Algunos apuntes sobre El Zarco

Aunque la novela El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, fue publicada en 1901, los primeros capítulos fueron presentados por el escritor en 1886 en las sesiones del Liceo Hidalgo, según testimonio del prologuista Francisco Sosa, y el manuscrito estuvo listo en 1888, a decir del primer editor. Los hechos de la novela, por su parte, son ubicados en 1861.

Si al leer El zarco observamos con detenimiento la forma en que son caracterizados los personajes, encontraremos que en las descripciones se hace uso constante de un vocabulario que hoy día llamaríamos racializado, que se asocia además con algunos rasgos morales de formas que vale la pena examinar.

Es justo anotar que esto no sucede sólo cuando se trata de individuos, pues hay dos casos en que se emplea este tipo de vocabulario para dar cuenta de poblaciones. En el primer capítulo vemos aparecer el caserío de Yautepec ante nuestros ojos, con sus casas de azotea cercadas por paredes de adobe, el río que la atraviesa y se distribuye por él a través de los apantles, abundante en limoneros y naranjos que constituyen su principal medio de subsistencia. La descripción del poblado termina con la siguiente observación: “La población toda habla español, pues se compone de razas mestizas. Los indios puros han desaparecido de allí completamente”.

En estas breves líneas se establece una doble relación entre las razas mencionadas y el idioma español. Por un lado, se da a entender que el uso del español es característico de las poblaciones mestizas, pero no de las indígenas puras. Por otro, se sobreentiende una relación causal: la población habla español porque es mestiza.

La única mención de una población indígena se ubica en el pasado, no en el momento en el que transcurren los hechos narrados, en un capítulo consagrado a la descripción de la hacienda arruinada de Xochimancas. Según el texto, a partir de los estudios Onomatografía geográfica de Morelos, de Vicente Reyes, y Nombres geográficos mexicanos el Estado de Morelos, de Cecilio A. Robelo, se puede concluir:

parece que en la antigüedad azteca, este lugar, hoy abandonado y yermo, fue un jardín, seguramente un vasto jardín, tal vez una ciudad llena de huertos y de flores, un lugar ameno y delicioso, consagrado al culto de la Flora azteca, á cuyo pie los inteligentes y bravos tlahuica, habitantes de esta comarca y celebrados floricultores, ofrecían, como homenaje, ricos en aromas y colores, los más bellos productos de su tierra, amada del sol, del aire y de las nubes

Se trata de una descripción casi idílica del supuesto pasado del sitio, ahora utilizado como refugio de los bandidos conocidos como “plateados”, y el contraste entre ambas situaciones hace exclamar al narrador: “¡Triste suerte la de un lugar consagrado por los inteligentes y dulces indios a la religión de lo bello!”

Parece claro que estamos ante una visión idealizada del pasado, en el que no sólo podemos encontrar la idea de que el sitio ha conocido tiempos mejores, sino también la presentación de sus habitantes, indios, como inteligentes y bravos, pero también dulces, floricultores piadosos y hábiles, no sólo para el cultivo sino también para la confección de ramos, capaces pues de apreciar la belleza y crearla. Los únicos párrafos dedicados a la descripción de una población india construyen esta visión idealizada de un pasado remoto, y no encontramos ninguna otra a lo lago de la narración. Aunque es preciso reconocer que las descripciones de poblados se reducen a la de Yautepec y Xochimancas. Son más abundantes las caracterizaciones de individuos, en las que los rasgos físicos suelen ir ligadas a aspectos morales.

Así, es notorio el contraste que se establece entre Manuela y Pilar, de veinte y dieciocho años respectivamente. La primera es presentada como una mujer blanca, aspecto que se remarca en diversos momentos y por distintos personajes que se refieren a ella como “güera” o “güerita”. Además, del color de su piel, se dice que posee ojos oscuros, boca encarnada, nariz aguileña, cuello robusto y bello, con cejas aterciopeladas y sonrisa burlona. En medio de Yautepec, donde vivía, “Diríase que era una aristócrata disfrazada y oculta en aquel huerto de la tierra caliente”, leemos; de modo que se remarca la rareza de una mujer de su tipo en la región.

