«Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (comentarios finales)

A lo largo de entradas anteriores he expuesto la manera en que aparece e concepto de «raza» en el apartado “Raza, comunidad, corporación y clase” del libro México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución, de Enrique Semo.

Ahora, me parece que es un buen momento para hacer a un lado el trabajo expositivo exegético y pasar al análisis de cuáles son los  frutos que se pueden recoger  de su propuesta.

La primera cuestión interesante es el hecho de que Semo presenta dos maneras de definir las razas humanas y la manera en que describe cómo e que éstas se formaron en Nueva España.

Como hemos visto ( «Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (1)), primero da una definición amplia según la cual las razas son lo que los miembros de una sociedad conciban como tal, pero después plantea la cuestión en términos de las diferencias físicas (reales o imaginarias) presentes entre los miembros de sociedad. Éste último punto de vista, como hemos podido ver en una entrada anterior en que se analizó la propuesta hecha por David Theo Goldberg en su artículo “The semantic’s of Race”, no se puede sostener de manera general, pues las razas humanas no siempre han sido configuradas y distinguidas de acuerdo con criterios físicos (ya sean reales o imaginarios).

Sin embargo cuando procede a explicar cómo se fundaron las relaciones sociales de raza en la Nueva España, Semo parece proceder más bien de manera acorde con la primera definición que ofrece que con la segunda. Como se ha podido ver («Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (2)), explica el surgimiento de la división racial de la sociedad como producto de la racionalización de la conquista, de las diferencias culturales entre los conquistadores y los conquistados y de la concepción del linaje y limpieza de sangre de los españoles. En el primer caso el elemento central para la distinción de las razas fue, la distinción entre vencidos y vencedores, conquistados y conquistadores. En el segundo, estuvieron en juego la pertenencia a grupos con diferente lengua, costumbres, creencias religiosas y formas de organización social. Cuando se trata el caso de los estatutos e “Limpieza de sangre” presentes en España como antecedente a la racialización (para usar el término propuesto por Goldberg) de la sociedad novohispana, el elemento clave es la ascendencia, el linaje. En ninguno de estos casos fueron características físicas las principales determinantes de las diferencias raciales (a menos que se piense en el linaje o ascendencia como una característica física, o cual me parece difícil de sostener).

Es posible que el color de la piel u otros rasgos físicos hayan sido racionalizados o asumidos como indicadores de estas diferencias en que se basó la racialización, pero no parece que hayan sido los cimientos sobre los que ésta se construyó. Dicho de otra manera, no es que los individuos hayan sido considerados como una raza X por presentar ciertas características físicas, sino más que el hecho de que los grupos dominados fueran físicamente distinguibles de los conquistadores posibilitó que se asociara la presentación de ciertas características fenotípicas como un rasgo distintivo de las distintas razas.

El hecho de que a pesar de la dilusión de diferencias físicas, debido al mestizaje, se haya podido considerar a individuos fenotípicamente distintos como miembros de la misma raza, de la misma casta, con base en su ascendencia, pone más de manifiesto el carácter secundario del papel de los rasgos físicos en la racialización de los grupos sociales.

Hay, sin embargo, una manera en que la decisión de Semo de mantener la segunda definición mencionada puede ser pertinente. Las leyes pueden decir una cosa, mientras que en la práctica pueden suceder cosas bien diferentes. De este modo, es perfectamente posible que personas legalmente consideradas como miembros de la misma casta fueran tratadas de manera diferente en la práctica debido a la presencia de ciertas diferencias físicas. Esto dependería de los prejuicios y practicas de las personas en su vida cotidiana, independientemente de lo dictado por las leyes. Al mantener la segunda definición y hacer constante mención de la importancia de presentar ciertos rasgos fenotípicos, Semo no cierra la posibilidad de investigar y examinar esta dimensión. Pero, si esta es la intención, la manera en que presenta sus definiciones no es la más afortunada, pues parecería que ambas entran en tensión.

Como consecuencia de esta observación, podemos ver que el estudio y análisis de las relaciones de raza en la Nueva España es sumamente complejo, pues no sólo exige analizar los elementos sobre los cuales se funda la racialización de los distintos grupos, sino también, por un lado, lo que se puede encontrar plasmado en las leyes y otros documentos oficiales y, por el otro, las formas en que de hecho se relacionaba la gente en su vida diaria. Pero además, esto no puede ser exclusivo del análisis de la sociedad en el periodo colonial, puede generalizarse a todas las etapas posteriores de la historia mexicana, pues no porque las leyes dejen de admitir o hacer referencia a la existencia de distintas razas humanas las personas han de dejar de comportarse como si estas existieran.

En segundo lugar, podemos observar que Semo no duda en hablar de racismo ań cuando en muchos casos es difícil encontrar usos del concepto de raza en los textos de los personajes que menciona o en los documentos a los que hace referencia. En el Democrates alter de Juan Ginés de Sepúlveda, por ejemplo, no encontramos ningún punto en que se haga uso del concepto de raza para caracterizar a los naturales de la Nueva España. Es más, su caso se puede considerar incluso más radical que el del racismo, puesto que duda en conceder el estatus de humanos a los conquistados. En el edicto de 1806 del Consejo de Indias citado por Semo se dice que la gente de América constituye un especie muy inferior la del estado llano de España, “especie”, no “raza.

Recordemos que una tesis central del artículo de Goldberg era precisamente que sólo se puede hablar de racismo allí donde hay alusiones, aunque sea veladas, al concepto de raza. ¿Qué postura asumir entonces? ¿Diremos que Semo se equivoca al hablar de relaciones sociales de raza en la Nueva España y que debería hablar de otra cosa, usar otros conceptos para analizar la estructura de dominio y explotación presente en ella? ¿O podemos asumir con él que sí se puede hablar de relaciones de raza y extraer de su proceder algunas observaciones críticas hacia la propuesta de Goldberg?.

