Hablar de los movimientos sociales clandestinos ha sido una pugna intelectual por la preservación de la memoria de aquellos personajes o sucesos culturales que fraguan las grandes revoluciones y a las que se ha silenciado por conveniencia estatal o de algún poder dominante. Reivindicarlos es necesario porque ayudan a comprender parte de nuestras luchas civiles por libertad de pensamiento, como es el caso del pensamiento libertino en el siglo XVIII o de los Ranters y otros grupos en el XVII. La emergencia de este tipo de movimientos suele ir a contracorriente de lo que se enseña en las aulas universitarias; ya que reclama la parte popular de la historia cultural y social, exigiendo la pertinencia de la sociedad organizada y no el exaltamiento de figuras de autoridad, ayudando a desujetar al pensamiento de la figura de una autoría y forjarse una autoría a muchas voces: una creación colectiva. Esta desujeción de las autorías nos obliga a repensar nuevos modos de estudio para llegar a entender ese pensamiento colectivo, meditando sobre el modus operandi de las prácticas, los discursos y las imaginaciones en determinadas épocas.
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La primera vez que llegue a oír de los Ranters fue casi por un murmullo, gracias a un librito, El libro de la disidencia (2012), que compilaba sucesos de disidencias en la historia de la humanidad. La época de los Ranters era la escena convulsa del Commonwealth, la comunidad de Inglaterra que gobernó Irlanda y Escocia de 1649 a 1660 y cuyo régimen fue democrático, antes de la reinstauración de la monarquía de los Estuardo. En este periodo de apertura de libertad política y religiosa se guillotinó al rey Carlos I a la llegada de Cromwell, por las pugnas entre el Rey y el Parlamento sobre la moderación del poder absoluto, la turbulencia religiosa entre catolicismo y protestantismo y el aumento de impuestos por parte de la realeza. Entre el sector popular había varias sectas protestantes tildadas de heréticas por la iglesia oficial del lugar; así surgieron los levellers (niveladores), los diggers (cavadores) y los ranters (delirantes). Había otros grupos como los seekers (buscadores), los miembros de la Quinta Monarquía, los cuáqueros, baptistas y muggletonistas que buscaban dar soluciones al problema económico y social de su tiempo desde el interior de la revuelta. Para darse una idea, no está de más ver la miniserie La puta del diablo, de Peter Flannery (2008).
La revolución inglesa era una revuelta burguesa contra la monarquía y se ve entre los representantes de los grupos políticos, buscando espacios de consolidación institucional para llevar a cabo sus proyectos. La historia explica que la revolución que ganó fue la de los propietarios la cual fue fundada en la ética puritana protestante, pero poco nos dice de la revolución intestina que se produjo en la colectividad tratando de imponer un orden comunal y democrático más allá de las instituciones. Tal fue el caso de la revolución de los levellers, caracterizados por nivelar derechos constitucionales a todos los ciudadanos mediante reformas políticas buscando la igualdad de derecho ante la ley, el erradicamiento de la Cámara de los lores o de la nobleza, el Estado secular y la libertad religiosa. Por otra parte, los diggers, que tendían a un comunalismo agrario, el cual ponía de cabeza la noción de propiedad del régimen, dicha idea estaba influenciada por su pensamiento religioso al decir que el fundamento de la propiedad engendraba la desigualdad; a ellos le debemos el dicho que los socialistas hacen suyo: “A cada uno según sus necesidades”, proponiendo un orden social sin propiedad ni salarios. Y los ranters que hacían práctico el panteísmo, negando a la Iglesia, a las escrituras o cualquier intermediador entre la divinidad con las personas; para ellos la comunicación con Dios es personal, reafirmaban la libertad del individuo y la reivindicación de una ética hedonista. Estos grupos y otros más cuestionaron las instituciones políticas y sociales, los valores jerárquicos y las creencias tradicionales, trasmutando en un corto periodo el imaginario civil de Inglaterra y llevando al declive a la monarquía para instaurar la única República de la historia inglesa.
