¿Qué tipo de formación se le ofrece al filósofo en la actualidad?

Después de recorrer la carrera de Filosofía, son presentados ante los estudiantes, a los padres y grandes pensadores que la Filosofía ha dejado después de casi dos mil cuatrocientos años. Enunciar esto, ¿hacia donde nos lleva? ¿qué finalidad tiene? ¿cuál será su uso? Si bien queda documentado todo este pensamiento, y es la Historia de la Filosofía la que da cuenta de ello, una de las inquietudes que me invade es preguntar: ¿Cómo el estudiante de Filosofía y el Filósofo mismo se ve afectado en su formación, por la forma de presentación y comprensión del gran catálogo que nos ofrece la Historia de la Filosofía?

Lo que le es entregado al Filósofo, o estudiante de Filosofía, es un gran catálogo de autores, obras, corrientes, periodos, o pensamientos que van constituyendo lo que es la Filosofía; pensar esto nos pone de inmediato frente a la disciplina encargada de ello: dicha disciplina es la Historia de la Filosofía.

Pero, este gran listado que presenta el catálogo, ¿Cómo legitima su estancia dentro del mismo? ¿A quién le corresponde ordenar dichos aconteceres? Parece ser relevante ordenar el pensamiento que se ha producido durante todo ese tiempo, sin embargo otra cuestión surge:

¿A quién le corresponde hacer ese trabajo? ¿Al historiador, al filósofo, o a ambos? Responder a estas cuestiones parece cosa resuelta; por mucho tiempo han construido Historias de la Filosofía, donde quedan ordenados tanto los pensamientos, los filósofos y las corrientes filosóficas que son parte de la Filosofía.

Con la entrega de este catálogo que compila a los autores, obras, corrientes, periodos y cualquier otra cosa que sea considerada como filosófica, se intenta elucidar la cuestión que permita saber quien se encargara de dicho trabajo. A primera vista parece ser trabajo del historiador estar a cargo de la elaboración de dicho catálogo, pero, ¿quien dará al historiador estos criterios suficientes y necesarios para poder decidir qué cumple, o es filosofía? La respuesta parece simple, el filósofo mismo, quien mejor para pensar la filosofía, sino el filósofo. Con ello, la persona que queda a cargo de pensar lo que puede y lo que no puede ser un pensamiento filosófico, queda a expensas del filósofo.

Y este filósofo, ¿puede ser cualquier filósofo? Parece que no, ya que al menos es necesario ser demasiado erudito para poder entender una tremenda gama de filosofías, y poder distinguir un pensamiento filosófico de una simple opinión o pensamiento cualquiera. Se debe tener gran estudio del catálogo anterior, estudiarlo y examinarlo para poder ir construyendo y anexando a los nuevos pensadores, a los nuevos filósofos, a las nuevas corrientes y pensamientos; y de paso haciendo un análisis donde se pone a prueba lo ya contenido en el catálogo. A final de cuentas, es labor del filósofo sabio hacer la compilación, acomodo y análisis de lo que nuestro catálogo filosófico contendrá.

Entendiendo de esta manera la construcción del catálogo filosófico, ¿qué es lo que nos entrega dicho catálogo? Sin dar tantas vueltas a la cuestión, parece ofrecernos una lista de pensamientos canónicos que son intocables, una lista de saberes hegemónicos. Y, ¿en que consiste dicha hegemonización de saberes? Por mera definición la podemos explicar como el empoderamiento de un saber sobre otro, un pensamiento por encima de otro u otros, quedando en este empoderamiento las filosofías “canónicas”, “útiles”, “verdaderas”, entre otras descripciones favorables que las colocan como los grandes pensamientos de la filosofía.

Parece que no siempre han funcionado de la misma manera. Haciendo un estudio histórico de la cuestión, el primer esbozo que se nos entrega –como una breve Historia de la Filosofía- lo da Aristóteles en el Libro Primero, Capítulo 3, de su Metafísica, donde hace un recuento del pensamiento anterior a él para después criticar y desacreditar ese pensamiento, poniendo el suyo como verdadero. Esta manera de ir hegemonizando los saberes marca una visión maniquea de los mismos: la de vencedor y vencido.

En la actualidad, parece que esta visión no solo queda enmarcada en esta forma de operar, hubo un punto de ruptura donde ya no sólo se trataba de la crítica y el descrédito de los demás saberes, sino una forma de normalización del pensamiento, donde los criterios para poder entrar al catálogo filosófico pasan por una evaluación mucho mas rigurosa y que elimina cualquier tipo de pensamiento “fantástico” y que no este dentro de la norma, norma que parece quedar implantada desde la Ilustración: un saber sistematizado, comprobable y eficaz.

Uno de los problemas de la construcción de dichas hegemonías,  desemboca directamente en la construcción de ídolos, los cuales operan como un criterio de autoridad para el análisis de filosofías en construcción. Si bien es necesario un análisis para poner a prueba el nuevo pensamiento filosófico, lo problemático parece apuntar a dejar éste análisis en esos ídolos, ídolos que están ya normalizados y limitados por este pensamiento Ilustrado.

Otra de mis inquietudes pasa por preguntar: ¿Qué sucede con el pensamiento que queda fuera de esta Historia? ¿Dónde quedaron, materialmente, ideológicamente o sustancialmente estos pensamientos? ¿Son relevantes? y si lo son, ¿de que forma ayuda su incorporación a la Historia de la Filosofía para la nueva producción de conocimiento que los filósofos en formación, y los ya formados, actualmente realizan?

Si bien esta selección que realiza la Historia de la Filosofía presenta a los grandes pensadores de la misma, deja excluidos y en segundo término pensamientos filosóficos que parecen de menor importancia, que no son del todo relevantes y que parecen no cumplir con la sistematización que la Ilustración nos dejó. Y si estos pensamientos, desde su marginalidad ofrecen algo, ¿qué nos pueden ofrecer? Parecen ofrecernos formas alternativas de pensamiento que no están sistematizadas, ni normalizadas; una visión diferente a lo que se acostumbra ver como filosófico, se anexa a la definición de filosofía: nuevas posibilidades.

Ante esto parece haber un riesgo, pasar de ser una filosofía marginal y soterrada, para ser un pensamiento en potencia hegemónico. Esto a través del empoderamiento que dichos saberes pueden ir adquiriendo y gracias ese empoderamiento irse normalizando y sistematizando.

Es cierto que este catálogo, es sólo una pequeña parte que conforma la formación del filósofo, influyendo en la producción de conocimiento que posteriormente hará, o ya hace. Si bien, al Filósofo se le educa para la investigación, la docencia, la divulgación, la traducción, la corrección, la edición, o el asesoramiento, entre otras actividades que quedan enmarcadas dentro del ámbito académico, parece que no sólo son estos quehaceres académicos los que delimitan el trabajo del filósofo.

El catálogo mismo plantea los objetos de estudio de los cuales podemos y debemos atender; realizar un trabajo monográfico, comparativo, expositivo, crítico, el planteamiento y re-planteamiento de los problemas filosóficos que son entregados como problemas de la Filosofía, dentro de dicha selección.

A todo esto, me pregunto: ¿Qué clase de formación se le ofrece al Filósofo? ¿Una formación puramente académica? ¿Se nos da como estudiantes, un pensamiento completamente sistematizado? ¿Qué sucede si las exigencias del filósofo sobrepasan la necesidad de sólo quedarse en el ámbito académico?

Por el momento tal vez la investigación aún no me permita responder satisfactoriamente a dichas cuestiones, pero no por ello, me parece impertinente enunciarlas y pensarlas como un problema filosófico.