Personalmente me inclino más por la segunda opción. Y creo que la crítica podría ser ensayada de la siguiente manera. El concepto de clases sociales no surgió sino hasta el siglo XIX. No existía antes y, por eso, es comprensible que no se utilizara en ninguno de los análisis de sociedades realizados antes de este siglo. Sin embargo, una vez acuñado, se descubrió que podía ser útil para analizar no sólo la sociedad del siglo XIX sino también sociedades anteriores. Visto de esta manera el hecho de que el concepto no existiera antes, no quiere decir que es imposible hablar de clases sociales en las sociedades que existieron antes del siglo XIX, o que es ilegítimo hacerlo. ¿No podemos hacer algo análogo con el concepto de racismo? ¿No es posible asumir que puede hablarse de la existencia de racismo en sociedades en que el término o concepto de raza no está presente o no es utilizado?. Parece que el concepto de racismo o de relaciones sociales de razas puede ser útil para analizar a sociedad novohispana ¿cómo podemos negar la legitimidad de su uso?. Si, como yo estoy tentado a hacer, respondemos que sí se puede usar esta categoría para analizar sociedades aunque no se use en ellas el concepto de raza, entonces tenemos que revisar nuevamente nuestro concepto de racismo, pues, en esto tiene razón Goldberg, si no tenemos cuidado podemos terminar llamando racismo a cualquier práctica de discriminación, exclusión o trato diferenciado.

«Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (3)

En la entrada «Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (2) anuncié que además de examinar la manera en que las diferencias raciales fueron racionalizadas en la Nueva España, Semo hablaba también del llamado «sentido profundo» del sistema de relaciones raciales que surgió en la sociedad novohispana. En adelante, expondré acá la manera en que aborda el tema en el apartado «Raza, comunidad, corporación y clase» de su libro México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución.

El sentido profundo, la razón de ser del sistema de relaciones raciales y sus estratificaciones era la explotación del trabajo de los nativos. La diferencia de culturas,que se asoció al color de la piel, permitía a los españoles justificar, a ojos de los europeos, la deshumanización y mortandad de sus trabajadores en las colonias. Si los negros e indios en América no tenían los mismos derechos que los campesinos y trabajadores blancos en Europa, era porque pertenecían a una raza inferior. (México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución, p. 306)

El hecho de que la función del sistema racial era justificar y reproducir las relaciones de dominio que permitían explotar el trabajo de los considerados inferiores se hace evidente en los eventos o fuerzas que lo amenazaron y las formas mediante las que intentó preservarse la diferencia entre las distintas capas de la sociedad.

En primer lugar, los rasgos físicos no eran un criterio seguro para mantener la división, puesto que el mestizaje los diluía. Así, los españoles y principalmente los criollos, espantados por la proliferación de mestizajes idearon pronto nuevas subdivisiones raciales, categorías que para los mulatos y mestizos marcaron claramente su posición con respeto a los españoles, indios ynegros, las supuestas «razas» fundacionales. Las subdivisiones se hicieron más finas después, moriscos, lobos,castizos, saltapatrás, albinos, etc. fueron algunas de las distintas categorías que se inventaron, en las que más que las características físicas, lo que importaba era el estrato racial al que pertenecían los progenitores de cada individuo (México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución., p. 306).

Es evidente que en varios casos había consciencia clara de las ventajas y desventajas de tener ascendencia o descendencia de determinados estratos; había indias, por ejemplo que preferían tener hijos con esclavos negros antes que con otros indios, pues así sus hijos estarían libres de la esclavitud de sus padres, pero también de las obligaciones tributarias de sus madres. Por otro lado, Semo da cuenta de que todavía en el año 1711, el Cabildo de la Ciudad de México escribe al rey que los españoles que se habían mezclado con indias verían a sus descendientes privados de los honores propios de los españoles, pero también de las leyes protectoras que gozaban los indios (México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución, p. 307).

El paso de una categoría a otra era posible, pero muy complicado, pues había que falsificar actas de matrimonio e influir sobre sacerdotes con sus propias ideas acerca de del origen racial inscrito en las actas de bautismo. Lograr el estatus de español con limpieza desangre era difícil, costoso y requería una apariencia física con fuertes rasgos blancos. Con todo era posible llegar a ser considerado dentro de un estatus más alto que el que supuestamente correspondía por nacimiento. En el siglo XVIII se registró un impresionante crecimiento estadístico del número de criollos, pero esto no se debió tanto  un proceso demográfico natural como ala presión ejercida por numerosos mestizos y mulatos para ser considerados criollos (p. 309).

Si el paso de un estrato a otro era difícil y costoso, ello se debía no sólo a los prejuicios raciales de las personas, sino a la conveniencia de esto para los intereses de los conquistadores. No se podía permitir la desaparición de los estratos bajos, porque ellos constituían la fuerza de trabajo principal de la sociedad colonia.»Como decía un virrey del siglo XVII ‘es seguro que mientras existan los indios, las indias seguirán existiendo'» (p. 308)

Como se ha podido ver, dice Semo, la relación social de dominio racial fue impuesta primero por la guerra, la esclavización y a devastación. Pero después, con la institución de leyes y las prácticas cotidianas de dominio y explotación, llegó a presentarse como una herencia  «una condición que precede el nacimiento de cada súbdito, un componente natural del mundo en el cual ve la luz. Las virtudes de la raza dominante y los vicios de la raza dominada aparecen así como rasgos innatos contra los cuales el individuo nada puede» (p. 312-313).

Hay un último aspecto de la propuesta de Semo que es importante resaltar. Se ha dicho que la destrucción del sistema racial era contraria a los intereses de los españoles y de la corona, que tarazón profunda de ser del mismo era la explotación de la mano reobra de los dominados. Esto puede dar la impresión de que el sistema racial se impuso de manera voluntaria y consciente. Sin embargo, el historiador de la economía niega que esto haya sido así, de acuerdo con él:

«La relación social racista no es fruto de la acción consciente de personas o grupos interesados en ella. Surge de una falsa conciencia de los hechos de la Conquista y después, de la sumisión y decadencia del vencido. Las personas que lo predicaban y defendían podían ser más o menos sinceras, igual que los que lo ejercían,pero el interés clasista y anticolonialista estaba presente en ambos por igual» (p. 313).

Ahora que tenemos este breve panorama de la manera en que Semo concibe la manera en que surgieron y se impusieron las relaciones sociales de raza en Nueva España podemos pasar a un análisis un poco más detallado de su propuesta, para ver qué frutos conceptuales podemos extraer de la misma y qué posibles críticas se le pueden hacer.

«Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (2)

En una entrada anterior (“Raza” y “racismo” en la obra de Enrique Semo (1)), comencé a examinar la manera en que el historiador Enrique Semo presenta los conceptos de raza y de relación social de raza, que aplica al análisis de la sociedad novohispana, en el apartado «Raza, comunidad, corporación y clase» de su libro México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución.  Como se vio allí, parecía que Semo ofrecía dos definiciones de raza una amplia y una más restringida, de modo que no quedaba del todo claro la manera en que usa el concepto. Ante esto, se planteaba la necesidad de examinar la manera en que el mismo Semo dice que fueron racionalizadas las diferencias raciales en Nueva España.  Aquí se expondrá la manera en que Semo dice que se llevó a cabo este proceso.

1

«La primera racionalización de la división social racial tiene su origen en la conquista y la constante reproducción de su significado social y cultural» (México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución, p. 301)

Y cuando se habla de una constante reproducción de la conquista hay que tener claro que se hace en un sentido muy literal, no sólo se trata de la reproducción de las consecuencias ideológicas de la conquista de los aztecas, sino del proceso de conquista completo, puesto que en realidad éste nunca terminó (en el norte todavía continuaban las luchas de conquista cuando inició la Revolución de Independencia). Varios aspectos marcaron el proceso de conquista.

En primer lugar, los españoles conquistadores se consideraban a sí mismos como hidalgos y, por ello, personas para las que estaban vedados, o eran indignos, los trabajos viles. A sus ojos, ellos estaban llamados a conseguir fortuna, a obtener lo privilegios de la nobleza, por medio de las armas. La otra cara del espíritu marcial de los hidalgos era el desprecio hacia el conquistado, el vencido.

En segundo lugar, los españoles vencedores se ven a sí mismos como portadores de una civilización superior, dotada de armas invencibles para los indígenas, y de la única religión verdadera.

De acuerdo con esta visión dicotómica de conquistadores-conquistados, vencedores-vencidos, la población de Nueva España se divide esencialmente en españoles e indios. Además, hay que agregar a los negros esclavos, personas en las que, a ojos de los españoles, el color de la piel y su condición social eran prácticamente sinónimos.

Como ejemplos de esta primera racionalización de la división entre los españoles conquistadores y los indios conquistados, Semo menciona (pp. 301-302) la visión sobre los indios de Juan Ginés de Sepúlveda(1490-1573), quien sostuvo que los indios eran esclavos por naturaleza y sus intereses estaban mejor resguardados por los españoles, que los habían rescatado de una servidumbre material y espiritual mucho más cruel que aquella a la que los sometieron; la de Fernández de Oviedo (1478-1557), que los describía como sucios,cobardes, mentiroso capaces de cometer suicidio de puro aburrimiento y para arruinar a los españoles con su muerte; la de Francisco López de Gómara (1511-1566) y la deCervantes de Salazar (¿1514?-1575),quien tenía una visión más negativa de los indios ya conquistados que de sus antecesores paganos, pues los consideraba cobardes carentes de todo sentido del honor, vengativos, desagradecido, volubles, poco inteligentes, haraganes y ladrones, que recibían por su trabajo más de lo debido.

El aspecto importante de esta racionalización de la diferencia entre conquistadores y conquistados, españoles e indios, radica en que se adjudicaron los «defectos» de los segundos a rasgos de nacimiento, propios de una raza inferior, completamente distinta a la española.

De esta manera, afirma Semo (p. 303), surgió una doble estructura de dominio y explotación: económica, por un lado, cultural-identitaria, por el otro. En lo económico, se plasmaba en la explotación del trabajo esclavo, servil, asalariado; en la imposición de diezmos, tributos e impuestos. En lo cultural, en la producción de nuevas identidades históricas: indio, negro,mestizo, blanco, etc., impuestas como categorías de la relación de domino y superioridad y como fundamento de una nueva cultura, una cultura racista.

Sin embargo, precisa Semo, esta estructura no se asentó de la misma manera y con la misma intensidad en todos lados, porque el dominio colonial tuvo diferentes niveles. Hubo zonas donde fue precario, como en las regiones Yaqui y Tarahumara, donde los españoles no lograban establecer más que asentamientos inestables pasajeros e inseguros; y hubo otras en que sí se lograba crear todos los elementos económicos y culturales de dominio.

«El nivel de conflictividad y las actitudes de desprecio, miedo,incomprensión, formaban parte de la cultura de la raza dominante en un grado y combinación muy diverso, afin al estado real de las relaciones sociales» (p. 303)

2

Una segunda racionalización del dominio y discriminación racial, dice el historiador, se basó en la existencia de dos culturas diferentes: la del pueblo conquistador y la del pueblo conquistado, heterogénea como las etnias que lo componían. Como se ha dicho, los españoles se consideraban a sí mismos portadores de una civilización y cultura superior a la de los conquistados. La consideración de la economía, política y ciencia del hombre blanco occidental como superiores alas de los conquistados dio origen al mito de la supremacía del hombre blanco, que se reforzó después con la consolidación capitalista en la economía y la cultura, y con el surgimiento del racismo «científico» en el siglo XIX.

Como los pueblos conquistados se convirtieron en la fuerza de trabajo sobre la que se levantó el sistema social (a diferencia de lo ocurrido en las colonias anglosajonas del norte), fueron forzados a adoptarla cultura del pueblo conquistador. Los indios de la Nueva España fueron obligados a adoptar la religión, las relaciones familiares, los valores mercantiles y la disciplina de trabajo del conquistador. Aunado esto a la privación de sus sistemas políticos, se puede decir que los indios fueron privados de las bases culturales sobre las que se erige la sociedad.

