dicho obsequio. Pareciera que Klas intuye que se trata de algo que lo comprometerá todavía más con el yugo de Agne.
El obsequio de este último es un huevo silvestre que el granjero ha recolectado para su hijo, creyendo que dicho detalle sería del agrado de Klas. Por la austeridad del joven, misma de la atmósfera de la cocina de aquella casa tendiente a la rigidez de la monoliticidad, pareciera que el obsequio no es del todo del agrado del chico, o que quizá lo sería si hubiese sido de otra manera, en otro contexto, en otro momento o, incluso, de parte de alguien más. Es advertible la represión, el miedo o, probablemente, la angustia del chico que, en más de un momento del film, parece inhibido por la incertidumbre a la que lo constriñe su condición; sentirse determinado por un mundo demasiado estático ‒demasiado real dirían algunos‒, capaz de desafiar la sensibilidad y el ensueño de alguien tan frágil como Klas, tan frágil como las aves que observa y que, sin embargo, también es capaz de apreciar que, a pesar de esa aparente fragilidad, tal condición vulnerable les permite a dichas criaturas surcar la inmensidad celeste del mundo e ir a más de un lugar del mismo.
Otro de los elementos del film digno de aprecio es su magnífica dirección de arte. La fotografía corresponde epocalmente con las técnicas de producción y reproducción de la imagen de los años setenta, lo cual no hace más que acentuar la sofisticación de la propuesta cinematográfica de Jens Assur, además del cuidado en la composición que ya hemos advertido. Es inferible que el logro es mayor, tratándose del empleo de técnicas contemporáneas en dicho objetivo y propuesta. Un claro y significativo ejemplo de ello lo tenemos en una de las exploraciones de Klas. El chico utiliza un telescopio para observar las aves. En un momento de distracción, Klas enfoca una casa lejana. En esta última están una chica y su madre. La primera, de la edad de Klas, es una atractiva joven de apariencia más urbana, cuyo atuendo coincide con la moda de la época. Se trata de una chica rubia que fácilmente recuerda a Agnetta Fältskog, integrante del celebérrimo grupo ABBA. Klas se encuentra con una chica de la que varios hablan en dicho pueblo, integrado por menos de doscientos habitantes, “prácticamente cien”, llega a afirmar el propio Klas.
La joven viene de Estocolmo, capital de Suecia. Por la novedad de su belleza, se ha convertido en el motivo de conversación de varios en el pueblo, especialmente de los más jóvenes. Su nombre es Veronika. Dicho nombre también tiene raíz latina. Proviene de la conjunción de las palabras: Vera e Iconica, que puede traducirse como: Imagen Verdadera; significado que alude a la Imagen Verdadera de Cristo, impresa en el manto de la llamada: Verónica, la mujer que limpio el rostro a tan importante personaje durante su vía crucis. Podemos pensar dicho significado en relación con la circunstancia de Klas; un joven sujeto al designio de un padre que le ha impuesto un sacrifico en contra del deseo de su verdadera vocación, al igual que en relación con la imagen sacrificial misma de Agne. Veronika es el amor que, con su tacto, le muestra su verdadero rostro a Klas. Hay quien considera que tal revelación es la que se niega en Cristo al subestimar a la figura de María Magdalena. Hay una gran película (basada en una gran novela) que atiende dicho tema.
Este film es también acerca del deseo como fenómeno constitutivo de nuestra voluntad. En aquella fiesta local a la que acuden, por separado, Klas y la madre de este último también se encuentra Veronika. Esta última acaba bailando con un conocido de Klas con el que este último acude a dicha celebración. Antes de llegar a la misma, ambos jóvenes ‒Klas y su conocido‒ beben de manera discreta algo de aguardiente, la cual ‒por obvias razones‒ les está restringida. Klas observa sentado, probablemente inhibido, cómo su compañero baila con la chica. En la misma secuencia, vemos a la madre de Klas bailando con el colega de Agne con el que discutió acerca de las diversas maneras de comprender el Horizonte. Vemos en Klas la timidez‒quizá también la inhibición‒ de sus propias potencias vitales. Parece claro el deseo, o por lo menos el antojo, por bailar con Veronika. Sin embargo, es más fuerte su tendencia a la introspección como refugio en un contexto que siente demasiado rígido, diferente a él y, por lo tanto, hostil. En cambio, la madre de Klas baila, fomentando las potencias de su cuerpo, disfrutando de la velada, permitiéndose su goce, con un hombre que no es su esposo. La Naturaleza que vibra en nuestros cuerpos desafía a La convención.
Justo en la secuencia inmediata, vemos a Agne aislado en una habitación de su granja. Observa su herida y la imagen degrada y dolorosa de la misma. Un signo que tiene hondos antecedentes ancestrales y antiguos relacionados con la castración; un signo fílmico de la misma en el discurso de la película. Tal imagen nos remite al momento en el cual el granjero y su esposa intentaron tener relaciones sexuales. Agne no pudo, su imagen era la de una tremenda fatiga, la de un cuerpo exhausto y envejecido, además de angustiado; un cuerpo mermado al cual su aparente soledad lo condiciona al exacerbamiento del malestar implicado en la adolescencia de su estrechez de miras.
