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«Raza» y «racismo» en la obra de Enrique Semo (2)

En una entrada anterior (“Raza” y “racismo” en la obra de Enrique Semo (1)), comencé a examinar la manera en que el historiador Enrique Semo presenta los conceptos de raza y de relación social de raza, que aplica al análisis de la sociedad novohispana, en el apartado «Raza, comunidad, corporación y clase» de su libro México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución.  Como se vio allí, parecía que Semo ofrecía dos definiciones de raza una amplia y una más restringida, de modo que no quedaba del todo claro la manera en que usa el concepto. Ante esto, se planteaba la necesidad de examinar la manera en que el mismo Semo dice que fueron racionalizadas las diferencias raciales en Nueva España.  Aquí se expondrá la manera en que Semo dice que se llevó a cabo este proceso.

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«La primera racionalización de la división social racial tiene su origen en la conquista y la constante reproducción de su significado social y cultural» (México:del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y Revolución, p. 301)

Y cuando se habla de una constante reproducción de la conquista hay que tener claro que se hace en un sentido muy literal, no sólo se trata de la reproducción de las consecuencias ideológicas de la conquista de los aztecas, sino del proceso de conquista completo, puesto que en realidad éste nunca terminó (en el norte todavía continuaban las luchas de conquista cuando inició la Revolución de Independencia). Varios aspectos marcaron el proceso de conquista.

En primer lugar, los españoles conquistadores se consideraban a sí mismos como hidalgos y, por ello, personas para las que estaban vedados, o eran indignos, los trabajos viles. A sus ojos, ellos estaban llamados a conseguir fortuna, a obtener lo privilegios de la nobleza, por medio de las armas. La otra cara del espíritu marcial de los hidalgos era el desprecio hacia el conquistado, el vencido.

En segundo lugar, los españoles vencedores se ven a sí mismos como portadores de una civilización superior, dotada de armas invencibles para los indígenas, y de la única religión verdadera.

De acuerdo con esta visión dicotómica de conquistadores-conquistados, vencedores-vencidos, la población de Nueva España se divide esencialmente en españoles e indios. Además, hay que agregar a los negros esclavos, personas en las que, a ojos de los españoles, el color de la piel y su condición social eran prácticamente sinónimos.

Como ejemplos de esta primera racionalización de la división entre los españoles conquistadores y los indios conquistados, Semo menciona (pp. 301-302) la visión sobre los indios de Juan Ginés de Sepúlveda(1490-1573), quien sostuvo que los indios eran esclavos por naturaleza y sus intereses estaban mejor resguardados por los españoles, que los habían rescatado de una servidumbre material y espiritual mucho más cruel que aquella a la que los sometieron; la de Fernández de Oviedo (1478-1557), que los describía como sucios,cobardes, mentiroso capaces de cometer suicidio de puro aburrimiento y para arruinar a los españoles con su muerte; la de Francisco López de Gómara (1511-1566) y la deCervantes de Salazar (¿1514?-1575),quien tenía una visión más negativa de los indios ya conquistados que de sus antecesores paganos, pues los consideraba cobardes carentes de todo sentido del honor, vengativos, desagradecido, volubles, poco inteligentes, haraganes y ladrones, que recibían por su trabajo más de lo debido.

El aspecto importante de esta racionalización de la diferencia entre conquistadores y conquistados, españoles e indios, radica en que se adjudicaron los «defectos» de los segundos a rasgos de nacimiento, propios de una raza inferior, completamente distinta a la española.

De esta manera, afirma Semo (p. 303), surgió una doble estructura de dominio y explotación: económica, por un lado, cultural-identitaria, por el otro. En lo económico, se plasmaba en la explotación del trabajo esclavo, servil, asalariado; en la imposición de diezmos, tributos e impuestos. En lo cultural, en la producción de nuevas identidades históricas: indio, negro,mestizo, blanco, etc., impuestas como categorías de la relación de domino y superioridad y como fundamento de una nueva cultura, una cultura racista.

Sin embargo, precisa Semo, esta estructura no se asentó de la misma manera y con la misma intensidad en todos lados, porque el dominio colonial tuvo diferentes niveles. Hubo zonas donde fue precario, como en las regiones Yaqui y Tarahumara, donde los españoles no lograban establecer más que asentamientos inestables pasajeros e inseguros; y hubo otras en que sí se lograba crear todos los elementos económicos y culturales de dominio.

