En primer lugar, antes de entrar al asunto del racismo, me parece conveniente hacer algunas precisiones de tipo histórico-geográfico. Si bien el título anuncia la pretensión de estudiar el racismo en México, se debe aclarar que no se pretende analizar el fenómeno en cuestión exclusivamente en tanto que se manifiesta dentro de los límites del territorio mexicano actual, en la época contemporánea. Por mor de la precisión, cabe fijar de manera explícita los límites espaciales y temporales en que se pretende enfocar el racismo. En primer lugar, se enfocará en la época de la conquista por parte de los españoles en América, en los territorios que después formarían parte del Virreinato de la Nueva España. Una vez fundado dicho virreinato, se pretende continuar con el análisis justamente durante su periodo de vida, y dentro de sus límites espaciales, con su frontera norte siempre fluctuante y su frontera sur imaginaria con Centroamérica. Una vez fallecido el Virreinato de la Nueva España, el estudio pretende extenderse a la época independiente, y los límites espaciales se extenderán a lo largo de todo el territorio, hasta antes de los cambios que se dieron a raíz de la guerra de 1847 con los Estados Unidos de Norteamérica. Para después de ello enfocarse en lo que constituyó el territorio mexicano desde entonces hasta la actualidad. Es obvio que amplios espacios geográfico contemplados no forman parte del territorio mexicano actual, pero se justifica tomarlos en cuenta en tanto que formaban parte de cierta entidad político-geográfica reconocida por los propios y extraños. Estas precisiones son pertinentes además, dado que desde otro punto de vista, hay dudas acerca de desde cuando se puede hablar propiamente de México como nación y si bien es más o menos claro que la nación mexicana no se puede identificar con ningún imperio o grupo de población existente en el pasado prehispánico, ni con el Virreinato de la Nueva España, hay opiniones diversas y encontradas acerca de las épocas posteriores. Algunos afirman que la nación mexicana nace con la firma de los tratados de independencia, unos más que después del fallecimiento del imperio de Iturbide, y no falta quien afirme que no se puede hablar de la nación mexicana sino hasta el momento en que se da la unificación del mercado nacional durante el porfiriato (si bien estos puntos de vista parecen hacer de la vista gorda cierta unidad política y, hasta cierto punto, económica, que existía desde antes). Con todo, no tengo la pretensión de entrar en esta discusión, me parece que incluso concediendo que cada región tuvo un desarrollo independiente de las demás, no se puede dudar ni objetar la importancia del estudio del racismo en todas ellas, dado que la manera en que evolucionó cada una influye de manera importante la manera en que hoy se configuran las relaciones entre ellas actualmente.
Es tentador intentar extender el estudio más allá de los límites temporales que se han decidido establecer. ¿Por qué no intentar contemplar también el pasado prehispánico? He de admitir que sería sumamente interesante, pero hay unas pequeñas consideraciones por las que no me atrevo a hacerlo, pues considero que plantean un problema que mientras no sea resuelto impone precaución. En su libro Racism Robert Miles y Malcolm Brown (2003, p. 20) nos recuerdan que muchas veces hay algunas ideas, relatos, imágenes, etc., que pasan por ser representaciones sobre los europeos que tenían las poblaciones ajenas a occidente con que las poblaciones europeas establecieron contacto, representaciones que sin embargo parecen ser más bien un reflejo de otras que los europeos mismos tenían sobre esas poblaciones. Como ejemplo citan un pasaje de la novela A chain of voices de Andre Brink. En este pasaje un joven descendiente de un pueblo africano, los Khoin, que padeciera los embates esclavistas holandeses declara:
“Nosotros los del pueblo Khoin jamás pensamos en estas montañas y llanuras, estas praderas y pantanos como un sitio salvaje que debía ser domado. Fueron los blancos los que lo llamaron salvaje y lo vieron lleno de animales salvajes y gente salvaje. Para nosotros siempre ha sido amigable y manso. Nos ha dado comida, bebida y cobijo incluso durante las peores sequías. Fue únicamente cuando los blancos llegaron y comenzaron a excavar, romper, disparar y ahuyentar a los animales que se volvió realmente salvaje”
El pasaje es emotivo y efectivo, pero cabe una pregunta importante, ¿refleja realmente los pensamientos del pueblo Khoin o refleja más bien una representación europea de la gente de ese pueblo como “buenos salvajes?