Pilar, en cambio, es descrita como una muchacha morena “con el tono suave y delicado de las criollas que se alejan del tipo español, sin confundirse con el indio, y que denuncia á la hija del pueblo”. También de ojos oscuros, peina su cabello en trenzas, su cuerpo frágil de apariencia enfermiza contrasta con el de Manuela, así como su carácter más bien melancólico y reservado.

El contraste entre la humildad, honestidad y sencillez de Pilar con el orgullo, corrupción y ambición de Manuela es un motivo a lo largo de toda la novela y marca su relación con otros dos personajes entre los que se establece un contraste análogo; Nicolás y el Zarco.

A Manuela, su ambición la lleva a fugarse con el Zarco, un plateado, y la hace despreciar a Nicolás, de manera que no duda en expresar: “indio horrible á quien no puedo ver… me repugna de una manera espantosa, no puedo aguantar su presencia”. Pilar, por su parte, aprecia las cualidades Nicolás, se enamora de él y no duda en hacer cuanto está en sus manos para ayudar en un momento de apuro a ese

muchacho de buenos principios, que ha comenzado por ser un pobre huérfano de Tepoztlán, que aprendió a leer y á escribir desde chico, que después se metió a la fragua, y que á la edad en que todos regularmente no ganan más que un jornal, él ya es maestro principal de la herrería, y es muy estimado hasta de los ricos, y tiene muy buena fama y ha conseguido lo que tiene gracias al sudor de su frente y á su honradez.

Este joven hecho a sí mismo, es descrito físicamente como un hombre “con el tipo indígena bien marcado”, de ojos negros, nariz aguileña, boca grande de labios gruesos y dientes blancos, barba escasa y aspecto melancólico, benévolo, inteligente y varonil: alto, esbelto, de formas hercúleas y bien proporcionado. En medio de la descripción que se le consagra destaca el siguiente matiz: “se conocía que era un indio, pero no un indio abyecto y servil, sino un hombre culto, embellecido por el trabajo y que tenía la conciencia de su fuerza y de su valer”.

Dada la observación inicial según la cual no había indios puros en Yautepec, llama la atención que Nicolás sea descrito de esta manera y que otros personajes se refieran a él como “indio”. O bien se tendría que asumir que dicha observación no lo comprende, dado que se trata de un habitante de Atlihuayan, o bien que a pesar de tener rasgos indígenas bastante marcados él también se trata de un mestizo, al que se presenta como indio debido al predominio de estos rasgos en su aspecto. En cualquier caso, resalta la manera en que se hace distinción entre él y otras personas del mismo tipo, ¿cuál es la diferencia entre él y esos indios abyectos y serviles a los que se alude? Dado que ha sido embellecido por el trabajo y la cultura, parecería que no se trata de una diferencia insalvable, y que de no ser por la influencia de estos elementos él mismo podría ser parte de los otros. Si la diferencia fuese natural ¿qué sentido tendría la alusión al efecto del trabajo y la cultura en este hombre? Pero si suponemos que Nicolás también es mestizo, al que se llama indio por lo marcado de sus rasgos físicos, ¿qué es lo que lo hace mestizo?, es evidente que no se trata de su aspecto, ¿serán el trabajo y la cultura los que juegan el papel mestizante en los indios y los pueden transformar de abyectos y serviles en personas bellas y honradas como el herrero de Atlihuayan?

La cuestión es difícil de responder, si se considera además que Nicolás mismo se describe a sí mismo en un momento de la novela como un indio sin educación, pero no vulgar, y afirma que en su familia india se han transmitido de padres a hijos las ideas de honradez altiva que muchas personas le echan en cara, conservadas por sus antepasados “no por vanidad, ni por conservar una herencia de honor, sino porque tal es nuestra naturaleza, la altivez en nosotros es parte de nuestro ser”. De esta manera se acentúa la pertenencia del joven al tipo indígena y al mismo tiempo se ata un aspecto de carácter moral a la naturaleza de este tipo. La altivez del herrero, que al principio se achacó a la consciencia que éste tenía de su propia valía, debida a su formación y trabajo, se naturaliza en este momento.

