¿Un artículo para un periódico? … … tal vez.

Querido lector:


¿Recuerda usted cuando de niños, nuestros padres, nos asustaban con toda clase de seres misteriosos? Que si el coco, que si el viejo del costal, que si la bruja escaldufa, que si el hombre lobo, el nahual o los chaneques. Años después, vimos como eso se volvió una constante política. Y para muestra, un botón: el estimado y bien ponderado chupa cabras. Una criatura mítica, capaz de devorar completamente al ganado, hasta dejarlo seco… Como si de un saco de piel y huesos se tratase. Un recurso político para generar terror y desviar la mirada de temas relevantes.


¿Usted recuerda en carne viva esas historias? A usted, a la distancia, ¿le causan una tremenda sonrisa? Claro, a mí también. Recuerdo cuando me portaba mal y mi madre me amenazaba con esos monstruos. Y por supuesto: yo recomponía el camino después de pensar en uno de esos terribles emblemas de la maldad, devorando mi alma y mi cuerpo.


Y qué me diría usted si le digo que, políticamente, nos siguen haciendo lo mismo. Parece inverosímil, pero permítame insistir: ¿no me cree? Piense un par de minutos en el vapeo.

¿Qué resultó? ¿qué pensó usted? Si es de los que dijeron: «nada, no sé qué es». Lo felicito, aún no está contaminado por la mounstrificación política. Si es de los que respondió: «el vapeo es malo», «eso hace más daño que fumar», «eso causa cáncer», «en la tele dicen que eso es malísimo”, etcétera, permítame decirle que usted ha sido devorado por el monstruo. Sin deberla, ni temerla.

Pero la cosa es más simple de lo que parece: el vapeo es una herramienta para suministrar nicotina en el cuerpo a través de la evaporación de un líquido saborizado. Cada persona es responsable de sus consumos y debe estar segura de que en cada consumo hay beneficios y riesgos. Lo que no se vale es hacer monstruos donde no los hay. Como, por ejemplo, decir que el vapeo genera agua en los pulmones, o que el vapeo con nicotina causa cáncer, o que el vapeo es más dañino que el cigarro, o que el vapeo es lo mismo que el tabaquismo. Incluso, se ha dicho que el vapeo ayuda a que el COVID se transmita de manera más eficiente. Y eso convierte al vapeo en un monstruo peligroso, pero… ¿Por qué es un monstruo? Porque está basado en especulaciones, en mentiras, en fantasmagorías de las imaginaciones desbocadas. De hecho, no hay evidencia científica que avale ninguna de las afirmaciones anteriores. Es más: la humanidad cuenta con mucha evidencia científica a favor del vapeo proveniente de diferentes lugares, personas e instituciones: el Real colegio de médicos de Inglaterra, la universidad de Cataluña en España, la universidad de Catanya en Italia, la FDA en Estados Unidos, el Centro de Investigación del Uso Indebido de Drogas de Glasgow en Escocia, el Centro para el Control de Enfermedades en Estados Unidos, entre otros tantos (y si usted se pregunta: ¿en dónde puedo consultar eso? yo le responderé: fácil, en google escribe el nombre de la institución y añade la palabra «vapeo»). En fin, tenemos más evidencia a favor del vapeo que en contra. Pero eso no implica que algunos tomen esa evidencia como debe tomarse: la ciencia funciona de una forma muy específica, pero la especulación y la desinformación funcionan como quieren. Y, de hecho, cumplen dos funciones diferentes: la ciencia pretende informar, desvelar verdades a través de la experimentación. La especulación busca infundir terror a través de prácticas muy cuestionables.


Pero la jugada no está en la ciencia. La jugada está en dónde algún iluminado decidió que lo mejor era satanizar al vapeo y difundir información falsa con tal de no dañar sus intereses (¿económicos quizá? ¿Favores que deben ser pagados, quizá? ¿Quién podrá saberlo?). Y usted, queridísimo lector, ha sido víctima de esa jugarreta política indolente y vil. Pero no se sienta mal: no es su culpa, sino que es culpa de algunos que creen que su mente es infantil, manipulable y débil.Algunos creen que las personas son títeres que pueden utilizarse a voluntad.


Estaremos de acuerdo que desinformar es más fácil que informar. Incluso podríamos decir que desinformar puede ser parte de un acto repetitivo: Juan le dice X a Pepe. Pepe le cuenta equis a Manuel. Manuel le cuenta ekis a Rodrigo y Rodrigo le cuenta a Luis que el vapeo es malísimo. Tremendo ejemplo, pero las risas no faltaron, ¿eh?  La repetición es la clave: dicen por ahí que si dices una mentira mil veces, poco a poco se va a hacer verdad. Y así es como las instituciones mexicanas (como la COFEPRIS o la CONADIC) se han granjeado un renombre contra el vapeo. Repitiendo un discurso desactualizado, prohibitivo y arcaico que incluso raya en lo fascista.

Considero que las prohibiciones basadas en monstruos (como las planteadas por las instituciones antes mencionadas) son el recurso fácil para deshacerse de un potencial enemigo, pero como bien dije al principio: es mejor engañar al pueblo para que las prohibiciones entren ligeras, como traje hecho a la medida.

La información está disponible en internet, pero la decisión, a final de cuentas, es suya, queridísimo lector.

Muchas gracias.

Diario de guerra IV – Guerra


 

Es tu momento. No se trata de las guirnaldas, de los trofeos. Se trata de no dejar caer a nadie, de no dejar a nadie atrás. Ya habrá tiempo para preguntar, para pensar, para discernir. Ahora es cuando levantas la cabeza e incendias al que te afrenta. Ahora es cuando escupes fuego como un dragón.

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No ha nacido aquel que pueda destruirte. Sólo los cobardes son destruidos. Sé un señor de voluntades y recuerda que tú eres el que destruye, que tú eres el que protege. El miedo frente al enemigo es saberte inferior, es dudar de todo lo que has construido. El que duda, merece ser lanzado a la pira.

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Mis guerras no fueron fáciles; aún conservo las cicatrices. Estoy orgulloso de esas marcas que quedaron tatuadas en mi piel como señal inequívoca de mis aciertos y mis fracasos. En ellas puedo medir los efectos de mis violencias, las afectividades de mis agresiones. No corras a buscar cicatrices después de escuchar mis palabras; sé paciente, que ellas inevitablemente llegarán para recordarte quién eres y qué caminos elegiste.

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A veces podrás luchar en solitario contra grandes ejércitos: estás listo. Si te traiciona la vanidad de tu fuego, nos encontraremos antes de lo estimado en donde los dragones descansan para siempre. Aprende a decidir antes de llorar tu muerte.

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Encuentra justicia en tus acciones: ni por exceso, ni por defecto. Tendrás tras de ti a muchos que estén dispuestos a dar sus vidas. Justicia es iniciar la afrenta sabiendo que no se perderá ninguna vida y haciendo lo posible por cumplir con tu palabra. Los que llegaron, deben irse… juntos.

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Podrás ataviarte para la guerra: impresionante, atemorizante, enorme. En realidad sólo necesitas tu espada, tu escudo, tus puños y tu fuego. Lo demás es charlatanería, es cobardía, es querer amedrentar sin saber pelear. No hay caballo ni armadura que pueda detener a un huracán de fuego. Sin miedo, sin límites, sin igual.

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Elige bien a tu consejero de guerra. Su fuego será tu fuego, tu aliento será su aliento. Lo has conocido en la soledad: es tu espejo, es un reflejo que te mira a los ojos y te transmite paz. Cuando miras sus ojos en la batalla, tendrás que mirar un incendio; cuando escuches sus palabras, ensordecerás por un poder que no has sentido nunca. Olvida la lucha solitaria y encuentra ese otro que es tu yo del espejo

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Vivir la guerra suena a honores, a gloria, a reconocimiento. No entrarás en hombros en medio de un desfile. Recuerda que vives en las ciudades del sinsentido. Allí, vivir la guerra es miseria, es asco, es temblor. Prefiere terminar tus días como un guerrero sin espada a vivir minutos como un heraldo de la victoria.

