LA REVALORIZACIÓN DEL TRABAJO COMO POSIBILIDAD DE DISMINUCIÓN DE LA DESIGUALDAD FEMENINA EN EL CASO MEXICANO

El presente ensayo tratará de contestar a la pregunta: según las propuestas de la economía feminista, ¿en México ha habido una mejora en las condiciones de vida de las mujeres respecto a la apertura de condiciones y aperturas laborales con el fin de frenar la desigualdad social en los últimos años? Esto tiene como objetivo mostrar las críticas y propuestas que nos ofrece la economía feminista en contraparte a la economía ortodoxa, a su vez, este texto pretende visualizar como ha aumentado o disminuido el trabajo no remunerado por parte de ambos sexos en lo que va del 2019-2021. El texto se divide en tres partes: la primera, busca contextualizar y explicar qué es lo que propone la economía feminista; la segunda, muestra el debate que hay en torno a la división social del trabajo, la tercera parte, muestra, de modo escueto, el índice de desigualdad en la apertura en el mercado laboral para hombres y mujeres antes de la pandemia y en este año.

1.- La economía feminista: un camino para la igualdad de oportunidades y el sostenimiento de la vida

Según Giddens, la desigualdad de género no se contaba en la estratificación social,  aunque atraviesa todas las clases sociales, el «estatus de mujer tiene realmente muchas desventajas en comparación con el del hombre, en diversas áreas de la vida social en las que se incluyen las oportunidades de trabajo, la propiedad de los bienes, los ingresos, etc. […] Se puede señalar que las mujeres, incluso hoy, suelen estar relegadas al “ámbito privado”: el mundo familiar doméstico, los niños y la casa» (Giddens, 2000: 224-225). Estos elementos han organizado históricamente una reproducción social de asignación de roles y perpetuación de la desigualdad política y económica referente a la mujer. La economía feminista intenta revertir no sólo estos elementos de desigualdad histórica, sino hacer una crítica de todo sistema económico y social imperante para tratar de equilibrar la balanza en cuanto a equidad de oportunidades científicas, políticas y laborales. Como escuela de pensamiento surgida de la heterodoxia busca sostener el mantenimiento de la vida y la crítica en cuanto a la desigualdad de género en vez de centrarse en explicar el funcionamiento óptimo de los mercados. La economía feminista tiende a poner el punto del debate en la cuestión social en lo micro (trabajo doméstico) y macro (oportunidad laboral dentro del mercado) en vez de centrarse en la optimización del mercado, tiene una función liberadora dotando de mejor distribución del trabajo y los ingresos.

            Esta escuela hace hincapié en las desigualdades del trabajo doméstico y de las discriminaciones en el ámbito laboral desde el siglo XIX, con la primera ola del feminismo, ya se demandaban las «primeras reivindicaciones del salario para amas de casa» esto correspondía a la noción de familia en el cual el hombre era el proveedor y la ama de casa la que cuidaba a los niños, enfermos o ancianos, estereotipando de esta manera los roles. No fue sino hasta la tercera ola que nace la economía feminista como línea de investigación la cual plantea críticas a la economía neoclásica como nos describe Agenjo (2013: 60-65):

  1.  la cuestión de neutralidad con que se estudia la economía; al ser el humano un ser social mira las cosas desde su «contexto histórico, cuerpo, sexo, conflictos e intereses que son inseparables del objeto que se estudia. Se entiende que la economía no es neutra, sino que está construida socialmente a partir de un proceso plagado de sesgos y cargas valorativas». (Agenjo, 2013: 60-61) Este entorno hace que la economía se estudie desde una visión de los países industrializados con relaciones de poder entre naciones y sobre todo desde la perspectiva del hombre blanco, sexista, racista y burgués, dejando fuera del estudio a mujeres, pueblos indígenas o de otras razas que no sean del tipo europeo o anglosajón dominante. A su vez, critica la noción del homo economicus en su afán de racionalidad autosuficiente y egoísta no influenciado por la sociedad sino por su propio interés, la economía feminista pondera otro modo de relación que implica la relación con los demás en sentimientos no de egoísmo sino el altruismo o la solidaridad, la responsabilidad o la coerción.
  2. Critica el objeto de estudio de la economía; la toma de postura por parte de los ortodoxos a centrarse en el interés meramente capitalista haciendo caso omiso a las relaciones de poder, al impacto ambiental o las necesidades de las personas. Además, propone ampliar el concepto de trabajo enfocándolo en la reproducción de la vida y no del poder.
  3. Critica al enfoque deductivo; se concentra en el método de trasladar todo comportamiento a una representación matemática para establecer causalidades reduciendo la conducta humana en axiomas y dándole la espalda a los problemas sociales. Para ello la economía feminista propone la interdisciplina con base en el objeto a estudiar para evitar este reduccionismo matemático.
  4. Crítica a la pedagogía; se valora la diversidad y practicidad de saberes combatiendo así las verdades absolutas basados en axiomas, conjuntando el vaivén de conocimientos entre instituciones, escuelas y la sociedad.
  5. Cuestionamiento político: Duda de la separación entre economía normativa y positiva porque esta diferenciación obedece a una pauta neoliberal, por lo tanto, la escuela feminista de economía pretende acercar lo social a la discusión para que se planteen y debatan los problemas reales de la población.

