Sobre la idea de una intervención poética de la ciudad

Pensar que es posible una intervención poética de la ciudad es, primero que nada, una necesidad vital, una lucha consciente y esforzada por romper con las diferentes lógicas que gobiernan actualmente las inercias de la vida civilizada. No ha sido mi intención, en este sentido, abrir una línea de trabajo de investigación sobre las diferentes formas de construcción poética de la ciudad solamente, sino meditar, desde la experiencia más inmediata y ordinaria, cómo la experiencia de la ciudad puede ser configurada simbólicamente como habitación y, al mismo tiempo, como un espacio político. Pero, ¿por qué pensar en esto desde la idea de una intervención poética? La razón es muy simple. Se trata de colocar intencionalmente el punto de partida de estas meditaciones de la vida cotidiana en el análisis del tránsito que solemos operar desde la configuración poética de nuestras habitaciones del mundo, de nuestro mundo, a la configuración poética de los espacios en los que nos reconocemos como actores de una gestión o acción política, para problematizar filosóficamente, no sólo la experiencia de la ciudad, sino la experiencia activa de una ciudadanía, por ejemplo, como forma de movimiento en la ciudad. El objetivo de estas meditaciones es la activación de una praxis poético-participativa en la re-construcción simbólica de los espacios políticos y de la habitación que hacemos de ellos. También, por lo mismo, es una forma de hacer de esto un modo de poner en juego la tópica de una vida civil, de pequeños fenómenos y sus pequeños matices, de nuestras pequeñas luchas cotidianas con las que buscamos intervenir nuestra realidad para transformarla.

La ciudad en rebeldía III

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Movilización globalLa ciudad sólo podrá ser un horizonte para la articulación de las rebeldías y las resistencias políticas cuando hayamos logrado la imaginación de diversas formas de solidaridad política entre las diferentes comunidades de acción ciudadana, ya sean urbanas o rurales, territoriales o sectoriales, globales o locales.

La ciudad en rebeldía II

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¿De qué lado nos pondremos cada uno de nosotros? ¿Qué calle ocuparemos? El tiempo lo dirá. Pero lo que sabemos es que ha llegado el momento, que el sistema no solo está descompuesto y al descubierto, sino que parece incapaz de ninguna otra respuesta que no sea la represión. Por eso nosotros, el pueblo, no tenemos otra opción que luchar por el derecho colectivo a decidir como reconstruir el sistema y con que hechuras. El partido de Wall Street tuvo su oportunidad y ha fracasado miserablemente. La construcción de una alternativa sobre sus ruinas es tanto una oportunidad como una obligación insoslayable que ninguno de nosotros puede ni querría siquiera evitar.

 

David Harvey, Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana. Trad. de Juanmari Madariaga. Madrid, Akal, 2013, p. 235-236.

Comentario: 

Estas ideas me hacen recordar que la ciudad rebelde no implica sino el despliegue de un espíritu de libertad habitando las calles, en el pleno ejercicio o puesta en juego de diversas formas de praxis y de diversas formas de valoración, pues justo en ello –en la diversidad de ambas cosas– se juega precisamente el inevitable derrumbe de la civilización capitalista y la transformación creativa de nuestros modos de producción: la construcción o reconstrucción poética de la ciudad, de la vida civilizada, de nuestra ciudadanía. La ciudad rebelde no niega el valor de la ciudad; por el contrario, lo reconstituye, lo reorganiza, le da otras fuentes, lo vuelve a fundar… Nos permite preguntarnos si efectivamente podemos rescatar una ciudad de los procesos debilitadores de la urbanización neoliberal, reivindicándola para la lucha anticapitalista (Cf. HARVEY, 2013: 219).

La ciudad en rebeldía I

Lo urbano funciona pues, obviamente, como un ámbito relevante de acción y rebelión política. Las características propias de cada lugar son importantes, y su remodelación física y social, así como su organización territorial son armas para la lucha política.

David Harvey, Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana. Trad. de Juanmari Madariaga. Madrid, Akal, 2013, p. 174.

Comentario: 

No dejo de pensar, justo por eso, en la importancia que tiene el resistirse a pensar la ciudad desde la reducción a lo urbano. La ciudad es, en muchos sentidos, el resultado de las complejas relaciones entre lo urbano y lo rural. El caso de la acción y la rebelión política no es la excepción, sino por el contrario la confirmación de esto. La reorganización política del territorio urbano, especialmente cuando resulta del trabajo político de una ciudadanía en rebelión, implica el posicionamiento estratégico de las comunidades rurales, de sus más diversas necesidades e intereses, de sus luchas y resistencias.

Quizá por eso, tras analizar el caso de El Alto, David Harvey señala con total precisión que: «La lección a extraer del estudio de Lazar es que es efectivamente posible rescatar una ciudad de los procesos debilitadores de la urbanización neoliberal, reivindicándola para la lucha anticapitalista» (HARVEY, 2013: 219).

Gastrimargia: la voracidad de las pasiones

ARTÍCULO EN LIBRO

GÓMEZ CHOREÑO, Rafael Ángel:  “Gastrimargia: la voracidad de las pasiones, en Armando Casas y Leticia Flores Farfán (coords.), Gula: Historia de los afectos. Ensayos de cine y filosofía. México, UNAM, Dirección General de Asuntos del Personal Académico, Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, 2015, pp. 111-137.

[ISBN 978-607-02-7345-2]

Anarquismo hedonista I

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El renacer del carnaval (2003) Cecilia Galará Óleo sobre tela 120 x 90 cm

Cecilia Galará
El renacer del carnaval (2003)
Óleo sobre tela
120 x 90 cm

Las habitaciones del cuerpo también pueden iniciar con la habitación del «cuerpo político», el cuerpo que somos como comunidad y quizá, por qué no, el cuerpo que somos como sociedad; no hay nada más estimulante que pensar que algún esfuerzo pueda llevarnos a ser una sociedad en comunidad viva y no sólo en el conveniente acuerdo jurídico de reconocernos mutuamente el derecho a vivir juntos, marco en el que fácilmente podemos quedar atrapados en los perversos caminos de la tolerancia. Por lo pronto, es suficiente con destacar que la vieja idea de un «cuerpo político», al ser ligada a la idea de sus habitaciones, a la imaginación de los diversos modos de construir su habitación, nos obliga a pensar en el «cuerpo político» como una comunidad viva que necesita la procuración de los cuidados de un cuerpo vivo y no de uno abstracto.

Por eso me parece oportuno asumir la provocación de Michel Onfray en la dirección de un «anarquismo hedonista», pues me resulta estimulante no sólo para imaginar la habitación hedonista de los cuerpos individuales y para refundar –desde ahí mismo– las relaciones políticas, sino sobre todo para imaginar la habitación hedonista del cuerpo comunitario, del cuerpo de la comunidad viva e inmediata. Su ejercicio, además, es el del cuidado del placer y del gozo comunitario: la experiencia inmediata e inmanente de lo que resulta sin mayores consideraciones el bien común. Por eso pienso tan importante la investigación sobre la fisiología del cuerpo político, pues se trata del estudio de los flujos y energías de las comunidades vivas, de sus movimientos y estancamientos, de sus despliegues de fuerza y sus pliegues estratégicos, pues eso mismo se convierte en una poderosa vía para comprender la verdadera fuerza política de la comunidad: su anarquía hedonista.

La comunidad integrada en la gestión del bien común para un cuerpo vivo, como alimento de su tejido social, de sus órganos y sus funciones vitales, no puede conocer más gobierno que el del gobierno autónomo de la propia comunidad; y esto es radical como dinámica político-social, no por decisión de un conjunto de autonomías individuales, sino sobre todo por la emergencia de una autonomía comunitaria, que no funciona más bajo la lógica de un «gobierno para otros», sino bajo la lógica del «gobierno de sí» del cual puede desprenderse el ejercicio de un auténtico gobierno civil sin necesidad de mediaciones o representaciones. La autonomía de la comunidad en el cuidado de un «cuerpo político vivo» está fundada y ejercida, a un mismo tiempo, en la experiencia y la práctica efectiva del gozo comunitario del «bien común».

La intervención poética del espacio I


Pensar que los espacios urbanos pueden ser intervenidos poéticamente es una forma de colocar el tema del cuerpo y la imaginación en el horizonte de una reflexión filosófica sobre las dificultades de la vida civilizada en las sociedades contemporáneas. En el programa de esta reflexión filosófica dos temas han cobrado un especial interés en mi trabajo de investigación: las prácticas efectivas de la gubernamentalidad y el ejercicio crítico de una ciudadanía ética. El primero se ha convertido en una vía de acceso al análisis de las relaciones de poder desde la perspectiva problemática del estudio de las formas del gobierno de sí y el gobierno de los otros: el análisis de las relaciones de poder como relaciones de dominación; el segundo, en cambio, me ha permitido acceder al análisis, mucho más específico, de las prácticas contemporáneas del gobierno de sí como ejercicio de una ciudadanía ética, como la puesta en juego de la filosofía como forma de vida o intervención poética del espacio en la ciudad del sinsentido.

