LOS RANTERS: EXTREMISMO POPULAR EN LA ANTESALA DE LA REVOLUCIÓN INGLESA

Hablar de los movimientos sociales clandestinos ha sido una pugna intelectual por la preservación de la memoria de aquellos personajes o sucesos culturales que fraguan las grandes revoluciones y a las que se ha silenciado por conveniencia estatal o de algún poder dominante. Reivindicarlos es necesario porque ayudan a comprender parte de nuestras luchas civiles por libertad de pensamiento, como es el caso del pensamiento libertino en el siglo XVIII o de los Ranters y otros grupos en el XVII. La emergencia de este tipo de movimientos suele ir a contracorriente de lo que se enseña en las aulas universitarias; ya que reclama la parte popular de la historia cultural y social, exigiendo la pertinencia de la sociedad organizada y no el exaltamiento de figuras de autoridad, ayudando a desujetar al pensamiento de la figura de una autoría y forjarse una autoría a muchas voces: una creación colectiva. Esta desujeción de las autorías nos obliga a repensar nuevos modos de estudio para llegar a entender ese pensamiento colectivo, meditando sobre el modus operandi de las prácticas, los discursos y las imaginaciones en determinadas épocas.

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La primera vez que llegue a oír de los Ranters fue casi por un murmullo, gracias a un librito, El libro de la disidencia (2012), que compilaba sucesos de disidencias en la historia de la humanidad. La época de los Ranters era la escena convulsa del Commonwealth, la comunidad de Inglaterra que gobernó Irlanda y Escocia de 1649 a 1660 y cuyo régimen fue democrático, antes de la reinstauración de la monarquía de los Estuardo. En este periodo de apertura de libertad política y religiosa se guillotinó al rey Carlos I a la llegada de Cromwell, por las pugnas entre el Rey y el Parlamento sobre la moderación del poder absoluto, la turbulencia religiosa entre catolicismo y protestantismo y el aumento de impuestos por parte de la realeza. Entre el sector popular había varias sectas protestantes tildadas de heréticas por la iglesia oficial del lugar; así surgieron los levellers (niveladores), los diggers (cavadores) y los ranters (delirantes). Había otros grupos como los seekers (buscadores), los miembros de la Quinta Monarquía, los cuáqueros, baptistas y muggletonistas que buscaban dar soluciones al problema económico y social de su tiempo desde el interior de la revuelta. Para darse una idea, no está de más ver la miniserie La puta del diablo, de Peter Flannery (2008).

La revolución inglesa era una revuelta burguesa contra la monarquía y se ve entre los representantes de los grupos políticos, buscando espacios de consolidación institucional para llevar a cabo sus proyectos. La historia explica que la revolución que ganó fue la de los propietarios la cual fue fundada en la ética puritana protestante, pero poco nos dice de la revolución intestina que se produjo en la colectividad tratando de imponer un orden comunal y democrático más allá de las instituciones. Tal fue el caso de la revolución de los levellers, caracterizados por nivelar derechos constitucionales a todos los ciudadanos mediante reformas políticas buscando la igualdad de derecho ante la ley, el erradicamiento de la Cámara de los lores o de la nobleza, el Estado secular y la libertad religiosa. Por otra parte, los diggers, que tendían a un comunalismo agrario, el cual ponía de cabeza la noción de propiedad del régimen, dicha idea estaba influenciada por su pensamiento religioso al decir que el fundamento de la propiedad engendraba la desigualdad; a ellos le debemos el dicho que los socialistas hacen suyo: “A cada uno según sus necesidades”, proponiendo un orden social sin propiedad ni salarios. Y los ranters que hacían práctico el panteísmo, negando a la Iglesia, a las escrituras o cualquier intermediador entre la divinidad con las personas; para ellos la comunicación con Dios es personal, reafirmaban la libertad del individuo y la reivindicación de una ética hedonista. Estos grupos y otros más cuestionaron las instituciones políticas y sociales, los valores jerárquicos y las creencias tradicionales, trasmutando en un corto periodo el imaginario civil de Inglaterra y llevando al declive a la monarquía para instaurar la única República de la historia inglesa.

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Hablar de los ranters es hablar de la continuación de los resquicios de las tradiciones heréticas que sobrevivieron clandestinamente a la hegemonía dominante de la Reforma y que brotaron nuevamente modificadas en el siglo XVII. Como todo pensamiento radical, el testimonio de sus detractores nos arroja datos sobre lo que fue dicho movimiento popular, se dice que el mismo término rant fue un adjetivo despectivo para nombrar aquellos personajes de la secta que eran “personas licenciosas y que tenían un espíritu delirante”, además de ser antinominalistas y panteístas. En esa época fluctuaba el escepticismo popular en cuanto a la verdadera religión, muchas personas pertenecientes a un grupo con frecuencia se cambiaban a otro, de ahí que muchos diggers se pasaran al bando ranter o algún otro grupo popular. Sin embargo, sus influencias parecen ser comunes en cuanto a la continuación de las ideas de la contra-reforma de grupos como los anabaptistas que predicaban que los infantes no deben ser bautizados, sino que el bautismo debe ser un acto voluntario de la vida adulta, la negación del pago del diezmo, la negación del juramento a las ceremonias religiosas y la promulgación de un igualitarismo extremo negando el derecho de propiedad privada; por su parte, los familistas, miembros de la Familia del Amor que predicaban que en la tierra se podía alcanzar la perfección de Cristo, creían que todas las cosas vienen de la naturaleza y que el espíritu de Dios se encuentra en el interior de las personas no en las instituciones eclesiásticas; y los miembros de la Familia del Monte que reprobaban la oración y negaban la resurrección del cuerpo, ponían en cuestión la existencia de la vida fuera de esta vida y del paraíso como del infierno, dichos grupos familistas eran una derivación del grupo de los lolardos. Estos eran caracterizados por ser principalmente campesinos, artesanos y comerciantes, población móvil itinerante, que andaban peregrinando al más puro estilo de los profetas evangélicos. Ellos se consideraban hombres sin amo y desafiaban a la Iglesia oficial. Frecuentemente emigraban y en las ciudades sus simpatizantes organizaban comunidades hospitalarias que los acogían ayudando a los pobres. Estos grupos populares de la mendicidad fueron los iniciadores de la secularización del Estado y portavoces de la libertad de pensamiento que en los siglos XVII y XVIII cobrarán fuerte relevancia ya que fueron el fuego que prendió la mecha a todo pensamiento anticlerical y muchas veces hedonista.

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La vox populi decía que los ranters no tenían dirigente, pero si simpatizantes. Entre sus antagonistas se afirmaba que de todos los grupos subterráneos eran los más radicales ya que llegaron a interiorizar el familismo que degeneró en un panteísmo declarado. Probablemente este pensamiento popular tuvo cierta influencia en Spinoza aunque aún no podemos comprobarlo del todo. Entre sus simpatizantes se dirigían principalmente a los pobres, a los desdichados, a los humildes. En su ideario se afirmaba que el domingo no tenía importancia, todos los días podían ser días de descanso; creían que Dios no tenía intermediario y que la Biblia era letra muerta, que la verdadera palabra era la de Cristo incrustada en el corazón de cada una de las personas; que el Cristo histórico, los mandamientos y las sagradas escrituras eran una maldición; que el pecado se ha acabado, ya que Cristo vive en los individuos y Cristo no puede ser pecador, por lo tanto, ellos son Dios ya que Cristo vive en ellos; incluso al modo cínico imitaban a Diógenes saliendo a las afueras de la ciudad con una vela para buscar sus pecados a plena luz del día, al no encontrarlos daban fe de no haber cometido actos impuros; también decían que al no existir el pecado los actos de adulterio, robo, embriaguez, blasfemia no eran malos; que los ministros de la Iglesia son inútiles ya que no hay intermediario entre Dios y los hombres; pregonaban que su voluntad era la voluntad de Dios; incluso algunos  llegaban a negar la existencia de Dios y de los ángeles.

            En las navidades cantaban:

Ellos hablan de Dios; creedlo, compañeros / No existe tal espantajo; todo fue hecho por la Naturaleza. / Sabemos que todo proviene de la nada, y volverá / Al mismo estado en que una vez estuvo. / Gracias al poder de la Naturaleza; y mienten crasamente / Quienes dicen que existen esperanzas de inmortalidad. / Cuando puedan explicarnos qué es un alma, entonces / Nos adheriremos a esos locos chiflados.

A.A.V.V., El libro de la disidencia. De Espartaco al lanzador de zapatos de Bagdad, pp. 45-46.

Sus testimonios afirman que a menudo se les podía ver en los ágapes comunitarios en tabernas cantando canciones blasfemas con la tonada de los salmos, bebiendo alcohol y fumando para avivar el espíritu. Entre sus vestigios se cuenta que uno de sus simpatizantes partía un pedazo de carne de vaca diciendo: “Esta es la carne de Cristo, tomad y comed”, otro vertiendo una jarra de cerveza en la chimenea declaraba: “Esta es la sangre de Cristo”. Frecuentemente a la taberna le llamaban a la casa de Dios y mencionaban que el vino era la divinidad. Uno de sus detractores expresaba: “Son los más alegres de todos los demonios para improvisar canciones lascivas […] para los brindis, la música, la obscenidad descarada y el baile”. El espíritu festivo y burlesco de los ranters hace recordar a los goliardos medievales por sus festividades del vino y la carne, se reían de las exhortaciones sobre la sobriedad. Los herejes ingleses sostenían: “Mi espíritu habita con Dios, cena con él, en él, se alimenta de él, con él, en él. Mi humanidad habitará con la humanidad, cenará con la humanidad, comerá con la humanidad, y ¿por qué no (si es necesario) con los taberneros y las rameras?”, afirmando un amor universal a toda la creación. Su parresía hizo de la blasfemia la expresión de la libertad respecto a las restricciones morales y legales de la época ya que desafiaban a Dios, la clase media y la ética puritana. A menudo entre la clase alta una blasfemia no se castigaba, pero para las clases bajas la blasfemia era multada y coercionada. Por ello, vieron en la blasfemia un instrumento para la proclamación de la igualdad de palabra con la clase alta, al mismo tiempo que una rebelión contra las pautas de conducta de la clase media puritana y una crítica de la irreligiosidad aristocrática. 

            Su panteísmo materialista fue la negación del dualismo que separa a Dios de los cielos con los hombres pecadores de la tierra, ellos afirmaban: “Dios no es el gran supervisor: es un miembro de la comunidad de mi única carne, de mi única materia. El mundo no es un valle de lágrimas que haya que soportar en espera de nuestra recompensa en el futuro. La materia es buena porque vivimos aquí y ahora”. Para ellos Dios era sinónimo de mundo natural.

