Hace unos años tuve una pequeña discusión con una amiga medievalista sobre si debíamos o no usar el concepto de herejía o de herejes para referirnos a ciertas tradiciones cristianas y sus adeptos. Por ejemplo, el arrianismo, el maniqueismo, el simonianismo, entre otras.
A mí, por alguna razón, no me convencía la opción de nombrarlas «herejías». En ese momento, propuse que sería mejor hablar de diferentes cristianismos en disputa, de formas alternativas de cristianismo en pugna. En esa ocasión, según recuerdo, no supe expresarme de manera adecuada, pues mi intención fue interpretada como un intento de corrección política. Y es probable que, por la manera en que yo planteé la cuestión, se haya prestado para eso.
Ahora que revisito el tema, veo que ambos coincidíamos en algo fundamental: contar los episodios históricos en que coexisteron estos grupos cristianos, es contar las historias de cómo se enfrentaron, de las cuestiones en que se oponían unos a otros y de quiénes fueron los que pudieron ejercer el poder de tal forma que lograron imponerse sobre los demás, a los que llamaron «herejes» a partir de entonces, es decir, aquellos cuya doctrina se consideró prohibida.
Es hasta ahora, que me reencuentro con un fragmento de una entrevista hecha a Silvia Magnavacca, que creo poder formular mejor mis inquietudes. Como ella, yo apostaría por una perspectiva laica de la Edad Media. Y este tipo de acercamiento, me parece, exige ser crítico con las ortodoxias que se impusieron en las diferentes discusiones religiosas a lo largo de la historia. El acercamiento crítico a las categorías desplegadas por estas ortodoxias para reconstruir su historia, para darse nombre a sí mismos y a los demás, forma parte de esa perspectiva laica. Es importante tomar en cuenta que, detrás de los nombres dados a estas diferentes «herejías», hay una historia de luchas por el poder y que se trata de nombres que en muchos casos fueron dados por los ganadores a los derrotados.
En este punto, curiosamente, también estábamos de acuerdo. Llamar «arrianos» a quienes profesaban un conjunto de doctrinas, que los vencedores del concilio de Nicea asociaron a una persona en especial, no parece ser lo más adecuado. De la misma manera, no parecería la mejor opción llamar «pelagianos» a los que profesaban ideas que se asociaron a Pelagio, etcétera. Habría una suerte de violencia epistémica perpetrada por quienes los vencieron políticamente y proscribieron sus doctrinas, y sancionada por quienes asumieron esos nombres como ya dados para usarlos como categorías descriptivas en un trabajo historiográfico.
Pero, si ese es el caso, ¿por qué no ir más allá y cuestionar también el uso de la categoría de «herejes»? ¿Basta decir que se trata de una categoría legal? ¡Pero si se trata de una categoría impuesta a los demás por esa misma ortodoxia que les otorga un nombre más específico! ¿No era eso lo que cuestionábamos? Tal vez sí sería adecuado dar el paso y deshacernos del concepto de «herejía» como una categoría de análisis historiográfico.
¿Quiere decir esto que deberíamos abandonar el uso del término y sustituirlo de manera uniforme por otra expresión? No necesariamente. No se trata de cambiar términos, y ya, para quedarnos con el vino viejo en un odre nuevo; se trata, más bien, de buscar categorías diferentes que nos permitan contar la historia de manera distinta, libre de compromisos con esas ortodoxias ante las que pretendemos asumir una visión laica y crítica.
Tal vez la distinción entre uso y mención sea de utilidad aquí. A fin de cuentas, los personajes involucrados hablaban de «herejes» y de «herejías»; y llamaban a otros «simonianos», «arrianos», «basilidanos», etcétera. Pero que nosotros admitamos que ellos lo hacían, y respetemos eso al momento de reconstruir algunas cosas de su pensamiento, no implica que debamos hacer uso también de esos nombres y de esas categorías que ellos utilizaban.
Una historia de la alquimia no puede dejar de hablar sobre el flogisto. No puede omitir las menciones del término y de los que formaban parte de la red terminológica a la que pertenecían. Sin embargo, esto no quiere decir que el historiador use dichos conceptos.