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Aclara tu voz… aclara tu mente… entona el himno de batalla. Entona el himno que ha sonado en nuestras tribus desde que empezamos a peregrinar. Enciende las antorchas, prepara las armas. Recuerda que tu voz debe ser clara y justa. Recuerda que tu mano debe ser firme y decidida. Aclara tu voz… entona ese himno de batalla.

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Mira sus ojos en llamas. Mira sus cuerpos arder. Tu fuego es vigoroso, agresivo, dominante. En el camino tendrás que entender que la mesura no es cobardía, es lealtad, es honor, es justicia. Mira como se incendian sus castillos, mira como se incendian sus carruajes. Ahora sabes que ganar la guerra no es arrasar con el enemigo, sino incendiar lo que lo vuelve débil.

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Ganar una batalla no significa nada. Nadie va a condecorarte, nadie va a poner guirnaldas en tus sienes. Ganar cien batallas no dice nada, nadie va a darte cien trofeos, nadie va a felicitarte. Nadie va a agradecerte. Luchabas por los tuyos, no por los demás. Los demás pueden ser un día de los tuyos, pero ahora es momento de voltear a ver a los que sí conoces, a los que vale la pena llorar.

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Es hora de curar a los heridos. La guerra siempre los trae consigo. Para eso aprendiste a curar, para eso viajaste por el mundo descubriendo bálsamos que quitan el escozor. Tu guerra, tus heridos. Tus hombres, tus heridos. Tus cuerpos, tus heridos.

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Un día pelearemos juntos, espalda con espalda. Ese día, nuestro camino se entrelaza, se hermana nuestro fuego: ya no más flamas de juguete, ya no más flamas de ensayo. Ese día combatiremos con todas nuestras fuerzas. Nada de miedo, nada de tristezas; si vamos a morir, ambos moriremos escupiendo fuego.

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Ganar o perder. Es una verdad que aceptaste hace mucho tiempo: en el exilio, en la soledad. Allí dejó de tener importancia el resultado; cobró realidad la importancia del combate. No el vano intento que deriva en fracaso, sino el rugido de guerra que golpea con esquirlas de fuego. Ese es el triunfo en batalla aunque ésta nunca haya empezado. O como dijera el viejo juglar: la última vez lo vi irse entre humo y metralla,  contento y desnudo; iba matando canallas con su cañón de futuro.

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Mi último aliento está cerca. Mi fuego ya no será tu fuego. Mi guerra ya no será tu guerra. Pero no hay por qué sentirse mal: eres un dragón, eres un tornado, eres voluntad, eres amor, eres una lucha constante que afirma querer, que afirma seguir, que afirma el sí antes de pronunciar un no. ¿Qué más se puede pedir en esta vida? Ah sí: volver a nacer y el mismo camino escoger.

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Mi último aliento por fin ha logrado entonar nuestro canto de batalla por última vez. Nuestra estirpe ruge, nuestra estirpe se lamenta. No más lágrimas, no más sollozos: me he ido para darle paso a tu esplendor. Ahora es tu turno de atizar el fuego de otros, de potenciar sus huracanes. Hoy tú te encargas de amamantar a los próximos animales de galaxias.

Diario de guerra III – Exilio


Alguna vez te encontrarás en un exilio auto impuesto. Ese día parecerá que el fuego se extingue, que el aliento se acaba. Pero es un espejismo: un espejismo producto de tu dolor. No le temas, es un valioso aliado que te hará renacer de las cenizas. Pregúntate: ¿qué fuego me quemó? ¿Por qué le permito a mi fuego ser partícipe del fuego de otros para quemarme?

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En medio de la soledad entenderás que era prescindible repetir lo que se te dijo. Entenderás que lo valioso estaba en la fuerza que le darías a esas palabras. El valor se encuentra en lo que transmitirás, en lo que la soledad te permite ver de lo entendido. No eran mis palabras, era tu aliento llegando a otros oídos.

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Recordar es caminar de nuevo los mismos caminos. Ello significa que tus piernas son fuertes, que tus pies son poderosos y han dejado huella en múltiples lugares. ¿Por qué pesan tus pies? ¿Por qué tus piernas son débiles en este instante? Es eso: el instante… ¡Oh! ¡Tus pies son incendios! ¡Tus piernas son huracanes! ¡¿Acaso lo estás olvidando?!

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Solo. Así estuvieron tus dragones antes de conocerse. Tuviste la fortuna de encontrarlos reunidos. No pienses en convertirte en un dragón, esa es labor de viejos y anticuados. La soledad te convertirá en uno de ellos, pero hasta que ese día no llegue, serás un guerrero, un valeroso campeón. Pero ahora solo. Solo.

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¡Oh la paz! Hermosa paz que huele a prados floridos. Hermosa paz que llega con el exilio en la montaña. Pero cuidado: no subas sin estar seguro de que hay algo por lo cual bajar y seguir el camino. Si subes te enfrentarás a los demonios más terribles que conozcas. Si subes para enfrentarlos sin más, mejor aprende a beber cerveza con ellos.

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Te fuiste para aclarar la mente. La noche no podrá aclararte, la penumbra no te dejará ver más allá de las ensoñaciones y fantasmagorías. Espera con serenidad, que el torbellino de confusión se disipará en cuanto abras los ojos.

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¡Qué recuerdos aquellos de la juventud! ¡Qué obstinación! ¡Qué testarudez! La miro en pasado, la miras en presente. Para mí es un bello tesoro que me recuerda la vitalidad. Para ti es un bello peligro que te recuerda el dolor. En medio de los dos se encuentra la soledad.

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Este exilio debe hacerte recordar con alegría lo que en algún momento fue un problema. Mira qué delicia es recordar las debilidades. Pero si no contemplas las fortalezas que has ganado, no tiene sentido haberse tomado un minuto para observar. ¡Que descansen los muertos! ¡En el exilio nunca debes descansar!

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Yo subí a la montaña creyendo que me liberaba de todos. Tremendo error. Subí pensando que acá estaría en paz conmigo. No lo logré. Me alejé de la vida para alejarme de los torbellinos. Una noche miré en el espejo de agua las cosas más terribles, las muestras de que mi alejamiento estaba equivocado. Cuando te alejes no lo hagas para evadir, aléjate para estar más cerca.

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En el exilio la muerte te susurrará maravillas al oído. Algunos ingenuos le han hecho caso tal y como ella quiere que lo hagan. Esos sucumbieron a sus demonios. Escucha a la muerte, pregúntale todo lo que tengas que preguntar. Bésala en la mejilla y prepárate a poner en práctica sus enseñanzas, porque la guerra se avecina.

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Una luz quema los ojos. Una luz se aproxima y aleja a la muerte. Tierna compañía que se va, dejando paso a la inmunda compañía de los ojos enrojecidos. No le temas, es el anuncio de la vida, es el momento en donde tiene que iniciar la peregrinación de regreso a casa.

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Si has subido a la montaña para perderte del resto de los hombres, nadie va a juzgar tus decisiones. Si decides quedarte allí, te recordarán como una roca más en el monte: apacible, estático, eterno. Pero si decides bajar, tendrás que afilar tu espada y prepararte para la guerra; porque una vez abajo, las cosas serán muy diferentes.

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Ya ha amanecido. El miedo está a un paso, el dolor a dos. Hacia el frente sólo hay incertidumbre. ¡Qué falsa comodidad! ¡Qué engaño tan sutil! Atrás y adelante es difícil, doloroso. Pero con el alba llegó el ímpetu que perdiste hace unas noches. ¡YA AMANECIÓ!

Diario de guerra II – Viento


Antes de que el fuego sea guerra, debe existir un aliento, una potencia que dé a luz al vigor. El fuego que es rabia no nace de la vitalidad, nace del dolor y la melancolía. Si el fuego que sale de ti es lealtad, entonces ese aliento es deseo de vivir, es un par de pies bien fijos sobre la tierra

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El viento siempre es potencia creadora, siempre se encuentra antes: antes de la lluvia, antes del fuego, antes del sollozo, antes de la palabra. Ese viento que crea debe estar más vivo que el fuego, de lo contrario no serás capaz de atizar la hoguera antes de que ésta se apague.

