Sobre la risa en el espejo melancólico como ciencia jovial y mirada intempestiva

Sobre la risa en el espejo melancólico como ciencia jovial y mirada intempestiva

Presentación del libro La tinta de la melancolía, de Jean Starobinski, en la XXXVIII Feria Internacional de Libro en el Palacio de Minería.

La tinta de la melancolía (México, FCE, 2016) es un volumen que se integra al espléndido acervo de la Sección de Obras de Historia del Fondo de Cultura Económica, para las delicias de los más exigentes estudiosos, así como para el deleite de los más arriesgados e intrépidos lectores. Se trata de una traducción preparada con gran esmero por Alejandro Merlín de L’Encre de la mélancolie, libro publicado en 2012 (París, Editions du Seuil) por el célebre médico, historiador de las ideas y crítico literario Jean Starobinski; autor de un varios libros sumamente importantes para el estudio de la obra de Rousseau, Voltaire, Montaigne o Diderot. El Fondo de Cultura Económica también le ha publicado Acción y reacción. Vida y aventuras de una pareja (2001) y Montesquieu (1989). El resultado es, sin duda, un gran tesoro que los lectores interesados en diversos temas ahora podremos disfrutar y estudiar en español, y que podremos usar como guía para investigaciones especializadas en las más diversas materias, como la historia de la medicina, de la enfermedad y de los enfermos, la historia de las ideas, de la literatura, de la filosofía o de la psicología. El volumen también recoge un esclarecedor epílogo de Fernando Vidal, titulado “La experiencia melancólica según la crítica”.

Lo primero que vale la pena destacar de este maravilloso libro es la dirección editorial de Maurice Olender, ya que gracias a él —como el mismo Starobinski lo reconoce en su prefacio— los trabajos realizados a lo largo de más de cinco décadas de investigación y docencia, por fin lograron ser reunidos para poder exhibir, en toda su vitalidad monumental, el invaluable trabajo que el crítico ginebrino ha logrado conformar, con el paso de los años y arduos esfuerzos, sobre la evolución histórica del tema de la melancolía. Todos los textos ya estaban publicados en prestigiosas revistas o como capítulos en libros que han cobrado la mayor relevancia en el ámbito internacional. No se trata, pues, de un trabajo desconocido. Sin embargo, ahora, gracias a una compilación tan inteligentemente organizada y presentada, los lectores podemos apreciar, en todo su esplendor, una obra destinada a ser un material de consulta obligada, un imprescindible, un clásico. El conjunto ha dejado al descubierto la exhaustividad de los estudios realizados por el autor en diferentes épocas, así como la riqueza invaluable de la diversidad de las líneas de investigación abiertas por Starobinski.

No pretendo afirmar, ni siquiera por equivocación, que Jean Starobinski haya agotado el tema, fijando definitivamente algún tipo de ortodoxia en el ámbito de estudio sobre la melancolía u otros afectos; eso ni siquiera se logra verificar en la obra de este incansable estudioso, pues el tema sigue abierto para él —como se puede constatar en los libros que ha publicado después del que ahora presentamos— y seguramente habrá que añadir algunos capítulos a este volumen en un tiempo relativamente próximo. Su trabajo de investigación y escritura está en un “movimiento continuo” —como bien lo ha resaltado el propio Olender— y en su libre impetuosidad todavía hay muchos caminos nuevos que recorrer, así como muchos caminos que volver a andar, pero con nuevas ideas, con nuevas hipótesis de lectura y problematización, con bríos renovados mediante la revisión de otros documentos no considerados en los textos que conforman este libro en esta primera edición. Mi intención, por el contrario, es mucho más simple, pues apenas he querido anotar que ahora contamos con un libro cuya exhaustividad documental y creatividad interpretativa por fin nos brinda unos cimientos los suficientemente sólidos para emprender investigaciones mucho más arriesgadas, mucho más ambiciosas, ya que la erudición crítica, así como el análisis pormenorizado de todo tipo de detalles significativos, cuando se reúnen de un modo tan magistral y jovial, rompen con los esquematismos de una tradición ignorante —los famosos “lugares comunes” o los “clichés”—, y propician todo tipo de profundizaciones o digresiones innovadoras. Sólo a través de un conjunto tan bien conformado como el de este libro, se puede apreciar la belleza y utilidad de los pequeños detalles: un libro perdido, olvidado o apenas considerado por la tradición; el trabajo de algún autor demasiado heterodoxo o divergente o de un conjunto de ellos conformando alguna tradición soterrada, negada o perseguida; una relación de ideas poco apreciada o invisibilizada por la crítica, por las autoridades o por los que siempre reclaman para sí la condición de expertos; una variante conceptual ignorada o silenciada; algún elemento contextual que había parecido irrelevante o insignificante hasta el momento en que por fin es enunciado; en fin, detalles y más detalles que cobran su pleno valor o significación gracias a la mirada de conjunto, a la fina e inteligente articulación de lo diverso o el audaz desmontaje de las impertinentes generalizaciones y otros tipos de reduccionismos y flojas simplificaciones.

Los textos que conforman La tinta de la melancolía nos permiten transitar fácilmente entre la reflexión médica y la historia de la medicina, o la historia de las enfermedades o de los enfermos; entre la historia de las ideas o de los conceptos médicos, morales, religiosos y la historia de las prácticas médicas, astrológicas, rituales o jurídicas; de la crítica literaria a la historia de la literatura o la historia de la edición, traducción y circulación de libros, de la historia de la lectura o de la escritura; de las creencias religiosas a las prácticas científicas o a las innovaciones tecnológicas; de la historia de la filosofía a la reflexión crítica sobre las luces o las sombras que la misma historia ha introducido a nuestra comprensión o incomprensión contemporánea sobre la compleja y camaleónica naturaleza de la melancolía.