La secuencia anterior a la que Agne estableció diálogo con su colega acerca de las diversas maneras de comprender al Horizonte, nos presentaba de manera explícita el apareamiento planificado entre un toro y una vaca; el resultado del acuerdo comercial entre ambos granjeros, propietarios de dichos animales. Esta secuencia es inmediatamente posterior al momento en el que Agne es incapaz de tener relaciones sexuales con su esposa. Es advertible la intención en el discurso cinematográfico de hacer patente el contraste entre el malestar de nuestra cultura ‒pensando más en Rousseau que en Freud‒ y las potencias de la vida animal de la Naturaleza. Dicha escisión se agudiza cuando vemos al mismo colega de Agne sosteniendo un encuentro sexual con la esposa del protagonista, minutos después de haber bailado con ella.
La angustia como ejercicio de nuestra libertad tendiente a la supresión de nuestro deseo puede excluirnos de La vida y, por lo tanto, de las potencias vivas de la Naturaleza que también se manifiestan en nuestro cuerpo. La vida es vínculo y, por lo tanto, las inconmensurables potencias de nuestro cuerpo tienden a la comunidad.
En una secuencia posterior, Klas se encuentra en un Bokbuss. Literalmente dicho nombre en sueco significa: autobús de libros. Se trata de una camioneta tipo van acondicionada para ser un espacio de lectura y de consulta, con estantería abierta y breves lugares para el estudio que funciona como biblioteca móvil. Vemos en ella a Klas con una pila de libros al lado, mientras lee otro en las manos, probablemente llevando a cabo el seguimiento de sus investigaciones. También vemos entrar en dicho recinto a Veronika. Ambos jóvenes se miran con interés. Mientras ella escucha unas cintas de audio, observa a su casual acompañante desde la brevedad de tal distancia ‒desde la amplitud de tal cercanía‒, siendo testigo del carácter reflexivo del joven tendiente a la concentración.
Es sugerente pensar que, en más de una ocasión, nuestras habitaciones del mundo nos enseñan que el problema de la posibilidad o imposibilidad de nuestro encuentro no necesariamente yace en nosotros o en nuestros caracteres sino en comprender al espacio para constituirlo poéticamente como parte de un arte de vivir; el arte de construir la habitación de nuestro encuentro a través de la comprensión mutua entre nosotros mismos ‒a partir de la comprensión de nosotros mismos‒ porque, al final, en medio del devenir ‒su contingencia y su emergencia‒ prácticamente buena parte de los fenómenos de nuestra vida son tan sólo un accidente.
Klas y Veronika congenian fácilmente. En una secuencia inmediata los vemos compartir un recorrido en bicicleta. En una secuencia posterior veremos a ambos jóvenes disfrutar del bellísimo paisaje cerca de una ciénega, al igual que de los campos cultivados de heno, del cual hacen su refugio. Es notoria en la potencia de tales imágenes la alegría de la comunidad de ambas juventudes.
El vínculo se evidencia lo suficientemente fuerte y profundo como para que Veronika acepte un regalo de Klas: compartir un momento especial de la pasión del chico; ambos jóvenes acuden a la conferencia de un ornitólogo, dedicada a un ave en particular. El estudioso de dicha especie describe con entusiasmo al animal: “Sus patas son tan largas que parece caminar con sancos ahí, en la Sabana, mientras recoge golosinas: presas mayores como liebres o ratas, las cuales aplasta hasta morir. No sorprende que sea capaz de atacar cobras u otras víboras venenosas. No es inmune, lo hace exprimiendo sus vidas. Como un torero, levanta su plumaje y comienza su danza. La víbora golpea las plumas, cansándose, y entonces el ave mata a la serpiente, aplastándola y apuñalándola; una y otra vez le perfora el cuello con su afilado pico. Es un ave maravillosa”.
Se trata de una cautivante imagen de las potencias de un animal aparentemente más frágil que su presa, como podríamos considerar a un ave ante tales animales terrestres. El cansancio de la serpiente nos remite a la insistencia de un animal que pretende derrotar al ave para que permanezca en la tierra, como si se tratara del depredador y no la presa. En cambio, el ave resulta vencedora por la administración de su energía ante el cansancio de su adversario que, tomando en cuenta su ataque, podría creerse más fuerte que el ave, la cual, si fuera vencida, no podría volver a emprender su vuelo.
La advertible pericia del ave vence a una fuerza aparentemente superior, al conducir a esta última en contra del cuerpo que la ejerce; una inducción al cansancio como resultado del consumo de la energía del adversario. Vemos en ello, no sólo otro motivo de fascinación para Klas, también podemos advertir una clara metáfora fílmica de la relación entre dicho joven y Agne, su padre. Lo que Klas le comparte a Veronika es más profundo de lo que parece; un ejemplo del porqué de la tremenda vocación del chico; el sentido que ha decidido darle a su vida y, por lo tanto, su carácter libertario; el porqué de la pasión del protagonista.
