IN MEMORIAN

Pangea, enero de 2022.

Apreciado amigo Tobi:

Si estás leyendo esta carta, quiere decir que el medio de comunicación que elegí para nuestra correspondencia, entre el más acá y el más allá, el ensueño, realmente funciona. Y es que, desde hace un año que regresaste a ese lugar anárquico —que todo implosiona, renueva y crea, el Cosmos—, aún sentimos tu presencia. Todos los que convivimos directa e indirectamente contigo llevamos un cachito de Tobi, no sólo del militante anarquista que eras, sino de la calidez humana que te caracterizaba. 

Recuerdo muy bien cuando te conocí; yo por entonces estaba finalizando mis estudios en filosofía. Un día, por casualidad, me encontré con una nota que hablaba de una Biblioteca Anarquista en pleno corazón de la Ciudad de México; me puse a investigar, encontré la dirección y acudí al lugar, pero el vigilante me dijo que hace años que ya eran oficinas de una radiodifusora. Como era sábado, recordé, por instinto, que en el tianguis del Chopo había un lugar donde se intercambia el anarquismo en fanzines, así que fui directamente ahí; para mi sorpresa, pregunté a dos vendedores del lugar sobre qué había pasado con la Biblioteca Social Reconstruir y nadie sabía; luego, con la tercera persona a la que acudí, un vendedor de estoperoles, tuve mejor suerte, pues me dijo: —¿Buscas al Tobi? Es ese carnal de allá; pregúntale a él. —Señalándote a ti en un puesto al ras de piso donde se vendían discos, pegatinas y fanzines. Si mi memoria no falla, estabas hablando con unos punks. Cuando te desocupaste, pregunté: —¿Tú eres el Tobi? Estoy investigando sobre la Biblioteca Social Reconstruir. Según esto, encontré en internet que estaba por Bellas Artes; fui, pero me dijeron que se habían movido. ¿Me podrías dar algún dato sobre su localización? —Y tú me respondiste: —Sí carnal, va haber la reapertura en quince días; estamos en la Raza. Ahí si quieres, le puedes caer y ayudarnos a pintar; apenas vamos a reabrir. —Me proporcionaste la dirección en una propaganda, nos despedimos y deambulé un rato por el tianguis, hasta que regresé a mi hogar. 

En el día de la reapertura de la biblioteca, llegamos un compa y yo. Estaba lleno de punks y cámaras, pero entramos como pudimos. Al entrar al edificio, vimos la pequeña biblioteca en el primer piso y un comedor al final; en el segundo piso, el auditorio; había más pisos, pero sólo exploramos hasta ahí. Hasta la fecha, no he ido más arriba. Me sorprendió que, pese al escándalo del auditorio, varios jóvenes estaban ya leyendo, consultando el material de la biblio desde ese momento. También me maravilló que la estantería fuera abierta, le decía a mi valedor que era mucha confianza dejar estanterías abiertas cuando quizá se puedan robar los libros por la cantidad de gente que visitaba el espacio; a lo que un señor, que ya es amigo mío, el Kiko, me aclaro lo siguiente: —Es porque tenemos la confianza en nuestros amigos. Aquí se respeta el apoyo mutuo; por eso sabemos que no nos expropiarán los libros. —Tenía mucha razón, sobre todo porque esa mutualidad forma el carácter y mina las relaciones entre el autoritarismo de las bibliotecas oficiales que crean todo un mecanismo de credencialización y control de lo que consultas. Abrimos uno que otro libro, encontrando libros que yo buscaba desde hace tiempo, como el Esbozo de una moral sin obligación ni sanción, de Jean-Marie Guyau; muchas revistas ácratas; libros sobre diferentes corrientes en la historia del anarquismo; y materiales afines: marxistas, personalistas y de literatura en general. Yo, con mi curiosidad inquieta, me quedé emocionado por consultar todos esos materiales. Me fui a mi casa sin saber quien era el bibliotecario, yo no sabía que era el Kiko ni tú, Tobi. 