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Hablar de los ranters es hablar de la continuación de los resquicios de las tradiciones heréticas que sobrevivieron clandestinamente a la hegemonía dominante de la Reforma y que brotaron nuevamente modificadas en el siglo XVII. Como todo pensamiento radical, el testimonio de sus detractores nos arroja datos sobre lo que fue dicho movimiento popular, se dice que el mismo término rant fue un adjetivo despectivo para nombrar aquellos personajes de la secta que eran “personas licenciosas y que tenían un espíritu delirante”, además de ser antinominalistas y panteístas. En esa época fluctuaba el escepticismo popular en cuanto a la verdadera religión, muchas personas pertenecientes a un grupo con frecuencia se cambiaban a otro, de ahí que muchos diggers se pasaran al bando ranter o algún otro grupo popular. Sin embargo, sus influencias parecen ser comunes en cuanto a la continuación de las ideas de la contra-reforma de grupos como los anabaptistas que predicaban que los infantes no deben ser bautizados, sino que el bautismo debe ser un acto voluntario de la vida adulta, la negación del pago del diezmo, la negación del juramento a las ceremonias religiosas y la promulgación de un igualitarismo extremo negando el derecho de propiedad privada; por su parte, los familistas, miembros de la Familia del Amor que predicaban que en la tierra se podía alcanzar la perfección de Cristo, creían que todas las cosas vienen de la naturaleza y que el espíritu de Dios se encuentra en el interior de las personas no en las instituciones eclesiásticas; y los miembros de la Familia del Monte que reprobaban la oración y negaban la resurrección del cuerpo, ponían en cuestión la existencia de la vida fuera de esta vida y del paraíso como del infierno, dichos grupos familistas eran una derivación del grupo de los lolardos. Estos eran caracterizados por ser principalmente campesinos, artesanos y comerciantes, población móvil itinerante, que andaban peregrinando al más puro estilo de los profetas evangélicos. Ellos se consideraban hombres sin amo y desafiaban a la Iglesia oficial. Frecuentemente emigraban y en las ciudades sus simpatizantes organizaban comunidades hospitalarias que los acogían ayudando a los pobres. Estos grupos populares de la mendicidad fueron los iniciadores de la secularización del Estado y portavoces de la libertad de pensamiento que en los siglos XVII y XVIII cobrarán fuerte relevancia ya que fueron el fuego que prendió la mecha a todo pensamiento anticlerical y muchas veces hedonista.
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La vox populi decía que los ranters no tenían dirigente, pero si simpatizantes. Entre sus antagonistas se afirmaba que de todos los grupos subterráneos eran los más radicales ya que llegaron a interiorizar el familismo que degeneró en un panteísmo declarado. Probablemente este pensamiento popular tuvo cierta influencia en Spinoza aunque aún no podemos comprobarlo del todo. Entre sus simpatizantes se dirigían principalmente a los pobres, a los desdichados, a los humildes. En su ideario se afirmaba que el domingo no tenía importancia, todos los días podían ser días de descanso; creían que Dios no tenía intermediario y que la Biblia era letra muerta, que la verdadera palabra era la de Cristo incrustada en el corazón de cada una de las personas; que el Cristo histórico, los mandamientos y las sagradas escrituras eran una maldición; que el pecado se ha acabado, ya que Cristo vive en los individuos y Cristo no puede ser pecador, por lo tanto, ellos son Dios ya que Cristo vive en ellos; incluso al modo cínico imitaban a Diógenes saliendo a las afueras de la ciudad con una vela para buscar sus pecados a plena luz del día, al no encontrarlos daban fe de no haber cometido actos impuros; también decían que al no existir el pecado los actos de adulterio, robo, embriaguez, blasfemia no eran malos; que los ministros de la Iglesia son inútiles ya que no hay intermediario entre Dios y los hombres; pregonaban que su voluntad era la voluntad de Dios; incluso algunos llegaban a negar la existencia de Dios y de los ángeles.
En las navidades cantaban:
Ellos hablan de Dios; creedlo, compañeros / No existe tal espantajo; todo fue hecho por la Naturaleza. / Sabemos que todo proviene de la nada, y volverá / Al mismo estado en que una vez estuvo. / Gracias al poder de la Naturaleza; y mienten crasamente / Quienes dicen que existen esperanzas de inmortalidad. / Cuando puedan explicarnos qué es un alma, entonces / Nos adheriremos a esos locos chiflados.
A.A.V.V., El libro de la disidencia. De Espartaco al lanzador de zapatos de Bagdad, pp. 45-46.