La ciudad del sinsentido: retóricas y poéticas de la vida civil I

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El coloso-Goya

El coloso (1808-1812)
Francisco Goya
Óleo sobre lienzo, 116 x 105 cm
Museo del Prado

Ninguna ilusión ha sido más poderosa en la Modernidad que la ilusión de una vida civil. Sin embargo, sin la creencia en un cuerpo político constituido jurídicamente, esta ilusión carecería de sentido, pues su efectividad no depende en ninguna medida de la emergencia de las ciudades modernas y sus nuevos usos y costumbres, o sus códigos e instituciones, sino en la pura fe de los ciudadanos en la existencia de un orden político en el que se funda toda relación e identidad social: el Estado moderno.

A diferencia de las ideas o representaciones que los hombres del Renacimiento tenían de la vida civil, fuertemente basada en la participación activa del ciudadano, los ciudadanos modernos han preferido confiar en una idea abstracta de la vida civil, aunque ningún ciudadano quiera participar efectivamente en su construcción o encarnación.

La vida civil no es en la Modernidad más que una determinación abstracta de la idea del Estado-Nación; es una definición jurídica cuya principal función consiste en organizar y regular, simultáneamente, todo lo político y todo el pensamiento sobre lo político. Mientras que la imaginación y el desarrollo de la vida civil en el Renacimiento ­–u otras épocas– ha consistido fundamentalmente en el desarrollo de una intervención poética de todo lo político; en la Modernidad, en cambio, la vida civil no es sino el objeto abstracto con el que decidieron trabajar diversas tradiciones políticas retóricamente. Responde más a una forma de “hablar de” que de “hacer como”.

III Congreso Internacional “Historia de los afectos: Gula”


 

“GULA, PASIÓN POR LA VORACIDAD

Presentaré esta ponencia el próximo martes 28 de octubre de 2014, a las 12:00 horas, en el Salón e Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

En busca de un lenguaje común


En busca de un lenguaje común

Texto para la presentación del libro El problema del lenguaje en la bibliotecología / ciencia de la información / documentación. Un acercamiento filosófico-teórico,coordinado por el Dr. Miguel Ángel Rendón Rojas, que se llevó a cabo en el XXIV Encuentro de Profesores y Estudiantes del Colegio de Bibliotecología, celebrado del 13 de septiembre de 2014 en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

I

Buenos días, primero que nada quiero agradecer a los organizadores de este XXIV Encuentro de Profesores y Estudiantes del Colegio de Bibliotecología la invitación a participar en la presentación del libro El problema del lenguaje en la bibliotecología / ciencia de la información / documentación. Un acercamiento filosófico-teórico,coordinado por el Dr. Miguel Ángel Rendón Rojas y publicado en la Colección “Epistemología de la Bibliotecología y  Estudios de la Información” del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información (iibi) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), como resultado del proyecto de investigación PAPIIT 401311: “Un análisis teórico-epistemológico de la bibliotecología y estudios de la información. Unidad de la diversidad: Bibliotecología, Documentación y Ciencia de la Información”, el cual ha contado con el apoyo del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (dgapa) de la UNAM, bajo la responsabilidad académica del Dr. Rendón Rojas.

II

Primero que nada me gustaría hablarles de la importancia de la publicación de este libro desde la perspectiva de su marco institucional, ya que un primer dato significativo de la publicación del volumen es que se trata del producto de un trabajo de investigación universitaria mediante el cual se ha estado estableciendo y consolidando un grupo internacional de académicos y una línea de investigación en la UNAM, en colaboración interinstitucional con otras universidades y centros de investigación, nacionales y extranjeras, con el fin de estimular la realización de muchas otras investigaciones en el ámbito universitario. Este libro cumple perfectamente las tareas de difusión y vinculación del grupo de investigadores que le ha dado cuerpo y contenido.

Por otro lado, el apoyo institucional de la universidad para la realización de las actividades académicas y las distintas metas propuestas en un proyecto de esta naturaleza garantiza –como el mismo libro lo testimonia– el impacto en los diferentes ámbitos de trabajo docente ya existentes en el área de conocimiento, como los diferentes programas educativos de Licenciatura y Posgrado, así como los diversos proyectos universitarios extracurriculares y de extensión universitaria que tienen lugar constantemente en la universidad y fuera de ella. Este libro también es, no tengo duda de ello, un excelente material para mejorar la enseñanza de la bibliotecología, las ciencias de la información, las ciencias de la documentación y la archivística, en sus distintos niveles, ya que por el diseño de su contenido está destinado a ser un libro de referencia obligado para el desarrollo de sus diversas disciplinas y materias.

Finalmente, el libro da cuenta de los distintos esfuerzos universitarios que deben conjugarse para darle realidad a la construcción de un espacio institucional en el que ha de cumplirse la formación de nuevas generaciones de jóvenes investigadores y profesores, en quienes descansa ahora mismo la responsabilidad de darle continuidad a los trabajos de investigación.

El libro está publicado y entregado a nuestra comunidad universitaria para que sus lectores decidan su mejor uso y definan la continuidad de sus contenidos. Pero además este libro está disponible en línea en su versión electrónica, con acceso completamente libre (gratuito), dejando abiertas las posibilidades de su recepción en todo el mundo y entre los más diversos lectores.

La valoración del volumen desde esta perspectiva, pues, no puede sino ser una completamente favorable, entusiasta y solidaria con el espíritu universitario que la ha impulsado desde su génesis. Se trata de un libro que traza y encamina perfectamente sus funciones teóricas, metodológicas y académicas.

III

Una vez dicho lo anterior, deseo hablarles entonces del diseño y conformación del libro, para abrir un pequeño espacio de reflexión en torno a sus objetivos teórico-metodológicos y sobre los modos en que estos se cumplen.

El primer texto del volumen es un artículo escrito en portugués, titulado “Filosofia da linguagem e Ciência da Informação na América Latina: apontamentos sobre pragmática e linguagem ordinária (Filosofía del lenguaje y Ciencia de la Información en América Latina: apuntes sobre pragmática y lenguaje cotidiano)”, de Gustavo Silva Saldanha, investigador del Instituto Brasileño de Información en Ciencia y Tecnología (IBICT) y profesor de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UNIRIO), y Luciana de Souza Gracioso, profesora de la Universidad Federal de San Carlos (UFSCAR). El siguiente artículo del volumen, titulado “Principales denominaciones que se utilizan para nombrar los conceptos de la bibliotecología / documentación / ciencia de la Información”, escrito por Agustín Gutiérrez Chiñas, académico de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. El tercero es un artículo de Silvana Elisa Cruz Domínguez, académica de la Universidad Autónoma del Estado de México, titulado “La archivística: entre palabras, vocablos y términos”. Finalmente, el volumen lo cierra un artículo de Andrea Capaccioni, de la Universidad de Perugia, Italia, el cual lleva por título “La bibliografia: materiali per un esame comparato dei termini fondamentali (La bibliografía: materiales para un examen comparado de términos fundamentales).

Ahora bien, el volumen lo integran cuatro artículos que atienden perfectamente los intereses problemáticos de tres áreas perfectamente diferenciadas entre sí (la bibliotecología, las ciencias de la información y la documentación) y un texto con las reflexiones finales del propio Miguel Ángel Rendón Rojas, coordinador del libro, el cual, junto con el texto de introducción (también de su autoría), cumple perfectamente con la función de presentarnos la compilación del volumen y la naturaleza de teórica y metodológica de su contenido. Pero esto lo logra no sólo al describirnos el marco teórico en el que los textos de este volumen cobran su relevancia, actualidad y significado, sino sobre todo porque nos describe con toda claridad el panorama abierto por la obra en su conjunto, así como el modo en que han de moverse sus contenidos teóricos y metodológicas hacia los diversos horizontes de un trabajo académico que desea explícitamente contribuir en la construcción de una comunidad.

Y es que éste es quizá el objetivo más importante del libro que hoy presentamos y del proyecto que le ha dado diseño y realidad, ya que sus autores pretenden, ante todo, encontrar la comunidad de quienes trabajan, por vocación y necesidad material, de un modo diverso. La hipótesis que comparten nuestros seis autores es muy simple en realidad: dado que hay una gran diversidad de modos de hacer y modos de pensar entre los miembros de una comunidad sapiencial que, pese a las diferencias, se asume como tal, vale la pena postular al lenguaje como un espacio común para trabajar en la comprensión de las diferencias y en la posible integración científica de los distintos saberes, disciplinas, tecnologías y métodos involucrados. Y es así como este libro ha quedado conformado, de un modo muy natural, en el esfuerzo estratégico de un grupo para tratar de construir lo común de lo diverso, a partir del análisis y reflexión de la naturaleza lingüística de los distintos quehaceres intelectuales que se verifican cotidianamente en el ámbito de la bibliotecología, las ciencias de la información y la documentación.