A la semana siguiente, empecé a ir diario a pesar de mis responsabilidades, como las entregas de proyecto de tesis. Llegué a la Biblioteca temprano; se leía desde afuera en letras blancas y negras: «Libertad y no violencia». Al entrar, colgada en la pared, una foto de Ricardo Mestre: el catalán exiliado de España por sus ideas anarquistas; fundador de la Biblioteca Social Reconstruir, que junto a algunos de sus compañeros de lucha estableció una biblioteca ácrata en plena capital de México. Ésta se convirtió en referencia obligada de todo rebelde. También entre sus visitantes en los ochentas estuvieron Octavio Paz, Enrique Krauze, Alain Derbez y Gabriel Zaid. Mestre fue difusor del anarquismo en México, editó a Rudolf Rocker, Cappelletti y Clastres. Fundó la Editorial Minerva, hoy extinta. Su esposa, Silvia Mistral, fue escritora de libros infantiles. Me acuerdo que en unas charlas entre amigos, recordando a Mestre, tú me enseñaste una foto de cuando él fue al puerto de Veracruz a recoger a Simon Radowitzky, a su vez nos contabas tus vivencias con él y lo que te decía de la Guerra Civil española. 

Pero ya me desvié del tema. Recuerdo que una vez, pasada la reapertura, sólo estabas tú y el Kiko. Era temprano. Llegué, saludé, puse mis cosas en la mesa y me preguntaste si venía a consultar el material; yo dije que sí. Así de sencillo, me abriste las puertas al acervo anarquista y a la fraternidad que sólo puede existir entre iguales. 

Con la constancia de mis idas a la biblioteca, me preguntaste si buscaba algo en especial; yo te dije que sí, que buscaba anarquismo individualista, sobre todo material relacionado con las influencias stirnerianas, tú me pusiste en las manos el libro de Gímenez Igualada titulado Anarquismo. Con el tiempo y el frío, recuerdo que tú y el Kiko tomaban café en la parte trasera donde una señora puso su negocio de terapias y que luego quedó deshabitado; ese día me llamaron, me invitaron café y me preguntaron por qué buscaba material individualista, si acaso pertenecía a algún colectivo o por qué esa inquietud. Yo contesté que era herencia de mis lecturas de Stirner en la universidad. Se sorprendieron de que ese autor se viera en la currícula universitaria, a lo que agregué que no pertenecía a ningún colectivo, sino que era inquietud mía. Aunque también expliqué que andaba haciendo una tesis sobre libertinos y que tenía la sospecha de que este pensamiento influyó en los anarquistas; lo cual es cierto. Desde esa charla de café, me abrieron tú y Kiko una amistad que valoro como ninguna otra. Con el paso del tiempo, fuimos dialogando sobre las diferentes perspectivas del anarquismo. Recuerdo que tú me dijiste: —Primero por el principio, no vas a entender nada si empiezas con anarquistas contemporáneos, varías ideas que ellos reafirman ya las habían dicho los clásicos del anarquismo, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, así que como las escuelas clásicas es bueno empezar leyendo a los clásicos para tener una base. —Fue tu primera enseñanza teórica en cuanto al pensamiento anarquista, el cual seguí con gusto y que me ha servido para el estudio de dicho pensamiento hasta la fecha. 

Desde que te conocí, te gustaba el estoicismo y tu filósofo favorito era Séneca. De hecho, eres el único estoico en la vida real que conozco. Tu serenidad, prudencia y tus recomendaciones sobre el escribir breve todavía las llevo como enseñanza tuya. También cierta culpa de esto la tiene Cappelletti, que en las charlas sobre los clásicos siempre era evocado. Me acuerdo que comentabas como una vez llegó a la Biblioteca con Mestre y no te tomaste la foto, que era un señorón riguroso en la lógica y muy formal de carácter. También recuerdo cuando dijimos que en la biblioteca nos parecíamos al helenismo, había estoicos y punks epicúreos, y que yo era una clase de cínico con mezclas cirenaicas. En cuanto te afirmaba cosas como: «un sabio dijo…», tú replicabas: —En realidad no hay sabios, aquella persona que se dice sabio es solamente una persona que ha leído o vivido otras cosas diferentes a las que tú has leído. Quizá tú le parezcas sabio a esa misma persona cuando cuentas las cosas que te interesan y que él no sabe. Esa idea del sabio como forma de autoridad sobre el que no sabe fue minada en esa charla para establecer mutualidades del conocimiento. 