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Algunos personajes a los que sus denostadores identificaban como ranters fueron: Abiezer Coppe, que fue predicador y autor de Some sweet sips of some spirituall wine, seguido de Fiery flying rolls. Coppe desaprobaba la nivelación por el ejército y por los diggers predicando un carácter anti-belicista en el no uso de las armas y un desprecio a la guerra: «No por las armas; nosotros (santamente) desdeñamos hacer la guerra por cualquier cosa; preferimos estar borrachos perdidos todos los días de la semana y yacer con putas en el mercado», también declaraba que los gobernantes deben doblegarse ante los miserables y ponerlos en libertad: «No te desentiendas de tu propia carne, de un inválido, un vagabundo, un pordiosero, […] un putañero, un ladrón, etc., ellos son tu propia carne». Predicaba lo común y despreciaba a los altos rangos y a los ricos por su opulencia: «Gemid, gemid, vosotros los nobles, gemid hombres honorables, gemid vosotros los ricos por las miserias que os amenazan […] Comeremos nuestro pan unidos a la sencillez del corazón, partiremos el pan casa por casa. La verdadera comunión entre los hombres consiste en tener todas las cosas en común y no decir nada de lo que uno tiene es de su propiedad». El parlamento condenó su obra Fiery flying rolls, en 1650; lo hicieron retractarse de la inexistencia del pecado, de la inexistencia de Dios, lo hicieron admitir que el adulterio, la obscenidad y la fornicación eran pecados, aunque él voluntariamente decía que los mayores pecados eran el orgullo, la codicia, la hipocresía, la opresión, la tiranía, la crueldad y el desprecio a los pobres. En su obra póstuma A carácter as a true Christian, declaraba: «el Señor bendice mal y bien».

            Otro representante fue Lawrence Clarkson, criado por puritanos, se hizo predicador de la salvación universal. Fue sofista pues predicó un tiempo por dinero en todos los credos, luego se unió a los levellers donde publicó A general charge or impeachment of high treason, in the name of justice equity, against the communaty of England denunciando que los opresores son la nobleza y los oprimidos el pueblo llano, él se preguntaba: «¿No habéis elegido a los opresores para que os rediman de la opresión? En la mayor parte de la nobleza y de la gentry es naturalmente innato […] juzgar a los pobres como necios y a ellos mismos como sabios, y, por consiguiente, cuando vosotros, el pueblo llano, reclamáis un Parlamento, ellos están seguros de que deben ser elegidos los que son más nobles y más ricos […] Vuestra esclavitud es su libertad, vuestra pobreza es su prosperidad […] La paz es su ruina, […] se enriquecen con la guerra. La paz es su guerra, la paz es su pobreza». Como ranter predicaba que Dios existe en todas las cosas materiales que tienen vida y los actos de todo cuerpo vivo no son pecaminosos ya que proceden de Dios: «no existen en Dios actos tales como la embriaguez, el adulterio y el robo […] el pecado tiene su concepción solamente en la imaginación […] Cuando haces un acto, sea el que sea, en luz y amor, es claro y hermoso, aunque ese acto sea llamado adulterio […] No importa lo que digan las escrituras, los santos o las iglesias; si el que está en tu interior no te condena, no serás condenado». Cosas más aberrantes decían Lutero y Calvino. Clarkson afirmaba que mientras un acto se juzgue puro para uno no hay pecado: «De manera que veo lo que puedo, hago lo que quiero, y todo menos una cosa es de lo grato y atractivo […] Sin acción no hay vida, sin vida no hay perfección». Fue detenido negándose al interrogatorio, sentenciado al destierro, pero se retracto y recupero su libertad. Con el tiempo se hizo simpatizante del muggletonismo.

            Joseph Salmon también perteneció a los ranters, en su folleto Anti-Christ in man hacia apología de que el espíritu del anticristo estaba en todos nosotros: «No necesitas ir a Roma, Canterbury o Westminster, sino que puedes encontrar en ti al Anticristo, negando que Jesucristo se ha encarnado en ti. […] Tu corazón es ese templo de Dios donde se sienta esa gran Ramera. La Ramera se muestra en la plegaria, en el ayuno, en todos los mandamientos exteriores y en todas las formas de culto». Frecuentemente el anticristo era toda aquella persona mediadora entre Cristo y el hombre. En su obra A rout a rout, dirigida a soldados considerados inferiores de rango y condición, establecía que al que no quiera deponer sus armas está condenado a las tinieblas pues con el aniquilamiento del poder militar Dios morirá con él: «El Señor morirá con él, en él (o más bien de él y por él), y con su muerte destruirá más de lo que vosotros habéis construido en todo el curso de vuestras vidas». En su arresto, en 1650, desde su prisión predicaba a multitudes en las calles. Se acabó retractando en su texto Heights in depths and depths in heights. Emigro a Barbados en 1682 donde organizó una congregación anabaptista.

            Por último, Jacob Bauthumley de oficio zapatero, publicó The light and dark sides of God, en 1650. En su texto exponía sus ideas panteístas: «Toda flor o hierba del campo, por pequeña que sea, es lo que es porque existe el ser divino, y en la medida en que se aparta de él se convierte en nada, y así hoy está vestida de Dios y mañana es arrojada al horno. […] Dios habita real y sustancialmente tanto en la carne de los hombres y animales como en el hombre Cristo». A su vez, también explicaba que la Biblia hablaba en alegorías no en verdades que uno debe regirse por la mente de Dios en nosotros mismos. John Milton, autor del Paraíso perdido fue influenciado por este ranter. Gracias a sus ideas le fue perforada la lengua, aunque fue bibliotecario respetado el resto de sus días.

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Como hemos visto, los ranters no hacían gala de mártires, se retractaban cuando se encontraban en peligro de muerte. Sin embargo, es importante rescatarlos porque nos dan pauta para el estudio de las sociedades populares en la Inglaterra de las guerras civiles, pues no sólo son un grupo desinhibido, sino que aportan a la cultura grandes claves, una de ellas es la influencia milenarista y anabaptista que recuperan las multitudes; otra es la férrea batalla de pensamiento que permite estimular el escepticismo como crítica a las instituciones eclesiásticas y monárquicas; una más es la emergencia del panteísmo como suceso popular y del que quizá se puede leer a Spinoza a partir de ellos; también es clave para ver que uno de los primeros críticos de la ética protestante en la modernidad fueron las colectividades populares de los ranters, los diggers, los seekers y los levellers; además hay que preguntarse por el nexo que tenían estos grupos herejes con el libertinaje erudito de la época y por último ver hasta qué punto los ranters y los diggers forman parte de la genealogía del anarquismo.

IN MEMORIAN

Pangea, enero de 2022.

Apreciado amigo Tobi:

Si estás leyendo esta carta, quiere decir que el medio de comunicación que elegí para nuestra correspondencia, entre el más acá y el más allá, el ensueño, realmente funciona. Y es que, desde hace un año que regresaste a ese lugar anárquico —que todo implosiona, renueva y crea, el Cosmos—, aún sentimos tu presencia. Todos los que convivimos directa e indirectamente contigo llevamos un cachito de Tobi, no sólo del militante anarquista que eras, sino de la calidez humana que te caracterizaba. 

Recuerdo muy bien cuando te conocí; yo por entonces estaba finalizando mis estudios en filosofía. Un día, por casualidad, me encontré con una nota que hablaba de una Biblioteca Anarquista en pleno corazón de la Ciudad de México; me puse a investigar, encontré la dirección y acudí al lugar, pero el vigilante me dijo que hace años que ya eran oficinas de una radiodifusora. Como era sábado, recordé, por instinto, que en el tianguis del Chopo había un lugar donde se intercambia el anarquismo en fanzines, así que fui directamente ahí; para mi sorpresa, pregunté a dos vendedores del lugar sobre qué había pasado con la Biblioteca Social Reconstruir y nadie sabía; luego, con la tercera persona a la que acudí, un vendedor de estoperoles, tuve mejor suerte, pues me dijo: —¿Buscas al Tobi? Es ese carnal de allá; pregúntale a él. —Señalándote a ti en un puesto al ras de piso donde se vendían discos, pegatinas y fanzines. Si mi memoria no falla, estabas hablando con unos punks. Cuando te desocupaste, pregunté: —¿Tú eres el Tobi? Estoy investigando sobre la Biblioteca Social Reconstruir. Según esto, encontré en internet que estaba por Bellas Artes; fui, pero me dijeron que se habían movido. ¿Me podrías dar algún dato sobre su localización? —Y tú me respondiste: —Sí carnal, va haber la reapertura en quince días; estamos en la Raza. Ahí si quieres, le puedes caer y ayudarnos a pintar; apenas vamos a reabrir. —Me proporcionaste la dirección en una propaganda, nos despedimos y deambulé un rato por el tianguis, hasta que regresé a mi hogar. 

En el día de la reapertura de la biblioteca, llegamos un compa y yo. Estaba lleno de punks y cámaras, pero entramos como pudimos. Al entrar al edificio, vimos la pequeña biblioteca en el primer piso y un comedor al final; en el segundo piso, el auditorio; había más pisos, pero sólo exploramos hasta ahí. Hasta la fecha, no he ido más arriba. Me sorprendió que, pese al escándalo del auditorio, varios jóvenes estaban ya leyendo, consultando el material de la biblio desde ese momento. También me maravilló que la estantería fuera abierta, le decía a mi valedor que era mucha confianza dejar estanterías abiertas cuando quizá se puedan robar los libros por la cantidad de gente que visitaba el espacio; a lo que un señor, que ya es amigo mío, el Kiko, me aclaro lo siguiente: —Es porque tenemos la confianza en nuestros amigos. Aquí se respeta el apoyo mutuo; por eso sabemos que no nos expropiarán los libros. —Tenía mucha razón, sobre todo porque esa mutualidad forma el carácter y mina las relaciones entre el autoritarismo de las bibliotecas oficiales que crean todo un mecanismo de credencialización y control de lo que consultas. Abrimos uno que otro libro, encontrando libros que yo buscaba desde hace tiempo, como el Esbozo de una moral sin obligación ni sanción, de Jean-Marie Guyau; muchas revistas ácratas; libros sobre diferentes corrientes en la historia del anarquismo; y materiales afines: marxistas, personalistas y de literatura en general. Yo, con mi curiosidad inquieta, me quedé emocionado por consultar todos esos materiales. Me fui a mi casa sin saber quien era el bibliotecario, yo no sabía que era el Kiko ni tú, Tobi. 

