En medio del espectáculo es muy difícil controlar el flujo de las imágenes en las que se ocupa nuestro pensamiento… Así que nada tan valioso como tener en nuestro dominio las fuerzas activas de la imaginación…
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Espectacularidad de la violencia
La violencia es configurada como espectáculo para fundar en su espectacularidad la norma de la ciudad y de los ciudadanos. La espectacularidad de la violencia, por ello, ha funcionado siempre como un «dispositivo de normalización», pero en las sociedades modernas, gracias al tratamiento microscópico de su superficialidad, al despliegue microfísico de sus efectos de superficie, la espectacularidad de la violencia pudo convertirse en «dispositivo de control», en una técnica de control biopolítico. En ambos casos, sin embargo, lo que persiste es la posibilidad de estudiar filosóficamente a la violencia como un acontecimiento político.
El espectáculo de la violencia siempre configura la escena donde ha de tener lugar toda acción política y lo hace generando espectáculos de superficie. La idea aquí, pues, es postular que toda violencia implica el despliegue de un poder que se inscribe en algún tipo de superficie y que su huella puede ser analizada como un acontecimiento político porque su espectacularidad, tomada como efecto de un poder ejercido, implica la configuración de los dispositivos de normalización y control de la vida y las relaciones políticas que de ella se desprenden.
El truco está en establecer criterios y mecanismos para ocultar o descubrir la acción violenta en la escena política. Se trata, pues, del problema del diseño de la visibilidad política de las acciones violentas, de su uso político, de su capacidad de mediatizar sus efectos de superficie para configurar su acontecimiento en un escenario organizado por las relaciones de poder: un espacio político con normas que regulan y controlan las acciones, incluso las llamadas «violentas».
La pertinencia de este enfoque filosófico consiste en que hace posible de inmediato el análisis de los usos estratégicos de la violencia tomada como espectáculo, las malas intenciones con las que el «hombre sutil» señala a todos los «sujetos violentos». No hay violencia más bárbara, de acuerdo con esto, que la de una cultura que justifica el exterminio de los «sujetos violentos» por miedo o repudio a la violencia, mientras que, al mismo tiempo, se esmera en producirla como espectáculo, como contenido mediático, como producto de consumo.
Hacer de la violencia un espectáculo no implica sino poner en marcha una estrategia para montar un dispositivo de control basado en la «complicidad totalitaria» de todos los que gozan con crueldad del espectáculo circense. En este sentido, el sentido crítico de este enfoque consiste en apreciar con toda claridad que no hay espectáculo sin espectadores.
El análisis de la espectacularidad de la violencia supone el estudio crítico del montaje de los espectáculos, es cierto, pero también la investigación de la experiencia diversa del espectador. Pero, a final de cuentas se trata de no eludir como problema el «bello horror», pues es evidente que, si ha sido posible una estética totalitaria, se debe ante todo a que se hizo posible en nuestras sociedades una sensibilidad que goza con los efectos de poder del totalitarismo.
Hubo épocas en las que las sociedades humanas encontraron fundamento, entre otras cosas, en el acuerdo de no mirar directamente los efectos de la violencia humana sino sus símbolos. Hoy tenemos que lidiar con la emergencia de un instinto pornográfico que ansía ver, con toda hiperrealidad, las marcas que van dejando a su paso nuestra violencia. Por supuesto que no hay pasividad en un espectador así: adorador de la muerte y la crueldad desde su fría indolencia. Hay hipocresía, pero no pasividad. Hay una voluntad activa que se esconde en el abuso de una presunción de responsabilidad jurídica. Como si no ser el autor de un crimen nos autorizara a desatar nuestro morbo. Detrás de ese exceso en torno a la visibilidad de la violencia se esconde el deseo de ocultar una perversión muchas veces más peligrosa.
Pero, ¿qué tipo de espectáculo son los espectáculos de la violencia? Eso es lo que debemos cuestionarnos en cada caso. Estudiar la específica configuración de la violencia como espectáculo es la cuestión de un estudio genealógico de la violencia, pues en ello se nos juega la posibilidad de comprender el tipo de escena y acción política implicadas en cada acontecimiento violento.