3

Pero esto no fue todo lo que estuvo en juego para la fundación de una sociedad racialmente configurada y estratificada. Semo reconoce que hay ejemplos en la historia en que se han dado relaciones de dominio, o en que un pueblo ha configurado a otro como inferior, sin que eso haya dado pie a una relación social de raza. En Roma antigua, ejemplifica, algunos pueblos eran considerados como «bárbaros», inferiores, y la supuesta superioridad se afirmaba con base en rasgos políticos, culturales y militares, pero no en la apariencia física. En el mundo feudal de la Europa occidental, las diferencias fundamentales se establecían entre cristianos e infieles y, en un orden interno, entre seglares y eclesiásticos, nobles y plebeyos. En mesoamérica misma había discriminación, pero, asegura, era de tipo étnico. Los mexicas se consideraban a sí mismos como un pueblo elegido y despreciaban a otros, «pero no relacionaban esta condición con rasgos físicos o defectos de nacimiento, es decir,raciales» (p. 304).

En España, dice Semo, hubo un antecedente importante con los estatutos de «limpieza de sangre» que se instituyeron en Toledo desde 1449 y se difundieron luego en toda la península. En las investigaciones emprendidas contra moros, judíos, herejes y conversos se establecía la limpieza de sangre de acuerdo con el árbol genealógico de los investigados, y las categorías «cristiano viejo» y «cristiano nuevo». En esos años, la exigencia de limpieza de sangre para ingresar a institutos se hizo extensiva a las órdenes militares monasterios, cabildos catedralicios y la inquisición. A través de la idea de la limpieza de sangre el antisemitismo se transformó de prejuicio religioso en obsesión racial. De esta manera, dos cristianos, igual de piadosos los dos, podían ser considerados como diferentes si uno de ellos tenía un antepasado judío o musulmán.

Estos antecedentes influyeron también en la creación del concepto de indio. El cual, según nos dice el historiador,

«[…]tiene una connotación racista clara, puesto que no existe tal cosa como un etnia única. En realidad, debajo del concepto de indio se escondían un sinfín de etnias cuya actitud hacia la Conquista y época de sumisión fue diferente […] Los ‘indios’ nunca actuaron como una unidad porque ésta no existía; ni tenían el mismo pasado pecaminoso que les adjudicaban los españoles, porque su grado de desarrollo y sus culturas eran de una infinita variedad. Esta creación de los españoles sólo sirvió para fundamentar la relación racista. Los nativos cuando se dirigían a los españoles lo hacían en su calidad de indios, pero cuando discurrían en sus comunidades lo hacían en términos de su pueblo o etnia» (p.306).

Hasta aquí llega la manera en que, según Semo, fueron racionalizadas las diferencias que llevaron al establecimiento de relaciones sociales de raza en la sociedad novohispana. Sin embargo, su análisis del fenómeno no se detiene allí. Junto a la manera en que las diferencias fueron racionalizadas se encuentra lo que él llama «el sentido profundo» del sistema de relaciones raciales que surgió en la Nueva España. Veremos esto en otro apartado.

Semo y Krauze, dos visiones del quehacer histórico

En una entrada anterior  —Enrique Semo y el estudio del racismo en la historia de México (parte 1)–traté brevemente el tema de los intereses y objetivos de los estudios históricos de Enrique Semo. Quisiera ahora recordar algunos de las ideas ahí presentadas: 1) el hecho de que se estudia la historia de los sistemas económicos pasados con vistas a responder preguntas actuales, a sus repercusiones en la actualidad; 2) la insistencia en hablar poco de los líderes y sus hechos y más sobre las fuerzas que actúan debajo y detrás de ellos condicionando su actuar y pensar; 3) el hecho de que asume que su trabajo constituye, junto con otros, un llamado a una adaptación mayor de los proyectos nacionales de desarrollo y a la liberación de la influencia decisiva del capital y los gobiernos extranjeros.

Si deseo recordar esto ahora es para enfrentar la visión de Semo sobre sus estudios históricos con la manera en que evalúa y juzga otro historiador mexicano las distintas maneras y objetivos con que se aborda el estudio del pasado. El historiador en cuestión es Enrique Krauze y el el texto en que expone sus puntos de vista sobre el tema es su reseña del libro Historia ¿Para qué? presente en su propio libro Caras de la historia (México; Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1983).

En esta reseña, Krauze distingue dos maneras de acercarse a la historia, el enfoque whig y en non-whig (de acuerdo con una distinción de Herbert Butterfield). Según esta distinción, la interpretación whig de la historia «Predica el conocimiento activo del pasado para servir de distintas formas al presente (Caras de la historia, p. 17) y distingue dos sub-enfoques: 1) el de la historia «Maestra de vida» o «historia de bronce» y 2) el de la historia crítica. Para dar cuenta de la manera de ser de la «historia de bronce», Krauze cita la caracterización que hace de ella Luis González en Historia ¿Para qué?:

Sus características son bien conocidas: recoge los acontecimientos que suelen celebrarse en fiestas patrias, en el culto religioso y en el seno de las instituciones; se ocupa de hombres de estatura extraordinaria; presenta los hechos como desligados de las causas, como simples monumentos de imitación. En la Edad Media fue la soberana indiscutida. La moral cristiana la tuvo como su principal vehículo de expresión. Entonces produjo copiosas vidas ejemplares de santos y señores. En su modalidad político-pragmática tuvo un autor de primer orden: Nicolás de Maquiavelo. En el siglo XIX, con una burguesía dada al magisterio, se impuso en la educación pública como un elemento fundamental a la consolidación de las nacionalidades. Es la historia preferida de los gobiernos.  (Luis González, citado por Krauze en Caras de la historia, p. 18)

La «Historia crítica» por su parte, es caracterizada por Krauze como un permanente talado de mitos, un recuento «machacante» de injusticias, represiones, traiciones, una denuncia de la opresión de los gobernantes y opulentos. Una vez más, Krauze cita:

Este saber histórico, para que surta efecto, descubre el origen humano, puramente humano de instituciones y creencias que conviene proscribir pero que se oponen al destierro por creérseles de origen divino o de ley natural. Este es el saber histórico disruptivo, revolucionario, liberador, rencoroso. Muchas supervivencias estorbosas, muchos lastres del pasado son suceptibles de expulsión del presente haciendo conciencia de su cara sombría.

