Semo y Krauze, dos visiones del quehacer histórico

En una entrada anterior  —Enrique Semo y el estudio del racismo en la historia de México (parte 1)–traté brevemente el tema de los intereses y objetivos de los estudios históricos de Enrique Semo. Quisiera ahora recordar algunos de las ideas ahí presentadas: 1) el hecho de que se estudia la historia de los sistemas económicos pasados con vistas a responder preguntas actuales, a sus repercusiones en la actualidad; 2) la insistencia en hablar poco de los líderes y sus hechos y más sobre las fuerzas que actúan debajo y detrás de ellos condicionando su actuar y pensar; 3) el hecho de que asume que su trabajo constituye, junto con otros, un llamado a una adaptación mayor de los proyectos nacionales de desarrollo y a la liberación de la influencia decisiva del capital y los gobiernos extranjeros.

Si deseo recordar esto ahora es para enfrentar la visión de Semo sobre sus estudios históricos con la manera en que evalúa y juzga otro historiador mexicano las distintas maneras y objetivos con que se aborda el estudio del pasado. El historiador en cuestión es Enrique Krauze y el el texto en que expone sus puntos de vista sobre el tema es su reseña del libro Historia ¿Para qué? presente en su propio libro Caras de la historia (México; Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1983).

En esta reseña, Krauze distingue dos maneras de acercarse a la historia, el enfoque whig y en non-whig (de acuerdo con una distinción de Herbert Butterfield). Según esta distinción, la interpretación whig de la historia «Predica el conocimiento activo del pasado para servir de distintas formas al presente (Caras de la historia, p. 17) y distingue dos sub-enfoques: 1) el de la historia «Maestra de vida» o «historia de bronce» y 2) el de la historia crítica. Para dar cuenta de la manera de ser de la «historia de bronce», Krauze cita la caracterización que hace de ella Luis González en Historia ¿Para qué?:

Sus características son bien conocidas: recoge los acontecimientos que suelen celebrarse en fiestas patrias, en el culto religioso y en el seno de las instituciones; se ocupa de hombres de estatura extraordinaria; presenta los hechos como desligados de las causas, como simples monumentos de imitación. En la Edad Media fue la soberana indiscutida. La moral cristiana la tuvo como su principal vehículo de expresión. Entonces produjo copiosas vidas ejemplares de santos y señores. En su modalidad político-pragmática tuvo un autor de primer orden: Nicolás de Maquiavelo. En el siglo XIX, con una burguesía dada al magisterio, se impuso en la educación pública como un elemento fundamental a la consolidación de las nacionalidades. Es la historia preferida de los gobiernos.  (Luis González, citado por Krauze en Caras de la historia, p. 18)

La «Historia crítica» por su parte, es caracterizada por Krauze como un permanente talado de mitos, un recuento «machacante» de injusticias, represiones, traiciones, una denuncia de la opresión de los gobernantes y opulentos. Una vez más, Krauze cita:

Este saber histórico, para que surta efecto, descubre el origen humano, puramente humano de instituciones y creencias que conviene proscribir pero que se oponen al destierro por creérseles de origen divino o de ley natural. Este es el saber histórico disruptivo, revolucionario, liberador, rencoroso. Muchas supervivencias estorbosas, muchos lastres del pasado son suceptibles de expulsión del presente haciendo conciencia de su cara sombría.

La historia crítica suele ser la lectura favorita en tiempos revolucionarios y en muchas ocasiones ha probado su eficacia como mecha que inicia el fuego.  (Luis González, citado por Krauze en Caras de la historia, p. 19)

De acuerdo con Krauze, este tipo de historia es el que practicaba la generación más reciente de historiadores en el momento en que él escribía, aunque «con más denudeo que acierto» (p. 18)

Pero hay otro enfoque historiográfico que se opone  a los dos tipos de enfoque whig de la historia, dice Krauze, un enfoque que se levanta contra la tiranía pragmática y defiende la posibilidad y la necesidad de estudiar el pasado «por su interés intrínseco, en lo que tiene de irrepetible y particular, de extraño y distante» (p. 20). Este enfoque se interesa por toda la historia, sin desdeñar la remota; busca el cuándo, el qué y el cómo de los acontecimientos, y pierde poco el tiempo en rastrear el por qué; repara en todo lo humano, tanto en lo material como en lo espiritual y afectivo; y «cree más en las personas que en las fuerzas impersonales» (p. 20). Esta historia no es fruto de la voluntad de servir, sino de la curiosidad, de la insaciable avidez de saber de la historia.