A la semana siguiente, empecé a ir diario a pesar de mis responsabilidades, como las entregas de proyecto de tesis. Llegué a la Biblioteca temprano; se leía desde afuera en letras blancas y negras: «Libertad y no violencia». Al entrar, colgada en la pared, una foto de Ricardo Mestre: el catalán exiliado de España por sus ideas anarquistas; fundador de la Biblioteca Social Reconstruir, que junto a algunos de sus compañeros de lucha estableció una biblioteca ácrata en plena capital de México. Ésta se convirtió en referencia obligada de todo rebelde. También entre sus visitantes en los ochentas estuvieron Octavio Paz, Enrique Krauze, Alain Derbez y Gabriel Zaid. Mestre fue difusor del anarquismo en México, editó a Rudolf Rocker, Cappelletti y Clastres. Fundó la Editorial Minerva, hoy extinta. Su esposa, Silvia Mistral, fue escritora de libros infantiles. Me acuerdo que en unas charlas entre amigos, recordando a Mestre, tú me enseñaste una foto de cuando él fue al puerto de Veracruz a recoger a Simon Radowitzky, a su vez nos contabas tus vivencias con él y lo que te decía de la Guerra Civil española. 

Pero ya me desvié del tema. Recuerdo que una vez, pasada la reapertura, sólo estabas tú y el Kiko. Era temprano. Llegué, saludé, puse mis cosas en la mesa y me preguntaste si venía a consultar el material; yo dije que sí. Así de sencillo, me abriste las puertas al acervo anarquista y a la fraternidad que sólo puede existir entre iguales. 

Con la constancia de mis idas a la biblioteca, me preguntaste si buscaba algo en especial; yo te dije que sí, que buscaba anarquismo individualista, sobre todo material relacionado con las influencias stirnerianas, tú me pusiste en las manos el libro de Gímenez Igualada titulado Anarquismo. Con el tiempo y el frío, recuerdo que tú y el Kiko tomaban café en la parte trasera donde una señora puso su negocio de terapias y que luego quedó deshabitado; ese día me llamaron, me invitaron café y me preguntaron por qué buscaba material individualista, si acaso pertenecía a algún colectivo o por qué esa inquietud. Yo contesté que era herencia de mis lecturas de Stirner en la universidad. Se sorprendieron de que ese autor se viera en la currícula universitaria, a lo que agregué que no pertenecía a ningún colectivo, sino que era inquietud mía. Aunque también expliqué que andaba haciendo una tesis sobre libertinos y que tenía la sospecha de que este pensamiento influyó en los anarquistas; lo cual es cierto. Desde esa charla de café, me abrieron tú y Kiko una amistad que valoro como ninguna otra. Con el paso del tiempo, fuimos dialogando sobre las diferentes perspectivas del anarquismo. Recuerdo que tú me dijiste: —Primero por el principio, no vas a entender nada si empiezas con anarquistas contemporáneos, varías ideas que ellos reafirman ya las habían dicho los clásicos del anarquismo, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, así que como las escuelas clásicas es bueno empezar leyendo a los clásicos para tener una base. —Fue tu primera enseñanza teórica en cuanto al pensamiento anarquista, el cual seguí con gusto y que me ha servido para el estudio de dicho pensamiento hasta la fecha. 

Desde que te conocí, te gustaba el estoicismo y tu filósofo favorito era Séneca. De hecho, eres el único estoico en la vida real que conozco. Tu serenidad, prudencia y tus recomendaciones sobre el escribir breve todavía las llevo como enseñanza tuya. También cierta culpa de esto la tiene Cappelletti, que en las charlas sobre los clásicos siempre era evocado. Me acuerdo que comentabas como una vez llegó a la Biblioteca con Mestre y no te tomaste la foto, que era un señorón riguroso en la lógica y muy formal de carácter. También recuerdo cuando dijimos que en la biblioteca nos parecíamos al helenismo, había estoicos y punks epicúreos, y que yo era una clase de cínico con mezclas cirenaicas. En cuanto te afirmaba cosas como: «un sabio dijo…», tú replicabas: —En realidad no hay sabios, aquella persona que se dice sabio es solamente una persona que ha leído o vivido otras cosas diferentes a las que tú has leído. Quizá tú le parezcas sabio a esa misma persona cuando cuentas las cosas que te interesan y que él no sabe. Esa idea del sabio como forma de autoridad sobre el que no sabe fue minada en esa charla para establecer mutualidades del conocimiento. 

Más allá de nuestras evocaciones históricas y teóricas, y las solemnidades me quedo con el Tobi riente, el bromista, el que contaba chistes a cada rato, el que se carcajeaba de las cotidianidades de sus amigos, por ejemplo, de las fidelidades del Casanova Kabo cuando era punk, o del libertino cristiano mío. Hasta recuerdo que te reíste cuando te conté por ahí que un compa decía que te parecías al jefe Gorgori por tu físico. También evoco tus invitaciones a comer con los compañeros del sindicato o cuando íbamos a los tacos y qué decir de toda la banda que conocí cuando hacías reunión de fin de año y las que llegaban mientras estábamos en la biblioteca. Todas esas personas que conocí como el Kabo, el Kiko, Magui, Iván, Omar, entre otros; son parte de esa compañía cotidiana tuya. Qué decir de los extranjeros que venían o de las pláticas esporádicas de los visitantes. Tengo en mente cuando un grupo de peruanos de la organización por la liberalización del LGTB, escucharon mi texto del silencio, que había preparado a botepronto en el taller de crónica con Belarmino, o cuando el Brayant —un compañero estadounidense— estaba buscando un lugar de estancia para su doctorado en el D.F. Qué decir de las personalidades que conocí vivencialmente por la estancia en la biblioteca: Miguel Amorós, teórico anarquista del anti-industrialismo; Claudio Albertani, un situacionista; Carlos Díaz, un teórico del personalismo; Francisco Pineda, historiador del zapatismo; y hasta Paco Ignacio Taibo II.  Por ti, también conocí el lugar de conciertos de los jóvenes que van a fiestas: el Multi-foro Alicia. 

Si me preguntasen ahora, ¿qué fue el Tobi en tu vida? Contestaría: la anarquía cotidiana, un confidente, el movimiento de las ideas anarquistas, el estoico sindicalista, el bibliotecario ryneriano, el libertario que fue a mi examen profesional, un ejemplo de utopía encarnada, un incitador de la mutualidad. 

Dicen por ahí que un anarquista no se dedica a una sola cosa, sino que es polifacético y bien lo creo. Tú fuiste impresor, vendedor de ropa, sindicalista, bibliotecario, amigo del desdichado, tallerista, inspiración y ahora eres polvo anárquico cósmico. 

Un abrazo fraterno hasta donde quiera que andes, amigo libertario. Me hubiera gustado conocer tu faceta como punk, pero te me adelantaste… 

¡Sonrisa, un mundo nuevo y viva la anarquía!

M*** W***

¿SERÁ QUE STIRNER INFLUYÓ EN EL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE?

En la década de los cuarenta, años en los que a Nietzsche le habría gustado vivir, según confesó a un amigo, hubo un autor que se alzó contra los maquinistas de la lógica histórica y naturalista, y que había escrito sobre el espíritu libre y vivo: «Sabe que el hombre se comporta en forma religiosa o creyente no sólo en relación con Dios, sino también en relación con otras ideas, como el derecho, el Estado, la ley, etcétera, es decir, reconoce las ideas fijas por doquier. Y así quiere disolver el pensamiento a través del pensamiento» (Stirner, 164). Estamos recordando aquí a un provocador filosófico que ya antes de Nietzsche experimentaba con el pensamiento de la inversión, y había formulado su protesta anarquista contra la supuesta lógica férrea de la naturaleza, la historia y la sociedad en una obra que había aparecido el año anterior al nacimiento de Nietzsche. Johann Caspar Schmidt, profesor en el Centro de Educación de Señoritas de Berlín, publicó en 1844, bajo el pseudónimo de Max Stirner, su obra El único y su propiedad, un libro que entonces llamó mucho la atención. Por su radicalidad individual y anarquista, los ambientes normales de la filosofía e incluso los disidentes rechazaron oficialmente la obra como escandalosa y desatinada.

Pero en privado muchos estaban fascinados por su autor. Marx se sintió incitado a escribir una crítica de esta obra, una crítica que alcanzó unas dimensiones superiores al libro criticado, y que al final no fue publicada. Feuerbach escribió a su hermano que Stirner era «el escritor más genial y libre que había conocido» (Laska, 49); pero en público no se manifestó sobre este autor. Por lo demás, la callada repercusión de Stirner continuó también más tarde. Husserl habló una vez de su «fuerza seductora», aunque no lo menciona en la propia obra. Carl Schmitt, de joven, estaba profundamente impresionado por Stirner, y en 1947, encontrándose en prisión, se sintió «tentado» de nuevo por él. Georg Simmel se prohíbe a sí mismo el contacto con este «tipo sorprendente de individualismo».

Por lo que se refiere a Nietzsche, parece que se da en él un llamativo silencio. En su obra nunca menciona el nombre de Stirner, pero pocos años después de su derrumbamiento se encendió en Alemania una viva disputa sobre la pregunta de si Nietzsche conoció a Stirner y se dejó impulsar por él. En el debate se vieron implicados, entre otros, Peter Gast, la hermana, Franz Overbeck, amigo de muchos años, y Eduard von Hartmann. Defendieron una posición extrema los que le acusaban de plagio. Hartmann, por ejemplo, argumentaba que Nietzsche había conocido la obra de Stirner, pues en su segunda Intempestiva había criticado exactamente aquellos pasajes de la obra de Hartmann en los que se rechazaba explícitamente la filosofía de Stirner. O sea que, aun cuando sólo fuera por este camino, Nietzsche tenía que conocer a Stirner. Hartmann resalta además el paralelismo de ciertos pensamientos, y plantea entonces la pregunta de por qué Nietzsche, si bien se dejó influir con seguridad por Stirner, sin embargo lo silenció sistemáticamente. La respuesta que entonces parecía obvia la formuló así un contemporáneo:

«Nietzsche habría quedado desacreditado para siempre entre las personas formadas de todo el mundo si hubiera dejado notar algún tipo de simpatía por un burdo y desconsiderado Stirner, que hace alarde de un desnudo egoísmo y anarquismo. De hecho, la escrupulosa censura de Berlín sólo permitió la impresión del libro de Stirner por la razón de que los pensamientos expuestos eran tan exagerados, que nadie iba a estar de acuerdo con ellos» (Rahden, 485).

