Nos acercaremos teóricamente a este proceso [de reproducción de la vida natural] para, al describirlo, descubrir en él un nivel de existencia al que vamos a llamar comunicativo o semiótico. Dentro de este nivel trataremos de poner al descubierto lo que pensamos que es la esencia de esa dimensión cultural del proceso de reproducción social. Presentaremos, para ello, un esquema del modo en que se reproduce la sociedad humana en general y de cómo ésta reproducción puede ser vista como dotada de una consistencia doble: la primera puramente operativa o «material» y la segunda, coextensiva a ella, semiótica o «espiritual». Se tratará de una descripción encaminada a romper con la dicotomía que postula una heterogeneidad substancial entre la práctica material y la guía espiritual en la vida humana y que ―de muchas maneras, unas menos «sutiles» que otras― continúa empleándose para justificar el dominio de ciertas castas, clases, géneros, comunidades o «culturas» que estarían más cercanas al «espíritu», sobre otras, que estarían alejadas de él y más cercanas a la «materia».
Bolívar Echeverría, Definición de la cultura. 2ª edición. México, FCE-Editorial Itaca, 2010, Lección II, p. 46.
Comentario:
Después de mostrar la existencia de una dimensión especial del comportamiento humano ―un nivel del comportamiento distinto al de la eficiencia funcional, pero presente de manera orgánica en todo quehacer― Bolívar intenta ubicarla en un marco más amplio: el del proceso de reproducción de la vida humana. En estas líneas podemos apreciar cómo es bastante cuidadoso al negar que haya una diferencia sustancial entre el nivel material y nivel espiritual de la vida. ¿Por qué?, más allá de si se trata o no de negar el dualismo desde una perspectiva ontológica, porque nos recuerda la manera en que esta distinción se ha usado para justificar relaciones de dominio. Esta conciencia de su parte nos debe servir para tener siempre presente que ninguna definición de cultura es inocente o «neutra», y que esto puede ser así incluso a pesar de quienes la formulan.
Esto exige una conciencia crítica de nuestra parte cuando nos proponemos analizar fenómenos «culturales». ¿De qué hablamos? ¿qué queremos decir? No podemos permitirnos entender lo cultural manera descuidada o adoptar una definición que creemos que nos conviene de manera a-crítica. Pues corremos el riesgo de que lo que presentamos como explicaciones se conviertan también en justificaciones de relaciones de poder con las que más nos valdría tomar distancia.
―Rafael Peralta Martínez―