En la secuencia siguiente vemos la calidez de una de las imágenes más bellas de este hermoso film. Klas, probablemente como gesto de aprecio por la generosa compañía de Verónika ‒resultado del profundo vínculo que se ha consumado entre ellos‒, recarga su cabeza sobre la espalda de la chica mientras ella lo lleva en su bicicleta de regreso a casa. Probablemente Klas encuentra en dicha compañía una comprensión que le es poco frecuente, poco común, poco familiar.
En este punto de mi reflexión me parece importante acudir a una secuencia anterior de la película. Agne, ya automutilado, insiste en involucrar a Klas en las labores de la granja. Tanto él como la esposa del granjero acuden a cosechar el heno cultivado por el también padre de familia. En un descanso de dicha labor, Agne intenta hacerle ver a Klas la importancia de su herencia como trabajador al servicio de aquellas tierras, al igual que la antigüedad de dicha labor: “¿Ves el muro de piedra? […] Lo construyo tu bisabuelo. Siempre estaba con eso y nunca lo terminó”. Se trata de un trabajo inconcluso que remite a la continuidad de una labor que parece infinita, siempre y cuando haya quien pueda continuarla en la familia.
Al respecto, la madre de Klas hace un cuestionamiento a dicho posicionamiento. La esposa de Agne advierte lo cuestionable del mismo como una imposición: “¿Qué quieres que hagamos?”, dice la madre de Klas a Agne, “¿volar a lo alto y agradecerle [a tu abuelo]? Ni siquiera te acuerdas de él; apenas empezabas la escuela cuando se ahogó”.
Agne le reprocha a su esposa que, después de tantos años juntos, no sea capaz de comprender lo que su herencia representa para él. También le cuestiona el prolongamiento del descanso que toman como familia, ante la amenaza de una lluvia capaz de arruinar el heno; la esposa de Agne cree que quizá no lloverá. Ello es suficiente para desatar una pelea conyugal. Empeorando tan adverso panorama, sucede la desafortunada coincidencia entre la rigidez de Agne y la casual contingencia de la Naturaleza: llega la lluvia, vemos a la familia guarecerse.
La secuencia nos invita a pensar en lo problemático de creer que, por ser parte de nuestra familia, hemos contraído una cuestionable deuda con la misma. Un presupuesto culpígeno que cuestiona la esposa del granjero, como si nuestro trabajo y voluntad en el presente no fueran suficientes ante la aparente raíz de nuestra herencia.
¿En dónde empieza y acaba nuestro agradecimiento?; ¿de qué manera confundimos nuestra gratitud ante la supuesta e inextricable generosidad de nuestra familia con un compromiso inalienable e indisoluble con quienes nos ayudaron, especialmente con los supuestamente más cercanos a nosotros?; si tal favor fue supuestamente desinteresado,¿no sería suficiente la gratitud del favorecido para quien lleva a cabo dicho acto? o, incluso, ¿no sería suficiente el acto mismo de tal generosidad para quien lo lleva a cabo, como acto de desujeción y desapego, al grado de que los demás serían libres ante nuestras posibles y problemáticas expectativas, incluso en la medida en que estas últimas ‒como congruente consecuencia de dicha generosidad‒ serían improbables?
Se trasluce en esta secuencia del film la problemática santidad de una acción cuyo carácter moral depende de su falta de inclinaciones, planteada por Kant en la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Sin embargo, también se puede advertir, de manera intuitiva, la necesidad y suficiencia de tan importantes actos y relaciones en común de los cuerpos vivos que los llevan a cabo y, por lo tanto ‒a pesar de tal opacidad‒, su lógica ‒si nos permitimos la abstracción de las materialidades del fenómeno presentado en la película. En este caso, la angustia de Agne constituye una cadena, una coerción; el lastre de la culpa que, a través de su inducción, puede llegar a someter a una familia de la peor manera: confundiendo la unión con la sujeción.
Agne es un cuerpo asediado por su angustia. Esta última ha creado fantasmalidades alrededor de su circunstancia que parece ser no tan coercitiva como él cree. Vemos en una secuencia cómo es capaz de ignorar a uno de sus patrones, a pesar de la insistencia de este último por obtener una respuesta ante la oferta de vender la granja. Sin embargo, el granjero proyecta dicho acecho aparente en todo. Como si las aves fueran aliadas de su hijo mayor, los cuervos se hacen más presentes en la granja de Agne. Su cercanía al granjero es cada vez más evidente y estrecha. Dichas aves acompañan a dicho protagonista, pareciera ser vigilado por las mismas, mientras atiende labores domésticas de su propiedad. Es lo que sucede cuando Agne lleva a cabo la limpieza de su tractor. El granjero, harto de dicha presencia, ahuyenta a la aves con un grito. El protagonista se convierte en un espantapájaros cuando la contundente sensación de su angustia lo domina.
Los cuervos son el signo cinematográfico del cuerpo en descomposición de Agne; un cuerpo agonizante, consumido por el dolor de tan triste pasión. Parece que, de alguna manera ‒muy en el fondo y en más de un sentido‒, Agne sabe que está muriendo. Probablemente, su resistencia se debe a que lo siente. Se trata de La sensación de su Destino.