La historia crítica suele ser la lectura favorita en tiempos revolucionarios y en muchas ocasiones ha probado su eficacia como mecha que inicia el fuego.  (Luis González, citado por Krauze en Caras de la historia, p. 19)

De acuerdo con Krauze, este tipo de historia es el que practicaba la generación más reciente de historiadores en el momento en que él escribía, aunque «con más denudeo que acierto» (p. 18)

Pero hay otro enfoque historiográfico que se opone  a los dos tipos de enfoque whig de la historia, dice Krauze, un enfoque que se levanta contra la tiranía pragmática y defiende la posibilidad y la necesidad de estudiar el pasado «por su interés intrínseco, en lo que tiene de irrepetible y particular, de extraño y distante» (p. 20). Este enfoque se interesa por toda la historia, sin desdeñar la remota; busca el cuándo, el qué y el cómo de los acontecimientos, y pierde poco el tiempo en rastrear el por qué; repara en todo lo humano, tanto en lo material como en lo espiritual y afectivo; y «cree más en las personas que en las fuerzas impersonales» (p. 20). Esta historia no es fruto de la voluntad de servir, sino de la curiosidad, de la insaciable avidez de saber de la historia.

Ante los que sostienen la interpretación whig de la historia, dice Krauze, los non-whig plantean objeciones intelectuales y morales. Objeciones a sus pretensiones de verdad, métodos y teorías. Son tres las principales objeciones que Krauze enuncia:

  1. Los whigs pecan de anacronismo, abstraen los acontecimientos para organizarlos como mejor se acomoden a un marco explicativo que no tiene nada que ver con el sentido original de los hechos y sus protagonistas.
  2. La marcada obsesión de los whigs por los orígenes, los lleva a hacer aparecer el pasado como una anticipación obligada del presente. Así, por ejemplo, hay quienes atribuyen a Lutero la libertad política occidental, olvidando que Lutero, a su vez, es resultado de mediaciones anteriores y de otras contemporáneas a él, todas complejas.
  3. Los whigs incurren en la llamada «meta-historia»: toman atajos, eluden detalles incómodos; se inventan el libreto de la historia cómo el pasado condujo al presente; desdeñan el caos, el azar, para imponer a la historia la camisa de fuerza de un orden necesario.

Ante todas estas pretensiones,

lo que los non-whigs proponen, en definitiva, es un conocimiento del pasado que encuentre su compensación en sí mismo, sin segundas intenciones, así sean tan maravillosas como la felicidad o la paz perpetua (Caras de la historia, p. 21)

El historiador, según el enfoque non-whig no debe politizar la historia. Puede tener pasiones o compromisos políticos, pero debe introducir distancia entre ellos y sus investigaciones para ser objetivo. No debe elegir sus intereses políticos particulares por encima del interés general del conocimiento.

A juicio de Krauze, lo que la historia, o, mejor dicho, los historiadores buscan o deben buscar es la verdad «rescatar el pasado de la mentira, revivirlo como ‘verdaderamente ocurrió’ y no como pretende la leyenda o el poder» (Caras de la historia, p. 38). Entendida de esta manera, la labor de los historiadores es un ejercicio que encuentra su satisfacción en sí mismo, sin segundas intenciones.

Finalmente, Krauze sostiene, siguiendo a Octavio Paz, que el buen historiador concibe y practica su vocación, «no como un saber sino como una sabiduría», a la cual caracteriza como «un código cambiante y perfectible de conducta», como «prudencia» como «moral». Conocer el pasado no cambia la realidad, y tal vez no nos diga cómo cambiarla, «pero ayuda a soportar mejor la carga porque, de alguna manera, la vuelve relativa» (Caras de la historia, p. 38). Además de que la aventura de penetrar en los mundos y en las mentes de hombres tan distintos a nosotros «mitiga también los dolores cotidianos» (Caras de la historia, p. 38). Así, de acuerdo con esto, resulta que la historia nos ayuda ser sabios, a ser buenos y a mitigar o soportar mejor los dolores causados por la realidad presente.

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A estas alturas debe ser evidente la manera en que la concepción Krauziana de los estudios históricos choca con la manera en que Enrique Semo concibe su propio trabajo.  Los objetivos que se propone y el enfoque de su trabajo lo ubican inmediatamente dentro de los que Krauze llama historiadores whig, más precisamente, dentro de aquellos que adoptan el enfoque de la historia crítica. ¿Quiere eso decir entonces 1) que Semo incurre en los «pecados» que los non-whig denuncian en los whig y 2) que su aproximación a la historia es un tanto espuria por no acercarse al pasado «por su interés intrínseco» sino con una clara intención de comprender mejor el presente?

Pero desde una perspectiva un poco más general. ¿Se sostiene bien la propuesta Krauziana acerca de las distintas maneras de abordar el estudio de la historia? ¿Se sostiene firmemente su crítica a quienes estudian el pasado con miras a la utilidad del conocimiento histórico para el presente y su defensa de quienes lo estudian por su interés intrínseco?

Estas cuestiones serán objeto de análisis en una entrada posterior.

«Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (1)

Uno de los principales esfuerzos teóricos de Enrique Semo por ofrecer una definición y desarrollo del concepto de raza se encuentra en el apartado «Raza, comunidad, corporación y clase» de su libro México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución.En este apartado se centrará la atención de ahora en adelante y todas las citas o referencias se harán a él. Es importante notar que en el título mismo se anuncia que no se trata de analizar el concepto de raza de manera aislada sino junto a los de comunidad,corporación y clase. Se puede decir que el objetivo de este apartado es mostrar la manera en que estas categorías pueden ayudar a comprender el Antiguo Régimen colonial novohispano, es decir, la formación económico-político-social de la Nueva España. El hecho de que se contemplen los conceptos de raza, comunidad y corporación además del de clase con el propósito mencionado puede llamar la atención si se considera que estamos ante la propuesta teórica de un pensador marxista formado en los años sesentas del siglo pasado. Si se acepta la idea de que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases ¿por qué hablar entonces de comunidades, corporaciones y razas? Semo mismo ofrece una respuesta a esta cuestión en la primera parte del texto, dedicada a la distinción entre clase, comunidad y sociedad. Allí severa primero que el concepto de clase puede usarse en distintos sentidos. Así,para subrayar la continuidad de la historia humana, afirma,

«[…]se puede decir que una vez disuelta la comunidad primitiva, todas las sociedades han sido de clase y por lo tanto tienen una clase predominante y una dominada, una explotadora y una explotada»(p. 297)