Dada la mala fama de Stirner, es fácil imaginarse que Nietzsche no quería verse asociado a él ni por un instante. Las investigaciones de Franz Overbeck mostraron que en 1874 Nietzsche prestó a su alumno Baumgartner la obra de Stirner, sacada de la biblioteca de Basilea. ¿Fue esto quizás una medida de precaución, la de dársela anticipadamente a sus alumnos para que estuvieran ya preparados? En todo caso, así recibió el público esta noticia, una interpretación en cuyo apoyo vienen los recuerdos de Ida Overbeck, amiga íntima de Nietzsche en los años setenta. Ésta relata:

«En una ocasión, cuando mi marido había salido [Nietzsche] conversó un ratito conmigo y mencionó a dos elementos que ocupaban su atención y con los que se sentía emparentado. Como en todas las ocasiones en las que adquiría conciencia de una relación interna, se mostraba muy animado y feliz. Un poco después topó con Klinger entre los libros de casa […]. “¡Mira!”, dijo, “con Klinger me he equivocado mucho. Era un filisteo, ¡no!, con él no me siento emparentado. Pero Stirner, ¡ése sí!”. Y al decir esto, un gesto festivo recorrió su cara. Mientras yo me fijaba en sus rasgos con tensión, éstos cambiaron de nuevo, hizo con la mano algo así como un movimiento de ahuyentar y dijo susurrando: “Ahora se lo he dicho a usted, cuando en realidad no quería hablar de esto. Olvídelo de nuevo. Se hablará de un plagio, pero usted no lo hará, ya lo sé”» (Bernoulli, 238).

Ida Overbeck sigue relatando cómo, en presencia de su alumno Baumgartner, Nietzsche designó la obra de Stirner como «la más audaz y consecuente desde Hobbes». Como sabemos, no era un lector paciente, pero a su manera era un lector a fondo. Pocas veces leía enteramente los libros, aunque sí leía en ellos con un instinto certero para aquellos aspectos que eran instructivos y estimulantes. Ida Overbeck relata al respecto:

«Me decía que, cuando leía a un escritor, siempre se sentía afectado solamente por frases breves, con las cuales enlazaba él sus propios pensamientos; y que, sobre las columnas que así se le ofrecían, ponía un nuevo edificio» (Bernoulli, 240).

Pero ¿qué era lo que, por una parte, hacía de Stirner un leproso en la filosofía y, por otra, ejercía el efecto de estimular a Nietzsche o de confirmar su propio pensamiento? Más tarde, Nietzsche coqueteará en su propia obra con el aura de la locura; y en relación con Stirner podía contemplar ya ahora la propia empresa en el espejo de lo proscrito.

[…] La filosofía de Stirner era un grandioso golpe liberador, a veces caprichoso y burlesco. Y era también consecuente en un sentido muy alemán. Sin duda Nietzsche lo experimentó como un golpe liberador cuando tenía que crearse espacio para el propio pensamiento, cuando, por mor de la vitalidad de la vida, reflexionaba sobre el problema del saber y de la verdad, y sobre cómo «el aguijón del saber» había de «invertirse contra la verdad».

Safranski, Rudiger., Nietzsche. Biografía de su pensamiento (epub), Traducción de Raúl Gabás, Barcelona, Tusquets, 2019. p. 142-145 y 149.

GUYAU Y LA VIDA COMO FUNDAMENTO DEL ESPÍRITU

Al contrario de lo que sucede en la historia de la música, no son frecuentes los casos de precocidad en la historia de la filosofía. Sin duda, en los individuos como en los pueblos, el ave de Minerva sólo se deja ver durante el crepúsculo. Jean Marie Guyau constituye, por eso una rarísima excepción. Nacido en 1854 (en Laval, Mayenne), a los diecinueve años escribe un extenso estudio sobre la moral utilitaria, que al año siguiente (1874) recibe el premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia. Muerto en 1888, deja una no breve producción, que comprende algunas obras fundamentales para la historia de la filosofía contemporánea. Aparte de La Morale d’Epicure, y de La Morale anglaise contemporaine (que, junto con la anterior, formaba el estudio premiado por la Academia al cual antes nos hemos referido) publicó: Les problèmes de l’esthétique contemporaine, L’Irreligion de l’avenir, Ver d’un philosophe, L’art au point de vue sociologique, Heredité et education, La Genèse de l’idée de temps y Esquisse d’une morale sans obligation ni sanction. Este último libro, el más original tal vez y el más difundido, representa la culminación de un pensamiento que es, a la vez, claro y complejo, arraigado en la historia y atento al porvenir, abierto y sistemático, fundado en la ciencia y movido por la metafísica.

A Fouillée, padrastro de Guyau, fue posiblemente su mejor maestro, al mismo tiempo que su primer exégeta. La influencia de la teoría de las ideas-fuerzas resulta evidente en toda su obra. Pero la génesis de pensamiento filosófico de Guyau, que el mismo Fouillée analiza con directo conocimiento de causa, se remonta a las solitarias meditaciones de una adolescencia genial y a las apasionadas lecturas de los grandes idealistas, especialmente de Kant y Platón.

Por entonces, concibe el mundo como un complejo de voluntades que laboran en la obra común del bien, luchando con la materia, obstáculo siempre presente, impenetrable alteridad representada por el átomo. Pero el problema del mal, que tanto desvela a los adolescentes  lúcidos como a los metafísicos sinceros, no tarda en ocupar el primer lugar entre sus preocupaciones espirituales. De las diversas soluciones propuestas, la más plausible le parece, primero, la neoplatónica, cuya doctrina de la procesión interpreta, de un modo original, postulando una serie infinita  de mundos que representan o encarnan una infinita serie de perfecciones, lo cual supone que todo lo posible se realiza y que todos los grados del bien llegan alguna vez a la existencia. Más tarde traduce el Manual de Epicteto y se inclina hacia el estoicismo, aunque sin incurrir nunca en el egoísmo de la razón. La influencia de Epicuro, de los utilitaristas ingleses y del evolucionismo biológico se hace patente ya desde la obra premiada por la Academia (A. Fouillée, La morale, l’art et la religión d’apres M. Guyau –París – 1889 p. 2-4). Pero la crítica del hedonismo y del utiitarismo que tras esta vasta exposición obligadamente se plantea lo conduce a lo que el propio Fouillée considera como uno de los principales problemas filosóficos de la época, a saber, el de conciliar, de alguna manera, la idea platónica y cristiana del bien y el imperativo categórico de Kant con la psicología experimental y con el evolucionismo darwiniano. Kant y Platón ―dice el crítico padrastro― resistieron al principio en él el asalto al positivismo y del evolucionismo, pero, después de largas reflexiones, llegó a convencerse  de que la teoría de la evolución constituye, si no toda la moral, por lo menos “la única parte de la moral verdaderamente rigurosa y científica” (Fouillée, op. cit. p. 5). No podía prever, naturalmente, las críticas que a la moral evolucionista, tal como la entendía Huxley, iba a hacer Kropotkin, fundándose precisamente en una interpretación propia de la evolución que, por encima de la lucha por la vida, valoriza el principio de la ayuda mutua (Cfr. P. Kropotkin, Mutual Aid, A factor of Evolution -1902; Ethics . Origin and Development -1924). Menos aún, las que desde el punto de vista más teórico habían de dirigir contra Spencer, Bergson; contra el positivismo, los neo-kantianos; contra el naturalismo, los fenomenólogos. Pero su alerta inteligencia y su agudo sentido crítico le muestran ya tanto las limitaciones del utilitarismo y del evolucionismo como su inexcusable derecho a ser tenidos en cuenta por toda ética contemporánea.

Aun cuando su evolución, según advierte muy bien Fouillée, fue ante todo obra del razonamiento y de la reflexión, es claro que el sentimiento y la emotividad no dejaron de tener en ella cierto papel. Afectado por una progresiva e incurable dolencia, el joven filósofo va perdiendo su fe platónica en la racionalidad del mundo, en el orden secreto de la naturaleza, en la subordinación de la naturaleza a la idea del bien. Aun cuando no cae nunca en el pesimismo de Schopenhauer, tampoco puede compartir ya el optimismo radical de Spinoza o de los idealistas absolutos. La hipótesis más probable, teniendo en cuenta el estado actual de la ciencia, viene a ser, para él, al final de su vida, la del positivismo y el naturalismo, es decir, la de la indiferencia de la naturaleza, a quien el placer y el dolor, la justicia y la injusticia, el bien y el mal le resultan plenamente ajenos.

“Evolución sin principio y sin fin, en la que el pensamiento es un fenómeno precioso y raro, maravilla tanto más efímera cuanto que se empeña en la búsqueda de coyunturas más complejas y en el entrecruzamiento de leyes más sutiles, tal era la concepción del mundo que poco a poco crecía en el espíritu de M. Guyau. Sin duda, esta hipótesis siguió siendo siempre a sus ojos lo que era y nada más, una simple hipótesis, la que traduce exactamente lo que la ciencia positiva nos enseña de la naturaleza, sin que se pueda afirmar que el fondo de las cosas no encierra nada más. No por ello es menos cierto que el mundo inteligible de Platón, en lugar de seguir siendo el mundo real por excelencia, retrocedía de las lejanías del ideal; que el Dios de Platón, al engendrar por la expansión de su bondad “un mundo tan parecido a sí mismo como es posible”, parecía cada vez más  inconciliable con el mundo de la ciencia, en la cual la bondad parece no tener otra importancia que la que le atribuye nuestro corazón” (Fouillée, op. cit. p. 13-14).

En resumen, si la afirmación de la intrínseca bondad del ser de la naturaleza es tan poco demostrable como la contraria, sin embargo, la hipótesis de la indiferencia, que se pone encima de ambas, resulta más probable y verosímil.

Pero si ello es así, si la metafísica no puede brindarnos ya ninguna certeza plena respecto al bien y a la belleza, el filósofo no puede dejar de preguntarse una vez más por el objeto de la voluntad, del amor y de la fe de los hombres en la sociedad futura. Frente a la ciencia que proporciona sólo datos, frente a la metafísica que sólo brinda hipótesis, ¿cuál será el porvenir de la moral, del arte y de la religión?, se pregunta no sin angustia el último y casi moribundo Guyau (Fouillée, op. cit. p. 15)

Ahora bien, para dar respuesta a esta cuestión parte de una única idea que se propone desarrollar hasta sus últimas consecuencias: la idea de la vida. En ella, cree encontrar el principio común de la moral, del arte y de la religión, es decir, de todo el espíritu y de toda la cultura. “Según él ―y ésta es la concepción generatriz de su sistema― la vida bien entendida comprende, en su misma intensidad, un principio de expansión natural, de fecundidad, de generosidad. De aquí extraía esta consecuencia: que la vida reconcilia naturalmente en sí el punto de vista individual y el punto de vista social, cuya oposición más o menos aparente es el escollo de las teorías utilitarias sobre el arte, la moral y la religión” (Fouillée, op. cit. p. 17). Más aún, para Guyau el siglo XVIII puso el acento en el individuo aislado, por su deficiente conocimiento de la materia, de la sociedad y de la vida; al XIX le toca mostrar cómo el individuo está abierto a las influencias del mundo y de los otros individuos, cómo es solidario con los demás hombres, cómo el sistema nervioso no puede concebirse sino como la sede de los fenómenos cuyo principio desborda en absoluto el organismo individual. “Ya que toda vida, al tomar conciencia  de sí misma, se da cuenta de que es indivisiblemente personal y colectiva; lo mismo debe suceder con el propio sentimiento que tenemos de la vida, desde el momento en que ésta se hace en nosotros más intensa y más libre; este sentimiento es el placer. Como la vida, el placer es siempre, por algún lado, social, y lo será cada vez más, por una transformación que no es la menos importante de las que el porvenir prepara para la humanidad. Es la conclusión a la que llega ya La Moral de Epicuro” (Fouillée, op. cit. p. 19).