El padre de Klas se confronta con la compleja tarea de cumplir con una importante cuota de producción: diez mil pacas de heno. Dicho compromiso exacerba la angustia del granjero. Este último evidencia el dolor de su impotencia ante tal encomienda; su cuerpo consumido por los años y la rutina laboral de toda una vida se siente rebasado ante tal clase de demanda. Agne manifiesta ante su joven hijo dicha preocupación, alimentada por la actitud del joven que el granjero interpreta como indolencia, especialmente ante la posibilidad de tener que vender la granja al corporativo que la ve como objetivo; el patrimonio del protagonista adulto de la película, el trabajo de toda una vida que el también padre de familia concibe como la herencia irrenunciable de Klas. Como manifestación de la pasión que adolece, Agne confronta a su hijo mayor con una visión de lo terrible que puede ser la vida en una granja; lo compleja que puede ser La Vida,manifiesta en la crudeza de la cual es capaz La Naturaleza, al igual que en lo descarnado de sus fenómenos: “¿Has visto a una cerda comer a sus lechones? No es cosa de risa. Es como si el diablo se le hubiese metido; sangre por todos lados y el cartílago crujiendo en su mandíbula. Nunca vi algo igual”.
Se trata del testimonio de Agne de lo que podríamos considerar: el trauma de su sacrificio; una imagen del dolor que ha tenido que padecer para poder tener una vida al lado de aquellos que ama y le importan. Parece tratarse de un intento angustiado del granjero por mostrarle a su hijo lo relevante que resulta para él todo aquello que teme perder como si se tratara de su propia familia, en la medida en que dicho patrimonio depende de la continuidad de tal herencia a través del trabajo y compromiso de Klas, según Agne. Este último se lo llega a decir a los hombres interesados en comprar la granja, cuando estos últimos hacen hincapié en las dificultades de Agne para cumplir con sus cuotas de producción y que su desempeño, por lo tanto, no sería comparable al de la plantación que tales inversores intentan fundar: “Mi hijo mayor se encargará, él hará que la granja crezca y prospere”, afirma el protagonista.
Sin embargo, Klas no concuerda con su padre. Intenta hacerle ver que no tiene caso salvar la granja si resulta tan difícil, especialmente a sabiendas de que los inversores de la Industria Alimentaria prácticamente ya han comprado buena parte de las propiedades de su interés, haciendo de su meta algo inminente. Sin embargo, el protagonista no escucha a su hijo, no quiere escucharlo. Lo sujeta de la camisa amenazantemente y le pide que se calle. Agne no quiere aceptar el fin de su mundo y el aliento de renovación que representa Klas. Estamos ante la inmensa soledad de un hombre, la soledad propiciada por el espacio encerrado de nuestra visión, del cual la angustia es capaz.
En una escena posterior, vemos a Agne detrás de la puerta de la habitación de su hijo mayor, prácticamente suplicando ayuda; el granjero no puede solo ante lo que interpreta como la inminente pérdida de su patrimonio, la herencia de Klas y, por lo tanto, la pérdida de la realización del sentido de la vida de Agne; su Destino. Vemos a un padre derrotado ante un hijo adolescente; un hombre viejo, consumido y cansado, vencido ante las plenitudes vitales de un joven que, sin embargo, es tan frágil como su padre. Este último, un hombre resistiéndose a la inminente adolescencia de su vulnerabilidad, ante el hecho de su impotencia como fenómeno de su agonía, ante un futuro en el cual ya no tiene lugar y en el cual el provenir yace en Klas ‒su hijo‒ y las decisiones de este último.
Después de dicho absceso de angustia, vemos en la siguiente secuencia cómo Agne parece haber cedido a una postura más flexible ante sus determinaciones. La esposa del granjero se prepara para salir de vacaciones a la playa. Originalmente, sólo iba a ir con ella el hijo menor de Agne. Sin embargo, la esposa del protagonista insiste en que se ha pospuesto demasiado el cumplimiento de la promesa de dicha excursión a Klas, por lo cual le parece justo que también vaya a tal expedición de un día. El granjero no se opone a su esposa, a pesar de ya haber cancelado tal descanso para Klas en un momento pretérito de la película. La madre de ambos chicos ha preparado cazuela de ternera y rabioles para Agne, las comidas favoritas de su esposo. El granjero reconoce en tal consideración un gesto de cariño y cuidado de su parte: “Tienen una buena madre, muchachos. No lo olviden”, afirma el granjero.
Parece que Agne, más que pensar en lo importante de tal deferencia, también ve en su esposa un ejemplo de lo que le cuesta tanto trabajo a él; el goce, la flexibilidad, la serenidad y, por lo tanto, la comprensión como posibilidad de nuestra armonía. Ello es lo que le permite a dicha mujer un carácter libertario que posibilita el ejercicio pleno ‒e incluso lúdico‒ de su voluntad; un quehacer constitutivo que le permite vincularse con los demás de manera más amable, al igual que llevar a cabo la justicia de la clandestinidad de su deseo, como ya advertimos en la pequeña aventura que se permitió con el colega de Agne. Tal flexibilidad le permite comprender a la esposa del protagonista la importancia del placer y el goce como fenómenos constitutivos en los que yace la relevanciade la diversión y el descanso, lo cual también ‒como hemos visto‒ ha sido motivo de discusión y conflicto en dicho matrimonio.