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El fuego se aprende de los dragones. ¿Y el viento? Ese se aprende del rugido de tu ejército, de su voz exclamando guerra. Tienes que ser aprendiz de tu propio ejército, tienes que escucharlos detenidamente. El aprendiz que se deja llevar y escucha es el aprendiz que un día se convierte en guerrero. El aprendiz que por soberbia se distrae es el que fracasa.

Tu camino se acerca al fracaso.

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Ahora sólo veo una pequeña ráfaga moviéndose por todos lados. Un pequeño soplo que grita que es ventisca mientras yo miro que se convertirá en un huracán. Haz temblar a Bóreas con tu más suave respiración, amamanta a los tuyos con tu más fuerte resuello.

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El frío viento que cala en tus huesos te avisa que es momento de abrigarse. No cometas el error de combatir el viento con fuego o tendrás una explosión enorme entre las manos. No combatas al viento, mejor sé parte de él.

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El viento es tranquilidad: mece las hojas, acaricia las largas cabelleras, teje amores en medio de la batalla. El viento es tranquilidad, el viento es serenidad. Descúbrelo por ti mismo. ¿Dónde está tu serenidad? Deja que tu viento te lo cuente.

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El viento no es un arma, es un escudo. La potencia no es un arma, es un combustible, es un fulgor que alimenta tus puños. Lo ves venir con claridad: la guerra se aproxima. Hay que alistar las ventiscas, hay que atizar las pequeñas flamas.

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Nunca se trató de pensar sólo en tu fuego. Se trató de que entendieras cómo es posible que con tu aliento logres atizar el fuego de otros. Tu fuego ahora conoce de belleza y fuerza ¿y el de los que están cerca?

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Cada uno escucha a su viento: algunos oyen tornados, otros huracanes, otros pequeños soplidos. No les digas a otros que escuchen tu viento, enséñales a escuchar sus propios murmullos, demuéstrales que eso que suena en sus oídos no es la imaginación desatada. Enséñales que hay tanta verdad en lo que creen pura ensoñación.

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El viento que se escuchó cabalmente es como un camaleón: te ayuda a camuflar. Por eso es un escudo y no un arma. Cambia tus colores en el lugar en donde te encuentres, cambia tus colores para ser transparente. Pero aprende a no hacerlo para ocultarte y que nadie pueda descubrirte; hazlo para que logres maravillarte con tu adaptación, hazlo como un ejemplo de que los límites no existen para la potencia.

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El oído que no le prestas al viento es el que queda ensordecido por la cerrazón del alma. Es más fácil hacer oídos sordos y fingir disgusto. Es muy complicado escuchar el susurro del viento y poner en práctica lo que él te cuenta.

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El viento es un recuerdo que resopla en tus oídos. es la canción de cuna que te arrullaba por las noches, es el regaño que te desgarraba el corazón. El viento es volver a vivir aquello que dejó huella en tí. El viento trae a esos suaves recuerdos convertidos en potentes ensoñaciones.

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El viento trae un mensaje: necesitas calma. Calma del camino vertiginoso que recorres diario. Subir a la montaña a escuchar el sonido del viento es una caricia, no es cobardía. Allá arriba se escucha tan hermoso, tan prístino. Allá es donde podrás escuchar tu viento.

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Diario de guerra I – Fuego


El reto del duelo por falso honor es sólo para los traidores. No retes al que no sabe controlar el fuego, porque de lo contrario tu propio fuego te quemará. Tu propio fuego no debe matarte.

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El fuego que es ira, mata. El fuego que no es fruto de la ira lo puedes encontrar en el valor de refundar tu estirpe, en el valor del aprendiz, pero sobre todo, en el valor que hay tras el mejoramiento de uno mismo.

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El fuego del aprendiz es imparable. No sólo serás maestro un día, sino que nunca dejarás de ser aprendiz. Ese fuego de juventud que nunca se extingue, es el fuego que estás buscando.

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El fuego es un orgullo, nunca hay que ocultarlo. El fuego es potencia, vigor, sagacidad. No confíes en los que te dicen que es mejor esconder el fuego, que es mejor pertenecer a la estirpe de los tranquilos.

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Controlar el fuego no es tarea sencilla. Rodéate de un gran equipo que te ayude a crecer: dragones que te enseñen a escupir fuego hasta el último aliento, guerreros que estén dispuestos a cubrir tu espalda y una voluntad tan grande que te permita amarlos.

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El fuego siempre ha estado en tí pero el miedo hace que no puedas sentirlo. Convierte el miedo en potencia, convierte el miedo en un rayo que pase por tu corazón y salga disparado hacia el cielo.

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El fuego es lealtad. Lealtad contigo, lealtad con los otros. El fuego que traiciona es el fuego que rompe vidas, que rompe serenidad, que rompe familia. El fuego no es un lujo que hay que presumir, es un honor que hay que conducir para construir. El fuego vano es el mismo fuego que devora la carne de los que amas.

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El fuego es memoria. A veces recuerda el cálido abrazo de la fogata a media noche, otras veces recuerda el dolor del rostro en llamas. Por si mismo no es malo, ni agresivo, ni letal; es tu decisión. Tú decides si incinerar al enemigo o proveer luz al que le hace falta.

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Hace falta serenidad para lograr que tu fuego no te traicione. Cuando la serenidad no empata con tu fuego, no decaigas ante la tentación de quemarte. Recuerda que como aprendiz, siempre tendrás a tus dragones para que ellos conduzcan tu confusión.

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Si tu fuego no es leal, algunos días podrá abatirte, algunos otros te mandará al suelo. Te asustarás al sentir que la vida se extingue a través de tu fuego. Deja que el dolor entre, repose y salga tranquilamente, de lo contrario volverás a sentir ganas de quemarlo todo. No confundas tus días queriendo quemar lo que está después de tu nariz

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Hay fuegos que te deslumbrarán. Creerás que son los más bellos, los más cálidos, los más brillantes. ¿Qué es de aquel fuego que sirve para impresionar a otros? Se extingue quedando en ridículo. Mira el fuego de los otros, pero nunca cierres los ojos ante su espectacularidad.

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¿Qué sería de ti si no alcanzas a ver en plenitud la flama que surge de tu dedo? Los idiotas miran el dedo,  los estúpidos miran la flama, ¡Es el poder crear! ¡Es el poder confiar en ti! ¡Es el deseo de transformar! ¡Es la demostración de la fuerza que corre vertiginosamente por tus venas!

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Algunos vendrán a decirte que este fuego te ha vuelto esclavo: esclavo de unos, esclavo de otros, de situaciones, de recuerdos, e incluso, de ti mismo. Esas palabras débiles, estandartes de la gran tartufería en la que has visto crecer a tu fuego,  deben ser quemadas con las flamas más puras que puedas lanzar. Ríete de esas cenizas, ríete al afirmar que con orgullo y la cabeza en alto volverías a andar el mismo camino.

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Siempre hay un día que recordarás por ser el más triste que hayas vivido. En ese día faltó que encendieras una hoguera. Hizo falta que saborearas la intensidad y la maravilla de la vida. No hay dos días iguales, no hay dos días más tristes. No los hay, si hay voluntad de vivir, voluntad de intensidad.