IV

¿Cuáles son las ventajas de trabajar a partir de una hipótesis como ésta? En primer lugar, hay que mencionar la profundidad del diagnóstico crítico, es decir, la pertinencia del horizonte problemático que se trata de enfrentar: el lenguaje como fuente de un relativismo epistémico y cultural. Hay una total claridad, por parte de este grupo de investigadores, acerca de que las diferencias en el quehacer cotidiano de sus disciplinas teóricas radica en el uso de un léxico bastante diverso. Pero esto no sólo lo entienden como una dificultad de unidad terminológica, de uso de un vocabulario común, sino que van más allá y tratan de entenderlo como un reto de integración de diferentes paradigmas teórico-conceptuales, desde los cuales se intenta dar atención a distintos intereses de conocimiento y a diferentes formas de producir conocimiento. La dificultad consiste, en efecto, en no poder establecer un lenguaje común, pero el reto de esto radica, precisamente, en reconocer la necesidad de este relativismo lingüístico, poniéndolo en la perspectiva de un relativismo cultural y un relativismo epistémico que no resulta conveniente ignorar ni suprimir. Y con esto operan su propio giro lingüístico. El horizonte problemático que se abre, de este modo, es el de una gran diversidad terminológica que intenta satisfacer una gran diversidad de intereses y necesidades.

En segundo lugar, gracias a lo anterior, inician un proceso de valoración metodológica de la diversidad terminológica en el campo de la Bibliotecología, las Ciencias de la Información y la Documentación, para lograr comprenderla en términos de un enorme acervo teórico que puede ser revisado hermenéutica y dialécticamente para determinar su pertinencia o impertinencia. Con lo que se colocan efectivamente en el marco de dos horizontes de trabajo realmente provechosos. Por un lado, el horizonte en que es posible considerar la diversidad terminológica como un acervo de recursos o herramientas conceptuales, cuyo uso se constituye, por sí mismo, en un nuevo objeto de investigación –o una nueva orientación de investigación– que puede dar cuenta de la historia de los saberes y de las prácticas que los constituyen, de las técnicas y de las tecnologías que los hacen posibles, de los marcos teóricos y metodológicos a los que responden en su búsqueda de una unidad científica. Por otro lado, el horizonte en que es posible considerar la diversidad de herramientas conceptuales, sobre todo desde una comprensión crítica de su historicidad, como recursos teóricos susceptibles de ser evaluados en relación directa con su efectividad en el mundo e irreversiblemente ligados a sus referentes materiales, concretos, objetivos. Y esto obliga a tomar en consideración –como criterio irrenunciable– su utilidad o perjuicio para la vida.

Finalmente, en tercer lugar, frente al diagnóstico crítico que muestra la diversidad terminológica como principal dificultad para la integración de una comunidad sapiencial, ensayan dos posibles soluciones: 1) tratar de identificar el léxico básico en el ámbito de la Bibliotecología, las Ciencias de la Información y las Ciencias de la Documentación, para fijar un lenguaje común y los criterios de integración de una auténtica comunidad científica; y 2) tratar de identificar en la misma diversidad terminológica las herramientas conceptuales que se hayan claramente perfiladas para conducir los proyectos de vanguardia y de auténtica innovación científica en estos campos de investigación. Lo que constituye un atractivo cambio de enfoque, pues hace evidente que no sólo hay una gran diversidad de herramientas conceptuales detrás de la diversidad terminológica de estas disciplinas, debido a la diversidad de intereses y necesidades que tratan de satisfacer, sino que también hay, justo en la articulación estratégica de todas esas formas de diversidad, un constante flujo de innovaciones en lo que se refiere a nuestro modo de pensar estos saberes y sus conceptos fundamentales, así como su pertinencia o impertinencia, o su eficiencia o franca inutilidad.

V

Para concluir esta invitación a la lectura del libro, me interesa comentar algo sobre el valor de este volumen digital como un objeto de acceso libre en internet, ya que, sin duda, este tipo de recursos están cambiando de fondo nuestra cultura universitaria, tanto en términos del desarrollo de una nueva cultura de estudio, como en términos de nuevas culturas de trabajo docente y de investigación.

Ciudad de México, 13 de septiembre de 2014.

Terceras Jornadas Estudiantiles sobre Estudios Medievales y del Renacimiento


Organizo este evento, en colaboración con Ernesto Priani Saisó, como parte de las actividades académicas del proyecto PAPIME “Centro de Recursos Digitales en línea para el estudio y la enseñanza de la Historia del Medioevo y el Renacimiento”. Las jornadas se llevarán a cabo en el Edificio J, Salón 301, de la Unidad de Estudios de Posgrado de la UNAM, el 20 de septiembre de 2014.

Las 900 Tesis


900 TesisGiovanni Pico della Mirandola, Las 900 Tesis. Presentación y coordinación de la traducción de Ernesto Priani Saisó. Traducción y notas de las primeras 300 tesis de Silvia Magnavacca. Traducción y notas del resto de las tesis de Absalom García Chow, Alejandro Flores Jiménez, María Teresa Rodríguez González, Rafael Ángel Gómez Choreño, Nicolás Mutchinick Babinsky, Edwing Roldán, Iván Salgado, Gema Ivette Sarmiento Gutiérrez y Ernesto Priani Saisó. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades (Nuestros Clásicos, 102), 2014.

[ISBN UNAM: 978-607-02-5129-0]

La invención del placer. Una mirada a la filosofía antigua para la apropiación del materialismo hedonista

ARTÍCULO EN LIBRO

GÓMEZ CHOREÑO, Rafael Ángel: “La invención del placer. Una mirada a la filosofía antigua para la apropiación del materialismo hedonista”, en Leticia Flores Farfán y Rafael Ángel Gómez Choreño (coords.), Apropiaciones contemporáneas de la filosofía antigua. México, Afinita Editorial México / Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras (Transeúnte), 2014, 143-166.

[ISBN AFINITA: 978-607-8013-15-9 / ISBN UNAM: 978-607-02-4908-2]

Disponible en: <https://www.researchgate.net/publication/273444626_Apropiaciones_contemporaneas_de_la_filosofia_antigua>.

Libro apropiaciones

Apropiaciones contemporáneas de la filosofía antigua

Libro apropiaciones

LIBRO COLECTIVO

Leticia Flores Farfán y Rafael Ángel Gómez Choreño (coords.), Apropiaciones contemporáneas de la filosofía antigua. México, Afinita Editorial México / Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras (Transeúnte), 2014.

[ISBN AFINITA: 978-607-8013-15-9 / ISBN UNAM: 978-607-02-4908-2]

Disponible en: <https://www.researchgate.net/publication/273444626_Apropiaciones_contemporaneas_de_la_filosofia_antigua>.

Primeras Jornadas sobre Violencia, Cuerpo e Identidad


“APUNTES PARA UNA GENEALOGÍA DE LA VIOLENCIA

Presentaré esta conferencia en las Primeras Jornadas sobre Violencia, Cuerpo e Identidad que se llevará a cabo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Sinaloa, a través del Cuerpo Académico Humanismo e Identidad Cultural, el 24 y 25 de enero de 2014.

Sobre la vitalidad sensual de la lujuria


La lujuria es uno de esos asuntos de los que la filosofía se ha ocupado con cierta timidez adolescente y, con alguna frecuencia, los filósofos han preferido seguir las opiniones de los hombres religiosos o de los hombres de Estado, y han terminado juzgándola como un pecado o como una de las principales fuentes de muchos delitos o crímenes aborrecibles, en lugar de seguir los primeros impulsos de un pensamiento jovial y festivo que ha encontrado fascinante, casi por accidente, la vitalidad anímica de la lujuria y, justo por eso, trata de indagar algo sobre su naturaleza, sus mecanismos y sus alcances. Desde una perspectiva jovial y festiva, la lujuria no sólo implica una sujeción voluntaria a los placeres sexuales –como han preferido entenderla los sacerdotes, los teólogos y los juristas–, también es un modo de actividad anímica que suele enriquecer la experiencia de los placeres de la carne, dejando al descubierto los caminos del erotismo y la sensualidad. La lujuria –antes y después de sus excesos– implica simplemente la emergencia de una voluntad de placer, entendida como un simple querer gozar las sensaciones placenteras del propio cuerpo, lo mismo las que nos resultan familiares que las que nos resultan desconocidas, pues no hay una diferencia realmente significativa entre ambas: el gozo de los placeres siempre es un acontecimiento irrepetible e irrenunciable para el lujurioso.

