Consideraciones acerca del machismo como preludio a una genealogía del machismo en México.

1. Discontinuidades e idealidades es lo que rodea la historia del machismo. Alabanza y rechazo, oscilación entre representatividad y falsedad. Al menos en México, dicha palabra ha tenido una historia bastante particular. Es curiosa, sin embargo, la ambigüedad y poca precisión que la rodea en todas partes donde se la usa.  Uno puede, por ejemplo, remitirse a un diccionario y encontrarse con que machismo es una “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”, (Diccionario RAE, 2014) y se puede pensar que esta definición es correcta, es decir, uno no le adjudica el adjetivo de machista a un hombre si no denigra o golpea a su mujer, esto en el uso más o menos popular de la palabra.  Incluso alguna vez se le usó en el lenguaje académico-intelectual atribuyéndole infinitos significados no necesariamente coherentes entre sí. Es del todo inútil arrojar definiciones y hacer comparaciones sin tener un punto de referencia que las guíe, así que en este ensayo alternaré definiciones con breves episodios de la historia de México. No pretendo la exhaustividad en este apartado, pues es apenas el esbozo de intuiciones que podrían guiar una posterior investigación.

Para comenzar, me parece necesario mencionar dos consideraciones que hace Vicente T. Mendoza (1962, citado por Gutmann, 2007). En México se pueden identificar dos clases de Machismo: el primero relacionado con la época porfiriana y la revolucionaria, caracterizado por ser “el primero y auténtico, caracterizado por el coraje, la generosidad y el estoicismo” (ibíd., p. 223). En este primer tipo de machismo se sobreentiende que no hay una carga peyorativa, es más bien la exaltación de la heroicidad y valor de un hombre de verdad o macho, de ahí la justificación en denominarlo “machismo”. La segunda clase de machismo es, según Mendoza, “falsa, consistente en apariencias, cobardía escondida detrás de alardes” (ibíd., p. 223).

Estas consideraciones habrá que matizarlas con un dato: hasta antes de 1930 los términos de machismo o macho no aparecen ni en canciones ni en literatura. Es impreciso denominar como machismo a actitudes de una época donde ni siquiera se había pensado en la palabra. Pero lejos de estas precisiones historiográficas, las observaciones de Mendoza pueden encajar mejor si consideramos, como lo hizo Carlos Monsiváis (2004a), que las actitudes que se le atribuyen al macho, tales como la ausencia del miedo a la muerte y la bravuconería, sin duda tuvieron lugar en la revolución como actitudes propias de una guerra: “La invención cultural es evidente: de conductas inevitables en una guerra se extrae el elogio al gusto por dejarse matar. A situaciones de hecho durante la violencia revolucionaria, se las presenta más tarde como conquista social y psicológica, las lecciones bélicas que reafirman para siempre la inferioridad de las mujeres y de los cobardes”. (p. 109)

Monsiváis nos brinda información clave cuando menciona el carácter de “invención cultural”del machismo. Es a principios de la década de los 40’s que la figura del macho comienza a convertirse en el símbolo nacional. Gutmann sitúa esto con la consolidación del estado-nación, en los sexenios de Cárdenas y Camacho, y la necesidad de formar una identidad cultural. Pero esto no ocurrió sólo desde la política, sino que el cine de oro mexicano contribuyó a crear los significados de la mexicanidad. De este modo, nos dice Gutmann, “el machismo como arquetipo de la masculinidad siempre ha estado íntimamente ligado al nacionalismo cultural mexicano” (op. cit., p. 227)

Pedro Infante, Jorge Negrete y Pedro Armendariz quedaron como iconos del charro cantor mexicano, hombre de palabra, valiente, que no le teme a la muerte y que es “enamorado” como reza Jorge Negrete en la canción Yo soy mexicano:

Yo soy mexicano

mi tierra es bravía,

palabra de macho que no hay otra tierra

más linda y más brava que la tierra mía.

Yo soy mexicano y a orgullo lo tengo

Nací despreciando la vida y la muerte

Y si echo bravata, también la sostengo.