Mostros camaleones


Dado que los cholos ejercen sus diversos modos de ser cholos con toda potencia, logran desvincularse parcialmente de esa marca, lo cual los convierte en sujetos más temibles, más agresivos, más aterrorizantes, más monstruosos. ¿Cómo es posible que los cholos se desvinculen del estigma? Gracias al ejercicio camaleónico, es decir, los cholos son sujetos que tienen la capacidad de mimetizarse con el entorno. Me refiero a que el cholo, con mucha facilidad, logra insertarse (y ser un miembro activo) en el tejido social que antes lo había estigmatizado: me parece muy clara la situación, pues el cholo sin mayor conflicto logra ejercerse como trabajador, como delincuente, como estudiante, como padre de familia, como sujeto moral dispuesto a realizar transformaciones significativas en el entorno plagado de hostilidad (y de ahí, es de donde nace el carnalismo como un mecanismo de defensa -en un primer momento- ante estas vicisitudes). Claro: en primera instancia, se le asume como un sujeto desconocido, pero paulatinamente se le da otro lugar en la clasificación social, esto significa que

Otra de las percepciones generalizadas es la de considerar al pandillero como a una persona incapaz de desarrollar cualquier otra actividad que no tenga que ver con la delincuencia […]. llegar a comprender la figura del pandillero como la de un individuo que, efectivamente es susceptible de presentar una vertiente comportamental delictiva, pero que también es padre, madre, vecino, trabajador, amigo, etc.[1]:

¡Vaya que son socialmente peligrosos! ¡vaya que son más que simios encerrados en una jaula para evitar que contagien de pulgas a los otros animales!  De ahí que tengan la necesidad de ser más cholos que otros cholos, pues es de suma importancia hacerse notar como una figura atemorizante para poder configurar otro tipo de relación política que desemboque en el terror de cholos y no cholos, que desemboque en el respeto de cualquier sujeto a pesar de los estigmas y las segregaciones sociales. Se busca ser más cholo que otros cholos para amedrentar a pandillas rivales, pero también para asestar un golpe al estigma impuesto por los hombres cuya voz sutil dice que los cholos son delincuentes -a priori- sin considerar los factores sociales que los han orillado a serlo, a aparentarlo o a rechazarlo.


[1] Cano, Francisca, La <<vida loca>>. Pandillas juveniles en El Salvador, pp. 19-20

Infames caricaturas.


«y es que es tal la concentración  de cosas dichas contenidas en estos textos que no se sabe si la intensidad que los atraviesa  se debe más al carácter  centelleante de las palabras o a la violencia de los hechos que bullen en ellos. Vidas singulares convertidas, por oscuros azares, en extraños poemas; tal es lo que he pretendido reunir en este herbolario.»

Michel Foucault. La vida de los hombres infames. 

Me parece que no hay una consciencia clara de lo que es un cholo, me parece que solamente se tienen pequeñas intuiciones caricaturizadas del cholo; aunque hay que aclarar que el problema no se soluciona al encerrar las multiplicidades choleras en un solo concepto, es importante mirar con detenimiento qué y cómo dice la gente acerca los cholos. Al ser figuras que circulan por las calles y dado su carácter hermético, los cholos se vuelven una gran incógnita, es decir, son desconocidos, no se sabe qué hacen, no se sabe cómo son, no se sabe de qué se trata su estar en el mundo. Pero ese misterio andante no es lo único que hay que considerar: es de suma importancia revisar la forma en que los cholos son mirados, es decir, la forma en que la sociedad genera escenarios y situaciones que intentan describir la forma de ser de algunos sujetos; incluso, me parece que estos discursos no sólo generan una descripción de un conjunto de sujetos, sino que lo vuelven un discurso establecido, aceptado, casi intocable. El relato lingüistico configurado por la comunidad en la cual se desenvuelven los cholos, no mira detenidamente al cholo  para poder hacer un análisis prístino de su ser sujetos en el mundo, de hecho, la comunidad que realiza el relato en donde se enmarca al cholo, no suele mirar con atención y precaución, por lo cual

La conciencia moderna tiende a otorgar a la distinción entre lo normal y lo patológico el poder de delimitar lo irregular, lo desviado, lo poco razonable, lo ilícito  y también  lo  criminal. Todo lo que  se considera  extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión  cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar. El conjunto de las dicotomías fundamentales  que, en nuestra cultura, distribuyen a ambos lados del  límite las  conformidades  y las  desviaciones,  encuentra  así una justificación  y la apariencia de un  fundamento.[1].

 

 Así, al mirar superficialmente al cholo, éste se muestra como una figura atemorizante: los cholos tienen indumentarias que los hacen ver agresivos, su actuar no es amable, su secrecía los convierte en signos de interrogación que andan por el mundo. Ante ese panorama, no es difícil empezar a construir historias en torno a ellos, no es difícil dejar volar la imaginación y construir grandes relatos sobre lo que es un cholo. Esos relatos van a pasar por construcciones mermadas por el miedo, es decir, del cholo se sabe poco, pero se dice mucho: se dice que usan ropa de tallas grandes, se dice que son pelones, se dice que son tatuados, se dice que son delincuentes, malandrines, asesinos; no obstante, algunas de esas sentencias tiene razón, pero otras no. Es un hecho que son algo, pero no son precisamente lo que la gente cuenta, lo que la gente estructura en reportes lingüísticos acerca de fenómenos concretos. En realidad no es pertinente saber con toda certeza lo que son (además, es muy difícil brindar una definición del cholo pues dada la multiplicidad de contextos y la multiplicidad de modos de ser cholo, sólo se pueden dar caracterizaciones someras, descripciones), pero es importante saber qué no son.

Hay que dejar en claro que los cholos no son la caricatura hecha por la sociedad, de hecho, son una son una realidad muy incómoda porque suele confundirse su agresividad con su violencia. Es muy común dicha confusión: la agresividad no precisamente es violencia, de hecho, sería un grave error omitir que la violencia que ha sido ejercida por los hombres sobre el mundo (o sobre otros hombres) no siempre ha sido antecedida o acompañada de un comportamiento agresivo[2]. Por ello, la monstruosidad que se le ha adjudicado a los cholos no es otra cosa que una sencilla pero poderosa confusión: al verlos construidos como entidades visualmente agresivas, se les atribuye inmediatamente la característica violenta (aclaro: no es que no haya cholos violentos, pero no creo que todo sujeto agresivo sea -por antonomasia- un sujeto violento): “Este proceso que lleva a los jóvenes a desarrollar una imagen de tipos duros, con sus tatuajes, historias de guerra y violencia, hace que los mismos sean percibidos como una amenaza por la sociedad, la cual, busca distanciarse de ellos”[3]. Ahí donde el estigma lleva la rienda de las relaciones sociales, es donde los cholos son monstruificados, caricaturizados, segregados y con sumo cuidado, exterminados. Aunque ese exterminio no se trata de borrarlos de la faz de la tierra, se centra en tenerlos contenidos en espacios específicos donde pueden ser controlados, detectados y re-educados para su reinserción social (considero que esa estrategia es la misma que se utiliza en las cárceles, como si el pandillero fuera un criminal sólo por ser pandillero: de nuevo, craso error). Entonces, al cholo se le controla a través de la estigmatización: se le vuelve un sujeto detectable y tratable, pero cuando se trata de el cholo como una realidad incómoda (ya sea como parte de un fenómeno de migración o como un fenómeno económico), se le extermina.  Pero este exterminio no es precisamente la aniquilación corporal que tanto se piensa hoy en día, se trata, en sentido estricto, de un proceso de infamia, es decir, de generar fama negativa, de la afrentar al otro a través del qué dirán. Esto me indica que la opinión pública es la que entra en escena a generar un castigo, es decir, las palabras de aquellos que juzgan socialmente, hacen mella en los oídos de las multitudes para poder marcar a un conjunto de sujetos. Aquí es donde el tener una fama negativa se convierte en un castigo ejemplar: la sociedad responde ante esa fama negativa, responde ante la supuesta (o real) nocividad del sujeto (o sujetos) que son merecedores de esa mala fama. En ese preciso momento es cuando deja de ser necesario un castigo a través de las acciones legales, o un castigo a través de la corporalidad violentada: los sujetos infames son castigados a través de su infamia, son segregados, alejados, marcados y poco a poco son o bien soterrados, o bien curados socialmente (es decir, la infamia desaparece y vuelven a ser sujetos estandarizados)[4].

 


[1] Foucault, Michel, La vida de los hombres infames, p. 13.