Es claro que esta idea de la vida, que funda todo un sistema de filosofía y toda una teoría de la cultura, aun cuando basada en una serie de hechos y de conceptos científicos (biológicos, psicológicos, sociológicos, etc.), trasciende con mucho los límites de la ciencia y funda, de hecho, una nueva metafísica de la vida que, por una parte, se desarrolla en Francia hasta dar en la evolución creadora y en el “élan vital” de Bergson, y por otra, pasa la frontera para encontrarse con Nietzsche.

Lo que a primera vista no se comprende es, en cambio, la crítica que contra el individualismo de Guyau dirige un pensador tan afín a él y tan entusiasta de su moral sin obligación ni sanción como es Kropotkin. En efecto, después de adherir en general a su moral del impulso vital, considerándola como la moral apta para el comunismo libertario, no deja de objetarle su falta de preocupación por lo social (Ética, La Moral anarquista). Lo que sucede es que el revolucionario ruso no se conforma con una sociabilidad genérica y abstracta sino que pretende que todo filósofo y todo moralista se comprometa en una concreta crítica de la sociedad individualista y burguesa en la que vivía la Europa de su tiempo. Más que una falta de atención a lo social debería haber señalado tal vez en Guyau, para ser más preciso, una falta de concreción y de compromiso con la causa proletaria y socialista. Pero esto hubiera sido tal vez demasiado pedir, si se piensa que nuestro filósofo había nacido en el seno de una familia de alta clase media y que, para colmo, su estado de salud lo aislaba del mundo y de los conflictos sociales de su época.

La vida es, de todos modos, para Guyau, intima fusión y, casi diríamos, coincidencia de opuestos, entre lo individual y lo social. Lo que en el plano mecánico se excluye, se opone y choca, en el plano de lo viviente se compenetra y unifica. Ahora bien, lo que Guyau se propone es precisamente aplicar este concepto de la vida tanto a la moral como el arte y la religión. En lugar de proponer una destrucción de la moral y una vida más allá del bien y del mal, como Nietzsche hará poco más tarde, Guyau interpreta la moral como la vida en su más alta manifestación, en cuanto es objeto de nuestra voluntad y de nuestro querer. Aun atreviéndose a pronosticar la extinción de todas la iglesias y de todas la religiones existentes, entiende la religión también como una forma de la vida superior, en cuanto ésta es imaginada. Más aun, en vez de hablar de la muerte de los dioses, cual su germánico colega, piensa a la religión como una vida imaginada precisamente con la figura de “una sociedad universal de conciencias”. Lo bello, en fin, no es para él sino la vida superior, en cuanto ésta es inmediatamente captada en su intensidad expansiva, como forma de una actividad inescindiblemente individual y social; nunca, en todo caso, la expresión o el juego de una solitaria genialidad. “En otros términos, el arte, la moral y la metafísica deben elevar la vida individual a la dignidad de una vida colectiva: cuando el arte nos haya dado, bajo una forma intensa, el sentimiento de la vida ya realizada; la moral nos hará querer la vida a realizar, y, en fin, la metafísica, fondo de la religión, nos hará construir hipotéticamente un mundo de vida superior, último objeto de nuestros amores y término de nuestros esfuerzos” (Fouillée, op.cit. p. 20).

En el fondo, esta idea clave de Guyau, la idea de la vida como más-vida, es la idea de la trascendencia y de la libertad, aunque se trate ―claro está― de una trascendencia que se da en el ámbito de la inmanencia y de una libertad limitada por la solidaridad, cuya forma mecánica y lógica es precisamente el determinismo.

Oponiéndose a Hartmann quien, tras los pasos de Schopenhauer, hablaba por entonces sobre la locura del querer vivir y sobre el nirvana, impuesto por la razón como deber lógico, Guyau admite con Spencer que la conducta humana tiene como móvil la vida más intensa y extensa, si bien difiere de él en cuanto al modo de conciliar lo individual con lo social. Por otra parte, reconoce con Fouillée que los positivistas que postulan un incognoscible se equivocan al proscribir toda hipótesis individual al respecto, pero no acepta con él que lo incognoscible pueda proporcionar un principio limitativo y restrictivo de la conducta.

En efecto, para Guyau, los únicos “equivalentes” o “sustitutos” del deber son: ”1°) La conciencia de nuestro poder interior y superior, al cual veremos reducirse prácticamente el deber; 2°) La influencia ejercida por las ideas sobre las acciones; 3°) La creciente fusión de las sensibilidades y el carácter cada vez más social de nuestros placeres o de nuestros dolores; 4°) El amor del riesgo en la acción, cuya importancia hasta aquí desconocida mostraremos; 5°) El amor de la hipótesis metafísica, que es una suerte de riesgo en el pensamiento” (Esquisse d’une morale sans obligation ni sanction – París -1930 p. 6-7).

Una moral basada en la idea de la vida y de la más-vida, en la cual el impulso individual equivale a la libertad y la tendencia social y solidaria al determinismo, una moral en cuyo fundamento mismo quedan superadas las antinomias yo-mundo, egoísmo-altruismo, etc., necesariamente debía presentarse como una moral sin obligación ni sanción propiamente dicha. Y desde el momento en que la sanción sigue siempre a la obligación, debía manifestarse también como una moral sin sanción.  La sanción moral, en efecto, que Guyau distingue de la sanción social, se reduce para él a la expiación, y resulta, en el fondo, inmoral ―si a esto se le pudiera dar todavía el nombre de sanción, cosa que Guyau no acepta― sería el carácter de minusvida, de vida frustrada y limitada que aquella implica.

Después de haber hecho una acertada y fina crítica de los diferentes intentos de justificar metafísicamente la obligación moral, tanto en el dogmatismo metafísico como en las morales de la certeza práctica, de la fe y de la duda, desarrolla Guyau su teoría del móvil moral desde un punto de vista que él considera estrictamente científico y analiza los primeros “equivalentes” del deber.

El móvil de todo acto humano (o animal) no es simplemente, el mínimo dolor y el máximo de placer. Este móvil es evidente, según Guyau, en lo que respecta a los actos conscientes. Pero la conciencia no es sino una manifestación superficial de la vida. Creer que la mayoría de los movimientos humanos parten de la conciencia y que un análisis científico de los resortes de la conducta debe considerar sólo los móviles conscientes constituye una completa ilusión. “Aun los actos que se realizan en plena conciencia de sí tienen, en general, su principio y su origen primero en instintos sordos y movimientos reflejos. La conciencia no es, pues sino un punto luminoso en la gran esfera oscura de la vida; es una pequeña lente que agrupa en algunos rayos de sol y se imagina demasiado que su foco es el foco mismo donde parten los rayos. El resorte natural de la acción, antes de aparecer en la conciencia, debía obrar ya por debajo de ella, en la oscura región de los instintos; el fin constante de la acción debe haber sido positivamente una causa constante de movimientos más o menos inconscientes” (Esquisse p. 87).

Como Hartmann, con su “filosofía del inconsciente”, pero más que él, en cuento intenta atenerse a los datos de la biología y de la psicología empírica, Guyau preanuncia, como puede verse, la teoría freudiana del inconsciente, aunque sin poner el acento en lo sexual. Por otro lado, como Nietzsche, intenta una superación de la moral tradicional, recurriendo a las motivaciones inconscientes y a la vida profunda y espontánea, aunque sin postular un superhombre. Para él, una moral verdaderamente científica debe admitir que la búsqueda del placer no es más que una consecuencia del esfuerzo continuadamente realizado por el instinto para conservar y acrecentar la vida. De tal manera, “el fin que, de hecho, determina toda acción consciente es también la causa que produce toda acción inconsciente: es, pues, la vida misma, la vida que es al mismo tiempo la más intensa y la más variada en sus formas” (Esquisse p. 87).

Aunque sería inútil buscar en Guyau (como en Nietzsche) una estricta definición conceptual de la vida, más allá del “sui motus” aristotélico que sin duda considera enteramente insuficiente, no faltan, por cierto, en sus escritos elocuentes caracterizaciones de la misma: “El motivo subyacente de todas nuestras acciones, la vida, es admitido inclusive por los místicos, pues ellos suponen en general una prolongación de la existencia más allá de este mundo; y la existencia intemporal no es ella misma más que vida concentrada en un punctum stans. La tendencia a perseverar en la vida es la ley necesaria de la vida no solamente en el hombre sino entre todos los seres vivientes, inclusive tal vez en el último átomo del éter, pues la fuerza no es probablemente más  que una abstracción de la vida. Esa tendencia es, sin duda, como el residuo de la conciencia universal, tanto más cuanto que sobrepasa y envuelve a la conciencia misma. Es, pues, a la vez, la más radical de las realidades y el ideal inevitable“ (Esquisse p. 88).

Esta caracterización entusiasta de la vida, que anuncia, a su vez, desde muy cerca, el élan vital de L’evolution creatrice de Bergson, y que, en términos generales parecería conducir a un nuevo panteísmo dinámico fundado en una nueva biología y en la nueva física, no le impide a Guyau definir la parte de la moral fundada exclusivamente en hechos positivos como “la ciencia que tiene por objeto todos los medios de conservar y acrecentar la vida, material e intelectual” (Esquisse p. 88).

