Recientemente un amigo me comentó que quedó «traumado» al leer que al-Farabi dice que los hábitos y rasgos naturales están determinados por la alimentación y el entorno natural, y que éste, a su vez, está determinado por la posición de los cuerpos celestes en relación a la nación. Me parece comprensible la incomodidad que le generó la lectura del pasaje, que hizo manifiesta al decir que quedó traumado. Estamos bastante acostumbrados a los intentos de sostener la existencia de supuestas divisiones raciales entre humanos a partir de argumentos biologicistas o de diferentes tipos de argumentaciones pretendidamente naturalistas. Me parece, sin embargo, que las ideas de al-Farabi al respecto no se pueden clasificar de esta manera y son más interesantes de lo que parece a primera vista.
En efecto, al inicio de la segunda parte del Libro de la política, al-Farabi distingue los diferentes tipos de asociaciones humanas: perfectas e imperfectas; pequeñas, medianas y grandes. Considera que las asociaciones en casas, calles, barrios y aldeas son imperfectas, mientras que las asociaciones en ciudades, naciones y la asociación cooperativa de naciones son perfectas. Acto seguido se ocupa brevemente de dar cuenta de las que considera como causas de las diferencias entre las naciones, definidas como asociaciones de ciudades y clasificadas como comunidades medianas. Es ahí donde entran en juego las aseveraciones que llamaron la atención de mi amigo.
¿Qué es lo que hace diferentes a las naciones? ¿Cómo explicar la diversidad humana que se puede verificar entre ellas? La diversidad tanto física como de formas de vida era bastante evidente, el imperio abbasí, en el que nació al-Farabi, abarcaba una gran extensión territorial dentro de la cual lo mismo se podían encontrar ciudades bastante distintas entre sí —como La Meca, Bagdad o Damasco— que comunidades nómadas o seminómadas de los desiertos —como los beduinos de la península arábiga o algunas tribus beréberes del norte de África—. Habría que considerar además el contacto que tenían con el imperio bizantino y el conocimiento que se llegó a tener sobre otras regiones.
La respuesta de al-Farabi se basa en su cosmología neoplátonico-aristotélica. En primer lugar, el territorio, el entorno geográfico que ocupan las naciones, es diferente y esto estaría determinado por las diferentes posiciones de los astros respecto a las partes de la tierra. Esto mismo hace, continúa, que el aire y el agua de cada región sean diferentes, lo que hace a su vez que las especies de plantas y animales que pueblan cada territorio sean distintas. De ahí se deriva la diferencia entre los alimentos que consumen las personas de las diferentes naciones. Más aún, el filósofo asegura:
De las diferencias de sus alimentos se siguen las diferencias de las materias y del semen de que están formados los hombres que vienen en pos de los que ya han muerto.
Y si consideramos que, aristotélicamente, es a través del semen que se transmite la forma de la especie, resulta que así quedaría explicada la diversidad física de la humanidad.
Sin embargo, el Segundo maestro va más allá y señala que de estas diferencias también se derivan los «hábitos naturales» y los rasgos de carácter:
De la colaboración y combinación de estas diferencias surgen diferentes mezclas, por las que se diferencian los hábitos naturales y los rasgos de carácter de las naciones. De esta manera y por esta vía estas cosas naturales se ajustan, se vinculan unas con otras y ocupan sus grados respectivos; hasta este punto contribuyen los cuerpos celestes en el perfeccionamiento de estas cosas.
Esta especie de determinismo es lo que ciertamente nos puede parecer conflictivo o incómodo. Sin embargo, conviene observar que hasta aquí al-Farabi sólo recurre a esto para explicar las diferencias en los que llama hábitos «naturales». Estos parecen concernir a la manera en que se satisfacen las necesidades que hoy llamaríamos básicas, como la alimentación, el vestido o la vivienda. En este punto, la postura de al-Farabi no parece ser problemática. Para el observador, no parece que los hombres tengan una libertad total para elegir las formas de vida a las que recurren. Aunque se pueda variar de diferentes maneras su preparación, parece haber un límite para la diversidad de maneras en que un conjunto de alimentos se puede consumir, por ejemplo. Y una persona que nace en una tribu beduina del desierto no parece que pueda elegir a voluntad cuando migra, o por qué rutas.
El hecho de que al-Farabi considere que también hay rasgos del carácter que están determinados por estas cuestiones físicas parece más difícil de aceptar. Y aunque aquí todavía no entran en juego las valoraciones morales es cierto que en los Artículos de la ciencia política sí afirma que el tipo de vivienda que se habita puede generar hábitos morales distintos en las personas:
Por ejemplo, las viviendas de pelo de animal y de pieles en los desiertos generan en sus habitantes los hábitos de la precaución y la discreción y, a veces, el asunto llega a generar la valentía y la osadía; y las viviendas inexpugnables y fortificadas generan en sus habitantes los hábitos de la cobardía, la seguridad y el ser temeroso
Es por esta razón que considera necesario que el gobernante vigile las viviendas de los ciudadanos, por razón de los hábitos morales que estas pueden propiciar en los habitantes. Sin embargo, al final de este mismo artículo señala que esto es «sólo a manera de ayuda». Así, pues, la vivienda no determina por completo el tipo de hábito o carácter moral de sus habitantes.
Más aún, en el mismo Libro de la política, al-Farabi indica:
Las disposiciones que son por naturaleza no fuerzan a nadie ni le obligan a hacer eso, sino que sólo son disposiciones para hacer esa cosa, para la que están preparados por naturaleza, de una manera más fácil para ellos.
Es decir que ni los rasgos del carácter determinados por las condiciones naturales ni los hábitos morales condicionados por aspectos como el territorio que se habita o el tipo de vivienda que se ocupa determinan completamente el comportamiento humano, no lo condenan a comportarse de una manera específica ni le imposibilitan cambiar. En todo caso, puede que hagan más fácil o más difícil para una persona adoptar el tipo de hábitos que considera virtuosos. De hecho, en otro de los Artículos de la ciencia política asegura que el hombre no tiene por naturaleza ninguna virtud ni vicio, y que aún cuando de las disposiciones naturales procedan algunas acciones esporádicas, no se puede llamar propiamente virtud o vicio a tales disposiciones, «como tampoco a la predisposición natural hacia los actos del arte se le puede llamar arte».
Al-Farabi asevera que el mal no existe fuera de aquello que depende de la voluntad del hombre, e insiste bastante en la posibilidad de que el humano moldee voluntariamente su comportamiento, tanto en los textos ya citados como en La ciudad ideal o El camino de la felicidad.
De esta manera, se puede decir que el filósofo enfrenta el reto de explicar la diversidad física de la humanidad así como la que se puede observar en las costumbres ligadas a las necesidades de sobrevivencia, al mismo tiempo que se abstiene de valorarlas moralmente. En principio, las personas de las diferentes naciones serían todas igualmente capaces en un sentido moral, y tanto el nómada del desierto, como el agricultor sedentario o el habitante de una gran ciudad pueden llegar a ser igualmente prudentes y virtuosos, aun cuando sus hábitos de vida sean tan diferentes.