El charro macho no era sino la caricatura de una identidad individual, quizá más quizá menos ficticia que conformaría la identidad nacional. A propósito de esto, es pertinente mencionar una interesante definición de machismo que toma Gutmann de Stevens (ibíd., p. 223): “el culto a la virilidad”. En eso se basó el elogio al charro, el culto a rasgos considerados biológicos en los varones, es decir, la sobrevaloración de los valores considerados propios del ámbito masculino. Esto último ya coincide con definiciones más actuales del machismo que vale la pena mencionar:

El machismo no es sólo un atributo personal sino una forma de relacionarse […] no engloba sólo una serie de valores y convicciones, ni de conductas; tampoco es meramente un atributo personal de los individuos. Expresa una relación basada en cierto manejo del poder que refleja desigualdades reales en los ámbitos social, económico y político […] es una forma de relación que todos aprendimos desde la infancia y funge, en consecuencia, como la moneda vigente para todo intercambio personal(Castañeda, 2007, p. 29)

Considerando todo esto surgen las preguntas ¿cuándo el machismo pasó a verse tan desprestigiado? ¿y cuándo pasó de ser simples actitudes viriles a ser definido como algo complejo y estructural? Me parece que comenzó con Ramos, quien en su apartado de “el pelado” en El perfil del hombre y la cultura en México (2013) lo describe como “un ser sin contenido sustancial, trata de llenar su vacío con el único valor que está a su alcance: el del macho. Este concepto popular del hombre se ha convertido en un prejuicio funesto para todo mexicano” (p. 55), sin embargo toda esta querella clasista contra el hombre campesino de clase baja tuvo su real punto de despliegue con El laberinto de la soledad de Paz (1998) quien retomó muchas características de la figura del pelado para institucionalizar, ahora sí, la figura del Macho como el aspirante a Gran Chingón, símbolo de poder. De ahí en adelante comenzaron a realizarse escritos sobre el machismo en México, tomando como principales referentes a Paz y  Ramos.

2. A principios de la década de los 90´s, la academia fue dejando gradualmente fuera el término machismo, consecuencia del análisis cada vez más extendido de la perspectiva de “género”, una categoría de análisis que centró su atención principalmente en los llamados “estereotipos de género”. A raíz de este cambio, se consideraron principalmente dos cosas: por un lado que la caricatura del “macho mexicano” era reduccionista y poco conforme con la realidad; se consideró que México no era cuna de un solo tipo de masculinidad hegemónica, sino que existían diversas masculinidades. Y por otro lado, que está visión del macho no era sino una invención cultural que tenía como fin describir la identidad nacional o la “psicología del mexicano”, permeada por psicologismos de principios del siglo XX.

Matthew Gutmann, ya citado anteriormente, fue un antropólogo que realizó su trabajo de campo a principios de los 90´s en la colonia de Santo Domingo en la Ciudad de México. Es de los primeros en denunciar la poca concordancia del estereotipo del macho con la realidad en México.  A partir de esto, empezaron a proliferar estudios sobre cómo se construyen las masculinidades nacionales concretas, dejando de lado la figura estereotipada del macho, y por ende del machismo, en pos de la diversidad y la diferencia en contra de arquetipos inamovibles.

Esto podría considerarse como un avance y una respuesta a la valoración injusta del macho como el estereotipo y, por ende, destino del varón mexicano condenado al sentimiento de inferioridad o a la soledad propia de las crisis identitarias del adolescente, esas nocivas valoraciones que no hacen sino juzgar con menosprecio. Es necesario tirar la caricatura del macho a la basura ¿qué valor puede tener en la actualidad si ya no nos sirve para justificarnos culturalmente o dotarnos de identidad? ¿qué valor tiene si toda esa construcción pintoresca del charro mexicano no ha servido sino para hacernos motivo de burla y desprecio incluso ante nosotros mismos? Por otro lado ¡qué termino tan más grosero y pasado de moda! Con razón en el diccionario feminista de Sau se dice de él:

En el seno del feminismo la palabra se ha ido sustituyendo por la de sexismo sobre todo a nivel ideológico, perdurando la de machismo en el lenguaje coloquial de la mujer feminista y en textos vindicativos de estilo popular tales como pintas callejeras, pancartas, pegatinas, etc. (Sau, 2000, p. 171)

Claro, porque la academia que hace estudios de género ya lo relegó a segundo término, entonces ya no existe mas que en el uso coloquial. Se instituye un término para posteriormente tacharlo de hueco. Así nada más. La historia del término se tira por la borda, ¡al fin que ni referente material tenía!