Qué quiere decir conservar y, sobre todo, acrecentar la vida, requiere sin duda, alguna explicación. Guyau confiesa que una moral exclusivamente positiva, desde el punto de vista físico y prescindiendo de todos los otros aspectos, apenas se diferencia de una higiene ampliada. Por lo demás, lo que la moral tradicional llamaba “templanza”, y cuyo fin no era otro que el de conservar la vida, tampoco era sino higiene. Acrecentar la vida equivale a acrecentar su intensidad, y ello significa, para Guyau, “acrecentar el dominio de la actividad bajo todas sus formas (en la medida compatible con la reparación de las fuerzas)”. He aquí como explica, a su vez,  el sentido de la actividad y su identificación con el ideal moral: “Los seres inferiores no obran sino en una determinada dirección, luego descansan, se hunden en  una inercia absoluta; por ejemplo, el perro de caza, que se duerme hasta el momento que vuelve de nuevo a cazar. El ser superior, por el contrario, descansa por la variedad de la acción, como un campo por la variedad de las producciones; el fin perseguido en la cultura humana, es, pues, la reducción de lo que se podría llamar los periodos de barbecho a lo estrictamente necesario. Obrar es vivir; obrar más es aumentar la hoguera de la vida interior. El peor de los vicios será, desde este punto de vista, la pereza, la inercia. El ideal moral será la actividad en toda la variedad de sus manifestaciones, al menos de aquellas que no se contrarían entre sí o que no producen una perdida duradera de fuerzas. Para poner un ejemplo, el pensamiento es una de las formas principales de la actividad humana: no como había creído Aristóteles, porque el pensamiento sea acto puro y desligado de toda materia (hipótesis inverificable), sino porque el pensamiento es, por así decirlo, acción condensada y vida en su máximo desarrollo. Lo mismo en cuanto al amor” (Esquisse  p. 89).

Interesa especialmente, para comprender la interpretación que Guyau hace de Epicuro, tener en cuenta la crítica que formula al hedonismo general. Más que rechazar la moral del placer, tiende a superarla, englobándola en un contexto de mayor amplitud y profundidad.

El placer es un estado de conciencia ―dice, queriendo atenerse a la psicología y la fisiología de su época― vinculado al acrecentamiento, físico o intelectual, de la vida. De donde se sigue que acrecentar la intensidad de la vida equivale a acrecentar el placer.

En una moral como que propone Guyau, el hedonismo no tiene por qué ser rechazado; pero subsistirá en segundo plano, más como consecuencia que como principio.

Por otra parte Guyau, criticando a los utilitaristas ingleses, distingue dos clases de placer: el placer superficial y particular (placer de comer, de beber, etc.) y el profundo y general (placer de vivir, de querer, de pensar, etc.). El primero es puramente sensible; el segundo, más profundamente vital, resulta también menos dependiente de las cosas externas y se identifica con la conciencia misma de la vida.

El error de hedonistas y utilitaristas consiste esencialmente, para nuestro autor, en no haber advertido que no siempre obra el hombre en vista de un placer particular sino que muchas veces obra por el placer mismo de obrar, vive por vivir y piensa por pensar (Esquisse  p. 90). Desde un punto de partida que es, o pretende ser  al menos, el mismo que el de los utilitaristas, llega así Guyau a superar el estrecho marco de la moral del interés y a reivindicar como algo inmanente a la vida el desinterés  y la gratuidad de ciertas acciones.

Tampoco es exacto ―añade― que, como creía Epicuro, el placer cree la función, o, en general que el órgano dé origen a la función. Por el contrario, el placer como el órgano procede de la función, y así como al principio el animal no poseía un órgano enteramente acabado así tampoco tenía un placer completamente determinado. El placer, como el órgano, reacciona más tarde sobre la función y el hombre acaba por obrar de un modo determinado porque tiene un órgano desarrollado en tal sentido y porque experimenta placer en marchar en tal dirección. Pero lo primero no es, en todo caso, el placer; lo primero y lo último es siempre la función, es decir, la vida  (Esquisse p. 91).

“La tendencia del ser a perseverar en el ser es el fondo de todo deseo, sin constituir ella misma un determinado deseo” (Esquisse p. 92), concluye Guyau. La vida supone apropiación y asimilación de las fuerzas naturales en la nutrición, por esta apropiación se hace siempre en mayor medida de lo que es necesario. El exceso de fuerzas acumuladas se gesta, ante todo, en la generación, la cual se manifiesta primero como simple división celular, luego como esporogonia y, finalmente, como generación sexual. Al llegar la evolución a este nivel comienza, por así decirlo, una nueva etapa moral en el universo: “El organismo individual deja de estar aislado; su centro de gravedad se desplaza poco a poco y lo hará cada vez más” (Esquisse p. 96). Del instinto sexual nacen la familia y la sociedad; pero el mismo, como síntoma de un exceso de fuerza, no obra sólo sobre los órganos genitales sino sobre el organismo entero, y ejerce una especie de presión cuyas principales formas son: 1°) la fecundidad intelectual, 2°) la fecundidad de la emoción y de la sensibilidad, 3°) la fecundidad de la voluntad. “Vida es fecundidad y, recíprocamente, fecundidad es vida rebosante, es verdadera existencia. Hay una cierta generosidad inseparable de la existencia, sin la cual se muere uno, se seca interiormente. Es necesario florecer: la moralidad, el desinterés es la flor de la vida humana” (Esquisse p. 101).

Al mismo tiempo que intenta una superación de la ética utilitarista y positivista, sin necesidad de volver a viejas fórmulas metafísicas, abre paso Guyau de esta manera, ya directa, ya indirectamente a nuevas concepciones morales y aun metafísicas, provee el fundamento a nuevas ideologías revolucionarias, se insinúa en las nuevas teorías biológicas y psicológicas.

Uno de sus méritos incontestables es el de haber logrado una justa valoración del hedonismo sin quedar encerrado en la estrechez dogmática utilitarista; otro, el de hacer apelado a la ciencia sin caer en un cientificismo ingenuo. Su entusiasmo casi místico por la vida, que difícilmente podemos dejar de relacionar con su tisis juvenil, comporta un aliento renovador en el ámbito provecto del positivismo finisecular.

Sin embargo, pese a la insólita madurez de su obra, quedan abiertos en su seno varios resquicios para la duda y no pocos caminos para la crítica.

La idea central de la vida, que confiere fuerza y belleza al pensamiento filosófico de Guyau, representa también su punto débil. Sin entrar en más hondas  precisiones lógicas y semánticas, que de todas maneras parecen ineludibles a este respecto, bastará recordarle a Guyau su propio ejemplo para mostrar que, a veces, las grandes obras de la cultura, es decir, del espíritu, son precisamente fruto de una vida que languidece y se extingue.

Ángel J. Cappelletti, extraído de la Revista Ideas, Mayo-Junio 1930, año 1 número 2.

LA REVALORIZACIÓN DEL TRABAJO COMO POSIBILIDAD DE DISMINUCIÓN DE LA DESIGUALDAD FEMENINA EN EL CASO MEXICANO

El presente ensayo tratará de contestar a la pregunta: según las propuestas de la economía feminista, ¿en México ha habido una mejora en las condiciones de vida de las mujeres respecto a la apertura de condiciones y aperturas laborales con el fin de frenar la desigualdad social en los últimos años? Esto tiene como objetivo mostrar las críticas y propuestas que nos ofrece la economía feminista en contraparte a la economía ortodoxa, a su vez, este texto pretende visualizar como ha aumentado o disminuido el trabajo no remunerado por parte de ambos sexos en lo que va del 2019-2021. El texto se divide en tres partes: la primera, busca contextualizar y explicar qué es lo que propone la economía feminista; la segunda, muestra el debate que hay en torno a la división social del trabajo, la tercera parte, muestra, de modo escueto, el índice de desigualdad en la apertura en el mercado laboral para hombres y mujeres antes de la pandemia y en este año.

1.- La economía feminista: un camino para la igualdad de oportunidades y el sostenimiento de la vida

Según Giddens, la desigualdad de género no se contaba en la estratificación social,  aunque atraviesa todas las clases sociales, el «estatus de mujer tiene realmente muchas desventajas en comparación con el del hombre, en diversas áreas de la vida social en las que se incluyen las oportunidades de trabajo, la propiedad de los bienes, los ingresos, etc. […] Se puede señalar que las mujeres, incluso hoy, suelen estar relegadas al “ámbito privado”: el mundo familiar doméstico, los niños y la casa» (Giddens, 2000: 224-225). Estos elementos han organizado históricamente una reproducción social de asignación de roles y perpetuación de la desigualdad política y económica referente a la mujer. La economía feminista intenta revertir no sólo estos elementos de desigualdad histórica, sino hacer una crítica de todo sistema económico y social imperante para tratar de equilibrar la balanza en cuanto a equidad de oportunidades científicas, políticas y laborales. Como escuela de pensamiento surgida de la heterodoxia busca sostener el mantenimiento de la vida y la crítica en cuanto a la desigualdad de género en vez de centrarse en explicar el funcionamiento óptimo de los mercados. La economía feminista tiende a poner el punto del debate en la cuestión social en lo micro (trabajo doméstico) y macro (oportunidad laboral dentro del mercado) en vez de centrarse en la optimización del mercado, tiene una función liberadora dotando de mejor distribución del trabajo y los ingresos.

            Esta escuela hace hincapié en las desigualdades del trabajo doméstico y de las discriminaciones en el ámbito laboral desde el siglo XIX, con la primera ola del feminismo, ya se demandaban las «primeras reivindicaciones del salario para amas de casa» esto correspondía a la noción de familia en el cual el hombre era el proveedor y la ama de casa la que cuidaba a los niños, enfermos o ancianos, estereotipando de esta manera los roles. No fue sino hasta la tercera ola que nace la economía feminista como línea de investigación la cual plantea críticas a la economía neoclásica como nos describe Agenjo (2013: 60-65):

  1.  la cuestión de neutralidad con que se estudia la economía; al ser el humano un ser social mira las cosas desde su «contexto histórico, cuerpo, sexo, conflictos e intereses que son inseparables del objeto que se estudia. Se entiende que la economía no es neutra, sino que está construida socialmente a partir de un proceso plagado de sesgos y cargas valorativas». (Agenjo, 2013: 60-61) Este entorno hace que la economía se estudie desde una visión de los países industrializados con relaciones de poder entre naciones y sobre todo desde la perspectiva del hombre blanco, sexista, racista y burgués, dejando fuera del estudio a mujeres, pueblos indígenas o de otras razas que no sean del tipo europeo o anglosajón dominante. A su vez, critica la noción del homo economicus en su afán de racionalidad autosuficiente y egoísta no influenciado por la sociedad sino por su propio interés, la economía feminista pondera otro modo de relación que implica la relación con los demás en sentimientos no de egoísmo sino el altruismo o la solidaridad, la responsabilidad o la coerción.
  2. Critica el objeto de estudio de la economía; la toma de postura por parte de los ortodoxos a centrarse en el interés meramente capitalista haciendo caso omiso a las relaciones de poder, al impacto ambiental o las necesidades de las personas. Además, propone ampliar el concepto de trabajo enfocándolo en la reproducción de la vida y no del poder.
  3. Critica al enfoque deductivo; se concentra en el método de trasladar todo comportamiento a una representación matemática para establecer causalidades reduciendo la conducta humana en axiomas y dándole la espalda a los problemas sociales. Para ello la economía feminista propone la interdisciplina con base en el objeto a estudiar para evitar este reduccionismo matemático.
  4. Crítica a la pedagogía; se valora la diversidad y practicidad de saberes combatiendo así las verdades absolutas basados en axiomas, conjuntando el vaivén de conocimientos entre instituciones, escuelas y la sociedad.
  5. Cuestionamiento político: Duda de la separación entre economía normativa y positiva porque esta diferenciación obedece a una pauta neoliberal, por lo tanto, la escuela feminista de economía pretende acercar lo social a la discusión para que se planteen y debatan los problemas reales de la población.