La rebeldía como libertad y desobediencia civil


La rebelión lo quiere todo o no quiere nada

–Albert Camus–

 

 

¿Qué es la rebeldía? Hoy hablamos con mucha facilidad de ella, pero al analizarlo con detenimiento resulta que no es tan clara nuestra forma de hablar sobre los hombres y mujeres rebeldes ni sobre sus rebeliones. Parece suficiente, por ejemplo, con que alguien proteste por algo para tildarlo de “rebelde” y, en casos extremos, la marca más contundente para hablar de “rebeldía” es lo que los liberales suelen denominar “protesta violenta” para no convertirse en perseguidores de las “legítimas protestas sociales”. Los más conservadores, por otro lado, parece que desde hace mucho tiempo prefieren pensar que toda juventud improductiva es una “juventud rebelde”, agregando con frecuencia que ésta, en la mayoría de los casos, no es sino una “rebeldía sin causa”.

En cualquiera de los casos, lo alarmante es la evasión estratégica de la rebeldía, no como una marca o estigma social, sino como una elección ética y política frente a la barbarie de los tiempos, la cual suele expresarse como un mero gesto de insumisión, como franca insurrección o hasta como acción revolucionaria. El punto aquí, sin embargo, no es determinar si la rebeldía es o no el detonador de las protestas políticas en nuestras sociedades, ni tampoco establecer si estas expresiones políticas basadas en la pura rebeldía son o no legítimas, o si tienen o no una causa, pues estas cuestiones no hacen sino desviar nuestra atención de lo que en realidad debería interesarnos sobre la rebeldía y sus distintas formas de manifestación en las sociedades contemporáneas, a saber, su constitución como un tipo específico de ejercicio de absoluta libertad contra una voluntad de gobierno sin justificación ni soberanía. “La rebelión –nos dice con toda claridad Albert Camus en El hombre rebelde– nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible”. Sobre lo cual vale la pena anotar que los “espectáculos de la sinrazón” de los que aquí habla Camus no son sino acontecimientos de quiebre en la configuración de la experiencia resultante de los modos de organización de la vida política en la Modernidad, es decir, de una experiencia dañada por causa del cotidiano acontecer de algún tipo de injusticia que va constituyéndose poco a poco en un espectáculo constante y continuo en el desarrollo la vida política moderna.

Luego, el mismo Camus agregaría, para una mejor comprensión de la dimensión histórica de este tipo de acontecimientos, que: “En sociedad, el espíritu de rebelión no es posible sino en los grupos en que una igualdad teórica encubre grandes desigualdades de hecho”. La rebeldía, pues, en la perspectiva camusiana, es un tipo de fenómeno político en el que se hace manifiesto el quebrantamiento de un sistema político constituido jurídicamente, ya que no se trata de la simple resistencia u oposición al ejercicio del poder político, sino de la insurrección de un ciudadano frente al incumplimiento sistemático de la ley, el incumplimiento de la igualdad jurídica prometida por las constituciones modernas del pacto social. Los espectáculos de injusticia que han detonado la rebeldía de los hombres –nos dice Camus– es una injusticia que se infringe efectivamente contra un individuo negándole una efectiva igualdad, pero también, en esta medida, contra el proyecto moderno de vida civilizada. El quebrantamiento de la condición civilizada del hombre, en este sentido, es total justo cuando un ciudadano cualquiera se declara insumiso ante dicha injusticia, cuando alguien deja de soportarlo y se declara en rebeldía.

Pero, ¿acaso hoy hablamos del «hombre rebelde» como de aquél que se niega a obedecer una voluntad de gobierno como afirmación radical de sus libertades? No, justo eso es lo que resulta de inmediato sintomático, ya que lo que ha resultado más funcional de la idea de rebeldía en la dinámica política de nuestras sociedades, es su uso como mera imagen o representación social para el desarrollo de diversas estrategias o dispositivos de control político, suponiendo –contrario a la opinión de Camus– que la rebeldía es mera desesperación e inmadurez frente a las altas exigencias morales de la vida política. Camus nos deja ver algo muy diferente en pasajes como éste:

La desesperación, como lo absurdo, juzga y desea todo en general y nada en particular. El silencio la traduce bien. Pero desde el momento en que habla, aunque diga que no, desea y juzga. El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo), da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.

 

Dejando claro, además, que justo la desesperación no es aún rebeldía, sino mero efecto de poder de la desesperanza política. La espectacularidad de la desesperación no es sino un mero espejismo que no logra oponer ninguna fuerza activa a la desesperanza, pues se trata de pura pasividad, coraje producido por la resignación, furia por la concesión política. Y quizá por eso las imágenes estereotipadas del “hombre rebelde” han sido usadas, desde hace algún tiempo, como herramientas para producir o inventar a los “enemigos públicos” de la sociedad civil y su constitución jurídica. Para ello, no es necesario que los “hombres rebeldes” sean realmente rebeldes, sino poder presumir eso de ellos para poder procesarlos políticamente como “enemigos” de la sociedad civil, de la vida civilizada, de las leyes y el Estado.

Entre los múltiples enigmas que hoy pueden despertar interminables reflexiones y discusiones filosóficas, se encuentra, con su poderosa y silenciosa presencia, el enigma del “enemigo público”. Sin embargo, de inmediato llama la atención que éste no haya podido convertirse en un problema filosófico por sí mismo, ya que no hay duda de que, antes de ser un fenómeno para la experiencia filosófica, es cierto que el “enemigo público” es una presencia evanescente que atemoriza a todos por igual y que, de algún modo, siempre está ya constituida, en nuestro horizonte ontológico, como una experiencia ordinaria, común y cotidiana, aunque en realidad no exista ninguno de sus objetos, de sus fantasmas, de sus espejismos. El “enemigo”, en este sentido, es una fantasía que suele alimentar nuestras más diversas inquietudes y, justo por ello, no necesita tener más presencia que la que se encarna fantásticamente en un temor vacío, en un miedo sin objeto, sin referencia, pues su única realidad suele ser, precisamente, la simple inquietud que nos genera. Así que todo parece indicar que, cuando la filosofía moderna ha intentado asumir el tema del enemigo, no ha hecho más que enfrentar uno de esos asuntos que se hallan más allá de sus límites autoimpuestos y que, en todo caso, no ha hecho sino tratar de postular objetos teóricos, como el “hombre rebelde”, que puedan llenar ese vacío que alimenta nuestras inquietudes para tratar de apaciguarlo.

El “enemigo”, para la filosofía moderna, no ha sido entonces más que un mero recurso metodológico; una hipótesis para lograr plantearse algunos de sus problemas fundamentales; un recurso retórico para justificar algunas de sus investigaciones y postulados; pero, sobre todo, el tema del “enemigo” ha sido un recurso político para garantizar el posicionamiento de la filosofía moderna frente a todos los que no podemos vivir tranquilos ante la mera sospecha de alguna enemistad, instalando, por supuesto, ilusorias promesas de seguridad y certidumbre, que sólo han de cumplirse mediante a una sujeción voluntaria a una artificial norma filosófica, comúnmente instalada a través de una definición o un conjunto de ellas.

Sólo reconozco una excepción: la de aquellas filosofías que, en lugar de postular una ética normativa, han tratado de reconocer en el “enemigo” algo más que una amenaza amorfa, sin rostro, sin un gesto característico, es decir, más allá del miedo y la incertidumbre, más allá de la mera intranquilidad del ciudadano ordinario, para identificar las formas concretas de la enemistad y los retos que estas formas concretas le demandan a la filosofía al invertir el enfoque mediante el cual se ha tratado de pensarla. Esta inversión implica algo muy simple: dejar de pensar al “enemigo” como la amenaza de un “otro”, para empezar a pensarlo como la amenaza en la que uno mismo se convierte en situaciones específicas de conflicto frente a un “otro”. Las filosofías que han aplicado esta inversión en el enfoque, con sólo hacerlo, han hecho posible la investigación filosófica de la enemistad como síntoma de una crisis ética de la vida cotidiana, de la vida común, de la vida política, pues justo han hecho evidente, de este modo, que la enemistad no es la noticia de una presencia que nos amenaza, sino uno de los mecanismos que utilizamos para organizar nuestra relación con los otros. La enemistad es un acontecimiento que nos revela que vivimos con otros y que, al margen de la amenaza que los otros pueden representar para uno o la que uno puede representar para otros, está el simple y constante enfrentamiento de intereses y conveniencias.