Algo análogo puede decirse en el caso de muy buena parte del material que tenemos disponible para estudiar la manera en que los diferentes pueblos prehispánicos representaban para sí mismos a los diferentes grupos humanos con que entraban en contacto. Lo que tenemos a nuestra disposición lo debemos a la labor de cronistas europeos y de misioneros como Bartolomé de las casas, Andrés de Olmos, Bernardino de Sahagun, etc. ¿De qué disponemos en realidad? ¿Tenemos acceso a la manera en que los pueblos allí estudiados se veían a sí mismos y a los demás o tenemos más bien representaciones que estos occidentales tenían sobre esos pueblos y les atribuyeron de manera intencional o inconciente?
Una vez hechas estas consideraciones. Podemos pasar a otras, importantes también que ofrecen sus propias dificultades.
La primera dificultad que se encuentra uno cuando se trata de analizar la emergencia y evolución del racismo en México consiste justamente en precisar qué es lo que se entiende por racismo, en qué consiste. Esto puede parecer raro a una persona familiarizada con el uso común de las palabras “racismo”, “racista”, y otras relacionadas, pareciera claro que estamos ante una actitud racista cuando una persona o grupo de personas considera inferiores a otras debido a algunas características fenotípicas bien identificables, como el color de la piel, y las trata de manera denigrante debido a esa consideración. Sin embargo la cuestión no es tan simple, y la manera en que se entiende de manera común el fenómeno resulta insuficiente o inadecuada para el estudio que se pretende realizar, no se trata de corregirle la plana de manera mamona al lenguaje cotidiano, se trata del hecho de que cuando se analizan con un poco más de cuidado algunas prácticas racistas como se han presentado en la historia la cuestión se muestra más compleja de lo que se puede creer en principio. Así, encontramos por ejemplo que en Europa entre los siglos XV y XVI el hecho de considerar que un individuo x pertenecía a una raza y estaba íntimamente relacionado con su origen. de acuerdo con los marcos conceptuales de la época, todos los humanos tenían los mismos orígenes divinos (todo habían sido creados por Dios) y las diferencias raciales eran adjudicadas a condiciones geográficas, climáticas, y sociales diferentes, es decir, a las condiciones ambientales en que se habían desarrollado los diferentes grupos humanos. De este modo, pertenecer a una raza en particular significaba haber nacido en un territorio determinado, con ciertas condiciones climáticas, geográficas, etc.
Sin embargo, en el siglo XIX surgió una corriente conocida como poligenismo que cambió la manera en que se consideraba la pertenencia a una raza. Ésta corriente suponía diferencias raciales en los orígenes mismos de las diferentes poblaciones o grupos humanos, de modo que las diferencias actuales eran simplemente una cuestión de herencia. Así, ser miembro de un grupo o población, de una raza determinada, significaba ahora ser identificado con base en características hereditarias e invariables.
Pero las cosas no se quedaron allí, ni fue esta la manera última y definitiva de considerar la cuestión racial. Durante el mismo siglo XIX y bajo el supuesto de que el lenguajes es lo que hace al hombre, lingüistas europeos se basaban en las afinidades y diferencias en los sistemas lingüísticos de diversas comunidades y no en diferencias físicas para hacer una clasificación racial. La supuesta sagacidad mental aria, por ejemplo, era heredada no de manera biológica sino lingüística, por medio de la gramática clásica griega y romana, las virtudes representadas por estas gramáticas clásicas, se suponía, fueron heredadas a través de la adquisición del lenguaje a los portadores de la civilización (Y la idea hizo tradición, no olvidemos que Heidegger consideraba que el alemán y el griego antiguo eran las lenguas filosóficas por antonomasia). Más aún, según afirma David Theo Goldberg en “The semantics of race”, a partir de mediados del siglo XX, la concepción de raza como cultura ha tendido a eclipsar a las otras concepciones. Incluso ha desplazado las consideraciones biológicas de la raza como subespecie natural. Un ejemplo claro, espero, es el caso de los judíos, quienes, a veces se refieren a sí mismos como una raza, plenamente conscientes del hecho de que esto no puede basarse más que en costumbres y otras cuestiones culturales compartidas.
