Anarquismo hedonista I

El renacer del carnaval (2003) Cecilia Galará Óleo sobre tela 120 x 90 cm

Cecilia Galará
El renacer del carnaval (2003)
Óleo sobre tela
120 x 90 cm

Las habitaciones del cuerpo también pueden iniciar con la habitación del «cuerpo político», el cuerpo que somos como comunidad y quizá, por qué no, el cuerpo que somos como sociedad; no hay nada más estimulante que pensar que algún esfuerzo pueda llevarnos a ser una sociedad en comunidad viva y no sólo en el conveniente acuerdo jurídico de reconocernos mutuamente el derecho a vivir juntos, marco en el que fácilmente podemos quedar atrapados en los perversos caminos de la tolerancia. Por lo pronto, es suficiente con destacar que la vieja idea de un «cuerpo político», al ser ligada a la idea de sus habitaciones, a la imaginación de los diversos modos de construir su habitación, nos obliga a pensar en el «cuerpo político» como una comunidad viva que necesita la procuración de los cuidados de un cuerpo vivo y no de uno abstracto.

Por eso me parece oportuno asumir la provocación de Michel Onfray en la dirección de un «anarquismo hedonista», pues me resulta estimulante no sólo para imaginar la habitación hedonista de los cuerpos individuales y para refundar –desde ahí mismo– las relaciones políticas, sino sobre todo para imaginar la habitación hedonista del cuerpo comunitario, del cuerpo de la comunidad viva e inmediata. Su ejercicio, además, es el del cuidado del placer y del gozo comunitario: la experiencia inmediata e inmanente de lo que resulta sin mayores consideraciones el bien común. Por eso pienso tan importante la investigación sobre la fisiología del cuerpo político, pues se trata del estudio de los flujos y energías de las comunidades vivas, de sus movimientos y estancamientos, de sus despliegues de fuerza y sus pliegues estratégicos, pues eso mismo se convierte en una poderosa vía para comprender la verdadera fuerza política de la comunidad: su anarquía hedonista.

La comunidad integrada en la gestión del bien común para un cuerpo vivo, como alimento de su tejido social, de sus órganos y sus funciones vitales, no puede conocer más gobierno que el del gobierno autónomo de la propia comunidad; y esto es radical como dinámica político-social, no por decisión de un conjunto de autonomías individuales, sino sobre todo por la emergencia de una autonomía comunitaria, que no funciona más bajo la lógica de un «gobierno para otros», sino bajo la lógica del «gobierno de sí» del cual puede desprenderse el ejercicio de un auténtico gobierno civil sin necesidad de mediaciones o representaciones. La autonomía de la comunidad en el cuidado de un «cuerpo político vivo» está fundada y ejercida, a un mismo tiempo, en la experiencia y la práctica efectiva del gozo comunitario del «bien común».

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