Hoy solo quiero compartir una vivencia, compartir el pedazo de realidad que me toco vivir, aquello que logro hacer que mis experiencia creciera a grandes niveles, el estar en un espacio constituido, a mi parecer, de una forma no muy agradable en principio, una estancia en la Central de Abasto.
El lugar pareciera ser un lugar que pasa desapercibido para algunos, para otros que lo frecuentan para realizar labores de consumo, pareciera un lugar de amabilidad donde el consumidor es bien tratado por toda la fuerza de trabajo que se encuentra ahí, donde si no es por gusto el buen trato, es por obligación. Pero detrás de toda esa teatralidad se encuentra la otra cara de la moneda, es como estar detrás del escenario y darte cuenta de lo que en realidad sucede. Quizá la generalización es apresurada, pero desde mi perspectiva puedo decir que las estancias que viví y lo que a mí alrededor observe dan constancia que por lo general sucede así.
De todas las estancias que viví dentro de la Central de Abasto, hubo una en particular que fue muy sorpresiva para mí, una que sucedió hace poco, la última que decidí trabajara ahí. El lugar de trabajo fue una bodega donde se comercializaba principalmente: chile seco, camarones, bacalao, semillas y especias. En ésta bodega ya había trabajado anteriormente y ya conocía como estaba estructurada la forma de trabajar en ese lugar.
El retorno a esta bodega fue extraño, eran épocas de diciembre y el trabajo exigía demasiado, se tenían jornadas laborales de hasta catorce horas, no había tiempo de casi nada, solo de trabajar. Pero fuera de saber esa información estaba paciente y tranquilo al regreso, no fue igual a otros años donde una extraña sensación de nerviosismo me invadía de pies a cabeza, sino todo lo contrario, había tranquilidad y ganas de estar ahí ¿Por qué? No los sé, quizá influyo un trabajo de docencia que escribí para una clase, donde la finalidad era llevar la filosofía fuera de las aulas y el primer lugar que pensé fue la Central de Abasto, o quizá la tranquilidad emocional y agradable que pasaba en esos momentos, esa pregunta quizá nunca la pueda contestar, pero de algo estoy seguro, mis intenciones y ganas eran muy diferentes a las que existían en ocasiones pasadas.
En ocasiones pasadas, no solo era trabajar, era ajustarme a una forma particular de ser, la cual dejaba fuera toda relación humana como la amistad, el buen trato, la ayuda a otros, entre otras cosas. Era todo lo contrario, el estar en ese lugar implicaba ser culero, egoísta y convenenciero principalmente.
La relación que lleve con los trabajadores de esa bodega, desde que los conocí, era casi de amistad, y menciono el casi porque detrás de ello sabia que cuando algo ocurriera en la bodega estaba solo, ya fuera el robo de mercancía, la falta de dinero en la caja o cualquier particularidad que ocurriera ahí, no nos ayudaríamos unos a otros, por el contrario, se trataría de acusar a otros con tal de salir del problema.
Pero aunque esa era la forma de trabajo y de relación con los compañeros de trabajo, al llegar ahí en mi regreso, decidí hacer las cosas diferentes, no quise por alguna razón volver a ser el culero que solía ser.
La llegada fue puntual, un desayuno rustico me acompañaba, un té de manzanilla y un pan de dulce, la gente que me conocía me saludaba mencionando la pregunta -¿ya de regreso?- entre albures y bromas, contestando yo –si, pues hay que trabajar ¿no?- fui el primero en llegar a la bodega, estando parado afuera de la bodega esperando a que llegara el patrón para abrir, solo observaba a mi alrededor y a la gente ya trabajar, eran aproximadamente las seis y media de la mañana. Posteriormente aparecieron dos de los cinco trabajadores que éramos, eran dos señores que son expertos en la rama, donde uno de ellos era el de confianza para el patrón; a su llegada los salude, el saludo fue seco, no hablamos mucho, la pregunta de uno de ellos fue -¿y la escuela?- mi respuesta fue –ahí va-. Después de un rato más de espera llego una señora que también trabajaba ahí, la cual me conoce desde que por primera vez llegue a esa bodega, me saludo y me dijo –hola Yorch, que gusto que estés de nuevo por acá echándonos la mano- mi respuesta fue una sonrisa y asentar la cabeza. Por ultimo llego un muchachito, era nuevo, llevaba un mes aproximadamente trabajando ahí, no lo conocía y me dijeron que era parte de los trabajadores.
Así fue como poco tiempo después llego el patrón y nos metimos a vestirnos para empezar el día, mientras me vestía, por mi cabeza pasaba la idea de trabajar y convivir, divertirme, disfrutar, platicar con la gente y cambiar el trato canónico que por lo general se lleva ahí, trato canónico que implica ser culero y solo trabajar para obtener tus beneficios. El día comenzó y el trabajo no paro.