Más allá de nuestras evocaciones históricas y teóricas, y las solemnidades me quedo con el Tobi riente, el bromista, el que contaba chistes a cada rato, el que se carcajeaba de las cotidianidades de sus amigos, por ejemplo, de las fidelidades del Casanova Kabo cuando era punk, o del libertino cristiano mío. Hasta recuerdo que te reíste cuando te conté por ahí que un compa decía que te parecías al jefe Gorgori por tu físico. También evoco tus invitaciones a comer con los compañeros del sindicato o cuando íbamos a los tacos y qué decir de toda la banda que conocí cuando hacías reunión de fin de año y las que llegaban mientras estábamos en la biblioteca. Todas esas personas que conocí como el Kabo, el Kiko, Magui, Iván, Omar, entre otros; son parte de esa compañía cotidiana tuya. Qué decir de los extranjeros que venían o de las pláticas esporádicas de los visitantes. Tengo en mente cuando un grupo de peruanos de la organización por la liberalización del LGTB, escucharon mi texto del silencio, que había preparado a botepronto en el taller de crónica con Belarmino, o cuando el Brayant —un compañero estadounidense— estaba buscando un lugar de estancia para su doctorado en el D.F. Qué decir de las personalidades que conocí vivencialmente por la estancia en la biblioteca: Miguel Amorós, teórico anarquista del anti-industrialismo; Claudio Albertani, un situacionista; Carlos Díaz, un teórico del personalismo; Francisco Pineda, historiador del zapatismo; y hasta Paco Ignacio Taibo II.  Por ti, también conocí el lugar de conciertos de los jóvenes que van a fiestas: el Multi-foro Alicia. 

Si me preguntasen ahora, ¿qué fue el Tobi en tu vida? Contestaría: la anarquía cotidiana, un confidente, el movimiento de las ideas anarquistas, el estoico sindicalista, el bibliotecario ryneriano, el libertario que fue a mi examen profesional, un ejemplo de utopía encarnada, un incitador de la mutualidad. 

Dicen por ahí que un anarquista no se dedica a una sola cosa, sino que es polifacético y bien lo creo. Tú fuiste impresor, vendedor de ropa, sindicalista, bibliotecario, amigo del desdichado, tallerista, inspiración y ahora eres polvo anárquico cósmico. 

Un abrazo fraterno hasta donde quiera que andes, amigo libertario. Me hubiera gustado conocer tu faceta como punk, pero te me adelantaste… 

¡Sonrisa, un mundo nuevo y viva la anarquía!

M*** W***

¿SERÁ QUE STIRNER INFLUYÓ EN EL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE?

En la década de los cuarenta, años en los que a Nietzsche le habría gustado vivir, según confesó a un amigo, hubo un autor que se alzó contra los maquinistas de la lógica histórica y naturalista, y que había escrito sobre el espíritu libre y vivo: «Sabe que el hombre se comporta en forma religiosa o creyente no sólo en relación con Dios, sino también en relación con otras ideas, como el derecho, el Estado, la ley, etcétera, es decir, reconoce las ideas fijas por doquier. Y así quiere disolver el pensamiento a través del pensamiento» (Stirner, 164). Estamos recordando aquí a un provocador filosófico que ya antes de Nietzsche experimentaba con el pensamiento de la inversión, y había formulado su protesta anarquista contra la supuesta lógica férrea de la naturaleza, la historia y la sociedad en una obra que había aparecido el año anterior al nacimiento de Nietzsche. Johann Caspar Schmidt, profesor en el Centro de Educación de Señoritas de Berlín, publicó en 1844, bajo el pseudónimo de Max Stirner, su obra El único y su propiedad, un libro que entonces llamó mucho la atención. Por su radicalidad individual y anarquista, los ambientes normales de la filosofía e incluso los disidentes rechazaron oficialmente la obra como escandalosa y desatinada.

Pero en privado muchos estaban fascinados por su autor. Marx se sintió incitado a escribir una crítica de esta obra, una crítica que alcanzó unas dimensiones superiores al libro criticado, y que al final no fue publicada. Feuerbach escribió a su hermano que Stirner era «el escritor más genial y libre que había conocido» (Laska, 49); pero en público no se manifestó sobre este autor. Por lo demás, la callada repercusión de Stirner continuó también más tarde. Husserl habló una vez de su «fuerza seductora», aunque no lo menciona en la propia obra. Carl Schmitt, de joven, estaba profundamente impresionado por Stirner, y en 1947, encontrándose en prisión, se sintió «tentado» de nuevo por él. Georg Simmel se prohíbe a sí mismo el contacto con este «tipo sorprendente de individualismo».