Si bien sus críticas no sólo son propias de esta corriente en particular, sino que las comparte con otras, por ejemplo, con el sostenimiento de la vida, la economía feminista comparte ideario con la economía ecológica al preservar la vida y la del planeta. Al mismo tiempo, la «economía ambiental se ha centrado en analizar la problemática de la gestión de la naturaleza y los costos ambientales como externalidades que pueden ser internalizadas en el sistema de precios a partir de su valoración económica. La asignación de valores monetarios a los servicios ambientales sería, desde esta perspectiva, un intento de corregir los precios desde el encuadre del análisis del coste beneficio», (Gartor, 2015:41) en el mismo tenor, la economía feminista ha tratado de visibilizar «las esferas económicas relacionadas con el trabajo doméstico a partir de su medición en términos monetarios, cuantificando cuál será su importancia relativa en el PIB», (Gartor, 2015:42) y es que la mera cuantificación mostraría que el costo del deterioro de fauna, flora y el agotamiento de recursos así como el peso del trabajo no remunerado que hacen las mujeres en sus casas y la discriminación laboral en el país.

Otra escuela con la que comparte ideario es con la economía institucional, que es la que mediante políticas públicas intenta influir en el cambio social y político a partir de propuestas de planeación económica; esto se deriva del impulso que dan los movimientos populares y de la vigilancia de la ciudadanía en las políticas gubernamentales, ya que muchas veces estas políticas benefician a las inversiones capitalistas; así tanto la economía feminista e institucional buscarán: «la explicación de la importancia del trabajo de reproducción no solamente para la vida y para la acumulación capitalista sino también para la lucha: para la construcción de economías solidarias, de procesos colectivos de auto organización, capaces de incrementar la autonomía de las mujeres en el mercado y la resistencia al control del Estado sobre las vidas». (Carrasco Bengoa, 2017: 27) Al unísono con esto, también hay coincidencias con la escuela marxista al estudiar las condiciones de explotación dentro de la producción y el reconocimiento del trabajo dentro del sistema capitalista, sin embargo, la postura marxista ve la división social del trabajo determinada, de tal modo que las feministas critican al marxismo porque no considera en su construcción de clases sociales a las mujeres lo que las lleva a plantearse su autonomía en el análisis: «no se las definía como clase por las relaciones de producción específicas en las que estaban insertas, sino que quedaban definidas como obreras o burguesas en función de las relaciones de producción en las que estuvieran sus maridos. Aducían que las mujeres, en la medida que no tienen acceso propio a un salario, sino que dependían del salario de sus maridos, eran una clase en sí misma […]: trabajaban en condiciones de esclavitud respecto a un hombre concreto». (Pérez Orozco, 2004: 99)

Por último, usa los análisis de la economía postkeynesiana en cuanto a la distribución de la renta, la intervención estatal y el papel dinámico del dinero en la historia; y esta de acuerdo con la economía del desarrollo en criticar las pautas del crecimiento económico hegemónico neoliberal y destacar las desigualdades globales.

2.- Debate sobre la resignificación del trabajo

El debate feminista sobre la cuestión del trabajo es la revaloración de la categoría de trabajo. Desde un punto la economía ortodoxa se ve como trabajo aquello que genera un salario, por lo que quedan fuera de ese ámbito todos aquellos trabajos que no se remuneran, por ejemplo, el de las amas de casa dentro de la institución de la familia. La economía feminista como vimos critica el estudio de la economía solo visto desde la producción monetaria de los hombres, nunca ha contabilizado en el PIB aquel trabajo sin salario por parte de las mujeres. Revalorizar este trabajo es necesario y urgente, no sólo porque resulta beneficioso para la economía de un país, pues para el trabajador asalariado es una gran ayuda que alguien sostenga las necesidades básicas de un hogar, en este sentido que ayude al cuidado del trabajador y a preservar la vida familiar.

            Las feministas han tomado como brújula resignificar el trabajo a medida que sostenga las condiciones vitales de las personas en vez de buscar un enriquecimiento egoísta, por eso algunas feministas como Amaia Pérez Orozco proponen el fin del trabajo asalariado ya que aliena, pues «a quien lo realiza se le expropia su resultado; y porque no se realiza en términos de bienestar, sino porque vivimos inmersos en un marco de esclavitud del salario y de la búsqueda del beneficio monetario»; (2014: 285) además se busca el fin de la división sexual del trabajo ya que implica la privatización, la feminización y la irresponsabilidad de preservar la vida. Si bien, la primera opción se oye en estos momentos utópica, quizá se dé en otras condiciones, en otros tiempos donde el capitalismo no sea voraz, sino que esté más regulado; la segunda opción es necesaria, sobre todo porque se le deja a la mujer la tarea del hogar, no requiere cualificación, no se remunera. Esta división sexual del trabajo tiene tres funciones en el sistema económico: 1) hace una distribución de tareas basándose en las estructuras socioeconómicas y políticas que hacen difícil su negociación; 2) el sexo es criterio para ocupar ciertos cargos; 3) otorga a las mujeres el trabajo con menor poder socioeconómico, el de los trabajos residuales o de cuidados. (2014:186) En el mismo tenor de la estereotipación y el control, hay una cultura histórica sobre la familia que tiende a homogeneizar los roles mediante: «políticas públicas y legislaciones (salarios mínimos diferenciados por sexo; prohibición a las mujeres de trabajar en diferentes sectores; etc.); discursos científicos (economistas clásicos que diseñaron la escisión público/privado-doméstico y alabaron la reclusión de las mujeres en el segundo; discursos médicos de delineamiento de la diferencia sexual y patologización de todo aquello que se saliera del binarismo heteronormativo); e intervenciones políticas (entre ellas la lucha sindical por el salario familiar para los hombres». (2014:187) Todo esto merma la igualdad social de hombres y mujeres y normaliza un control social, los economistas ortodoxos naturalizan el rol de ama de casa de la mujer, siguiendo estos rasgos: 1) están en el ámbito doméstico; 2) dependen primero del salario de sus padres y luego del de sus maridos; 3) son amas de casa y se especializan en labores domésticas; 4) son improductivas, ya que el trabajo doméstico no produce valor; 5) son irracionales, porque no se guían por el egoísmo, que es el motor racional del crecimiento del mercado, sino por el amor y el altruismo a su familia, que es lo moralmente deseable, pero que es irracional, y por lo tanto no económico. (2014: 189). Afortunadamente, la economía no tiene una sola visión ni este estereotipamiento, por lo que este razonamiento político ortodoxo no aplica en muchos países pues siempre hay movimientos sociales y activistas que demandan posturas más realistas que involucren mejorar las condiciones sociales de su entorno, un ejemplo de ello es Silvia Federeci, en Salario para el trabajo doméstico (2019).

En América Latina la cuestión del cuidado ha ido ganando terreno en las políticas públicas, según Corina Rodriguez Enríquez, hay tres factores que explican este interés: «i) la transformación demográfica hacia sociedades más envejecidas que van expandiendo las demandas de cuidado; ii) el reconocimiento que la desigualdad en la distribución de las responsabilidades de cuidado impone barreras a la participación económica de las mujeres, que a su tiempo obstaculiza la superación de las situaciones de pobreza y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población; iii) el reconocimiento de los riesgos que implica la no atención con calidad suficiente», (Carrasco Bengoa, 2017: 160) a su vez estas bases se respaldan en organismos internacionales como los consensos de la Conferencia Regional sobre la mujer de América Latina y el Caribe de la Cepal, las organizaciones y aplicación de nuevas políticas varían según los países, Uruguay es uno de los países en avanzar en un sistema nacional de cuidados (SNIC) el cual se viene implementando desde 2010 gracias a la participación ciudadana en diálogo con los gobiernos.

3.- Avances en México sobre la disminución de la brecha de desigualdad laboral entre hombres y mujeres

En México el caso es diferente, con esta transición de coyuntura de la 4T se desplegaron una serie de políticas públicas tratando de remediar el panorama de violencia que azota el país, entre feminicidios, desapariciones forzadas y violencia doméstica que parece que cumplía la norma de excepción de Ciudad segura en toda Latinoamérica, lo que disminuía la igualdad laboral, hasta que en el gobierno de AMLO empezaron a implementar políticas de paridad de género, posibilitando la apertura de oportunidades. Es un camino lento, por lo que aun queda mucho por hacer, pues los cambios no se dan de hoy para mañana.

