(Este que ves…)

Este que ves, camión descolorido
que arrastraba en «Las Artes» sus furores
y que vigilan hoy tres inspectores
es un hijo de Ford arrepentido.
Este en quien los asientos se han podrido
con la parte de atrás de los señores,
que no pudo enfrentarse a los rigores
de la vejez, del tiempo y del olvido,
es un pobre camión desvencijado
que en un poste de luz hizo parada.
Es un resguardo inútil para el Hado.
Es una diligencia herrada.
Es un afán caduco, y bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

—Juana Inés del Cabús (Salvador Novo)—

Paisajes

Los deseos flamean como
banderolas cosidas
al costado. Es así. La
agitación de la belleza come
a deshora y no hay
pacto para su pasión. Me levanto
de noche para ver
la ligereza del abismo
que mis pies abren, el danzón
dañado por la inversión ambiental.
Los hechos hunden clavos fríos
en las certezas. ¿De dónde
viene este saber que destruye
su consuelo? Hay
que leer las reglas del espanto
en una ciudad con sol. Pero
las ciudades aplastan al sol. Las pérdidas
se cansan del cuerpo, no se engañan.

—Juan Gelman—

Mi Buenos Aires querido

Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací.
Hay que atraparlos, también aquí
nacieron hijos dulces míos
que entre tanto castigo te endulzan bellamente.
Hay que aprender a resistir.

Ni a irse ni a quedarse,
a resistir,
aunque es seguro
que habrá más penas y olvido.

—Juan Gelman—

A estas horas, aquí

Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,
dejar mi cuarto encerrado
y bajar a bailar entre borrachos.
Uno es un tonto en una cama acostado,
sin mujer, aburrido, pensando,
sólo pensando.
No tengo «hambre de amor», pero no quiero
pasar todas las noches embrocado
mirándome los brazos,
o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro.
Leer, o recordar,
o sentirme tufos de literato,
o esperar algo.
Habría que bajar a una calle desierta
y con las manos en la bolsas, despacio,
caminar con mis pies e irles diciendo:
uno, dos, tres, cuatro…
Este cielo de México es oscuro,
lleno de gatos,
con estrellas miedosas
y con el aire apretado.
(Anoche, sin embargo, había llovido
y era fresco, amoroso, delgado.)
Hoy habría que pasármela llorando
en una acera húmeda, al pie de un árbol,
o esperar un tranvía escandaloso
para gritar con fuerzas, bien alto.
Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.
Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato
o le diría un cuento
que no dijera nada, pero que fuera largo.
Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero
seguir todas las noches vigilando
cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras
o que de veras esté fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo
de mi casa un rato.

La jaula que me cuente sus amores con el canario.
La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos,
y la dulce luna de mi armario,
que me digan algo,
que me hablen en metáforas, como dicen que hablan,
este vino es amargo,
bajo la lengua tengo un escarabajo.

¡Qué bueno que se quedara mi cuarto
toda la noche solo,
hecho un tonto, mirando!

—Jaime Sabines—

Antígona (fragmento)

Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las civilizadas maneras de comportar­se, y también, fecundo en recursos, aprendió a esquivar bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y los de las lluvias inclementes. Nada de lo por venir le encuentra falto de recursos. Sólo del Hades no tendrá escapatoria. De enfermedades que no tenían remedio ya ha discurrido posibles evasiones. Poseyendo una habilidad superior a lo que se puede uno imaginar, la destreza para ingeniar recursos, la en­camina unas veces al mal, otras veces al bien. Será un alto cargo en la ciudad, respetando las leyes de la tie­rra y la justicia de los dioses que obliga por juramento. Desterrado sea aquel que, debido a su osadía, se da a lo que no está bien. ¡Que no llegue a sentarse junto a mi hogar ni participe de mis pensamientos el quehaga esto!

—Sófocles—

*Traducción y notas de Assela Alamillo.