También podemos advertir en la madre de Klas un carácter lúdico que aprecia la ligereza de la magia, emparentado con la sabiduría de lo infantil: “¿Sabes qué decía el abuelo que había qué hacer para conquistar a una chica? Debías tomar semillas de limonero y esparcirlas en su puerta. Si tenías éxito, ella iba a ti en tus sueños. Significaba que se casaría contigo”, le cuenta la madre de Klas a su hijo menor. Ante tal afirmación, el pequeño parece intentar corroborar dicha creencia: “¿Papá esparció semillas de limonero en tu puerta?”, pregunta el chico. La esposa de Agne confirma la rigidez de este último: “Él no es muy supersticioso”, afirma la mujer.
Klas escucha esta anécdota mientras él, su madre y su hermano se refugian dentro del auto familiar, de una lluvia en la playa que han ido a visitar. Como si quisiera ir en contra del peligro de la rigidez de su padre ‒el peligro de ser un hombre que parece haber perdido su capacidad de comprender y amar‒, el joven sale del auto y va corriendo a una cabina telefónica para tratar de localizar a Veronika. En esa época, como el propio film nos lo hace saber, el teléfono era todavía una novedad. En una secuencia vemos a Agne y su esposa viendo un comercial acerca de dicho artefacto, en el cual se promocionan las ventajas del uso del mismo. En dicho anuncio se hace énfasis en la posibilidad de acortar distancias y exacerbar la celeridad e inmediatez de la comunicación de nuestros mensajes. Vemos a Klas corresponder con una importante urgencia, un revelación; el encuentro consigo mismo de una novedosa e importante intensidad de su sensibilidad, capaz de constituir la plenitud de sí mismo; un fenómeno que en su impulso evidencia una potencia libertaria de su voluntad, capaz de desujetarlo de su circunstancia; el amor como el vuelo de un ave capaz de llevar lejos a quien conduce, más allá del peso muerto de la culpa, más allá del hundimiento por la aparente gravedad del Destino, cuando es una imposición de lo demás y los demás,en lugar del legítimo fenómeno de nuestra voluntad, de nuestro deseo, que también puede ser.
Klas atraviesa la lluvia ‒nuevamente, símbolo de la adversidad‒, lleva a cabo el vuelo de su deseo y encuentra refugio en la cabina donde está el teléfono con el cual intenta contactarse con Veronika. Sin embargo, ella no está en casa. Una secuencia que nos confronta con la relación entre nuestras expectativas y nuestros mundos posibles, al igual que con la tensión entre nuestra Libertad y nuestro Destino. Veremos un importante eco de este momento en una secuencia posterior.
Lo rígido termina por quebrarse. Agne, solo en su casa en lugar de estar con su familia en la playa, no puede comer. Vemos cómo ha apagada una buena cantidad de cigarros en el traste lleno del estofado que su esposa le había preparado. La pesadumbre de dicho personaje se evidencia en la introspección de una mirada signada por su postura cabizbaja. El granjero escucha fuera de su casa a los cuervos. Nuevamente, la cercanía de los mismos angustia al protagonista. El granjero toma una escopeta, lo vemos salir de su casa para terminar por medido de disparos con las autoras de tan aparente acecho. Así se da la emergencia del colapso.
Los hijos de Agne y su esposa llegan a casa después de su excursión. Ella no encuentra a su esposo. Se da cuenta del estado de la cacerola de ternera que había preparado. Busca a Agne por toda la granja. Decide salir a ver si lo encuentra alrededor de la propiedad. Así es: el granjero está abatido, recostado en una cerca, con su escopeta en las manos. Después de notar el mal estado de su esposo y acercarse a él, trata de comprender lo que ha pasado; la esposa de Agne explora el terreno para encontrarse con el horror; el protagonista no sólo ha matado a varios cuervos, también acabó con todo su ganado, como si quisiera terminar con la sujeción a su Destino,aquél que en su momento se le impuso, acabando con los animales domésticos de los cuales es responsable.
De manera simbólica Agne mata a su familia o, en otro sentido, ante la ausencia de su familia el protagonista mata al ganado del cual es responsable para no matar a su familia. Otra posibilidad es que, quizá, ‒en un nivel inconciente‒ con dicho acto el granjero anuncia el peligro de llegar a matar a sus seres más queridos para prevenirlo. También puede inferirse que la matanza tan abrupta del ganado, en otras condiciones, pudo haber sido un preámbulo para el asesinato de su familia si la misma se hubiese encontrado en casa. Sin embargo, tal posibilidad se antoja lejana; es inferible que la condición para que Agne acabara por matar a su ganado está relacionada con la ausencia de su familia en casa. Un hombre angustiado puede ser sumamente peligroso.
