El jardín ha sido escasamente estudiado por la filosofía y eso a pesar de que, como todos sabemos, las primeras escuelas filosóficas se desarrollaron en ellos. La razón de este desinterés tal vez provenga de esas mismas escuelas filosóficas que ensalzaron el valor del entendimiento frente al de los sentidos como fuente de conocimiento, que primaron el mérito de la “episteme” o ciencia en detrimento de la “téchne” y los oficios, que valoraron los saberes teóricos muy por encima de los saberes instrumentales, y prestaron más atención a los sistemas conceptuales que a las realidades mundanas. Sea como fuere, los jardines han plasmado de forma privilegiada la relación del hombre con la naturaleza y han sabido traducir en un lenguaje plástico y sensorial la metafísica vigente en cada momento histórico.
Santiago Beruete, Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines, Turner Noema, Madrid, 2016. p. 15.