Si bien sus críticas no sólo son propias de esta corriente en particular, sino que las comparte con otras, por ejemplo, con el sostenimiento de la vida, la economía feminista comparte ideario con la economía ecológica al preservar la vida y la del planeta. Al mismo tiempo, la «economía ambiental se ha centrado en analizar la problemática de la gestión de la naturaleza y los costos ambientales como externalidades que pueden ser internalizadas en el sistema de precios a partir de su valoración económica. La asignación de valores monetarios a los servicios ambientales sería, desde esta perspectiva, un intento de corregir los precios desde el encuadre del análisis del coste beneficio», (Gartor, 2015:41) en el mismo tenor, la economía feminista ha tratado de visibilizar «las esferas económicas relacionadas con el trabajo doméstico a partir de su medición en términos monetarios, cuantificando cuál será su importancia relativa en el PIB», (Gartor, 2015:42) y es que la mera cuantificación mostraría que el costo del deterioro de fauna, flora y el agotamiento de recursos así como el peso del trabajo no remunerado que hacen las mujeres en sus casas y la discriminación laboral en el país.

Otra escuela con la que comparte ideario es con la economía institucional, que es la que mediante políticas públicas intenta influir en el cambio social y político a partir de propuestas de planeación económica; esto se deriva del impulso que dan los movimientos populares y de la vigilancia de la ciudadanía en las políticas gubernamentales, ya que muchas veces estas políticas benefician a las inversiones capitalistas; así tanto la economía feminista e institucional buscarán: «la explicación de la importancia del trabajo de reproducción no solamente para la vida y para la acumulación capitalista sino también para la lucha: para la construcción de economías solidarias, de procesos colectivos de auto organización, capaces de incrementar la autonomía de las mujeres en el mercado y la resistencia al control del Estado sobre las vidas». (Carrasco Bengoa, 2017: 27) Al unísono con esto, también hay coincidencias con la escuela marxista al estudiar las condiciones de explotación dentro de la producción y el reconocimiento del trabajo dentro del sistema capitalista, sin embargo, la postura marxista ve la división social del trabajo determinada, de tal modo que las feministas critican al marxismo porque no considera en su construcción de clases sociales a las mujeres lo que las lleva a plantearse su autonomía en el análisis: «no se las definía como clase por las relaciones de producción específicas en las que estaban insertas, sino que quedaban definidas como obreras o burguesas en función de las relaciones de producción en las que estuvieran sus maridos. Aducían que las mujeres, en la medida que no tienen acceso propio a un salario, sino que dependían del salario de sus maridos, eran una clase en sí misma […]: trabajaban en condiciones de esclavitud respecto a un hombre concreto». (Pérez Orozco, 2004: 99)

Por último, usa los análisis de la economía postkeynesiana en cuanto a la distribución de la renta, la intervención estatal y el papel dinámico del dinero en la historia; y esta de acuerdo con la economía del desarrollo en criticar las pautas del crecimiento económico hegemónico neoliberal y destacar las desigualdades globales.

2.- Debate sobre la resignificación del trabajo

El debate feminista sobre la cuestión del trabajo es la revaloración de la categoría de trabajo. Desde un punto la economía ortodoxa se ve como trabajo aquello que genera un salario, por lo que quedan fuera de ese ámbito todos aquellos trabajos que no se remuneran, por ejemplo, el de las amas de casa dentro de la institución de la familia. La economía feminista como vimos critica el estudio de la economía solo visto desde la producción monetaria de los hombres, nunca ha contabilizado en el PIB aquel trabajo sin salario por parte de las mujeres. Revalorizar este trabajo es necesario y urgente, no sólo porque resulta beneficioso para la economía de un país, pues para el trabajador asalariado es una gran ayuda que alguien sostenga las necesidades básicas de un hogar, en este sentido que ayude al cuidado del trabajador y a preservar la vida familiar.

