Ayutla, Puebla, enero de 2017.
Querida tía:
Me ha llegado la noticia, tía Elvira, de que has fallecido hace poco; tal vez hace menos de dos horas.
¡Hay tanto que se va contigo! ¡Hay tantas cosas que llevabas a cuestas! Los 98 años que viviste con una lucidez que siempre admiré, tu buen humor y tu sonrisa, tu voz inconfundible. Te llevas también tus recuerdos: como las anécdotas que contabas; o las tradiciones y costumbres de tiempos hoy añejos u olvidados, como los de la danza de los 12 pares.
Ya no podré pasar a platicar contigo con el pretexto de comprarte dulces, de esos mismos que le vendías a los niños del kinder cuya barda colindaba con la de tu casa.
Tampoco te podré pedir la bendición cuando te encuentre por casualidad en la calle, o como cuando llegabas a visitar a mi abuelita.
¿Recuerdas que me llamaste María Campana hace años, cuando todavía era niño, porque me viste ayudando a preparar tamales en la cocina? No importa si ya no te acuerdas, yo me acordaré por ti de ahora en adelante.
Sonreiré cada vez que te recuerde y transmitiré tu recuerdo…
¡Hasta siempre, tía… !
¡Hasta siempre!
María Campana.
***
“Hace años —decía la tía Elvira— había una señora que era muy devota de la virgen de Guadalupe: tenía un cuadro con su imagen, enmarcado y con su vidrio, al que siempre le ponía su veladora. Vivía en una casa que todavía tenía paredes de carrizo, como muchas entonces, así que tenía cuidado de que la veladora no se quedara encendida mucho tiempo; porque no eran de las veladoras de vasito, así que en un descuido se podía quemar algo más cuando se terminaba”.
“Pero un día la señora salió a Matamoros —la tía se refería así a Izúcar de Matamoros, como todos en el pueblo — y ha de haber salido con prisa porque se le olvidó apagar la veladora ¡N’ombre! ¡Se quemó toda la casa! Cuando la señora regresó ya nada más había cenizas y un montón de gente reunida alrededor de lo que quedaba”.
“Y que se mete la señora a ver qué rescataba del montón de cenizas, para ver si algo le quedaba. Y entre tanto buscar, ¿qué creen que sacó… ? —Tía Elvira abría más los ojos mientras preguntaba, antes de responder ella misma— ¡El cuadro de la virgen! ¡No le había pasado nada! No, p’us la señora se empezó a deshacer en elogios: «¡Mi virgen santa! ¡Mi madre milagrosa! ¡Aquí se demuestra que sí es milagrosa, que entre tanto fuego no se quemó! ¡Mi madre querida!». Y con toda la emoción que tenía le dio un beso al cristal y luego luego la aventó: «¡Hay puta, si estás caliente!».” —Y tía Elvira reía con los que la escuchábamos.
***
La tía Elvi contaba que una ocasión estaba preparando la ofrenda para el día de muertos, cuando ocurrió algo curioso:
Ella iba acomodando tranquilamente todo lo que se requería en el altar: el pan, el chocolate, la comida, el agua. Entonces llegó el momento de encender las velas. Como era costumbre, tomaba una y la santiguaba mientras se la ofrecía a una de las personas que recordaba en esas fechas.
—Para ti, mamá, de parte de tu hija Elvira, que te quiere mucho.
Tomaba la siguiente y repetía el ritual.
—Toma, papá, de tu hija Elvira, que no te olvida.
Llegado su turno, tomó una vela y se la dedicó a su segundo esposo.
—Para ti, Fidel… —comenzó a decir, mientras ponía la cera en el candelabro, cuando ésta se cayó y apagó al momento. Entonces sintió que el enojo y la indignación la invadían. Tomó la vela con algo de brusquedad, la volvió a encender y la colocó en su sitio mientras se desahogaba:
—¡Pendejo! ¡Pues si quieres; y si no, también! ¡Todavía después de lo que me hiciste pasar, de lo que sufrí contigo, te vienes a poner tus moños en lugar de agradecer que me acuerdo de ti y te ofrezco algo! ¡Tómala de todos modos!
***
Recuerdo a la tía Elvira como una mujer bastante risueña. Mi impresión es que rara vez se dejaba invadir por la tristeza o el enojo, aún cuando había situaciones o recuerdos que le podían causar estas pasiones. Aunque eso no significa que reprimiera sus emociones o que callara ante las cosas que le disgustaban.
En una ocasión, alguien le preguntó a mi bisabuela Antonia, su hermana, cómo había sido la vida con su difunto marido; para ser precisos, le preguntaron si Nacho la había llegado a golpear. Tonchita respondió que no, que nunca lo había hecho. Y tal vez ahí hubiera quedado todo, de no ser porque la tía Elvi replicó inmediatamente:
—¿No? ¿Y las chingas que te acomodaba? ¡Ora resulta!
Tonchita se mostró molesta, pero antes de que pudiera decir algo su hermana insistió:
—¿Para qué lo vas a andar afamando? Ya lo aguantaste y ahora vas a negar lo que hacía. Yo no tengo por qué andarlo negando, mi marido me pegaba ¿Por qué lo voy a hacer pasar por algo que no era?
Así era la tía. No iba por la vida hablando mal de su difunto esposo, ni de su cuñado, pero tampoco estaba dispuesta a callar la verdad o a edulcorarla. Había sufrido en su matrimonio y había visto a su hermana pasar por lo mismo. De alguna manera, encontró la forma de sortear las desventuras de su vida conyugal, pero no iba a enterrar su experiencia y, a su manera, daba a entender que las demás no tenían por qué resignarse a pasar por lo mismo.
Reí, y lloré al mismo tiempo, si esto puedes ser posible, porque la recuerdo con mucho cariño, y en las reuniones de los primos aquí, no falta recordar y reír alegremente con la ocurrencias de “ La tía Elvira “