Además,afirma que entre estas clases antagónicas existe una lucha constante que influye de manera decisiva en los procesos de cambio. Pero inmediatamente matiza:

«Esto es válido aun alto nivel de abstracción,para todas las formaciones socio-económicas» (p. 297, el énfasis es mío)

Si se intenta analizar la sociedad novohispana, desde la perspectiva de este nivel de abstracción, se puede afirmar que existían en el una clase dominante y una dominada; la primera constituida por la alta burocracia, la alta jerarquía eclesiástica, los grandes comerciantes ultramarinos, los dueños de minas y los hacendados; la segunda conformada por campesinos, oficiales de los gremios,operarios de los obrajes, esclavos y sirvientes. Pero en un nivel de abstracción menor, asevera Semo, encontramos que en la formación socioeconómica de la Nueva España se encuentran presentes tres modos de producción distintos que se entrelazan unos con otros, cada uno con sus relaciones propias: el modo de producción feudal, el modo de producción tributario y el capitalismo embrionario. Y cuando nos encontramos «en un nivel más cercano a la realidad»,hallamos luchas entre etnias conquistadas y conquistadores, además de una estratificación social compleja condicionada por diversos factores: el estatus social está fijado desde el nacimiento para la inmensa mayoría de la población y la movilidad es sumamente restringida y desalentada; los privilegios y coacción extra-económicos frenan o impiden el dominio de la economía sobre las demás relaciones sociales; los intereses económicos se encuentran mediados por intereses de estatus, comunitarios u otros. Por todo ello

«la categoría de clase no es suficiente para comprender la estructura económico social [de la sociedad novohispana] ni los conflictos que la enmarcan, de ahí que recurriremos también a los conceptos de raza,corporacióny comunidad«.(p. 298)

La primera distinción que se hace en el texto después del reconocimiento de la insuficiencia de la categoría de clase para el análisis de la sociedad novohispana, será la de comunidad y sociedad. Ésta es retomada por Semo del trabajo de Ferdinand Tönies. Según ella, la comunidad (Gemeinschaft)es una asociación en que los individuos se orientan a la comunidad tanto o más que a sus propios intereses. Quienes pertenecen a ella se regulan por reglas o creencias comunes sobre el comportamiento apropiado y sobre la responsabilidad de los miembros con cada uno delos demás, a nivel personal, y con la comunidad en su conjunto; lo cual se marca como una unidad de voluntad. Las comunidades se caracterizan por una división moderada del trabajo, relaciones personales fuertes, familias unidas e instituciones relativamente simples. Debido a la existencia de un sentimiento colectivo de lealtad a la comunidad, rara vez se necesita reforzar el control social de manera externa. Por su lado, las Geselchaft(sociedad,sociedad civil o asociación) son asociaciones en las cuales la asociación nunca tiene más importancia que el interés propio para los individuos y carece de las reglas o creencias comunes de la comunidad. Se mantienen a través de individuos que actúan por interés propio. En ellas se enfatizan más las relaciones secundarias que los lazos comunes o familiares y hay menos lealtad al conjunto. La cohesión social de estas asociaciones deriva de una división del trabajo más elaborada. Estas organizaciones son más susceptibles de conflictos clasistas, raciales y étnicos. Una vez expuesta la distinción, Semo afirma, para marcar la utilidad de la misma en el análisis de la sociedad novohispana:

Adoptando esta nomenclatura podemos decir que en la Nueva España generalmente el individuo no tiene una relación directa con la sociedad, sino a través de la comunidad a la cual pertenece (p. 299)

Son parte de la ciudad, por ejemplo, a través de la cofradía, del gremio artesanal o del barrio indígena; los derechos que tienen al interior de la ciudad son distintos por pertenecer a un gremio que a otro, y los derechos que tienen en el gremio son diferentes a los que tienen en la ciudad. En Nueva España, dice Semo, es muy fuerte la pertenencia a comunidades, a diferencia de la relación social surgida de la unión impersonal, basada en el mercado, la competencia, el contrato entre individuos anónimos y la legislación política del Estado. Y esto le sirve a nuestro autor, además, para poner sobre la mesa la oposición entre la ciudad y el pueblo, la aldea, el barrio y la etnia, pues estos últimos tienen mucho de comunidad mientras que la ciudad, cuanto más grande, es un centro dela sociedad, en qu e una clase dominante impone sus modos de vida y pensar como ideal para todos. En lo que respecta al concepto de raza,Semo afirma que no existe una definición universalmente aceptada, el biólogo o el antropólogo físico pueden tener problemas para aceptar el concepto, pero

«[…]para quien se interesa en la dimensión social de los fenómenos,raza es cualquier grupo de personas que generalmente es definido por la sociedad como tal«(p. 300)

La definición es amplia incluso puede parecer vacua, pero tiene la ventaja de evitar comprometerse con una manera particular de definirlas razas humanas y la manera en que se debe investigar el fenómeno del racismo en las diferentes sociedades humanas. Bajo la perspectiva planteada por Semo en este momento, si se desea saber cómo se configuraba racialmente una sociedad concreta lo que se debe hacer es analizar qué grupos humanos eran considerados como razas en esa sociedad y de acuerdo con qué criterios. Pero justo después de esto, Semo añade algunas ideas en que parece minar estas posibilidades y comprometerse con una manera particular de definirlas razas humanas:

«Podemos considerar una relación de razas como la conducta que se desarrolla en una sociedad que es consciente de las diferencias físicas que separan a sus diversos componentes. Si la conducta entre los sectores de la sociedad es determinada por la actitud de cada uno de ellos respecto a diferencias físicas reales o supuestas, esa conducta puede ser llamada una relación social de razas«(p. 300)

¿Qué sucede entonces? ¿Estamos o no ante una perspectiva amplia de cómo se puede considerar al interior de las sociedades que se constituyen las razas humanas? ¿Se aceptará solamente que las razas se constituyen y distinguen de acuerdo con diferencias físicas? ¿O será que Semo sostiene que de todas las formas posibles en que se puede considerar que las razas se distinguen es esa la que tuvo lugar en Nueva España?. Para poder responder estas preguntas hay que analizar la manera en que Semo afirma que se racionalizaron las divisiones raciales en la Nueva España.