Podríamos entonces continuar mencionando distintas maneras en que el hecho de pertenecer a una raza determinada se ha configurado a lo largo de la historia. Sin embargo, parece oportuno enfocarnos en la búsqueda de la manera más adecuada para estudiar el fenómeno en México. Se puede intentar ofrecer una definición de racismo para intentar rastrear las prácticas que se adecuan a esa definición a lo largo de la historia y la manera en que van cambiando sus manifestaciones, o bien se puede pensar en no ofrecer definición alguna y enfocarse en el análisis de diversas costumbres y prácticas políticas para en algún momento intentar dar una definición de racismo de acuerdo a lo que presenten en común.
El problema con la segunda manera de proceder es que podemos acabar llamando racismo a cualquier práctica de cierta discriminación, exclusión, o trato diferenciado.
La dificultad de la primera manera de proceder es clara si se atiende a los ejemplos de diferentes maneras en que se ha considerado que las razas se constituyen que se han presentado antes. Si ofrecemos una definición de racismo de acuerdo con la cual las razas se constituyen y distinguen de acuerdo con un conjunto bien determinado de características (ya sean de procedencia geográfica, físicas o culturales) podemos pasar por alto algunas prácticas o costumbres que no se adecúan a la definición dada pero vistas desde otra perspectiva sí puedan ser consideradas como racistas. Más todavía, podría darse el caso de que existiera algún tipo de racismo no contemplado hasta el momento, puesto que no se ajusta a ninguna de las manifestaciones analizadas y descubiertas hasta el momento.
Pero si ninguna de las dos opciones metodológicas que parecen surgir de manera inmediata es adecuada ¿qué es lo que se puede hacer entonces?
El mismo Goldberg propone partir una definición mínima de racismo que intente capturar las características principales de las formaciones sociales que usualmente se han expresado a través del discurso racial y permita identificarlas. De acuerdo con la definición ofrecida por él, cualquier expresión racista consiste mínimamente en la promoción o exclusión de las personas en virtud de que son consideradas miembro de grupos raciales diferentes, como sea que se considere que estos grupos son constituidos. Así, las razas son lo que sea que las personas conciban cuando utilizan el término “raza” o los asociados al mismo; esto es, cualquier indicación grupal que uno adscribe a sí mismo o a los demás. Pero aunque lo parezca a primera vista, esta propuesta no hace vacuo el concepto de raza, ni el de racismo. Si aceptamos que las razas son lo que sea que las personas conciben como tal y que la manera en que lo hacen cambia a través del tiempo, entonces nos encontramos con que las connotaciones específicas del término “raza” y los asociados a él se deben determinar, empírica y arqueológicamente, analizando cómo es utilizado el término en cada tiempo y espacio.
Esto último lleva a considerar otro aspecto de la propuesta de Goldberg: está fuertemente relacionada con las prácticas discursivas; de acuerdo con ella, no hay racismo sin referencias, aunque sea veladas, a discursos raciales y el racismo o practicas racistas comienzan a surgir junto con la aparición del concepto de raza. Pero entonces puede uno cuestionarse ¿es forzosamente así? ¿acaso tenemos que aceptar que no hay racismo ni practicas racistas en una sociedad si no hay en ella empleo alguno del término “raza” y otros asociados a él, a pesar de que haya algunas prácticas de identificación de grupos e incluso de exclusión u opresión que parecen estar configuradas de acuerdo con una de las maneras en que el racismo se ha expresado en algún momento histórico? ¿o podemos aceptar que hay racismo allí dónde hay practicas de este tipo aunque no haya alusión alguna al concepto de “raza”?….