La rebeldía, sin embargo, no es sino la expresión excepcional de una libertad individual abriéndose paso en la vida civil, cuando los límites de nuestra civilización amenazan con destruir el más íntimo sentido de lo humano en nuestro sentimiento. “El análisis de la rebelión –afirmaría Camus– conduce, por lo menos, a la sospecha de que hay una naturaleza humana, como pensaban los griegos, y contrariamente a los postulados del pensamiento contemporáneo”. El «hombre rebelde», justo a partir de su excepcional desobediencia de las leyes y las normas, transforma las condiciones del ejercicio de nuestras libertades cuando éste se ha hecho imposible en la vida civil, logrando, desde la más radical individualidad, el más profundo y excelente sentimiento de comunidad. Con toda claridad, Camus nos aclararía sobre este sentimiento proveniente del más primitivo impulso de rebelión que:

Se advertirá ante todo que el movimiento de rebelión no es, en su esencia, un movimiento egoísta. Puede haber, sin duda, determinaciones egoístas. Pero la rebelión se hace tanto contra la mentira como contra la opresión. Además, a partir de estas determinaciones, y en su impulso más profundo, el rebelde no preserva nada, puesto que pone todo en juego. Exige, sin duda, para sí mismo el respeto, pero en la medida en que se identifica con una comunidad natural.

Se ve que la afirmación vital en todo “acto de rebelión” se extiende de inmediato a algo que sobrepasa el carácter individual del “hombre rebelde” en la medida en que –como bien supo verlo Camus– lo saca de su soledad individual y le proporciona, por lo mismo, una razón para actuar a favor de una comunidad supuesta como mera “condición humana”, la cual queda constituida de este modo en un valor preexistente a toda “acción rebelde”, a todo “acto de rebeldía”, contradiciendo así las filosofías puramente históricas, en las cuales el valor es conquistado (si es que se conquista) como resultado de la acción. Por eso Camus terminaría afirmando que: “Todo valor no implica la rebelión, pero todo movimiento de rebelión invoca tácitamente un valor”.

El uso político de las imágenes estereotipadas del “hombre rebelde” no ignora, por supuesto, a los auténticos “hombres rebeldes”; por el contrario, pretende contener su poder político mediante el control estratégico de su impacto social. Las sociedades modernas prefirieron diseñar a sus “hombres rebeldes” y sus “rebeliones”, para neutralizar el efecto realmente peligroso o atemorizante de toda rebeldía: la autonomía ética. Y eso se ha visto completamente favorecido en el desarrollo político y social de la vida civil en los últimos tiempos debido, sobre todo, a la depuración del proceso de tipificación criminal de toda forma de rebeldía. Lo cual era previsible para Camus, quien afirmaba que: “El día en que, por una curiosa inversión propia de nuestra época, el crimen se adorna con los despojos de la inocencia, es a la inocencia a quien se intima a justificarse”.

Hasta hace no mucho, el “hombre rebelde” todavía era un “enemigo político”; hoy simplemente es un delincuente o incluso un criminal que puede ser castigado públicamente sin reparo alguno. Por eso Camus nos advertía con toda claridad que: “El error de toda una época ha consistido en enunciar, o suponer enunciadas, unas reglas generales de acción a partir de una emoción desesperada cuyo movimiento propio, como tal emoción, consistía en superarse”.

Así que la feliz consecuencia de todo este proceso ha sido la conveniente civilización de la rebeldía, su puesta en escena en la vida política cotidiana dentro de los límites de la más estricta legalidad: la rebeldía ha dejado de generar desobediencia civil y ha dejado de conformarse, por lo mismo, en un posicionamiento ético frente a todos los excesos políticos de la vida civilizada. Hoy, el “hombre rebelde” es un espectáculo público perfectamente reglamentado, no sólo en lo que se refiere a los casos en los que los excesos de la rebeldía están perfectamente tipificados como delitos o crímenes que pueden ser castigados por el Estado, sino especialmente en los casos en los que las expresiones de rebeldía se desarrollan en el marco de la más perfecta legalidad. De cualquier forma, la rebeldía esta diluida ética y políticamente. En unos casos porque la rebeldía ha sido convertida en crimen o delito en el imaginario social; en el resto de los casos porque la rebeldía dentro de los límites de la legalidad ha perdido toda capacidad de rebelión.

En algún momento resultó conveniente juntar la idea de rebeldía a la de juventud para hacer posible el tratamiento político de un conjunto de personas cuya principal característica no es la rebeldía, entendida como desobediencia civil, sino el desempleo. ¿Cómo se artículo entonces esta función política de la sofisticada presunción de rebeldía de la juventud? ¿Cuándo los jóvenes aceptaron que era mejor defender su rebeldía, la sagrada «rebeldía juvenil», en lugar de reclamar su exclusión estratégica del trabajo? ¿Hasta dónde la «rebeldía juvenil» puede superar la normalización política de ambas condiciones –la juventud y la rebeldía– que se verifica diariamente en una poderosa representación social que, sin embargo, no tiene la capacidad de poner en libertad las fuerzas emancipatorias y libertarias del «hombre rebelde»? Sin embargo, contra todo esto, Camus daría inicio a El hombre rebelde del siguiente modo:

Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. La frontera que los separa es incierta. Pero el Código Penal los distingue, bastante cómodamente, por la premeditación. Estamos en la época de la premeditación y el crimen perfecto. Nuestros criminales no son ya esos muchachos desarmados que invocan la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para convertir a los asesinos en jueces.

El riesgo en la perspectiva camusiana no es sino el siguiente: “No sabremos nada mientras no sepamos si tenemos el derecho de matar a ese otro que está ante nosotros o de consentir que lo maten. Puesto que toda acción desemboca hoy en el asesinato, directo o indirecto, no podemos obrar antes de saber si, y por qué, debemos dar la muerte”. Por eso Camus declararía con toda claridad que lo que su ensayo sobre la rebeldía se proponía era “proseguir, ante el asesinato y la rebelión, una reflexión comenzada alrededor del suicidio y de la noción de lo absurdo”. Pues tenía completamente claro que la conclusión última del razonamiento absurdo es “el rechazo del suicidio y el mantenimiento de esa confrontación desesperada entre la interrogación humana y el silencio del mundo”. E igualmente sabía que, ante esa confrontación, el asesinato y suicidio son una misma cosa que hay que aceptar o rechazar juntamente. Por eso su determinación al declarar que: “La conciencia nace con la rebelión”.

Esta conciencia, sin embargo, es una conciencia bifurcada, pues reconoce al mismo tiempo un “todo” todavía bastante obscuro y una “nada” que anuncia la posibilidad de que el hombre pueda sacrificarse o sujetarse a ese todo. El rebelde –lo sabe bien Camus– quiere serlo todo; quiere identificarse totalmente con ese bien del que ha adquirido conciencia de pronto; y quiere que dicha unidad sea reconocida y saludada en su propia persona; de lo contrario, el hombre rebelde prefiere nada, es decir, prefiere encontrarse definitivamente caído por la fuerza que lo domina. Así, cuando Camus se da cuenta de que la rebelión es la primera y la única evidencia que nos es dada dentro de la experiencia de lo absurdo, también se percata de que es importante observar que la rebelión no nace solamente de la experiencia propia de opresión, sino que también puede nacer ante el espectáculo de la opresión de la que otros son víctimas. Por eso, debido a que los hombres, en su rebelión, superan su individualismo en la compasión de sus semejantes y dado que, desde ese punto de vista, la solidaridad humana es meramente metafísica, Camus declara que el comunismo del “hombre rebelde” no se trata, por el momento, sino de esa especie de solidaridad que nace de la experiencia común de las cadenas.

En efecto, el “movimiento de rebelión” –tal y como lo entendía Camus– es más que un acto de reinvindicación o de resentimiento, pues no se trata de la auto-intoxicación, de la secreción nefasta, en vaso cerrado, de la mera impotencia prolongada. La rebelión es “fractura el ser”, ímpetu que desborda todo lo que es en defensa de lo que él mismo es. El resentimiento, en cambio, es siempre rencor u odio contra sí mismo. La rebeldía, por el contrario, en su primer movimiento, es una fuerza que se niega que se toque lo que el rebelde es, pues la suya es una lucha por la integridad de una parte de su ser. El rebelde no trata de desatar una lucha de conquista o dominio, sino que trata de imponerse o sobreponerse frente a la violencia de quien pretende dominarlo. Camus es contundente al respecto cuando afirma: “Aparentemente negativa, puesto que nada crea, la rebelión es profundamente positiva, pues revela lo que hay que defender siempre en el hombre”.

La lucha del “hombre rebelde” no pretende, por lo mismo, sustituir con una nueva voluntad de dominación la opresión de la que él pretende liberarse. Su rebelión, por el contrario, en su mismo principio activo, se limita a rechazar la humillación, la injusticia interminable e injustificable, sin pedirla para los demás; incluso es capaz de aceptar también el dolor sobre sí mismo, hasta el grado de la muerte, con tal de que su integridad sea respetada, pero –y esto es muy importante– sin lesionar la de nadie más.