Sobre la justificación de la existencia del Fondo de Cultura Económica

El día 28 de agosto, en su columna “Juegos de poder” publicada en el periódico  Excelsior, Leo Zuckerman se planteó la pregunta ¿Se justifica la existencia del Fondo de Cultura Económica?Sin embargo, pronto cambia la pregunta inicial y su horizonte se vuelve más amplio al preguntarse “¿Debe el Estado subsidiar la edición, producción, distribución y venta de libros que sólo lee una pequeña minoría que pertenece sobre todo a la clase media?”. De este modo, la respuesta que ofrezca no sólo se dirige contra el FCE sino que afectaría directamente a toda institución con las mismas funciones. La respuesta que ofrece Zuckerman es negativa, para él no hay manera de justificar que el Estado publique, distribuya y venda libros subsidiados por el contribuyente. Pero veamos sus razones.

Según Leo, en 1934, año en que nació el FCE, sí era justificable la creación y mantenimiento de una editorial subsidiada por el Estado. La razón: en ese momento el mercado no proveía de textos académicos indispensables en lengua española, especialmente textos de economía. Gracias a la creación del FCE, institución editorial del Estado mexicano, se pudieron hacer accesibles en castellano obras académicas de suma importancia. Incluso, reconoce Zuckerman, se pudo leer a Max Weber en español antes que en inglés.

Sin embargo, de acuerdo con Leo, ahora ya no es necesario que el Estado se encargue de editar, producir, comercializar y promover libros, porque el mercado editorial de hoy ofrece múltiples opciones para comprar libros, además de que muchos otros se pueden conseguir por internet. Dado que las editoriales privadas que compiten en el mercado editorial de hoy día pueden ofrecernos textos académicos de calidad en español y el número de librerías en el país es enorme, ya no es necesario que el Estado tenga su propia institución editorial y establecimientos en que vende libros a precios subsidiados. Más aún, según él, el gasto de subsidiar la producción y venta de esos libros se muestra todavía más como injustificable si se considera que quienes se benefician con eso no son los más pobres sino “una élite académica, cultura [sic.] e intelectual que, por desgracia, es la que lee en el país”, una minoría conformada sobre todo por gente de clase media. Este último argumento es rematado con una pregunta que pretende ser retórica “¿Necesitan ellos este subsidio?”. Ahora que se ha planteado lo afirmado por Leo, analicemos un poco, de lo menos a lo más profundo.

Zuckerman se pregunta si las personas que pertenecen a la élite académica, cultural e intelectual del país necesitan que el Estado subsidie la edición, producción, distribución y venta de libros, para poder adquirir buenos textos académicos en lengua española. Dada esta pregunta, parece que la justificación de la existencia de un organismo editorial como el FCE depende de si los miembros de esa élite pueden  o no pagar los textos académicos que editan en español las casas editoriales privadas. Así, parece que si se logra demostrar que las personas que forman parte de esa capa de la sociedad no pueden pagar los textos que requiere a los precios de las editoriales privadas, se demuestra también que se justifica la existencia de una institución como el FCE. Del mismo modo, si resulta que estas personas tienen los recursos económicos suficientes para obtener dichos textos al precio de esas editoriales, entonces no se justifica la existencia de una institución editorial del Estado mexicano que funcione como lo hace el FCE.

Pero esta manera de abordar la cuestión no es la más acertada. Imaginemos que se logra demostrar que los miembros de la mencionada élite intelectual no pueden pagar los textos a los precios de las editoriales privadas. En ese caso, como se ha dicho antes, parece que se diría que sí se justifica que un organismo como el FCE edite y comercialice los textos para que estos estén disponibles para esas personas a precios accesibles. Pero ¿no parece que hay un salto un poco raro acá? ¿realmente basta esto para decir que se justifica la existencia de un organismo editorial semejante?. Para que quede más claro, imaginemos al Estado personificado diciéndole a los intelectuales de la sociedad mexicana: “Como ustedes no pueden pagarse sus textos, yo les voy a dar una manita”; no faltará quien pregunte “¿por qué los vas a ayudar?”. La respuesta no podría ser simplemente “porque ellos no pueden pagar esos precios”, con una respuesta así no sería difícil que un sector de la sociedad alzara la voz para decir “Nosotros no podemos comprar automóviles porque los precios son altos, ¿nos ayudas también? ¿qué tal si fundas tu propia empresa productora y comercializadora de autos para que podamos comprarlos a precios que sí podemos pagar?”. El punto es, por si no se ha visto claro ya, que la manera de plantear la cuestión puesta en la mesa por Leo presupone que hay una manera de justificar que el Estado invierta parte del presupuesto en hacer accesibles los textos a los intelectuales del país más allá del simple “ellos no pueden pagarlos”. Ensayemos para ver si encontramos una respuesta más profunda que la avistada por Zuckerman.

En la búsqueda de nuestra respuesta encontramos que el FCE no es una institución única o aislada, el Estado “ayuda” a los académicos, intelectuales y artistas mexicanos de varias maneras, a través de diversas instituciones. El CONACULTA, por ejemplo dispone del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) que tiene, entre otras, las siguientes tareas “apoyar la creación y la producción artística y cultural de calidad; promover y difundir la cultura” (véase http://fonca.conaculta.gob.mx/inicio/que-es-el-fonca/). Con el FONCA, entre otras cosas, se otorgan becas para fortalecer la formación académica de artistas, se abren cátedras, se ofrece apoyo para la realización de proyectos culturales, etc. Otro ejemplo es el CONACyT junto con el SNI: por medio del primero, los estudiantes mexicanos pueden conseguir apoyo económico para realizar estudios de posgrado en universidades de reconocida calidad académica dentro o fuera del país; mediante el segundo los investigadores nacionales pueden obtener estímulos económicos que les permiten continuar con sus actividades académicas y, además, mejorar significativamente sus ingresos (puede parecer increíble para algunos, pero en México el salario base de un académico en universidades y centros de investigación públicos puede estar a la par con el de un trabajador de Wal-Mart o MacDonalds; en 2009 había salarios base de hasta $4800 pesos mensuales. Véase la ponencia “Salarios de académicos de instituciones de educacion superior en México comparados con 30 países” presentada por  Alma Maldonado-Maldonado  en el XI congreso Nacional de Investigación Educativa). Finalmente, mediante un organismo editorial como el FCE que, según su página institucional, “edita, produce, comercializa y promueve obras de la cultura nacional, iberoamericana y universal”, se ayuda a las personas que forman parte de la élite cultural, académica e intelectual del país a obtener textos y otros materiales de buena calidad a costos menores (generalmente) que los ofrecidos por las editoriales privadas.