Sus testimonios afirman que a menudo se les podía ver en los ágapes comunitarios en tabernas cantando canciones blasfemas con la tonada de los salmos, bebiendo alcohol y fumando para avivar el espíritu. Entre sus vestigios se cuenta que uno de sus simpatizantes partía un pedazo de carne de vaca diciendo: “Esta es la carne de Cristo, tomad y comed”, otro vertiendo una jarra de cerveza en la chimenea declaraba: “Esta es la sangre de Cristo”. Frecuentemente a la taberna le llamaban a la casa de Dios y mencionaban que el vino era la divinidad. Uno de sus detractores expresaba: “Son los más alegres de todos los demonios para improvisar canciones lascivas […] para los brindis, la música, la obscenidad descarada y el baile”. El espíritu festivo y burlesco de los ranters hace recordar a los goliardos medievales por sus festividades del vino y la carne, se reían de las exhortaciones sobre la sobriedad. Los herejes ingleses sostenían: “Mi espíritu habita con Dios, cena con él, en él, se alimenta de él, con él, en él. Mi humanidad habitará con la humanidad, cenará con la humanidad, comerá con la humanidad, y ¿por qué no (si es necesario) con los taberneros y las rameras?”, afirmando un amor universal a toda la creación. Su parresía hizo de la blasfemia la expresión de la libertad respecto a las restricciones morales y legales de la época ya que desafiaban a Dios, la clase media y la ética puritana. A menudo entre la clase alta una blasfemia no se castigaba, pero para las clases bajas la blasfemia era multada y coercionada. Por ello, vieron en la blasfemia un instrumento para la proclamación de la igualdad de palabra con la clase alta, al mismo tiempo que una rebelión contra las pautas de conducta de la clase media puritana y una crítica de la irreligiosidad aristocrática.
Su panteísmo materialista fue la negación del dualismo que separa a Dios de los cielos con los hombres pecadores de la tierra, ellos afirmaban: “Dios no es el gran supervisor: es un miembro de la comunidad de mi única carne, de mi única materia. El mundo no es un valle de lágrimas que haya que soportar en espera de nuestra recompensa en el futuro. La materia es buena porque vivimos aquí y ahora”. Para ellos Dios era sinónimo de mundo natural.
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Algunos personajes a los que sus denostadores identificaban como ranters fueron: Abiezer Coppe, que fue predicador y autor de Some sweet sips of some spirituall wine, seguido de Fiery flying rolls. Coppe desaprobaba la nivelación por el ejército y por los diggers predicando un carácter anti-belicista en el no uso de las armas y un desprecio a la guerra: «No por las armas; nosotros (santamente) desdeñamos hacer la guerra por cualquier cosa; preferimos estar borrachos perdidos todos los días de la semana y yacer con putas en el mercado», también declaraba que los gobernantes deben doblegarse ante los miserables y ponerlos en libertad: «No te desentiendas de tu propia carne, de un inválido, un vagabundo, un pordiosero, […] un putañero, un ladrón, etc., ellos son tu propia carne». Predicaba lo común y despreciaba a los altos rangos y a los ricos por su opulencia: «Gemid, gemid, vosotros los nobles, gemid hombres honorables, gemid vosotros los ricos por las miserias que os amenazan […] Comeremos nuestro pan unidos a la sencillez del corazón, partiremos el pan casa por casa. La verdadera comunión entre los hombres consiste en tener todas las cosas en común y no decir nada de lo que uno tiene es de su propiedad». El parlamento condenó su obra Fiery flying rolls, en 1650; lo hicieron retractarse de la inexistencia del pecado, de la inexistencia de Dios, lo hicieron admitir que el adulterio, la obscenidad y la fornicación eran pecados, aunque él voluntariamente decía que los mayores pecados eran el orgullo, la codicia, la hipocresía, la opresión, la tiranía, la crueldad y el desprecio a los pobres. En su obra póstuma A carácter as a true Christian, declaraba: «el Señor bendice mal y bien».