Dado que la palabra machismo, como ya dijimos, ha sido definida de muchas maneras podemos decir que a lo mejor existe o a lo mejor no según la definición que se decida: actitud, ideología, sexismo o nada. Depende que tan a la vanguardia quiera uno sonar. Monsiváis inteligentemente apunta que el machismo se fue con el conservadurismo tan difundido antaño en México y que ahora acogen sólo los grupos religiosos, eso al menos en la Ciudad de México. Sin embargo, él mismo en Mexicanerías: ¿Pero hubo alguna vez once mil machos? (2004a) pasa rápidamente a reemplazar los términos de macho y machismo por masculinidades. Pienso que en su ejercicio de cronista Monsiváis creyó que este cambio en el uso de términos se había gestado de manera racional y que los hechos coincidían con el cambio en las consideraciones teóricas, pero yo tendría  mis dudas en admitir esto como cierto.

A todo esto he de aclarar que no estoy ni a favor de la consideración del estereotipo del macho como generalizable a todos los hombres, ni en contra de los estudios de masculinidades. Pienso que la academia debería reconsiderar el darle muerte a un concepto que describió algunas caras de ciertos fenómenos en México y que podría acercarnos a explicar las relaciones de poder entre los sexos. Aunque todavía hay investigadoras que integran el machismo a sus consideraciones teóricas, como el caso de Marina Castañeda citada más arriba, me parece que deberíamos centrarnos en ubicar el concepto en su devenir histórico en México y sus repercusiones en la actualidad.

Para finalizar, quisiera concluir mencionando dos aspectos importantes a tomar en cuenta para realizar el estudio del machismo. El primero es hacer resaltar que, más allá de si el machismo tuvo o no concreción, hay que resaltar el peso de las representaciones simbólicas en una cultura porque, si bien es cierto que gran parte de la figura del macho fue “impuesta” o llevada a la exageración, también es cierto que dicha representación fue inspirada en ciertos rasgos de los varones de la época, y la veneración del cine de oro no hubiese sido posible si la población mexicana no se hubiese sentido identificada de algún modo. El segundo aspecto es recordar que la cultura del macho se basó en la sobrevaloración de características viriles, es decir que el machismo se sostiene en un sistema de valores muy peculiar, como bien apunta Castañeda. De este modo, no es descabellado mencionar que si dicho sistema de valores prevalece, aún con sus respectivos cambios, es muy probable que un machismo mutado aun impere en México (como acertadamente denuncian las mujeres feministas “en lenguaje coloquial y pintas callejeras”).  Estas son las incipientes consideraciones que pienso deberían nutrir una investigación genealógica del machismo en México.  

Bibliografía.

Castañeda, Marina, (2007) El machismo invisible regresa, México, Taurus.

Machillot, Didier, (2013) «El estudio de los estereotipos masculinos mexicanos en las ciencias humanas y sociales: un recorrido crítico-histórico» en Los hombres en México: veredas recorridas y por andar, Coord. Juan Ramirez y José Cervantes, México, Centro Universitario de Ciencias Economico Admistrativas- Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres.

Monsiváis, Carlos, (2004a) «Mexicanerías: ¿Pero hubo alguna vez once mil machos?» en Escenas de pudor y liviandad, México, Debolsillo.

——— (2004b), «Crónica de aspectos, aspersiones, cambios, arquetipos y estereotipos de la masculinidad», Desacatos, núm. 15-16, pp. 90-108.

Paz, Octavio (1998) El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta a El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica.

Ramos, Samuel (2013) El perfil del hombre y la cultura en México, sexagésima reimpresión, México, Espasa Falpe.

Salguero, María Alejandra, (2013) «Masculinidad como consideración dinámica de identidades», en Los hombres en México: veredas recorridas y por andar, Coord. Juan Ramírez y José Cervantes, México, Centro Universitario de Ciencias Económico Admistrativas- Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres.

Sau, Victoria (2000), Diccionario ideológico feminista I, 3ra. ed., España, Icaria.

 

Capitalismo gore y acumulación por despojo.

