TRES IDENTIDADES SIN ESPEJO

I.

Soy la fotografía en blanco y negro de la ventana de mi casa, con el filo lleno de plantas. El café con pan en la tarde, junto a mi madre y con las cortinas abiertas. El libro que siempre cargo, aunque a donde vaya no pueda leer. La película que no me canso de ver;  me río con la misma escena. Los cinco cuadernos, los post it, las pegatinas y los marcatextos que se borran. Carlos. Las librerías recorridas con pies cansados, y con la recompensa de una hamburguesa. La madera de los muebles barnizados, el olor a nuevo. La revista de cine que me encontré en la carnicería. Xochimilquito y DDVVillas. La Plaza Café los lunes y jueves. Tezonca, Otomí y Candelaria. Las cámaras fotográficas, el rebozo de su madre y el autocuidado que dejó a mi cargo Queta, antes de irse. Energía del Universo. También Sandra, Dalia y Dulce. Diálogos de los filósofos cinéfilos. Traficante de películas subtituladas y libros en PDF. Montaje y edición de una película. Cuatro películas seguidas en la sala 2 Salvador Toscano con comida, café y pan. Tres lunares en forma de triángulo y un cinturón de Orión en el cuello. Tijuana, Portales y la Vicente Guerrero. Un palito de Brasil, una patita de elefante y un sapito. Una detective. Una mujer que cura. Mole oaxaqueño, sopa de fideo, tortitas de coliflor capeadas con queso, en salsa de tomate. Las bolsas que compro en cada lugar que visito. Las caminatas largas con los tenis negros. La ropa oscura y el pelo castaño.

Imani Arriaga, 2018.

Detrás de todo esto hay huesos, piel, músculos, órganos, venas, y aún así, no basta. Pero, ¿para qué no es suficiente? Pues para darme cuenta de lo soy. Seguramente hay más, o menos. Seguramente, el español me permitirá dar una ojeada entre las cosas que fui, soy y seré, pero tal vez exista otro idioma que me permita abarcar más, saber más, ver más. Un idioma que funcione como espejo, al revés, o sea al derecho, fiel a lo que proyecta y no un deseo de lo que quiero ser. Letras que sean pedazos de vidrio, que al juntarse hagan una frase y vayan formando el espejo fiel. Y ahora que está formado, sabré todo.

Es una ambición que me permitiré, sólo para definir en un marco muy estrecho, un límite muy definido de algo que sabemos, se escurre de entre las manos. Me voy comparando con cada detalle y me asombra ver cómo mi cuerpo, que también cambia, se vuelve una imagen de eso que fui durante el tiempo. Una imagen del tiempo, que tiene olor, sensación y memoria.

II.

Como tarea teníamos una simple, pero muy difícil consigna: investiguen si en su familia se habla una lengua originaria. Pensé en las personas más grandes de mi familia, pudieran recordar y ayudarme a rastrear cada detalle de nuestro árbol familiar. Eso fue lo primero y lo más sencillo. Tracé un par de vínculos, e historias que había escuchado desde niña; las tertulias de los tíos, las fiestas de las tías, la cocina de la tía Celia, los vestidos de las primas Corina y Alcira, el rock de los Altamirano Mora, el tamarindo de la tía Anita y muchas otras cosas más. Pero nadie hablaba de lenguas originarias o de por qué mi abuela materna migró de San Luis Potosí a la Ciudad y se casó con mi abuelo. De pronto, di con mi madrina Aurea, ella tiene mucho que decir, pensé, siempre quiere hablar. Me preparé con cámara, celular con grabadora y anoté unas preguntas guías. Llegué a su casa y en la sala charlamos de la familia.

Pronto descubrí que mi tía Anita, la mujer que he admirado desde siempre y madre de mi madrina, tenía un fuerte carácter que dificultaba su estabilidad con las parejas. De hecho, una vez le preguntamos ­¿por qué no te casaste tía Anita? A lo que respondió habiendo tanta milpa y tanto pasto, ¿para qué? Tuvo dos hijos de diferentes parejas, y un amor en su vejez, que a su muerte lloró en silencio, entre la familia. Pero ella, además de un espléndido paladar y gusto para vestir, sabía hablar y cantar en otomí. Sin embargo, a mi madrina, le prohibió hablar ese ‘dialecto’ pues le iría mal en la vida si lo hacía. Dice mi madrina, que a veces la escuchaba cantar mientras lavaba o cocinaba y que memorizó lo que ella decía en voz alta en otomí. Pero al callarlo se le fue olvidando.

Un día la tía Anita, se encontraba en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y vio que un grupo de mujeres adultas mayores, compartían mole con pollo y arroz rojo. Se acercó y le dijeron coma compañera, ella se sentó y comió con todas las presentes. Al cabo de una hora, le dijeron que era tiempo de marchar y así lo hizo, se dejó perder entre el contingente, mismo que era de prostitutas de la plaza de Manzanares, y cuyo pliego petitorio era que les dejaran su lugar de trabajo en paz. Al darse cuenta de esto, la tía Anita, poco a poco fue saliendo de entre el grupo de mujeres y fue directo a su casa. Era Zapatista de ´hueso colorado´, acompañó a el Sub Marcos en 1994 cuando entró a la Ciudad de México en el levantamiento Zapatista. Iba a todas las ferias del pulque, mole, mezcal, tequila, flores, amaranto y cuanta cosa se enteraba. Sabía que ella era de abajo y a la izquierda. La veías recorriendo el callejón General Anaya con su perro, cuyo paliacate correspondía al color de su ánimo, según mi tía. Y más tarde en su papelería con dulces que ella misma elaboraba para vender.