«El nivel de conflictividad y las actitudes de desprecio, miedo,incomprensión, formaban parte de la cultura de la raza dominante en un grado y combinación muy diverso, afin al estado real de las relaciones sociales» (p. 303)

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Una segunda racionalización del dominio y discriminación racial, dice el historiador, se basó en la existencia de dos culturas diferentes: la del pueblo conquistador y la del pueblo conquistado, heterogénea como las etnias que lo componían. Como se ha dicho, los españoles se consideraban a sí mismos portadores de una civilización y cultura superior a la de los conquistados. La consideración de la economía, política y ciencia del hombre blanco occidental como superiores alas de los conquistados dio origen al mito de la supremacía del hombre blanco, que se reforzó después con la consolidación capitalista en la economía y la cultura, y con el surgimiento del racismo «científico» en el siglo XIX.

Como los pueblos conquistados se convirtieron en la fuerza de trabajo sobre la que se levantó el sistema social (a diferencia de lo ocurrido en las colonias anglosajonas del norte), fueron forzados a adoptarla cultura del pueblo conquistador. Los indios de la Nueva España fueron obligados a adoptar la religión, las relaciones familiares, los valores mercantiles y la disciplina de trabajo del conquistador. Aunado esto a la privación de sus sistemas políticos, se puede decir que los indios fueron privados de las bases culturales sobre las que se erige la sociedad.

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Pero esto no fue todo lo que estuvo en juego para la fundación de una sociedad racialmente configurada y estratificada. Semo reconoce que hay ejemplos en la historia en que se han dado relaciones de dominio, o en que un pueblo ha configurado a otro como inferior, sin que eso haya dado pie a una relación social de raza. En Roma antigua, ejemplifica, algunos pueblos eran considerados como «bárbaros», inferiores, y la supuesta superioridad se afirmaba con base en rasgos políticos, culturales y militares, pero no en la apariencia física. En el mundo feudal de la Europa occidental, las diferencias fundamentales se establecían entre cristianos e infieles y, en un orden interno, entre seglares y eclesiásticos, nobles y plebeyos. En mesoamérica misma había discriminación, pero, asegura, era de tipo étnico. Los mexicas se consideraban a sí mismos como un pueblo elegido y despreciaban a otros, «pero no relacionaban esta condición con rasgos físicos o defectos de nacimiento, es decir,raciales» (p. 304).

En España, dice Semo, hubo un antecedente importante con los estatutos de «limpieza de sangre» que se instituyeron en Toledo desde 1449 y se difundieron luego en toda la península. En las investigaciones emprendidas contra moros, judíos, herejes y conversos se establecía la limpieza de sangre de acuerdo con el árbol genealógico de los investigados, y las categorías «cristiano viejo» y «cristiano nuevo». En esos años, la exigencia de limpieza de sangre para ingresar a institutos se hizo extensiva a las órdenes militares monasterios, cabildos catedralicios y la inquisición. A través de la idea de la limpieza de sangre el antisemitismo se transformó de prejuicio religioso en obsesión racial. De esta manera, dos cristianos, igual de piadosos los dos, podían ser considerados como diferentes si uno de ellos tenía un antepasado judío o musulmán.

Estos antecedentes influyeron también en la creación del concepto de indio. El cual, según nos dice el historiador,

«[…]tiene una connotación racista clara, puesto que no existe tal cosa como un etnia única. En realidad, debajo del concepto de indio se escondían un sinfín de etnias cuya actitud hacia la Conquista y época de sumisión fue diferente […] Los ‘indios’ nunca actuaron como una unidad porque ésta no existía; ni tenían el mismo pasado pecaminoso que les adjudicaban los españoles, porque su grado de desarrollo y sus culturas eran de una infinita variedad. Esta creación de los españoles sólo sirvió para fundamentar la relación racista. Los nativos cuando se dirigían a los españoles lo hacían en su calidad de indios, pero cuando discurrían en sus comunidades lo hacían en términos de su pueblo o etnia» (p.306).

Hasta aquí llega la manera en que, según Semo, fueron racionalizadas las diferencias que llevaron al establecimiento de relaciones sociales de raza en la sociedad novohispana. Sin embargo, su análisis del fenómeno no se detiene allí. Junto a la manera en que las diferencias fueron racionalizadas se encuentra lo que él llama «el sentido profundo» del sistema de relaciones raciales que surgió en la Nueva España. Veremos esto en otro apartado.