El Zarco, por su parte, es descrito como buen mozo, simpático jóven y guapo, aunque de mal genio, a decir de una de las compañeras de los plateados. El contraste físico entre él y Nicolás es notorio. En el capítulo dedicado a presentarlo ante el lector se dice que su color es blanco, aunque se agrega inmediatamente que impuro, sin explicar en qué consiste dicha impureza. Sus ojos azul claro le valen el apodo con el que se le conoce y da nombre a la novela, de hecho su nombre real jamás se menciona. De cabellos color rubio pálido, cuerpo esbelto y vigoroso, aunque con ceño adusto, lenguaje agresivo y risa aguda y forzada. Este hombre de unos treinta años, alto y proporcionado, de espaldas hercúleas, se sabe guapo y temido, lo cual halaga su vanidad. La oposición con Nicolás se plasma también en su carácter moral, pues se dice que era un “haragán por naturaleza y por afición”, que aunque hijo de padres honrados y trabajadores se había fastidiado pronto del hogar debido a las tareas que se le imponían, y había durado poco en los trabajos que había logrado tener. Sus instintos perversos, se dice, no equilibrados por noción alguna del bien, habían llenado su alma. La combinación de estos elementos no había dado un buen resultado final y lo había llevado a convertirse en bandido, llevado por la codicia, complicada con la envidia, que lo hacían odiar a quienes tenían lo que él deseaba y producían en él un ansia frenética de arrebatárselas a toda costa.

Naturaleza y costumbre, pues, llevan al Zarco a convertirse en un bandido dedicado a robos, asaltos, pillajes y plagios. Esta misma envidia y vanidad lo hacen desear a Manuela, la mujer más bella de Yautepec, y hacen que se deleite humillando a los ricos de las haciendas. El moralismo de la novela se pone de manifiesto claramente en esta explicación de las causas que llevan al bandolerismo a uno de sus jefes más famosos y destacados, centrada en la naturaleza y hábitos individuales del personaje, sin consideración de las circunstancias sociales en las que el bandolerismo surgió y tuvo su auge.

El carácter repudiable del Zarco se pone de manifiesto de diversas maneras. Aunque temido y con fama de ser terrible en la lucha, se le muestra como una persona cobarde, traicionera y oportunista. Aunque menosprecia a Nicolás, no se atreve a enfrentarlo frente a frente, e incluso trata de escapar de una refriega en cuanto el herrero carga contra él. Afirma que casi lo mata un gringo maldito durante un asalto, pero otro bandido lo acusa de de haberse dedicado a robar los baúles mientras los demás sostenían la refriega, para luego regresa a matar a los hombres ya rendidos, las mujeres y los niños.

No deja de llamar la atención el hecho de que también sea blanco Salomé Plasencia, otro de los jefes principales de los plateados que se presentan en la novela. Cuando el Zarco presenta a sus amigos con Manuela, es el único cuyo aspecto remarca: “son mis mejores amigos, mis compañeros, los jefes… Felix Palo-Seco, Juan Linares, el Lobo, el Coyote, y ese güerito que se levanta es el principal…es Salomé”. Aunque el desarrollo del personaje es escaso, se dice que es flacucho, audaz. De voz aflautada y una persona miserable.

De hecho, los caracteres negativos y vituperados de los personajes blancos como Manuela, el Zarco y Salomé Plasencia contrastan con los positivos y apreciados de los personajes morenos, como Pilar y Nicolás. A este conjunto se añaden el presidente Juárez, que tiene una aparición fugaz en el relato, y Martín Sánchez Chagoyán.

El segundo es descrito prolijamente, junto con su pasado. Se trata de un campesino honrado que se había mantenido apartado e las contiendas civiles de esos tiempos. Persona pacífica, acaba por comandar una fuerza armada organizada por él mismo para perseguir a los plateados, a raíz de la destrucción de su propiedad y el asesinato de parte de su familia manos de los bandidos. Aunque leemos que se vuelve cruel con aquellos a los que persigue sin piedad y llega a pedir autorización para colgar sin juicio de por medio a los que logre capturar, es claro que las acciones de este “ángel exterminador” se presentan como justificadas por el hecho de que Sánchez Changoyán “era el representante del pueblo honrado y desamparado”, “era la indignación social hecha hombre”.