Ante los que sostienen la interpretación whig de la historia, dice Krauze, los non-whig plantean objeciones intelectuales y morales. Objeciones a sus pretensiones de verdad, métodos y teorías. Son tres las principales objeciones que Krauze enuncia:

  1. Los whigs pecan de anacronismo, abstraen los acontecimientos para organizarlos como mejor se acomoden a un marco explicativo que no tiene nada que ver con el sentido original de los hechos y sus protagonistas.
  2. La marcada obsesión de los whigs por los orígenes, los lleva a hacer aparecer el pasado como una anticipación obligada del presente. Así, por ejemplo, hay quienes atribuyen a Lutero la libertad política occidental, olvidando que Lutero, a su vez, es resultado de mediaciones anteriores y de otras contemporáneas a él, todas complejas.
  3. Los whigs incurren en la llamada «meta-historia»: toman atajos, eluden detalles incómodos; se inventan el libreto de la historia cómo el pasado condujo al presente; desdeñan el caos, el azar, para imponer a la historia la camisa de fuerza de un orden necesario.

Ante todas estas pretensiones,

lo que los non-whigs proponen, en definitiva, es un conocimiento del pasado que encuentre su compensación en sí mismo, sin segundas intenciones, así sean tan maravillosas como la felicidad o la paz perpetua (Caras de la historia, p. 21)

El historiador, según el enfoque non-whig no debe politizar la historia. Puede tener pasiones o compromisos políticos, pero debe introducir distancia entre ellos y sus investigaciones para ser objetivo. No debe elegir sus intereses políticos particulares por encima del interés general del conocimiento.

A juicio de Krauze, lo que la historia, o, mejor dicho, los historiadores buscan o deben buscar es la verdad «rescatar el pasado de la mentira, revivirlo como ‘verdaderamente ocurrió’ y no como pretende la leyenda o el poder» (Caras de la historia, p. 38). Entendida de esta manera, la labor de los historiadores es un ejercicio que encuentra su satisfacción en sí mismo, sin segundas intenciones.

Finalmente, Krauze sostiene, siguiendo a Octavio Paz, que el buen historiador concibe y practica su vocación, «no como un saber sino como una sabiduría», a la cual caracteriza como «un código cambiante y perfectible de conducta», como «prudencia» como «moral». Conocer el pasado no cambia la realidad, y tal vez no nos diga cómo cambiarla, «pero ayuda a soportar mejor la carga porque, de alguna manera, la vuelve relativa» (Caras de la historia, p. 38). Además de que la aventura de penetrar en los mundos y en las mentes de hombres tan distintos a nosotros «mitiga también los dolores cotidianos» (Caras de la historia, p. 38). Así, de acuerdo con esto, resulta que la historia nos ayuda ser sabios, a ser buenos y a mitigar o soportar mejor los dolores causados por la realidad presente.

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A estas alturas debe ser evidente la manera en que la concepción Krauziana de los estudios históricos choca con la manera en que Enrique Semo concibe su propio trabajo.  Los objetivos que se propone y el enfoque de su trabajo lo ubican inmediatamente dentro de los que Krauze llama historiadores whig, más precisamente, dentro de aquellos que adoptan el enfoque de la historia crítica. ¿Quiere eso decir entonces 1) que Semo incurre en los «pecados» que los non-whig denuncian en los whig y 2) que su aproximación a la historia es un tanto espuria por no acercarse al pasado «por su interés intrínseco» sino con una clara intención de comprender mejor el presente?

Pero desde una perspectiva un poco más general. ¿Se sostiene bien la propuesta Krauziana acerca de las distintas maneras de abordar el estudio de la historia? ¿Se sostiene firmemente su crítica a quienes estudian el pasado con miras a la utilidad del conocimiento histórico para el presente y su defensa de quienes lo estudian por su interés intrínseco?

Estas cuestiones serán objeto de análisis en una entrada posterior.

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