 A final de cuentas, la perspectiva abierta por Camus en El hombre rebelde nos obliga a reconocer la necesidad y la conveniencia de conducir los movimientos de rebelión a partir del examen del sentimiento de rebeldía. No puede estar mejor dicho que en sus propias palabras: “Es necesario, pues, que la rebelión extraiga sus razones de sí misma, pues no puede extraerlas de ninguna otra parte. Es necesario que [los hombres rebeldes] consientan en examinarse para aprender a conducirse”. Los excesos posibles –lo sabe bien– siempre serán posibles porque hay momentos en que la “pasión de vivir” es tan fuerte que también puede estallar en excesos criminales, los cuales, una vez que se presentan son como “la quemadura de un goce terrible”. De ahí su alta valoración por la preocupación generada por la cuestión de los otros y de sí mismo, es decir, por la cuestión acerca de si toda rebelión debe terminar en justificación del asesinato universal, o si, por el contrario, sin pretender una inocencia imposible, debe terminar en el mero descubrimiento del principio de una culpabilidad razonable.

Para poner en movimiento la vida universitaria 1


Siempre que se declara un «paro de actividades» en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, me inquieta, por supuesto, que los complejos procesos que tienen lugar día a día en una institución como ésta se vean detenidos, truncados, pospuestos o incluso lesionados de un modo irreversible e irreparable; y particularmente me inquieta todo esto cuando se afecta el desarrollo de las actividades académicas, sociales y políticas de la vida universitaria.

Y en esas circunstancias –las de la declaración o simple amenaza de un «paro de actividades»– me preocupa especialmente que pudiera darse el caso en que un simple «paro» pudiera prolongarse «indefinidamente», no sólo durante días o semanas, sino durante meses o años, porque, así como puedo imaginar el poder simbólico que puede cobrar un «paro definido» si se logra manejar como una declaración pública con la intención de desplegar un contenido simbólico y desatar procesos de conciencia política, del mismo modo me puedo imaginar el daño que puede causar un «paro indefinido» en estos tiempos en que no hay nada menos oportuno que tener cerrados indefinidamente los espacios públicos, especialmente cuando se trata de espacios universitarios.

Por otro lado, específicamente contra los «paros indefinidos», me parece urgente señalar que no sólo los maestros de la CNTE andan necesitando el apoyo de los universitarios; la sociedad entera necesita de nosotros, pero en el más alto y demandante de los sentidos: el del movimiento social. Asunto que igual se desdobla hacia la solución de complejos aspectos de la movilidad social y política que hacia la atención de los más complejos aspectos de la movilización social y política.

Así que resulta pertinente tomar en consideración que, así como no pasa nada si la FFyL se declara en «paro de actividades» de vez en cuando para producir un efecto simbólico, también sucede que, en algunas ocasiones, esos «paros de la vida universitaria» hacen o pueden hacer que suceda todo porque nos permiten preguntarnos de vez en cuando ¿Qué tipo de actividad universitaria no queremos parar?

O mejor aún: ¿Qué tipo de actividad universitaria nos gustaría poner en movimiento en tiempos como éste?

Atender con una perspectiva asistencialista las necesidades de algunos movimientos sociales no es el mejor modo de contribuir solidariamente, de un modo universitario, a la defensa o desarrollo de los movimientos sociales en su diversidad. La universidad es un espacio público, no sólo en el supuesto sino de hecho, por todo lo que tiene un movimiento en ella cotidianamente. Así que cuando la universidad se mantiene cerrada, sin actividades, reservada a cualquier uso particular, pierde su sentido como un espacio para el desarrollo de una vida universitaria, pero, además, pierde su carácter de espacio público.

La ciudad y sus enemigos I


Entre los múltiples enigmas que hoy pueden despertar interminables reflexiones y discusiones filosóficas, se encuentra, con su poderosa y silenciosa presencia, el “enemigo”. Sin embargo, de inmediato llama la atención que éste no haya podido convertirse en un problema filosófico por sí mismo, ya que no hay duda de que, antes de ser un fenómeno para la experiencia filosófica, es cierto que el “enemigo” es una presencia evanescente que atemoriza a todos por igual y que, de algún modo, siempre está ya constituida, en nuestro horizonte ontológico, como una experiencia ordinaria, común y cotidiana, aunque en realidad no exista ninguno de sus objetos, de sus fantasmas, de sus espejismos. El “enemigo”, en este sentido, es una fantasía que suele alimentar nuestras más diversas inquietudes y, justo por ello, no necesita tener más presencia que la que se encarna fantásticamente en un temor vacío, en un miedo sin objeto, pues su única realidad suele ser, precisamente, la simple inquietud que nos genera. Así que todo parece indicar que, cuando la filosofía ha intentado asumir el tema del enemigo, no ha hecho más que enfrentar uno de esos asuntos que se hallan más allá de sus límites autoimpuestos y que, en todo caso, no ha hecho sino tratar de postular objetos teóricos que puedan llenar ese vacío que alimenta nuestras inquietudes para tratar de apaciguarlo.

El “enemigo”, para la filosofía, no ha sido entonces más que un mero recurso metodológico; una hipótesis para lograr plantearse algunos de sus problemas fundamentales; un recurso retórico para justificar algunas de sus investigaciones y postulados; pero, sobre todo, el tema del “enemigo” ha sido un recurso político para garantizar el posicionamiento de la filosofía frente a todos los que no podemos vivir tranquilos ante la mera sospecha de alguna enemistad, instalando, por supuesto, ilusorias promesas de seguridad y certidumbre, que sólo han de cumplirse mediante a una sujeción voluntaria a una norma filosófica, comúnmente instalada a través de una definición o un conjunto de ellas.

Sólo reconozco una excepción: la de aquellas filosofías que, en lugar de postular una ética normativa, han tratado de reconocer en el “enemigo” algo más que una amenaza amorfa, sin rostro, sin un gesto característico, es decir, más allá del miedo y la incertidumbre, más allá de la mera intranquilidad del ciudadano ordinario, para identificar las formas concretas de la enemistad y los retos que estas formas concretas le demandan a la filosofía al invertir el enfoque mediante el cual se ha tratado de pensarla. Esta inversión implica algo muy simple: dejar de pensar al “enemigo” como la amenaza de un “otro”, para empezar a pensarlo como la amenaza en la que uno mismo se convierte en situaciones específicas de conflicto frente a un “otro”. Las filosofías que han aplicado esta inversión en el enfoque, con sólo hacerlo, han hecho posible la investigación filosófica de la enemistad como síntoma de una crisis ética de la vida cotidiana, de la vida común, de la vida política, pues justo han hecho evidente, de este modo, que la enemistad no es la noticia de una presencia que nos amenaza, sino uno de los mecanismos que utilizamos para organizar nuestra relación con los otros. La enemistad es un acontecimiento que nos revela que vivimos con otros y que, al margen de la amenaza que los otros pueden representar para uno o la que uno puede representar para otros, está el simple y constante enfrentamiento de intereses y conveniencias.

Espectacularidad y exhibición de la violencia


En varios sentidos, la espectacularidad de la violencia es algo diferente a su mera exhibición. El montaje de un espectáculo implica el desarrollo –incluso el dominio– de una técnica de producción escénica, la exhibición de una escena, por el contrario, cuando deja de ser un arte teatral, no es sino un acto publicitario que, en el mejor de los casos, apenas implica el dominio de una técnica muy diferente: la publicidad. Esto, sin embargo, es el asunto del asunto. La violencia no siempre es un espectáculo, pero cuando lo es se hace evidente que su espectacularidad no depende tanto de la precisión del montaje como de la fuerza con la que una acción modifica la escena, aunque esto, en última instancia, no sea del todo visible o evidente. La exhibición de la violencia, en cambio, tiene que aprovechar la espectacularidad de la violencia para constituirla como “espectáculo público”. Lo que produce la exhibición de la violencia, de este modo, es un sentido político desde el que la violencia ha de ser producida como objeto para el consumo público, para su consumo en una esfera pública.

La exhibición mediática de la violencia es un acto político. No tiene más destino que el de regular su consumo y su impacto social. Por eso su lenguaje no es sino el de la transmisión de imágenes de violencia enmarcadas en una lógica de consumo, por un lado, y de formación de una cultura política, por el otro.