[2] Cf. Gómez Choreño, Rafael Ángel, Estigmatización y exterminio. Apuntes para una genealogía de la violencia, p. 65

[3] Cano, Francisca, La <<vida loca>>. Pandillas juveniles en El Salvador., p. 20

[4] Cf  Foucault, Michel, op. cit., p. 42.

REPENSANDO LA ENSEÑANZA DEL RAP (o de como degollar a un valedor pedante)


Un día escribí un texto para degollar a un viejo amigo. Se trataba de dejar en claro que no está chido que te sientas una súper estrella por haber publicado un libro; mejor aún: que por ser una estrella no estabas obligado a escribir mierda y pensar que tenía que ser oro puro para los lectores (si les queda duda, chequen el texto acá: Pensemos la enseñanza del Rap). A continuación, les dejo el texto que yo escribí en respuesta. Enjoy.

REPENSANDO LA ENSEÑANZA DEL RAP

 Hasta dónde mis ojos me permiten ver, el campo de la enseñanza es sumamente vasto: desde aquellos que enseñaban a sus discípulos mientras caminaban por los prados, hasta aquellas escuelas que le brindan libertad de aprender lo que quieran a los estudiantes. También puedo apreciar que la educación es un proceso necesario en la formación del ser humano (y en la formación de sus respectivos productos culturales). El rap, al ser un producto cultural, obligadamente tiene que estar empapado de cuestionamientos acerca de la enseñanza y el aprendizaje. Tan es así, que en fechas recientes, algo hace mella en los oídos de la gente: los talleres de rap.  Esta nueva modalidad supone que el trabajo colectivo va a posibilitar dinámicas específicas que favorezcan el desarrollo de aquel que deseé hacer rap (al menos, así es como en teoría funcionan).

     Y todo esto, ¿a qué viene? Resulta que hace un par de días, se cruzó en mi camino un texto llamado “Pensemos la enseñanza del Rap (sic)”. Este texto de Alan Rojas, fue un punto de ruptura para que yo empezara a hacer cuestionamientos acerca de algunos puntos controversiales, que no son de menor importancia, al contrario: merecen ponerles toda la atención posible. A continuación intentaré esbozar las dudas que me han surgido.
Para empezar: es importante deshacerse de problemas que en realidad NO SON PROBLEMAS. Me refiero a que en el texto, Alan pregunta sobre si “¿El Rap puede enseñarse basado en un programa y de forma directa por un agente experto en la materia, o se aprende de forma individual bajo su exposición vivencial?”. La pregunta es más sencilla y amable de lo que el texto nos la muestra (¿EL RAP SE ENSEÑA POR MEDIO DE UN PROFESOR O POR MEDIO DE INDIVIDUOS QUE LO VIVEN?), y la respuesta también es muy sencilla: hay un error muy importante en la formulación de esa pregunta. Considérese lo siguiente: la enseñanza siempre es dictada por un experto, por un docto, por aquel que está empapado en cierto tema (al menos, más empapado que aquel que recibe la enseñanza). Ese es el principio básico del enseñar: la transmisión de un conocimiento a aquel que no lo posee; los raperos, al tener la emergencia de trasmitir un conocimiento, hacer colocan en escena a la enseñanza del rap.

 La forma de plantear el problema en el texto me parece inadecuada ya que siempre se aprende el rap de una fuente sapiencial superior; es decir, en sentido estricto, da lo mismo aprender rap a través de un educador que establezca un índice temático, que genere estrategias didácticas y que concatene el conocimiento anterior con el nuevo, o aprender rap por medio de un modelo icónico (esto es: sentir agrado por cierta forma de rapear e imitar el estilo). Es claro que en ambas opciones hay una figura de autoridad que ejerce el rol de profesor: aquel que se sienta a enseñarte rap con un mapa curricular en mano, o aquel que se pone a rimar contigo y te dice “tu flow está muy lento”. Incluso, cabe la posibilidad de que ni siquiera haya un maestro directamente; como ya dije, muchos raperos sirven de inspiración y modelo para muchos otros sin siquiera tener el placer de conocerse.

 Me parece que hay una confusión en los planteamientos: considero que la pregunta por cómo se aprende el rap es un asunto de primera necesidad, y la pregunta por cómo se enseña es posterior a la reflexión del aprendizaje. Lo ilustro con una analogía que debe tomarse con las debidas salvedades: el problema no es que el sujeto X haya aprendido inglés con los cursos de la Oxford University Press o con cursos impartidos en Harmon Hall, sino que lo relevante es que el sujeto haya aprendido inglés, que respete las reglas gramaticales, que tenga una pronunciación adecuada, etcétera. En el rap va a suceder eso: dada la emergencia de múltiples talleres de rap, es importante cuestionar si el rapero en realidad está aprendiendo a hacer rap gracias a esas estrategias didácticas.

 Los cuestionamientos planteados por Alan no son simples, pero son enunciados de formas que los convierten en eso: en simplicidades, en nimiedades. Para muestra basta un botón: “ya que argumentar a favor de una u otra disyunción radicaliza por completo la concepción de la palabra: RAP (sic)”. No entiendo por qué se radicaliza la concepción de la palabra rap. ¿Cómo radicalizar la concepción de una palabra que no tiene una definición clara entre aquellos que la enuncian? ¿Cómo radicalizar una concepción, si la palabra “rap” no suele referir a una abstracción entre sus hablantes, sino a un cúmulo de procesos vivenciales que –muchas veces- suelen ser difíciles de describir con palabras? Y el punto que es más relevante: ¿cómo radicalizar la concepción de la palabra “rap”, si el autor no ha tenido la delicadeza de brindarnos un concepto que nos sirva de guía? Con estas preguntas intento aclarar un punto interesante: Alan está dando por sentado que su lector está pensando lo mismo que él. Este asunto de radicalizar la concepción de la palabra “rap”, refleja que el autor parte de que todos saben lo que es el rap (y de que tienen un concepto más o menos estandarizado). Y para disolver confusiones o asunciones, volveré a la pregunta básica de casi todo quehacer humano: “¿QUÉ ES?”. En este caso: ¿qué es el rap? (¡menuda pregunta!). No parece sencillo dar una respuesta.