Físicamente es presentado como un hombre de estatura pequeña, cabeza redonda y cuello pequeño, de espalda ancha, con brazos hercúleos, piernas torcidas y nervudas. Moreno —aunque amarillento—, con ojos pequeños, verdosos y vivos, nariz aguileña, labios delgados y fruncidos, de frente estrecha, con barba rasurada y cabellos casi erizados. En el capítulo dedicado a dar cuenta de su entrevista con el presidente Juárez, se nos dice que posee el tipo mestizo y campesino, como Juárez el del indio puro.

Puede especularse sobre por qué se ha elegido a este personaje específico como representante del tipo mestizo. Aunque se ha dicho que toda la población de Yautepec está compuesta por razas mestizas, este personaje, que no es residente de dicho caserío, es el único personaje cuya pertenencia al tipo mestizo se enfatiza. No es el único que juega un papel crucial en la novela, pero sí es interesante observar que se trata de uno destacado por las virtudes que se le atribuyen. Cabe preguntarse también cuál sería la relación entre las razas mestizas y el tipo mestizo, si no son sinónimos, sino que el segundo forma parte de las primeras ¿por qué es el único que merece este nombre?. El hecho de que no se de cuenta de esto parece indicar que se tomaba como una especie de hecho evidente por sí mismo.

El moralismo de la novela se manifiesta nuevamente al justificarse las acciones ilegales y las facultades extraordinarias que se le conceden a Sánchez Changoyán, fundamentadas en sus virtudes y en la construcción del personaje como representante de la indignación social. Tanto él como el Zarco perpetran actos ilegales, e incluso llegan a matar a otras personas, pero las de uno aparecen motivadas por la venganza y la indignación de un hombre honrado, mientras que las del otro por la envidia y ambición de un haragán. Más aún, mientras que los actos del campesino se muestran como reacciones ante el entorno social y las circunstancias adversas a las que se enfrenta, en el caso del bandolero sus actos se atribuyen a características individuales.

Sólo un personaje no-blanco rompe la homogeneidad de este conjunto de personas portadoras de virtudes: el bandido apodado “el Tigre”, un mulato. Aunque en el relato se menciona la presencia de mulatos entre los trabajadores de la hacienda de Atlihuayan, ninguno es descrito de manera individual, ni juega un papel importante en el desarrollo de los acontecimientos. La única alusión a ellos es pasajera, la encontramos en un pasaje que describe el paso del Zarco cerca de la hacienda, a una hora en la que “Aun se escuchaba el ruido de las máquinas y el rumor lejano de los trabajadores y el canto melancólico con que los pobres mulatos, á semejanza de sus abuelos los esclavos, entretienen sus fatigas ó dan fin a sus tareas del día”. Todos quedan, pues, marcados con el antecedente de la esclavitud de sus antepasados.

El Tigre, sin embargo, no es uno de estos trabajadores sino, como se ha dicho, un bandolero, un plateado, único mulato que es descrito individualmente. Mientras que en el caso del Zarco se llega a resaltar su buen aspecto, de modo que no es totalmente desagradable, no hay rasgo positivo alguno en la caracterización del Tigre. Al momento de su entrada en escena se nos presenta a la vista “un mulato horroroso que tenía la cara vendada” y esta primera impresión es reiterada con ligeras variaciones, en las que se añaden algunos rasgos. Así, más adelante se hace referencia a él como “aquel espantoso demonio de mulato gigantesco” y en el capítulo donde tiene una mayor participación es descrito como “monstruo de fealdad e insolencia”, con una boca enorme, dientes agudos y blancos, en los que sobresalen los colmillos superiores, brazos nervudos y manazas, “espantoso él, como una fiera rabiosa”.

