Aspiro a un nuevo tipo de Jardín de Epícuro, pero fuera de las paredes, ya no sedentario, geográficamente cerrado, localizado, sino un Jardín nómada, portátil y móvil, llevado consigo ahí donde uno esté. Un jardín virtual cuyos efectos sean reales. Una manera de vivir según los principios epicúreos en el mundo y no a su lado. Propongo una máquina de guerra que, siguiendo el principio del caballo de Troya, entre la ciudad para llevar a cabo su combate de resistencia, de oposición y de vida alternativa al mundo trivial.
Así, no nos puede extrañar que con la historiografía clásica se conozcan las tesis de Epicuro sobre la ética o la física, el detalle de su frágil constitución fisiológica, que se glose sobre el tetrafarmakon, que se diserte sobre sus orgías con un pequeño bote de queso y un vaso de agua, que algunos pasen su vida de investigadores en la filosofía preocupados por el peso de sus átomos, ¡pero que en ningún lugar aparezca uná información concreta sobre el Jardín…! N i tanto, ni tan poco.
Al noreste de Atenas, yendo tras las huellas de ese lugar mítico, engañado por las indicaciones de un mapa, en lugar del Jardín de Epicuro lo único que encontré fue la plaza de una iglesia sucia con niños que jugaban como pájaros en una jaula. Coches por todos lados, una gran contaminación, huellas de óxido de carbono en las paredes, establecimientos con carteles deteriorados, nada que indicara el lugar filosófico. Queda esa idea de que estaba en las afueras, en los suburbios, lejos del centro, del Partenón y de la Acrópolis donde vivían los dioses, los importantes y la sombra de Platón.
Ahora bien, para mí el Jardín de Epicuro constituye lo que Deleuze llama un personaje conceptual, una figura, una oportunidad de filosofía y de filosofar, un concepto que reviste la misma dignidad que el número pitagórico, la idea platónica, la épokhé escéptica y otros clásicos de la filosofía. El Jardín: una obra filosófica, una encarnación, una idea que se ha vuelto volumen. Edificio epicúreo, casa conceptual o vivienda destinada a la idea, podemos imaginar que, al igual que Malaparte, el filósofo disponía de una casa a su semejanza.
En un aspecto absoluto, todo Jardín proviene del Tigris y del Éufrates, en Mesopotamia, donde se ubica por primera vez un paraíso. Comprendí lo que Epicuro nombraba en Mauritania, en un oasis, cuando tras horas de desierto, de arena, de viento abrasador, con el cuerpo deshidratado, entré en el de Terjit: frescor del riachuelo ondulante bajo las ramas verdes, sombras de las palmeras, suavidad del aire, contraste con el calor en las dunas, pureza del agua en la que uno se baña desnudo, arena de polvo anaranjado, destellos de luz jugueteando por todos lados en el suelo, murmullo de los insectos: la antítesis del desierto, el remanso, la paz del cuerpo, su serenidad después de ponerse a prueba.
Sin lugar a dudas, el Jardín proviene del oasis.
N o es de extrañar que los caravaneros que han conducido sus rebaños de camellos y sus caravanas a través de una hoguera encuentren bendiciones en estos aguaderos. Antídoto contra la violencia del desierto, el oasis ofrece un concepto que se convierte en paraíso y éste engendra el jardín y otras comunidades ideales entre las cuales, siempre, se hallan arquitecturas verdes, reducciones florales y vegetales de la idea de que los hombres se forjan en los trasmundos…
Michel Onfray, La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad popular, Introducción, Un jardín nómada