Haciendo una breve digresión, es importante el signo fílmico de la imagen del ganado. En más de una cultura, por la relación alimenticia que hemos tenido con la vacas y sus productos lácteos, dichos animales son símbolo de la maternidad por ser productoras de leche, la cual ‒además de su carne‒ consumimos predominantemente. La radicalidad de tal símbolo la encontramos en una región como la India en la cual dicho consumo es mal visto, al ser las vacas ‒por su carácter lácteo y, por lo tanto, nutricio‒ animales sagrados que remiten a la figura de Ganga, la Diosa-madre de muchas manifestaciones religiosas de la región, incluyendo al hinduismo.
Se trata de un símbolo sumamente importante de necesidad, alimentación y subsistencia que remite a las materialidades concretas del sostén básico de una familia y al origen de la vida. El agobio ante tal compromiso parece haber derrotado a Agne ‒cuyo nombre, por cierto, también remite al ganado ovino como carne de consumo. El posicionamiento del granjero ante sus obligaciones, la inflexibilidad de su rigidez, terminó por agotarlo; Agne agotó parte importante del flujo del devenir mismo de La vida de su cuerpo.
En la siguiente secuencia vemos a Agne siendo trasladado a un hospital psiquiátrico para ser atendido. Sus hijos ven partir a su padre frágil, derrotado y consumido. Klas, ante lo imponderable de la situación ‒tan imponderable como el propio Agne deseaba que fuera el compromiso de su hijo mayor con la granja por la mutilación de su mano‒ no tiene más remedio que dedicar todo su tiempo a las labores de la granja de la cual su padre era responsable.
Vemos al chico haciéndose cargo de la ardua labor, con ayuda del colega ya mencionado de su padre. En las secuencias correspondientes a tal momento del film vemos a Klas imbuido en la somnolencia de un aturdimiento; un angustiante desconcierto semejante al dolor que ya adolecía su padre. El joven parece no escuchar ni atender lo que parece ruido, durante una secuencia en la que el colega de su padre le explica el funcionamiento de una sierra eléctrica para madera, semejante a la que utilizó el padre de Klas para lastimarse. Dicha secuencia anuncia tal peligro ‒el riesgo de la automutilación‒y parece propiciar la memoria correspondiente en el joven de la discapacidad de su padre. El cuerpo vivo que es Klas parece recurrir a la posibilidad del resguardo más asequible que ha tenido a lo largo de su vida: el desvanecimiento de su introspección, capaz de hacer del exterior un ruido que contribuye al refugio de dicho aturdimiento. Klas parece triste, angustiado. A su vez, parece estar anestesiado por su sensación ante tan adversa circunstancia. Se trata del refugio de la compleja voluntad de una soledad para sobrevivir.
Podemos advertir la hondura de tal circunstancia.Durante su trayecto de regreso a casa, Klas se encuentra con el conocido que bailó con Verónika y con el cual el protagonista fue a la fiesta en la noche de dicho encuentro. “Hey Klas, ahora tienes un nuevo papá. Ello debe hacerlos felices, en especial a tu mamá”. El joven es incapaz de contenerse: Klas detiene su bicicleta para ir en contra de aquel chico que intenta huir, al cual el protagonista acaba agarrando a golpes.
Ante la angustia de su hijo, la madre del protagonista intenta que Klas comprenda que su padre hizo su mejor esfuerzo y que, en más de un sentido, padre e hijo tienen más en común de lo que este último cree: “Él nunca quiso esto realmente. Se fue en autobús a Upsala para estudiar Meteorología. Es de valientes irse pero más valiente es regresar y eso es lo que hizo Agne. Hizo su parte cuando se necesitó y lo sigue haciendo. Te adora, ¿lo sabes?”, le pregunta la madre de Klas a este último. “Sí”, contesta Klas.
Probablemente por la angustia de tan particular circunstancia, la madre del protagonista cae en la rigidez moralista de reivindicar la acción de un joven Agne, al igual que su sacrificio. Un fenómeno culpígeno que pareciera confrontar a Klas con una supuesta deuda por la gratitud debida ante la renuncia de su padre. Vemos en ello lo problemático de los intereses implicados en nuestras expectativas como principio de sujeción. Probablemente tal fenómeno responda a lo desesperada que puede sentirse la situación de tal familia por parte de sus integrantes ante tan particular circunstancia. Sin embargo, es advertible la dificultad y complejidad de nuestros afectos más importantes ante el hecho de que la incomprensión de los mismos pueda dar pie al padecimiento de nuestra culpa y, por lo tanto, a ejercicios de control y dominación.
Al mismo tiempo, nos enteramos de que el padre de Klas también fue un joven con sueños, probablemente ello sea parte de lo que el granjero advierte en su hijo y motiva su amor por él, aunque parece haberlo olvidado, como si se tratara de un olvido de sí mismo, ante la falta de visión que propicia su angustia. Agne es un hombre angustiado que ha caído en el olvido de si mismo, después de seguir el camino de la necesidad de su Destino. Tal parece ser el caso de Klas ante sus actuales opciones; ahora es la circunstancia del hijo del granjero, semejante a la de Agne cuando tenía la edad de Klas; dos seres a los que se les impuso en su momento el contundente peso de su herencia sobre sus espaldas, con todo y la contundencia y el peligro de la inercia de su gravedad.
