El aparente sentido de nuestra autodestrucción

“[…] el que no puede vivir en sociedad,

o no necesita nada por su propia suficiencia,

no es miembro de la sociedad sino una bestia o un dios”

Aristóteles

Todo inicia a partir de la voluntad de nuestra especie implicada en nuestra capacidad de artificio: “Los científicos usaron una de las cadenas de ADN más computarizadas y la injertaron en bacterias lactobacilus bulgáricus, usadas comúnmente par fermentar el yogur”, nos explica el narrador omnisciente del cortometraje. Se trata de un alimento, un producto de consumo,que depende de la vida específica de una bacteria que hace posible el respectivo proceso químico-biológico del que depende la generación de dicha sustancia. Pareciera que el resultado final del dominio del Yogur sobre nuestra civilización ‒el producto de consumo acabo por consumirnos como si fuéramos productos‒es resultado de nuestra acción. No es así, desde la inconsistencia de nuestro conocimiento, se trata de una serendipia. Desde la inconmensurabilidad del logos manifiesto en La Naturaleza podría tratarse del resultado de una programación ‒hablando en términos estrictamente metafóricos‒de la cual participa como elemento de la misma nuestra especie; el aparente plan maestro de La Naturaleza, el cual incluye como elemento del mismo: la tendencia de nuestra especie a la autodestrucción.

En el aparente descubrimiento de la vida inteligente manifiesta en El Yogur se manifiesta una nueva relación más directa y potente con el logos. El Yogur, más que un fenómeno cósmico, es la instancia y accidente de la relación privilegiada y semi-antropomorfizada entre el logos y nuestra especie. Por ello, en el Yogur, en tanto que logos, está trazado el Destino y aparente causalidad que podemos inferir en El Cosmos como Naturaleza. Sólo podemos comprender de tal manera parcial dicho fenómeno aparente por su carácter magmático o rizomático. El logos, en tanto que Yogur, por lo tanto, es e implica: Destino manifiesto; en el Yogur está programado El Destino en su sentido absoluto ‒podemos inferir‒, incluyendo en él a nuestra especie como elemento del mismo.

Por lo tanto, el Yogur no obtuvo el dominio del mundo; desde siempre fue el dominio del mundo manifiesto en todo, desde lo más vulgar y aparentemente deleznable hasta lo más grande, complejo y sofisticado; se trata del logos que ordena, estructura y constituye al Cosmos, cerrando el sentido de nuestro conocimiento, implicado en la inconsistencia de este último, en tanto que el logos es sentido último; un cierre de sentido, por lo tanto, sólo inferible, pertinente y problemático para nosotros como especie.

Por ello, hablar de dominación, conquista y cierre de sentido son metáforas sólo atendibles, importantes y necesarias para nosotros, por corresponder con la lógica de las apariencias que es parte de la constitución de nuestro conocimiento como fenómeno de relación y comprensión con y del mundo. Dicha posibilidad nos permite enunciar los fenómenos que intentamos comprender desde la inconsistencia a la que tiende nuestro conocimiento, incluyendo el problemático papel en el mismo de nuestras ignorancias y prejuicios. Todos estos, fenómenos de nuestra relación natural con el mundoa través de la inducción.

Nuestra especie no podría vivir con La Verdad, si ésta no fuese tan sólo una inevitable deducción constitutiva de su hipótesis; un resultado de su inferencia como proceso de nuestra razón. A esta última solemos tender a comprenderla de manera causal. La inconmensurabilidad de La Naturaleza ‒como manera en la cual también podemos llamar y entender al Cosmos‒ se confronta con la inconsistencia a la que tiende nuestro conocimiento. Este último, definición de la regularidad de las constantes que confirman (dentro de la inconsistencia inherente de nuestra inducción) a las aparentes certezas que podemos afirmar dentro de los límites de nuestras lógicas posibles, las cuales pasan y acaban por constituir la diversidad de nuestras creencias, las cuales también son el punto de partida de muchos de nuestro procesos epistemológicos, en el sentido más amplio de los mismos en tanto que relación entre nosotros y el mundo.

            Desde la problemática operatividad de nuestra investigación del mundo creemos descifrarlo y conocerlo, al igual que entenderlo y comprenderlo, asumiendo la plenitud e infalibilidad de nuestros descubrimientos. Nos topamos con serendipias que podrían advertirnos de la ilusión de nuestro control; contingencias y accidentes de todo tipo que incluso ‒valga la metáfora‒ pueden ser tan terribles como para encontrarnos de manera accidental con nuestra obsolencia programada,en tanto que cuerpos vivos; las falibilidades más ocultas, sofisticadas e inaccesibles de nuestra finitud, comprometidas inextricablemente con esta última. Ello pone en cuestión la comprensión de nuestros procesos de investigación como ejercicios de desciframiento de la Naturaleza, al igual que de evidencia del mismo. Tal pretensión parece ser resultado de nuestro deseo como problema de nuestra libertad; el problema del deseo de querer ser libres.