II Congreso Internacional “Historia de los afectos: Lujuria”


 

“BITTER MOON Y LOS DULCES EXCESOS DE LA CARNE

Presentaré esta ponencia el próximo Jueves 21 de septiembre de 2013, a las 11:00 horas, en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Anarquismo hedonista: una primera aproximación


La simple idea de una fisiología del cuerpo político sugiere –incluso reclama– la posibilidad de un «anarquismo hedonista». Pero sobre todo exige analizar el problema de la constitución del cuerpo político, no desde la perspectiva de una visión idealista que haga de la idea de “cuerpo político” una simple metáfora, sino desde una postura materialista que realmente nos aferre al análisis de lo político desde la corporalidad y sus  mecanismos orgánicos, metabólicos y nerviosos. Es inquietante –como sugiere Onfray– la invitación a pensar en la constitución del cuerpo político desde la perspectiva de su funcionamiento fisiológico; particularmente si con ello hacemos posible el análisis económico y político de la efectividad de nuestros gastos energéticos. Quizá de este modo los problemas relacionados con la dinámica política de las sociedades contemporáneas dejarán de ser un mero asunto de especulación pura o de análisis estadístico, para convertirse en auténticos ensayos de habitación creativa de nuestra corporalidad. Cuando menos, el puro planteamiento sugiere un desplazamiento de nuestra atención, de la cuestión del gobierno del cuerpo político o su administración a la cuestión de su alimentación, su auto-regulación o, desde un enfoque más preocupado por su vitalidad orgánica, por la construcción de sus experiencias de placer y resistencia política: el horizonte más adecuado para el desarrollo de una erótica estética del cuerpo político.

En la escucha del deseo

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Escuchar al deseo puede parecer un absurdo cuando no sabemos movernos en las fuerzas del deseo o hacia ellas. Nadie puede ser dueño de estas fuerzas. En todo caso, uno apenas puede intencionalmente ponerse en juego en medio de semejante despliegue de poder para gozarlo o sufrirlo. Una escucha del deseo no implica, de acuerdo con esto, más que saber poner en movimiento las fuerzas de nuestra corporalidad para que su poder no se oponga a las fuerzas del deseo y éstas nos atraviesen de manera que uno pueda alimentar todo tipo de gozos, placeres y dichas…

Hacia una fisiología del cuerpo político

Cita


Antes de abordar estas zonas contemporáneas, quisiera exponer la hipótesis de que hay informaciones que afectan ante todo a las vísceras, el cuerpo, la carne. Desearía volver a lo saberes relativos en primer lugar a una carne, un esqueleto, un sistema nervioso. Me gustaría recuperar la época en que se inscriben en los pliegues del alma las experiencias generadoras de una sensibilidad de la que uno jamás se separará, pase lo que pase. Mi objetivo es una fisiología del cuerpo político. A mi modo de ver, el hedonismo es a la moral lo que el anarquismo es a la política: una opción vital exigida por un cuerpo que recuerda.

 

Michel Onfray, Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión.

La radicalidad de las sensaciones

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La radicalidad de las sensaciones consiste en que siempre expresan lo que puede el cuerpo; sin embargo, no sería posible usarlas en su potencial fuerza liberadora sin entender su funcionamiento como parte de la imaginación: una imaginación moviéndose con toda su fuerza hacia los territorios ignotos de la fantasía…

Improntas de un pensamiento genealógico


¿En qué sentido pueden ser pertinentes o impertinentes los valores morales? ¿Qué utilidad le pueden ofrecer a una “vida sencilla” nuestras rígidas distinciones entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo, entre los justos y los injustos? ¿Por qué no hemos querido asomarnos al lado oscuro de todo lo que consideramos que tiene un valor por sí mismo?

Preguntas como éstas —todos lo sabemos— fueron el detonante de lo que ahora conocemos como un “escrito polémico”: Zur Genealogie der Moral (1887). Pero ¿cuántas veces se habrán manoseado estas cuestiones sin lograr esclarecer, aunque fuera sólo un poco, algo de su carácter polémico? De sobra sabemos que demasiadas; lo curioso es que este hecho todavía no haya causado el suficiente revuelo o cuando menos una breve indignación. ¿Cómo podemos seguir pensando que se trata de un escrito verdaderamente polémico cuando muchas de las voluntades sapienciales más brillantes de nuestro siglo terminaron convirtiéndolo en un objeto de culto y veneración antes de discutirlo?

Resulta digno de sospecha que entre los lectores más cuidadosos de la obra de Nietzsche podamos contar a muchos teólogos y hombres de guerra. Mas esto nunca será tan sospechoso como el poder observar la popularidad que semejante monumento al derroche intelectual ha podido alcanzar donde hoy día en las universidades.

Quizá por eso me ha punzado tanto aquella sentencia con la que da inicio dicho “escrito polémico”: «No nos conocemos a nosotros mismos, nosotros los conocedores». Pues creo que pocos han sido los que se han detenido a pensar con detenimiento, ya no digamos en las devastadoras y angustiantes consecuencias de esta paradoja, sino en su posible procedencia. ¿Qué tipo de adversión empujó a Nietzsche a reconocer tal cosa? ¿Qué tipo de renuncia estaba tratando de llevar a cabo o quería hacer evidente? Como si no fuera algo importante reconocer que ningún conocimiento puede valer la pena —a menos no en un sentido de auténtica vitalidad— si antes no nos concedemos el tiempo y la seriedad que se requiere para pensar con desfachatez en nosotros mismos y conocer, de esa manera, la manera como nuestras pasiones e instintos, por más que deban ser tratadas como energías demoníacas y vergonzantes, se articulan, se contravienen y se reordenan, para impulsar nuestra «voluntad de saber».

En esto último me detengo un poco más. Pues me parece oportuno el momento para destacar la relación que Nietzsche establece, aunque sólo sea a manera de hipótesis, entre lo que llama una «voluntad fundamental de conocimiento» y su interés sobre el «origen de nuestros prejuicios morales». Lo interesante, por supuesto, no es que haya intentado justificar filosóficamente un tipo de indagación completamente inusitada para su época, sino que haya puesto en crisis, mientras lo intentaba, al saber filosófico mismo. Averiguar cuál es el origen del bien o del mal, en este sentido, era algo completamente irrelevante. Para Nietzsche era mucho más atractivo averiguar «¿bajo qué condiciones inventó el hombre esos juicios de valor del bien y el mal?» —y eso nos lo muestra inmediatamente. Pero en lo que realmente quería hacer algún énfasis, al desplazar nuestra atención de una cuestión a la otra, era en la importancia de la cuestión que aparecería ulteriormente: ¿qué valor tienen ellos mismos como juicios de valor?

No se trata, por lo mismo, de poner en juego a los diversos saberes ni al conocimiento producido por ellos o a través de ellos —incluyendo a la misma filosofía— como a su condición de posibilidad, entendida en este contexto como un instinto que nos lleva a construir conocimiento a partir de un “querer algo”. El mismo conocimiento, de esta manera, hace su irrupción en escena como parte de los terribles juegos de la moral, como parte de una teatralidad en la que aparece como un espectáculo entre otros tantos. El conocimiento, lo mismo que “el conocedor”, son parte de un drama existencial en el que siempre se quiere poner en juego algo que decida el constante enfrentamiento de intereses, aunque esto, por supuesto, sólo sea a la manera en que puede hacerlo una ficción.

Con base en esto, creo que podría ser sumamente más esclarecedor tratar de analizar, con una mirada mucho más suspicaz, la oposición que Nietzsche plantea entre lo que ahora conocemos como una «moral de esclavos» y una «moral señorial»; ya que poco podríamos obtener de ésta si no ponemos en perspectiva que, antes que la misma confrontación, se encuentra el hecho de “querer estar confrontados”. Al menos así es como yo preferiría entender todo esto, es decir, a la luz de esa enemistad declarada por Nietzsche contra la «moral de la compasión», que no sólo nos explica —como bien supo verlo— el «reblandecimiento moderno de los sentimientos», sino también ese absurdo endurecimiento de la mirada que ya no escucha, que tiene dormidos nuestros sentidos y secuestrado al corazón, cuya pasión debiésemos estar dispuestos a poner frente a las cosas realmente importantes.

De lo contrario, es decir, de preferir entretenerme en el puro conflicto, temería no poder alcanzar eso que el mismo Nietzsche anunciaba ya como una «nueva exigencia» de la siguiente manera: «Pero a quien se detiene aquí, a quien aprende a preguntar, le pasará lo que a mí: se le abrirá una enorme perspectiva nueva, una posibilidad se apoderará de él como el vértigo; y le surgirán todo tipo de desconfianzas, recelos, temores; la fe en la moral, en toda moral se tambaleará, y finalmente le hablará en voz alta una nueva exigencia: necesitamos una crítica de los valores morales».

Sólo me queda una reflexión muy breve sobre el cómo responder a esa «nueva exigencia». Pues si lo que ésta reclama es cuestionar el valor mismo de los valores morales, entonces debemos ir más allá de la construcción de «un conocimiento de las condiciones y circunstancias de las que han surgido, bajo las que se han desarrollado y han tomado diversas formas», debemos también ser capaces de hacer posible y deseable un conocimiento como tal, y, para ello, debemos generar la polémica prometida en un escrito que fue concebido, muy inteligentemente, como un «escrito polémico».