Es sugerente pensar en lo cuestionable de nuestra herencia como motivo y móvil de la imposición de la repetición de un ciclo. Que peligroso parece cerrar el sentido, al grado de no cuestionarnos la creencia de que nuestra historia se repite. Todavía parece más cuestionable creer que la historia es única, universal y que es la misma en el caso de nuestra especie.
Ante dicha adversidad ‒quizá buscando un refugio o un sentido como el que parece entrañar el deseo de un sentimiento tan importante como el amor‒ Klas busca a Veronika. Sin embargo ‒igual que cuando intentó localizarla por teléfono‒ tampoco la encuentra. Parece que ella se ha ido desde hace tiempo, sin despedirse. El arrendatario de la propiedad en la que la chica y su madre se alojaban le confirma a Klas quelos planes de dicha familia finalmente cambiaron; “La idea es que ella y su mamá se mudaran. Sin embargo, las cosas no siempre salen como uno quiere, Klas”.
Nuevamente, el joven se confronta con la tensión entre el apego esclavizante de nuestras expectativas y nuestros mundos posibles. Klas se va del lugar sin decir nada, el arrendatario de aquella propiedad advierte el duelo y la soledad del chico.
Después de un periodo de atención psiquiátrica Agne regresa a casa, al lado de su familia. La secuencia en la que el protagonista fue conducido fuera de su domicilio para ser sujeto de hospitalización resulta contundente; el protagonista ni siquiera es capaz de acabar de abotonarse la camisa para ser llevado a la clínica en la que será atendido. El contraste de dicha imagen es importante en relación con la imagen más pulcra y menos tensa que ahora vemos del granjero al regresar a casa, sin dejar de advertir el aspecto flácido de su cuerpo, manifiesto en su postura corporal, que, más que flexibilidad,remite a debilidad y fatiga, sin dejar de ser semejante a la imagen exhausta que ya teníamos del protagonista.
El regreso de Agne coincide con la víspera de Navidad. La familia parece regresar a la problemática armonía de toda problemática normalidad. En una secuencia posterior, vemos a Agne reintegrarse a su rutina cotidiana; los hábitos de su vida de granjero, con ayuda de Klas. En una secuencia prodigiosa de tremendo trabajo y entrega actoral, vemos a Agne ‒interpretado por Reine Brynolfsson‒ atendiendo el parto de una de sus vacas, como si el nacimiento de dicho ternero fuera el símbolo de un nuevo comienzo, ante el desastre que fue la masacre del antiguo ganado. Como parte de dicho evento, Agne insufla aliento al ternero recién nacido para que sus pulmones terminen de responder al estímulo del mundo al cual ha llegado; un nuevo ser vivo habita la Tierra; de manera semejante en la que el Dios del Antiguo Testamento insufló el ruag ‒su aliento vital‒ al primer hombre hecho de barro para darle vida, Agne, dios de su mundo, contribuye al nacimiento de una de las más recientes criaturas de La Naturaleza.
Vemos cómo padre e hijo comparten dicho momento; el milagro que parece el principio de una nueva historia. Probablemente para Agne ‒más que un nuevo inicio después de su colapso‒ se trate del principio de la historia de Klas, su hijo; la nueva vida del joven al mando de la granja.
En una secuencia posterior, Agne hace un intento más amable de que Klas comprenda el porqué de su importante afecto por la granja. El granjero le muestra a su hijo un antiguo álbum familiar. A través de sus fotografías, el padre del protagonista intenta vincular a este último con su raíces de manera más profunda. En dicho gesto también se evidencia la otra herencia de Agne: la angustia de sus antepasados. Con tales imágenes el padre de Klas le cuenta a este último cómo el abuelo de Agne y bisabuelo de Klas tuvo doce hijos. También le cuenta como la esposa de dicho antepasado, la bisabuela de Klas, falleció durante el parto del último. El joven también se entera de que recibe su nombre de su bisabuelo.
Profundas y dolorosas pueden ser nuestras raíces cuando nos apegamos a las mismas, en lugar de hacerlas flexibles y móviles como para trasplantarlas a cualquier lugardel mundo. De esa manera podríamos ir a cualquier destino sin quedar sujetos al Destino que los demás y lo demás pretendan imponernos, a través de lo profundo y complejo de nuestros afectos; la gravedad de un peso que puede llegar a empujarnos a la tierra hasta hundirnos y aplastarnos de manera definitiva. Eso, en más de un sentido y más allá de su obviedad, también es morir. Vemos como se problematiza en este film, no sólo a la familia, sino también a cualquier identidad como posible red de nuestra angustia capaz de capturarnos.
Tal manera en la que Agne comprende su legado ‒la herencia de Klas‒ se manifiesta durante la navidad en aquel hogar. El padre de familia obsequia muy particulares objetos a su esposa e hijos; a Klas le regala un arma de madera de enebro que le durará toda la vida y que le desea a su hijo mayor jamás tener que usar; a su hijo menor le regala chalecos salvavidas; a su esposa le regala una alarma de incendio: “El desastre llega cuando menos te lo esperas”, le dice el granjero a la madre de sus hijos cuando esta última abre el paquete de dicho objeto. Es evidente la angustia de Agne ante la incertidumbre del porvenir. Se trata de una inseguridad que evidencia lo conminado que dicho hombre se siente por los espectros de su angustia.