El Yogur pide a cambio de su contribución a la vida de los seres humanos la ciudad de Ohio. Tal propuesta es motivo de burla por parte del Presidente de los Estados Unidos, al igual que de sus colaboradores más cercanos. Sin embargo, ceden a la oferta ante la amenaza de la visionaria promesade China: dicho país está dispuesto a cederle al Yogur una provincia entera de su territorio. El Gobierno Chino comprende la magnitud de un fenómeno como El Yogur, a diferencia de los Estados Unidos. De tal manera, dicho estado de la llamada: “Unión Americana” se convierte en: “Ohio, la ciudad del Yogur”.

China, además de ser una gran potencia productiva y económica del mundo, también es la gran maquiladora y creadora replicante de infraestructura del planeta a bajo costo. En buena medida ello la ha vuelto la importante potencia productiva y económica que es. Dicho fenómeno también pasa por la particular manera de dicho país de entender al ahorro y al trabajo, basados en una vida tendiente a la sobriedad y a la mesura. Ello también implica la priorización de llevar a cabo el trabajo que nadie o muy pocos quieren hacer y, por si fuera poco, la ventaja del dominio de dos lenguas tan complejas como el cantonés y el mandarín que resultan auténticos códigos de encriptamiento por sí mismas, lo cual también ha derivado en un recurso capaz de una operatividad ideológica y política.

Pareciera que los chinos pueden vislumbrar el plan del Yogur como fenómeno del Destino. Una intuición que le es natural por su relación tan importante con tradiciones como el confucianismo y el taoísmo. Los estadounidenses parecen sucumbir por miedo ante lo evidente del éxito del experimento que, podemos inferir, dependió de la salida del material genético, tratado en el ambiente controlado de un laboratorio, a una fuente más cercana a La Naturaleza. Sin embargo, en más de una ocasión, determinados fenómenos científicos llevados a cabo en laboratorios se han visto rebasados y desafiados por su propia contingencia, en tanto que materia viva poseedora de su respectiva dinámica inextricable. Parece que los estadounidenses no quieren perder la propiedad y ventaja de su éxito, como si en verdad fueran del todo legítimas la defensa y ostentación de la autoría del mismo por parte de ellos o de cualquiera.

Tan poderoso es el logos descubierto, al igual que su aparente autonomía ‒insisto, pensada desde la inconsistencia de nuestro conocimiento‒ que El Yogur tiene que comprometerse a respetar los derechos de nuestra especie. Queda evidente una intuición por parte de los estadounidenses ‒quizá todavía opaca‒ al advertir que en El Yogur se manifiesta el logos que determina todo, incluyendo nuestras vidas. El narrador omnisciente del cortometraje afirma:“[El Yogur] consiguió un contrato de un siglo sobre Ohio, con la promesa de respetar los Derechos Humanos y Constitucionales de quienes vivían dentro de sus fronteras”.

Lo interesante es evidenciar lo obtuso del pensamiento de los políticos ante El Yogur cuando se burlan de su petición de obtener Ohio, subestimando al logos manifiesto en dicha instancia de la materia y su materialidad como fenómeno concreto, al reducirlo a esta última. Quizá se trate de una licencia poética; un político profesional ‒se supone‒ se asesoraría para llevar a cabo un trato con la instancia correspondiente a dicha magnitud que, además, fue capaz de pactar de manera sumamente eficiente con un país como China, con todos los obstáculos que ello puede implicar y de los cuales ya hemos hablado. Cabe pensar en el peligro de que la pauperización de la política se concrete a tal grado alguna vez, aunque, tomando nuevamente en cuenta la licencia poética correspondiente, es inferible dicha advertencia en el cortometraje.

Sin embargo, veremos tanto la manifestación de dicho fenómeno como, nuevamente, los estragos implicados en la tendencia del ser humano a su propia destrucción. El narrador omnisciente nos habla de las potencias del Yogur que justifican el porqué de su dominio: “entregó una fórmula completa para eliminar la deuda nacional en un año”. Una meta imposible para cualquier gobierno de seres humanos, tomando en cuenta nuestras aptitudes, incluyendo nuestras capacidades epistemológicas. Nuevamente estamos ante la insuperable humildad de la inconsistencia de nuestro conocimiento que, sin embargo, ‒como siempre y en muchos casos‒ se ha visto, ve y verá desafiada por nuestra arrogancia como especie. El Yogur ha hecho una advertencia clara y precisa al mismísimo Presidente de los Estados Unidos, el cual se ha comprometido a acatar y ceñirse a la misma sin miramientos, asumiendo como prioridad su cumplimiento: “Sigan el plan al pie de la letra. Cualquier alteración causará la ruina económica total”.