     Ahora bien, si se concede que el texto pueda continuar por sí mismo, las preguntas no se hacen esperar. Alan menciona que la existencia de fracciones opositoras a los talleres, pone de manifiesto algunas cosas que desarrollará posteriormente en el texto. Me parece una falta de respeto hablar de fracciones opositoras que enuncian sentencias cotidianas en el rap: los opositores y los no opositores dicen que el rap es un instrumento para expresar sensaciones e ideologías; no se necesita ser un experto para poder brindar un reporte de lo que la coloquialidad arroja; es decir, cualquiera que haya entablado una plática sobre el rap, podrá mencionar al menos una vez, que el rap es una forma de expresar sentimientos y pensamientos (ojo: no sólo los opositores a los talleres de rap lo plantean… ¡LO PLANTEA CUALQUIER RAPERO!). Partiendo de que las fracciones opositoras a los talleres de rap son sectores que consideran puntos particulares, Alan esboza esos puntos: el rap es un instrumento para predicar ideologías o sentimientos y existe el peligro de radicalizar le enseñanza del rap; pero, esos dos puntos visibles, ¿qué son? ¿Problemas? ¿Reflexiones? ¿Una mera descripción de hechos? No me queda claro. Sin embargo me aventuro a pensar que son cuestionamientos a debatir.  Asumiendo que son eso, cuando leo el punto número uno, no puedo evitar pensar en que el rap desde sus inicios ha sido considerado como una válvula de escape. La breve y sobada revisión histórica del rap lo puede confirmar: en los ghettos negros fue considerado como un arma contra el racismo y la opresión del blanco, en las dictaduras sudamericanas fue entendido como un arma de confrontación social, en las sociedades clasistas ha generado una fractura social gracias a sus letras crudas y contundentes. En pocas palabras: el rap ha pegado con tubo porque no tiene pelos en la lengua –lo cual, es bastante incómodo para algunos-. De ahí, ¿qué se puede decir? Que si el punto número uno es una problemática, entonces me parece que no se descubre el hilo negro, es más, la respuesta vuelve a ser muy simple: Sí Alan, lo que describes como punto número uno es la naturaleza del rap, por lo cual no creo que exista el problema que planteas (viciar purezas). Pero, si crees que se vician purezas, déjame preguntarte lo siguiente: ¿Rap puro? ¿Qué es eso? ¿De qué pureza estamos hablando? ¿Dónde se está viciando una pureza si lo que describes es la naturaleza del rap? ¿Cómo hablar de la pureza del rap, si el rap es un hijo del sincretismo? Sobre el punto número dos: Alan dice que la historia es escrita por los vencedores, pero su recurso retórico no termina de convencerme. De hecho, esa frase sólo me hace pensar que su concepto de enseñanza es muy old-fashioned. ¿Qué quiere decir esto? Que el autor considera a la enseñanza como una situación vertical, donde hay un “YO EMISOR” y un “YO RECEPTOR” (omitiendo el pequeño detalle de que no todos conocemos lo que es un “Yo-emisor” y un “Yo-receptor”), lo cual parece implicar que el aprendizaje es un asunto de pasividades y actividades: el que aprende rap recibe todo lo que el que enseña rap le quiere dar, lo cual niega el desarrollo de conciencias críticas –sí, incluso hay que desarrollarlas en los raperos-. ¿Dónde queda la labor del que recibe la educación? ¿Sólo acogerá la cátedra que el educador decida impartirle, sin importar lo tendenciosa o errada que ésta sea? ¿No se supone que ese es un modelo académico arcaico y poco favorable? ¿Acaso los talleres no son un espacio donde se estudia la teoría y se le da un espacio a la práctica para favorecer los aprendizajes conjuntos? Todo esto es el problema que ya mencioné antes: no es cómo enseñes el rap, sino cómo lo aprenden –y parte de la respuesta a esa pregunta, está en potenciar a las conciencias críticas-. La experiencia en talleres y grupos de estudio es la que instruye sobre los alcances y limitaciones de la enseñanza colectiva, del trabajo en equipo y de estas dos formas como una herramienta para bloquear los mecanismos de control de algunos educadores: en conjunto es más fácil decirle al profesor que sus contenidos están rebasando a sus alumnos, es más fácil hacerle ver que lo enseñado es parcial; o incluso, lo contrario: que lo enseñado está siendo un material que no tiene desperdicio.

     Quiero insistir en un punto: no porque algo tenga una bella retórica,  necesariamente se están diciendo cosas contundentes o profundas. Aquello de que “”El hombre aprende y olvida: se nace de cero para llegar a cero (en ese camino aprendemos tantas cosas, que terminamos por olvidar otras)”, no es más que una forma de decir poco con muchas palabras. Y ello es preocupante, porque conforme el texto avanza, me da la impresión de que Alan está cimentando su texto en grandes y ostentosas trivialidades. Todas esas trivialidades hermosamente adornadas son sentencias que intentan sostener una hipótesis insostenible que puede resumirse así:

El Yo aprende rap de a través de dos vías:

a) Por un profesor que lo eduque

b) Por un choque con el rap.

     A simple vista, son dos puntos que se oponen: la instrucción por medio de una guía experimentada y la auto instrucción, pero yo me pregunto: ¿el punto b no implica tener un maestro? Permítaseme profundizar en mi hipótesis: no es necesario que alguien se siente en un pupitre contigo para que sea un maestro, no es necesario que alguien decida realizar un temario para enseñar. En amplio sentido, aquella figura de autoridad de la cual se mama experiencia y conocimiento, puede ser considerado un maestro. Aclaro: no es lo mismo el maestro académico que el maestro vivencial y eso se refleja en el rap. Lo ilustro así: quizá no podrás tener a Eazy E sentado a tu lado diciéndote cómo hay que estructurar un verso, pero sí tienes sus discos, tienes la oportunidad de estudiarlos, de conocer sus rimas, de hacer conciencia del estilo que él tenía para rapear. ¿Ahí hay un maestro? ¿Ahí hay cierta enseñanza involuntaria?
Si se cree que estoy diciendo disparates, basta comentar que los humanos aprenden por imitación; el lenguaje que hablan es aprendido porque imitan a figuras de autoridad, los bebés aprenden a hablar porque imitan el modelo que representan sus padres, imitan el patrón del lenguaje hablado por los sujetos experimentados. ¿Esa no es la misma forma en la que el rapero aprende a rapear? Imitación a un modelo bien definido (se le puede colocar cualquier nombre: “profesor”, “mc en la tarima”, etcétera).
En el texto, de pronto se descubren ciertos brincos conceptuales muy grandes. A la hora de tener bien claros los conceptos, hay errores muy notorios: en los primeros párrafos se habla de enseñar rap, en los posteriores se habla de aprender rap. Ambos, son asuntos que no pueden separarse, son indivisibles pero no por ello son lo mismo. Son dos ópticas diferentes (la del profesor y la del alumno). Evidentemente, el profesor a veces también cumple el rol de alumno, y viceversa; sin embargo, como Alan plantea su problemática, el profesor es aquel que expone y enseña, no aquel que es retroalimentado por el alumno. Esto constituye una breve nota para evitar futuros errores categoriales (o de conceptos) que puedan desembocar en problemáticas menos serias.

     Utilizo el brinco conceptual entre enseñar y aprender para resaltar un asunto que invade el texto y me hace dudar de su carácter reflexivo. Hablando de la hipótesis del conocimiento conducido por el “Yo-emisor”,  siento que hay una sobrevaloración y un mal entendimiento acerca de lo que la otredad es.  De manera preocupante, Alan empieza a esbozar un perverso juego: el juego de la hegemonía, el juego de la supremacía. Sí, estoy hablando de que el autor de éste texto, está empeñado en hacernos creer que el rap enseñado en talleres va a desarrollar una colectividad en automático; es decir, que sólo por enunciar “RAP EN TALLERES” la colectividad es un hecho. Está empeñado en convencer al lector de que es mejor aprender rap en talleres porque “no es lo mismo que el “Yo” conozca el mundo, al “Yo” conociendo con los “Otros” el mundo. Dicho de otra forma: los talleres de rap, pueden formar en otredad qué-para qué-y cómo se hace el Rap (sic)”. No veo cómo es que un taller de rap genera una otredad que conoce al mundo (esto me parece un recurso retórico vacío). No veo cómo es que la individualidad no permite ver cómo es el mundo y cómo se hace el rap (me viene a la mente el ejemplo del filosofo ginebrino Jean Jacques Rousseau, el cual era un humano solitario y confinado a la soledad de una cabaña; lo cual no le impidió pensar en la otredad, en la comunidad y en la virtud ciudadana como la condición de posibilidad para el restablecimiento de las sociedades justas).  Sin embargo, veo el deseo de ejercer el poder de un saber sobre los otros saberes.
Este texto ha ensalzado demasiado aquel asunto que versa sobre lo colectivo, pero creo que el autor no ha realizado un ejercicio crítico: vale la pena preguntarse ¿para qué cuestionar colectivamente? ¿Por qué es deseable retroalimentar? Afortunadamente, los expertos involuntarios saltarán de sus asientos y pondrán cara de enfado ante mis preguntas provocadoras; pero no es un asunto pequeño o sin sentido. Para formar conciencias críticas, es necesario preguntarse acerca de lo que hemos dado por sentado, es necesario ejercer un libre pensamiento y es sumamente importante realizar un ejercicio de autocrítica; sin ello, no se tendrá bien claro por qué es necesario o deseable retroalimentar, para qué se quiere que la gente pregunte en colectivo, para qué es útil un taller de rap. Y de tener buenas respuestas a esas preguntas, se tiene la base de un ejercicio crítico, en dónde no importa si el tallerista imparta un taller sesgado, tendencioso, o coartado por sus pasiones. No importa, porque el que ha recibido el taller, tiene la suficiente capacidad para revertir los mecanismos de imposición que el tallerista quiera ejercer sobre sus alumnos. Bien dicen que la colectividad es una de las estrategias políticas más fuertes para frenar la imposición.

