Fragmentos de México subterraneo
por Martín Cinzano
METRO OBRERA, 11:25 A.M. No pagar el metro: arrodillarse en velocidad, técnicamente urbana. Pensé que sería más difícil, viendo que el poli casi no se movía del lado del torniquete, escrupulosamente atento a cualquier movimiento extraño. Pero cuando se distrajo con un par de minifaldas (el tipo, aunque no me lo crean, en el fondo es un ser humano) me dio la gran oportunidad de entrever el momento justo para sssfffzzz!, deslizarme bajo la barra de metal y caminar acelerado, sin mirar atrás. Resulta de una extrema avaricia (o de una extrema pobreza) no pagar el metro en esta ciudad, considerando el bajo costo del boleto, «el más barato del mundo», pero sean cales sean las razones para hacerlo, se siente bien colarse entre medio de la «seguridad» bigotuda. Luego, idiotizado por el éxito de este crimen menor, me trepo al vagón y después de tres estaciones me doy cuenta de que lo he tomado al revés. Carajo, ¿todo se paga?