Sin embargo, el propio narrador omnisciente del cortometraje señala la obviedad del papel de nuestra tendencia a la autodestrucción en el Destino manifiesto implicado en el fenómeno del Yogur como instancia del logos; los políticos no se ciñen a la necesidad y suficiencia de la verdad comprometida, a pesar de los claros resultados en el mundo del logos que se las da. El ser humano no quiere lo bueno-bello-verdadero, es más fuerte la pasión de nuestro deseo. Tal adolescencia, nuevamente, hace fracasar al proyecto de nuestra civilización, a pesar de que en este caso, de manera apodíctica e indubitable, se nos ofreció tanto el qué como el cómo. En seis meses la economía global se convierte en una ruina, cuya terrible imagen es la de un indigente cocinando los restos de un bebé, contrastando dicha imagen ‒a través de un jumpcut‒ con la de una madre jugando con su hijo recién nacido a comerse los deditos del pequeño; un paralelismo de los extremos ente la indigencia de nuestra necesidad y la necesidad de nuestra indigencia.

¿Hubo algún lugar que se haya salvado del desastre que ocasionamos nuevamente como especie por no haber acatado a la razón inextricable que permite la unidad inteligible del cosmos, al igual que su necesidad y suficiencia? Así es, hubo uno y se salvó no gracias a nosotros. Fue aquella ciudad en la que sólo el logos gobierna: Ohio. Este territorio quedó salvo de la adolescencia de la pasión de nuestro deseo porque no hubo forma de que nosotros tuviéramos injerencia en él.

¿Será que al final tenga razón Platón en La República cuando sostiene que una ciudad que no es capaz de hacerse responsable de su deseo requiere un tirano?; ¿sólo nos quedará la aparente tiranía del presupuesto hipotético de un logos inaccesible como ley última ‒terrible y problemática‒ como principio de dominio de nuestras pasiones? El error y la falla no podrían provenir del sentido último de La Naturaleza, a pesar de nuestra relación inconsistente con la misma; el error y la falla son fenómenos de nuestra especie.

Resulta mesiánica la intención de proveernos de un sentido último-apodíctico; la pretensión de que dicho imposible provenga de nosotros como especie, en lugar del logos mismo. Pretender darnos una ley con la necesidad y suficiencia semejantes a la que podemos inferir en las dinámicas del Cosmos a través de sus constantes, al grado de comprenderlas y enunciarlas como leyes de La Naturaleza. Sería mesiánico y problemático por el error constitutivo del ejercicio de la dominación a la que tiende nuestra especie ‒implicado en nuestra finitud‒ que suele dar cuenta de que el sentido aparente causa final le llamaría Aristóteles‒ de nuestra existencia es nuestra autodestrucción. Lo anterior, en contra de lo que justamente afirmaba el estagirita, quien plantea que la causa final de nuestra especie es la Felicidad.

Al Gobierno de los Estados Unidos, inútil ante la circunstancia y después de hacer evidente su incapacidad de administrar el peligro de la pasión de nuestro deseo, no le queda más que ceder el poder a quien ha demostrado orden y racionalidad: “El gobierno declaró la ley marcial y le dio al Yogur el poder ejecutivo absoluto”, nos dice el narrador omnisciente del cortometraje a través de su voz en off. Es inferible la estrategia final del Yogur de propiciar la derrota de la humanidad y consumar de manera obvia y explícita el dominio que siempre ha tenido sobre el Cosmos, incluyendo nuestra especie: darnos, a través de la promesa de nuestro bienestar, la oportunidad de adolecer la pasión de nuestro deseo y que este último derrote ‒una vez más‒ a nuestra razón,debido a nuestra insolvente capacidad de cultivarla y atenderla de manera autónoma. Nuevamente somos autores de nuestro propio fascismo y, por lo tanto, de nuestra propia desgracia.