            Las feministas han tomado como brújula resignificar el trabajo a medida que sostenga las condiciones vitales de las personas en vez de buscar un enriquecimiento egoísta, por eso algunas feministas como Amaia Pérez Orozco proponen el fin del trabajo asalariado ya que aliena, pues «a quien lo realiza se le expropia su resultado; y porque no se realiza en términos de bienestar, sino porque vivimos inmersos en un marco de esclavitud del salario y de la búsqueda del beneficio monetario»; (2014: 285) además se busca el fin de la división sexual del trabajo ya que implica la privatización, la feminización y la irresponsabilidad de preservar la vida. Si bien, la primera opción se oye en estos momentos utópica, quizá se dé en otras condiciones, en otros tiempos donde el capitalismo no sea voraz, sino que esté más regulado; la segunda opción es necesaria, sobre todo porque se le deja a la mujer la tarea del hogar, no requiere cualificación, no se remunera. Esta división sexual del trabajo tiene tres funciones en el sistema económico: 1) hace una distribución de tareas basándose en las estructuras socioeconómicas y políticas que hacen difícil su negociación; 2) el sexo es criterio para ocupar ciertos cargos; 3) otorga a las mujeres el trabajo con menor poder socioeconómico, el de los trabajos residuales o de cuidados. (2014:186) En el mismo tenor de la estereotipación y el control, hay una cultura histórica sobre la familia que tiende a homogeneizar los roles mediante: «políticas públicas y legislaciones (salarios mínimos diferenciados por sexo; prohibición a las mujeres de trabajar en diferentes sectores; etc.); discursos científicos (economistas clásicos que diseñaron la escisión público/privado-doméstico y alabaron la reclusión de las mujeres en el segundo; discursos médicos de delineamiento de la diferencia sexual y patologización de todo aquello que se saliera del binarismo heteronormativo); e intervenciones políticas (entre ellas la lucha sindical por el salario familiar para los hombres». (2014:187) Todo esto merma la igualdad social de hombres y mujeres y normaliza un control social, los economistas ortodoxos naturalizan el rol de ama de casa de la mujer, siguiendo estos rasgos: 1) están en el ámbito doméstico; 2) dependen primero del salario de sus padres y luego del de sus maridos; 3) son amas de casa y se especializan en labores domésticas; 4) son improductivas, ya que el trabajo doméstico no produce valor; 5) son irracionales, porque no se guían por el egoísmo, que es el motor racional del crecimiento del mercado, sino por el amor y el altruismo a su familia, que es lo moralmente deseable, pero que es irracional, y por lo tanto no económico. (2014: 189). Afortunadamente, la economía no tiene una sola visión ni este estereotipamiento, por lo que este razonamiento político ortodoxo no aplica en muchos países pues siempre hay movimientos sociales y activistas que demandan posturas más realistas que involucren mejorar las condiciones sociales de su entorno, un ejemplo de ello es Silvia Federeci, en Salario para el trabajo doméstico (2019).

En América Latina la cuestión del cuidado ha ido ganando terreno en las políticas públicas, según Corina Rodriguez Enríquez, hay tres factores que explican este interés: «i) la transformación demográfica hacia sociedades más envejecidas que van expandiendo las demandas de cuidado; ii) el reconocimiento que la desigualdad en la distribución de las responsabilidades de cuidado impone barreras a la participación económica de las mujeres, que a su tiempo obstaculiza la superación de las situaciones de pobreza y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población; iii) el reconocimiento de los riesgos que implica la no atención con calidad suficiente», (Carrasco Bengoa, 2017: 160) a su vez estas bases se respaldan en organismos internacionales como los consensos de la Conferencia Regional sobre la mujer de América Latina y el Caribe de la Cepal, las organizaciones y aplicación de nuevas políticas varían según los países, Uruguay es uno de los países en avanzar en un sistema nacional de cuidados (SNIC) el cual se viene implementando desde 2010 gracias a la participación ciudadana en diálogo con los gobiernos.

