Ante todo, un método es la decisión de un coeficiente epistémico. Es decir, es la elección de una aproximación que comienza con la forma de entender el objeto de investigación. Hay diferentes modos de entender un objeto. Habrá maneras primitivas y otras maneras más desarrolladas, según Gaston Bachelard. Mi curiosidad actual es entender nuestra existencia mediada por objetos tecnológicos a partir del sensualismo filosófico.
Es posible que me haya posicionado en un coeficiente epistémico primario, pero es un punto de partida para desarrollar lo que entiendo por ‘materialidad de nuestra existencia’. En este coeficiente epistémico, los objetos tecnológicos se vuelven fundamentales en la medida en que nuestra sensibilidad es mediada por objetos tecnológicos. Desde aquí podemos pensar lo más inmediato como los muebles en los que nos sentamos a escribir y a descansar, las puertas que se nos abren y cierran, la arquitectura que alberga a nuestro cuerpo. La arquitectura es, por el momento, estática e inmóvil. Pero los objetos tecnológicos que median muchas de nuestras actividades son móviles, portátiles e inteligentes. Por ahora, me interesan los dispositivos inteligentes que inhiben y posibilitan nuestra sensibilidad a partir de algoritmos.
Un cuadro de nuestra vida cotidiana es ver el comportamiento de las personas en una cafetería. En la acera había una pequeña mesa con 3 señoras. Todas ellas hablaban y se miraban al rostro. En la mesa de al lado, había otra señora leyendo un libro en inglés. Adentro estaba un hombre joven frente a su laptop, hablando y haciendo gestos exagerados. En la mesa del centro había alrededor de 6 personas, cada una con su laptop. Tenían una cara seria, sin movimiento, sin emociones, concentrados en la pantalla. Después, llegó una mujer joven tatuada de pies a cabeza. Pidió un croissant y un café con hielo. Se sentó sola y comenzó a ver el teléfono. En los 20 minutos que estuve ahí no vi que tocara ni el café ni el pan; se distrajo tomando fotos a insectos que subían un árbol. Esta escena contrastó con mi experiencia. Llevaba un libro para leer unos cuántos párrafos, pero me fue imposible. Hacía mucho sol, los autos hacían mucho ruido, los transeúntes hablan muy fuerte, el viento era refrescante, los perros que pasaban tenían un pelo hermoso. Es difícil sentir y pensar simultáneamente. ¿La tecnología por venir será capaz de emular la sensación del mundo? ¿No hay en ello una higienización de las sensaciones y afectos desagradables? ¿Bajo qué criterio se eligen las sensaciones y afectos positivos y deseables? ¿Viviremos como en la película «El Demoledor» protagonizada por Silvester Stallone y Sandra Bullock? No sé ustedes, pero yo optaría por un beso corporal a un beso virtual.
-Luis Avena-