En Capitalismo Gore, Sayak nos explica cómo las prácticas que ella denomina gore (entendidas como prácticas para hacerse de capital a través de la violencia)  son  consecuencia directa del capitalismo: a través de un discurso tan naturalizado en los cuerpos, que fomenta el hiperconsumo como único medio de obtener aceptación como sujeto económico y social, el capitalismo deviene gore en sociedades tercermundistas que no pueden satisfacer el ideal de hiperconsumo, de este modo los sujetos sometidos buscan un medio de empoderamiento que no es otro sino el uso de la violencia para colocarse como “hiperconsumidor pudiente”[1], tal como sucede en el narcotráfico. De este modo, dichas prácticas pueden ser entendidas como una subversión de los procesos tradicionales para generar capital “La economía del narcotráfico reinterpreta al mercado, a las herramientas de trabajo, al concepto mismo de trabajo y, de una forma fundamental, a la revalorización del campo”[2].

Pero, dado que la lógica del mercado es la de oferta-demanda, estas prácticas no serían tan bien remuneradas sino fuera por gestarse dentro de una sociedad de consumismo hedonista, capitalismo farmacopornográfico, según Beatriz Preciado[3]. De este modo la venta de drogas o trata de personas se convierten en actividades muy retribuibles. Respecto a esto nos dice Sayak “Por la brutalidad de la realidad económica y sus circunstancias, los cuerpos, los sujetos, la carne se vuelven centro, mercancía, intercambio. Acumulación de capital por medio de la trastocación, reformulación e impregnación del proceso de producción a partir del necroempoderamiento.”[4]

Dado que el necroempoderamiento es una manera de ejercer poder sobre los cuerpos de manera violenta, es verdad que reinventa de alguna manera los procesos para producir capital. De manera especial la acumulación originaria toma un giro completamente distinto. Tanto David Harvey[5] como Silvia Federici[6] denuncian que dicho proceso, que marca el inicio de la época capitalista, es un proceso que sigue dándose de manera constante y que es un error verlo como un proceso previo o exterior al proceso de producción de capital. Sabemos que la acumulación originaria no es otra cosa sino la apropiación, la desposesión,el despojo, la explotación de la propiedad: acumulación por despojo. David Harvey apunta que este proceso se ha reinventado de múltiples maneras, entre ellas la explotación de la cultura y creatividad, desposesión de activos (ataque a fondos de pensión y liquidación), sistema de crédito, fondos especulativos de cobertura, etc.[7]

Pues bien, yo creo que en las prácticas gore se da otra “creativa” forma de acumulación originaria. Es cierto, como apunta Sayak, que los cuerpos se vuelven mercancía. Sin embargo, hay que apuntar que no es mercancía del tipo fuerza de trabajo. No son mercancías que pasan por un proceso de reproducción (o al menos no controlado directamente por el capitalista). De algún modo las prácticas gore pueden ser equiparables a la apropiación de la tierra. Sólo que estas prácticas no necesitan de un derecho positivo que las avale: se genera una soberanía paralela al estado, como apunta Sayak [8], se valen de la vulnerabilidad de los cuerpos “los derechos de propiedad sobre el propio cuerpo quedan desdibujados”[9]. Sí, es verdad que el derecho de apropiarse violentamente de los cuerpos es fruto de la mercantilización de la vida y las relaciones sociales, sin embargo, seguimos dejando de fuera, como si se tratara de un proceso al margen, que la producción de capital no se daría si no fuera mediante la acumulación por despojo. Esto marcó el inicio del capitalismo, y es un proceso que se renueva, y que ha alcanzado dimensiones tan grandes como la apropiación de cuerpos humanos para su comercialización. Para generar plusvalor no es necesario hacerse de medios de producción (o no de la manera tradicional). Ese plus en el valor se puede conseguir con costos mínimos expropiando y explotando cuerpos.

[1] Sayak Valencia, Capitalismo gore, p. 68.

[2] Ibíd., p. 69.

[3] Beatriz Preciado, “Testo Yonki”, 2008, pp. 31-32,  apud. Sayak Valencia, Capitalismo Gore, p. 76.

[4] Sayak Valencia, Capitalismo gore, p. 79.

[5] David Harvey, El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión, 2005.

[6] Silvia Federici, Revolución en punto cero, 2013.

[7] David Harvey, El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión, p. 114.

[8] Sayak Valencia, Capitalismo gore, p. 75.

[9] Ibíd., p. 153.

Bibliografía:

Federici, Silvia, Revolución en punto cero, trad. Carlos Fernández Guervós, traficantes de sueños, Madrid, 2013.

Harvey, David, El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión, CLACSO, Buenos Aires, 2005.

Valencia, Sayak, Capitalismo gore, Paidós, Ciudad de México, 2016.