A pesar de tal fracaso, hay quien decide revelarse a la supuesta imposición del Yogur. No se advierte (probablemente por la inconsistencia de nuestro conocimiento) de que no se trata de una imposición de nuestra especie, no es una arbitrariedad como la que llevó a nuestra civilización ‒una vez más‒ al colapso; se trata del gobierno de las potencias últimas del logos que siempre ha regido al Cosmos, al igual que nuestra vida; el dominio eterno ‒valga el antropomorfismo y su metáfora‒ en el cual se manifiesta nuestro Destino como devenir de la Naturaleza, insisto, apegándonos al carácter hipotético de dicha inferencia por la inconsistencia de nuestro conocimiento. Ante la comprobada razón cósmica, el cortometraje nos ofrece el retrato de una especie que no es capaz de evitar sucumbir a la irracionalidad de la pasión de su deseo, al igual que a la tendencia de sus inercias a ser colectivas y colectivizantes.

En la secuencia final vemos cómo dicho régimen, en tanto que ley y, por lo tanto, logos, hace de toda ley humana (lo que los griegos llamaban: nomos) un fenómeno obsoleto. Con ello, el logos se evidencia como necesidad y suficiencia; ni siquiera podemos decir que triunfa porque siempre ha sido el sostén y la base de todo; es el dominio por antonomasia; lo eterno.Le llamamos ley, razón y sentido a las regularidades y constantes que deducimos de los fenómenos de La Naturaleza por la inconsistencia implicada en el carácter antropomórfico de nuestro conocimiento. Sin embargo, podemos inferir que se trata del logos como régimen y dominio del absoluto que, en realidad, jamás podremos conocer, sólo podemos inferirlo como razón y Destino.

Como señalamos, el narrador omnisciente se pregunta si ya era parte del plan del Yogur el papel dela probable falibilidad de nuestros cuerpos deseantes y naturalmente finitos para llegar al fracaso obtenido. Por supuesto, el logos, desde esta perspectiva, es un sentido cerrado en el que no caben cálculos ‒mucho menos fallas o errores‒y que, ante su inconmensurabilidad, jamás podremos comprender ni acabar por definir, incluyendo sus probabilidades y posibilidades últimas, tan sólo podríamos inferirlas someramente. Para el logos todo es necesario y suficiente, incluyendo la programación de nuestra clara tendencia a la autodestrucción, la cual ‒insisto, podemos inferir‒ cumple un sentido pertinente en el cosmos.

La última secuencia, el aparente abandono final del régimen definitivo de la Naturaleza ‒el logos (el Yogur)‒ nos confronta con tres fenómenos: el carácter problemático de nuestra especie; el carácter terrible y problemático de nuestra libertad; el destino de nuestra autodestrucción como manifestación de nuestra pertinencia en el cosmos.

Si bien el cortometraje nos propone un logos antropomorfizado ‒una operatividad que, quizá, pudiera responder a un nivel de relación correspondiente con la posibilidad de una muy futura necesidad lógica de relación por parte de La Naturaleza con nuestra especie,entre esta última y el ser humano, o tan sólo una mera licencia poética‒, de manera magistral el cortometraje nos confronta con lo terrible de nuestra especie por ser libre, al igual que con el problema de la relación de dicha condición con nuestra especial inteligencia y lo extrema que puede ser la lejana posibilidad de subsumirnos a nuestra animalidad, vegetalidad y mineralidad para acabar de contenernos en la humildad de nuestra especie y evitar nuestra autodestrucción. Una posibilidad que se antoja cada vez más imposible ‒insisto, desde la inconsistencia de nuestro conocimiento‒ si asumimos a la programación del logos como determinación última de lo probable y lo posible.

A esta última aparentemente la comprendemos como ley, probablemente por la escisión de la consciencia que propicia en nosotros su sublime experiencia.Sin embargo, no solemos acatarla. En el peor de los casos, intentamos equipararla, replicarla o imitarla para obtener poder, evidenciándonos como un peligro para nosotros mismos.

De manera terrible, podemos inferir a la autodestrucción como sentido y pertinencia de nuestra presencia en El Cosmos, cada vez más como un postulado que como una hipótesis. Sin embargo, ¿hasta qué punto ello no es tan sólo una apariencia ante la inconmensurabilidad de La Naturaleza y la inconsistencia de nuestro conocimiento si, finalmente, parece ser pertinente tal aparente propósito al cumplir con el Destino que es el logos?; ¿podemos hablar entonces de ello como un problema?; ¿podemos hablar de bien o mal?; ¿podemos hablar incluso de justicia en tanto que no tiene sentido oponerse a la inevitable necesidad y suficiencia de la ley del Destino?

Parece que se trata tan sólo de maneras de hablar del mundo desde nuestra finitud y, por lo tanto, desde la debilidad y apariencia de nuestras certezas, al igual que desde los inevitables y ‒en este sentido‒ necesarios fenómenos de nuestros prejuicios e ignorancias. Ello evidencia que sólo hay un problema: nosotros mismos como especie e individuo y dicho problema sólo es de nosotros mismos como especie e individuo.

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