Por lo que se refiere a Nietzsche, parece que se da en él un llamativo silencio. En su obra nunca menciona el nombre de Stirner, pero pocos años después de su derrumbamiento se encendió en Alemania una viva disputa sobre la pregunta de si Nietzsche conoció a Stirner y se dejó impulsar por él. En el debate se vieron implicados, entre otros, Peter Gast, la hermana, Franz Overbeck, amigo de muchos años, y Eduard von Hartmann. Defendieron una posición extrema los que le acusaban de plagio. Hartmann, por ejemplo, argumentaba que Nietzsche había conocido la obra de Stirner, pues en su segunda Intempestiva había criticado exactamente aquellos pasajes de la obra de Hartmann en los que se rechazaba explícitamente la filosofía de Stirner. O sea que, aun cuando sólo fuera por este camino, Nietzsche tenía que conocer a Stirner. Hartmann resalta además el paralelismo de ciertos pensamientos, y plantea entonces la pregunta de por qué Nietzsche, si bien se dejó influir con seguridad por Stirner, sin embargo lo silenció sistemáticamente. La respuesta que entonces parecía obvia la formuló así un contemporáneo:

«Nietzsche habría quedado desacreditado para siempre entre las personas formadas de todo el mundo si hubiera dejado notar algún tipo de simpatía por un burdo y desconsiderado Stirner, que hace alarde de un desnudo egoísmo y anarquismo. De hecho, la escrupulosa censura de Berlín sólo permitió la impresión del libro de Stirner por la razón de que los pensamientos expuestos eran tan exagerados, que nadie iba a estar de acuerdo con ellos» (Rahden, 485).

Dada la mala fama de Stirner, es fácil imaginarse que Nietzsche no quería verse asociado a él ni por un instante. Las investigaciones de Franz Overbeck mostraron que en 1874 Nietzsche prestó a su alumno Baumgartner la obra de Stirner, sacada de la biblioteca de Basilea. ¿Fue esto quizás una medida de precaución, la de dársela anticipadamente a sus alumnos para que estuvieran ya preparados? En todo caso, así recibió el público esta noticia, una interpretación en cuyo apoyo vienen los recuerdos de Ida Overbeck, amiga íntima de Nietzsche en los años setenta. Ésta relata:

«En una ocasión, cuando mi marido había salido [Nietzsche] conversó un ratito conmigo y mencionó a dos elementos que ocupaban su atención y con los que se sentía emparentado. Como en todas las ocasiones en las que adquiría conciencia de una relación interna, se mostraba muy animado y feliz. Un poco después topó con Klinger entre los libros de casa […]. “¡Mira!”, dijo, “con Klinger me he equivocado mucho. Era un filisteo, ¡no!, con él no me siento emparentado. Pero Stirner, ¡ése sí!”. Y al decir esto, un gesto festivo recorrió su cara. Mientras yo me fijaba en sus rasgos con tensión, éstos cambiaron de nuevo, hizo con la mano algo así como un movimiento de ahuyentar y dijo susurrando: “Ahora se lo he dicho a usted, cuando en realidad no quería hablar de esto. Olvídelo de nuevo. Se hablará de un plagio, pero usted no lo hará, ya lo sé”» (Bernoulli, 238).

Ida Overbeck sigue relatando cómo, en presencia de su alumno Baumgartner, Nietzsche designó la obra de Stirner como «la más audaz y consecuente desde Hobbes». Como sabemos, no era un lector paciente, pero a su manera era un lector a fondo. Pocas veces leía enteramente los libros, aunque sí leía en ellos con un instinto certero para aquellos aspectos que eran instructivos y estimulantes. Ida Overbeck relata al respecto:

«Me decía que, cuando leía a un escritor, siempre se sentía afectado solamente por frases breves, con las cuales enlazaba él sus propios pensamientos; y que, sobre las columnas que así se le ofrecían, ponía un nuevo edificio» (Bernoulli, 240).

Pero ¿qué era lo que, por una parte, hacía de Stirner un leproso en la filosofía y, por otra, ejercía el efecto de estimular a Nietzsche o de confirmar su propio pensamiento? Más tarde, Nietzsche coqueteará en su propia obra con el aura de la locura; y en relación con Stirner podía contemplar ya ahora la propia empresa en el espejo de lo proscrito.

[…] La filosofía de Stirner era un grandioso golpe liberador, a veces caprichoso y burlesco. Y era también consecuente en un sentido muy alemán. Sin duda Nietzsche lo experimentó como un golpe liberador cuando tenía que crearse espacio para el propio pensamiento, cuando, por mor de la vitalidad de la vida, reflexionaba sobre el problema del saber y de la verdad, y sobre cómo «el aguijón del saber» había de «invertirse contra la verdad».

Safranski, Rudiger., Nietzsche. Biografía de su pensamiento (epub), Traducción de Raúl Gabás, Barcelona, Tusquets, 2019. p. 142-145 y 149.