Agne parece reintegrado a su rutina. Parece haber recobrado algo de su armonía aparente,anterior al colapso padecido. Durante una cena, la madre de Klas le comunica a su esposo que el hijo mayor de ambos ha obtenido un empleo en el observatorio de aves instalado en el pueblo. El hijo mayor de ambos no oculta su orgullo, además de su sonrisa triunfante. Sin embargo, Agne no dice nada; en su rostro apreciamos el desconcierto de su misma angustia. “Pensé que podría ser una buena noticia”, afirma la madre de Klas ‒quizá con cierta decepción‒, mientras se levanta para lavar los trastes de la comida. Sin embargo, para sorpresa del propio Klas, al levantarse la familia de la mesa, Agne abraza con suma conmoción a su hijo mayor. Parece que el padre reconoce a su hijo y por fin celebra la victoria de los frutos de su destino como evidencia de su vocación. Parece que Agne se recuerda a sí mismo a través de su hijo; aquel chico lleno de los sueños de una vocación que fue el granjero.
En una de las primeras secuencias de la película vimos a Agne tratar de remolcar unas piedras con su tractor ‒las mismas con las que el granjero continúa la construcción del muro de piedra de su granja que inició el bisabuelo de Klas y que el padre de este último tampoco ha terminado. Se trata del símbolo del peso de una herencia. Es tal el peso de las piedras que las mismas acaban por vencer al tractor, rompiéndose la ventana trasera del mismo, un signo fílmico del pasado, lo que está atrás de Agne.
Cuando creíamos que el granjero había aceptado y respetado la decisión de su hijo de seguir su vocación, lo vemos levantarse una mañana más para llevar a cabo sus labores, marcando la fecha ‒como siempre‒ en su calendario. Vemos al granjero tomar una de las pesadas piedras para la construcción del muro que intentó remolcar en aquella primera secuencia. Con tal peso contundente en los brazos, Agne va hasta un lago semi congelado, al cual salta para acabar hundido en tales aguas; derrotado por la angustia de dicha herencia, a la cual decide no renunciar en un terrible acto de apego como los que le dan significado a la manera más determinante en la que solemos comprender al Destino. Agne acaba hundido y, de dicha forma, con la imponderabilidad que siempre intentó, conmina a Klas con tal circunstancia para que cumpla con lo que el granjero cree que es su deber; el Destino de su hijo mayor.
El padre de Klas parece haber conseguido su objetivo a través de su sacrificio voluntario. De tal manera, Agne hace de su sentencia durante la entrega de sus regalos de navidad una profecía: “El desastre llega cuando menos te lo esperas”. El padre muere mesiánicamente y, efectivamente, el desastre puede llegar cuando menos lo esperamos, especialmente cuando lo propicia la estrechez de visión de nuestra angustia,al no permitirnos comprenderla. Ello nos confronta con la tensión entre la ineludible incertidumbre de nuestro porvenir ‒que hace del desastre un mundo posible más de nuestras vidas‒ y los ejercicios de nuestra libertad capaces de disponernos con mayor riesgo a la adversidad.
Este último parece un juicio demasiado duro. No podemos negar la inercia del peso contundente de nuestra angustia como experiencia de nuestra finitud, de ahí lo compleja que puede ser su comprensión. Sin embargo, también es ineludible el ejercicio de nuestra libertad que implica la posibilidad de su comprensión que, más que una responsabilidad, resulta el ejercicio del cuidado de nosotros mismos que implica amarnos a nosotros mismos. Un ejercicio que ‒en más de un momento del film‒ apreciamos como la gran dificultad de Agne y, en contraste, la gran potencia de Klas. Justo esta última es la gran ventaja del hijo de Agne, con la cual el joven ha correspondido con enorme coraje.
Es aquí cuando se presenta el flashback o flashforward del cual hablaba al principio de este trabajo. Dicha secuencia consiste en la búsqueda de un bote policial del cuerpo de Agne en aquel lago congelado, al igual que la imagen del desconcierto de Klas ante la circunstancia de dicha incertidumbre y aparente contingencia de la vida del mundo. Vemos a un Klas reflexivo ante lo inesperada de tal noticia, confrontado con sus opciones ante tal evento. En la última secuencia vemos al hijo de Agne entrar a la granja, a la habitación que solía ocupar su padre, como si se tratara de la imagen de la derrota del chico por parte del Destino que se le ha impuesto. Sin embargo, ¿cómo afirmarlo ante las evidencias de la pasión del joven protagonista? Con la imagen del cierre de una puerta, el acto final de la secuencia última de este film, esta película nos invita a pensar en que, ante lo inconmensurable del horizonte del paisaje de lo humano, el futuro siempre será cuestionable porque el sentido siempre podrá abrirse por lo accidental de la contingencia del devenir de la vida del mundo. Todavía podemos aprender a desapegarnos de nuestra herencia para amarnos a nosotros mismos y, con ello, liberar a quienes amamos del peso muerto de la culpa que nos han heredado.