 

Educación y poder I: el sophistés como maestro de virtud y sabiduría


Más allá del testimonio platónico, el sofista es una presencia significativamente ambigua en la polis griega. El sophistés, así como nos lo presentan Píndaro, Esquilo, Eurípides o Reso, Diodoro, Jenofonte, Heródoto, Isócrates o Diógenes de Apolonia, no siempre estuvo encarnado por esos “educadores profesionales hábiles para imaginar estratagemas” (deinós légein, como los llamaba Platón). Con el mismo término también se hicieron referencias al poeta o músico (el poeta lírico), al sabio (sophós) o ejecutor de una sabiduría práctica y a los filósofos de la naturaleza; hubo incluso quien se llegó a referir así de Anaxágoras, de los pitagóricos, de Alcmeón, Empédocles, Ión de Quíos, Parménides y Meliso.

El sofista era –según los usos más arcaicos de la palabra– el practicante de algún tipo de sabiduría (sophía), el agente de una sabiduría puesta en práctica (sophistés), el ejecutante de una acción de sabiduría (sophídsestaí).

Esta ambigüedad es significativa porque revela cuáles fueron los lugares de emergencia de la sofistica antes de caracterizar a los sofistas –en la más firme tradición platónica– como embaucadores comerciantes de un falso conocimiento. Y en todos esos lugares de emergencia (el ámbito de la poesía, la música, la filosofía natural y la política profesional) los sofistas no eran, sino en el más alto sentido de la expresión, unos “maestros de virtud” (aretés didáscaloi) o “maestros de sabiduría”. El factor común, además, no era sino la capacidad de poner en práctica algún tipo de sabiduría mediante un buen uso de la palabra, del discurso, del relato; y no con ese sentido peyorativo inventado por Platón, ligado irreversiblemente con el abuso de las bellezas del lenguaje, sino con un sentido muy diferente ligado estrechamente con el más elevado ejercicio del cuidado de sí y el cuidado de la polis, de la vida civilizada. ¿Y cómo iba a ser de otra manera en un tiempo en el que la gran diferencia con los gobernantes orientales y los ciudadanos griegos era su educación política?

El sofista fue comprendido en algún tiempo –quizá demasiado breve, es cierto– como el maestro de una puesta en práctica de la sabiduría, fuertemente ligada al buen uso de la lengua para garantizar el buen cuidado de la ciudad y sus ciudadanos, es decir, para garantizar su buena administración como un bien por sí mismo, como un patrimonio y una herencia. El sofista llegó a ser considerado auténticamente como un “maestro de sabiduría” porque en todos los casos, con independencia de la forma específica que tomara su habilidad para construir bellos discursos, muchos sofistas mostraron ser auténticos “maestros de virtud política”.

Como bien pudo verlo María Zambrano en la figura de Sócrates, un tipo de quehacer muy específico había precedido la emergencia de la conciencia griega no-sofística sobre el valor de la polis: el quehacer o ejercicio cotidiano de la ciudadanía. Este ejercicio cotidiano de ciudadanía se basaba de un modo muy peligroso, es cierto, en la adopción de un modelo educativo en el que era posible enseñar y aprender todo lo necesario sobre el uso político de los bellos discursos. Pero lejos de lo que pensaba Platón, el uso político de los bellos discursos no se proponía una mera estetización del discurso o el relato, sino también la realización de un posicionamiento ético frente a una organización política de la vida.

Educación y poder I: los sofistas y la formación cultural de la polis griega


Es evidente mi simpatía por el movimiento sofístico ­y no pretendo ocultarla ni disimularla siquiera un poco. Por el contrario, me parece indispensable dejarla al descubierto desde el principio, para hacer evidentes algunas de las motivaciones teóricas de mis investigaciones y su orientación metodológica.

Encuentro en la sofística un atractivo completamente irresistible: su efecto crítico contra los discursos religiosos y filosóficos de la época, con base en el simple posicionamiento político de la necesidad siempre vigente en la experiencia occidental de la educación moral de la ciudad y de sus ciudadanos. Extraña necesidad ésta, no cabe duda, ya que sirvió de impulso –entre otras cosas– de la configuración y consolidación de la experiencia y conciencia griegas de una vida política y civilizada, de una vida en proceso de civilización –para ser más precisos. La aparición de los sofistas en la recién configurada escena política ateniense permitió la consolidación de un lazo comunitario completamente novedoso para los griegos: la polis como patrimonio y herencia, la polis como un bien común que necesitaba ser administrado con una sabiduría especializada y adecuadamente instruida.

Mi simpatía confesa, en este sentido, tiene una primera utilidad metodológica: permite reconocer de inmediato las razones que pudieron tener los griegos para disputarle a los sofistas el indiscutible poder de su magisterio.

Una segunda utilidad de mi simpatía confesa se hace evidente al reconocer algo significativo en el hecho de no contar con mejores testimonios sobre la irrupción de los sofistas en el proceso de civilización de los griegos y sobre los perjuicios de su magisterio, que en los escritos de su más acérrimo enemigo. Platón es el mejor difusor sobre la importancia que llegó a tener el movimiento sofístico a pesar de todos sus esfuerzos personales por aniquilar su obra y sus efectos. Era imposible ensalzar la figura de Sócrates, su amado maestro, sin reconocer la poderosa presencia de los sophistaí: esos presuntos “maestros de sabiduría”, frente a los cuales su maestro se había constituido en un modelo de heroísmo filosófico.

El testimonio platónico es, por todo esto, una fuente indiscutible para reconstruir de primera mano la grandeza negada de esos antihéroes de la filosofía, pero, para ello, es necesario aproximarse a sus textos con una mirada completamente diferente a sus partidarios; es necesario invertir el sentido de las valoraciones que se han construido a lo largo de los siglos sobre esos frágiles personajes caricaturizados o disminuidos en los Diálogos de Platón y ensayar otro tipo de valoración, inspirada, por qué no, en una franca simpatía a favor de esos hombres infames e infamados por la filosofía al buscar su propio posicionamiento político.

Formación cultural y enfrentamientos políticos


Todavía hoy se habla de “cultura” asumiendo que ésta es el resultado de un tipo específico de actividad humana; como si no todas las acciones humanas generaran cultura o fueran parte de un proceso de formación cultural. Por lo mismo, no es común encontrar análisis ni críticas sobre la cultura de las sociedades que nos la muestren como el resultado de una serie no-interrumpida de enfrentamientos políticos; sin lo cual, por cierto, es imposible comprender las «relaciones saber-poder» que han hecho posible el «predominio cultural» de uno o varios grupos en la actual configuración cultural de las sociedades contemporáneas o el predominio que puede llegar a tener el «punto de vista», la subjetividad, de algunos cuantos individuos.

Estigmatización y exterminio [Libro digital]


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GÓMEZ CHOREÑO, Rafael Ángel: Estigmatización y exterminio. Apuntes para una genealogía de la violencia [Libro digital]. México, Centro de Estudios Genealógicos (Serie Uno), 2011. [ISBN: 978-607-8218-01-1]

O’Gorman y la imaginación poética de la vida civilizada

Galería

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  Juan O’Gorman, De unas ruinas nacen otras ruinas (1949) Témpera al huevo sobre masonite con yeso, 41,3 x 48,9 cm. Colección Privada                     Juan O’Gorman, Monumento fúnebre del capitalismo industrial, 1943 … Sigue leyendo

San Agustín

ARTÍCULO LIBRO

PRIANI SAISÓ, Ernesto y Rafael Ángel GÓMEZ CHOREÑO, “San Agustín”, en Elisabetta DI CASTRO (coord.): Justicia, desigualdad y exclusión. Vol. 1. De Platón a Stuart Mill, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Secretaría de Desarrollo Institucional, Programa Transdisciplinario en Investigación y Desarrollo para Facultades y Escuelas, 2009, pp. 67-94.

[ISBN 978-607-02-0977-2]

El De ente et uno en el carnaval teológico-filosófico del Renacimiento florentino

ARTÍCULO EN LIBRO

GÓMEZ CHOREÑO, Rafael Ángel: “El De ente et uno en el carnaval teológico-filosófico del Renacimiento florentino”, en Ernesto Priani Saisó (coord.): Giovanni Pico della Mirandola: su pensamiento, influencias y repercusiones. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras (Jornadas), 2012, pp. 91-105.

[ISBN 978-607-02-3127-8]

Estigmatización y exterminio. Apuntes para una genealogía de la violencia


LIBRO

GÓMEZ CHOREÑO, Rafael Ángel: Estigmatización y exterminio. Apuntes para una genealogía de la violencia. México, Centro de Estudios Genealógicos (Serie Uno), 2011. [ISBN: 978-607-8218-00-4]