            Según el Banco Mundial en el 2019, México sigue teniendo una entrada laboral de mujeres baja, hasta antes de la pandemia fue de 45% en el caso de las mujeres, en el caso de los hombres fue de 77% (Banco de México, 2020:21); respecto al 2021 en el primer trimestre vemos que la tasa de participación económica fluctúa un poco más abajo del estimado en 2019, según la tabla de estimaciones básicas de INMUJERES con 74.23 % en hombres y 41.66% en mujeres, esto se debe a que la pandemia redujo la tasa de trabajo, muchas personas quedaron desempleadas por el cierre de negocios, sin embargo a pesar de que en 2019 era más baja la tasa de empleos en mujeres, no ha sido un gran descenso en la apertura de oportunidades, esto se debe a factores más que nada estructurales como la discriminación de las prácticas de contratación, movilidad y ascenso, también por los trabajos inflexibles, la insuficiencia de servicios o distribución de tareas familiares que las mujeres tienen que elegir en vez de forjarse un patrimonio con la ayuda de un trabajo remunerado. (INMUJERES, 2021)

            Lo que no dice la tabla de indicadores básicos es cual es la cantidad de mujeres trabajando en puestos directivos empresariales o políticos, y cuales son los sectores en las que más participan las mujeres, quizá sea una estimación con fines a mostrar solo generalidades,  pero lo que si es cierto es que gran parte de la población femenina todavía está concentrada en el sector residual de cuidados, hasta el Banco Mundial da recomendaciones sobre el mejoramiento de estos sectores sin señalar el crecimiento social en la escala de clases sociales. (Banco Mundial, 2020: 58-61)

Tabla 1 Indicadores básicos de participación femenina en el trabajo

        

Conclusiones

A modo de conclusión, pude observar que la economía feminista como escuela de pensamiento llena un vacío intelectual en la cuestión de la organización de las sociedades y en apuntar el sostenimiento de la vida en contra parte de la maximización de la utilidad y la reproducción del poder. Di cuenta de sus críticas a la economía ortodoxa: crítica epistémica, critica del objeto de estudio, crítica del enfoque deductivo, crítica pedagógica y cuestionamiento político, a su vez que mostré las coincidencias que tiene esta corriente heterodoxa con otras de la misma naturaleza. Hice notar el problema del trabajo basado en la división sexual del trabajo y su estereotipamiento por parte de la cultura política y socioeconómica. También en un terreno más práctico pude evidenciar que en México la brecha entre oportunidades laborales sigue siendo mayoritaria para los hombres respecto de las mujeres, además que no bajo mucho la ponderación por la pandemia, sin embargo, de lo que me di cuenta fue que las instituciones de cuantificación muestran a la ciudadanía generalidades y no un desglose sobre en qué sectores son los que hay mayor cantidad de oferta laboral para mujeres, dejando un sesgo informativo. Asimismo, pude comprobar que instituciones como el Banco Mundial, una institución que podemos calificar de ortodoxa, todavía pondera que las mujeres tienen trabajos de cuidado no asumiendo que también pueden tener una representación en el ámbito político, empresarial o tener cargos administrativos. Este ensayo no puso que políticas llevo a cabo AMLO en el presente gobierno para reducir la desigualdad en cuestión laboral que posibilite las oportunidades laborales porque rebasaba los objetivos del texto, sin embargo, los objetivos fueron cumplidos, y concluyó que aún falta mucho por hacer en erradicar la desigualdad, es un camino lento que requiere la participación ciudadana y el apoyo de las instituciones gubernamentales para la promoción de una nueva cultura civil que recupere la reconfiguración de nuevas masculinidades, políticas paritarias, flexibilidad de horarios laborales para la crianza y respeto a los derechos laborales.

BIBLIOGRAFÍA

Agenjo, Astrid; Molero, Ricardo; Bullejos, Alba y Martínez, Coral, (2013), Hacia una economía más justa. Manual de corrientes económicas heterodoxas, Economistas sin fronteras, Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo. PP. 53-97.

Banco Mundial, (2020), La participación laboral de la mujer en México, Washington, Grupo Banco Mundial.  Disponible en: https://documents1.worldbank.org/curated/en/753451607401938953/pdf/La-Participacion-Laboral-de-la-Mujer-en-Mexico.pdf (Accedido el 15 de octubre de 2021)

Carrasco Bengoa, C., Díaz Corral C., (ed.), 2017, Economía feminista: desafíos, propuestas, alianzas, Barcelona: Entrepueblos.

Gartor, Miriam, (2015), “Apuntes para un diálogo entre economía ecológica y economía feminista”, en Ecología Política, N° 50.

Giddens, Anthony, (2000), Sociología, Madrid, Alianza. Pp. 424-428.

Inmujeres, Cálculos con base en INEGI, ENOE. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Nueva edición. 2021. Primer trimestre. Disponible en: http://estadistica.inmujeres.gob.mx/formas/panorama_general.php?menu1=6&IDTema=6&pag=1 (Accedido el 15 de octubre de 2021)

Pérez Orozco, Amaia, (2014), Subversión feminista de la economía. Sobre el conflicto Capital-Vida. Madrid: Traficantes de sueños. Pp. 50-72.

LA UTOPÍA COMO ACTITUD DEL PORVENIR

…sin los utopistas del pasado, los hombres todavía vivirían en cavernas, desnudos y miserables. Fueron los utopistas los que delinearon la primera ciudad […]. Los sueños generosos producen realidades benéficas. La utopía es el principio de todo progreso y el ensayo de un mundo mejor.

Anatole France

Se ha hablado mucho, a lo largo de la historia, de que las utopías son ensoñaciones que nada tienen que ver con la realidad que nos acontece, que son divagaciones ilusorias y sin utilidad práctica en el mundo concreto, que deberíamos apartarlas y reconfigurar el mundo con lo que nos es palpable, que de lo que se trata es de transformar el mundo y no de interpretarlo. Quien habla así, no es consciente de que la Utopía es un fenómeno político que ocupa un imaginario para replantearse la realidad u otras posibilidades de re-habitarla. ¿Cómo podríamos transformar el mundo sin antes interpretarlo, medirlo, administrarlo, repensarlo, vislumbrar sus potencialidades, sus fallas y sus logros imaginariamente?

La Utopía no es sólo un macro-proyecto social aunque la historia de las ideas siempre lo haya visto de esa manera, todos los humanos tenemos utopías puesto que todos imaginamos situaciones cotidianas en las que suponemos una mejora de nuestra condición y una reconfiguración imaginaria de lo que todavía no es pero podría ser; un anhelo primitivo, por ejemplo, el acostarse con una mujer hermosa, podría ser una utopía privada intima cotidiana surgida de una fantasía de felicidad y perfección, sin embargo, la realidad nos hace sucumbir pues no siempre tenemos los medios o la posibilidad de acceder a la realización de esa fantasía porque el orden de las cosas no siempre es completo y satisfactorio, lo cual nos hace recurrir al mundo imaginario donde nuestros sufrimientos pueden ser purgados para así incrementar nuestro deleite, un ejemplo de este mundo es el de la literatura donde se reactiva el equilibrio entre nuestras necesidades ofuscadas y nuestros deseos. Sin embargo, este mundo imaginario no pierde de vista el mundo en el que aspira a realizarse, esta reconstrucción implica una escala de valores, hábitos y una red de relaciones para alcanzar ese fin. Algo similar ocurre en la social.

Las funciones de la Utopía suelen ser dos: la función de fuga y la función de compensación. La primera es una búsqueda de una liberación inmediata de las dificultades o frustraciones que nos han tocado vivir y la segunda trata de establecer condiciones para una liberación futura, es decir, una cumple la función de escape de la realidad, la otra la de la reconstrucción. La primera deja al mundo tal como es, la segunda trata de cambiarlo de forma que podamos inter-relacionarnos con él en nuestros propios términos.

La Utopía reivindica las las potencialidades del pasado y sus vigores vivos pero ocultos que se le escapan a las instituciones vigentes abriendo así una multitud de posibles alternativas y poniendo en perspectiva que la institución vigente sólo es una posibilidad entre muchas otras, que la realidad configurada que nos toco vivir puede ser otra si esta no funciona o que puede cambiarse según las voluntades ciudadanas. La Utopía nos muestra que no es una divagación ilusoria sino que es la simiente de una crítica implícita a la civilización, de un intento de descubrir las potencialidades que las instituciones ignoran, ocultan o soterran bajo la normalización de viejos hábitos y costumbres.

El historiador Max Nettlau en su Esbozo de historia de utopías dice: “La Utopía es un fenómeno social de todas las épocas y es una de las formas primeras y más antiguas del progreso y de la rebelión: porque el deseo de elevarse por encima de un presente que no parece aceptable más que para el usurpador, y la esperanza de que se triunfará un día, los medios para llegar, todo eso se transforma en reflexión sobre el porvenir, en visión de lo que podría hacerse —alternando en el organismo sano con el impulso a obrar hic et nunc, con la acción, el trabajo, la investigación o el experimento presentes”

. Bajo esta perspectiva podríamos decir que en toda la historia ha habido utopías pero no todas son de carácter libertario, algunas tienden a la tiranía y el autoritarismo, pues surgen del “medio gubernamentativo, municipal, educativo, del acaparamiento de la tierra, de la crítica de las costumbres, etc.” como una mejor forma de coacción y no como como una liberación. En este blog me interesan las utopías de carácter libertario porque son las que me darán pauta para pasar de las utopías de carácter popular como las rebeliones de Müntzer, las utopías de carácter ciudadano como las de los libertinos y el estudio de los grandes sistemas de pensamiento social como son los socialismos modernos (marxismo y el anarquismo).

Es curioso hablar de las utopías libertinas porque fueron modos específicos de utopías sin programas, son utopías ciudadanas cuyo modo de acción política residía en la voluntad y la conciencia de los individuos y no en la idea de Revolución ni en el programa de algún partido o en el sectarismo de alguna ideología, a esto hay que agregar el carácter del germen de la utopía en la literatura gracias a la pluma de Louis-Sébastien Mercier y Retif de la Bretonne que influenciaron la literatura utópica del siglo XIX sobretodo en Fourier.

También es interesante hacer el nexo entre las utopias del XVIII y el XIX porque es en el XVIII que surge el término socialista el cual se oponía al de individualismo y se encuentra en algunos publicistas y libelistas de esa época, como Mallet du Pan, pero Pierre Leroux lo populariza usándolo en sus artículos. Aunque los marxistas menosprecien la actitud utópica por decirse que carece de cientificidad, cabe destacar que el marxismo y anarquismo son deudores de ellos, muchas tesis de los socialistas utópicos se encuentran en las obras de Marx y de los anarquistas, por ejemplo varias tesis de Saint-Simon. Los socialistas utópicos son herederos del racionalismo y del empirismo de la Ilustración, creen en un orden natural y justo de la convivencia humana, sus doctrinas consideran a la educación como sustituto de la Revolución, rechazan la violencia y tienen fe en la persuasión mediante el discurso, tanto es así que llegan a exponer sus ideas a banqueros e industriales y algunos soberanos. No atacan al Estado pero no sienten entusiasmo por él, su confianza por la educación los lleva a la re-asociación voluntaria, su reforma es meramente moral.

Se les critica por el desconocimiento de la Historia; el carácter abstracto y no dialéctico de su racionalismo, el concepto de su naturaleza humana como ya dada; la ignorancia o negación de la lucha de clases, y del papel que le corresponde a la clase obrera en realización del socialismo. “Estas críticas, válidas sin duda desde el punto de vista del marxismo, no deben hacernos olvidar, sin embargo, que éste entronca en el socialismo utópico y particularmente en el saint-simonismo, y que, en el curso de las revoluciones marxistas-leninistas, se han reivindicado luego no pocas ideas de los socialistas utópicos, aunque sin reconocer por lo común su origen histórico, y desnaturalizándolas al fin en el contexto de un sistema político totalitario.”

Esta literatura futurista empezada por los libertinos, libelistas y novelistas del XVIII, trae consigo una influencia que tomarán los socialistas utópicos del XIX y en el siglo XX la literatura de ciencia ficción como Huxley u Orwell.