Otro representante fue Lawrence Clarkson, criado por puritanos, se hizo predicador de la salvación universal. Fue sofista pues predicó un tiempo por dinero en todos los credos, luego se unió a los levellers donde publicó A general charge or impeachment of high treason, in the name of justice equity, against the communaty of England denunciando que los opresores son la nobleza y los oprimidos el pueblo llano, él se preguntaba: «¿No habéis elegido a los opresores para que os rediman de la opresión? En la mayor parte de la nobleza y de la gentry es naturalmente innato […] juzgar a los pobres como necios y a ellos mismos como sabios, y, por consiguiente, cuando vosotros, el pueblo llano, reclamáis un Parlamento, ellos están seguros de que deben ser elegidos los que son más nobles y más ricos […] Vuestra esclavitud es su libertad, vuestra pobreza es su prosperidad […] La paz es su ruina, […] se enriquecen con la guerra. La paz es su guerra, la paz es su pobreza». Como ranter predicaba que Dios existe en todas las cosas materiales que tienen vida y los actos de todo cuerpo vivo no son pecaminosos ya que proceden de Dios: «no existen en Dios actos tales como la embriaguez, el adulterio y el robo […] el pecado tiene su concepción solamente en la imaginación […] Cuando haces un acto, sea el que sea, en luz y amor, es claro y hermoso, aunque ese acto sea llamado adulterio […] No importa lo que digan las escrituras, los santos o las iglesias; si el que está en tu interior no te condena, no serás condenado». Cosas más aberrantes decían Lutero y Calvino. Clarkson afirmaba que mientras un acto se juzgue puro para uno no hay pecado: «De manera que veo lo que puedo, hago lo que quiero, y todo menos una cosa es de lo grato y atractivo […] Sin acción no hay vida, sin vida no hay perfección». Fue detenido negándose al interrogatorio, sentenciado al destierro, pero se retracto y recupero su libertad. Con el tiempo se hizo simpatizante del muggletonismo.
Joseph Salmon también perteneció a los ranters, en su folleto Anti-Christ in man hacia apología de que el espíritu del anticristo estaba en todos nosotros: «No necesitas ir a Roma, Canterbury o Westminster, sino que puedes encontrar en ti al Anticristo, negando que Jesucristo se ha encarnado en ti. […] Tu corazón es ese templo de Dios donde se sienta esa gran Ramera. La Ramera se muestra en la plegaria, en el ayuno, en todos los mandamientos exteriores y en todas las formas de culto». Frecuentemente el anticristo era toda aquella persona mediadora entre Cristo y el hombre. En su obra A rout a rout, dirigida a soldados considerados inferiores de rango y condición, establecía que al que no quiera deponer sus armas está condenado a las tinieblas pues con el aniquilamiento del poder militar Dios morirá con él: «El Señor morirá con él, en él (o más bien de él y por él), y con su muerte destruirá más de lo que vosotros habéis construido en todo el curso de vuestras vidas». En su arresto, en 1650, desde su prisión predicaba a multitudes en las calles. Se acabó retractando en su texto Heights in depths and depths in heights. Emigro a Barbados en 1682 donde organizó una congregación anabaptista.
Por último, Jacob Bauthumley de oficio zapatero, publicó The light and dark sides of God, en 1650. En su texto exponía sus ideas panteístas: «Toda flor o hierba del campo, por pequeña que sea, es lo que es porque existe el ser divino, y en la medida en que se aparta de él se convierte en nada, y así hoy está vestida de Dios y mañana es arrojada al horno. […] Dios habita real y sustancialmente tanto en la carne de los hombres y animales como en el hombre Cristo». A su vez, también explicaba que la Biblia hablaba en alegorías no en verdades que uno debe regirse por la mente de Dios en nosotros mismos. John Milton, autor del Paraíso perdido fue influenciado por este ranter. Gracias a sus ideas le fue perforada la lengua, aunque fue bibliotecario respetado el resto de sus días.
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Como hemos visto, los ranters no hacían gala de mártires, se retractaban cuando se encontraban en peligro de muerte. Sin embargo, es importante rescatarlos porque nos dan pauta para el estudio de las sociedades populares en la Inglaterra de las guerras civiles, pues no sólo son un grupo desinhibido, sino que aportan a la cultura grandes claves, una de ellas es la influencia milenarista y anabaptista que recuperan las multitudes; otra es la férrea batalla de pensamiento que permite estimular el escepticismo como crítica a las instituciones eclesiásticas y monárquicas; una más es la emergencia del panteísmo como suceso popular y del que quizá se puede leer a Spinoza a partir de ellos; también es clave para ver que uno de los primeros críticos de la ética protestante en la modernidad fueron las colectividades populares de los ranters, los diggers, los seekers y los levellers; además hay que preguntarse por el nexo que tenían estos grupos herejes con el libertinaje erudito de la época y por último ver hasta qué punto los ranters y los diggers forman parte de la genealogía del anarquismo.