Me acuerdo, que me regalaba una tutsi pop y miguelitos cuando íbamos a su pape, y que una vez me dijo escoge qué quieres mema, me confundía con mi madre por nuestro gran parecido, y yo lo aprovechaba, adoraba su papelería y pedía lápices o un cuaderno. Creo que ahí nació mi gusto por las papelerías. Me acuerdo que se cambió el nombre de Ana María Sandoval Cruz a María Ana Sandoval Cruz en sus papeles oficiales y su cumpleaños, ocurría dos veces en el año, en abril y en mayo. Nunca nadie supimos cuál era la verdad.

Imani Arriaga, 2022.

Después de la entrevista, me fui pensando en la tía Anita y en cuanto quería ser como ella cuando fuera adulta mayor. Libre, autónoma, fuerte, valiente y decidida. Por su puesto que realicé el trabajo donde sólo pude rastrear una lengua originaria en mi árbol familiar, que estaba perdida, mi tía Anita falleció el 27 de junio de 2013 y en su acta de defunción dice “¿habla alguna lengua indígena” se observa tachado el no. Tenía 92 años.

III.

Diversos cineastas.

Hace más de 16 años, una revista hallada entre las tantas de una mesa de espera en una carnicería, me dejó ver el rostro de Tim Burton y otrxs personas. Pensé ahí quiero estar, eso quiero hacer. Quiero hacer cine. Lejos de sentir que tenía algo que decir, sentía que yo también podía contar atmósferas como las de él, describir lugares y personas que difícilmente se adaptan o encajan. Imaginé que tendría la fortuna de construir algo que iba a nacer de mí. Más tarde, a los 19 años comencé a estudiar toda la historia del cine con el libro de Georges Sadoul. Cada semana veía veinte o más películas e investigaba sobre lxs directores o películas. Supe que había un lenguaje cinematográfico, conocía los títulos y personas importantes para esa historia del cine. Y estaba enterada de los temas y paradigmas de la cinematografía mundial. Como era de esperarse, tanta información se cruzó, se olvidó o se confundió. Pero ahora, quería investigar sobre cine, saber qué más pasaba, cómo iba funcionando el lenguaje y cómo se relacionaba con mi ser espectadora.

A los 21 años, inicié un cineclub con mis dos amigos. Más tarde una muestra de cine independiente. Ahora quería compartir lo que he aprendido, lo que sigo estudiando y cómo lo voy acomodando políticamente en mi ser agente cinematográfica. Sin embargo, ocurrió un desencuentro. La autogestión es un idilio. Trabajé como profesora de inglés para mantener el colectivo. De repente, mis dos amigos, comenzaban a tener objetivos personales diferentes, y la muestra a ser un trampolín falso. Lo que más me interesó esta vez, fue el diálogo que surgió en cada cineencuentro. Lo que desataba hablar de una película.

Cumplía 28 años, terminaba la carrera y ahora sabía algo diferente del cine. Se puede analizar, se puede transformar las relaciones con él, y somos un cuerpo espectador. No estamos pasivas, ni siquiera viendo Spiderman 15. Me interesa verlo, analizarlo, sentir el placer de compartirlo y hablar de él.

Hoy, puedo ver una película por placer y si me causó un gran impacto, escribir sobre ella porque tengo la gran necesidad de que salga todo lo que pienso de ella.

IV.

Hay tres formas de ver en el tiempo un Yo claro. El imaginario que me he construido para contarme una historia sobre qué significa ser este cuerpo, este nombre y todas las demás identidades que se pueden construir y dejar impronta en una imagen a la que puedo recurrir cuando necesito identificarme. Es como brincar de identidad en identidad, conocer las reglas de cada una y ser cada una. O haber sido cada una, para que cuando la traiga al presente se refleje por debajo de mis ojos y mis manos. Cada persona tuvo su razón de ser, y tendrá un poco de la anterior, se podrá comparar y habitar en los tipos de niñez, adultez y vejez que el proceso de vida desenvuelve ante mí. Desplegando así, habilidades, cualidades, valores, sensibilidades, afectividades, modos, formas, sentimientos, emociones y palabras sobre lo que vestiremos como un Yo. Afortunadamente nunca será la misma. Abbagnano, en su diccionario de filosofía, presenta tres formas de ver la identidad, como unidad de la sustancia, sustituibilidad, y convención, por su parte, Greimas la presenta como la oposición a la alteridad, para designar el conjunto de rasgos que tienen dos objetos, como identificación y permanencia. En semiótica como comparación. Aquí vemos una unidad, una sustitución y una convención, una comparación e identificaciones permanentes.

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