En esta misma línea, pero de un modo mucho más específico, destaca la conformación de una de las más extensas bibliografías posibles sobre el tema; la cual ha sido complementada y enriquecida, sin lugar a dudas, con la información bibliohemerográfica que el editor del Fondo de Cultura Económica ha incorporado cuando los libros referidos por Starobinski contaban ya con traducciones al español, tomando en cuenta, incluso, las diversas traducciones o ediciones existentes de un solo libro. Esto podría parecer irrelevante y hasta obsoleto, especialmente cuando las políticas predominantes en la industria editorial se han estado inclinando paulatinamente a la simplificación del aparato crítico de los libros que se publican, pero justo sucede todo lo contrario y el caso de este libro es el mejor ejemplo de ello, ya que la bibliografía y el índice onomástico —tal y como han quedado incluidos en el volumen— no son apartados meramente accesorios o el resultado de alguna extraña obsesión académica, sino que son parte esencial del volumen que ahora presentamos y de sus posibles navegaciones, de sus diversas lecturas posibles y de su composición teórica. De hecho, si un libro como La tinta de la melancolía puede soportar distintas lecturas, se debe, sobre todo, a que en sus páginas se articulan y quedan expuestas simultáneamente distintas líneas de investigación; lo cual resulta algo completamente relevante si tomamos en consideración que el objetivo del libro no sólo consiste en darle cuento a las diversas historias que se pueden contar sobre la melancolía, sino mostrar cómo es que estas diversas historias se han hecho posibles gracias a las diversas organizaciones que, a través de los siglos, se han hecho de los saberes e inquietudes sapienciales en torno a la melancolía, indicando con toda precisión cómo se pueden estudiar sistemáticamente a partir de tener una conciencia crítica de las diferentes maneras en que se pueden organizar o relacionar las fuentes bibliográficas disponibles.

Gracias a lo anterior, en este libro, Jean Starobinski ha logrado hacer evidente que la melancolía ha sido considerada como un punto de partida para la conformación, el desarrollo o la crisis de los más diversos saberes y los más sorprendentes y espectaculares despliegues tecnológicos; que ha podido ser tomada en diferente épocas como un síntoma, como una enfermedad o hasta como el tratamiento inesperado, desconcertante o criticable para los más angustiantes males del mundo o de la misma condición humana; para desatar las más maravillosas y fascinantes mitologías, simbolismos e imaginerías, así como las más sofisticadas explicaciones, justificaciones y argumentaciones, lo mismo que todo tipo de narraciones, discursos, escrituras, lecturas y tradiciones. La melancolía ha sido, pues, con toda seguridad, un punto de partida, pero el médico ginebrino también se ha ocupado en este libro de hacer evidente que la melancolía ha sido, por lo mismo, un punto de encuentro y un punto de llegada.

Ha sido un punto de encuentro porque ha logrado constituirse en el espacio común de diversos saberes y tecnologías, así como de distintas derivas históricas de tradiciones completamente ortodoxas y heterodoxas, de distintas disposiciones intelectuales, creativas y afectivas frente a los melancólicos y frente a la melancolía; de distintos conceptos, intenciones y metodologías. Y también ha sido un punto de llegada porque finalmente los diversos recorridos de Jean Starobinski nos dejan delante de una comprensión crítica de la melancolía que termina mostrándonosla, no ya como una enfermedad o un problema, como algo que debe ser resuelto a como de lugar, sino como una medicina, como un remedio, como una cura. La melancolía, finalmente, es exhibida por Jean Starobinski como un bien, como un don, como una habilidad existencial y hasta como una forma de sabiduría; como una extravagante forma de la virtud, del genio o del ingenio humano, de la inspiración creativa; como una paradójica solución humana, tanto individual como colectiva, contra todo lo que ha terminado constituyéndose como un mal en la cultura y en el despliegue de los excesos de una vida civilizada, que todo el tiempo nos están conduciendo, irremediablemente, hacia los más diversos modos de un malestar en la cultura.

Resulta sumamente atractivo darle un giro de este tipo a nuestra actual comprensión de la melancolía y de sus diversos rostros históricos o culturales, pues ciertamente, más allá de la necesidad contemporánea de heroísmos, de sentidos o de salvaciones, lo verdaderamente importante es llegar a comprender que la gran diversidad de rostros que ha cobrado la melancolía a través de los siglos y las geografías, de verificarse la suposición o creencia en sus potencias curativas o remediales, se convierten en automático, casi de inmediato, en un acervo invaluable de estrategias de resistencia, de sobrevivencia, de libertad o liberación creativa frente a la desesperación o la desesperanza; frente la barbarie de la civilización y frente a todos los horrores de la condición humana; frente a la perdida absoluta de sentido y del valor de todo lo humano, de la vida, de la existencia misma. Descubrir en el melancólico a un ser excepcional justo a partir de lo que un día provocó que se le considerara como un enfermo, como un loco, como un problema, como un exceso intolerable, tiene como finalidad —a final de cuentas— el poder aprender de él, cual si se tratara de un espejo, de un espejo melancólico, algunos secretos sobre su violenta e intempestiva jovialidad; sobre su secreta e irónica vitalidad crítica; sobre su loco poder de reinvención lúcida y lúdica de la voluntad de vida y, por qué no, de la irónica y sonriente alegría de vivir en un mundo que sólo puede provocar la más profunda tristeza.

Ciudad de México, 5 de marzo de 2017.

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