3.- Avances en México sobre la disminución de la brecha de desigualdad laboral entre hombres y mujeres

En México el caso es diferente, con esta transición de coyuntura de la 4T se desplegaron una serie de políticas públicas tratando de remediar el panorama de violencia que azota el país, entre feminicidios, desapariciones forzadas y violencia doméstica que parece que cumplía la norma de excepción de Ciudad segura en toda Latinoamérica, lo que disminuía la igualdad laboral, hasta que en el gobierno de AMLO empezaron a implementar políticas de paridad de género, posibilitando la apertura de oportunidades. Es un camino lento, por lo que aun queda mucho por hacer, pues los cambios no se dan de hoy para mañana.

            Según el Banco Mundial en el 2019, México sigue teniendo una entrada laboral de mujeres baja, hasta antes de la pandemia fue de 45% en el caso de las mujeres, en el caso de los hombres fue de 77% (Banco de México, 2020:21); respecto al 2021 en el primer trimestre vemos que la tasa de participación económica fluctúa un poco más abajo del estimado en 2019, según la tabla de estimaciones básicas de INMUJERES con 74.23 % en hombres y 41.66% en mujeres, esto se debe a que la pandemia redujo la tasa de trabajo, muchas personas quedaron desempleadas por el cierre de negocios, sin embargo a pesar de que en 2019 era más baja la tasa de empleos en mujeres, no ha sido un gran descenso en la apertura de oportunidades, esto se debe a factores más que nada estructurales como la discriminación de las prácticas de contratación, movilidad y ascenso, también por los trabajos inflexibles, la insuficiencia de servicios o distribución de tareas familiares que las mujeres tienen que elegir en vez de forjarse un patrimonio con la ayuda de un trabajo remunerado. (INMUJERES, 2021)

            Lo que no dice la tabla de indicadores básicos es cual es la cantidad de mujeres trabajando en puestos directivos empresariales o políticos, y cuales son los sectores en las que más participan las mujeres, quizá sea una estimación con fines a mostrar solo generalidades,  pero lo que si es cierto es que gran parte de la población femenina todavía está concentrada en el sector residual de cuidados, hasta el Banco Mundial da recomendaciones sobre el mejoramiento de estos sectores sin señalar el crecimiento social en la escala de clases sociales. (Banco Mundial, 2020: 58-61)

Tabla 1 Indicadores básicos de participación femenina en el trabajo

        

Conclusiones

A modo de conclusión, pude observar que la economía feminista como escuela de pensamiento llena un vacío intelectual en la cuestión de la organización de las sociedades y en apuntar el sostenimiento de la vida en contra parte de la maximización de la utilidad y la reproducción del poder. Di cuenta de sus críticas a la economía ortodoxa: crítica epistémica, critica del objeto de estudio, crítica del enfoque deductivo, crítica pedagógica y cuestionamiento político, a su vez que mostré las coincidencias que tiene esta corriente heterodoxa con otras de la misma naturaleza. Hice notar el problema del trabajo basado en la división sexual del trabajo y su estereotipamiento por parte de la cultura política y socioeconómica. También en un terreno más práctico pude evidenciar que en México la brecha entre oportunidades laborales sigue siendo mayoritaria para los hombres respecto de las mujeres, además que no bajo mucho la ponderación por la pandemia, sin embargo, de lo que me di cuenta fue que las instituciones de cuantificación muestran a la ciudadanía generalidades y no un desglose sobre en qué sectores son los que hay mayor cantidad de oferta laboral para mujeres, dejando un sesgo informativo. Asimismo, pude comprobar que instituciones como el Banco Mundial, una institución que podemos calificar de ortodoxa, todavía pondera que las mujeres tienen trabajos de cuidado no asumiendo que también pueden tener una representación en el ámbito político, empresarial o tener cargos administrativos. Este ensayo no puso que políticas llevo a cabo AMLO en el presente gobierno para reducir la desigualdad en cuestión laboral que posibilite las oportunidades laborales porque rebasaba los objetivos del texto, sin embargo, los objetivos fueron cumplidos, y concluyó que aún falta mucho por hacer en erradicar la desigualdad, es un camino lento que requiere la participación ciudadana y el apoyo de las instituciones gubernamentales para la promoción de una nueva cultura civil que recupere la reconfiguración de nuevas masculinidades, políticas paritarias, flexibilidad de horarios laborales para la crianza y respeto a los derechos laborales.

BIBLIOGRAFÍA

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Gartor, Miriam, (2015), “Apuntes para un diálogo entre economía ecológica y economía feminista”, en Ecología Política, N° 50.

Giddens, Anthony, (2000), Sociología, Madrid, Alianza. Pp. 424-428.

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