Así paso una semana entera, soportando los malos tratos de los patrones y de algunos clientes, pero esa semana fue fructífera, pude conocer más a aquel muchachito, me contó que ya casi cumplía los dieciocho, que estaba en proceso de liberar su cartilla, que quería estar trabajando un año ahí y después de que fuera liberada su cartilla salirse para poder estudiar y ser policía; era un muchacho delgado, con pinta de reggetonero, muchacho alocado que tenia buenas intenciones; por alguna razón me cayó bien y le caí bien, eso permitió que hubiera confianza entre nosotros.
Por otro lado, en el transcurso de esa semana tuve la oportunidad de platicar con los demás trabajadores, las pláticas eran cortas ya que el trabajo no permitía la extensión de las mismas, la idea era crear lazos de confianza y amistad, para poder crear un ambiente de trabajo diferente al que se tenía acostumbrado.
Así paso esa semana. A la siguiente semana deserto uno de los dos señores, dejo de ir a trabajar por andar de alcohólico, solo quedábamos cuatro y la carga de trabajo era mayor y exigía demasiado, pero no por ello mis ganas desaparecían. De alguna manera los lazos de amistad crecieron y empecé a ver cambios en la forma de trabajar de todos ellos, éramos como una comunidad donde cada quien ya sabia que tenia que hacer y solo lo hacíamos. Eso hizo que los regaños y las llamadas de atención disminuyeran, no por ello, desaparecían los malos tratos sin sentido, dentro de los cuales se encontraban aquellos donde te estuvieran diciendo pendejo y no te bajaran de ahí, que por muy rápido que estuvieras trabajando, te dijeran que eras muy lento, que se estuvieran quejando de la efectividad de los trabajadores (siendo que ésta existiera) y dijeran que todos éramos unos inútiles, entre otras cosas.
Con todas estas cosas en contra y lo caliente que te mantenía el trabajo, las ganas de mentarles la madre no se extinguían, ante eso me mantenía calmado y sereno, trataba de no regañar al muchacho, decidí romper con la famosa iniciación que se les da a los trabajadores ahí, iniciación por la que pase y la mayoría de los trabajadores pasan, el hacer trabajar al nuevo hasta que se quiebre, el famoso dicho de “cargarle la mano”, donde si logras sobrevivir a eso eres un buen trabajado y eres digno de trabajar ahí, y si no es el caso que aguantes, eres un inútil. En mi cabeza retumbaba aquello que me dijo alguien alguna vez –enséñale, no lo regañes- y eso fue lo que hice con el muchacho, cuando hacia algo mal y el trabajo exigía que salieran las cosas rápido, me detenía a explicarle como se hacían las cosas para evitar que lo regañaran posteriormente. Eso hizo que la amistad y la confianza crecieran. Me sorprendió que un día en la mañana llegara con una torta de tamal para mí, no era la torta, fue la intención lo que me sorprendió, fue como una forma de agradecerme y de confirmar la amistad que construimos.
Con respecto al señor y la señora, ellos llevan una relación amorosa, yo era el único que sabía de dicha relación, no la querían hacer explicita, no se porque, sus razones tendrán. Ellos desde que los conozco son personas muy reservadas que pocas veces te cuentan algo, pero fue curioso que me platicaran de sus vidas, sus familias, sus problemas, sus alegrías y sus tristezas. La confianza creció y con ello también una buena amistad con ambos, siempre me decían que si llegaba a haber boda, iba a ser de los primeros que invitarían, eso me llenaba, sentía que el objetivo principal se había cumplido, crear lazos de amistad y confianza en un lugar donde parece ser que no existen y no se pueden llevar a cabo, de entrada que eso sucediera hacia más amena la estancia ahí, el trabajo era disfrutable sin importar cuantas veces te pendejearan en el día, o te dijeran inútil, o te trataran mal, principalmente los patrones.
Hasta aquí me sentía satisfecho, mis objetivos se habían cumplido y me sorprendía mucho el hecho de poder crear ese entorno de trabajo. Así pasaron las épocas decembrinas, con sus altibajos, con un par de borracheras con ellos (la de navidad y año nuevo) con una constante y disfrutable convivencia, con los problemas de cada quien platicandolos y ayudándonos unos a otros sin ser juzgados de alguna forma. Una zona de confort que a primera vista parece no confortable.
Con ello llegaron los últimos días de trabajo para mí, no solo de esta estancia, sino los definitivos, ya que había decidido que esa seria la última vez que trabajaría en la Central. Recuerdo particularmente el último día; por parte del señor recibí una reflexión, diciéndome que era bueno que saliera de ahí, su cara era un mar de sentimientos, sus ojos estaban llenos de lágrimas retenidas que yo sabía, no iban a salir. Por parte de la señora una foto con su celular, recargado yo en los bultos, diciéndome –es para el recuerdo Yorch-. Por parte del muchacho, ya al estarnos vistiendo para irnos, un fuerte abrazo diciéndome –fue un placer haber trabajado contigo-.
Una despedida gratificante y sorprendente, dado el contexto y el lugar donde se dio.