     Lanzo otra cuestión: en el texto se menciona que un taller de rap hace rap colectivamente, pero, ¿cómo se miden los logros y avances de los educandos (partiendo de que todo taller evalúa el desempeño del alumno)? Parece ser que de manera individual: “X ya tiene un flow veloz”, “Y ya puede hacer un buen freestyle”, “Z ha aprendido nuevas palabras”, “Q ya sabe de métrica”.  De cualquier forma, cuando esos hermosos escritores se sientan en la mesa a leer lo escrito, toman sus turnos y revisan los avances de cada uno, no hablan todos a la vez y luego se rascan las barbas contentos del abstracto progreso colectivo. Me parece que se está sobrevalorando a la colectividad y queriendo asestar un golpe a la individualidad, pero creo que no es por ese lado. No porque algo tenga la etiqueta “INDIVIDUAL” es malo per se.
Sin embargo, aplaudo la hipótesis del tallerista tendencioso. Ésta es muy interesante dado que se plantea el clásico problema del educador: ¿cómo educar al que educa para evitar que mal eduque? Citando el eslogan de una película: ¿QUIÈN VIGILA A LOS VIGILANTES? Aunque me atrevo a preguntarle a Alan lo siguiente: ¿si hay conciencia crítica en los alumnos, se puede borrar de un plumazo el problema de la parcialidad de los impartidores de talleres? De ser positiva la respuesta, el problema a analizarse es el que al inicio nombre como secundario: ¿Cómo enseñar rap? ¿Cómo diseñar estrategias didácticas para que el aprendizaje sea significativo? ¿Cómo estructurar un índice temático para impartir un taller? Y demás preguntas relacionadas a la enseñanza pura y dura.
Al momento de hacer un cierre del texto, Alan dice que “Por lo tanto se debe pensar o reformular la pregunta con el fin de fortalecer una sociedad que día a día se deteriora”
¿Qué pregunta se debe reformular? ¿La que cuestiona al tallerista? ¿La que cuestiona al individualismo? ¿La que cuestiona a la sociedad decadente? ¿Cómo es que la pregunta por X cosa fortalece una sociedad deteriorada? Sí, de nuevo hay una dosis de retórica  deslumbrante que oscurece las ideas. Ahora bien, en el texto está plasmada una serie de preguntas en caso de que algún lector considere que el rap se aprende individualmente. Las preguntas planteadas en el caso del supuesto individualismo parecen ser profundas y reveladoras, pero no son más que superchería, no son más que hijas de la misma retórica hueca. Parecen ser una receta rápida, una formula escrita, un pequeño manual para convertirse en rapero con tres sencillas preguntas. Profundizo en ello: lo que transmite tu rap es algo sumamente personal, algo que no es comunicable con facilidad y que a ciencia cierta, sólo lo sabe aquel que lo escribió; qué hacer como rapero, ¿pero con respecto a qué? Con miras a una sociedad más justa, con miras a llenarse los bolsillos con dinero, con miras a ser famoso, con el deseo de escribir canciones que inunden el gusto de la gente. Estimado lector, disculpe mi insistencia: ¿QUÉ HACER COMO RAPERO, PERO CON RESPECTO A QUÈ, ALAN?
Hablas de una vinculación con una sociedad Hip Hop (sí, con mayúsculas, como si fuera una entidad divina, inmaculada, inalcanzable). ¿Y eso con qué se come? ¿Qué es una sociedad hip hop? ¿Acaso es aquel conjunto de sujetos que hacen rap contigo? ¿Acaso es una especie de sociedad pequeña que está apartada del conjunto social?
En fin, dado que el camino ha sido circular y muy cansado quiero cerrar esta breve crítica con un cuestionamiento que es el punto neurálgico para entender el texto: ¿ESTO ES UNA APOLOGÌA?
Huele a que en los párrafos de este texto hay una defensa férrea del tópico de la enseñanza del rap a través de talleres y cursos (sí, esto huele a que se intentó hacer filosofía de la educación) ¿En qué momento se plantean las desventajas de estos talleres? ¿En qué momento se plantean las motivaciones poco loables para hacerlos?
¿Por qué dedicarle un texto a las ventajas de la otredad y a criticar la individualidad si al final se va a decir que ambas visiones nos nutren sin siquiera ahondar en la supuesta conclusión? ¿Por qué trivializar el punto central de un análisis al concluir que mientras no florezcamos como personas, el rap no florecerá?

     Valdría la pena que el autor explicara aquellos puntos controversiales, respondiera preguntas y brindara las definiciones necesarias, para que el texto en cuestión no fuera un endeble rascacielos construido con mondadientes.

Genaro Wong Montoya

Grupo Estudiantil A.L.E.F.

Facultad de Filosofía Y Letras.

Universidad Nacional Autónoma de México

Septiembre 2012.

Firmeza


Cuando un cholo es firme, es respetado, es admirado, es entendido como un sujeto que ya no está ubicado en el somero plano del tipo de vestimenta, sino que ha subido en la escala de choleidad y merece un trato diferente (no es cualquiera, no es un sujeto al azar; el firme se convierte en un ícono, y ante un ícono sólo hay dos opciones: o se le idolatra o se le detesta, pero siempre se le reconoce su firmeza). Entonces, al procurarse ampliamente como cholo se consigue ser firme, al ser firme se está en una escala diferente de la choleidad, al estar en esa diferente escala, uno es más cholo que otros, sin embargo, hay que considerar que esto no genera a un rey cholo, sino que ubica a los firmes en un lugar diferente, en un lugar que exige respeto y reclama precaución.

     Pero la firmeza no se consigue solamente a través del cuidado personal reflejado en la higiene o en la altanería y camaradería que se le puede mostrar a cualquier cholo, de hecho, el punto relevante de la firmeza se encuentra en el cuidado de los otros como miembros de una pandilla. En el momento en el que el cholo es firme, los procesos sociales se modifican y colocan al firme en una escala diferente: lo vuelven un respetable sin importar si es odiado o admirado. Al llegar a ese plano, el firme ya no puede comportarse como antes lo hacía: la firmeza exige ciertas responsabilidades, y la que a mi parecer es la más importante es la del respeto y cuidado de los otros. El trato que se le dará a los otros ha dejado de ser el trato del sujeto común: el firme se encuentra obligado a brindar un trato ético hacia los carnales, un trato que posibilite el lazo humano del que –intuitivamente- nace una pandilla, es decir, ahora se mira a los otros como humanos en proceso de firmeza, y ello obliga a tratarlos bajo un marco ético muy riguroso: al ser firme, se debe tratar con firmeza (de manera estable, fuerte, resistente), se debe procurar al otro en sus cuestiones vitales, se debe darlo todo por un carnal, por un miembro de la pandilla (o de una pandilla afín). Sin embargo, la firmeza es una noción que pasa por extraños rincones: uno puede intuir que si el trato hacia los demás está influido por un ejercicio ético riguroso, las formas de conducirse necesariamente deben ser amables. Si la intuición se sigue, es fácil pensar que para ser firme hay que tratar bien y de buena manera, pero no necesariamente es así: la noción de firmeza es totalmente compatible con que el trato brindado hacia los otros no sea precisamente amable o suave. La forma de conducirse es contingente: puede ser que un sujeto firme trate a otro con firmeza y no sea amable con él (el firme puede ser muy rudo con otros, siempre y cuando esa rudeza sirva para enseñarle a otros a ser firmes), puede ser que un firme trate con amabilidad y eso ayude a la enseñanza de la firmeza. Esto me muestra dos cosas: que la firmeza es un tópico enseñable, y que la forma de conducirse no es el punto más relevante, sino que lo relevante del asunto es que al ser firme, uno está moralmente obligado a no dejar a nadie atrás, es decir, a aquellos que están en apuros no se les da la espalda, a aquellos que están en entrenamiento, que están en el proceso de aprendizaje para ser cholos firmes, no se les desampara, no se les deja con una educación trunca porque eso sería faltarles al respeto (y el cholo firme no le falta al respeto a sus carnales, sean o no sean sus educandos).