Desde una perspectiva moral, tampoco queda bien parado. El Tigre es pendenciero y pronto se ve que no tiene inconveniente en reñir con sus compañeros, por los que se nota que no tiene aprecio alguno, más allá de la conveniencia de sus relaciones. Tacha al Zarco de lambrijo y de gallina, e intenta provocar una discusión con él para matarlo y poder quedarse con Manuela, igual que un botín. Finalmente, se revela que no tiene inconveniente en traicionar a sus compañeros de andanzas si considera que puede obtener un beneficio a cambio, pues un aviso de su parte permite a Martín Sánchez dar un golpe al Zarco y sus acompañantes. Sin embargo, sus esperanzas de ganar inmunidad gracias a la información proporcionada se ven frustradas, y es condenado a morir por el “ángel exterminador” que le echa en cara su actitud: “peor para ti si fuiste traidor con los tuyos”.

Hay otras cuestiones interesantes que plantear alrededor de estas caracterizaciones de los personajes en la novela. Es de notar que varios de los “tipos” se presentan como si fuera claro de qué se trata, como si fuera evidente cuál es el conjunto de características que corresponden. Bastaría, por ejemplo, dar una mirada a Nicolás o a Juárez para reconocer en ellos el tipo indígena, o a Sánchez Chagoyán para percatarse de que es mestizo. Pero esto contrasta con el hecho de que se ofrezcan sendas descripciones de cada uno de ellos, como si no bastara decir a qué tipo pertenece cada uno para poder conocer esto rasgos que resaltan en ellos.

Hay al menos dos posibilidades que podrían explicar esto. La primera es que se trate de una manera de forzar un un imaginario ya instituido: la reiteración o insistencia en la existencia de estos tipos contribuiría a mantener la idea de que existen y de que hay un conjunto de rasgos físico-morales propios de cada uno. La segunda es que se trate de un proceso creador de estos tipos: que se trate de tomar distintos rasgos físicos y morales ―dispersos en diferentes personas o poblaciones― para establecer diferentes conjuntos de ellos que se presentan como tipos claramente distinguibles. Y se abre una tercera posibilidad, dado que las opciones no se excluyen. Podría tratarse de un trabajo que opera sobre imágenes ya establecidas, más o menos estables, pero no para reforzarlas tal como son sino de una forma que las modifica, tratando de disociar algunos rasgos de ciertos tipos o anundando a él otros que no incluía previamente.

El hecho de que las personas morenas aparezcan como las principales portadoras de virtudes, mientras que las blancas lo son de vicios y comportamientos reprobables, parecería inclinar la balanza hacia esta última explicación, especialmente si consideramos que se trata de una novela escrita por un republicano “puro”, en un periodo marcado por un proceso de transformación social bastante intenso.

En cualquier caso llama la atención el hecho de que los personajes blancos no son adscritos a ningún tipo específico. Gracias a la descripción que se hace de pilar, sabemos que tiene el tono de piel propio de las criollas, y que se aleja del español. Pero Manuela es descrita como mujer blanca, on aspecto de aristócrata, sin que se diga a qué tipo pertenecería. Del Zarco sabemos que es blanco “impuro” y Salomé Plasencia es huero, pero no tenemos más información sobre su tipo.

Si aceptamos la hipótesis de que se trata de este tipo de trabajo creativo a partir de estereotipos ya existentes, la consideración de que se trata del trabajo de un republicano lleva a plantear otra cuestión. La postulación de la igualdad legal de los ciudadanos, cara a la Reforma, contrasta con la reelaboración de estos tipos raciales en los que abunda la narración. Pero aunque puede llamar la atención el hecho de que esto se encuentre presente en el trabajo de un republicano tan radical que mereció el apodo de “Marat de los puros”, a decir de Francisco Sosa, se debe reconocer que no se trata de algo exclusivo de la obra de Altamirano. Parece que podemos encontrarlo también en el trabajo de Riva Palacio y los que colaboraron con él en la producción del gran compendio histórico que fue México a través de los siglos, y se encuentra por igual en el de Francisco Pimentel, personaje usualmente alejado de la política pero que aceptó cooperar con el gobierno de Maximilano de Habsburgo, al que se debe la Memoria histórica sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México. Así, pues, a pesar de las diferencias políticas, parece tratarse de temas y asuntos comunes a cierto tipo de pensadores, y dignos de ser examinados tanto en la literatura como en pensamiento histórico del periodo.