Más allá de prestar un apoyo benevolente, parece que hay una función que cumplen estos  organismos destinados a satisfacer ciertas necesidades de la élite cultural y académica: la creación de cierta dependencia de los intelectuales, académicos y artistas nacionales hacia el Estado mexicano, dependencia que, a fin de cuentas se constituye como una forma de control. ¿Que artista se atreverá a atacar en su obra, creada gracias a una beca FONCA a las instituciones del Estado mexicano? ¿Qué académico atacará pública y abiertamente al SNI? ¿Qué poder puede tener sobre un estudiante de posgrado la amenaza de quitarle la beca del CONACyT? ¿Qué pasa si al estudiante de licenciatura se le quitara la oportunidad de adquirir textos a bajo costo y se le abandona ante el mercado editorial privado? (sólo para hacer una idea, veamos dos ejemplos sencillos: la  Introducción a la historia universal del filósofo árabe Ibn Jaldún editada por la editorial Almuzara, tiene en México un precio de venta de aproximadamente 1450 pesos, mientras que en la edición del FCE tiene un costo de aproximadamente 400 pesos; la Fenomenología del espíritu de Hegel, editada por la editorial ABADA tiene un costo aproximado de mil pesos, mientras que el mismo libro en la edición del FCE cuesta unos 200 pesos). La dependencia económica que estos organismos generan y reproducen es tal que sin ellos, una gran parte de los beneficiados difícilmente podría llevar a cabo sus actividades (investigar, estudiar, producir obras y proyectos culturales) debido al costo que implican, y tendría que enfocarse en la satisfacción de sus necesidades básicas Un profesor universitario que sólo percibe su salario base de $5000 pesos mensuales no puede darse el lujo de comprar libros de 1000 pesos, por mucho quiera apoyar con ellos su labor docente o de investigación.

Pero hay también una función ideológica que cumplen organismos como estos. El CONACyT y el FONCA pueden decidir qué tipo de proyectos apoyar y cuáles no, qué temas es “importante” o “urgente” que estén sobre la mesa de discusión y cuáles no; del mismo modo, el FCE puede decidir qué libros sobre qué temas editar y cuáles no.

Mediante el manejo de una casa editorial que ofrece textos a precios accesibles a los intelectuales, artistas y académicos, el Estado tiene la posibilidad de controlar, si bien no del todo, lo que estas personas leen y discuten. Este control del catálogo de textos accesibles a la élite cultural y académica del país facilita la manipulación y orientación ideológica de la misma de forma sutil, pero efectiva. Si se decide que algún libro no merece ser editado o no es conveniente que sea accesible a estas personas, no se edita y ya. Puede parecer que no es una forma tan efectiva de control dado que existen las editoriales privadas, claro, pero hay que atender al hecho de que éstas generalmente buscan la edición de textos que puedan generar grandes ventas y regalías, de modo que puede haber textos que tampoco ellas editen. La edición del FCE de la ya mencionada Fenomenología del Espíritu fué la única edición en lengua española de ese texto durante unos 40 años o más, por poner un ejemplo.

Esta función ideológica no sólo concierne a lo que no se puede leer, sino también a lo que se puede o debe leer. La existencia de un organismo editorial estatal facilita poner sobre la mesa de discusión de los intelectuales, académicos y artistas, los temas que interesa al Estado que sean discutidos o tratados. No parece casualidad que en 1978, en medio de boom que significó en el país la reforma política de 1977 promovida durante el gobierno de López Portillo, el FCE haya editado por primera vez la Teoría de la justicia del filósofo norteamericano John Rawls, pensador paradigmático del liberalismo político. Tampoco parece casualidad que diez años después, en 1988, año en que asumió la presidencia Carlos Salinas de Gortari, el mismo FCE haya publicado en español el texto Anarquía, Estado y Utopía de Robert Nozick, clásico del neoliberalismo político en que se defiende la existencia de un Estado mínimo que no interfiera , entre otras cosas, en la economía. El EZLN sorprendió en 1994, pero existía desde antes y, aunque seguramente no se preveía concretamente lo que pasaría, es plausible pensar que algo se cocinaba; pues bien, el texto Las esferas de la justicia de Michael Walzer, texto clásico del comunitarismo político, fué editado por el FCE en 1993. Recientemente, el FCE anunció que publicará en español el texto de Thomas Pikkety El Capital en el siglo XXI ¿será casualidad u obedece esto a la necesidad o interés del Estado mexicano en que se discutan el enfoque y la propuesta del texto?.

Una función más es la de ayudar a producir profesionistas útiles al Estado de alguna manera u otra. Un ejemplo de esto, lo constituyen las colecciones del FCE Biblioteca del Normalista y la   Biblioteca para la actualización del maestro, así como las colecciónes Administración pública y Guías de planeación y control

Además de poner temas sobre la mesa de discusión, el manejo de una editorial permite al Estado la formación de puntos de vista sobre los temas en cuestión, Un ejemplo de esto, en el caso del FCE es la colección Biblioteca Mexicana, que incluye textos sobre diversos temas como el gobierno representativo en México, la administración pública en México, las ciencias naturales en México, las ciencias de la salud en México, la literatura en México, la historia de la música en México, y muchas otras cosas, pero todo en México.

Vale la pena discutir más cosas acerca de estas ideas, y espero poder hacerlo pronto. Pero parece que, a estas alturas del partido, hay elementos para contestar a la pregunta del señor Leo Zuckerman ¿Se justifica que el Estado subsidie la edición, producción, distribución y venta de libros, destinados sobre todo a la  que sólo lee una pequeña minoría que pertenece sobre todo a la élite académica, cultural e intelectual del país?.

Dejemos que se responda él solo