     Este punto me parece crucial: el firme no evita el rol del educador, porque si lo evita, los sujetos no serán capaces de superar las trabas que impiden que el carnalismo sea una política de la amistad, es más, si se evita el rol del educador, el firme está preservando que los cholos en proceso de firmeza, no logren conocer por qué, para qué y cómo ser firmes, y eso, a todas luces evitará que lo sean; como dije al inicio, es fundamental que los cholos superen la enunciación del carnalismo y la traición para poder sobrevivir en medio de la hostilidad, por ello, si se les da la espalda mientras aprenden a ser firmes, el proyecto del carnalismo y la firmeza habrá fallado. ¡Me sorprende el gran potencial que tienen esas nociones si se toman de la mano!

México Sur Centro – Somos Sureños

Sobre los cholos-mostros: reflexiones iniciales.


Llevo un rato bastante largo pensando qué pasa dentro de las pandillas de cholos. Ahora siento que ese asunto poco a poco se está clarificando. Sin embargo, tengo una tremenda trabazón a la hora de pensar lo que sucede afuera de las clikas. Sí, la tripa me gana y muchas veces me limito a decir: «pinches culeros, nos ven feo porque ni saben lo que somos», pero el problema va más lejos (y mis respuestas también). Después de unas recomendaciones hechas por mi amigo Samuel (huevos, Sam), me quedé pensando en algo que nunca había pensado con detenimiento (ejem… mejor dicho, nunca lo había pensado como filósofo): ¿QUÉ PASA CUANDO ALGUIEN QUE NO ES CHOLO MIRA A UN CHOLO? Fácil: se caga de miedo. ¿Por qué? De nuevo, fácil: porque afuera del mundo de la pandilla de cholos, hay un mundo que no tiene la más mínima idea de lo que pasa adentro, es decir: los cholos, cuando están fuera de su hábitat natural (jajaja), son terribles mostros producto del sinsentido de la ciudad, son hijos del desamparo que trae consigo el proyecto civilizatorio de las grandes urbes.

      Sí, mi querido Genaro, eso suena muy profundo y filosófico, pero, ¿QUÉ QUIERE DECIR? Bueno, la cosa no es tan complicada: la gente no tiene idea de lo que es un cholo; tienen una idea vaga de cómo se ve, se imaginan lo que puede hacer, lo vuelven un fantasma, pero no hay una idea concreta de lo que es, no tienen una idea clara del sabor y el olor del cholo. Esto quiere decir que la gente tiene reportes lingüisticos muy sofisticados por medio de los cuales cree saber qué es un cholo, sin embargo, sólo tienen nociones caricaturizadas, aquellas nociones que han invadido la cotidianidad a través de la tv o el cine (al final del post les dejo varios vídeos donde pueden ver a lo que me refiero). Es gracioso ver los ejemplos, da mucha risa el desconocimiento de lo que un cholo es, sin embargo, ¿Qué pasa cuando uno no sabe cómo son las cosas? Lo más común es que se les tema, que se les tenga miedo (hasta me atrevería a decir que el miedo es una reacción natural ante lo que no se conoce). ¿Y qué pasa cuando se le tiene miedo a lo desconocido? Si uno es cobarde, correrá a esconderse bajo la mesa; si uno es valiente, tomará el azadón y peleará contra las sombras que emergen de la oscuridad. En ambos casos, lo desconocido tendrá que ser convertido en un mostro para que pueda cobrar realidad en la cabeza asustada. La idea es que a lo desconocido y temible se le otorgue un rostro (aunque sea una caricatura) para poder tenerlo bien detectado. Así es como se crean los mostros: se les vuelve presencias fantasmales, se les dota de propiedades que en realidad no tienen, se exageran sus cualidades y sus debilidades. Ese mostro que es un enemigo sin un rostro definido (pero parece que ya tiene forma) en realidad es un chivo expiatorio: es el sujeto en donde se depositan los miedos, las iras, los rencores; de ahí que la gama de mostros sea tan variada, tan variada que cada persona le da diferente realidad al mostro dentro de su cabeza: para algunos, el cholo puede ser un pulpo devora edificios, para otro puede ser un narcotraficante, para otro puede ser godzilla con pantalones planchados, sin embargo, todos comparten una idea: el monstruo aterroriza. Aterroriza en gran medida por aquellos reportes que cierto tipo de publicidad difunde (¿¿LA OPINIÓN PUBLICA??  help, Choreño) y por la manipulación que la imaginación ejerce sobre esos reportes. ¿Cómo se da que esa imaginación manipula? Simple: en la oscuridad de la noche, las ramas que crujen por el viento se transforman en árboles vivientes que desean comer cerebros. Pero cuando la luz logra alumbrar al mostro, es muy sencillo darse cuenta que sólo eran ramas viejas. Esa manipulación existe gracias a que algunos hombrecillos sutiles difunden relatos sobre cómo es el cholo, sin siquiera haberlo visto en profundidad. Sí, esos hombres sutiles hacen del cholo un mostro a causa de que lo desconocen y gracias a que lo desconocen, le temen, y porque le temen, lo marcan. Es marcado porque esos pinches cholos se ven como todos unos culeros, se ven agresivos, se ven pegalones, se ven gachos con los tatuajes y las camisas de cuadritos. El estigma presume un origen: esos pinchis cholos son unos marginados porque viven en lugares bien jodidos y no les interesa nada más que partirse la madre; peeeero la cosa es menos trivial: esos cholos son así, porque están hasta la madre del mundo hostil, básicamente son una bola de marginados sociales que están hasta la verga de las condiciones de vida que les tocó vivir, y por ello no se miden y son pasaditos de verga. Claro, hay una diferencia significativa entre lo que es y lo que la fantasmagoría dice que es, no obstante, los hombres sutiles aprovechan la situación para marcar, apodar, para tratar al mostro como si fuera un mono enjaulado.

     Antes de ser monos en la jaula, los cholos sólo eran sujetos que daban miedo porque eran desconocidos, ahora son sujetos que dan miedo porque todos conocen sus andanzas. El miedo ya no es a lo que no se conoce, ahora es el miedo a lo que se cree conocer. El estigma, la difusión de imágenes erroneas, los reportes lingüisticos tipo teléfono descompuesto y el deseo de desconocimiento, hacen que el cholo ya no dé un miedo simple: ahora genera un miedo de muerte. Los hombres sutiles han dicho que los cholos matan y roban, por eso la gente no se les acerca, por eso la gente les tiene miedo. En general, la gente se caga, se asusta de maneras increíbles. Y ahí entra el carnalismo: los cholos deciden mostrarle a los no-cholos que no son tan mierdosos como dice el estigma, que no son tan ladrones y asesinos, que no son tan monstruosos (sí, deciden decirle a algunos sujetos que no son el viejo del costal). Algunos sujetos que se enteran de eso, se dan cuenta que el cholo no es el godzilla con pantalón planchado, y empiezan a mirarlo tal y como es: como random people.

Ahhhhhh, y de todo esto, ¿qué vale la pena? Vale la pena darse cuenta de que no hay que temerle a lo que no se conoce, porque siempre hay riesgo de exterminar lo que nos da miedo. Es importante darse cuenta que los mostros creados por algunos sujetos no son otra cosa que balbuceos malintencionados.

Es importante que siga dándole vueltas al asunto. Seguiré informando.

Ahora sí: ¡ESTÚPIDAS CHOLERÍAS TELEVISIVAS! Dense grasa:

1.- http://www.youtube.com/watch?v=E6bmMndjj9U#t=0m37s
2.- http://www.youtube.com/watch?v=-7T08sItMpI
3.- http://www.youtube.com/watch?v=gyBAu_JDy-4#t=07m27s
4.- http://www.youtube.com/watch?v=-GFcmEndmmk#t=10m05s